LA TRAICIÓN Y ARRESTO DE JESÚS [Mt. 26:47–56]

LA TRAICIÓN Y ARRESTO DE JESÚS
Tabla de contenidos

¿Por qué Judas traicionó a Jesús?

La historia sobre la traición y arresto de Jesús se halla en los cuatro Evangelios. Los relatos más largos son los de Mateo y Juan, y tienen aproximadamente la misma extensión. Marcos y Lucas tienen casi la misma extensión y sólo cubren más o menos dos tercios del espacio ocupado por aquellos.

 La traición y arresto de Jesús

Mr.14:43–50
Mt. 26:47–56; Lc. 22:47–53; Jn. 18:2–12

Sin tomar en cuenta detalles menores, las principales variaciones son las siguientes

Mateo contiene un punto importante que no se halla en Marcos

Aunque Mateo y Marcos, como sucede a menudo, discurren en estrecho paralelismo, Mateo contiene un punto importante que no se halla en Marcos, a saber: la reconvención que Jesús dirigió al hombre (Pedro, según Jn. 18:10) que hirió al siervo del sumo sacerdote cortándole una oreja. Esta reprensión, que se halla en Mateo 26:52–54, termina con una referencia al cumplimiento de la profecía, cosa que no es extraña en Mateo.

En cuanto a Marcos.

este evangelista no relata nada que no se pueda hallar en Mateo, a excepción de la mención de “escribas” (Mr.14:43) y de las palabras, “y llevadle custodiado” (Mr.14:44). ¿Pero no es la misma brevedad del relato de Marcos—casi todo es acción—lo que contribuye a su chispeante vivacidad?

El relato de Lucas

…contiene los siguientes elementos que no se hallan en ningún otro lugar:

a. “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?”

b. “Señor, ¿heriremos a espada?”

c. “Y tocando su oreja, le sanó”

d. “Esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas”.

Los siguientes detalles informativos son exclusivos de Juan:

a. “Judas … conocía aquel lugar (Getsemaní), porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos”

b. “Judas, pues, tomando una compañía de soldados, y alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos, fue allí con linternas y antorchas, y con armas”.

c. la narración muestra que Jesús toma la iniciativa, avanza hacia el grupo y dice “¿A quién buscáis?” Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Retrocedieron, y cayeron a tierra”. Jesús volvió a preguntarles y recibió la misma respuesta. Jesús respondió, “Os he dicho que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos”. Por inspiración, Juan ve en este incidente el cumplimiento de palabras dichas antes por Jesús.  Jn. 18:9.

d. Juan nos informa que el nombre del siervo cuya oreja Pedro cortó con la espada era Malco, y que Jesús respondió al arrebatado acto de Pedro diciendo, “Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?”

Los actores de este dramático hecho

En lo concreto y fundamental, la historia sigue siendo la de Jesús, lo que se le hizo a él, y de cómo reaccionó. En general, los actores de este dramático hecho aparecen en el siguiente orden:

  • Judas (vv. Mr.14:43–45)
  • la tropa enviada para arrestar a Jesús (v. Mr.14:46)
  • uno de los que estaban allí (Pedro, v.Mr.14:47)
  • Jesús, (vv. Mr. 14:48, 49)
  • y los discípulos (v.Mr. 14:50).

Judas

Mr. 14:43.

E inmediatamente, mientras él [Jesús] todavía estaba hablando, llegó Judas, uno de los doce, y con él una multitud [armada] con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y los escribas y los ancianos.

“Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche”. Así dice Juan 13:30. ¿A dónde fue? Se debió apresurar para ir a los principales sacerdotes, etc., a los hombres que le pagaban. Quizás tenía temor de que cuando su traición fuese conocida la alarma se extendiera y que de todas partes los amigos de Jesús se reunieran para su defensa. Piénsese especialmente en el gran número de galileos que se hallaban entonces en la ciudad. “Actuad con rapidez”, dijo tal vez a las autoridades judías, “preferiblemente de noche, cuando no ande mucha gente cerca. Hacedlo esta noche”. Las autoridades le habían estado esperando.

Tan ocupados estaban con la conspiración para terminar con Jesús que, según se explica en Jn. 18:28, ni siquiera habían comido la cena pascual. Debían investigarse los posibles paraderos de Jesús; debía organizarse un pelotón; se debía avisar a la guardia del templo; debía obtenerse un permiso de Pilato, lo que es probable en vista de Mateo 27:62–65, o del “quiliarca” romano, a fin de conseguir un grupo de soldados para acompañar a la guardia del templo; debían poner sobreaviso a todos los miembros del Sanedrín; a Anás no debían dejar de avisar; debían reunir antorchas, espadas y palos; debía recalcarse a todos los que estaban involucrados en aquello, la necesidad de absoluto secreto; etc., etc.

Al fin, entonces, todo está listo. Ahora hay que encontrar a Jesús. Judas no sabía a ciencia cierta adónde se había dirigido el grupo después de abandonar el Aposento Alto, pero sabiendo que el Maestro y sus discípulos visitaban Getsemaní con frecuencia (Jn. 18:2), el traidor hizo una buena deducción y acertó. Así que mientras Jesús todavía hablaba a los tres discípulos, vio a Judas que entraba en la arboleda. “Judas, uno de los doce”, dice el texto, para subrayar el terrible carácter del crimen que este hombre cometía. Véase sobre el versículo 10 y nótese la repetición de “uno de los doce” en el versículo 20. Por ser “uno de los Doce” sería imposible mencionar todos los privilegios que le fueron concedidos durante los muchos días, semanas, y meses que había estado en la compañía inmediata de Jesús.

Tanta confianza habían depositado los otros once en este mismo Judas, que incluso le habían nombrado tesorero. Y ahora se estaba manifestando totalmente indigno de todos aquellos honores y privilegios y de toda aquella confianza. Llegó a ser una odiosa y vergonzosa quinta columna, un miserable desertor, uno que por la mezquina suma de treinta piezas de plata, entregaba en manos del enemigo al más eminente Benefactor que haya jamás pisado la tierra, al Mediador, hombre y Dios a la vez, al Señor Jesucristo mismo.

Nadie sabe exactamente cómo estaba organizado el grupo que acompañaba a Judas, si es que se puede hablar de orden u organización. Si se nos permite una conjetura podría ser como sigue:
Al frente iba Judas. Esto, al menos, parece ser cosa probada. Se dice que la turba estaba “con él”. Además, era él quien se iba a “acercar a Jesús” (v. Mr.14:45) para identificarlo ante los demás. El siervo personal del sumo sacerdote, Malco, debía estar también cerca de la cabeza (Mr.14:47; Lc. 18:10) y así también la guardia del templo, los levitas (Mr.14:49; Jn. 18:3). El destacamento de soldados junto con su capitán, no estarían muy atrás (Jn. 18:3, 12). Juan 18:3 menciona una “compañía” (cohorte), probablemente obtenida de la torre Antonia, situada en la esquina noreste del área del templo. Aunque una cohorte completa estaba formada por seiscientos hombres (décima parte de una legión), las autoridades romanas probablemente no habrían debilitado su guarnición hasta ese punto. En todo caso, el grupo debía ser bastante grande.

¿Pero por qué tenía que haber legionarios romanos? ¿No habría sido suficiente la guardia del templo? La respuesta es que el Sanedrín sabía que aquellos servidores no siempre eran fiables. Quién sabe, incluso podían haberse aliado con Jesús, como sucedió en una ocasión anterior. Véase Juan 7:32, 45. En consecuencia, se vio la necesidad de un destacamento de soldados también. Y debido a que las autoridades romanas mismas tenían mucho interés en prevenir tumultos en Jerusalén, especialmente durante la Pascua, cuando siempre había peligro de rebeliones por parte de los judíos, se consiguieron rápidamente los legionarios requeridos.

Tal vez algo más atrás estaban los miembros del Sanedrín (Lc. 22:52). No podemos saber con certeza si habían otros presentes. Ni siquiera Mateo 26:55 sugiere necesariamente eso.

Las fuerzas comisionadas para arrestar a Jesús iban bien preparadas. Los hombres llevaban espadas y palos. En cuanto a las espadas, se trataba probablemente del tipo de espada corta que llevaba el soldado romano.  Los palos o garrotes, es de suponer, estaban en manos de la guardia del templo. No es posible estar completamente seguros de estos detalles. Las palabras tienen su historia, lo que en este caso significa que el término usado en el original para referirse a “espadas” puede a veces tener un significado más general. No siempre se usaba para distinguir estas armas de los espadones. Tampoco podemos estar totalmente ciertos de que los únicos que usaban espadas eran los soldados. ¿No tenía incluso Pedro una espada?.

Lo único que realmente sabemos es que los que vinieron a arrestar a Jesús llevaban espadas y palos. Su distribución no se indica de manera concreta, aunque es lógico pensar que los soldados iban equipados con espadas. El Evangelio de Juan menciona también “antorchas y linternas”. Antorchas y linternas—para buscar a “La Luz del mundo”. ¡Y era época de luna llena! Espadas y palos—para dominar al Príncipe de Paz. Para el Varón de Dolores, la visión misma de aquella banda de rufianes, que le consideraban su presa, significaba un sufrimiento indescriptible. ¡Y pensar que aquellos hombres que eran los supuestos dirigentes de Israel, tan religiosos y devotos, principales sacerdotes, escribas y ancianos, que componían el Sanedrín, habían enviado aquellas fuerzas! ¡En lugar de recibirle como el muy esperado Mesías, enviaban una cuadrilla armada para prenderle, con el propósito expreso de llevarle ante las autoridades para que le sentenciasen a muerte!

Mr.14: 44, 45.

Ahora bien, el que lo traicionaba les había dada una señal, diciendo, “Aquel que yo besare es el hombre; prendedle y llevadle custodiado”. Y cuando vino, inmediatamente se acercó a él, diciendo, “Rabí”, y le besó fervorosamente. Hay quienes dicen que la forma acostumbrada de saludar a un rabí era con un beso. Sea como fuere, podemos estar seguros de que entonces, al igual que ahora—aunque más en ciertas regiones del mundo que en otras—el beso era símbolo de amistad y afecto. Sin embargo, Judas lo usó como señal establecida para que la tropa prendiera a Jesús y, como añade Marcos, llevarle “bien asegurado” o “custodiado” (Hch.16:23). Por supuesto, Judas ya tenía su dinero (Mt. 26:15), pero también sabía que no se lo podría guardar hasta que aquél a quien traicionaba estuviese realmente en manos del Sanedrín.

Así que al llegar a Getsemaní al frente de la cuadrilla que iba para arrestar a Jesús, Judas lo ve y avanza hasta colocarse directamente frente a él. A continuación le saluda diciéndole “Rabí”, o como dice Mateo, “Salve, Maestro”. El hecho de que Judas se dirigiera a Jesús así y no diciendo “Señor” ¿indica acaso falta de respeto? Hay que irse con cuidado aquí.

Es verdad que durante la cena de Pascua todos los discípulos dijeron, “¿Soy yo, Señor?”, mientras que Judas sólo dijo, “¿Soy yo, Maestro?” (Mt. 26:22 y 25 respectivamente). El contraste entre los dos modos de tratarle es tan obvio que bien pudo haber sido intencional. En el caso presente, sin embargo, no hay base para comparación alguna. En general es cierto que “Rabí”, como forma de dirigirse a Jesús era bastante común, especialmente durante el período inicial y medio del ministerio de Jesús (Mr. 9:5; Jn. 1:38, 49; 3:2, 4:31; 6:25; 9:2). Natanael no mostró en absoluto falta de respeto alguno al dirigirse así a Jesús; más bien todo lo contrario, según indica el contexto (Jn. 1:49).

El término no había quedado en desuso ni aun en la última parte de su ministerio (Jn. 11:8), y Jesús mismo lo aprobó (Mt. 23:8). Lo único que con seguridad podemos decir es que existe alguna evidencia en favor del hecho que, al aumentar la reverencia hacia Jesús, “Rabí” se fue substituyendo gradualmente por “Señor”.

Después de la resurrección de Cristo “Rabí” desaparece, y “Señor” se usa con mucha regularidad. En el caso presente (Mr. 14:45), es mejor concentrarse en lo que Judas hizo que en lo que dijo.

Y lo que hizo ha determinado que las generaciones posteriores se encojan de horror a la sola mención de su nombre. Abrazando a Jesús le besó—probablemente de manera ferviente y repetida.
En cuanto a la impresionante respuesta de Jesús, véase Mateo 26:50 (“Amigo, ¿a qué vienes?”) Y no olvidemos Lucas 22:48 (“Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?”). Es claro que aun en este mismo último instante, Jesús estaba advirtiendo sinceramente a Judas. ¡Nadie más que él mismo era el responsable de su propia perdición eterna!

La tropa que fue a arrestar a Jesús

Mr.14: 46.

Ellos echaron mano de Jesús y lo arrestaron. En cuanto a los detalles, véase Juan 18:4–9 y CNT sobre estos versículos. Juan 18:3, 12 muestra que el arresto lo llevaron a cabo a. Los soldados y su quiliarca (capitán) y b. La guardia del templo. Gentiles y judíos se unen contra Jesús (Hch. 4:27). Además, el Evangelio de Juan deja en claro que Jesús, antes de permitir que se lo llevaran, demostró su poder sobre los captores, demostrando que se rendía voluntariamente a ellos, en armonía con Jn. 10:11b, 15b. ¡En esta detención quien triunfó fue el cautivo!

Uno de los circunstantes

Mr.14: 47.

Y uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja. A estas alturas los ocho discípulos ya se habían reunido con Jesús.  Mr.14:50 y. Lc. 22:49. Uno de los que estaban cerca entró en acción. Aunque el hecho se relata en los cuatro Evangelios, sólo Juan 18:10 menciona los nombres de las dos personas que (además de Jesús mismo) figuran de forma sobresaliente. Estas dos personas eran Pedro y Malco, siervo del sumo sacerdote. La razón de que sólo Juan mencione estos dos nombres bien pudo haber sido el hecho de que su Evangelio se publicó cuando ya no era posible castigar al agresor.

El agresor o “uno de los que estaban allí” era Simón Pedro. Envalentonado tal vez por el maravilloso triunfo de Jesús sobre los hombres que habían venido a prenderle—al principio, al oír las palabras de Jesús, los aprehensores retrocedieron y cayeron al suelo (Jn. 18:6)—, e impulsado por sus propios alardes anteriores (Mt. 26:33, 35; Mr. 14:29, 31; Lc. 22:33; Jn. 13:37), Simón sacó su corta espada de la vaina, la blandió contra Malco quien, probablemente al verla, saltó a un lado con presteza, pero fue alcanzado sufriendo la pérdida de una oreja. Es posible que Pedro aún creyera que el Mesías no debía morir. Mt. 16:22.

Nada dice Marcos sobre la reacción de Jesús ante la arrebatada acción de Pedro. ¿Qué dijo el Maestro sobre esto? Mt. 26:52–54. ¿Y qué hizo? Lc. 22:51.
Ahora el interés se enfoca totalmente sobre…

Jesús

Mr.14: 48, 49.

Jesús respondió y les dijo, “¿Como contra un ladrón [o: rebelde] habéis salido con espadas y palos para prenderme? Cada día estaba con vosotros en el templo enseñando, y no me arrestasteis.

Como se ha señalado anteriormente, la palabra “respondió” no siempre significa “respondió verbalmente a una pregunta”; puede significar también, como aquí, “reaccionó ante una situación”. Jesús, aunque maniatado, se dirigió allí mismo al numeroso grupo. Los venerables miembros del Sanedrín estaban también presentes (Lc. 22:52).

Ellos, por supuesto, no tenían que estar allí en aquella sagrada noche de Pascua, pero estaban tan ansiosos de ver si su siniestra conspiración tendría éxito, que no vacilaron en dejarse ver entre la multitud, aunque probablemente en un segundo plano. Jesús entonces hizo ver a la multitud—a todos los que venían a arrestarle y a todos los que se regocijaban con su captura—lo cobarde y pérfido de aquella conducta. Habían venido contra él con una tropa, provistos de espadas y palos, como si se tratara de un asaltante, o como se puede también traducir el texto, un insurrecto, rebelde, o revolucionario.

En realidad era, y siempre había sido, un Profeta tranquilo y pacífico, que se sentaba día tras día en el templo, enseñando a la gente. Su vida había sido un libro abierto. Si hubiese sido reo de algún crimen, los que tenían en sus manos la ley y el orden, habrían tenido sobradas oportunidades de apresarle.

Si se desea comprender la clase de persona que Jesús había demostrado ser durante un poco más de tres años de ministerio público, se deben leer pasajes tales como Mr. 1:39; 10:13–16; y también Mt. 4:23–25; 11:25–30; 12:18–21; Lc. 22:49–51; 24:19; Jn. 6:15; 18:11, 36, 37; Hch. 2:22. Decir, como algunos han hecho, que Jesús era “inofensivo” es expresarlo de forma demasiado suave. Él era y es “el Salvador del mundo” (Jn. 4:42; 1 Jn. 4:14), el más eminente Benefactor. ¡Qué absurdo e hipócrita resultaba que sus enemigos se abalanzaran en la oscuridad sobre este Buen Pastor! Quien hiciera caso de su mensaje nada tenía que temer, ¡incluso enseñó al pueblo a amar a sus enemigos! Mt. 5:44.

Al dirigirse a la multitud de esta manera Jesús les estaba haciendo realmente un bien. Les sacaba a la luz su culpabilidad. ¿No es verdad que para obtener salvación es necesario que primero haya confesión? Aunque, en su gran mayoría, muchos de los que oyeron a Jesús decir estas palabras se endurecieron en su pecado, no tenemos derecho a concluir que este mensaje, junto con otros mensajes que siguieron (por ejemplo, las siete palabras desde la cruz, el sermón de Pedro en Pentecostés, etc.), fuera completamente inútil.  Hch. 6:7. La impresión que nos dejan las palabras de nuestro Señor es que se pronunciaron de una manera tranquila y seria. Indudablemente, Jesús reprende, pero al mismo tiempo sigue buscando a los perdidos con el fin de salvarles.

Añade: Pero [esto aconteció] para que se cumpliesen las Escrituras.
Si no hubiese sido por el decreto eterno de Dios para la salvación del hombre, un decreto que se refleja en los profetas (Is. 53:7, 10, 12; Jer. 23:6; Dn. 9:26; Zac. 11:12; 13:1; etc.), ¡los aprehensores de Jesús no podrían haber hecho nada! Jn. 19:11.

Los discípulos

Mr.14: 50.

Y todos le abandonaron y huyeron. Como se ha explicado previamente, aquí se cumple el versículo 27. Obsérvese: todos, no sólo los ocho sino también los tres; no sólo dos de los tres (Santiago y Juan) sino incluso Pedro, a pesar de su grandilocuente jactancia y de sus tremendas promesas. Es de justicia añadir que un poco después, dos de ellos (Pedro y Juan) reaccionaron, volvieron y comenzaron a seguirle a una distancia prudente ( Jn. 18:15). Sin embargo, justo es también añadir que para Pedro este “seguirle …” tuvo resultados desastrosos.

Los once discípulos siguieron acumulando deshonra sobre sí. El caso de Pedro fue especialmente malo. Poco tiempo después, Tomás también falló miserablemente (Jn. 20:24). El mejor de todos es Juan. Jn. 18:15, 16. No sólo entra en el palacio del sumo sacerdote, donde Jesús fue juzgado, sino que incluso le vemos junto a la cruz—¡de todos los discípulos sólo él, por lo que el relato nos da a entender! (Jn. 19:25–27). ¿Fue tal vez el que menos alardeó? ¡He aquí una lección!

La enseñanza central, sin embargo, no está en relación con Pedro o Tomás o Juan. Nuestros ojos han de fijarse en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¡Abandonado de todos, a fin de que todos los que en él creen jamás sean abandonados! Jesús se prestó voluntariamente a aquella situación de deserción y abandono que poco a poco se iba a convertir en algo horroroso.

LA TRAICIÓN Y ARRESTO DE JESÚS

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