COMENTARIO LIBRO DE ECLESIASTÉS [Rv60]

ECLESIASTÉS
Tabla de contenidos

Aunque el libro de Eclesiastés forma parte del Antiguo Testamento en hebreo, su nombre es en realidad una palabra griega que se remonta a la antigua traducción griega del Antiguo Testamento.

Eclesiastés significa “maestro”, o “predicador”. La palabra viene del primer versículo del libro: “Palabras del Predicador,…” Por lo tanto, el título se refiere al maestro o al Predicador cuyas palabras conforman el libro.

LIBRO DE ECLESIASTÉS

Nombre y autor

El versículo inicial nos dice quién era esa persona: “…Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén”. Por supuesto, era el rey Salomón, quien gobernó la nación de Israel durante su época de oro, desde su ciudad capital. Su reinado duró cuarenta años, en el período comprendido entre los años 970–931 a.C.

En algunas ocasiones, Salomón le enseñó o le predicó al pueblo, y por eso se refirió a él mismo como el Predicador. Una de esas ocasiones fue la dedicación del templo, cuando se nos dice que Salomón se dirigió a “toda la congregación de Israel” que se había reunido (1 Reyes 8). 

Quizás en esa asamblea se presentó por primera vez el libro de Eclesiastés, probablemente en la forma de un discurso que le dirigió el rey a la nobleza después de cenar (se puede leer todo el libro en voz alta en unos cuarenta minutos). No se cuentan las circunstancias en las que se escribió el libro.

Cuando quiera que haya presentado Salomón por primera vez el contenido de Eclesiastés, fue en algún momento de la etapa final de su vida. La tradición judía reconoce este libro como la obra de un anciano que reflexiona sobre la vida y se prepara para morir.

A pesar de lo que dice el libro, la mayoría de los eruditos modernos niegan que Salomón haya sido el autor, para mantenerse así en la tendencia actual de negar la autoría tradicional de muchos libros de la Biblia. Por ejemplo, un comentarista afirma ¡que el autor de Eclesiastés pudo haber vivido en una época comprendida entre los años 500 a.C. y 100!

Esos comentaristas recurren a dos argumentos principales. Primero, el libro de Eclesiastés contiene palabras arameas dentro del texto en hebreo. 

El antiguo idioma arameo era como un primo del hebreo, porque ambos idiomas pertenecen a la misma familia semítica. Suponen que Salomón escribió en hebreo puro, pero el arameo era el idioma internacional del comercio en el mundo antiguo. 

Dados sus contactos internacionales, no es una sorpresa que Salomón utilizara algo de arameo, como los modernos suramericanos conocen y utilizan algunas palabras del inglés en nuestros días. Aparte de eso, es interesante saber que el arameo fue el idioma que habló Jesús.

Otros argumentan que las circunstancias y el panorama del libro no concuerdan con la vida de Salomón. Sin embargo, vamos a ver que sí se ajustan perfectamente a su vida. 

La vida lujosa que se describe en Eclesiastés y las vastas experiencias del autor ciertamente señalan a Salomón.
El inspirado libro de Eclesiastés fue redactado por Salomón el rey Predicador, tal como se establece en sus primeros versículos.

Su lugar en la Biblia

Los judíos antiguos clasificaron al Eclesiastés dentro de los cinco “Megilloth” (rollos). Los otros cuatro eran: el Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones y Ester. 

Estos libros tienen en común que eran las lecciones de la Escritura para cinco fiestas judías importantes: el Cantar de los Cantares para la Pascua, Rut para el Pentecostés, Lamentaciones para la conmemoración de la caída de Jerusalén ante los babilonios, Ester para el Purim (que conmemora la salvación por medio de Ester de la aniquilación del pueblo judío), y Eclesiastés para la fiesta de los Tabernáculos (también conocida como Sucot, o cabañas).

Entre otras cosas, la fiesta de los Tabernáculos era también la fiesta de la vendimia de otoño. Con sus sombrías advertencias sobre muerte y la necedad de vivir para el placer, Eclesiastés ayudaría a desalentar los excesos asociados con esa fiesta. 

Así también las grandes fiestas actuales de la Navidad y la Pascua, se deberían centrar en la Palabra de Dios en lugar de dejarse dominar por vicios y pasiones.

El libro de Eclesiastés se agrupa en nuestra Biblia con los libros de: Job, Salmos, Proverbios, y Cantar de los Cantares, a los que conocemos los libros poéticos del Antiguo Testamento.

Tendemos a pensar en la poesía en términos de ritmo y rima, pero la poesía del Antiguo Testamento consiste en una armonía de pensamientos más que de palabras y sonidos; a esa armonía se la llama paralelismo. Eso significa que una línea en la poesía hebrea está en paralelo con la siguiente: por ejemplo, la segunda parte de un verso le hace eco a la idea de la primera. 

Otros dos tipos de paralelismo se dan cuando la segunda línea contrasta con la primera o cuando la amplía. He aquí ejemplos de los tres tipos básicos de paralelismo que se encuentran en Eclesiastés:

El segundo pensamiento hace eco al primero:

“Vanidad de vanidades,
dijo el Predicador;
vanidad de vanidades,
todo es vanidad.” (Eclesiastés 1:2)

El segundo pensamiento contrasta con el primero:
El sabio tiene sus ojos abiertos,
mas el necio anda en tinieblas. (Eclesiastés 2:14)

El segundo pensamiento amplía el primero:
Todo el trabajo del hombre es para su boca,
y con todo, su deseo no se sacia. (Eclesiastés 6:7)

Aunque varios de los profetas tienen grandes secciones poéticas, muchas partes del Eclesiastés no están escritas en esta forma poética. Así que la clasificación de este libro como poético es algo arbitraria.

En ocasiones se ha dicho que los cinco libros poéticos de la Biblia conforman la literatura de sabiduría de la Escritura, porque hacen énfasis en cómo vamos a vivir como pueblo de Dios y dan sabiduría piadosa respecto de algunos de los problemas más complejos de la vida. Por ejemplo, el libro de Job trata el problema del sufrimiento en la vida de un creyente. El tema central de la sabiduría de Eclesiastés será de interés en la siguiente sección.

Perspectiva y propósito

La Biblia es un todo unificado, ya que todo su contenido señala a Jesucristo; presenta la ley de Dios y el evangelio de su amor en Cristo. 

Sin embargo, dentro de esa unidad hay espacio para la diversidad. Algunos libros son históricos, otros son doctrinales; algunos libros hacen énfasis en un tema (por ejemplo, Santiago en las buenas obras), mientras que otros destacan alguna otra cosa. En otras palabras, cada libro de la Biblia tiene su énfasis propio y especial. Con esto en mente, podemos considerar la perspectiva y el propósito de Eclesiastés.

Dos conceptos importantes aparecen una y otra vez a lo largo del libro, conformando una combinación que revela la perspectiva que tenía Salomón sobre la vida.

El primer pensamiento se resume en los términos “vanidad” y “debajo del sol”. En repetidas ocasiones Salomón vuelve al estribillo inicial de Eclesiastés: “Vanidad de vanidades…todo es vanidad” (1:2). Así es como describe la vida “debajo del sol”: en este mundo. 

De acuerdo con Salomón, la vida sobre la tierra está llena de problemas; y aun cuando encontramos placer, es fugaz y pronto desaparece como el aliento de una persona en un día de invierno.

Este es el primer pensamiento clave de Eclesiastés: debajo del sol todo es, en sí y por sí, vanidad.

El uso repetido que hace Salomón de este concepto implica que hay algo “más allá del sol”; allá en alguna parte existe algo o alguien que no está sujeto a este mundo de vanidad. Por supuesto, ese alguien es Dios. El papel de Dios en nuestra vida es el segundo pensamiento principal en Eclesiastés. 

Salomón describe a Dios como un juez estricto (“Al justo y al malvado juzgará Dios”, 3:17), y también como el Dios misericordioso que nos bendice con dones incontables. El más grande de esos dones es la vida después de la muerte: “Antes que el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (12:7).

Al unir estos dos pensamientos principales, se hace evidente lo que Salomón ha hecho en Eclesiastés. Presenta la vida desde dos perspectivas: primero ve el mundo sin Dios y esa visión lo conduce a la conclusión de que “todo es vanidad”; pero también contempla la vida controlada por Dios; en ella encontramos muchos dones y bendiciones. Podemos representar los dos aspectos de la presentación de Salomón de la siguiente manera:
mundo espiritual

mundo material

El incrédulo no ve nada más allá del mundo material, o a lo más vislumbra ocasionalmente que debe haber algo más allá. Su vista está enfocada en lo que está debajo del sol. Por otro lado, el creyente ve la vida mediante los ojos de la fe.

El incrédulo, desde su perspectiva, sólo puede concluir que todo es vanidad, ya que para él hubiera sido mejor no haber nacido (4:2–3). Sin embargo, el creyente ve la mano de Dios en todo y así encuentra: la paz, el contentamiento, y la estabilidad en el mundo cambiante.

Y esto nos lleva de la perspectiva de Salomón al propósito que tuvo al escribir; nos dirige a Dios y a su amor para fortalecer nuestra fe y nuestro ánimo, mientras proseguimos “debajo del sol”.

Bosquejo

Hay casi tantos bosquejos de Eclesiastés como comentaristas y no hay dos que estén completamente de acuerdo. Sin embargo, en medio del desacuerdo, hay dos escuelas principales de pensamiento. La primera cree que el libro de Eclesiastés se puede organizar en un tipo de bosquejo lógico y la segunda argumenta, con más verosimilitud, que Eclesiastés representa un estilo de escritura de “monólogo interior” que se resiste a un bosquejo detallado.

Por supuesto, el monólogo interior no necesariamente implica desorden porque hay una progresión de pensamiento a través del libro. Salomón comienza con una nota de vacío, hablando de la vida sin Dios, “debajo del sol”. Pero en el capítulo 7 cambia el énfasis y habla de la vida bajo Dios. Continúa construyendo este tema (mientras que todavía se entrelaza con el otro) hasta que en los versículos finales dice: “El fin de todo el discurso que has oído es:…” (12:13).

Mientras se encamina a la conclusión, Salomón que es experto artista, hace variaciones. La corriente de su pensamiento no es monótona, ya que hay en ella diversas partes tranquilas y otras tormentosas. Así como la corriente de un río tiene puntos tranquilos y puntos rápidos, el libro de Eclesiastés alterna entre estados apacibles y explosiones poderosas.

ECLESIASTÉS 1:1–11 Todo es vanidad

Eclesiastés 1:1

Este versículo verdaderamente es más un título que una parte del libro, porque nos indica el nombre del libro: “El Predicador” (“Eclesiastés”, en griego; algunos comentaristas conservan el término hebreo original, “Koheleth”). Nos dice que el Predicador es “hijo de David, rey en Jerusalén”.

Si usamos la imaginación podemos regresar en el tiempo, a una época lejana y a una ciudad distante. Ahora somos parte de una congregación en la antigua Jerusalén, tal vez estamos de pie en el atrio del templo.
Delante de nosotros se encuentra el grandioso templo de Salomón, cuya construcción hecha por los mejores trabajadores del rey tardó siete años. Hay dos columnas macizas que sirven de armadura al portal del edificio con sus capiteles de bronce. Como un tributo al Señor, su Dios, Salomón les dio a esas columnas los nombres de Joaquín y Boaz, que significan “él establece” y “en él está la fortaleza”.

Repentinamente aparecen en la escena el rey y su séquito. Es el gran rey Salomón, conocido en todo el mundo por su inigualable sabiduría y su fabulosa riqueza; lleva una corona de oro y un vestido escarlata. Pero cuando la atención se desplaza de los adornos al hombre mismo, vemos la cara de un anciano; sus ojos muestran una pena abrumadora.

“Vanidad de vanidades, dijo el Predicador”

Este es el rey cuyo nombre nunca será olvidado y cuya historia vivirá hasta el final de los tiempos. En verdad es una historia de grandeza, pero también de tragedia. El historiador sagrado relata los acontecimientos de la siguiente manera:

Cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres le inclinaron el corazón tras dioses ajenos, y su corazón no era ya perfecto para con Jehová, su Dios, como el corazón de su padre David. Salomón siguió a Astoret, diosa de los sidonios, y a Milcom, ídolo abominable de los amonitas. E hizo Salomón lo malo ante los ojos de Jehová, pues no siguió cumplidamente a Jehová como su padre David.

Entonces edificó Salomón un lugar alto a Quemós, ídolo abominable de Moab, en el monte que está enfrente de Jerusalén, y a Moloc, ídolo abominable de los hijos de Amón. Lo mismo hizo para todas sus mujeres extranjeras, las cuales quemaban incienso y ofrecían sacrificios a sus dioses.

Y se enojó Jehová contra Salomón, por cuanto su corazón se había apartado de Jehová Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces, y le había mandado sobre este asunto que no siguiera a dioses ajenos: Pero él no guardó lo que le mandó Jehová. Entonces Jehová dijo a Salomón: Por cuanto has obrado así, y no has guardado mi pacto y los estatutos que yo te mandé, te quitaré el reino y lo entregaré a tu siervo (1 Reyes 11:4–11).

Este es el hombre que está delante de nosotros, en sus oídos todavía debe estar resonando el juicio de Dios. Como el hombre de la parábola de Jesús que “no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho”, Salomón debió haber orado miles de veces: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13).
No escuchamos mencionar el nombre del rey. Tal vez ya no se sentía digno del nombre Salomón, que significa “Paz”, porque había quebrantado la paz con Dios.
Este es Salomón el gran rey…y el pecador humillado; ahora comienza su discurso:

Eclesiastés 1:2

La primera palabra que oímos del Predicador es todo menos de ánimo. “¡Vanidad!” Como esta palabra es tan importante y aparece con tanta frecuencia en Eclesiastés (treinta y siete veces), nos vamos a tomar un minuto para examinarla. La idea original que hay detrás del término es “aliento [aire que se expulsa al respirar]”; esa idea cobra mucha vida en un día frío, al observar lo rápido que el aliento visible se desvanece. Santiago usó este pensamiento cuando escribió: “¿Qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina [vapor, en otras versiones] que se aparece un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Santiago 4:14). Por ser tan fugaz e inestable, la vida parece: fatua, frustrante, sin propósito, vacía; en una palabra, “vana”.

¡Qué precisa es esta descripción de la vida sobre la tierra! Detrás de todo el afán y el trajín, el oropel y el esplendor, está escondida esa terrible sensación de vacío. Pero no fue así en el Edén, antes de que el hombre cayera en pecado; eso es parte del juicio de Dios sobre nuestro mundo pecador. El apóstol Pablo dijo: “La creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó”, es decir, Dios mismo (Romanos 8:20). Es interesante notar que el nombre que Adán y Eva le dieron a su segundo hijo, Abel, corresponde a la palabra “vanidad” en hebreo. Tal vez ese fue su comentario sobre la vida después de la caída.
En los versículos restantes del Prólogo, Salomón muestra que la afirmación de que “todo es vanidad” en realidad describe todas las cosas.

Eclesiastés 1:3–7

El primer ejemplo que da el rey sobre la vanidad de todas las cosas alcanza su objetivo convincentemente: habla sobre los esfuerzos humanos. Cuando hace la pregunta “¿Qué provecho obtiene el hombre…?”, la respuesta implícita es “ninguno”. A pesar de la tecnología y de las máquinas modernas, el trabajo sigue siendo duro y desalentador, el trabajo del hombre siempre ha estado bajo la maldición de Dios desde la caída.

Maldita será la tierra por tu causa;
con dolor comerás de ella
todos los días de tu vida…
Con el sudor de tu rostro
comerás el pan
hasta que vuelvas a la tierra,
porque de ella fuiste tomado;
pues polvo eres,
y al polvo volverás. (Génesis 3:17, 19).

Cada generación crece, trabaja, envejece, y finalmente regresa a la tierra. Para utilizar la expresión de Shakespeare, “la vida no es sino una sombra andante, un pobre actor que se pavonea y se desgasta en su papel en el escenario y después no se vuelve a escuchar más”. Esa es la “ganancia” de nuestro trabajo “debajo del sol”. Ya hemos tratado sobre esta frase, que se repetirá numerosas veces en Eclesiastés, que habla de nuestra vida sobre la tierra.

En contraste con las generaciones que vienen y van, Salomón dice que “la tierra siempre permanece”. ¡Qué ironía! En el principio Dios creó al hombre para señorear sobre toda la tierra (Génesis 1:26), pero es la tierra la que permanece, no el hombre. El hombre, creado para señorear, es tragado por la tierra, la sometida. El término “siempre” no significa que la tierra nunca se acabará; aunque “siempre” se puede referir a la eternidad, aquí significa un tiempo largo e indefinido. Finalmente Dios destruirá la forma actual de esta tierra y creará “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis 21:1).

Salomón volverá al tema de la inutilidad del esfuerzo humano debajo el sol, pero antes de hacerlo demuestra que la naturaleza también está completamente atrapada por esta condición frustrante. Habla de la salida y de la puesta del sol, sólo para apresurarse “a volver al lugar de donde se levanta”. No pretende con eso hacer una afirmación científica, simplemente refleja nuestro punto de vista condicionado por la tierra, en el cual parece que el sol se moviera a través del firmamento. ¡Aun el sol está atrapado por el tedio de tener que trabajar día tras día tras día!

El gran novelista Ernest Hemingway acudió a este versículo de Eclesiastés para darle el título original a una de sus novelas, conocida en español como Fiesta. El título en inglés, The Sun Also Rises, se traduce literalmente “el sol también sale”. Como la mayor parte de la literatura moderna, esta primera novela de Hemingway presenta héroes y heroínas desilusionados y cansados con la vida.
A continuación, Salomón habla sobre el viento. Sopla hacia el sur, después gira hacia el norte, “va girando sin cesar”. El viento se mueve y se mueve constantemente. ¿Para qué? Todo eso parece tan vano.

En el mundo antiguo se hablaba de cuatro elementos que componían la naturaleza: la tierra, el aire, el fuego, y el agua. Al señalar: la tierra, el viento, y el sol, Salomón se refiere a los tres primeros y ahora se vuelve hacia el cuarto, el agua. “Todos los ríos van al mar…” En este versículo, el rey da una idea del ciclo del agua; pero, nuevamente, no intenta hablar en términos científicos, sólo da otro ejemplo para demostrar que todo debajo del sol es vanidad.

Observamos la naturaleza y no vemos nada permanente, excepto el cambio continuo. Ese desasosiego es lo que San Pablo describe como el “gemido” de la creación (Romanos 8:22). Al demostrar que toda la naturaleza está en esta condición, Salomón vuelve a hacer énfasis en la verdad de que la satisfacción y el descanso verdaderos no se van a encontrar en ninguna cosa creada.
Ahora el rey prosigue para mostrar el conflicto que hay dentro de cada persona, mientras lucha por tener la certidumbre en este mundo en continuo cambio.

Eclesiastés 1:8–11

De acuerdo con Salomón, todas las cosas son tan molestas que no hay palabras para describirlo: “Todas las cosas son fatigosas”.
Este versículo contrasta con las palabras de San Juan sobre Jesús: “Hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir” (Juan 21:25). Esta es la exclamación de un hombre cuyo espíritu había encontrado descanso en Cristo y en su promesa: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). En Cristo todo es nuevo y fresco, más allá de lo que se puede describir.

Pero Salomón no está hablando de eso, habla de la persona que vive sin Dios. Esa persona constantemente observa y escucha, pero nunca está satisfecha. Continuamente aparecen nuevos estilos de vestidos, sólo para ser reemplazados por una “apariencia” diferente. Los registros de música popular cambian constantemente porque la gente quiere tonadas nuevas. ¿Por qué? Porque lo antiguo se vuelve fastidioso muy pronto.

El rey pasa a mostrar que, por mucho que se busque, verdaderamente “nada hay nuevo debajo del sol”. Exactamente ¿qué quiere decir Salomón con esto? ¿No hay muchas cosas de las que se puede decir “esto es algo nuevo”? Sin duda nuestra moderna época materialista se quisiera oponer a las palabras de Salomón: observe todos los logros de la tecnología, ¿no son novedades: las naves espaciales, la televisión, los hornos microondas, y las computadoras? Parecería que la afirmación de Salomón invita a la contradicción, pero esa apariencia sólo resulta de una lectura superficial. Aquí el interés de Salomón no está en las “cosas”; en este punto tampoco habla de Cristo ni del evangelio, se refiere a la condición humana: “Nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír”. El estado desesperado de desasosiego humano no cambia de una generación a la siguiente.

Salomón, a lo largo de todo el Prólogo, describe el mundo caído. Este es el cuadro desolador de la creación bajo la maldición del pecado, completamente incapaz de introducir algo “nuevo” para su propia salvación.

Como hemos visto, cuando el rey comienza a describir esta vida vanidosa, nos llega de manera personal la inutilidad de nuestros esfuerzos (“¿Qué provecho saca el hombre de toda su fatiga?”). Al concluir su Prólogo, Salomón dirige nuestros pensamientos hacia lo que más nos molesta: no hacia el flujo interminable de los ríos que van al mar, ni a las tediosas salidas y puestas del sol que perturban a la mayoría de las personas. Más bien se trata de esto, de que mi trabajo parece inútil y mi vida terminará y será olvidada.

Cuando Salomón declara “no queda memoria de lo que precedió…”, provoca otra vez la contradicción. Ciertamente las personas son recordadas, pero no como se debiera o como ellas quisieran. Cada generación comete los mismos pecados: de codicia, de odio, y de concupiscencia; y aunque la historia registra muchos ejemplos del juicio de Dios sobre naciones e individuos, no recordamos lo que les sucedió a los otros y no lo nos aplicamos a nosotros mismos.
Y aun si los nombres y los hechos de ciertos individuos se registran para ser conmemorados por futuras generaciones, eso no nos da consuelo. Cabe citar de nuevo a Shakespeare: “El mal que hacen los hombres permanece después de ellos; el bien, corrientemente se entierra con sus huesos”.

Las civilizaciones antiguas construyeron grandes monumentos para inmortalizar a los líderes sobresalientes. ¿Quién los recuerda hoy de la manera como ellos esperaban que fueran recordados? ¿A quién le interesan verdaderamente los antiguos romanos, griegos, o egipcios? ¿Quién, en las generaciones futuras, apreciará los logros de nuestra época? Mucho menos ¿a quién le van a interesar los esfuerzos y los logros que significan tanto para usted y para mí?

Por lo tanto vemos que las generaciones futuras no son de ayuda para nosotros. Ellas, como nosotros, estarán atrapadas por el ciclo inquebrantable de esta existencia de vanidad.
Con este pensamiento termina el rey su enérgico Prólogo.

“Examiné todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y esfuerzo inútil”

LA VIDA DEBAJO DEL SOL: ECLESIASTÉS 1:12–6:12

Imaginemos por un momento que estamos de nuevo en la antigua Jerusalén, escuchando a Salomón. Ahora el rey Predicador hace una pausa. Nuestra atención se desplaza por el valle y hacia las colinas que hay alrededor de la ciudad de Jerusalén. A lo lejos vemos a un hombre que lleva hacia la ciudad un burro pesadamente cargado; probablemente va camino al mercado. Pensamos en lo que Salomón acaba de decir “¿Qué provecho saca el hombre de toda su fatiga con que se afana debajo del sol?” Dentro de mil años esa escena será la misma, la gente que viene de los campos a la ciudad a vender, a comprar. Nuevas generaciones habrán venido e ido. “No queda memoria de los que precedió, ni tampoco de lo que habrá de suceder quedará memoria en los que vengan después”.

Nuestra meditación se interrumpe cuando el rey comienza a hablar otra vez, y nos damos cuenta de que hay un escriba al lado de Salomón, y está anotando las palabras del rey.
Ahora el rey, en lugar de hablar del mundo y de la gente en general, se vuelve muy personal, comienza a hablar de sí mismo.

La sabiduría es vanidad (1:12–18)

Eclesiastés 1:12–15

Sin referirse a él mismo por su nombre, Salomón menciona otra vez su prominente posición. No se jacta, simplemente muestra que tenía una posición tan buena como ninguno para experimentar la vida en su plenitud, y habiendo vivido a plenitud, Salomón encontró qué tan vacía puede ser la vida.
Cuando el rey comienza otra vez a contar su vida, lo hace con el tópico de la sabiduría. Eso es natural, ya que la sabiduría fue la que hizo famoso al rey Salomón por todo el mundo. Las Escrituras registran el alcance de su sabiduría y su fama.

Dios dio a Salomón sabiduría y prudencia muy grandes, y tan dilatado corazón como la arena que está a la orilla del mar. Era mayor la sabiduría de Salomón que la de todos los orientales, y que toda la sabiduría de los egipcios. Fue más sabio que todos los demás hombres…
Y fue conocido entre todas las naciones de los alrededores. Compuso tres mil proverbios y sus cantares fueron mil cinco. También disertó sobre los árboles, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que nace en la pared. Asimismo disertó sobre los animales, sobre las aves, sobre los reptiles y sobre los peces. Para oír la sabiduría de Salomón venían de todos los pueblos y de parte de todos los reyes de los países, adonde había llegado la fama de su sabiduría. (1 Reyes 4:29–34).

Con ese vasto tesoro intelectual, el sabio rey Salomón se propuso descubrir el significado de la vida sobre la tierra, o como también la llama, la vida “debajo del cielo”. La primera cosa que observó fue la más obvia: “este penoso trabajo dio Dios a los hijos de los hombres”. La expresión que utiliza Salomón en hebreo para “hijos de los hombres” significa literalmente “los hijos de hombre”, es decir, los hijos de Adán. De nuevo nuestros pensamientos se remontan a la historia inicial de la humanidad y a todo lo que significa ser descendiente del primer hombre y de la primera mujer. Somos concebidos y nacemos en pecado, como dijo David, el padre de Salomón, en el Salmo 51. La humanidad se debate bajo la maldición del pecado. Todo esto es parte del “penoso trabajo” al que Dios ha sometido a la creación caída.
Salomón continúa: “Miré todas las obras que se hacen debajo del sol”. No debemos tener la idea de que Salomón fue un despreocupado observador de la vida. No, su visión de la vida era producto de haberla experimentado.
Por experiencia llegó a saber que todo es vanidad y “esfuerzo inútil”. La Nueva Versión Internacional traduce la frase como “es correr tras el viento”, mientras que la Reina-Valera, edición de 1995 tiene “aflicción de espíritu”. Como la palabra del hebreo para viento y espíritu es la misma, cualquiera de las dos se puede adecuar al tono de Eclesiastés. Sin embargo, la expresión “correr tras el viento” parece que nos da una mejor imagen. Todos los esfuerzos humanos, por sí y en sí, son intentos inútiles para agarrar el viento. Usted lo agarra entre sus puños y ¿qué tiene? ¡Una manotada de nada! No importa cuánto aprenda o vea, es con eso con lo que termina.
El filósofo griego Sócrates (460–399 a.C.), junto con Salomón y algunos otros, figura como uno de los grandes pensadores de la historia. Su búsqueda de la sabiduría lo llevó a una conclusión no diferente a la de Salomón: “Sólo sé que no nada sé”. La sabiduría humana no puede encontrar el significado de la vida.
Ahora, el rey Salomón inserta un pequeño proverbio en su discurso: “Lo torcido no se puede enderezar, y con lo incompleto no puede contarse”. Con estas palabras dice algo como: “Así es, usted no lo puede cambiar”. ¡Usted no puede contar con lo que ni siquiera existe! De la misma manera es completamente ilógico para el hombre caído pensar que puede encontrar un camino para escapar de su condición. Los recursos y la sabiduría para ese escape están más allá de su alcance. En efecto, ¡ni si quiera puede concebir cómo pudieran ser!

Eclesiastés 1:16–18

¿Era muy pesimista Salomón en la valoración que hacía de la sabiduría? Como queriendo darnos seguridad, y tal vez dársela a él mismo, nos recuerda su sabiduría y su conocimiento inigualables. Nadie podría hablar con más autoridad sobre el tema que el rey Salomón.
Al compararse con todos los que habían gobernado en Jerusalén, Salomón no piensa sólo en su padre David, que fue el primer rey israelita en Jerusalén, ya que Jerusalén había tenido otros reyes antes de David. Anteriormente, en el tiempo de Abraham, Melquisedec fue “rey de Salem”, el antiguo nombre de Jerusalén (Génesis 14:18); en el tiempo de Josué, Jerusalén fue gobernada por Adonisedec (Josué 10:1). Sin duda existieron muchos otros gobernantes cuyos nombres no conocemos, pero ninguno de ellos superó a Salomón en conocimiento y sabiduría, es decir, en el conocimiento de hechos y en la capacidad de entenderlos y aplicarlos.
Después de examinar los inconvenientes de la sabiduría, el rey se dirigió a “las locuras y los desvaríos”. Pensó que tal vez le podamos encontrar significado a la vida abandonando la sabiduría. Eso es parecido a la desesperación que se ve en la actualidad por encontrar significado y valor en la sabiduría convencional. A pesar de todos los descubrimientos de la ciencia, esta no ha acercado al hombre al conocimiento del significado de la vida. Por eso la gente se aparta de la razón a la sinrazón, precipitándose temerariamente: a lo oculto, a las drogas, al alcohol, o al misticismo oriental. Eso también es un “esfuerzo inútil”.
Salomón, con otro proverbio puesto en forma de verso da la conclusión sobre su experiencia con la sabiduría: “…en la mucha sabiduría hay mucho sufrimiento”. Aquí es a dónde conduce inevitablemente la sabiduría humana. No es placentero conocer más profundamente la condición miserable del mundo, y lo que lo hace aún más triste es la conciencia de la incapacidad de uno para cambiar las cosas.
Sin embargo, hay una sabiduría que no lleva al pesar, y Jesús la mencionó cuando dijo: “La reina del Sur…porque ella vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y en este lugar hay alguien que es más que Salomón” (Mateo 12:42). Para hallar la sabiduría verdadera y eterna nos debemos volver a aquel que es mayor que Salomón: a Cristo “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2:3).
Salomón, en lugar de volverse a esa sabiduría piadosa (que conoció siendo joven), se apartó de ella, y dirigió su búsqueda hacia el placer.

Los placeres son vanidad (2:1–11)

Eclesiastés 2:1–3

Quizá a las personas de habla inglesa o española les parezca extraño que Salomón diga: “Dije yo en mi corazón.” Eso ocurre sólo porque el concepto que tienen del corazón es muy diferente del que tenían los antiguos hebreos. Para esos lectores modernos de la Biblia, “corazón” significa el órgano físico o la parte emocional de una persona; los judíos raramente se referían al corazón en un sentido estrictamente físico, sino que incluían en él toda la vida interna de: pensamientos, voluntad, emociones, y personalidad del hombre. La palabra hebrea para corazón contiene un amplio rango de significados. La Nueva Versión Internacional la traduce como “mente” en el versículo 3.
Su experiencia con la sabiduría lo había conducido al vacío, y por eso el rey entregó su corazón a la búsqueda del placer. Salomón presenta los resultados aún antes de entrar en los detalles de su búsqueda: encontró que vivir para el placer es vanidad y locura; solamente pudo menear la cabeza y preguntarse: “¿De qué sirve el placer?”
Aunque Salomón sostiene que mientras se mimaba a él mismo con el placer, su mente todavía lo guiaba “en sabiduría”, sin entregarse al necio libertinaje y a la borrachera. No fue así, ya que en realidad quería hacer dos cosas opuestas: andar al mismo tiempo en misa y en la procesión. Quiso mantener sus sentidos mientras se dejaba tentar para poder determinar qué es provechoso hacer con su vida.
A pesar de los esfuerzos de autocontrol que hizo Salomón, el cuadro que vemos es el de un hombre desesperado, que busca a ciegas donde poder encontrar el significado de la vida. ¿Qué tan lejos se había apartado el rey Salomón de su juventud, cuando se arrodilló humildemente delante del Señor y oró: “Concede, pues, a tu siervo un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo y discernir entre lo bueno y lo malo, pues ¿quién podrá gobernar a este pueblo tuyo tan grande?” (1 Reyes 3:9). Por la manera como Salomón se describe en Eclesiastés, él había llegado a ser un hombre que trataba de arreglárselas sin Dios.
Muchas personas nunca van más allá de “agasajarse con vino y abrazar la necedad”. Beber y reír parecen ser el todo y el fin de todo para muchos. Aunque se comprometan a refrenarse, el placer se puede convertir en una adicción, en un dios que controla la vida.
El Señor Jesús pudo haber basado una de sus parábolas en estos versículos de Eclesiastés. La parábola describe a un hombre que se dijo a él mismo: “muchos bienes tienes guardados para muchos años; descansa, come, bebe y regocíjate” (Lucas 12:19). El veredicto de Dios para este hombre fue severo: “Necio”. Ese es el juicio del Creador para los que no viven para otra cosa que: comer, beber, y divertirse.
La búsqueda del placer por el rey Salomón no terminó con vino y risa. Él continúa relatando la manera como esa búsqueda incluyó las alegrías, de los logros y de la adquisición de bienes.

Eclesiastés 2:4–9

Ahora el rey pasa de la complacencia personal a los logros personales: describe en los versículos 4–6 lo que construyó para él. El templo, que fue el más grande logro arquitectónico de Salomón, es notable por su ausencia en esta lista. Sin embargo, es obvio que el templo no encajaría aquí, porque construido para la gloria del Dios eterno, el propósito del templo supera grandemente los proyectos de Salomón para su propio servicio, descritos aquí con la constante repetición de referencias a la primera persona singular.
Salomón comienza diciéndonos que no sólo construyó, sino que también llevó a cabo sus proyectos de una manera grandiosa: “Acometí grandes obras”. Después procede a enumerar sus logros: “me edifiqué casas”. En 1 Reyes 7 encontramos una descripción de los palacios de Salomón.

Edificó Salomón su propia casa en trece años [en comparación con los siete que tomó para el templo], y la terminó del todo…
Hizo asimismo el vestíbulo del trono en que había de juzgar, el pórtico del juicio, y lo cubrió de cedro desde el piso hasta el techo. La casa donde él vivía, en otro atrio dentro del pórtico, era de una obra de estilo semejante a esta. Edificó también Salomón para la hija del faraón, a la que había hecho su mujer …(1 Reyes 7:1–12).

“Planté viñas para mí”. El Cantar de los Cantares dice que “Salomón tuvo una viña en Baalhamón, y la encomendó a unos guardas, y cada uno le llevaba por su fruto mil monedas de plata” (Cantar de los Cantares 8:11). Tal vez debido a que el rey tenía viñas, eso llegó a ser una moda por todo Israel: “Judá e Israel vivían seguros, cada uno debajo de su parra y debajo de su higuera, desde Dan hasta Beerseba, todos los días de Salomón” (1 Reyes 4:25).
“Me hice huertos y jardines…” La palabra para huertos, pardes, es posiblemente de origen persa u oriental, y de ella viene el término “paraíso”. En esta declaración vemos de nuevo el lujo del reino de Salomón, que trae a la mente la imagen de los “jardines colgantes” de Babilonia o los jardines de los reyes de Persia. Todavía es una fuente de orgullo y una señal de riqueza entre las personas ricas del medio oriente tener jardines con “toda clase de árboles frutales”.
“Me hice estanques de aguas…” Unos 500 años después de la época de Salomón, Nehemías mencionó el “estanque del Rey” en Jerusalén (Nehemías 2:14). Josefo, el historiador judío (37–95) lo llamó “el estanque de Salomón”. La función de los estanques de Salomón era proporcionar el agua para sus muchos árboles.
“Compré siervos y siervas…” El rey ya ha descrito su búsqueda de placeres mediante fiestas y proyectos, ahora introduce un tercer y final elemento, sus bienes. Aquí también parece que Salomón no se contuvo. Se nos dice que cuando la reina de Sabá visitó a Salomón, “se quedó asombrada” (1 Reyes 10:5), entre otras cosas, por “el porte y los vestidos de los que le servían”. Con todos sus siervos, la imagen es, otra vez, la de un potentado oriental de riqueza y poder fabulosos.
“Tuve muchas más vacas y ovejas que cuantos fueron antes de mí…” Es interesante que Salomón pase directamente de sus siervos a su ganado y sus ovejas. ¿Había considerado, en su condición pecaminosa, a sus esclavos como simple ganado? El rey Salomón poseyó más ganado que cualquier otro gobernante que le precediera en Jerusalén. ¡Eso puede explicar por qué, en la dedicación del templo, pudo sacrificar 22,000 bueyes y 120,000 ovejas! (1 Reyes 8:63)
“Acumulé también plata y oro…” El libro de Reyes tiene mucho que decir respecto a los inmensos tesoros de Salomón.

El peso del oro que Salomón tenía de renta cada año, era 666 talentos [alrededor de 25 toneladas]…
Todos los vasos de beber del rey Salomón eran de oro, y asimismo toda la vajilla de la casa del bosque del Líbano era de oro fino; nada de plata, porque en tiempo de Salomón no era apreciada…
Y todos le llevaban cada año sus presentes: alhajas de oro y de plata, vestidos, armas, especias aromáticas, caballos y mulos…
E hizo el rey que en Jerusalén la plata llegara a ser como las piedras… (1 Reyes 10).

“Me hice de cantores y cantoras,…gocé de los placeres de los hijos de los hombres…” Junto con todo lo demás, Salomón procuró disfrutar de la música y de las mujeres. La expresión que se traduce como “toda clase de instrumentos musicales” se traduce como “harén” en otras versiones de la Biblia; y la rara combinación de palabras muy probablemente se refiera a un harén y sus deleites. Esto también se ajusta al relato de 1 Reyes: “Tuvo setecientas mujeres reinas y trescientas concubinas” (1 Reyes 11:3).
En medio de todo ese esplendor y gloria, Salomón sostiene: “Conservé conmigo mi sabiduría”. Aunque se había apartado del Señor, el rey todavía podía mantener un sentido de equilibrio. En su estado de apostasía no hubiera estado inclinado a reconocerlo, pero fue solamente la gracia de Dios la que guardó a Salomón de tomar el camino que muchos otros gobernantes absolutos han tomado, el camino de la complacencia exagerada hasta la ruina final.

Eclesiastés 2:10–11

El versículo 10 resume la búsqueda del placer por Salomón: no se abstuvo de nada. No negué a mis ojos “ninguna cosa que desearan” literalmente significa “que mis ojos solicitaran”. Como un niño malcriado, Salomón obtuvo lo que quiso.
Él habla del gozarse en su trabajo; sin duda su gozo estaba en el logro así como en el trabajo mismo.* Por lo tanto vemos que Salomón sí encontró algún placer pasajero en la vida.
Sin embargo, señala en el siguiente versículo que ni aun toda esa riqueza y todo ese placer verdaderamente lo dejaron satisfecho. ¡El gran rey tuvo todo lo que un hombre pudiera desear, sin embargo no le pareció suficiente!
Nuevamente Salomón muestra que había caído de la fe: había llegado a decir que sus logros eran “las obras de mis manos” y “el trabajo que [yo] me tomé para hacerlas”. Posteriormente veremos que Salomón le atribuye las bendiciones terrenales a Dios, pero al volver a contar aquí sus experiencias, tiene el punto de vista del hombre natural, que ve sólo sus propios esfuerzos y deja de ver al Dios escondido, que le ha dado el éxito.
¿Y a qué conclusión llega Salomón? Repite el triste estribillo: “Todo es vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol”.
¡Con qué fuerza le habla esta sección de Eclesiastés a nuestra generación! Las comparaciones con la Roma en decadencia son frecuentes pero están algo fuera de lugar, nuestra sociedad todavía no está dada a borracheras y lascivia desenfrenadas. No, nuestra debilidad más bien es el placer “con sabiduría” y control. Comidas y bebidas finas, comer afuera, el teatro y el cine, el mundo de los deportes y de la recreación, los éxitos en los negocios, las ganancias financieras, todo eso se busca sin complacencia exagerada, no sea que uno pierda su ventaja competitiva.
Para concluir esta sección, sobre la búsqueda que hace Salomón de significado en el placer, citamos estos adecuados pensamientos del comentarista luterano Paul Kretzmann:

Salomón hizo lo que tantas personas han tratado de hacer desde su tiempo: en lugar de aceptar las declaraciones de la Palabra de Dios respecto a lo que es bueno y de beneficio para ellos, determinan probar por sí mismos lo que es bueno y por eso están obligados a aprender por medio de muchas experiencias amargas y dolorosas. Salomón, teniendo los medios, aprovechó toda oportunidad para experimentar.1

La sabiduría y la necedad son vanidad (2:12–16)

Eclesiastés 2:12–16

Ahora Salomón regresa a un tema que ya había tratado, la sabiduría. Primero se esfuerza por demostrar la ventaja de la sabiduría sobre la necedad; después discute el final común de los sabios y de los necios.
Nos podemos preguntar ¿por qué regresó al tema de la sabiduría, si ya lo había tratado (1:12–18)? Sin embargo, la sabiduría es la constante en las búsquedas y en las pruebas de Salomón. Por ejemplo, hemos visto que su complacencia con el vino era moderada por la sabiduría. Como la sabiduría es la base de todas las pruebas de la vida de Salomón, no es sorprendente que regrese con frecuencia a ese tema.
Salomón, en el versículo 12, relaciona la estimación que tiene por la sabiduría con su posición como rey. Apenas ha terminado de describir sus grandes logros, y ahora pregunta: “¿Qué podrá hacer el hombre que suceda al rey?” En otras palabras: “Si yo no pude encontrar satisfacción en los enormes proyectos que terminé, ¿qué razón hay para suponer que la siguiente generación de alguna manera encuentre las respuestas?” Han pasado casi tres mil años desde la época de Salomón, y a pesar de todas las generaciones que han venido y se han ido, la humanidad no está más cerca de encontrar el significado de la vida.
Note el paralelismo que se encuentra en estos versículos en donde Salomón compara al sabio con el necio. ¡La diferencia es parecida a la que hay entre la luz y las tinieblas! Salomón describe una imagen del hombre sabio que camina por todos lados con los ojos bien abiertos, mientras que el necio tropieza en la oscuridad. Al observar la vida de los demás, parece que unos llevan una vida desorganizada y van de un lado a otro sin dirección. Sin embargo, la ventaja del hombre sabio que lleva una vida ordenada y planeada, no tiene tanta importancia. Previamente Salomón trató las enormes limitaciones que, debajo del sol, tiene la sabiduría, y también señaló la tristeza que trae. Ahora habla sobre el gran igualador entre el hombre sabio y el hombre necio: la muerte.
Cuando dice “como sucederá al necio, me sucederá a mí”, no quiere decir pura casualidad o suerte ciega, pues la Biblia en ninguna parte enseña eso.*
La pregunta del rey, ¿Para qué, pues, me he esforzado hasta ahora por hacerme más sabio?, es retórica. La respuesta es obvia, ¡Para nada! “Eso también es vanidad”.
En el versículo 16, Salomón habla de ser olvidado, tema que presentó en el Prólogo (1:11). La muerte es amarga y el olvido por el que todos debemos pasar la hace aún más amarga. Al pasar el tiempo nadie se interesará por los que murieron años antes, muy pocos los recordarán.
Por supuesto, Salomón todavía está hablando de las cosas debajo del sol. El creyente sabe que existe el Dios misericordioso que nunca olvida a los suyos: “En memoria eterna será el justo” (Salmo 112:6).
Después de desarrollar con mucha habilidad el tema, Salomón termina esta sección con esta “nota final”: “y lo mismo morirá el sabio como el necio”. Todo el orgullo humano fundado en la sabiduría se destruye con esta afirmación. Tanto los sabios como los necios terminan igual, dos metros bajo tierra.

El trabajo es vanidad (2:17–26)

Eclesiastés 2:17–23

Las palabras del rey Salomón “Por tanto, aborrecí la vida” nos recuerdan la afirmación de Cristo: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para vida eterna” (Juan 12:25). Salomón se describe como una persona: mundana, aburrida, y amargada. Cristo habla del hombre de fe que vence este mundo agonizante y pecador, aferrándose a aquel que es eterno. Sin embargo los dos no están tan lejos el uno del otro como puede parecer inicialmente: la persona cuyo corazón está lleno de desesperación y odio por su vida terrenal, a menudo está lista para las buenas noticias y el amor victorioso de Cristo.
A través de todo el capítulo 2 de Eclesiastés aparecen pasajes que nos recuerdan la parábola de Jesús sobre el rico insensato, que había atesorado cosas “para sí mismo” pero no era “rico para con Dios” (Lucas 12:13–21). El versículo 18 tiene el mismo tono que las palabras que le dijo Dios al rico insensato: “Y lo que has provisto, ¿para quién será?” La preocupación de Salomón por la persona que vendrá después de él no es simplemente una declaración generalizada de verdad, la aplica a su propia vida. Tal vez cuando escribió eso tenía serias dudas respecto de su hijo Roboam, y sucedió que Roboam sí llevó a la ruina muchos de los logros espectaculares de Salomón (1 Reyes 12).
El rey Salomón utiliza nueve veces en esta corta sección los términos “vanidad” y “debajo del sol”. El rey hace énfasis de nuevo en que sin Dios todos los esfuerzos humanos son vanidad.
Y eso sólo puede llevar a la desesperación. Los logros de Salomón le dieron algo de felicidad (2:10), pero cuando reflexionó sobre ellos, se perturbó y se desanimó.
Como si estuviera obsesionado con ese pensamiento, el Predicador repite el hecho de que la riqueza de un hombre industrioso muchas veces cae en las manos de un inútil. ¿Qué es lo que hace de esto un “gran mal”? Esta es una de esas cosas que hacen la vida tan injusta, una persona no sólo lucha durante toda la vida, sino que baja a la tumba sin ninguna garantía de que lo que deja detrás, será apreciado o utilizado sabiamente. La pregunta que hace Salomón, “¿qué obtiene el hombre de todo su trabajo, y de la fatiga de su corazón?”, concuerda exactamente con estos pensamientos.
Para completar el cuadro, Salomón describe los cotidianos esfuerzos del trabajador durante el día y su desasosiego en la noche. Lo que describe en el versículo 23 no es una exageración, ni una visión excesivamente pesimista del trabajo, sino la vida como verdaderamente se vive. Aunque escrito hace siglos por un rey judío, pudiera haber sido escrito ayer por un hombre de negocios del siglo 21.

Eclesiastés 2:24–26

Después de examinar: la sabiduría, la necedad, el placer, los logros, y todo lo que está debajo del sol, Salomón encontró todo deficiente. Pero la vida continúa, y nos inquieta la pregunta: “Entonces ¿cómo debemos vivir?” La respuesta a esta pregunta ocupa el resto de Eclesiastés. Sin embargo, Salomón no lo dice todo de una vez, sino que comienza gradualmente, señalando el control de Dios. De esta manera el pasaje que tenemos frente a nosotros nos presenta uno de los cambios en la corriente de pensamiento de Eclesiastés.
Salomón dice que, en esta vida, lo mejor que una persona puede hacer es “comer y beber, y gozar del fruto de su trabajo”.
Pero ¿cómo puede uno seguir el consejo del Predicador y “gozar del fruto de su trabajo”, cuando Salomón ha demostrado tan convincentemente que el trabajo es vanidad y esfuerzo inútil? El rey contesta inmediatamente que eso es posible solamente “de la mano de Dios”. La mano de Dios simboliza su poder, y ese poder es sin límite. Como dijo Jesús: “Para Dios todo es posible” (Mateo 19:26).
Aquí la fe entra en la imagen, porque sólo la fe en Cristo puede penetrar en la nube oscura de vanidad del mundo caído para ver el amor y la misericordia resplandecientes del Dios todopoderoso. La persona que “agrada” a Dios no es ninguna otra sino el creyente, como la Escritura dice: “Sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6).
Salomón pone a quien le es grato a Dios en contraste con el “pecador”. Aunque todos son pecadores, aquí el término se aplica solamente al incrédulo, al pecador impenitente. Este pecador no posee nada, mientras que el creyente recibe todas las cosas buenas.
A primera vista esta afirmación de Salomón no parece concordar con la realidad, ya que muchas veces los impíos son muy ricos. Con su habilidad característica para ver el corazón del asunto, Martín Lutero resuelve rápidamente el aparente problema: “En resumen, los piadosos verdaderamente poseen todo el mundo, porque lo disfrutan con felicidad y tranquilidad. Pero los impíos no lo poseen aun cuando lo tienen. Esta es la vanidad que posee el impío”2
Por lo tanto hay tiempo y lugar para el trabajo y su alegría; ciertamente hay tiempo para todo.

Un tiempo para todo (3:1–22)

Eclesiastés 3:1–8

Estos versículos forman parte de una de las porciones más famosas del libro de Eclesiastés. Salomón, en cortas líneas poéticas, retoma la verdad que establece en el primer versículo: “Todo tiene su tiempo”.
Los versículos 2–8 consisten en catorce pares de palabras opuestas (“nacer…morir”, etc.). El uso del número siete o de sus múltiplos es común en el Antiguo Testamento, como lo encontramos en otras partes en Eclesiastés y en el Cantar de los Cantares. Siete significa plenitud, aquí Salomón lo utiliza para incluir todas las actividades humanas.
Cada par de palabras parece reflejar el pensamiento del par cercano dentro del mismo versículo. Por ejemplo, en el versículo 4 “llorar…reír” está en paralelo con “endechar…bailar.” O en el versículo 8: “amar…aborrecer” está en paralelo con “guerra…paz”.
Aunque aquí la mayoría de los pensamientos de Salomón se explican por ellos mismos, caben unos pocos comentarios.
Algunos ven las referencias a: arrancar, curar, y edificar, en los versículos 2 y 3, como alusiones al trato de Dios con su pueblo escogido. Por ejemplo, el Salmo 80:8–9 establece “Hiciste venir una vid de Egipto; echaste las naciones, y la plantaste. Limpiaste el suelo delante de ella, e hiciste arraigar sus raíces, y llenó la tierra”. Tal vez construyendo con las palabras de Salomón, el profeta Jeremías utiliza un lenguaje similar con referencia al pueblo de Dios: “Los edificaré, y no los destruiré; los plantaré y no los arrancaré” (Jeremías 24:6). Pero aun si Salomón está pensando en la historia específica de Israel, también está hablando de experiencias humanas generales, esa es su tendencia en todo el Eclesiastés.
A ciertos comentaristas les parece que el versículo 5 pudiera tener un significado sexual. Los judíos eruditos tomaron el término “esparcir piedras” como si se refiriera a relaciones sexuales y “juntar” como refiriéndose a abstinencia. En vista del paralelismo en la segunda parte del versículo, “tiempo de abrazar…abstenerse de abrazar”, esa sugerencia no carece de mérito.
Hay otra manera de entender esto: cuando Jesús habló de la destrucción del templo, describió el derrumbamiento de piedras: “No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada” (Marcos 13:2). Si entendemos de esta manera el versículo que tenemos delante, Salomón está describiendo el tiempo para edificar (prosperidad) versus el tiempo para la destrucción. La segunda mitad del versículo concordará de manera indirecta: el tiempo para abrazar es el tiempo de prosperidad y el tiempo para abstenerse de abrazar es el tiempo de la necesidad.
Otra palabra de esta sección, “rasgar” que aparece en el versículo 7, nos recuerda la costumbre hebrea de rasgar las vestiduras en momentos de ira o de tristeza. Por ejemplo, en el juicio de Jesús, “el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras” por la ira que le dio (Mateo 26:65). En contraste a rasgar está “coser”.
Hasta el odio y la guerra, tienen su tiempo junto con el amor y la paz. Los cristianos van a odiar la vaciedad de este mundo; también van a aborrecer el mal (Proverbios 8:13). Estamos constantemente en guerra con “los dominadores de este mundo de tinieblas, contra huestes espirituales de maldad” (Efesios 6:12); y si somos llamados debemos servir a nuestro país en tiempo de guerra. Además, Dios mismo manifiesta el odio (Salmo 5:5) y el amor (Juan 3:16) hacia este mundo pecador.
En todo caso, no tenemos que insistir en cierta imagen específica en estos versículos, el rey Salomón habla de un tiempo para todo. Los ejemplos que da son suficientemente amplios como para incluir exactamente todo.
La pregunta principal que se hace en esta sección de Eclesiastés no está relacionada con detalles específicos, más bien tiene que ver con la idea central de todo el pasaje. ¿Qué nos trata de enseñar Salomón cuando dice que hay tiempo para todo? Los comentaristas han dado varias respuestas.
Algunos afirman que Salomón enseña aquí que “es sabio hacer lo correcto en el momento correcto”.3 La idea es saber cuándo hacer cada cosa; con la elección del momento oportuno una persona obtendrá lo máximo de sus oportunidades y tendrá una vida exitosa. Aunque esta interpretación puede ser muy atractiva (especialmente en nuestra época humanista), simplemente no concuerda con el texto. El momento en el que nacemos está más allá de nuestro control; de la misma manera no están en nuestras manos los acontecimientos que le traen alegría o pesar a nuestra vida.
Otros concluyen, con base en estos versículos, que “todos los acontecimientos de la vida son parte de un esquema fijo; le suceden al ser humano sea que quiera o no; por lo tanto el esfuerzo humano es infructuoso”.4 Pero Salomón no intenta sofocar el esfuerzo humano, los últimos capítulos de Eclesiastés están llenos de consejos sobre cómo vivir.
La mejor explicación es que aquí el Predicador señala el control de Dios. Salomón muestra que todo está en las manos de Dios. Un comentarista nos dice que Dios es “el Gobernador de este mundo y el Predecesor de la historia, que hace que aún lo malo ayude a su plan”.5 En lugar de abandonar el esfuerzo humano, esta verdad nos anima a seguir la voluntad de Dios como se revela en las Escrituras. Como hijos de Dios hacemos lo que podemos, y dejamos el resultado en sus manos poderosas.

Eclesiastés 3:9–15

Dios controla todo con su sabiduría y su poder infinitos, dispone todo dentro de su plan eterno, y así todo es “hermoso en su tiempo”. El apóstol Pablo escribió: “Y sabemos que todas las cosas cooperan para bien de los que aman a Dios, de los que son llamados conforme a su propósito” (Romanos 8:28). Ver de igual forma las adversidades y las alegrías de la vida, como parte de este gran esquema, es ver la vida como un bello mosaico salido de las manos del Artista maestro.
Con esto en mente, Salomón regresa a la pregunta: “¿Qué provecho obtiene el que trabaja, de aquello en que se afana?” ¿Por qué preocuparse por hacer algo si Dios de todas maneras va a hacer lo que le place? El rey ofrece varias respuestas.
La primera se encuentra en la magnífica declaración “Ha puesto eternidad en el corazón del hombre”. Dios ha puesto profundamente dentro de nosotros el anhelo por aquello que permanece para siempre, un anhelo que las experiencias fugaces de la vida son incapaces de satisfacer. Junto con este anhelo, está dentro de nosotros la conciencia de que esta vida no es el final. A pesar de la aparente inutilidad del esfuerzo humano, el hombre siente que lo que hace tiene repercusiones eternas. Sin embargo, sin el evangelio de Cristo el hombre no tiene manera de saber cómo llegar a Dios y a la vida eterna, y el anhelo por la eternidad viene a ser sólo otra irritación y frustración debajo del sol.
Es interesante notar que la palabra para eternidad en hebreo significa básicamente “el tiempo escondido”. Aunque tenemos un sentido natural de lo que es la eternidad, nos hace falta la capacidad adecuada para poder ver a los distantes pasado y futuro, que se esconden de nosotros. Felizmente, Dios nos ha dado un poco de información en la Biblia; en ella nos explica algo respecto: al comienzo y a la creación (Génesis 1), y sobre el fin, juicio, el cielo y el infierno (el libro de Apocalipsis y muchas otras partes de la Escritura). También nos indica el camino al cielo: por medio de Jesucristo que es “el camino” (Juan 14:6).
Además de un sentido incorporado de eternidad que le da significado a nuestro trabajo, Salomón señala otra razón para trabajar: da satisfacción. En esta vida “no hay para el hombre cosa mejor” que trabajar y “hacer el bien” y disfrutar de cualquier fruto que pueda resultar de su esfuerzo.* Como todo lo demás que es bueno en la vida, esta capacidad para encontrar alguna satisfacción en nuestro trabajo es “don de Dios”.
Todo buen don viene de Dios. ¡Qué Dios tan magnífico! Todo lo que hace “será perpetuo”. Nadie puede quitar lo que Dios decide dar porque, si él nos da el más grande don de todos, su amor y perdón en Cristo, entonces “¿quién nos separará del amor de Cristo?” (Romanos 8:35) Desde luego que la respuesta es: nadie podrá.
Es necio tratar de agregar a los grandes planes de Dios. Por ejemplo, no hay nada que algún hombre pueda agregar al plan de salvación de Dios. Las buenas obras no agregan nada a lo que Cristo obtuvo para la humanidad. “Es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8–9).
También es necio e inicuo agregarle o quitarle a la Palabra de Dios: “Si alguno añade a estas cosas [las palabras de Dios], Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quita…Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad [el cielo]” (Apocalipsis 22:18–19).
En lugar de tratar de agregar o de quitar a lo que Dios dice y hace, nosotros solamente debemos adorarlo y temerle.
El amor de Dios permanece “para siempre” (Salmo 136), su Palabra “permanece para siempre” (Isaías 40:8), “Jesucristo es el mismo, ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). Por lo tanto “aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya”. El plan de salvación de Dios fue desarrollado antes de la creación del mundo.
El último renglón de esta sección se puede entender en cualquiera de las siguientes maneras: “Dios restaura lo pasado”* o “Dios juzgará el pasado”. La primera posibilidad se ajusta a todo lo que Salomón ha dicho hasta este punto en el capítulo; en el momento apropiado Dios traerá lo que es necesario para mantener sus designios. La otra manera de entender el versículo se ajusta a lo que va a seguir. Ahí el rey habla del juicio de Dios, un tiempo para llamar a cuentas al pasado.

Eclesiastés 3:16–17

Muchas veces parece que el trabajo bueno y honesto no es provechoso debajo del sol, muchas veces lo opuesto parece ser lo conveniente. El pecado tiene tal dominio sobre la humanidad, y el mundo está tan lleno de la iniquidad, que deja que los hacedores de maldad se salgan con la suya. Aun donde esperaríamos encontrar justicia, no la hay. En los días de Salomón, como en los nuestros, los tribunales no eran todo lo que debieron ser. Cuando uno observa eso es fácil que se convierta en un cínico, como dijo el famoso abogado Clarence Darrow que comentó: “No hay cosa tal como la justicia, dentro o fuera del tribunal”. Aun en ocasiones uno puede tener la idea de que el crimen sí es provechoso.
¿O no? El Predicador inmediatamente dice que vendrá un tiempo de ajuste de cuentas. “Al justo y al malvado juzgará Dios”. Entonces “todo lo que se hace” saldrá a la luz.
Junto con el sentido de eternidad, Dios ha puesto en las personas la conciencia y el sentido del bien y del mal (Romanos 2:14–15); la naturaleza también da testimonio de que hay un Dios (Salmo 19:1). La conciencia natural que tiene el hombre de su necesidad de dar cuenta delante de Dios ayuda a explicar por qué el mundo no está completamente arrollado por la iniquidad. Pero ni las actividades más justas del hombre son suficientes para ganar la salvación, eso debe venir como don Dios.

Eclesiastés 3:18–22

Anteriormente Salomón comparó al hombre sabio con el hombre necio. ¡Ahora compara a todas las personas con los animales! Al hacer eso, de nuevo hace entender su punto: “Todo es vanidad.” Bajo la maldición del pecado tanto el hombre como la bestia deben volver al polvo. En este sentido, a pesar de todos sus logros “no es más el hombre que la bestia”.
¿Por qué “prueba” Dios al hombre así? Es como si Dios restregara la mugre en la cara común de la humanidad y dijera “así son ustedes”. Dios creó al hombre para que señoreara sobre todos los animales (Génesis 1:26); ahora comparten el mismo fin en este mundo: la muerte. Esta es otra prédica fuerte del juicio de Dios sobre el mundo.
Una nota de pie de página en la Nueva Versión Internacional indica que el versículo 21 se puede traducir de otra manera: “¿Quién conoce el espíritu del hombre, que se remota a las alturas, o el de los animales, que desciende a las profundidades de la tierra?” Esa traducción es bastante diferente de esta otra: “¿Quién sabe a dónde va el espíritu del hombre?” Sin embargo, estas dos traducciones aceptables señalan la misma verdad: un hombre por sí mismo es incapaz de conocer algo espiritual, no puede conocer algo sobre su vida espiritual. Tampoco puede saber algo sobre la vida del espíritu después de la muerte porque es tan ignorante sobre estos asuntos como los animales.
Si dependiera del hombre, probablemente concluiría que no es nada más que un animal altamente desarrollado. Sólo podemos aprender la verdad mediante la revelación dada por Dios.
Posteriormente Salomón hablará sobre lo que le espera al espíritu del hombre (12:7), por ahora, el Predicador simplemente nos insta a disfrutar de nuestro trabajo. Acepte la parte que Dios le ha dado en la vida, y en cuanto al futuro déjelo en las manos de Dios.

Opresión, trabajo, vida solitaria (4:1–12)

Eclesiastés 4:1–3

El rey Salomón nos invita otra vez a examinar, junto con él, la miseria del mundo. Ya ha hablado sobre el mundo en general y sobre su propio desagrado, ahora se centra en los problemas de otros, comienza con los oprimidos. El comentarista Ernest Hengstenberg explica el propósito del constante énfasis que hace el Predicador en la miseria humana: “Al hacernos repugnar completamente al mundo, y hacernos conscientes de su absoluta vanidad, Dios quiere atraernos a él… Mediante mucha tribulación debe soltarse nuestro aferramiento a las cosas terrenales y entrar en el reino de Dios”.6
Algunos arguyen que Salomón no pudo haber sido el autor de esta sección de Eclesiastés, porque su reino fue de paz, libre de la clase de opresión que se describe aquí. Sin embargo, Salomón no quiso ignorar lo que sucede en el mundo, ya que simplemente observa la condición normal de las cosas.
Job también observó esa opresión injusta y se preguntó en voz alta ¿por qué parece que Dios no hace nada respecto a ella?: “En la ciudad gimen los moribundos, y claman las almas de los heridos de muerte, pero Dios no atiende su oración” (Job 24:12). Desde luego, Dios guarda la cuenta de los malhechores, aunque desde nuestra perspectiva no podemos ver el resultado de su justicia.
Tampoco nos tenemos que esforzar mucho para ver la opresión en nuestros días. La tiranía abunda en todo el mundo, y nuestra propia tierra tiene parte en la injusticia y en la falta de interés por los necesitados: los ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres.
El rey Salomón, al observar toda esta vileza, decidió que ¡sería mejor estar muerto, o en primer lugar no haber nacido jamás! Pero así es la vida “debajo del sol”. Si todo lo que tuviéramos fuera la miseria de este mundo, bien pudiéramos concluir con el filósofo francés Voltaire (1694–1778): “Deseo que nunca hubiera nacido”; o, como comentó el estadista británico Benjamín Disraeli (1804–1881): “La juventud es una confusión; la madurez, una lucha; la ancianidad, una pena”. Las religiones orientales como el hinduismo y el budismo han llegado a una conclusión similar, el máximo bien es lograr el nirvana, un estado de nada. Estos comentarios son de personas de todas las épocas y de todo el mundo.
Los cristianos también desean escapar de esta vida. Junto con el apóstol Pablo exclamamos: “teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses 1:23). Y también tenemos un propósito para permanecer aquí: “Sé que quedaré y permaneceré con todos vosotros, para vuestro provecho y gozo de la fe” (Filipenses 1:25). A diferencia del incrédulo, tenemos un maravilloso lugar a donde ir cuando salgamos de este valle de lágrimas y tenemos algo valioso para compartir mientras vivimos sobre la tierra, el amor de Cristo.

Eclesiastés 4:4–6

El Predicador regresa del tema de la opresión al del trabajo. Presenta dos actitudes erróneas hacia el trabajo, ambas comunes.
La primera la conocemos como “ambicionar el lujo de los demás”. Piense en esto: ¿qué motiva a las personas a tener éxito? Todos quieren demostrar que llevan una vida fructífera. ¿Cuántas historias no hay de pobres que se convierten en ricos como resultado de los sueños que tuvieron de vivir algún día en uno de los mejores lugares de la ciudad? Algunos han comentado que la gente trabaja más duro por los lujos que por las necesidades básicas de la vida. Muchos hombres de negocios que buscan el éxito trabajan más horas que la persona que apenas se sostiene. También en el trabajo de la iglesia, la envidia puede ser el motivo escondido cuando hay mucha actividad: hay personas que quieren sobresalir de los demás en todos los aspectos de la vida.
Cuando el Predicador dice que “toda obra bien hecha despierta la envidia del hombre contra su prójimo”, habla de la clase de trabajo que no puede satisfacer. Se refiere a los incesantes actividad y esfuerzo, que al final son vanidad.* En una palabra, Salomón describe el trabajo que se hace sin Dios.
Muchas veces una persona exitosa es despectiva con los que no logran mucho. Parece que el versículo 5 es un proverbio que Salomón pone en boca del que trabaja duro: “El necio se cruza de brazos y se come en sí mismo”. Cierto, si una persona se sienta con las manos cruzadas sobre el estómago y nunca las utiliza constructivamente, se va a arruinar.
El versículo 6 parece ser la respuesta “del necio”. “Por lo menos he logrado alguna tranquilidad. Mire todos sus esfuerzos para alcanzar el éxito. ¿Para qué? Su esfuerzo es inútil”.
Entonces, por una parte, Salomón señala a la persona que es motivada por la envidia y no descansa en sus intentos de tener éxito en el mundo; por otro lado, señala a la persona perezosa que no tiene preocupaciones y deja que la vida transcurra sin siquiera utilizar las capacidades que Dios le dio. Dos ejemplos más de la vida debajo del sol.

Eclesiastés 4:7–12

El Predicador continúa enumerando los problemas de la vida, de los temas de la opresión y el trabajo, nos lleva a la soledad. Así como el del trabajo enraizado en la envidia, este tópico tiene mucho que ver con la vida contemporánea. Cada día es mayor el número de personas que deciden permanecer solteras: más de la mitad de la población adulta de los Estados Unidos son personas solteras. Escuchamos hablar mucho sobre la alienación y la soledad, dentro de los casados tanto como dentro de los solteros. No es que no haya suficiente gente en derredor, pero la amistad real y perdurable es difícil de conseguir en nuestra época en la que nos movemos con facilidad, existen mucha competencia y materialismo.
No es difícil encontrar ejemplos de la vida moderna que concuerden con la descripción que hace Salomón del hombre rico y solitario. A veces los individuos muy ricos y famosos pasan sus últimos sus años viviendo casi como ermitaños, como Howard Hughes y Elvis Presley.
En el versículo 8 las palabras “se pregunta” no están en el texto original en hebreo, los traductores las han agregado para clarificar que el hombre rico se habla a sí mismo. Podemos ver mediante esta pequeña luz la manera tan completa cómo Salomón se pone en la situación del otro hombre. El Predicador, de manera completamente simple y natural, se mete en las palabras y en los pensamientos del otro. Es lo mismo que hizo antes en este capítulo con el breve diálogo entre el hombre que trabaja duro y “el necio”.
En los versículos 9–12, Salomón enumera cuatro ventajas del compañerismo comparado con la falta de amigos: la cooperación, “reciben mejor paga de su trabajo”, ayuda en tiempo de necesidad: “Si caen, el uno levantará a su compañero” el calor: “Si dos duermen juntos, se calientan mutuamente” (podemos ampliar este calor para incluir el apoyo emocional y el ánimo), y defensa: “los dos lo resisten”.
Y el rey va a decir ¡Más aún, tres son mejor que dos! En muchas áreas de la vida la fortaleza está en los números. El cristiano que piensa que puede seguir adelante sin una iglesia (“puedo leer la Biblia en casa”) debe tener esto en mente. Necesitamos la cooperación, la ayuda, el calor, y la defensa, de los que comparten el tesoro común de la fe.

El mejoramiento es vanidad (4:13–16)

Eclesiastés 4:13–16

Debió ser difícil para el rey Salomón hablar sobre un “rey viejo y necio”, su triste ejemplo no podía estar lejos de sus pensamientos o de los de sus piadosos contemporáneos. Entre los antiguos era común igualar a la edad con la sabiduría: entre más años de vida, más sabiduría. Entonces, que un anciano fuera necio era una vergüenza.
Salomón pasa a contar sobre un joven sabio que “aunque haya salido de la cárcel…quien llegó a reinar, aunque en su reino naciera pobre…” Como los antecedentes del joven no son específicos, podemos concluir que Salomón no habla de una persona en particular, cuenta una historia que se repite muchas veces con pequeñas variaciones en los detalles. Sin duda Salomón “vio” cómo sucedió eso durante los muchos reinados de su época.
El joven surge de orígenes humildes, vence obstáculos, llega a ser rey en reemplazo del necio anciano gobernador y disfruta de una inmensa popularidad. “Todos los que viven debajo del sol caminando con el muchacho sucesor…La muchedumbre que lo seguía no tenía fin”.
Una vez que el joven sabio se establece en el poder, parte de su gloria se comienza a empañar, como cualquier otro mortal comete errores. Tal vez acabe como un “rey viejo y necio que no admite consejos”. Y “los que vengan después”, tanto personas como gobernantes, “tampoco estarán contentos” con él.
Entonces se completa el ciclo, esperar solamente que otro joven se levante de la oscuridad y tome posesión del trono.
La historia está llena de personas que se ajustan a ese patrón general. La Biblia relata la manera como José pasó de la prisión a la segunda posición más alta en Egipto (Génesis 41). A pesar de haber llegado al poder, José conservó su sabiduría y su fe. La mayoría de las historias no terminan tan felizmente. Saúl, el primer rey de Israel, tuvo un origen humilde, pero después de que llegó al poder cayó de la fe y finalmente acabó con su vida (1 Samuel 31). David y Salomón comenzaron sus reinados bien, pero ambos cayeron en graves pecados mientras reinaban. David también tuvo que luchar contra la rebelión de su hijo Absalón, quien intentó tomar el trono (2 Samuel 15–18). El reinado del emperador romano Nerón comenzó con esperanza y alegría pero llegó a ser notorio por su depravación y crueldad. Muchos presidentes de nuestros días han conocido tanto las alturas de la popularidad como las profundidades de la burla pública.
Lo que sigue siendo cierto en el mundo de los gobernantes y de los políticos también se aplica a los campos de los negocios, los deportes, y el entretenimiento: muchas personas se levantan sólo para caer. Otros comienzan bien sólo para volverse corruptos e incompetentes. El héroe de hoy, en el futuro, se convierte fácilmente en el que fue.
“Esto es también vanidad y aflicción de espíritu”.

Permanecer en el temor de Dios (5:1–7)

Eclesiastés 5:1–3

Esta sección señala otro giro importante en la corriente de pensamiento del Predicador. Él ha dicho mucho sobre la vanidad de la vida debajo del sol sin Dios, también ha mostrado que Dios tiene el control, y que así nos demos cuenta o no, dependemos completamente de él (capítulo 3). Ahora el rey Salomón trae a Dios aún más dentro del tema. En este punto, también comienza a vincular más directamente al lector o al que escucha; en lugar de hablar del mundo o de él o de otros, utiliza el pronombre de la segunda persona singular: “tu”.
Salomón nos conduce “a la casa de Dios”. Tal vez usted ha notado que cuando Salomón habla de Dios evita utilizar el término común “el Señor”. En el libro de Eclesiastés nunca utiliza ese título sino que habla solamente de “Dios”. “Yahveh” o “el SEÑOR”, el nombre especial que Dios le reveló a Israel su nación del Antiguo Testamento, representa las cualidades divinas de gracia gratuita y constante (Éxodo 34:4–7). Las promesas del perdón y del Salvador que vendría estaban asociadas de una manera muy estrecha con el nombre “el SEÑOR”, que aparece más de 5,000 veces en el Antiguo Testamento. Posiblemente debido a que está les hablando en términos generales a todas las naciones, el rey Salomón utiliza la palabra más general para Dios. O como han sugerido otros, puede ser como un signo de “su desmerecimiento de los privilegios de un hijo del Pacto que evita el nombre del SEÑOR del Pacto”.7
En el tiempo de Salomón “la casa de Dios” era el magnífico templo que el rey construyó en Jerusalén, ese era el centro de adoración del pueblo de Dios. Las fiestas anuales hacían que Jerusalén se llenara de peregrinos que subían al templo. El gran altar del sacrificio que estaba frente al templo llenaba cada día el aire del humo de los interminables holocaustos.
Salomón les advierte a todos los que van a la casa de Dios: “guarda tu pie”, es decir: “Ten cuidado”. El rey Predicador agrega inmediatamente la razón para ese cuidado: “Acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios”. Estas palabras son similares a las que el profeta Samuel le dijo al rey Saúl: “¿Acaso se complace Jehová tanto en los holocaustos y sacrificios, como en la obediencia a las palabras de Jehová? Mejor es obedecer que sacrificar, prestar atención mejor es que la grasa de los carneros” (1 Samuel 15:22). Saúl no obedeció el mandato que le dio el Señor de destruir completamente a sus enemigos los amalecitas y todas sus posesiones, sino conservó algunas. Cuando Samuel lo confrontó por esto, Saúl protestó diciendo: “El pueblo tomó del botín ovejas y vacas, lo mejor del anatema, para ofrecer sacrificios a Jehová tu Dios en Gilgal” (1 Samuel 15:21). Saúl pensó que podía eludir el mandato de Dios ofreciéndole algunos sacrificios, pero el resultado fue trágico. Samuel dijo: “Por cuanto rechazaste la palabra de Jehová, también él te ha rechazado para que no seas rey” (1 Samuel 15:23).
Esta es una advertencia a las personas de hoy en día que piensan que pueden engañar a Dios de maneras parecidas, y piensan que pueden pasar por alto sus leyes estrictas sobre los pecados de: engañar, maldecir, la embriaguez, o el divorcio; y para aplacar a Dios se vuelven miembros activos de la iglesia y contribuyen generosamente con tiempo y dinero. Ese es “el sacrificio de los necios”.
De primera importancia es escuchar y tomar a pecho la Palabra que se lee y se proclama en la iglesia. Jesús dijo: “Antes bien, bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios, y la obedecen” (Lucas 11:28). Sin embargo, el necio piensa ciegamente que agrada a Dios con una conducta que tiene la apariencia de ser correcta. Para los hebreos, un necio no era una persona a quien le faltaba inteligencia, sino una persona que no tenía moral ni una correcta relación con Dios.
Salomón continúa diciendo que debemos estar ansiosos de escuchar la Palabra de Dios, y no debemos hablar apresuradamente. Santiago lo dice de esta manera: “Todo hombre sea pronto para oír; tardo para hablar” (Santiago 1:19). De la misma forma que tenemos una inclinación pecaminosa natural para tratar de sobornar a Dios, también tenemos la tendencia a hacer promesas precipitadas. Muchas veces en un momento de necesidad, la persona promete hacer toda suerte de cosas grandes si Dios la saca de su dificultad, y después, una vez que el problema ha pasado, olvida la promesa.
La tendencia a decir mucho es señal de necedad. Salomón dice que del necio vienen muchas palabras, así como los sueños acompañan a la mente confundida. Con este comentario simplemente hace una comparación: las palabras vacías fluyen de la boca de un necio así como los sueños revolotean en una mente desasosegada.
Jesús también nos dice que evitemos la palabrería cuando le hablemos a Dios. “Y al orar, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos, porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis” (Mateo 6:7–8). Nosotros, criaturas terrenales, debemos recordar que estamos tratando con nuestro todopoderoso Padre celestial. Podemos ser honestos con él, no podemos engañarlo con una gran cantidad de palabras vacías.

Eclesiastés 5:4–7

Hablando todavía de la relación con Dios, Salomón nos exhorta a cumplir nuestros votos a Dios. El primer voto que se registra en la Escritura lo hizo Jacob, que cuando se fue de la casa siendo joven prometió: “Si va Dios conmigo y me guarda en este viaje en que estoy…Jehová será mi Dios…y de todo lo que [Dios] me des, el diezmo apartaré para ti” (Génesis 28:20–22). Años más tarde Jacob regresó a Betel, el lugar donde hizo ese voto, construyó un altar allá y podemos asumir que con gratitud cumplió su promesa (Génesis 35:7). En otra ocasión, Ana prometió que si Dios le daba un hijo lo dedicaría “a Jehová todos los días de su vida” (1 Samuel 1:11). Efectivamente tuvo un hijo y lo dio para la obra de Dios después de ponerle por nombre Samuel, que significa “Dios oye”. Dios había escuchado su oración y la había bendecido con un hijo.
Los votos jugaron un papel importante en la vida de muchas personas del Antiguo Testamento. Incluso Dios estableció leyes específicas sobre los votos (Deuteronomio 23:21–23), y Salomón hace eco de ellas. Los votos no se debían tomar con indiferencia ni se debían rechazar encogiendo los hombros: “Ni delante del ángel digas que fue por ignorancia”. El “ángel” se puede referir al sacerdote. Como “mensajero” y “ángel” corresponden a la misma palabra en hebreo, la versión Reina-Valera revisión 1995 la traduce como ángel. Posiblemente se refiere al Ángel del Señor, o sea, a Cristo mismo. Sin tener en cuenta quién es el mensajero, Dios toma nota del voto.
¿Pero qué pasa si un voto es en realidad un error inadvertido? Por ejemplo, una persona puede hacer erróneamente voto de desquitarse de alguien que lo ha ofendido; ese voto tiene que ser descartado a la luz de la Palabra de Dios, que prohíbe un espíritu vengativo y nos enseña a amar a los enemigos. Salomón más bien habla de las promesas que hacemos y que le agradan a Dios.
Para la gente del Antiguo Testamento los votos eran opcionales, así como lo son hoy en día. No tenemos que hacer promesas, pero si las hacemos, las debemos tomar con seriedad. Los padrinos de bautismo prometen recordar al niño en sus oraciones; los jóvenes en su confirmación hacen voto de “permanecer fieles al Dios trino, hasta la muerte”; algunos cristianos se comprometen dar a Dios una cantidad definida de dinero, que representa una porción de sus ingresos; las personas que se casan hacen voto de permanecer fieles “hasta la muerte”.
Todos esos son votos delante de Dios, no son sólo palabras vacías que se olvidan como pasa con el sueño de la noche anterior. Debemos “temer a Dios”, el Señor Jesús advierte que Dios llamará a cuentas a las personas por sus palabras “ociosas” (Mateo 12:36–37). Tomemos esto muy en serio.

Las riquezas son vanidad (5:8–6:12)

Eclesiastés 5:8–12

Salomón acaba de hablar de cosas sublimes, como nuestra relación con el Dios de los cielos. Ahora baja a la tierra de nuevo y habla sobre un tema muy terrenal, y una vez más demuestra que las riquezas son vanidad.
David, el padre del rey Salomón, escribió en los Salmos: “De Jehová es la tierra y su plenitud” (Salmo 24:1). Por su amor, Dios da la tierra para las necesidades del hombre: “Él hace brotar el heno para las bestias, y la hierba para el servicio del hombre, para sacar el pan de la tierra” (Salmo 104:14). Pero en cambio de cultivar la tierra con acción de gracias y de compartir sus cosechas con amor, el pecador ha visto la tierra como un medio para sus fines egoístas. Un pobre trabaja la tierra, alguien le cobra impuestos, mientras que otro funcionario más importante se asegura de sacar su tajada de este último y así continúa como una reacción en cadena. “El provecho de la tierra es para todos si el rey mismo está al servicio del campo”.*
Detrás de esta voracidad hay un deseo insaciable de dinero: los que aman el dinero nunca tienen suficiente. Al anciano Rockefeller le preguntaron una vez: ¿“Cuánto dinero se requiere para satisfacer a una persona”? El billonario contestó bruscamente: “¡Siempre un poco más!”
Además de que no pueden dar satisfacción, las riquezas traen otros problemas. Entre más consigue uno, hay más oportunistas para consumir los bienes. Un hombre puede llegar a ser tan rico que tenga más riquezas que las que jamás podrá consumir; todo lo que puede hacer es “verlas como un espectáculo para sus ojos”. Con toda su riqueza, ese hombre no está en mejores condiciones que un pobre que también ve como un espectáculo las riquezas que no puede utilizar. Otra persona puede tener suficiente dinero para tener muchísimas comodidades, pero por una razón u otra nunca puede disfrutar de ellas.
En contraste con el codicioso, el Predicador describe al trabajador piadoso cuyo sueño es “dulce”. Aunque estropeado por la caída en pecado, el trabajo sigue siendo una bendición, y el Señor espera que todo su pueblo, capaz de trabajar, lo vea así: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (1 Tesalonicenses 3:10); si hay trabajo, hágalo.

Eclesiastés 5:13–17

El esfuerzo por alcanzar riquezas no sólo no trae satisfacción, sino que también una vez que una persona las tiene, le traen toda clase de nuevas preocupaciones. En su codicia, un hombre puede atesorar su riqueza y obsesionarse tanto con ella que se convierte en su esclavo, y no hay garantía de que no perderá esa riqueza por alguna calamidad. En la versión en inglés la expresión “mal empleadas” se tradujo como “desgracia” lo cual no debe dar la idea de que Salomón habla de mala suerte. Como se mencionó anteriormente, la Biblia excluye los conceptos de: destino, suerte, y azar, porque de detrás de cada suceso Dios siempre está obrando. Él tiene el control.
Aunque un hombre se vuelva rico y conserve su riqueza toda la vida, pronto llega el momento en que tiene que dejarla. Se dice que cuando Alejandro Magno estaba en su lecho de muerte ordenó que, al contrario de la costumbre normal, no le ocultaran las manos bajo el manto fúnebre, sino quiso que todos vieran sus manos vacías mientras lo llevaban a la tumba. Y así en la muerte el gran conquistador y rey de naciones estaba en las mismas condiciones que el mendigo más pobre.
Cuando Job perdió toda su riqueza, dijo: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, Jehová quitó; sea bendito el nombre de Jehová” (Job 1:21). Probablemente Salomón está pensando en las palabras de Job (algunos piensan que Salomón escribió el libro de Job, en cuyo caso tuvo que haber estado íntimamente familiarizado con sus palabras). Note que en los pasajes de Eclesiastés, Salomón no agrega las palabras con las que Job manifestó su confianza en el Señor. El hombre que vive debajo del sol sin Dios no tiene ese beneficio.
Probablemente San Pablo tuvo en mente tanto a Job como al libro de Eclesiastés cuando escribió:

Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento, porque nada hemos traído a este mundo y, sin duda, nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos ya satisfechos; pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición, porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe y fueron atormentados con muchos dolores (1 Timoteo 6:6–10).

Las palabras de Salomón respecto a comer en tinieblas pueden representar al hombre codicioso que trabaja hasta las altas horas de la noche sin tomar tiempo para comer. Pero es más probablemente que representen la tristeza que tan comúnmente acompaña a las riquezas. “Afán, dolor, y miseria” es lo que la gente obtiene si las riquezas son su obsesión, y al final no heredan ni el viento que sopla por su tumba.
La codicia ha conducido a la caída a muchos hombres y también fue una razón por la cual Dios destruyó a Sodoma. “Esta fue la maldad de Sodoma, tu hermana: soberbia, pan de sobra y abundancia de ocio tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del necesitado. Se llenaron de soberbia e hicieron abominación delante de mí, y cuando lo vi, las quité.” (Ezequiel 16:49–50). Dios deja claro que las concupiscencias pecaminosas de Sodoma no fueron solamente sexuales; incluyeron codicia y egoísmo. Ciertamente la advertencia que hace Salomón contra la codicia también se aplica a nuestra generación.

Eclesiastés 5:18–20

Aquí Salomón pinta una escena mucho más feliz que la de los versículos anteriores. Nos muestra una casa donde reinan la piedad y el contentamiento, en lugar de la codicia y el descontento. Retrata a un hijo de Dios, a un creyente.
Aunque el trabajo sigue siendo “fatiga” para esta persona, ella puede “gozar…de los frutos de todo el trabajo”. Dios le permite disfrutar de sus posesiones y gozar “de su trabajo”.* Este trabajador acepta su parte en la vida: sus talentos, oportunidades, y posesiones. Su trabajo no es un intento frenético para acumular riquezas, sino que trabaja porque esta es la parte que Dios le ha dado en la vida. En palabras de San Pablo, debemos hacer “todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31). Procuramos hacer el mejor uso posible de nuestra vida como una manera de darle gracias a Dios por el don de la vida y por sus muchas otras bendiciones.
Finalmente, el hombre piadoso “no se acuerda mucho de los días de su vida, pues Dios le llena de alegría el corazón”, es decir no está lleno de preocupaciones sino de alegría.** Jesús dice: “No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? … Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:25–34).
¿Dónde encuentra uno la alegría de corazón y el reino de Dios y su justicia? Solamente vienen al escuchar la Palabra de Dios, porque sólo la Biblia nos cuenta del amor de Dios en Cristo el Salvador, prometido en el Antiguo Testamento y cumplido en el Nuevo. Tener a Cristo es poseer la más alta sabiduría y el tesoro más invaluable. Entonces nuestra vida será verdaderamente feliz a pesar de las circunstancias.

¡Bendita casa cualquiera que sea
Donde Jesucristo es todo en todos!
¡Si él no habitare allá,
Qué oscuro y pobre y vacío sería!
(Traducción de The Lutheran Hymnal, 625:1)

Eclesiastés 6:1–6

A menos que Dios dé, el hombre no tiene nada. Al contrario del sueño americano, no existe hombre alguno que pueda hacerlo todo por su propio esfuerzo. No importa qué tan duro pueda trabajar una persona, es Dios quien le da al hombre “riquezas, bienes, y honra”. El esfuerzo o el trabajo de los humanos son simplemente el canal por medio del cual el Señor da “toda buena dádiva y todo don perfecto” (Santiago 1:17). Lutero lo describe de esta manera:

[Todas las actividades humanas] son las máscaras de nuestro Señor Dios; él decide estar escondido y hacer todo detrás de ellas. Si Gedeón no hubiera cooperado y hubiera tomado el campo contra Madián, los madianitas no hubieran sido derrotados. Sin embargo, Dios los hubiera podido herir sin Gedeón. Sin duda [Dios] puede crear niños sin hombres y mujeres, pero no tiene la intención de hacerlo así; en cambio, une al hombre y la mujer para hacer parecer como si el hombre y la mujer hicieran la procreación. Sin embargo él, escondido detrás de esta máscara, es quien lo hace. Se dice: Dios confiere toda buena cosa; sin embargo, usted debe “poner manos a la obra” y “tomar el toro por los cuernos”, es decir, usted debe trabajar y darle a Dios una razón y un pretexto.8

Salomón continúa en el capítulo 6 con este pensamiento y se extiende sobre él. No sólo debe Dios darnos lo que tenemos, sino que sólo él puede hacer que lo disfrutemos. El poseer algo no necesariamente significa gozar de ello. De hecho, muchas veces las dos acciones no van de la mano. Ambas tienen que venir de Dios.
Cuando la gente tiene posesiones sin disfrutarlas resulta otro “mal…debajo del cielo”. Los propios temores de una persona le pueden impedir el disfrute de sus posesiones. Las telenovelas populares frecuentemente describen esa clase de individuos: él es rico y poderoso, pero por su egoísmo y su codicia es presa de una tras otra situación frustrante. El televidente raramente, si es que ocurre alguna vez, lo ve disfrutando de sus vastas posesiones.
Salomón dice que en la vida real un “extraño” puede terminar disfrutando las riquezas de otro hombre. Tal vez el hombre rico no tiene hijos, o tal vez algún ladrón toma posesión del dinero ilícitamente. De cualquier manera que suceda, es Dios quien obra detrás de todo. Por una u otra razón Dios no deja que la persona disfrute: puede que no la deje disfrutar porque quiere que la persona pierda la esperanza en las riquezas y se vuelva a él, o puede que no la deje disfrutar como un juicio sobre una persona inicua.
Aunque este hombre tenga “cien hijos, y viva muchos años” su vida puede ser triste. Los cien hijos se pueden referir a los hijos inmediatos o incluir también los nietos; en cualquier caso, tiene una familia muy grande. En los tiempos antiguos las familias grandes se consideraban como bendiciones especiales de Dios, y Salomón menciona esto en uno de sus Salmos: “Herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre,…Como saetas en mano del valiente, así son los hijos tenidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos” (Salmo 127:3–4). Actualmente tener muchos hijos sigue siendo una bendición de Dios, aunque algunos no lo puedan ver de esa manera.
Parece que en el versículo 3 Salomón describe un hombre rico que hace a un lado su propio gozo y lo guarda para sus hijos, pero ellos son desagradecidos y ni siquiera honran a su padre con un funeral apropiado, un asunto que siempre se consideraba de importancia entre la comunidad judía. El hombre está frustrado en la vida y aun en la muerte.
“Digo que más vale un aborto”. Esta es una afirmación fuerte; además de los muchos niños que mueren en el parto, pensamos en los millones que han sido abortados en los diversos países (un millón y medio en los Estados Unidos por año cuando se escribió este comentario). A ellos les va mejor que a un hombre que lleva una vida miserable sin Dios y sin poder disfrutar de sus dones. Lutero observa que “por lo tanto el inicuo comienza su infierno en esta vida”.
El abortivo nunca disfruta la luz del día, y pasa de la oscuridad del vientre de su madre a la oscuridad de la tumba. Si al niño se le dio algún nombre, el nombre rápidamente pasa a la oscuridad, para ser recordado sólo por sus padres y por supuesto por el Señor. Por todo este pesar relacionado con su existencia, el abortivo disfruta de algo que el adulto miserable no tiene: descanso. El abortivo descansa: del disgusto, la fatiga, la frustración, la soledad, y la falta de amor.
Cuando Salomón habla del abortivo simplemente compara la vida “vana” de este con la del hombre que no puede disfrutar sus bendiciones. No podemos llegar a ninguna conclusión respecto a lo que Dios hace con todos los niños que no nacen, cuyas vidas han sido extinguidas. Aquí la Biblia no nos da una respuesta concluyente, debemos dejarlo en las manos de Dios.
El hombre que vivió la mayor cantidad de años fue Matusalén: alcanzó la edad de 969 años (Génesis 5:27). Pero aunque un hombre viviera más del doble de ese tiempo, “mil años dos veces”, tendría una vida de miseria, a menos que Dios le dé el don de disfrutarla.
Una de las expresiones sobre la que más se escribe y más se habla en nuestros días es la “calidad de vida”. De acuerdo con la perspectiva de la calidad de la vida, no vale la pena vivir ciertos tipos de vida, como en el caso de las personas: gravemente retardadas, incapacitadas, seniles, etc. Las personas que sufren varias incapacidades, supuestamente se pierden de tantas alegrías de la vida que para ellos sería mejor estar muertos que vivos. Este tipo de pensamiento juega una parte importante en las controversias de nuestra época respecto: al aborto, el infanticidio, y la eutanasia.
Salomón habla de algo muy diferente a la idea moderna de “calidad”. El rey Salomón no ve que la calidad de vida dependa de las capacidades de una persona o de la falta de ellas, la verdadera calidad de vida viene solamente con el contentamiento y la gratitud dados por Dios. Si se considera de esta manera, muchas veces a las personas más ricas y con más dones les falta la verdadera calidad de vida, mientras que el hijo de Dios minusválido lleva la vida de máxima calidad, en términos de: felicidad, contentamiento, y esperanza.
El Predicador termina estos versículos con la pregunta: “¿No van todos al mismo lugar?” Presenta de nuevo a la muerte; sea que su vida haya sido feliz o miserable, aun así usted tiene que morir.

Eclesiastés 6:7–9

Ahora, Salomón recita rápidamente una serie de proverbios; cada uno se relaciona de una manera diferente con la vanidad mundana de la riqueza y las ocupaciones; en conjunto contienen todo lo que Salomón ha dicho sobre la vida debajo del sol.
“Todo el trabajo del hombre es para su boca”, todo lo que un hombre hace es para su propia preservación. Debemos recordar que Salomón está describiendo la vida debajo del sol; cada uno cuida de sí mismo. El término “boca” se puede referir a todas las necesidades físicas del hombre, como cuando Jesús habla del “pan de cada día” en el Padrenuestro, donde da a entender que habla de cualquier cosa que necesitemos para nuestro bienestar corporal.
La actitud de cuidar de uno mismo ha llegado a ser casi una religión en nuestra “generación del yo”. La publicidad, la televisión, y la sabiduría popular, nos bombardean con este tema: “Usted es número 1…Usted se merece lo mejor…Usted se lo merece.” ¿Y cuál es el resultado de todo ese énfasis? Nunca “se sacia”, nunca tenemos lo suficiente. Estaremos contentos (o así pensamos) sólo si obtenemos un incremento más o mejoramiento o…
El versículo 8 consiste en dos preguntas. La primera cuestiona: “¿Qué más tiene el sabio que el necio?” La respuesta implícita a esta pregunta retórica es que el sabio no tiene nada más que lo que tiene el necio. A pesar de toda su sabiduría, el sabio está completamente atrapado en las frustraciones de la vida. Salomón pregunta enseguida qué más tiene el pobre “que supo caminar entre los vivos”. Un pobre se puede conducir con: sabiduría, amabilidad, y honestidad, solamente para ser ignorado o apartado en favor de un necio rico. Nuevamente, parece no tener ventaja, por lo menos no debajo del sol.
“Más vale lo que ven los ojos que un deseo que pasa”.* La palabra que se traduce como “deseo” tanto aquí como en el versículo 7 significa literalmente “alma”; el alma, como dice un comentarista, es el “asiento del apetito”. Cuando los analizamos, la mayoría de nuestros deseos que “pasan” son problemas espirituales. Muchos hombres casados no están satisfechos con sus esposas, y para utilizar la expresión de Jeremías, son como “caballos bien alimentados, cada cual relinchaba tras la mujer de su prójimo” (Jeremías 5:8). Otros nunca tienen suficiente dinero y siempre quieren más y más; otros nunca están satisfechos con su posición en la vida. Esas personas están constantemente inquietas; detrás de su desasosiego está escondido uno de dos problemas: o anhelan a Dios (tal vez sin darse cuenta) o conocen de Dios pero están insatisfechos con lo que él les ha dado. San Agustín consideró ambos problemas cuando dijo: “El alma está inquieta hasta que descansa en Dios”; y “Quien no está satisfecho solamente con Dios, es demasiado codicioso”. En cualquier caso, el problema es espiritual porque es una enfermedad del alma.
En lugar de dejar que nuestros deseos divaguen, debemos aprender a controlarlos. Un viejo proverbio dice: “Más vale pájaro en mano que ciento volando”, y Salomón lo expresa con sus palabras: “Más vale lo que ve los ojos que un deseo que pasa”. Podemos aprender a apreciar lo que tenemos cuando vivimos en humilde gratitud por lo que Dios nos da.

Eclesiastés 6:10–11

Aquí Salomón presenta una variación de sus palabras en el Prólogo: “Nada hay nuevo debajo del sol” (1:9). Cuando se trata de la naturaleza humana, el hombre siempre será hombre, porque “se sabe que es un hombre”. Las mismas debilidades y pecados que acosaron a los antiguos todavía nos hostigan, así que aún tenemos las mismas necesidades urgentes de la salvación del pecado y de la muerte. El hombre sigue siendo hombre.
En consecuencia hoy es tan cierto como en el tiempo de Salomón, que ningún hombre “puede contender con quien que es más poderoso que él”. El término “quien” muy probablemente se refiere a Dios. Qué necio es tratar de ir en contra de la voluntad de Dios, qué necio es que el hombre moderno piense que puede ignorar las lecciones del pasado. Dios todavía castiga el pecado. No importa lo que hagamos, simplemente no podemos vencer a Dios y a sus planes. En lugar de intentar inútilmente de oponernos a Dios, debemos confiar en él y persistir cerca de él y de su palabra.
Sin la Palabra de Dios, todas las palabras humanas son vanidad. Podemos hablar de cómo va el mundo o de la suerte que nos toca en la vida, pero eso no querrá decir nada: “Las muchas palabras multiplican la vanidad.” Y eso de nada “le sirve” a nadie.

Eclesiastés 6:12

Varios pasajes de la Escritura comparan la vida con una sombra. Un ejemplo es el Salmo 144:4: “El hombre es semejante a un soplo, sus días son como la sombra que pasa”. Como una sombra que desaparece en la oscuridad al final del día, la vida debajo del sol pasa rápidamente: es corta y hay poco tiempo para averiguar “lo que conviene al hombre en su vida”. ¿Quién le puede decir qué es lo bueno? y “¿quién le enseñará al hombre lo que acontecerá después de él debajo del sol?”
La sabiduría humana no tiene respuestas verdaderas a esto, lo más que puede hacer es suponer. Sólo el Dios que lo ha creado sabe qué es lo mejor para el hombre, sólo ese mismo Dios eterno puede conocer lo que guarda el futuro.
Las respuestas a estas preguntas aparecerán en el resto del libro de Eclesiastés. El Predicador, en la primera mitad del libro, ha descrito dramáticamente la vida vana del hombre debajo del sol, más en el resto del libro hará énfasis en la manera como se debe llevar la vida bajo Dios.

“Mira la obra de Dios”

LA VIDA DEBAJO DE DIOS: ECLESIASTÉS 7:1–12:8

A diferencia de las Biblias que utilizamos hoy en día, las copias más antiguas de las Escrituras no estaban divididas en capítulos y versículos. Esas divisiones han sido agregadas para ayudarle al lector a encontrar con facilidad pasajes bíblicos. De la misma manera, los títulos de las secciones de este comentario no son parte de las Escrituras originales, sino los títulos que insertaron los traductores de la New International Version.10
Ahora hemos terminado seis de los doce capítulos de Eclesiastés. Y aunque estas divisiones no estaban en el original, en esta mitad hay un cambio muy obvio y fuerte en el énfasis del libro. Antes, Salomón ha hablado de Dios, y ha hecho énfasis en la vanidad de la vida debajo del sol; ahora hace el énfasis en el otro sentido, comienza a hacer énfasis en cómo evitar una existencia vana mediante una vida piadosa.
Si estuviéramos en Jerusalén escuchando a Salomón, aquí lo veríamos hacer una pausa. Detectamos una nueva energía en su discurso porque deja de hacer preguntas y ahora da respuestas, abandona el pesar desesperado y ofrece soluciones definitivas. Comienza a hablar sobre lo que es “bueno” y lo que es “mejor”:

Sabiduría (7:1–8:1)

Eclesiastés 7:1–6

A primera vista pareciera que el tono de Salomón es más pesimista que nunca antes: en versículos poéticos, uno tras otro, alaba: la muerte, el luto, el pesar, y los considera preferibles a: la vida, las fiestas, la risa, y el placer. Al observar más de cerca, es obvio lo que hace, y en efecto, el rey dice: “Si quiere vivir como se debe, enfrente la vida de manera realista, como se ha convertido en este mundo pecaminoso”.
En efecto, la vida se encuentra en tal estado de dolor que “mejor [es] el día de la muerte que el día del nacimiento”. La muerte para el cristiano es por supuesto la puerta al Paraíso. Y aun desde un punto de vista mundano, al considerar los muchos dolores de la vida, sería mejor no ser que ser. Antes en 4:2 El rey Salomón expresó sentimientos similares: “Consideré más felices a los que ya han muerto que a los que aún viven” (Nueva Versión Internacional).
La primera parte del versículo 1, “Mejor es la buena fama que el buen perfume”, está ahí simplemente para efecto de comparación: así como un buen nombre es mejor que el buen perfume, también el día de la muerte es mejor que el día del nacimiento. Salomón también habla en el libro de Proverbios del valor de una buena reputación: “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas” (22:1). Al comparar el nombre o la reputación que uno tiene con el perfume, Salomón no sólo señala lo agradable que es buen nombre, también hace un juego con las palabras del hebreo para nombre (shem) y perfume, o aceite (shemen). Este juego de palabras es común en la poesía tanto en hebreo como en español. Salomón utiliza la misma expresión en el Cantar de los Cantares: “Tu nombre es como un ungüento” (1:3).
Regresando al punto principal, Salomón compara la “casa del luto” con la “casa del banquete”. Explica la razón por la que es mejor visitar una sala de velación que un salón de banquetes: “Porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo tendrá presente en su corazón”. El inquirir sobre la muerte hace que nos demos cuenta de lo frágil y corta que es la vida; también nos mueve a pensar sobre la causa de la muerte: “El pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, así también la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12), y nos lleva a reflexionar sobre la única solución y escape de la muerte: “Pero cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; porque así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reinará por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro” (Romanos 5:20–21). Por medio de la vida perfecta de Cristo, del sacrificio de su muerte en la cruz y su resurrección de entre los muertos, tenemos perdón y vida eterna.
Salomón continúa y expresa que es mejor entrar en el pesar de la vida que tratar de huir de él. Debemos compartir el dolor de otros. Ese fue el camino de nuestro Salvador, como dijo el profeta Isaías: él fue “varón de dolores y experimentado en quebranto”, y “él llevó nuestras enfermedades, y soportó nuestros dolores” (Isaías 53:3–4).
El rey Salomón no tuvo la visión que tiene el creyente del Nuevo Testamento de todas estas verdades, ni aun Isaías que vivió dos siglos después de Salomón. Sin embargo, el Predicador ciertamente conoció la realidad del pecado y del Salvador prometido.
Las personas que no comparten la esperanza del creyente tratarán de evitar el dolor y la muerte. Esta filosofía quiere olvidar la tristeza de la vida y vivir para los placeres de cada instante, lo mismo que Salomón había probado. Nuestra cultura ha ido un paso más allá, al tratar de sacar a la muerte de la esfera de la realidad. La violencia que se ve en la televisión da la impresión de que de alguna manera la muerte no es completamente real: los buenos matan a los malos como a moscas, sin pensarlo dos veces, ya que todos saben que esto es sólo ficción. Mientras tanto en la vida real la muerte ocurre en todas partes, muchas veces sin que la familia de la persona moribunda esté a su lado.
“Necios” es como Salomón llama a los que no quieren enfrentar la vida como es. Un necio no se ayuda ni ayuda a otros; en lugar enfrentar el mal y de tratar de corregirlo, se ríe de él y con palabras vacías alaba al malhechor; esa es “la canción de los necios”. Aunque la crítica sea dura y produzca tristeza, “mejor es oír la reprensión del sabio”.
Es inútil el intento necio de reírse en el camino de la vida, pensando sólo en divertirse y no llevando una vida seria. Esto es como hacer un fuego con espinos que pueden dar un sonido fuerte y crujiente, pero que nunca dura. Así es “la risa del necio”, vana y vacía.
A veces los problemas son tan graves que ni las personas más necias pueden continuar esquivando el lado serio de la vida. C. S. Lewis observó que el dolor es el “megáfono” de Dios: los problemas pueden resultar en una bendición invaluable, si en su necesidad una persona llega a confiar en Dios. En ocasiones comunidades enteras son sacadas de su estado de satisfacción. En nuestra época llena de problemas, muchos buscan valores espirituales.

Eclesiastés 7:7–10

El necio algunas veces puede llegar a ser sabio, y viceversa. No se enorgullezca en su piedad ni en su sabiduría, porque puede estar listo para caer. Tal vez esté en un puesto donde maneja mucho dinero o se ha convertido en un rico, entonces atienda a las palabras del salmista: “Si se aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas” (Salmo 62:10). La tentación de engañar a otros, o de dar o de recibir sobornos, puede ser la caída de cualquiera.
La tentación por el éxito mundano y la impaciencia, van juntas, pues muchas veces nos volvemos impacientes cuando las cosas no avanzan tan rápido como quisiéramos. Por eso Salomón nos recuerda: “Mejor es el fin de un negocio que su principio”, es decir, es mejor una tarea terminada que una que ha quedado incompleta y por lo tanto inútil. Salomón nos advierte: “No salte de un proyecto a otro con la esperanza de éxito repentino”. El comentarista C. Wolff da su opinión sobre este pasaje:

Con seguridad existen espíritus orgullosos que se creen capaces de lograr cosas grandes y cuyo cerebro está afiebrado con proyectos grandiosos… comienzan muchos proyectos, pero cuando su trabajo no avanza con la facilidad y velocidad deseadas, rápidamente se cansan y el trabajo se queda sin terminar. En contraste, Dios por lo común comienza sus obras de una manera pequeña y las desarrolla lentamente en medio de muchas dificultades, de manera que el hombre pueda aprender la paciencia y la perseverancia que las Escrituras le atribuyen a Dios en la realización de sus obras. “El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza, que un hombre tomó y lo sembró en su campo; el cual a la verdad es menor que todas las semillas” (Mateo 13:31–32). Jesús comenzó su reino enviando al mundo doce pescadores galileos.9

No sólo es necesario que aprendamos a ser pacientes, también necesitamos evitar el enojo. De la impaciencia fluye el enojo: los seres humanos tendemos a irritarnos cuando no resultan nuestros planes; esa es otra característica del necio. El sabio entiende que Dios tiene el control: confiemos nuestro trabajo a él y esperemos el tiempo de él.
En los primeros nueve versículos del capítulo 7, el Predicador ha hecho siete comparaciones utilizando la palabra “mejor”. En el versículo 10 presenta una octava comparación, según la cual no debemos utilizar la expresión “Nunca digas: ¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que éstos?” A muchos nos gusta hablar de los “buenos tiempos pasados”. Sea que aludamos a los días de nuestra niñez o a cuando nuestros abuelos eran jóvenes o a alguna otra época, pero ese tipo de comparaciones no es de “sabios”. ¿Por qué no? Simplemente porque los tiempos pasados no fueron mejores ya que, desde la caída en el pecado, los tiempos siempre han sido malos. Nuestra época puede ser peor en algunos aspectos, pero mejor en otros. Por ejemplo, aunque los medios masivos de hoy han ayudado a difundir muchas ideas paganas, también les han ayudado a los cristianos a compartir el evangelio.
Así como toda época está llena de iniquidad, la bondad de Dios también permanece de generación en generación. La Palabra de Dios está presente para que la aprendamos y la vivamos, y en este aspecto ningún día ha sido mejor que el de hoy. La Escritura declara: “Si oís hoy su voz [de Dios], no endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 4:7).
Queremos estar conscientes de los peligros de nuestros tiempos; también queremos buscar las oportunidades especiales que tenemos de servir a Dios.
La impaciencia, el enojo, el deseo del éxito mundano, el anhelo por los tiempos pasados, todo esto viene del deseo que tienen los necios de hacer de la tierra un cielo y de escapar de los dolores de la vida. Es mucho mejor buscar el verdadero tesoro, la sabiduría de Dios:

Eclesiastés 7:11–14

A diferencia de las traducciones que existen en español, según la New International Versión (en inglés) en el versículo 11 (“la sabiduría, como la herencia, es buena”) el Predicador compara la sabiduría con una herencia. Ambas son buenas y ambas son de beneficio para las personas “que ven el sol”, es decir, que viven en la tierra, porque ambas sirven como protección. De manera parecida, el dinero en el banco o en una póliza de seguros, protege de desastre financiero cuando hay enfermedad o muerte en la familia.
Pero la sabiduría tiene una “ventaja” sobre el dinero: “da vida a sus poseedores”. Aquí uno puede pensar en las ventajas de una buena educación o del conocimiento de algún oficio. La persona que posee las habilidades apropiadas puede encontrar trabajo y sostenerse.
Hay otra sabiduría que va más allá de esta y preserva para siempre la vida: viene del conocimiento de las Sagradas Escrituras, “las cuales te pueden hacer sabio para salvación por medio de la fe que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:15).
La correcta clase de sabiduría nos lleva a mirar “la obra de Dios”. Llegamos a ver que todo está en sus manos: nadie puede “enderezar lo que él torció”, nadie puede cambiar lo que Dios ordena.
Entonces es sabiduría aceptar lo que Dios envía: malos tiempos así como buenos. Cuando la vida es placentera podemos estar felices y agradecidos, reconociendo aun las bendiciones temporales como regalos del Dios amoroso. Cuando vienen los problemas, también los podemos aceptar, confiando en que ellos también son para nuestro bien. Podemos ir aún más allá de aceptar nuestros problemas, nos podemos gozar en ellos. “Tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia” (Santiago 1:2–3).
No hay manera de saber cuánto durarán los tiempos buenos o malos, sólo el Dios todopoderoso lo sabe. Y él “hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Efesios 1:11), es decir, su plan de salvación por medio de Cristo. Él simplemente quiere que confiemos en él tanto en los tiempos buenos como en los malos.
La Biblia define la fe como “la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”11 (Hebreos 11:1). Salomón insta a la fe; necesitamos la fe porque no podemos ver lo que está adelante en nuestra vida; también necesitamos la fe porque muchas veces parece como si la bondad y la justicia de Dios no se pudieran encontrar en ninguna parte en este mundo.

Eclesiastés 7:15–18

Cuando el Predicador habla de “los días de mi vanidad” debemos recordar todo lo que está detrás de la palabra “vanidad”. La vida es fugaz como un suspiro, de modo que durante nuestra corta vida nos faltan el tiempo y la perspectiva para ver el panorama completo de los planes eternos de Dios. En consecuencia, frecuentemente parece que Dios ha perdido el control: la vida parece estar al revés, el hombre justo perece, el impío prospera en su maldad. Este es un tema que Salomón tocó antes en Eclesiastés (4:1), y lo volverá a hacer (8:14). Es un tema que muchas veces molesta al pueblo de Dios. Atormentó a Job en su sufrimiento y molestó mucho al salmista Asaf, quien escribió:

Porque tuve envidia de los arrogantes,
viendo la prosperidad de los impíos.
No se atribulan por su muerte,
pues su vigor está entero…
Y dicen: ¿Cómo sabe Dios?
¿Y hay conocimiento en el Altísimo?
Estos impíos,sin ser turbados del mundo,
alcanzaron riquezas.
Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón,
y lavado mis manos en inocencia;
pues he sido azotado todo el día,
y castigado todas las mañanas…
(Salmo 73)

Continuando con sus observaciones sobre la injusticia, la siguiente observación de Salomón parece algo cínica: “No seas demasiado justo ni sabio en exceso; ¿por qué habrás de destruirte?” Lo que dice es: no seas justo por ti mismo, o en las palabras de Jesús: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Mateo 7:3). Sin duda, los injustos sí florecen en el mundo, pero antes de perturbarnos por esto, debemos observar nuestra propia vida y decir: “Si Dios me castigara por todo lo que he hecho, estaría en peor situación de la que estoy”. Hay más que suficientes hechos malvados y necios en nuestro pasado para evitar que seamos “demasiado justos” o “sabios en exceso”.
Las personas que son demasiado justas o sabias, pueden terminar destruyéndose a ellas mismas, llegando a ser tan rígidas que invitan a la rebelión y al desastre. Los padres, los maestros, y los legisladores del gobierno, deben aprender a administrar la justicia con misericordia. Hay ocasiones en que podemos pasar por alto algo de necedad.
El extremo opuesto de ser demasiado justo es ser demasiado “malo”. Neciamente algunos pueden concluir que como el mundo es tan malvado, también pueden ser permisivos con ellos mismos. Salomón responde a esa actitud diciendo: “¿Por qué habrás de morir antes de tu tiempo?”
Aunque algunas personas demasiado malas se las arreglan para escapar de la pesada mano de la ley en esta vida, todavía tienen que enfrentar la justicia de Dios. Aquellos que abiertamente se rebelan contra las leyes de Dios finalmente sufrirán la ira de ese mismo Dios. El salmista Asaf llegó a reconocer esto: “¡Cómo han sido asolados de repente! Perecieron, se consumieron de terrores” (Salmo 73:19).
El Predicador nos enseña que evitemos los extremos, como dice literalmente el versículo 18: “El hombre que teme a Dios atenderá a los dos”. La idea es tomar el camino del medio entre los dos extremos. Llegamos a conocer este camino apropiado cuando estudiamos regularmente las Escrituras y las aplicamos en la dura escuela de la vida.

Eclesiastés 7:19–22

El hombre que tiene sabiduría se convierte en buen gobernante, porque evita extremos y es capaz de equilibrar la justicia con la compasión. Eso lo hace poderoso y más efectivo “que diez poderosos que haya en una ciudad”. En sus primeros años como rey, Salomón fue ese tipo de gobernador, de modo que otros reyes y reinas lo respetaron por su capacidad para gobernar sabiamente.
Una de las oraciones del Himnario Luterano (The Lutheran Hymnal) incluye la petición: “Da salud y prosperidad a todos los que tienen autoridad…y dales gracia para gobernar con tu beneplácito, para el mantenimiento de la justicia y para estorbar y castigar a los malvados…” Los gobernantes excepcionalmente sabios son una bendición poco frecuente para sus ciudades y territorios. Sigamos orando a menudo para que Dios les dé esa sabiduría a nuestros dirigentes.
Una característica de los gobernantes sabios es un agudo entendimiento de la naturaleza humana, es decir, están conscientes de que “no hay hombre en la tierra que sea tan justo, que haga el bien y nunca peque”. Si un gobernante tiene un concepto demasiado alto de la naturaleza humana, cometerá uno de dos errores: será demasiado estricto y no tendrá voluntad para dejar pasar por alto las debilidades humanas comunes; o será demasiado blando y dejará que la gente ande desenfrenadamente asumiendo que harán naturalmente lo que es correcto.
Las palabras del versículo 20 aparecen en otras partes de la Escritura. Por ejemplo, Salomón utilizó casi exactamente las mismas palabras en la oración que hizo en la dedicación del templo: “No hay hombre que no peque” (1 Reyes 8:46), y continuó pidiéndole a Dios: “Perdonarás a tu pueblo”. San Pablo parafrasea el versículo 20 en Romanos 3:10: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno”. Pablo pasa a demostrar la completa incapacidad del hombre para salvarse a sí mismo y su completa dependencia de la gracia de Dios: “La justicia de Dios [viene] por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él” (Romanos 3:22). Salomón quiere que estemos conscientes de nuestra completa dependencia de Dios en todos los aspectos de la vida.
Debido a la pecaminosidad del hombre, un sabio aprenderá a no ser demasiado susceptible a lo que otros le dicen: “Tampoco apliques tu corazón a todas las cosas que se dicen, para que no oigas a tu siervo cuando habla mal de ti.” Después de todo, agrega Salomón, ¡usted ha hecho muchas veces lo mismo! Con qué frecuencia maldice a los demás, es decir, los denigra o habla mal de ellos. Dada la condición pecaminosa y la tendencia a criticar que hay en el hombre, probablemente ha escuchado algunos comentarios desfavorables al oír furtivamente lo que los demás dicen de usted. Entre más lo conozcan, más conocerán sus fallas. Alguien comentó: “Ningún hombre es un héroe entre sus más allegados”.

Eclesiastés 7:23–26

Al comienzo del libro de Eclesiastés Salomón demostró que la sabiduría del mundo es vanidad (1:12–18). Aunque había adquirido mucha sabiduría, esta no le trajo sino pesar y dolor. ¿De qué clase de sabiduría habla el Predicador ahora, cuando dice que obtener la sabiduría estaba “lejos” de él? Con su cambio de énfasis a la vida bajo Dios, es probable que hable de la sabiduría divina.
Por supuesto, en cierto sentido, esta sabiduría no está lejos de la gente, ya que la verdadera sabiduría reside en la Palabra de Dios. De acuerdo con Deuteronomio 30:11–14, la Palabra de Dios “no es demasiado difícil… Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.” La Palabra de Dios es tan clara como una “lámpara” y una “luz” (Salmo 119:105).
Eso no significa que siempre vamos a entender todo lo que está escrito en la Biblia. Por ejemplo, la Biblia enseña claramente que Dios es trino, un Dios en tres Personas, pero no podemos entender la Trinidad aunque sabemos que eso lo enseñan las Escrituras. Entonces, lo que está “lejos” de nosotros no es la capacidad de leer y saber lo que la Biblia enseña, más bien es el hecho de que muchas de las verdades bíblicas sobrepasan nuestra capacidad de entenderlas.
También hay algo más implícito aquí: Salomón dice que los seres humanos nunca llegarán a conocer todo lo que hay por conocer, nadie llega a saberlo todo. ¡Aun si llegamos a conocer una enorme cantidad de información, todavía debemos aprender a utilizarla prácticamente!
Así, mientras que la sabiduría de Dios es accesible (“muy cerca de ti está la palabra”), al mismo tiempo es inagotable (“lejos” de ti). Nunca dejemos de estudiar y aplicar la Palabra de Dios. La afirmación que hace el rey Salomón respecto a que la sabiduría es “profunda” tiene otro paralelo en los escritos del apóstol Pablo: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios!” (Romanos 11:33)
Es triste que tan pocas personas tomen tiempo para investigar las profundidades de esas riquezas. Tantos están satisfechos con tan poco: algunos piensan que son expertos en la Biblia con sólo saber los Diez Mandamientos y el Padre Nuestro; otros tienen poco o nada de tiempo para buscar la sabiduría divina, porque están demasiado ocupados en la sabiduría del mundo.
Lo que Salomón siguió haciendo fue “examinar e inquirir la sabiduría… a conocer la maldad de la insensatez y el desvarío del error”. Aquí comparte una de sus observaciones: el peligro de una mujer cuyo “corazón es trampas y redes, y sus manos ligaduras”.
Como el pasaje sobre una mujer aparece repentinamente a la mitad del discurso de Salomón sobre la sabiduría, algunos comentaristas piensan que esa mujer mala simboliza la falsa sabiduría que pierde a las personas. Es cierto que Salomón, en el libro de los Proverbios, personifica la sabiduría como una mujer: “La sabiduría clama en las calles, alza su voz en las plazas” (Proverbios 1:20). Sin embargo, como en Eclesiastés 7 el Predicador habla de asuntos prácticos de la vida diaria, como la importancia de evitar extremos (7:16–18), es muy probable que Salomón describa a una mujer que no mantiene un equilibrio apropiado en sus relaciones.
Al contrario de las normas de la Escritura, podría ser una mujer: que carece de “un espíritu afable y apacible” (1 Pedro 3:4), y es dominante, tal vez “demasiado justa” o “demasiado mala”. Se puede tratar de una mujer chismosa o de una mujer que quiere perder todo su tiempo en una “casa de jolgorio”. Tenga las fallas que tenga, es una trampa “más amarga que la muerte”.
Salomón habla con experiencia, ya que sus esposas lo desviaron y lo convirtieron en un necio. Acerca de este pasaje, Lutero opina: “Los que son sabios en la Palabra de Dios huyen de estas trampas, pero no del sexo femenino”. En otras palabras, no evite a todas las mujeres, sino sólo a las mujeres de mala clase.

Eclesiastés 7:27–29

Salomón sigue hablando de la sabiduría: “Aquí hay algo que he averiguado mientras que estaba buscando debajo del sol las artimañas de las cosas…” Lo que el rey encontró fue esto: “Un hombre entre mil he hallado, pero ni una sola mujer entre todas”. En la New International Version utilizan el término “sencillo” que no está en el texto hebreo original. Salomón dice literalmente: “Encontré un hombre…pero no una mujer…” ¿A qué clase de hombre o de mujer se refiere? Los traductores al inglés agregaron la palabra “sencillo” porque concuerda con el contexto y se utiliza en el siguiente versículo. Los traductores hubieran podido insertar la palabra “sabio” en lugar de “sencillo”, ya que Salomón ha estado tratando sobre la sabiduría a través de todo este capítulo.
Cuando hace alusión a mil mujeres, ¿piensa Salomón en su harén de setecientas esposas y trescientas concubinas? Tal vez después de sus amargas experiencias con ellas el rey ha llegado a la conclusión de que ninguna era sabia o sencilla. Cuando menciona un hombre entre mil, tal vez se refiera a alguno de los grandes jefes del pueblo de Dios, como: Abraham, José, o Moisés.
Salomón, al principio del capítulo, mencionó las cualidades necesarias en un jefe sabio. De acuerdo con la inspirada Palabra de Dios, de la cual Eclesiastés forma parte, los hombres tienen que ser líderes en el hogar (1 Pedro 3:1–7) y en la iglesia (1 Corintios 14:33–36). Aun entre los hombres el liderazgo sabio es un don extraño, tal vez lo tiene uno entre mil. Salomón simplemente señala lo extraña que es una persona verdaderamente sencilla y sabia, sea hombre o mujer.
Ahora el rey afirma que todos, tanto hombres como mujeres, tienen un problema en común: están bajo el juicio de Dios por el pecado. Aunque en el principio “Dios hizo al hombre recto”, todos nos hemos desviado, perdiendo nuestro tiempo desarrollando nuestras propias “perversiones” en lugar de seguir la voluntad de Dios. Como en muchos otros pasajes, el apóstol Santiago refleja los pensamientos de Salomón: “Que nadie diga cuando es tentado: Estoy siendo tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando es atraído y seducido por su propia concupiscencia” (Santiago 1:13–14). ¡Cuán a menudo hemos seguido nuestros propios malos deseos y artimañas en lugar de seguir la sabiduría de la Palabra de Dios!
Con esto termina el capítulo más largo de Eclesiastés. Salomón lo termina como comenzó, recordándonos que debemos enfrentar la realidad: vivimos en un mundo caído lleno de muerte y de pecado.
Ahora el Predicador está por dirigirse a la siguiente lección para llevar una vida piadosa debajo del sol: la obediencia al Rey. Pero antes incluye un versículo más sobre la sabiduría.

Eclesiastés 8:1

Aquí Salomón alaba el maravilloso don de la sabiduría. Las preguntas que hace en este versículo son retóricas, o sea no espera una respuesta. Pregunta algo parecido a esto: “¿Quién se puede comparar con el hombre sabio? ¿Quién conoce la explicación de las cosas como él? ¿La sabiduría hace feliz a una persona?”. No podemos dejar de comparar esta alegre sabiduría con la sabiduría vacía del mundo que no trae sino “mucha pesadumbre” (1:18). La verdadera sabiduría es un tesoro infinito, y está para adquirirse en la Palabra de Dios.
La persona verdaderamente sabia no sólo llega al conocimiento de las “cosas”, sino también a “interpretar” todas las cosas. Muchos tienen una gran cantidad de datos en su mente o de títulos junto a su nombre, pero no tienen una comprensión verdadera de lo que significa todo.
Esto no sucede con el sabio: él conoce la explicación de las cosas; sabe que detrás de las complejidades de la vida y de las injusticias aparentes, Dios está trabajando; entiende que Dios utiliza todo para el bien de su pueblo. El sabio entiende todo esto y confiadamente pone su vida en las amorosas manos de Dios.
Cada área del aprendizaje recibe una nueva luz cuando se ve de esta manera. La historia, por ejemplo, llega a ser más que un recuento del surgimiento y la caída de las naciones, se convierte en la historia de las bendiciones y de los juicios del Todopoderoso sobre las naciones para llevar a cabo los planes de Dios.
Con razón la sabiduría de Dios “ilumina su rostro, y [que] cambia la tosquedad de su semblante”. David, el padre de Salomón, lo dijo de esta manera: “Los mandamientos de Jehová son rectos, alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, alumbra los ojos” (Salmo 19:8). ¿Pero cómo concuerda esto con las palabras de Salomón en el capítulo 7: “Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmienda el corazón”? El hecho es que los cristianos están “entristecidos, mas siempre gozosos” (2 Corintios 6:10). La verdadera sabiduría lleva al pesar, por nuestros pecados y por la perdida, miserable condición del mundo. Al mismo tiempo conduce a la felicidad, no a los superficiales placeres que este mundo puede ofrecer, sino a la solución que le da Dios al pecado y a la muerte. Siempre estamos alegres por causa de nuestro Salvador Jesucristo.
Mientras que el mundo incrédulo se está perdiendo en jolgorios y risa, la persona sabia está triste, ya que sabe del fin de tal locura. Por otro lado, se puede regocijar aun cuando todo parece estar en su contra, porque sabe que Dios está a cargo. Cuando Esteban, el primer mártir cristiano, fue juzgado por su vida, su cara resplandecía “como el rostro de un ángel” (Hechos 6:15). Pronto se iba a reunir con su Dios.

Obedeced al Rey (8:2–17)

Eclesiastés 8:2–6

Como Salomón habla de manera general en el libro de Eclesiastés, algunos pasajes podrían tener diversas aplicaciones. Este es uno de esos pasajes: el rey de quien habla puede ser un gobernante terrenal o el Rey de reyes, es decir, Dios. Como el idioma hebreo no hace distinción entre minúsculas y mayúsculas, la decisión depende de los traductores.
El ver a Dios como Rey no era cosa nueva para la época de Salomón, ya que David en varios salmos así se refiere de Dios. Por ejemplo, en el Salmo 5:2 escribió: “Atiende a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, porque a ti oraré”. En mi opinión, Salomón se acuerda de ese pasaje.
En realidad, la obediencia a Dios y al gobierno humano van juntos, el segundo sigue al primero. Lutero señala: “La obediencia política está incluida en la obediencia a Dios”. El Señor espera que su pueblo respete la autoridad del gobierno: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” (Romanos 13:1).
Si Salomón está hablando directamente de Dios, entonces Dios y “rey” en el versículo 2 son sinónimos. Y el “juramento delante de Dios” (traducido “ante Dios” en la Nueva Versión Internacional) puede ser la fidelidad que el pueblo de Dios le prometió. En Deuteronomio Moisés menciona el juramento entre Dios y su nación de Israel: “Vosotros todos estáis…a punto de entrar en el pacto de Jehová tu Dios, y en su juramento, que Jehová tu Dios concierta hoy contigo” (29:10, 12). Posteriormente, en el tiempo de Nehemías (alrededor del año 445 a.C.), los judíos juraron de nuevo “que andarían en la ley de Dios” (Nehemías 10:29).
La lealtad a Dios es el mejor fundamento de la lealtad al gobierno. Cuando Salomón llegó a ser rey, las personas del pueblo “sacrificaron víctimas a Jehová…, todos los príncipes y poderosos, y todos los hijos del rey David, presentaron homenaje al rey Salomón” (1 Crónicas 29:21, 24). Hoy los ciudadanos de los países prometen lealtad a la bandera de la nación y a la república de la cual es símbolo.
Para nosotros es difícil apreciar la prohibición: “No te apresures a irte de su presencia”. En tiempos antiguos la gente era reverente con sus gobernantes, no se entraba ni se salía de la presencia del rey sin su permiso. La expresión “irte de su presencia” era otra manera de decir “irte sin su permiso”. Sencillamente darle la espalda a un rey y salir era un insulto terrible al monarca y ameritaba casi con seguridad la muerte.
Irse de la presencia de Dios significa dejar a Dios. Génesis 4:16 utiliza una expresión similar cuando dice que Caín “salió…de delante de Jehová”. Ponerse en contra de Dios atrae la muerte segura y eterna.
Tampoco nos debemos atrever a ponernos en contra de nuestro gobierno terrenal: “Quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Romanos 13:2). Solamente debemos resistir la autoridad terrenal si nos ordena ir en contra de la autoridad superior de Dios.
Esta es otra advertencia para no oponerse al Rey: “ni en cosa mala persistas; porque él hará todo lo que quiera”. Otra vez las palabras de Pablo en Romanos 13 reflejan las de Salomón: “Si haces lo malo, teme; porque no en vano [la autoridad gobernante] lleva la espada.” Desde luego, sólo Dios el Rey hace completamente “todo lo que quiera”. Los gobernantes terrenales tienen un gran poder, inclusive el poder para castigar a los que quebrantan la ley, pero esto es nada comparado con el poder del Altísimo.
Al vivir en una democracia y en una sociedad donde más se sospecha y se tiene menos respeto, los ciudadanos del siglo veintiuno tienden más a preguntarles a sus funcionarios en el gobierno: “¿Qué haces?” Por supuesto que, como buenos ciudadanos en una democracia (el gobierno del pueblo), es nuestra obligación hacer esto; pero debemos recordar que “la palabra del rey es soberana”. No estamos en posición para cuestionar la Palabra de Dios. Como dijo el profeta Isaías: “¡Ay del que…, pleitea con su Hacedor” (Isaías 45:9). Tampoco debemos hablar en contra de las leyes terrenales que son justas y benéficas.
San Pablo preguntó y contestó: “¿Quieres, pues, no temer a la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es un servidor de Dios para tu bien” (Romanos 13:3–4). El rey Salomón nos asegura en sus palabras: “No conocerá el mal”. Si un gobierno funciona de la manera que debe, castigará al malhechor y protegerá al ciudadano que respeta la ley. Si no, Dios derribará a ese gobierno a su tiempo, pues los gobiernos que patrocinan la injusticia están sembrando la semilla de su propia destrucción.
El “corazón del sabio” discierne “el cuándo y cómo cumplirlo”: sabe que cuando Dios lo crea pertinente hará justicia. Mientras tanto puede ser difícil esperar. La miseria de un hombre bajo un gobierno opresor puede “agobiarlo grandemente” (versículo 6, vea la New International Version).
Pero todo tiene su tiempo (3:1), y en el tiempo apropiado Dios rescatará a su pueblo. Si la liberación no sucede en esta vida, será en la próxima. Al final Dios nos salva de todo mal, incluyendo esas fuerzas espirituales que pudieran oprimir y destruir nuestra alma. Una vez más citamos a San Pablo; preso, esperando un juicio y esperando la sentencia de muerte, Pablo escribió: “El Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial” (2 Timoteo 4:18). El Rey tiene el control.

Eclesiastés 8:7–8

Podemos estar seguros de que al final Dios utilizará todo para nuestro bien, pero en esta vida nunca podemos estar seguros de lo que sucederá en el futuro. Dios no nos da esa información, y nadie más la puede dar. Por lo tanto, debemos estar contentos, vivir un día a la vez, y confiar todo a Dios.
A propósito, la Escritura se opone claramente a los intentos de descubrir el futuro en las estrellas (horóscopos o astrología) o por adivinos. El profeta Isaías ridiculizó a los que confían en las estrellas para guiarse: “Comparezcan ahora y te defiendan los contempladores de los cielos, los que observan las estrellas, los que cuentan los meses para pronosticar lo que vendrá sobre ti…no salvarán sus vidas” (Isaías 47:13–14). Y hablando de los que acuden a los adivinos, a los que tratan de consultar a los espíritus de los muertos, Isaías dice: “Si os dicen: Preguntad a los encantadores y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos? ¡A la ley y al testimonio! Si no dicen conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:19–20). Cualquier intento de predecir el futuro que no se pega a la Palabra de Dios está prohibido.
Los seres humanos no pueden determinar el momento de su muerte más de lo que pueden controlar la dirección en que sopla el viento; aun un intento de suicidio puede fallar si Dios decide detenerlo. Como dijo Jesús: “El viento sopla de donde quiere” (Juan 3:8). Como la palabra hebrea para viento y para espíritu es la misma, la declaración que hace Salomón respecto al viento también se podría traducir como: “Ningún hombre tiene el poder sobre el espíritu para retenerlo”, es decir, para impedirle que salga del cuerpo en el momento de la muerte.
Aunque el hombre no puede predecir ni puede controlar los eventos de su vida, sí puede estar seguro de una cosa: tarde o temprano va a morir. Así como “no valen armas” en guerra contra la muerte, así nadie se escapa de la lucha final con la muerte. Para el impío no hay paz: “ni la maldad librará al malvado”; debe enfrentar las consecuencias de su maldad, si no en esta vida entonces delante de Dios quien “restaura lo pasado” (3:15).*

Eclesiastés 8:9–15

En esta sección Salomón regresa a temas que presentó antes: la opresión, la maldad, la justicia final de Dios, y la alegría de la vida.
El primer versículo se puede referir a una persona que se enseñorea de sí misma “para hacerle mal” o, como lo indica en la nota de pie de página de la New International Version, oprime a otros para el mal “de ellos”. En la primera lectura el versículo dice que al final el opresor sufrirá las consecuencias de su maldad; en la última habla del mal que se ha hecho a otros. El significado real es que “un hombre oprime a otro hombre para su mal”, donde “su” se puede referir a cualquiera de las partes. Ambas lecturas concuerdan con lo que Salomón ha dicho.
El versículo 10 también habla de los inicuos, esta vez de su sepultura. Según la Nueva Versión Internacional, los describe como “los que frecuentaban el lugar santo”, es decir, la casa de Dios.* Si suponemos que “los inicuos” y “los que frecuentaban el lugar santo” eran los mismos, estos inicuos recibieron honra o son olvidados (como lo traduce la Nueva Versión Internacional).** La primera interpretación señala las injusticias de la vida debajo del sol: aun en la casa de Dios los inicuos reciben alabanza; la otra señala el resultado final de su vida: son olvidados. En las palabras del Salmo 34:16: “La ira de Jehová está contra los que hacen mal, para eliminar de la tierra la memoria de ellos”. Dios tiene cuidado de que los inicuos sean olvidados o, si son recordados, la gente no los honrará sino que querrá olvidarlos. De nuevo, las dos maneras de comprender el versículo se ajustan al contexto del pensamiento de Salomón.
En todo este comentario he señalado algunas variaciones en la traducción del texto bíblico para los lectores que se hayan dado cuenta de ellas al estudiar diferentes versiones de la Biblia. Como acabamos de encontrar dos versículos consecutivos con variaciones, sería bueno explicar lo siguiente: algunas de las diferentes lecturas se basan en las varias traducciones posibles del idioma original al español, otras se basan en pequeñas variaciones en copias antiguas de la Escritura escritas a mano. En cualquier caso esas variaciones no nos deben perturbar, porque no afectan ninguna enseñanza de la Escritura. Además, la Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, han pasado por las generaciones con asombrosa exactitud, más que cualquier otro libro antiguo. Al referirse al Antiguo Testamento en particular, un erudito resume: “Se puede decir con seguridad que ningún otro libro de la antigüedad ha sido transmitido tan exactamente”.10
Si dejamos a un lado el asunto de las variaciones, vemos que Salomón procede a explicar ¿por qué los inicuos muchas veces se salen con la suya con lo que hacen?: “Si no se ejecuta enseguida la sentencia para castigar una mala obra, el corazón de los hijos de los hombres se dispone a hacer lo malo”. Estas palabras tienen un tono muy moderno, ya que hoy escuchamos muchas voces pidiendo sentencias más estrictas y más rápidas para los malhechores. Un sistema judicial corrupto no sólo estimula a los inclinados al mal, también es una tentación para que otros piensen: “¿Por qué debo tratar de hacer lo que es correcto?”
Aunque pueden ser tentados, “los hombres temerosos de Dios” tienen fuertes motivos para combatir la tentación de recrearse en el mal. Por un lado, el hecho de que los inicuos se salgan con la suya no durará mucho: Dios advierte, y Dios castiga. Antes de que los inicuos logren la mitad de lo que se han propuesto hacer, su fin vendrá repentinamente; su vida no se alargará como se alarga una sombra en las horas de la tarde.
Además de comprender la inutilidad de la iniquidad, el pueblo de Dios “teme” ante su presencia; tienen temor de Dios y le tienen demasiado respeto como para pecar contra él voluntariamente.
Al tratar de servirle a Dios, algunas veces los justos parece que obtienen lo que merecen los inicuos, y los inicuos son recompensados. Hombres piadosos como Estaban y Pablo, son asesinados, mientras que los tiranos son honrados y alabados.
Como vivimos, en el mundo caído en el pecado, eso no nos debe sorprender, ni tampoco nos debemos amargar. La única persona que llevó la vida completamente perfecta fue la más perseguida de todas, y él nos da esta seguridad: “Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os odia” (Juan 15:18–19).
Lutero afirma al comentar, ¿por qué Salomón regresa continuamente al tema de la injusticia de la vida?: “Esto se dice tan a menudo para que podamos instruir a nuestros corazones y enseñarle a la buena gente lo que es el mundo, una bestia furiosa y desagradecida,…que no puede hacer algo diferente de exaltar a los inicuos y oprimir a los piadosos. No podemos esperar ninguna otra cosa”.
Cada vez que Salomón toca el tema de la injusticia, lo hace desde un punto ligeramente distinto y con una lección ligeramente diferente para enseñar. Aquí la utiliza como una razón para alabar “la alegría” de la vida. Haga lo mejor que pueda para vivir su fe y compartirla, y disfrute los dones que Dios le da, porque usted no va a cambiar el mundo. Mientras que los disfruta, piense en lo bueno que es Dios, y entonces encontrará satisfacción en su trabajo durante el tiempo que Dios le da debajo del sol.

Eclesiastés 8:16–17

“Ansiedad: Millones son atormentados por este desorden”, así dice el titular de un periódico moderno. El artículo continúa relatando un ejemplo: “Una madre de 37 años recostada en la cama, sin poder dormir, se estremecía llena de temores que las sábanas no podían calmar; su primer ataque de pánico”.11 Como muestran las palabras de Salomón, el problema no es nada nuevo, muchas generaciones han pasado innumerables noches en vela y días difíciles, sin encontrar un remedio para sus problemas. La vida sigue tan fatigosa e incomprensible como siempre. Eso es parte de la acción de Dios: ha sometido al mundo caído en el pecado o a una condición de frustración.
Algunos filósofos pueden pretender que han resuelto el enigma de la vida, pero ¿qué nos han podido decir los sabios del mundo sobre: el origen, el propósito, y el destino, de la vida debajo del sol? Dios declara: “Perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos” (Isaías 29:14). El hecho de que Salomón utilice la frase “debajo del sol” indica que se refiere a la sabiduría del mundo en lugar de la sabiduría de Dios.
Ningún ser humano por él mismo puede descubrir el significado de la vida. Sólo Dios la puede revelar.

Un destino común para todos (9:1–12)

Eclesiastés 9:1–2

En los últimos dos capítulos el Predicador ha mostrado cómo llevar la vida piadosa debajo del sol: la vida piadosa incluye enfrentar la vida de manera realista (capítulo 7). Esto incluye también obediencia al Rey y respeto por la autoridad (capítulo 8). En la mayor parte del capítulo 9 Salomón hace énfasis en que para vivir como debiéramos, debemos estar siempre conscientes de la brevedad de la vida terrenal.
“Los justos y los sabios, y sus obras, están en la mano de Dios”. ¡Qué consuelo tiene esta corta frase para los creyentes! Por naturaleza todos somos injustos y necios, inclinados a salir de la presencia del Rey y a seguir nuestros propios designios, pero Dios nos ha dado el don del perdón y de la sabiduría por medio de su Palabra. Él nos hizo su propio pueblo, de quien Jesús dice: “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:28). Es bueno saber que estamos en las manos de Dios.
En esta vida uno nunca puede tener la certeza de encontrar el “amor” o el “odio”.* En los capítulos anteriores Salomón puso muy en claro que la manera como una persona es tratada en este mundo no indica su relación con Dios. Además, las Escrituras nos enseñan que como pueblo de Dios muchas veces podemos esperar el odio del mundo, que Dios mismo permite que aparezca en nuestro camino. Sólo Dios sabe cómo y cuándo vamos a experimentar el odio o el amor.
Pero de esto podemos estar seguros: “Al final, una misma suerte aguarda a todos”, todos moriremos. Los justos, los impíos, los buenos, los malos, los limpios, los inmundos, los que sacrifican y los que no, los santos y los pecadores, los que juran como los que temen al juramento, todos morirán.
La lista completa que hace Salomón se entiende en sí, pero algunos términos requieren un comentario. Los “limpios” son los que guardaron las muchas leyes ceremoniales del Antiguo Testamento, que le fueron dadas a Moisés en el monte Sinaí junto con los Diez Mandamientos. Estas leyes (tratadas en el libro de Levítico) incluían: el lavamiento, comer solamente los alimentos correctos (limpios), y distinguir entre las enfermedades infecciosas y las no infecciosas. Levítico 13:38–46 provee un ejemplo:

Cuando un hombre o una mujer tenga en la piel de su cuerpo manchas blancas, el sacerdote lo examinará, y si en la piel de su cuerpo aparecen manchas blancas algo oscurecidas, es una erupción que brotó en la piel; la persona está limpia … Y si la hinchazón de la llaga blanca rojiza en su calva o en sus entradas se parece a la lepra de la piel del cuerpo, leproso es, impuro…
El leproso que tenga llagas llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y con el rostro semicubierto gritará: ¡Impuro!, ¡Impuro! Todo el tiempo que tenga las llagas será impuro; estará impuro y habitará solo, fuera del campamento vivirá.

Salomón también se refiere “al que sacrifica, y al que no sacrifica”. Las leyes ceremoniales del Antiguo Testamento exigían varios sacrificios en diferentes ocasiones. Los judíos piadosos ofrecieron fielmente esos sacrificios durante los catorce siglos que transcurrieron entre Moisés y la destrucción del segundo templo en el año 70. Por ejemplo, cuando Jesús era un bebé, José y María lo llevaron al templo para consagrarlo al Señor y “para ofrecer un sacrificio conforme a lo dicho en la ley del Señor, un par de tórtolas, o dos palominos” (Lucas 2:22–24).
El rey Salomón también menciona al que jura y “al que teme jurar”. Previamente el Predicador tocó el tema de los juramentos en Eclesiastés 5:4–7.
Al hacer la lista de todas las diferentes clases de personas, Salomón alude a toda clase de reputación entre los hombres. Algunos son proscritos (los inmundos), algunos son respetados (los buenos y los que sacrifican); algunos son menospreciados (los pecadores), algunos son considerados valientes (los que hacen juramentos); otros parecen tímidos (los que temen hacer juramentos). A pesar de su posición dentro de los hombres, todas esas personas llegan al mismo nivel en la muerte. Cuando estén delante del trono del juicio de Dios, será cuando comience la verdadera clasificación.

Eclesiastés 9:3–6

Todo el mundo debajo del sol tiene el mismo final. Desde un punto de vista humano sobre la vida y la muerte, es casi natural concluir que no importa cómo se viva. La muerte es una realidad tan sombría que puede anonadar: el innato sentido de eternidad que hay las personas, así como su conocimiento natural de Dios, y la voz de la consciencia.
¡Todos moriremos! Observamos que los buenos mueren junto con los inicuos; y al hacerlo, podemos percibir el mal que hay dentro de nuestro propio corazón. Jesús declaró: “De dentro, del corazón de los hombres salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lujuria, la envidia, la calumnia, el orgullo, y la insensatez” (Marcos 7:21–22). No importa lo que usted haga, morirá de todas maneras, entonces ¿por qué no seguir todos los deseos de su corazón?
El corazón de los hombres no sólo está “lleno de mal”, sino que, Salomón continúa: hay también “insensatez”. Un comentarista define la insensatez como “una conducta desenfrenada sin escrúpulos, que resulta de la convicción de que la vida es vanidad y que no hay ley moral que opere en el mundo”.12 Una canción moderna le grita descaradamente a una nueva generación: “¡Enloquezcámonos!” El poeta Dylan Thomas expresó la relación que hay entre la insensatez y la muerte con sus bien conocidas líneas:

No entres dócilmente en la noche,
Rabia. Rabia por la agonía de la luz.

Dentro de cada corazón humano rabian el pecado y la locura, precipitándose para salir antes de que se extinga la breve llama de la vida. Para el cristiano eso significa que hay una guerra dentro de su corazón. San Pablo lo dice de esta manera: “Veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente” (Romanos 7:23). Por medio de su Palabra, Dios nos ha llamado a la fe, y ahora nos llama como caballeros de la fe a dar una batalla diaria contra los dragones del pecado y de la maldad interior.
Muchos han abandonado la batalla, o nunca han entrado en ella desde el principio. Para esas personas, la concupiscencia de su corazón ha vencido, pues su vida está controlada por el pecado y la maldad interior. Por eso Hemingway en su novela Fiesta describió héroes jóvenes aburridos del mundo, que viven solamente para los breves placeres diarios.
Al final, tanto el cristiano como el incrédulo “se van con los muertos”. Para el hijo de Dios, irse con los muertos marca el fin del tormento interior; para el incrédulo es apenas el comienzo.
Las palabras del Predicador: “Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos”, nos recuerdan otra expresión antigua: “Donde hay vida hay esperanza”. Las palabras de Salomón se aplican tanto a los inicuos como a los piadosos. A la persona mundana, la muerte le trae el fin a todos sus sueños y esperanzas, pero también trae el fin a su tiempo de gracia y de cualquier esperanza de salvación. Hay una manera en la cual la muerte marca el final de algunas de nuestras esperanzas; por ejemplo, sólo mientras permanecemos en la tierra podemos tener la esperanza de dar testimonio delante de otros. Recuerde estas palabras de Pablo: “[Tengo] deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros” (Filipenses 1:23–24).
Para respaldar su afirmación sobre la esperanza de los vivos, Salomón posiblemente citó una frase común en su tiempo, al decir que “mejor es perro vivo que león muerto”. Hacemos lo mismo que Salomón cuando hablamos: desarrollamos una tesis y la terminamos con, “Ustedes saben lo que siempre se dice…”
En todo caso, se nos queda grabada la frase. Un perro típico del oriente era el carroñero, así que decir que alguien era un perro era un verdadero insulto. Por ejemplo, cuando Abner fue acusado de pecar se sintió insultado y preguntó agriamente: “¿Acaso soy un perro?” (2 Samuel 3:8). Apocalipsis 22:15 dice que los malditos son como “los perros”. Aunque en la actualidad se disfruta mucho de la compañía de un perro y se les mima mucho, las especies caninas todavía no han obtenido una completa respetabilidad. Decir que alguien es un “perro sucio” o simplemente un “perro”, no es un gran cumplido. Por otro lado, el león siempre ha sido respetado como el salvaje pero majestuoso rey de las fieras. Proverbios 30:30 describe al león como “fuerte entre todos los animales, que no retrocede ante nada”. Sin embargo, es mejor ser un pequeño perro carroñero que vaga por las calles que un león muerto, porque aquel todavía tiene vida.
Salomón declaró antes en Eclesiastés 4:2: “Alabé yo a los finados, los que ya habían muerto, más que a los vivos, los que todavía viven”. Ahora habla de ciertas ventajas que tienen los vivos sobre los muertos. No se contradice, simplemente ve el asunto desde un ángulo diferente.
Una ventaja que tienen los vivos es que todavía juegan un papel activo debajo del sol: están conscientes de todo, incluyendo el hecho de que “han de morir”; en cambio, “los muertos nada saben”. Eso sólo se puede aplicar a la vida debajo del sol, ciertamente los muertos están conscientes del juicio de Dios pero no saben lo que pasa en la tierra. Isaías 63:16 lo comprueba al hablar de los patriarcas, Abraham e Israel, que llevaban mucho tiempo muertos: “Abraham nos ignora, e Israel no nos reconoce”.
Además, los muertos ya no están para disfrutar “más recompensa” sobre la tierra, y al pasar el tiempo “su memoria cae en el olvido”.
Cuando la gente se va de este mundo, sus emociones, es decir “su amor, su odio y su envidia”, se van con ellos. Esas emociones que una vez fueron las que los motivaron desaparecen de la escena.
El Predicador resume esta sección sobre la muerte con las palabras: “Nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol”. Los que tienen la esperanza de “volver por aquí” mediante algún tipo de reencarnación quieren hacer ver que todo va a estar bien. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27). Una vez que usted salga de esta tierra, es el final, nunca más regresará.

Eclesiastés 9:7–10

La muerte es inevitable y la vida es corta. Una vez que usted se haya ido, nunca volverá a vivir en esta tierra. Entonces, ¿para qué perder el tiempo atormentándose con lo que no puede controlar? El Predicador exhorta a “gozar de la vida”: usted puede disfrutar de la vida sin entregarse al pecado y a la necedad.
¡Coma, beba, y esté alegre!, no con la actitud de los epicúreos, que piensan que la vida es vanidad y nada más importa, sino dándose cuenta de que: la comida, el vino, los vestidos, y el amor humano, son todos dones de la mano de Dios. Él le da estos dones ahora, entonces ¿por qué esperar neciamente hasta el futuro?
San Pablo le dijo a su joven ayudante Timoteo: “No bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades” (1 Timoteo 5:23). Como ciertas comidas y bebidas, el vino es bueno, aun medicinal, si no se utiliza en exceso. ¡Disfrute moderadamente de los buenos dones de Dios!
Salomón cambia del tema del vino al de los vestidos. Los antiguos judíos se vestían de manera especial en las ocasiones festivas con vestidos blancos y se ungían la cabeza con aceite, ya que el aceite de oliva y los vestidos blancos, se asociaban con la felicidad. La Biblia utiliza esas costumbres para simbolizar la alegría espiritual del pueblo de Dios. Por ejemplo, Isaías predice la manera como el Salvador le “dará” a su pueblo “aceite de gozo” (Isaías 61:3), y San Juan dice que los santos en el cielo son los que “han lavado sus ropas, y las han emblanquecido” (Apocalipsis 7:14).
Para los casados, Salomón menciona otra bendición: “Goza de la vida con la mujer que amas”. Una de las más grandes bendiciones de la vida es un cónyuge amoroso. El Predicador no aboga para que una persona vaya y encuentre una pareja diferente si no le gusta la que tiene, sino que ata el amor con el matrimonio, como Dios lo quiere. Si estamos casados debemos trabajar constantemente para hacer del matrimonio una relación de amor. El sencillo hecho de reconocer que su pareja es un don de Dios le ayudará mucho a mantener vivo el amor en su matrimonio.-
El matrimonio es una bendición temporal, porque “en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento” (Mateo 22:30). Así que en lugar de perder los años en descontento y amargura, los casados deben disfrutar su compañía durante esta corta vida de “vanidad” en la tierra. Una buena esposa es una ayuda invaluable “en el trabajo con que te afanas debajo del sol”.
Los pensamientos de Salomón sobre gozar de la vida encuentran un extraordinario paralelo en una obra de la literatura antigua de Babilonia. La epopeya de Gilgamesh, una antigua historia de una inundación que data de aproximadamente al año 2000 a.C., contiene estas palabras de consejo al héroe Gilgamesh (o Gilgamés):

Tú, Gilgamesh, llena tu vientre,
Goza de día y de noche.
Cada día celebra una fiesta regocijada,
¡Día y noche danza tú y juega!
Procura que tus vestidos sean flamantes,
Tu cabeza lava; báñate en agua.
Atiende al pequeño que toma tu mano,
¡Que tu esposa se deleite en tu seno!
¡Pues ésa es la tarea de la [humanidad]!

Estas palabras ayudan a demostrar que a través de los siglos los incrédulos también han visto el valor de gozar la vida, pero sólo la Biblia pone ese gozo en la apropiada perspectiva espiritual. El gozo debe estar equilibrado con nuestras obligaciones de servir a Dios y al prójimo.
Todos los placeres de la vida también deben estar equilibrados con la realidad del trabajo. El Predicador nos dice que hay sólo una manera de tomar el trabajo, es decir: “según tus fuerzas”. Cualquier trabajo que usted haya encontrado, hágalo lo mejor que pueda: si es estudiante, estudie duro; si es padre, aprenda de la Palabra de Dios lo que es mejor para sus hijos, y sígalo. ¿Trabaja en una fábrica o en una oficina, en un almacén o un colegio? ¿Es vendedor, ama de casa, panadero, predicador, conductor de camiones, policía, soldado, abogado, enfermera…? No gaste su tiempo quejándose de su trabajo o deseando tener los talentos de otra persona, sólo haga el trabajo que Dios le ha puesto enfrente, y hágalo mejor posible.
Salomón habla frecuentemente, en el libro de los Proverbios, en contra de la pereza; pregunta: “Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño?” (Proverbios 6:9). En Eclesiastés, el Predicador explica por qué es importante trabajar con todas las fuerzas: usted no puede regresar y volverlo a hacer. Si no estudió en el colegio, si descuidó sus talentos, si despreció a sus hijos, si les ha hecho daño a otros por su negligencia, quizá no tendrá la oportunidad de enmendar o de volver a hacer el trabajo de la manera correcta. Finalmente, en el Seol, se habrá perdido toda oportunidad.
La palabra que se traduce como “Seol” es el término hebreo sheol. Esta palabra, que quizá haya visto en comentarios y versiones de la Biblia que lo dejan sin traducir, se refiere a todo el reino de los muertos. Dependiendo del contexto, sheol tiene una gran variedad de significados específicos: el estado de los muertos, la tumba, también a veces el infierno. Cualquiera que sea su significado específico, una vez que alguien esté en del sheol ya no puede regresar a la vida en la tierra.
Cuando se trata de trabajar para nuestro Salvador, la urgencia es máxima. Jesús dice: “Me es necesario hacer las obras del que me envió, mientras dura el día; la noche viene, cuando nadie puede trabajar” (Juan 9:4). Lo que tú puedas hacer para Dios, “esmérate en hacerlo según tus fuerzas”.

Eclesiastés 9:11–12

No importa qué tan hábil y duramente trabajemos, no nos debemos atrever a jactarnos de nuestro fruto; eso está en las manos de Dios, y con humildad dejémoslo ahí.
Salomón da varios ejemplos para demostrar que esta verdad se aplica a todas las áreas de la vida. A veces el corredor más veloz se cae y pierde la carrera, como ha pasado en los juegos Olímpicos; a veces un ejército fuerte pierde ante uno más débil, como los ejércitos madianitas, que aunque eran como “langostas en multitud” fueron vencidos por Gedeón y sus 300 hombres (Jueces 7). Un verdadero sabio puede vivir en la pobreza, mientras que algún necio gana una fortuna en la lotería o firma algún contrato multimillonario para jugar beisbol. Un artista brillante puede morir sin un centavo, y no es “descubierto” hasta que se va de esta vida. Un trabajador hábil e inteligente podría recibir sólo desprecios en lugar de alabanza por sus esfuerzos.
Dios decide la suerte de todos: “a todos les llega el tiempo y la ocasión”. Por lo tanto debemos aprender a depender de Dios y no de los factores humanos. Así lo afirma el Salmista:

El rey no se salva por la multitud del ejército,
ni escapa el valiente por la mucha fuerza.
Vano para salvarse es el caballo;
la grandeza de su fuerza a nadie podrá librar.
El ojo de Jehová está sobre los que temen,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus almas de la muerte,
y para darles vida en tiempo de hambre. (Salmo 33:16–19).

Salomón afirmó que la hora de la muerte llega pronto e inesperadamente para muchos. ¿Alguna vez se ha imaginado lo que sentiría si fuera un pez que va nadando tranquilamente y de repente se encuentra atrapado en una red? ¿O un pájaro, que cae en una trampa? En un instante todo se acaba.
No sólo la muerte nos sorprende como una trampa, también “así se ven atrapados los hijos de los hombres por el tiempo malo, cuando de repente cae sobre ellos”. Justo cuando la gente piensa que ha triunfado en esta vida, la tragedia azota: un accidente, una enfermedad repentina, una pérdida en la familia, la ruina financiera, un desastre nacional. Esta es otra razón para vivir un día a la vez, confiando en Dios.

La sabiduría es mejor que la necedad (9:13–10:20)

Eclesiastés 9:13–18

Salomón no dice quién fue ese hombre pobre y sabio. Muy probablemente se ha perdido la historia de ese hombre, como lo indica el rey con la nota: “Y nadie se acordaba de aquel hombre pobre”.
Tampoco nos dice el rey Salomón la manera como el hombre sabio “libró a la ciudad con su sabiduría”. ¿Convenció al rey enemigo para que no peleara? ¿Ideó alguna estrategia ingeniosa para derrotar al rey poderoso? Salomón no da la información porque eso, también, está fuera del tema. Su punto es simplemente este: por valiosa que pueda ser la sabiduría y por mucho que sea el bien que le pueda hacer a otros, no hay garantía de que una persona buena y sabia sea recompensada debajo del sol.
Cuando la pequeña ciudad estaba desesperada escuchó al sabio pobre; una vez que la ciudad estuvo a salvo “nadie se acordaba de aquel hombre pobre”. Tal vez tan pronto como el peligro hubo pasado la gente le atribuyó su liberación al azar, o quizá algún oficial jactancioso tomó todo el crédito.
Un comentarista sugiere que el pobre fue despreciado “porque no tenía una apariencia espléndida, de acuerdo con la que la multitud estima el valor de las palabras de un hombre”.14 Hoy eso puede suceder fácilmente en la política: el hombre que luce mejor en la televisión gana la elección; también puede suceder en la iglesia: la gente se congrega para escuchar al Predicador que tiene una figura imponente y tiene una voz magnífica, o un manejo inteligente de las palabras, pensando equivocadamente que esas cosas implican un mensaje profundo.
Debido a estas tristes realidades, Salomón agrega este proverbio: “Las palabras serenas del sabio son mejores que el clamor del señor entre los necios”. Aprenda a escuchar más allá de la fuerte e impresionante voz. A veces la sabiduría más invaluable está escondida en el empaque más ordinario; muchas veces la voz de Dios no viene con el rugido del viento ni el sacudimiento de un temblor o la furia de un incendio, sino con “silbo apacible y delicado” (1 Reyes 19:11–12).
El rey concluye esta sección con otro proverbio: “Mejor es la sabiduría que las armas de guerra; pero un solo error destruye mucho bien”. Toma años construir una bella catedral, pero un solo descuido la puede reducir a cenizas. Un imprudente acto malo puede destruir mucho bien.
Parece que la sabiduría es un don muy frágil: se olvida fácilmente, muchas veces no tiene recompensa y se deshace rápidamente. Sin embargo, el sabio rey Salomón reitera que, con toda su delicadeza, “mejor es la sabiduría que las armas de guerra”. La sabiduría refuerza y salva la vida en lugar de destruirla.

Eclesiastés 10:1–3

Eclesiastés 10 es como una porción aparte del libro de Proverbios, ya que el rey Predicador saca de la manga un corto proverbio o dicho sabio tras otro. En general, hay poca o ninguna transición cuando Salomón salta de un pensamiento al siguiente, pero hay un tema consistente que va por todo el capítulo: la sabiduría es mejor que la necedad. Salomón respalda este tema con muchos ejemplos de la vida. Nos ofrece sabiduría para que la pongamos en práctica en nuestra vida, es sabiduría piadosa para la vida debajo del sol.
“Moscas muertas” son literalmente “moscas de muerte”. La expresión puede significar moscas que están muertas o moscas que dan muerte, es decir, que son venenosas. En cualquier caso, cuando esas moscas caen en un perfume aceitoso, le dan mal olor. La palabra hebrea para mosca merece una pequeña consideración, que es de interés. La palabra es zebub (casi se puede escuchar el zumbido en su pronunciación). Combinándola con la palabra baal o beel (que quiere decir señor, amo), tenemos Beelzebú: el señor de las moscas que traen enfermedad y muerte. Este es uno de los nombres que se le da a Satanás, “príncipe de los demonios” (Mateo 12:24). El demonio es el señor de lo inmundo, del reino de los demonios del mal, que trae enfermedad.
Así como una pequeña mosca puede hacer que apeste todo un frasco de perfume, “así es una pequeña locura al que es estimado como sabio y honorable”. Basta una pequeña equivocación necia o un desliz imprudente de la lengua de un alto funcionario, como un presidente, para que en un instante todos los periódicos y los noticieros lo anuncien. Eso puede significar el fin de una excelente carrera, hasta puede llegar a decidir el curso de la historia. Seamos figuras públicas o no, estas palabras se aplican a todos. ¿Alguna vez ha cometido “una pequeña necedad” por lo que ha pasado años tratando de borrarla? Aquí muchos podemos hablar con experiencia.
Salomón, al comparar al sabio con el necio, utiliza las direcciones “derecha” e “izquierda”. La derecha frecuentemente simboliza lo bueno y la izquierda lo malo, como cuando Jesús dice que “pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda” en el Día del Juicio (Mateo 25:33). Salomón compara la sabiduría piadosa con la falta de ella; el sabio confía en Dios; el necio, por otro lado, no atiende a Dios ni a su Palabra. Al final, esa persona terminará a la izquierda, y será condenada.
Cuando Salomón describe al necio que va “por el camino”, se refiere a estar público, en contraste con estar en casa. Deuteronomio 6:7 pone ambas situaciones a la par: debemos estar atentos a los mandamientos de Dios sin que importe dónde estemos. “Hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino”. Sin embargo, el necio ignora la Palabra de Dios tanto en público como en privado.
Salomón no necesariamente describe algún tipo de payaso cuando dice que el necio “va diciendo a todos que es necio”. El necio puede ser listo y encubrir sus palabras con un manto de falsa sabiduría. ¡Y pueden existir suficientes necios que consideran la estupidez de esta persona como la más alta sabiduría!

Eclesiastés 10:4–7

En lugar de ser conocidos por lo que son, los necios muchas veces llegan a posiciones importantes debajo del sol. Ahora Salomón agrega unos pocos proverbios sobre el tema.
En primer lugar nos exhorta a no ceder ante la ira injusta de otros, aun si son personas que tienen autoridad. Si usted sabe que lo que ha hecho es correcto y está de acuerdo con la Palabra de Dios, aférrese a eso. Tal vez su jefe está enojado con usted porque fue honesto o no se aprovechó de algún cliente; no lo obedezca, y no se enoje ni se vaya, sino tenga calma. El “príncipe” puede volver en sí y al final agradecérselo. Piense en la manera calmada como el profeta Natán reprobó al rey David por sus pecados de adulterio y asesinato (2 Samuel 12:1–13). Si Natán no le hubiera hablado tan francamente al rey, tal vez David nunca se hubiera arrepentido de sus pecados.
Salomón continúa: el hecho es que los príncipes pueden ser tan necios y estar tan necesitados de corrección como cualquier otra persona. Este es otro de los males de la vida. Es triste decirlo, pero muchas veces hay personas que están en lugares que no les corresponden debajo del sol: los necios están “en grandes alturas” mientras que “los ricos están sentados en lugar bajo”. En este contexto “rico” significa alguien que es rico en sabiduría y conocimiento. De la misma manera, “siervos a caballo, y príncipes que andaban como siervos sobre la tierra” es una manera de indicar que las cosas andan al contrario de cómo debía ser, que las cosas no son lo que debieran ser.
Este mundo al revés produce mucho “error”. Cuando estaba ebrio, de repente y sin pensarlo, el rey Herodes le hizo una promesa a una bailarina (Marcos 6:14–29). Ese error condujo a que Juan el Bautista fuera decapitado, el hombre a quien Jesús había honrado como la persona mayor de toda la época del Antiguo Testamento (Mateo 11:11). El siglo veinte ha sido testigo de que todo el mundo ha estado sumergido en guerra, en gran parte debido al ansia de poder de un solo hombre.
Lutero comenta: “Así es que los necios son quienes tienen los cargos de responsabilidad en todas partes, prevalecen en el senado, en la corte, etc. El mundo es necio, y es gobernado por necios y por conceptos necios”.
Es bueno que guardemos estas verdades en mente, que nos guardan de temer a las palabras de los altos y poderosos. También nos guían a las Escrituras, la única fuente del verdadero conocimiento.

Eclesiastés 10:8–11

En estos cuatro versículos, Salomón usa como ejemplo las ocupaciones y las experiencias de su época, para presentar algunas verdades que no se limitan a ninguna época.
En el versículo 8 quiere mostrar que las malas intenciones se pueden volver contra quienes están empeñados en hacerles daño a otros. El Salmo 57:6 también utiliza la imagen de cavar un hoyo para atrapar a alguien: “Hoyo han cavado delante de mí; en medio de él han caído ellos mismos”. La otra imagen, la del que aportilla el vallado [el que rompe un muro, como traduce Reina-Valera 1960], posiblemente se refiere a una persona que trata de entrar violentamente en el campo o en la casa de otra persona. La tierra de Israel ha sido siempre muy pedregosa; los agricultores todavía utilizan piedras de los campos para construir muros divisorios o terraplenes en las laderas. Al entrar una persona violentamente por esta clase de paredes, construidas no muy firmemente, podía alborotar una serpiente que estuviera en alguna grieta. El punto de Salomón es que muchas personas, que buscan hacerle daño a otras, terminan haciéndose daño sólo a ellas mismas.
Mientras que las actividades que se mencionan en el versículo 8 pueden ser mal intencionadas, las que se describen en el versículo 9 no lo son. Sin embargo, aun así pueden hacerle daño a la persona a quien se aplican. El trabajo de cortar piedras era un gran negocio en el tiempo de Salomón; cuando construyó el templo, “tenía también…setenta mil que llevaban las cargas, y ochenta mil cortadores en el monte; sin los principales oficiales de Salomón que estaban sobre la obra, tres mil trescientos, los cuales tenían a cargo el pueblo que hacía la obra. Y mandó el rey que trajeran piedras grandes, piedras costosas para los cimientos de la Casa, y piedras labradas.” (1 Reyes 5:15–17). Sin duda, mover esos grandes bloques podía ser un trabajo peligroso. El otro trabajo que menciona el Predicador en el versículo 9, el de partir leña, también tenía que ver con la construcción del templo: “Los albañiles de Salomón…cortaron y prepararon la madera y las piedras de cantería para edificar la casa” (1 Reyes 5:18). La Biblia menciona uno de los peligros relacionados con ese trabajo: “Como el que va con su prójimo al monte a cortar leña, y al dar su mano el golpe con el hacha para cortar algún leño, se suelta el hierro del cabo, y da contra su prójimo y éste muere” (Deuteronomio 19:5).
Salomón reitera que hay peligro en el trabajo honesto así como en el trabajo deshonesto. Por eso, debemos orar pidiendo la guía y la ayuda de Dios y ver que nuestro trabajo sea agradable a Dios.
Las palabras del rey sobre el hierro no son difíciles de entender: si el hierro del hacha embota; el trabajador requerirá de un esfuerzo mayor al que se necesita con un hierro amolado (afilado). Pero “lo provechoso es emplear la sabiduría”, es decir, ¡usted se ahorrará mucho esfuerzo si tiene cerca a alguien con la suficiente habilidad para afilar el hierro! De cierta forma, todos estamos embotados: somos hierros imperfectos por causa del pecado. Cuando Dios utiliza nuestros servicios, se requiere tanto de fortaleza como habilidad para llevar a cabo el trabajo. Los padres también necesitan la habilidad para “amolar” (encausar) a sus hijos para que lleven una vida útil en el reino de Dios.
El versículo acerca del encantador de serpientes tiene un doble significado. Por supuesto que un encantador de serpientes perderá el negocio si esta muerde a alguien antes de que sea encantada. Es interesante notar que las palabras que se traducen como “encantador” literalmente significan “amo de la lengua”. Entonces, entendidas de esta manera, Salomón también dice: “Tenga cuidado de su lengua, no hable sin pensar”. David expresó un pensamiento similar: “Líbrame, oh Jehová, del hombre malo;…aguzaron su lengua como la serpiente; veneno de áspid hay debajo de sus labios” (Salmo 140:1, 3). Debemos aprender a encantar nuestra lengua antes de que muerda. Santiago lo advierte enérgicamente: “Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana” (Santiago 1:26).

Eclesiastés 10:12–15

Vivimos en una época en la que se pasa por alto la importancia de las palabras. “Los hechos hablan más que las palabras” es una frase muy común. Además, hoy muchos ven el idioma simplemente como un medio para despertar las emociones, y no como un medio para comunicar la verdad objetiva. En la publicidad, en la música popular, en la política y en la religión, muchas veces la manera como se dice algo tiene más importancia que el contenido de lo que se dice.
Con frecuencia la Biblia hace énfasis en que las palabras (junto con los actos y los pensamientos) son importantes. Es mediante palabras humanas que el Dios todopoderoso se ha revelado a nosotros. A la vez, debemos tener cuidado con nuestras palabras; Salomón nos mostró antes que lo que le decimos a Dios no se debe tomar en poco: “No te des prisa con tu boca… a proferir palabra delante de Dios” (5:2). Ahora hace énfasis en que también nos debe importar lo que les decimos a otras personas: nuestras palabras y la manera como las decimos son importantes.
“Las palabras del sabio están llenas de gracia”. ¿Qué significa que las palabras estén “llenas de gracia”? Significa contestar a los demás “con mansedumbre y reverencia” (1 Pedro 3:15), guardar nuestra boca de “palabras deshonestas” (Colosenses 3:8), y aferrarnos “a la verdad en amor” (Efesios 4:15).
El Predicador hace el contraste entre las palabras llenas de gracia del sabio y las palabras del necio. “Los labios del necio causan su propia ruina”, es un proverbio con significado similar al dicho moderno de “meter la pata”. El necio en su conversación va de mal en peor, de “necedad” a “nocivo desvarío”; “multiplica sus palabras”, tal vez comienza con una “mentirita blanca” y después pasa a extensas maniobras para encubrirla. La negación de Cristo por parte de Pedro es un ejemplo clásico de eso (Mateo 26:69–75). Cuando una criada le afirmó que estuvo con Cristo, Pedro contestó: “No sé lo que dices”; cuando le preguntaron por segunda vez, “negó otra vez con juramento: No conozco a ese hombre”; cuando la gente que permanecía alrededor todavía seguía tras Pedro, “él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco a ese hombre”.
¿Alguna vez se ha encontrado usted “multiplicando palabras” para tratar de salirse de una situación peligrosa? ¿O simplemente para hacer valer sus derechos? Decir demasiado no es sabio, porque nos puede conducir a decir cosas que no debiéramos. “En las muchas palabras no falta el pecado; mas el que refrena sus labios es prudente” (Proverbios 10:19).
El necio tiene mucho que decir sobre muchos temas diferentes, incluyendo el futuro, sobre el cual no sabe nada. Santiago, quien parece que extrae mucho de Eclesiastés, ofrece este consejo en un pasaje al que ya se hizo referencia:

¡Vamos ahora!, los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, negociaremos y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello. Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es mala. (Santiago 4:13–16).

El necio hace sus planes, habla y habla, y continúa con sus labores sin terminarlas, aun hasta el punto de quedar exhausto. Puede tener ambiciones y planes muy definidos, pero en realidad todo su trabajo es vanidad, porque sus esfuerzos son sin Dios. Así vaga el necio desorientado por la vida. En este sentido, “no saben por dónde ir a la ciudad”.

Eclesiastés  10:16–20

¡Qué tragedia cuando las personas necias llegan al poder y gobiernan toda una nación! Aquí la palabra para “muchacho” literalmente significa “niño”. Sin tener en cuenta su edad cronológica, es inmaduro y está más interesado en disfrutar la vida y los privilegios del poder que en guiar al pueblo y buscar su bienestar. El rey Salomón ni siquiera se imaginaba que después de su muerte su propio hijo Roboam “[iba a dejar] el consejo que los ancianos le habían dado, y [pediría] consejo de los jóvenes que se habían criado con él” (1 Reyes 12:8). Así que las palabras de Salomón resultaron proféticas, aunque él no tuvo esa intención.
Una nación se puede considerar “bienaventurada” cuando su rey o líder “es hijo de nobles”. Lo que quiere decir el rey Salomón no es que el líder deba venir de la alta sociedad o de la nobleza, sino con sus propias cualidades de nobleza. Este tipo de gobernante mantiene el equilibrio: él y sus consejeros, son eficientes y buenos en lo que podemos llamar gerencia del tiempo. Trabajan durante el día; cuando hacen una pausa para comer, comen “para reponer sus fuerzas y no para banquetear”. Estas palabras nos recuerdan un pasaje de Proverbios: “No es para los reyes beber vino, ni para los príncipes los licores; no sea que bebiendo olviden la ley, y perviertan el derecho de todos los afligidos” (Proverbios 31:4–5).
El frecuente énfasis que hace el Predicador sobre el buen liderazgo inculca en nosotros lo muy agradecidos que debemos estar por los líderes eficientes que hay en nuestro gobierno. Debemos estar agradecidos por los sabios líderes que hubo en el pasado, y debemos orar por tener esa clase de líderes.
Salomón, como es su costumbre, inmediatamente contrasta lo bueno con lo malo. Lo opuesto al líder bueno e industrioso es el perezoso; si el perezoso es un dueño de casa entonces deja que el techo se hunda y se caiga; si es un líder en el gobierno o en la iglesia, entonces esa casa pronto comienza a hundirse y a caerse. Cuando existe un liderazgo débil, la corrupción y la inmoralidad, se pueden comenzar a desarrollar en la organización.
Ciertamente también hay un tiempo: para el banquete, para la risa, para el vino, y para la alegría. El sabio sabrá cuándo es ese tiempo y no dejará que interfiera con sus responsabilidades en la vida. En lugar de excederse en estos placeres, los reconocerá como dones que Dios da para tiempos necesarios de recreación y distracción.
El perezoso y el desenfrenado, a quienes Salomón ha estado describiendo, no tienen esa perspectiva; para ellos la vida no tiene otra razón más que la búsqueda del placer. Parece que Salomón insertó la última línea del versículo 19 como una ilustración más de la actitud del perezoso y el desenfrenado: “El dinero responde por todo”. En capítulos anteriores el Predicador ha hecho énfasis en que el dinero no es la respuesta. Las riquezas en ellas y por ellas mismas son vanidad (5:8–6:12). Entonces, qué triste es cuando la gente, especialmente las personas de influencia, no pueden ver más allá de su propia codicia.
Aun si nos tocara vivir bajo esa clase de gobernante o si trabajáramos para esta clase de jefe, les debemos respeto debido a su posición; debemos tomar sus palabras y acciones de la manera más amable que sea posible y no rebajarlo ni hablar mal de él. Esta apropiada actitud comienza en el corazón, con nuestros pensamientos. Si el corazón está lleno de amargura y resentimiento, tarde o temprano resultará una expresión imprudente. Jesús dice: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). Sucede muy a menudo que los siervos maldicen a sus amos (7:21–22), los empleados maldicen a sus jefes, y los ciudadanos maldicen a sus funcionarios. Y antes de que se dé cuenta, un ave ha llevado sus palabras a donde usted no quiere que vayan y puede terminar perdiendo su trabajo y, si vive bajo un gobierno opresor, su vida.
No es que la Biblia nos aconseje ser cobardes y que no nos arriesguemos; si hay errores que necesitan corrección, debemos confrontar directamente al que los comete. Jesús nos instruye así: “Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos” (Mateo 18:15). Esta es la manera correcta y amorosa y no el dejar que los demás se enteren.

Pan sobre las aguas (11:1–6)

Eclesiastés 11:1–2

Salomón se acerca al fin de su presentación. Con una serie de proverbios pintorescos ahora nos invita a trabajar diligentemente y a dejar los resultados en las manos de Dios.
Primero que todo, debemos confiar en que Dios bendecirá el bien que le hacemos a otros. Para comunicar este pensamiento Salomón nos indica: “Echa [la palabra hebrea también puede significar “envía”] tu pan sobre las aguas”. Probablemente alude a los barcos mercantes enviados con pan, o sea, bienes para comerciar. El propio rey Salomón “tenía en el mar una flota de naves… Una vez cada tres años venía la flota de Tarsis, y traía oro, plata, marfil, monos y pavos reales” (1 Reyes 10:22). Desde el puerto de Ezyón-géber en el mar Rojo (1 Reyes 9:26) sus barcos navegaban a Arabia y posiblemente a la lejana India.
Así como se requería fe en que la flota finalmente iba a regresar con su carga, también necesitamos fe en que el bien que enviamos al mundo finalmente regresará con una carga de bendiciones. Así como el viento y las olas llevaban la flota más allá del alcance de la vista y al olvido, también debemos hacer bien y olvidarlo. Entonces, tal vez años más tarde, cuando menos lo esperemos, el bien regrese.
Muchos pastores han tenido la experiencia de que los visita inesperadamente un antiguo miembro y les recuerda alguna buena obra de hace años. Ese es el tipo de experiencia que todo cristiano puede tener. Es muy probable que no obtengamos gran recompensa en esta vida, y Eclesiastés ha dejado muy en claro que la vida es así. Pero tarde o temprano los actos de amor que se hacen por la fe que Dios da, tendrán su recompensa. Jesús señala que posiblemente las mayores y más desinteresadas obras de amor no reciban recompensa en esta vida; sin embargo, como los barcos mercantes, finalmente regresarán llenos de bendiciones en la vida eterna.

Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y tengas ya tu recompensa. Antes bien, cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás dichoso; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos (Lucas 14:12–14).

Al indicarnos “reparte a siete, y aun a ocho”, el Predicador nos llama a ser generosos. El tema de la generosidad se encuentra a través de toda la Escritura. Por ejemplo, San Pablo advierte: “El que siembra escasamente, también segará escasamente, y el que siembra generosamente, también segará generosamente… Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:6–7).
Nosotros no sabemos “que mal ha de venir sobre la tierra”. Dios puede enviar: hambrunas, cosechas que no se produzcan, depresiones económicas, y otros problemas innumerables. Cuando sucede un desastre queremos hacer lo que podemos para ayudar a los que tienen necesidad. Tal vez algún día, cuando tengamos necesidad, nuestra generosidad sea recompensada. Salomón ya nos advirtió de la tragedia de acumular riquezas sólo para que caigan en las manos de una persona que ni las necesita ni las utiliza apropiadamente (2:18–21). Ahora ofrece una alternativa a esa avaricia: dar a los necesitados.
La expresión “a siete, y aun a ocho” se refiere a un tipo de generosidad que no se interesa en números exactos, no vamos a ayudar a otros simplemente para tener un registro de ello. Es más importante estar motivados a dar por amor, que conservar la lista de las personas a quienes hemos ayudado.

Eclesiastés 11:3–6

Lo que será, será. Si va a llover, lloverá. Si un árbol se cae por aquí o por allá, en el lugar donde caiga, “ahí quedará”. En consecuencia, podemos hacer nuestra vida y no preocuparnos sobre lo que pueda o no suceder.
Algunas personas observan constantemente el viento y la nubes para conocer exactamente “el momento preciso” para emprender sus planes. Esa nada provechosa precaución no es la demostración de una fe plena en el control que Dios tiene del futuro. Pablo dice: “No nos cansemos, pues, de hacer bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.” (Gálatas 6:10). La forma apropiada de llevar la vida es actuar confiada y persistentemente en todos los aspectos de la vida, pero en especial al hacer la obra del Señor.
Muchas veces las cosas resultan bastante diferentes de como las planeamos. No podemos ver el soplo del viento, ni tampoco podemos observar a una criatura desarrollarse dentro del vientre de la madre. Así es con los caminos de Dios, y es importante recordar esto cuando se hace un trabajo misionero o de evangelismo. Jesús combina las dos imágenes del viento y del bebé cuando describe la manera en que Dios nos lleva a la fe. “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; pero no sabes de dónde viene, ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8). El cristiano cuando comparte su fe con un incrédulo puede recibir solamente rechazo y fracaso aparente; mientras tanto el Espíritu de Dios trabaja invisiblemente mediante la palabra plantada en el incrédulo. Tal vez, después de muchos años la fe nazca en esa persona para que forme parte de la familia de Dios.
La ilustración final de esta sección, de sembrar semillas, la da el Predicador para ilustrar aplicaciones similares. Debemos hacer todo lo mejor posible y dejar los resultados a Dios. En lugar de poner todo en una sola empresa, Salomón nos aconseja que aprovechemos todas las oportunidades, “porque no sabes qué es lo mejor…”. De nuevo, la aplicación es especialmente adecuada en el reino espiritual; cuando y como sea posible, debemos plantar las semillas de la Palabra de Dios. Sólo Dios sabe dónde y cuándo vendrán resultados del esfuerzo.
A lo largo de toda la Biblia Dios compara la naturaleza—la lluvia, el viento, la siembra, el crecimiento—con realidades espirituales: la siembra de la Palabra de Dios, el crecimiento espiritual, la vida cristiana. Las parábolas de Jesús están llenas de estas comparaciones, como su famosa parábola del sembrador (Mateo 13:1–23) en la que recuerda las palabras del rey Salomón sobre la semilla. De una manera muy sencilla, las ilustraciones prácticas nos invitan a observar más de cerca la maravillosa creación de Dios, y ella tiene mucho que enseñarnos.

Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud (11:7–12:8)

Eclesiastés 11:7–10

Trabaje duro, déjele los resultados a Dios, y disfrute entonces de la vida. De esta manera, la vida debajo del sol puede ser dulce: disfrute los días de sol y felicidad, trate de encontrar alegría en la vida mientras viva.
Ciertamente cualquier alegría que tengamos va empañada por “los días de las tinieblas” que “serán muchos”. Cuando Salomón habla de esta manera, no lo hace como un anciano amargado; sólo expresa la realidad que también se presenta a través de toda la Biblia. Cinco siglos antes de la época de Salomón, Moisés dijo algo similar: “Los años de nuestra vida son setenta años. Si en los más robustos, hasta ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajos, porque pronto pasan, y volamos” (Salmo 90:10). La afirmación que hace Salomón cuando dice: “todo cuanto viene es vanidad”, subraya la naturaleza molesta y fugaz de la vida sobre la tierra.
Ahora el anciano rey les dirige sus pensamientos a los jóvenes: “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón…”. Generalmente la juventud es una época de ímpetu, novedad, amor por la vida, y sentimiento de aventura. Como las flores de la primavera, también muy a menudo todas las alegrías de la juventud se marchitan por las debilidades y los problemas de la ancianidad. Por eso Salomón exhorta: “Alégrate,…tome placer…Anda según los caminos de tu corazón y la vista de tus ojos”.
Algunos comentaristas ven en este pasaje una contradicción con las palabras que Dios da por medio de Moisés en Números 15:39: “…os acordéis de todos los mandamientos de Jehová. Así los pondréis por obra y no seguiréis los apetitos de vuestro corazón y de vuestros ojos, que han hecho que os prostituyáis”. Pero cuando consideramos el contexto de las palabras de Salomón es claro que no les dice a los jóvenes que sigan las concupiscencias y los malos deseos de sus ojos y de su corazón, sino que habla de los objetivos de la juventud que agradan a Dios. Habla de cosas como: proseguir la educación, viajar, salir con amigos, casarse, reír, jugar, y sencillamente pasarla bien.
De inmediato el rey desecha las concupiscencias juveniles como borracheras, promiscuidad sexual, odio, celos y pereza, cuando agrega: “Pero recuerda que sobre todas estas cosas te juzgará Dios”. La alegría tiene sus límites, está circunscrita por los mandamientos de Dios. Muchos jóvenes han cometido excesos, sólo para vivir las consecuencias durante toda una vida. Y después de esta vida vendrá el juicio.
Vale la pena compartir en detalle los pensamientos de Lutero sobre este pasaje:

Los jóvenes deben evitar sobre todo la tristeza y la soledad. Para los jóvenes es tan necesaria la alegría como la comida y la bebida, ya que el cuerpo es vigorizado por un espíritu feliz. La educación no debe comenzar con el cuerpo sino con el espíritu, de tal manera que esto no se pase por alto; porque cuando el espíritu haya sido instruido apropiadamente, será fácil gobernar el cuerpo. Por lo tanto uno debe ser tolerante con los jóvenes, y debe dejarlos ser felices y hacer todo con un espíritu feliz. Sin embargo, uno debe cuidar de que no se corrompan con los deseos de la carne. Porque las parrandas, las juergas, y las aventuras amorosas no son la felicidad del corazón de la que él habla aquí, porque en cambio ellas ponen triste el espíritu.

Muchos jóvenes piensan que la religión le va a poner un freno a su diversión. En un sentido sí: los jóvenes que tratan de vivir su fe van a tener que decirle no a mucho de lo que otros jóvenes de su misma edad consideran una diversión. Pero Salomón lo ve de otra manera: una consciencia del juicio de Dios nos ayuda a “quitar, pues de [nuestro] corazón el enojo, y apartar de [nuestra] carne el mal”. ¿Cómo? La persona que trata de vivir de acuerdo con la Palabra de Dios disfruta de libertades y placeres que nunca se pueden encontrar en la satisfacción pecaminosa. Tiene paz en su consciencia y paz con Dios: su mente no está atacada por una consciencia acusadora, ni está su cuerpo agobiado con la preocupación de que sufrirá las consecuencias de sus malas acciones.
Es un buen consejo, ¿verdad? Saboree los días felices de la juventud, “porque la adolescencia y la juventud son efímeras”. La palabra hebrea que se traduce como “juventud” probablemente está más relacionada con la palabra que denota “la oscuridad del cabello”, que contrasta con la vejez cuando el cabello se vuelve blanco o se cae. El tiempo de la juventud es corto, y su vigor es tan fugaz como una exhalación.

Eclesiastés 12:1–5

Dado que esta sección continúa el pensamiento del capítulo anterior, se hubiera podido hacer la división entre los capítulos 11 y 12 en un lugar mejor. Aquí Salomón pasa del tema de la juventud a los de la ancianidad y de la muerte. Estos versículos constituyen una de las más conmovedoras y bellas porciones de Eclesiastés, y por supuesto de toda la literatura.
Cuando Salomón dice: “Acuérdate de tu Creador”, quiere decir mucho más que sólo: “Piensa en Dios”; más bien utiliza la palabra para recordar como lo hace el profeta Malaquías cuando dice: “Acordaos de la ley de Moisés” (Malaquías 4:4). A Dios no le satisface que simplemente lo recordemos como recordamos algún hecho histórico o con alguna pequeña trivialidad. Recordarlo significa mantenerlo a él y a su Palabra constantemente en la mente y en el corazón, confiar en él y vivir cada nuevo día con él y para él. Significa estar agradecido por todos los dones y promesas que nos ha dado, y acudir a él en tiempo de necesidad.
Los jóvenes no deben tener la idea de que se pueden olvidar de Dios hasta que lleguen a ser mayores. Puede que ese día nunca llegue, y las personas que han llevado su vida sin Dios no lo encuentran fácilmente en el último momento. Por cada ladrón en la cruz que es salvo al final de su vida (Lucas 23:39–43), hay otros incontables que pasan por la oscura puerta de la muerte de la misma manera en que llevaron su vida, sin preparación para reunirse con su Hacedor. Ahora es el tiempo para acordarse de Dios, ahora es el tiempo para el estudio de la Biblia, para la oración y para asistir a la iglesia. Así, cuando los problemas de la vida aumenten, los podremos afrontar con Dios a nuestro lado.
De esto podemos estar seguros: “los días malos” vendrán. Si vivimos mucho tiempo, vendrán años en los que diremos: “No tengo en ellos contentamiento”. Salomón, habiendo afirmando esto, procede a pintar un cuadro muy poético de la llegada de la ancianidad. Describe una escena de una villa en un día nublado, y cada aspecto del cuadro representa un aspecto de la ancianidad.
Salomón dice primero que el sol, la luna y las estrellas “se oscurecen”, esto señala la tristeza de volverse viejo. Los amigos y los amados mueren, aparecen la soledad y la enfermedad, los días de productividad han pasado. Muchos ancianos anhelan el día en que dejarán el valle oscuro de la vida sobre la tierra.
“Vuelvan las nubes tras la lluvia”. Cuando somos jóvenes, la luz del sol sigue a la lluvia; pero cuando se amontonan: la enfermedad, los pesares, y los problemas de la vida, la recuperación no viene tan rápidamente. Una persona anciana muchas veces sale de una enfermedad o de problema sólo para entrar en otro. Hengstenberg anota correctamente que este amontonamiento de problemas tiene dos propósitos: uno es para los creyentes y el otro es para los incrédulos. “El poder para sufrir se extingue en la ancianidad; el corazón ya está agotado. Sin embargo, aquí esa no es la única consideración. La voluntad de Dios es humillar a su propio pueblo antes del fin de la vida, y darle a los inicuos una prueba del infierno”.15
Después de pintar como fondo un cielo nublado, Salomón se enfoca en la casa misma. Aunque algunos detalles pueden permitir más de una interpretación, es claro que la casa representa el cuerpo del anciano.
“Los guardias de la casa” representan los brazos y las manos. En la juventud son veloces y fuertes para proteger el cuerpo, en la ancianidad “tiemblan” con debilidad. “Los hombres fuertes” son las piernas junto con los músculos más fuertes del cuerpo; aquí también la fortaleza de la juventud da paso a la ancianidad y las piernas se comienzan a “encorvar”.
“Las molineras” en la casa son las mujeres que muelen la harina y preparan la comida. En el cuerpo los que muelen son los dientes, ellos dejan de hacer su trabajo “porque habrán disminuido”. A continuación Salomón menciona los ojos: “las que miran por las ventanas”. De nuevo, la aplicación es obvia: la visión se disminuye con la edad.
“La puertas de afuera” representan los oídos; cuando se “cerrarán”, dejarán de escuchar los sonidos comunes de afuera. Uno de esos sonidos sería la molienda del grano. A pesar de la pérdida de la audición, Salomón dice que los ancianos se levantarán “cuando se escuche la voz del ave”, pero esto no es porque escuchen a los pájaros, sino más bien porque simplemente no pueden dormir. Aunque los ancianos se puedan despertar con los pájaros madrugadores, no lo pueden apreciar, ya que el canto de los pájaros es muy suave.
Todas esas debilidades llevan al temor de salir: “se tema también a las alturas”. Los hombres tienen miedo de caer, están temerosos de tropezar con obstáculos inadvertidos. Y también existe el temor de que “se llene de peligros el camino”. Por no tener la fortaleza para defenderse, a muchos ancianos no les gusta aventurarse en las calles.
Al continuar con la descripción de la casa, ahora el Predicador pinta un almendro florecido en el cuadro de la ancianidad. Las flores de ese árbol son rosadas, pero se vuelven blancas cuando están listas para caer: el cabello blanco es otra señal de que el fin está cerca. Acompañan a esta señal de la ancianidad la rigidez de los ancianos y el caminar inseguro, representado por una langosta que es una carga.
“Y se pierda el apetito”. Esta frase dice literalmente: “la alcaparra pierde su efecto”. Tal vez Salomón se refiera a este alimento como una fruta para estimular el deseo sexual, o como un condimento para estimular el deseo de comer. Para lo que hubiera sido utilizada esta fruta, ya no hace efecto en la persona, deja de crear el deseo. Podemos agregar otros deseos que se acaban con la edad avanzada: el deseo de aprender, los muchos deseos de la voluntad y las emociones. Todos los deseos, incluyendo hasta la voluntad de vivir, cesan.
Llega el fin, el hombre se va de su casa de carne y huesos, desgastada por el tiempo, y se traslada a su “morada eterna”. Tal vez el apóstol Pablo tuvo en mente a Eclesiastés cuando escribió tan bellamente sobre el hecho de dejar atrás la “morada terrestre” y el trasladarnos a la permanente “casa…eterna, en los cielos” (2 Corintios 5:1–10).
Mientras tanto allá en la villa la vida continúa: “rondarán por las calles quienes hacen duelo”. Hay amargura en este comentario: en el momento en que una persona se va de esta vida, los endechadores profesionales vienen de todos lados y se pelean por el trabajo de endechar. Jeremías menciona esta costumbre cuando especifica: “Llamad a las plañideras para que vengan; buscad a las hábiles en el oficio” (Jeremías 9:17). Jesús encontró “a los que tocaban flautas” y a “los que lloraban y daban grandes alaridos” en la casa de la niña que resucitó (Mateo 9:23; Marcos 5:38). Sin duda Salomón se refería a esta clase de endechadores contratados. Los habitantes del Medio Oriente expresan sus sentimientos de manera abierta, exteriorizan su dolor con grandes alaridos mientras caminan por las calles. En tiempos antiguos los endechadores contratados ayudaban a crear el ambiente deseado. Cada uno tiene su propia manera de expresar dolor, incluyendo el uso de profesionales contratados para ayudar en un funeral.

Eclesiastés 12:6–8

El Predicador describe la muerte mediante varias formas de expresión: se quiebra la cadena de plata, se rompe el cuenco de oro, el cántaro se quiebra junto a la fuente, la polea se rompe sobre el pozo. Las primeras dos imágenes, de plata y de oro, describen lo precioso de la vida. Algunos han visto en la cadena de plata una referencia a la médula espinal, pero no es probable que Salomón haga algún tipo de declaración anatómica, más bien describe la vida como una lámpara de oro que cuelga de un cordón de plata. Cuando se rompe el cordón, la lámpara se estrella contra el piso y se quiebra.
El Predicador representa a la muerte como el fin de la utilidad de la vida con las imágenes quebradas del cántaro y de la polea. Los antiguos utilizaban cántaros de barro para sacar el agua de fuentes o pozos; la polea también servía en este proceso, ya que una cuerda amarrada a la polea hacía más fácil sacar agua. El constante deterioro de la rueda hacía que finalmente se rompiera. Pequeños trozos de barro y ruedas desgastadas son más imágenes tristes de la muerte.
Con la muerte viene el regreso al polvo. Cuando Salomón dice que el cuerpo es polvo, nos recuerda las palabras que le dijo Dios a Adán:

Con el sudor de tu rostro
comerás el pan
hasta que vuelvas a la tierra,
porque de ella fuiste tomado;
pues polvo eres,
y al polvo volverás. (Génesis 3:19)

“Y el espíritu vuelva a Dios que lo dio”. Esta clara afirmación contradice directamente a los comentaristas que sostienen que los creyentes del Antiguo Testamento no tenían el concepto de vida después de la muerte. Salomón habló previamente del juicio que vendría (3:17); ahora en la discusión que hace del final de la vida, afirma otra vez que cada uno de nosotros algún día comparecerá ante la presencia de su Hacedor. Cuando su espíritu vuelva a Dios, ¿qué cuentas rendirá? ¿Qué hizo con la vida que él le dio? ¿Qué otra cosa puede usted implorar sino la sangre y los méritos de su Salvador?
En el fin del mundo el cuerpo resucitará y se reunirá con el espíritu. Salomón no habla de esto, pero el profeta Daniel sí sostiene: “Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (Daniel 12:2). En general, el Antiguo Testamento no presenta la resurrección en la plenitud con que la conocemos en el Nuevo Testamento. El comentarista H. C. Leupold ha anotado acertadamente que esto no significa que el Antiguo Testamento sea imperfecto o que tenga errores:

Cuando observamos que la doctrina de la otra vida no fue revelada en toda su plenitud en el Antiguo Testamento no implicamos que hubo algún defecto o error en su exposición, o que su declaración en el Antiguo Testamento fue tan rudimentaria como para permitir la aparición de todo tipo de conceptos erróneos. Las mismas verdades que presenta el Nuevo Testamento son ofrecidas por el Antiguo, pero el Antiguo no presenta todos los detalles de estas verdades.16

Habiendo tratado el fin de la vida, el Predicador reitera su tema de la vida debajo del sol: “¡Vanidad! ¡Vanidad!…” Sin Dios la vida es un caparazón vacío. Sin él no hay esperanza de una vida feliz en el más allá.
La vida en la tierra es corta y fugaz, así que miremos más allá: la eternidad se extiende delante de nosotros.

CONCLUSIÓN: ECLESIASTÉS 12:9–14

Las sombras se alargan a través del pórtico del templo mientras que el rey Salomón continúa su discurso. Ha hablado sobre el vacío que hay en la vida debajo del sol y de la plenitud de la vida bajo Dios, y en un bello lenguaje descriptivo destaca la corta vida del hombre sobre la tierra, antes de que “vaya a su morada eterna”.
Podemos percibir ahora que el rey está por concluir su discurso.

La conclusión del discurso (12:9–14)

Eclesiastés 12:9–12

Como aquí el Predicador se refiere a él mismo en tercera persona (“él” en lugar de utilizar la primera persona, “yo”), muchos comentaristas opinan que Salomón no escribió los versículos finales del libro de Eclesiastés. Pero esta no es la primera vez que Salomón habla así: ya había utilizado la tercera persona al comienzo del libro (1:2) y en la mitad (7:27). Entonces, no es de ninguna manera extraño que se exprese así en la conclusión. El libro de Nehemías es otro libro en el que el autor se refiere a él mismo de ambas maneras (Nehemías 1:1; 8:10). ¡Cristo muchas veces fluctuó entre llamarse a él mismo “el Hijo del Hombre” y “Yo”, a veces dentro de la misma frase! (Marcos 14:62)

“Y cuanto más sabio fue el Predicador; tanto más enseñó sabiduría al pueblo”

Aquí Salomón dice que una cosa es ser sabio, y otra cosa es compartir la sabiduría con el pueblo. El Predicador compartió su gran sabiduría, pues 1 Reyes 4:32 nos informa que Salomón “compuso tres mil proverbios”. Dios tuvo cuidado de que varios centenares de ellos pasaran a través de los tiempos en los libros de Proverbios y Eclesiastés.
¿Se vanagloria Salomón cuando se refiere a su propia sabiduría? No, a través de todo el libro de Eclesiastés ha mostrado que todo depende de Dios. Cuando aquí se refiere a su sabiduría, lo hace para exponer otra tesis: quiere que estemos conscientes de que sus palabras no se pueden tomar a la ligera. Lejos de vanagloriarse, Salomón está por recordar que su sabiduría le vino de Dios mismo. En Números 12:3 Moisés dijo de él mismo que era “muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra”. Lo hizo para exponer una tesis, es decir, que Dios había escogido a ese hombre humilde para ser el vocero del Todopoderoso. Dios utiliza todo tipo de personas para que sean instrumentos de su poder y de su sabiduría, pero la gloria le pertenece al Señor y no al instrumento humano.
No importa cómo nos imaginemos a Salomón escribiendo el libro de Eclesiastés, podemos estar seguros de que fue guiado por el Espíritu Santo y por lo tanto escogió con cuidado “exactamente las palabras correctas”. El Predicador afirma que su manuscrito (sea escrito por su propia mano o dictado) contenía “palaras de verdad”, y eso se aplica a la misma Palabra de Dios: su Palabra es verdad.
Estas palabras que hemos recibido de Salomón son más que simples opiniones humanas, son inspiradas por el Señor. Salomón las compara con “aguijones” y con “clavos hincados”. Los aguijones eran varas puntiagudas que se utilizaban para empujar a los bueyes o para que los pastores guiaran sus ovejas. Como los aguijones, las Escrituras inspiradas mueven a las personas a la acción: la Palabra de Dios punza nuestra consciencia, nos afecta profundamente, nos lleva al arrepentimiento y nos guía a la fe. A la vez que los aguijones describen acción, los clavos hincados simbolizan estabilidad: mantienen las cosas juntas y las refuerzan. La Palabra de Dios mantiene nuestra vida fija; es nuestra fortaleza y nuestra estabilidad. Por supuesto, es el único fundamento sólido en este mundo de inestabilidad y cambio.
Las palabras del sabio tienen esas cualidades porque son “pronunciadas por un Pastor”; aquí el término Pastor sólo se puede referir al Señor. A través de toda la Biblia Dios es llamado el Pastor, y desde Génesis 48:15 Jacob menciona a “Dios en cuya presencia anduvieron mis padres Abraham e Isaac, el Dios que me mantiene desde que yo soy hasta este día”. Y Jesús el Hijo de Dios se llama a él mismo “el buen pastor” que “da su vida por las ovejas” (Juan 10:11). En una de las frases más recordadas de la Escritura, David el padre de Salomón escribió: “Jehová es mi pastor” (Salmo 23:1).
Este Pastor guía a su pueblo por medio de las palabras de la Biblia. Los “sabios” que menciona Salomón son los mismos que Pedro describió así: “…hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21). Estos son los hombres a quienes Dios les dio los pensamientos y las palabras que han llegado a ser la Biblia; sus palabras son verdaderas y sin error, provienen de un solo Pastor.
La traducción de la primera parte del versículo 12 en la New International Version es diferente a la manera como traduce la versión que usamos en español y a otras; dice: “Ten cuidado, hijo mío, de cualquier cosa aparte de ellas”. Las palabras del Pastor se deben creer por encima de todo lo demás. El rey Salomón advierte contra agregar algo; le dirige la advertencia al “hijo mío”, que era un antiguo término afectuoso que utilizaban comúnmente los maestros para dirigirse a los discípulos. Por ejemplo, en Proverbios 3:1 Salomón doce: “Hijo mío, no te olvides de mi enseñanza.”
La advertencia que hace Salomón contra el agregar a la Palabra de Dios va a la par con la advertencia que hace la Biblia de guardarse de “los falsos profetas” (Mateo 7:15) y contra distorsionar la Escritura para “su propia perdición” (2 Pedro 3:16).
Una de las razones por las que surgen estas advertencias es por la proliferación de la literatura engañosa. A través de los siglos es cierto que “nunca se acaba de hacer muchos libros”. Y de la gran cantidad que se publican, no vale la pena leer muchos de ellos. Eso era cierto en la época de Martín Lutero hace cinco siglos. “Porque sucede que cuando se publica un buen libro”, observó Lutero, “también se publican diez malos”. El porcentaje parece ser más alto en nuestros días.
Vivimos en una época de tremendos avances en los medios de comunicación. Se han combinado: radio, cine, televisión, teléfono, video, grabadoras de cintas magnéticas, y otros productos de la tecnología moderna, para crear una comunicación más rápida y más fácil de lo que nuestros antepasados se hubieran podido imaginar. Junto con estos avances, la industria de los libros ha florecido como nunca antes. Por ejemplo, en los Estados Unidos se publican alrededor de 50,000 libros cada año, y casi la tercera parte de ellos son publicaciones religiosas.
Estamos saturados con todo tipo de comunicaciones. Obviamente algunas de ellas son basura, y la mayoría son engañosas. A pesar de toda clase de mensajes que nos llegan y de todo lo que hay por leer, es de suma importancia que no descuidemos la única cosa necesaria, la Palabra de Dios. El cristiano tratará de dedicar tiempo a la lectura de la Biblia y de buenos libros que le ayuden al estudio de la Palabra de Dios. Lutero dio un buen consejo sobre cómo nos podemos ocupar de la lectura:

Si un estudiante no quiere que la labor de su lectura sea en vano, debe leer y volver a leer un buen escrito para que el autor del mismo y el lector sean uno. Porque la lectura de una gran variedad de escritos no implica el aprendizaje sino causa confusión; hace que el estudiante sea como un hombre que habita en todas partes pero en realidad no vive en ninguna. De la misma manera que no disfrutamos diariamente de la compañía de todos nuestros amigos sino de unos pocos escogidos, así mismo debe ser nuestra lectura.17

Al agregar Salomón: “El mucho estudio es fatiga del cuerpo”, no se refiere al estudio de la Escritura, porque lo dice al final de esta sección, inmediatamente después de la advertencia que hace contra hacer agregados a la Palabra de Dios. Además, otras partes de la Escritura lo aclaran. Mientras que las filosofías y los entretenimientos del mundo llegan a ser fatigosos, la Palabra de Dios no. El justo “medita de día y de noche” en la Palabra de Dios (Salmo 1:2), y esta lo reanima, sustenta y ensancha su corazón (Salmo 119:25–32).

Eclesiastés 12:13–14

A través de todo Eclesiastés Salomón ha ido desarrollando su conclusión y finalmente la presenta. Esta es la manera de vivir en medio de la vanidad del mundo, sobreponiéndose a su vanidad: “Teme a Dios”.
La palabra hebrea que se traduce como “teme” significa más que terror, tiene la idea de: respeto, temor, y reverencia. En efecto, ¡los que temen a Dios son liberados de todo terror! David declaró:

Busqué a Jehová, y él me oyó,
y me libró de todos mis temores…
El ángel de Jehová acampa alrededor
de los que le temen,
y los defiende…
Temed a Jehová, vosotros sus santos,
pues nada falta a los que le temen.
(Salmo 34:4, 7, 9)

A veces el “temer” se asocia muy de cerca con “confiar”, como cuando David escribió en otro Salmo: “Verán esto muchos, y temerán, y confiarán en Jehová” (Salmo 40:3). En las palabras de Salomón: “¡Teme a Dios!”, todos estos conceptos están presentes. Confíe en Dios, porque todo está en sus manos, y en su amor él cuidará de usted.
Donde hay temor a Dios, también hay deseo de guardar sus mandamientos. “El temor de Jehová es aborrecer el mal” (Proverbios 8:13). Por el respeto que le tienen a Dios, los creyentes sólo quieren hacer lo que le agrada a él.
Salomón dice que es de esto de lo que se trata la vida. “Esto es el todo del hombre”: durante su existencia, la vida no tiene otro propósito que buscar la gloria de Dios.
Tal vez a algunos les pueda parecer simplista la conclusión del Predicador; se podría parecer a lo que un niño de cinco años le repetiría a su maestro de la escuela dominical. Sin embargo, el hombre más sabio del mundo estima esto como el pasaje más lleno de sabiduría: “Teme a Dios”.
Quizá la fe cristiana tenga una naturaleza infantil y sencilla, pero es el camino de la salvación.
En Eclesiastés Salomón abordó en gran manera los temas de la bondad y los dones de Dios para los hombres, además de mencionar la realidad del juicio que vendrá. Ahora de manera abrupta termina el libro con la misma nota de juicio. San Pablo cita en sus cartas a los corintios esta nota de juicio en el último versículo del libro de Eclesiastés: “El cual [el Señor] aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones. Entonces, cada uno recibirá su alabanza de parte de Dios” (1 Corintios 4:5). “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5:10).
El hecho de que Salomón haya terminado su libro con una palabra de juicio ha perturbado a muchos eruditos. Al hacer copias de Eclesiastés, los escribas judíos muchas veces repitieron el penúltimo versículo al final para crear un final más feliz (lo mismo hicieron con: Isaías, Lamentaciones, y Malaquías). Pero eso no era necesario, porque el hijo de Dios, temeroso de Dios, no tiene que aterrorizarse del juicio; sabe que en su Salvador encontrará perdón, aun de sus “errores…ocultos” (Salmo 19:12).
Así que no hay nada más importante en la vida que esto: ¡Tema a Dios! Sígalo a él y a su Palabra. Él lo guiará por este mundo hasta el día de juicio, lo guiará más allá del sol y a la gloria eterna.
Estos versículos finales de Eclesiastés son las palabras de un hombre arrepentido, y muy posiblemente las últimas palabras registradas de Salomón. La descripción histórica final de Salomón que se da en el libro de Reyes no menciona su trágica caída en pecado, en cambio elogia, “su sabiduría” (1 Reyes 11:41).
Luego agrega que “durmió Salomón con sus padres, y fue sepultado en la ciudad de su padre David” (1 Reyes 11:43).
Podemos darle gracias a Dios porque antes de que el rey Salomón durmiera nos dejara el libro de Eclesiastés. En esta maravillosa porción de la Escritura él ha demostrado que la vida se puede llevar solamente de dos maneras: sin Dios o con Dios. No tenemos que ver más allá para darnos cuenta de inutilidad de la primera manera. Por la gracia de Dios hemos venido a conocerlo como nuestro Salvador. Siempre que sea posible, compartamos con otros nuestra vida bajo Dios, para que nuestro don también llegue a ser de ellos. El tiempo que tenemos en esta vida es corto: pronto se quebrará el cordón de plata, pronto el espíritu volverá a Dios que lo dio, y pronto dormiremos con nuestros padres.
Los años pasan rápidamente, y muchas generaciones han vivido y muerto en los veintinueve siglos que han transcurrido desde el tiempo de Salomón. Sin embargo, el sol todavía sale y se pone sobre Jerusalén, el viento todavía corre a través de las antiguas colinas alrededor de la ciudad eterna, las fuentes siguen fluyendo al mar, y el hombre todavía se fatiga debajo del sol ardiente.

Mientras tanto, las palabras del Predicador, el hijo de David y
rey de Jerusalén, están vivas.
“Vanidad de vanidades,
dijo el predicador;
vanidad de vanidades,
todo es vanidad.”
… …
La conclusión de todo el discurso oído es ésta:
Teme a Dios, y guarda sus mandamientos;
porque esto es el todo del hombre.

 

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