¿Qué es la naturaleza pecaminosa de la carne?
Este término, Naturaleza, designa el carácter o estructura esencial del ser.
La “naturaleza” de un objeto o de un ser es el constituyente primario, o la combinación de cualidades que dan a ese objeto o a ese ser su carácter verdadero. La palabra griega (φυσις, fysis) se refiere a “todo lo que… parece estar establecido” (Koster, Kittel, 9:253).
A menudo la palabra “naturaleza” se refiere a la suma total del universo, sin tomar en cuenta la interferencia del hombre.
Como tal, con frecuencia es personificado, casi deificado por quienes rehúsan aceptar que ha sido creado y que es sostenido por Dios.
Los creacionistas, por el contrario, creen que Dios provee una comprensión limitada de sí mismo por medio de la naturaleza.
Los temas de discusión más serios concernientes al término “naturaleza” se relacionan con la antropología y la cristología. En Cristo encontramos una persona o ser que tiene dos naturalezas, la humana y la divina. En cuanto al ser humano, la pregunta es si se debe identificar la naturaleza:
- con la humanidad genérica
- con el ser individual como el aspecto fundamental de la realidad que se mantiene incambiable a través de los cambios de cualidades o estados (Moustakes)
- con las características individuales propias del yo. Las dos primeras son fijas e inalienables. La tercera es
Por lo tanto, mientras que el ser del hombre, o la naturaleza humana común a todos y esencial, permanece inalterable, la naturaleza moral de cualquier persona podría ser transformada por la gracia de Dios.
Los wesleyanos han sido optimistas acerca de esta posibilidad. Wesley afirma:
“Usted es verdaderamente cambiado; no solo se lo considera justo, sino que realmente es ‘hecho justo’ ”.
La palabra “naturaleza” es usada en un sentido adaptado por los wesleyanos, quienes consideran la naturaleza pecaminosa como propensión al mal, en contraste con los actos de pecado.
Esta naturaleza pecaminosa se adquiere y no es parte integral del ser humano.
Romanos 5:12 es un texto crucial en este asunto. Los eruditos generalmente están de acuerdo en que el uso del artículo con el sustantivo singular (η αμαρτια, e amartía), que Pablo introduce aquí en la epístola, significa que de aquí en adelante la discusión se concentra en esta clase de pecado, de tal manera que a la perversidad descrita se la puede llamar naturaleza. Pero es “una tiranía moral interna extraña a la verdadera naturaleza del hombre”.
Los escritores de santidad han hecho muchos intentos por encontrar una palabra o expresión que comunique adecuadamente la noción de esta “tiranía moral interna”. Wesley usó “propensión al pecado” y “tendencia a hacer la voluntad propia”. se refiere a la naturaleza pecaminosa como “principio”, “corrupción heredada”, “disposición”.
Mientras que los cristianos generalmente sostienen que esta naturaleza pecaminosa permanece en el creyente justificado, Juan Wesley los exhorta a seguir adelante a la “gran salvación”, por medio de la cual Dios provee completa liberación de “todo pecado que aún permanece” (Sermons, 2:391).
Esta liberación llega en un momento de fe decisiva cuando uno cree y recibe la entera santificación. Para expresar esta liberación, Pablo usa varias palabras o frases como “sea destruido” (Ro. 6:6) y “crucificado” (Gá. 5:24).
La naturaleza del hombre puede ser alterada tan profundamente por la gracia de Dios, que su renovación es radical —en lugar de la tendencia a pecar, ahora se encuentra amor perfecto.
NATURALEZA HUMANA.
El hombre como miembro de la raza humana participa de una esencia básica, ontológica, que se manifiesta en sus acciones y decisiones.
De hecho, el hombre es un horno faber; hace herramientas, usa lenguaje y crea culturas. Pero también en cada una de sus decisiones yace una naturaleza que se manifiesta en la acción.
La posición básica del existencialismo, que la “existencia es anterior a la esencia”, excluye cualquier yo ontológico del individuo y cualquier continuidad racial de la naturaleza humana; por lo que hace al hombre el constructor de su propia naturaleza básica; lo considera una “actividad” en lugar de un “agente”.
Pero el hombre (como su Dios y Creador) existe como consecuencia de su esencia. Dios es ens a se (un ser independiente) y el hombre es ens per se (un ser dependiente, creado). Además, un ente cuya existencia no sea consecuencia de su esencia nunca puede ser eterno.
“Dios mismo establece su propia existencia, eterna y necesariamente en conformidad con su esencia” (Max Scheler, On the Eternal in Man, 226).
De la misma manera, el hombre se conduce de acuerdo a su esencia básica. El ser y la forma de actuar del hombre son, evidentemente, independientes de la existencia aquí y ahora de cualquier individuo o de sus actos.
El hombre no puede escapar de su humanidad. La raza humana está bajo la ley de la solidaridad y está unida en una vida común. En el instante que Dios creó la primera pareja, creó la naturaleza humana en ellos y con ellos.
“Los seres humanos, como personas, están separados y son distintos uno del otro, y siempre debe ser así. Pero cada uno posee una naturaleza humana común, y todos juntos forman un organismo viviente que, como tal, constituye la raza humana”.
Nunca debemos perder de vista dos hechos básicos: la responsabilidad personal del hombre y su solidaridad con la raza humana.
La Naturaleza Pecaminosa de la Carne
El aspecto físico de los seres humanos, lo que los distingue de Dios y por lo tanto se utiliza con frecuencia en el NT como un símbolo de la naturaleza humana pecaminosa en contraste con la perfección de Dios. (La palabra griega que significa “carne” se traduce a veces por otras palabras y frases en los pasajes citados en este tema.).
La carne como la sustancia corporal de los seres humanos
Como individuos o en relación a otros Sal 84:2; Gn 2:23–24; 29:14; 1 Co 15:39
Los siguientes dos ejemplos de Pablo, donde la palabra normal para “carne” enfatiza la traducción “cuerpo”, dejan en claro que “vivir en la carne” es la experiencia humana normal; la frase no implica necesariamente que la naturaleza humana es pecaminosa, aunque en muchos otros casos, una conexión específica entre la “carne” y “pecado” es el propósito: Gl 2:20; Flp 1:22–24
Como el medio por el cual Jesucristo es identificado con la raza humana para salvarla
Jn 1:14; Ef 2:15; He 10:20; 1 Jn 4:2
Como sujeto a la mortalidad
Is 40:6–7 ; Sal 78:39; Hch 2:31; 1 Co 15:50
Como sujeto a la debilidad
2 Cr 32:8 ; Sal 73:26; Mt 26:41 pp Mr 14:38
La carne como contraste de la naturaleza humana con la perfección de Dios
La impotencia de los seres humanos en contraste con el poder eterno de Dios
Is 31:3 ; Jn 3:6; 6:63
Estándares humanos o mundanos en contraste con los estándares de Dios
Jn 8:15 ; 1 Co 1:26; 2 Co 5:16; 10:3–4
La carne denotando la naturaleza pecaminosa de los seres humanos
La tendencia a pecar Ro 7:18 Pablo no quiere decir que no existe bondad en absoluto en las personas; ni que el aspecto físico del ser humano es intrínsecamente malo. Lo que quiere decir es que los seres humanos están infectados por el mal y sujetos a su poder. Ver también Jr 17:5
El conflicto en la experiencia humana entre la carne y el Espíritu de Dios Gl 5:17 ; Ro 8:4–9; Gl 5:19–25
La naturaleza pecaminosa se opone a Dios y su voluntad.
Esta oposición se manifiesta en una serie de acciones y actitudes
Gl 5:19–21 ; Ro 7:14–25; 8:7; 13:13–14; 1 Co 6:9–11; Ef 5:5; Stg 1:14–15; 1 P 2:11; 2 P 2:10,18; 1 Jn 2:16
Confianza en la ley es inútil Ro 8:3 Debido a la pecaminosidad de la naturaleza humana, la ley de Dios no tiene el poder de unir a la gente a una relación con Dios; Gl 3:3 Hasta el intento de encontrar aceptación para con Dios por medio de guardar su ley es un acto de naturaleza pecaminosa porque tiene que ver con rechazar la oferta de salvación a través de su gracia. Ver también Ro 7:25; Flp 3:3–9
La naturaleza pecaminosa controla el comportamiento humano de manera que es contrario a Dios
Ro 8:8 ; Ro 7:5
La naturaleza pecaminosa por lo tanto hace que las personas estén sujetas al juicio de Dios y a la muerte
Ro 8:13; Ef 2:3 ; Gl 6:8
Los creyentes no son controlados por la naturaleza pecaminosa
Por medio de la encarnación de Jesucristo, Dios libera del poder y las consecuencias del pecado humano Ro 8:3 ; Ef 2:15
Los creyentes han crucificado su naturaleza pecaminosa Ro 7:5–6 ; Ro 8:8–9; Gl 5:24; Col 2:11
El poder del Espíritu de Dios capacita a los creyentes a seguir resistiendo la naturaleza pecaminosa Ro 8:13 ; Ro 13:14; Gl 5:13; Col 3:5–6; 1 P 2:11
La provisión de Dios de la disciplina de la iglesia en la eliminación de la naturaleza pecaminosa 1 Co 5:5
La disciplina de excluir a un pecador de la comunidad de la iglesia tiene la intención de llevarlo al arrepentimiento y así abandonar la acción de su conducta pecaminosa.
El arrepentimiento provocado por el sufrimiento físico es, posiblemente, lo que también se tiene en mente.
Si, habiendo dirigido la mirada al universo, pasamos ahora a mirarnos a nosotros mismos, encontraremos evidencias adicionales de la existencia de Dios. Altos ideales y sublimes aspiraciones se agitan dentro de nosotros.
Cosas hermosas a los ojos, a los oídos y al tacto nos mueven profundamente. Nuestra mente es insaciablemente curiosa en su búsqueda de conocimiento. Un imperioso impulso a hacer lo que ‘debemos’ hacer nos impele hacia adelante y hacia arriba, y nos cubre de vergüenza cuando fallamos. El amor, también, pone de manifiesto la característica nobleza de nuestra condición humana, ese amor que ha inspirado las grandes proezas del arte, el heroísmo, el sacrificio, y el servicio.
¿Acaso son estos sentimientos universales una burla estéril, espejismos en el desierto de la ilusión? ¿O es que existe alguna cualidad última de la belleza, la verdad, la bondad y el amor a la que responde toda nuestra personalidad? Más importante todavía: ¿Qué puede decirse de nuestra innata reverencia para con lo sagrado, nuestro sentido de asombro y maravilla, nuestra necesidad de adorar? ¿Por qué todos los seres humanos son criaturas que adoran, e incluso fabrican sus propios dioses si no les ha sido revelado ninguno? ¿No hay ningún Dios en servicio del cual estos anhelos puedan encontrar satisfacción? A la luz de estos hechos o datos de nuestra propia experiencia, parecería más razonable creer en Dios que negar su existencia.