LA DOCTRINA DE LA IGLESIA [Mt 16:18]

LA DOCTRINA DE LA IGLESIA
Tabla de contenidos

¿Cómo podemos reconocer a una verdadera iglesia?

¿Cuáles son los propósitos de la Iglesia? ¿Qué hace a una iglesia más agradable a Dios … o menos?

Reflexionemos sobre ésta doctrina: La Iglesia es la comunidad de todos los verdaderos creyentes de todos los tiempos. 

Esta definición considera que la Iglesia está compuesta por todos los que han sido verdaderamente salvos. Pablo dice: 

«Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella» (Ef 5:25). 

Aquí la expresión «la iglesia» se usa para aplicarla a todos los redimidos por la muerte de Cristo, a los que son salvos por la muerte de Cristo. 

Pero eso debe incluir por igual a los verdaderos creyentes de todos los tiempos, tanto los de la edad del Nuevo Testamento como los de la edad del Antiguo Testamento. Tan grande es el plan de Dios para la Iglesia que ha exaltado a Cristo a una posición de suprema autoridad para bien de la Iglesia: 

«Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la Iglesia. Ésta, que es su cuerpo, es la plenitud de aquel que lo llena todo por completo» 

(Ef 1:22–23).

Naturaleza de la Iglesia

Jesús mismo edificó la Iglesia llamando a las personas a ir a él. Él prometió: 

«Yo edificaré mi iglesia» (Mt 16:18). 

Pero este proceso por el cual Cristo edifica la Iglesia es simplemente una continuación del patrón establecido por Dios en el Antiguo Testamento por el cual llama a las personas a sí mismo para que sean una asamblea que le adore a él. Hay varias indicaciones en el Antiguo Testamento de que para Dios su pueblo era una «iglesia», un pueblo reunido con el propósito de adorar a Dios. 

Cuando Moisés le dice al pueblo que el Señor le dijo: «Convoca al pueblo para que se presente ante mí y oiga mis palabras, para que aprenda a temerme todo el tiempo que viva en la tierra» (Dt 4:10), la Septuaginta traduce las palabras «convoca» (heb. cajal) con el término griego ekklesiazo, «convocar a una asamblea», que es el verbo cognado del sustantivo ekklesia, «iglesia», del Nuevo Testamento.

No sorprende, entonces, que los autores del Nuevo Testamento puedan hablar del pueblo de Israel del Antiguo Testamento como una «iglesia» (ekklesia). Por ejemplo, Esteban habla del pueblo de Israel en el desierto como «la iglesia [ekklesia] en el desierto» (Hch 7:38, traducción del autor). El autor de Hebreos cita a Cristo diciendo que debe entonar alabanzas al Dios en medio de la gran asamblea del pueblo de Dios en el cielo: 

«En medio de la iglesia [ekklesia] te cantaré alabanzas» 

(He 2:12, traducción del autor, citando Sal 22:22).

Por consiguiente, el autor de Hebreos entiende que los creyentes del día presente, que constituyen la Iglesia en la tierra, están rodeados de una gran «nube de testigos» (He 12:1) que se remonta hasta la edad más temprana del Antiguo Testamento e incluye a Abel, Enoc, Noé, Abraham, Sara, Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas (He 11:4–32). Todos estos «testigos» rodean al pueblo de Dios del día presente, y parece apropiado que los consideremos, junto con el pueblo de Dios del Nuevo Testamento, como la gran «asamblea» o «iglesia» espiritual de Dios.

Por tanto, aunque hay ciertamente nuevos privilegios y nuevas bendiciones que se dan al pueblo de Dios en el Nuevo Testamento, el uso del término iglesia en la Biblia y el hecho de que en todas las Escrituras Dios siempre ha llamado a su pueblo a reunirse para adorarle indican que es apropiado decir que la Iglesia está constituida por todo el pueblo de Dios de todos los tiempos, lo mismo los creyentes del Antiguo Testamento que los del Nuevo Testamento.

La Iglesia es invisible pero visible.

En su realidad espiritual verdadera como compañerismo de todos los creyentes genuinos, la Iglesia es invisible. Esto se debe a que no podemos ver la condición espiritual del corazón de las personas. Podemos ver a los que asisten exteriormente a la Iglesia, y podemos ver las evidencias externas del cambio interior espiritual, pero no podemos en realidad ver el corazón de las personas y ver su condición espiritual; sólo Dios puede hacer eso. Por esto Pablo Dice: «El Señor conoce a los suyos» (2 Ti 2:19). Incluso en nuestras iglesias y en nuestros barrios, sólo Dios sabe con certeza y sin error quiénes son verdaderos creyentes. Al hablar de la Iglesia como invisible, el autor de Hebreos habla de «la iglesia de los primogénitos inscritos en el cielo» (He 12:23) y dice que los creyentes del día presente se unen a esa asamblea en adoración.

Podemos dar la siguiente definición: La Iglesia invisible es la Iglesia según Dios la ve. Tanto Martín Lutero como Juan Calvino afirmaron de buen grado este aspecto invisible de la Iglesia, en contra de la enseñanza católica romana de que la Iglesia Católica Romana era la única organización visible que había descendido de los apóstoles en línea ininterrumpida de sucesión (por medio de los obispos de la iglesia). La Iglesia Católica Romana ha argumentado que sólo en la organización visible de la iglesia romana podemos hallar a la única iglesia verdadera. Incluso hoy la Iglesia Católica Romana sostiene tal creencia.4 Lutero y Calvino discreparon de esa idea, y afirmaron que la Iglesia Católica Romana tenía la forma externa, la organización, pero era nada más que el caparazón. 

Calvino aducía que así como Caifás (el sumo sacerdote en tiempo de Cristo) descendía de Aarón pero no era un verdadero sacerdote, los obispos de la Iglesia Católica Romana habían «descendido» de los apóstoles en línea de sucesión pero no eran verdaderos obispos de la iglesia de Cristo. Debido a que se habían apartado de la verdadera predicación del evangelio, su organización visible no era la Iglesia verdadera.

Por otro lado, la verdadera iglesia de Cristo también tiene ciertamente un aspecto visible. Podemos usar la siguiente definición: La Iglesia visible es la Iglesia según la ven los creyentes en la tierra. En ese sentido la Iglesia visible incluye a todos los que profesan fe en Cristo y dan evidencia en su vida de esa fe.
En esta definición no decimos que la Iglesia visible sea la Iglesia según el concepto de cualquier persona (digamos un inconverso o cualquiera que sostenga enseñanzas heréticas), sino que queremos hablar de la Iglesia según la perciben los que son creyentes genuinos y entienden la diferencia entre creyentes e inconversos.

La Iglesia visible en todo el mundo siempre incluirá a algunos inconversos, y las congregaciones individuales por lo general incluirán a algunos inconversos, porque no podemos ver el corazón como lo ve Dios. Pablo habla de «Himeneo y Fileto, que se han desviado de la verdad», y que «así trastornan la fe de algunos» (2 Ti 2:17–18). Pero tiene confianza de que «El Señor conoce a los suyos» (2 Ti 2:19). De modo similar Pablo advierte a los ancianos efesios que después de su partida «entrarán en medio de ustedes lobos feroces que procurarán acabar con el rebaño. Aun de entre ustedes mismos se levantarán algunos que enseñarán falsedades para arrastrar a los discípulos que los sigan» (Hch 20:29–30). Jesús mismo advirtió: «Cuídense de los falsos profetas. Vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Por sus frutos los conocerán» (Mt 7:15–16). Dándose cuenta de la distinción entre la Iglesia invisible y la Iglesia visible, Agustín dijo de la Iglesia visible: «Muchas ovejas están fuera y muchos lobos están dentro».

Cuando reconocemos que hay inconversos dentro de la Iglesia visible hay el peligro de volvernos demasiado suspicaces y empezar a dudar de la salvación de muchos verdaderos creyentes. Calvino advirtió en contra de este peligro diciendo que debemos hacer un «juicio caritativo» por el que reconocemos como miembros de la Iglesia a todos los que «por confesión de fe, por ejemplo de vida, y por su participación en los sacramentos, profesan al mismo Dios y Cristo como nosotros».6 No debemos tratar de excluir del compañerismo de la Iglesia a las personas sino hasta que su pecado público traiga castigo sobre ellos mismos. Por otro lado, por supuesto, la Iglesia no debe tolerar en su membresía a los «inconversos declarados» que por profesión o vida proclaman claramente estar fuera de la verdadera Iglesia.

La Iglesia es local y universal.

En el Nuevo Testamento la palabra iglesia se puede aplicar a un grupo de creyentes de cualquier nivel, desde un grupo muy pequeño que se reúne en una vivienda privada hasta el grupo de todos los verdaderos creyentes de la Iglesia universal. A una «iglesia en su casa» se le llama «iglesia» en Romanos 16:5: «Saludad también a la iglesia de su casa» (RVR), y en 1 Corintios 16:19: «Aquila y Priscila los salu dan cordialmente en el Señor, como también la iglesia que se reúne en la casa de ellos». A la iglesia de una ciudad entera también se le llama «una iglesia» (1 Co 1:2; 2 Co 1:1; 1 Ts 1:1). A la iglesia de una región se le denomina «iglesia» en Hechos 9:31: «la iglesia disfrutaba de paz a la vez que se consolidaba en toda Judea, Galilea y Samaria, pues vivía en el temor del Señor. E iba creciendo en número». Finalmente, a la iglesia del mundo entero se puede hacer referencia como «la Iglesia». Pablo dice: «Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella» (Ef 5:25), y «En la iglesia Dios ha puesto, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros» (1 Co 12:28). En este último versículo la mención de «apóstoles», que no fue dada a ninguna iglesia individual, garantiza que la referencia es a la Iglesia universal.

Podemos concluir que al grupo del pueblo de Dios considerado a cualquier nivel desde local a universal se le puede llamar con propiedad «iglesia». No debemos cometer el error de decir que sólo una iglesia que se reúne en una casa expresa la verdadera naturaleza de la Iglesia, ni que sólo una iglesia considerada a nivel de ciudad puede ser llamada con propiedad una iglesia, ni que sólo a la Iglesia universal se le puede llamar apropiadamente «Iglesia». Lo correcto es decir que a la comunidad del pueblo de Dios considerada a cualquier nivel se le puede llamar apropiadamente una iglesia.

Metáforas referentes a la Iglesia.

Para ayudarnos a entender la naturaleza de la Iglesia, la Biblia usa una amplia variedad de metáforas e ilustraciones que nos describen cómo es la Iglesia. Hay varias ilustraciones de familia; por ejemplo, Pablo ve a la Iglesia como una familia cuando le dice a Timoteo que actúe como si todos los miembros de la iglesia fueran miembros de una familia más extendida: «No reprendas con dureza al anciano, sino aconséjalo como si fuera tu padre. Trata a los jóvenes como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jóvenes, como a hermanas, con toda pureza» (1 Ti 5:1–2). Dios es nuestro Padre celestial (Ef 3:14), y nosotros somos sus hijos, porque Dios nos dice: «Yo seré un padre para ustedes, y ustedes serán mis hijos y mis hijas, dice el Señor Todopoderoso» (2 Co 6:18). Por tanto nosotros somos hermanos y hermanas en la familia de Dios (Mt 12:49–50; 1 Jn 3:14–18). Una metáfora de familia algo diferente se ve cuando Pablo se refiere a la Iglesia como la esposa de Cristo. Dice que la relación entre esposo y esposa se refiere «a Cristo y a la iglesia» (Ef 5:32), y dice que él fue el que logró el compromiso entre Cristo y la iglesia de Corinto y que el mismo se asemeja a un compromiso entre un novio y una novia: «Los tengo prometidos a un solo esposo, que es Cristo, para presentárselos como una virgen pura» (2 Co 11:2); aquí Pablo mira hacia adelante al tiempo del retorno de Cristo como el tiempo cuando la Iglesia le será presentada al Señor como su esposa.

En otras metáforas, la Biblia compara a la Iglesia a ramas de una vid (Jn 15:5), un olivo (Ro 11:17–24), un campo sembrado (1 Co 3:6–9), un edificio (1 Co 3:9) y una mies o cosecha (Mt 13:1–30; Jn 4:35). A la Iglesia también se le ve como un nuevo templo no edificado con piedras literales sino edificado con creyentes que son «piedras vivas» (1 P 2:5), construido sobre la «piedra angular» que es Cristo Jesús (1 P 2:4–8). Sin embargo, la Iglesia no es solamente un nuevo templo para adorar a Dios; sino que es también un nuevo grupo de sacerdotes, un «sacerdocio santo» que puede ofrecer «sacrificios espirituales aceptables a Dios» (1 P 2:5). También se nos ve como la casa de Dios: «la casa de Dios. Y esa casa somos nosotros» (He 3:6), y a Jesucristo mismo se le ve como el «constructor» de la casa (He 3:3). A la Iglesia también se le ve como «columna y fundamento de la verdad» (1 Ti 3:15).

Finalmente, otra metáfora familiar ve a la Iglesia como el Cuerpo de Cristo (1 Co 12:12–17). Debemos reconocer que, en efecto, Pablo usa dos metáforas diferentes del cuerpo humano cuando habla de la Iglesia. Aquí en 1 Corintios 12 toma al cuerpo entero como metáfora de la Iglesia, porque Pablo habla del «oído» y del «ojo» y del «sentido del olfato» (1 Co 12:16–17). En esta metáfora no se ve a Cristo como la cabeza unida al cuerpo, porque los miembros individuales son como las partes individuales de la cabeza. Cristo es, en esta metáfora, el Señor que está «fuera» de ese cuerpo que representa a la Iglesia y es a quien la Iglesia sirve y adora.

Pero en Efesios 1:22–23; 4:15–16, y en Colosenses 2:19, Pablo usa una diferente metáfora del cuerpo para referirse a la Iglesia. En estos pasajes, Pablo dice que Cristo es la cabeza y la Iglesia es el resto del cuerpo, aparte de la cabeza: «Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo. Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro» (Ef 4:15–16). No debemos confundir estas dos metáforas de 1 Corintios 12 y Efesios 4, sino mantenerlas aparte.
La amplia variedad de metáforas que se usa para referirse a la Iglesia en el Nuevo Testamento debe recordarnos que no hay que enfocar exclusivamente a alguna de ellas. Un énfasis indebido en una metáfora, excluyendo a las otras, con toda probabilidad resultará en una perspectiva desequilibrada de la Iglesia. Es más, cada metáfora que se usa con referencia a la Iglesia puede ayudarnos a apreciar más la riqueza del privilegio que Dios nos ha dado al incorporarnos a la Iglesia. El hecho de que la Iglesia es como una familia debe aumentar nuestro amor y comunión de unos a otros. El pensamiento de que la Iglesia es la esposa de Cristo debe estimularnos a procurar mayor pureza y santidad, y también mayor amor a Cristo y mayor sumisión a él. La ilustración de la Iglesia como ramas en una vid debe hacernos descansar más completamente en él. Estas son apenas una pocas de las muchas aplicaciones que se pueden derivar de la rica diversidad de metáforas con referencia a la Iglesia que menciona la Biblia.

La iglesia e Israel.

Entre los protestantes evangélicos ha habido una diferencia en el punto de vista respecto a la cuestión de la relación entre Israel y la Iglesia. Un punto de vista es la llamada dispensacional. Según este punto de vista, Dios tiene dos planes distintos para los dos grupos diferentes del pueblo que él ha redimido: Los propósitos de Dios y promesas para Israel son de bendiciones terrenales, y se cumplirán en esta tierra en algún momento en el futuro. Por otro lado, los propósitos y promesas de Dios para la Iglesia son bendiciones celestiales, y esas promesas se cumplirán en el cielo. Esta distinción entre los dos grupos diferentes que Dios salva se verá especialmente en el milenio, porque en ese tiempo Israel reinará en la tierra como pueblo de Dios y disfrutará del cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, pero la Iglesia ya habrá sido llevada al cielo en el momento del retorno de Cristo por sus santos («el rapto»). Según esta creencia, la Iglesia no empezó sino en Pentecostés (Hch 2); y no es correcto decir que los creyentes del Antiguo Testamento y los creyentes del Nuevo Testamento constituyen una iglesia.

Algunos líderes entre los más recientes dispensacionalistas han modificado muchos de estos puntos, y se refieren a su marco de trabajo teológico como «dispensacionalismo progresivo».8 No ven a la Iglesia como un paréntesis en el plan de Dios, sino como el primer paso en el establecimiento del Reino de Dios. Hay así un solo propósito para Israel y la Iglesia: el establecimiento del Reino de Dios, y del cual participa tanto Israel como la Iglesia. Es más, los dispensacionalistas progresivos no ven distinción alguna entre Israel y la iglesia en el estado futuro eterno, porque ambos serán parte del pueblo de Dios.
Sin embargo, hay todavía una diferencia entre los dispensacionalistas progresivos y el resto del evangelicalismo en un punto: Dicen que las profecías del Antiguo Testamento que tienen que ver con Israel se cumplirán en el milenio con el pueblo judío étnico que creerá en Cristo y vivirá en la tierra de Israel como «nación modelo» para que todas las naciones vean y aprendan. Por consiguiente, no dicen que la Iglesia es «el nuevo Israel» ni que todas las profecías del Antiguo Testamento respecto a Israel se cumplirán en la Iglesia, porque estas profecías se cumplirán en el Israel étnico.

La posición que tomamos en este libro difiere bastante de las nociones dispensacionalistas tradicionales sobre este asunto, y también difieren en algo con los dispensacionalistas progresivos. No obstante, hay que decir aquí que las cuestiones respecto a la manera exacta en que las profecías bíblicas tocantes al futuro se cumplirán son, por la naturaleza del caso, difíciles de decidir con certeza, y es sabio tener algo de tentativo en nuestras conclusiones sobre estos asuntos. Con esto en mente, se puede decir lo siguiente.
Tanto los teólogos protestantes como los católicos romanos fuera de la posición dispensacionalista han dicho que la Iglesia incluye a los creyentes del Antiguo y del Nuevo Testamento en una sola Iglesia y un solo cuerpo de Cristo. Debemos observar primero los muchos versículos del Nuevo Testamento que presentan a la Iglesia como el «nuevo Israel» o el nuevo «pueblo de Dios». El hecho de que «Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella» (Ef 5:25) sugiere esto. Todavía más, esta edad presente de la Iglesia, que ha traído la salvación de muchos millones de cristianos a la Iglesia, no es una interrupción o paréntesis del plan de Dios, sino una continuación de su plan expresado en todo el Nuevo Testamento de llamar a un pueblo a sí mismo. Pablo dice: «Lo exterior no hace a nadie judío, ni consiste la circuncisión en una señal en el cuerpo. El verdadero judío lo es interiormente; y la circuncisión es la del corazón, la que realiza el Espíritu, no el mandamiento escrito. Al que es judío así, lo alaba Dios y no la gente» (Ro 2:28–29). Pablo reconoce que aunque hay un sentido literal o natural en el que al pueblo que descendió físicamente de Abraham se le llama judío, hay también un sentido más profundo o espiritual en el que el «verdadero judío» es el que es creyente interiormente y Dios le ha limpiado el corazón.

Pablo dice que no se debe considerar a Abraham padre sólo del pueblo judío en un sentido físico. También es en un sentido más profundo y más verdadero «Abraham es padre de todos los que creen, aunque no hayan sido circuncidados … y también es padre de aquellos que, además de haber sido circuncidados, siguen las huellas de nuestro padre Abraham, quien creyó cuando todavía era incircunciso» (Ro 4:11–12; cf. vv. 16, 18). Por tanto Pablo puede decir: «Lo que sucede es que no todos los que descienden de Israel son Israel. Tampoco por ser descendientes de Abraham son todos hijos suyos.… los hijos de Dios no son los descendientes naturales; más bien, se considera descendencia de Abraham a los hijos de la promesa» (Ro 9:6–8). Pablo aquí implica que los verdaderos hijos de Abraham, lo que es «Israel» en el sentido más verdadero, no es la nación de Israel por descendencia física de Abraham, sino los que han creído en Cristo.

Lejos de pensar que la iglesia es un grupo aparte del pueblo judío, Pablo les escribe a los creyentes gentiles de Éfeso diciéndoles que ellos estaban anteriormente «separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa» (Ef 2:12), pero que ahora «Dios los ha acercado mediante la sangre de Cristo» (Ef 2:13). Y cuando los gentiles fueron traídos a la Iglesia, judíos y gentiles fueron unidos en un nuevo cuerpo. Pablo dice que Dios «de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba.… Esto lo hizo para crear en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad al hacer la paz, para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo mediante la cruz» (Ef 2:14–16). Por tanto Pablo puede decir que los gentiles son «conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular» (Ef 2:19–20). Con su extenso conocimiento del trasfondo del Antiguo Testamento con referencia a la Iglesia del Nuevo Testamento Pablo dice que «los gentiles son, junto con Israel, beneficiarios de la misma herencia, miembros de un mismo cuerpo» (Ef 3:6). El pasaje entero habla fuertemente de la unidad de los creyentes judíos y gentiles en un cuerpo en Cristo y no da indicación de ninguna distinción de que el pueblo judío será salvo aparte de la inclusión en el solo cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. La iglesia incorpora en sí misma a todo el verdadero pueblo de Dios, y casi todos los títulos que se usan en referencia al pueblo de Dios en el Antiguo Testamento se aplican en un lugar u otro a la Iglesia en el Nuevo Testamento. Esto, junto con muchos pasajes, nos dan la seguridad de que la Iglesia ha llegado ahora a ser el verdadero Israel de Dios y recibirá todas las bendiciones que en el Antiguo Testamento fueron prometidas a Israel.

Las «marcas» de la Iglesia (características distintivas)

Hay iglesias verdaderas e iglesias falsas.

¿Qué hace iglesia a una iglesia? ¿Qué es necesario para que haya una iglesia? ¿Podría un grupo de personas que aducen ser creyentes llegar a ser tan contrarios a lo que una iglesia debe ser que no se les debería llamar iglesia?
Mientras que en los primeros siglos de la iglesia cristiana hubo poca controversia en cuanto a lo que era una verdadera iglesia, con la Reforma emergió una pregunta crucial: ¿Cómo podemos reconocer a una verdadera iglesia? ¿Es la Iglesia Católica Romana una iglesia verdadera o no? Para responder a esta cuestión la gente tuvo que decidir cuáles eran las «marcas» de una verdadera iglesia, las características distintivas que nos llevan a reconocerla como una iglesia verdadera.
La Biblia ciertamente habla de iglesias falsas. Pablo dice de los templos paganos de Corinto: «Cuando ellos ofrecen sacrificios, lo hacen para los demonios, no para Dios» (1 Co 10:20). Les dice a los Corintios que «cuando eran paganos se dejaban arrastrar hacia los ídolos mudos» (1 Co 12:2). Estos templos paganos eran sin duda iglesias falsas o asambleas religiosas falsas. Es más, la Biblia puede hablar de una asamblea religiosa que en realidad es una «sinagoga de Satanás» (Ap 2:9; 3:9). Aquí el Señor Jesús resucitado parece estar refiriéndose a las asambleas judías en las que la gente aducía ser judíos pero no eran verdaderos judíos con fe que salva. Sus asambleas religiosas no eran asambleas del pueblo de Cristo, sino de los que todavía pertenecían al reino de las tinieblas, el reino de Satanás. Esta también sería con certeza una iglesia falsa.

En general hubo acuerdo entre Lutero y Calvino sobre la cuestión de lo que constituía una iglesia verdadera. La declaración luterana de fe, que se llama Confesión de Ausburgo (1530), definió a la Iglesia como «la congregación de santos en la que se enseña apropiadamente el evangelio y se administran correctamente los sacramentos» (Artículo 7).9 De modo similar, Juan Calvino dijo: «Dondequiera que vemos la Palabra de Dios predicada y oída en su pureza, y se administran los sacramentos de acuerdo a la institución de Cristo, allí, sin dudarlo, existe una iglesia de Dios».10 Aunque aparecen diferencias ligeras en estas confesiones, su comprensión de las marcas distintivas de una verdadera iglesia son muy similares. En contraste a la perspectiva de Lutero y Calvino respecto a las marcas de una iglesia, la posición católica romana ha sido que la Iglesia visible que descendió de Pedro y los apóstoles es la verdadera iglesia.

Parece apropiado que tomemos la perspectiva de Lutero y Calvino en cuanto a las marcas de una verdadera iglesia como correcta incluso hoy. Su primera marca fue la predicación correcta de la Palabra de Dios. Por cierto, si no se predica la Palabra de Dios, sino simplemente falsas doctrinas o doctrinas de los hombres, no hay verdadera iglesia. En algunos casos podemos tener dificultad para determinar precisamente cuánta falsa doctrina se puede tolerar antes de que a una iglesia no se le pueda considerar como una iglesia verdadera, pero hay muchos casos claros en los que podemos decir que no existe una iglesia verdadera. Por ejemplo, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (la Iglesia Mormona) no sostiene ninguna de las principales doctrinas cristianas respecto a la salvación, a la persona de Dios o a la persona y obra de Cristo. Es claramente una iglesia falsa. De modo similar, los Testigos de Jehová enseñan la salvación por obras, y no por confiar sólo en Cristo. Esta es una desviación doctrinal fundamental, porque si las personas creen las enseñanzas de los Testigos de Jehová, no serán salvos. Cuando la predicación de una iglesia esconde de sus miembros el mensaje del evangelio de salvación por la fe sola y no proclama claramente el mensaje del evangelio y este no ha sido proclamado por algún tiempo, el grupo no es realmente una iglesia.

La segunda marca de la Iglesia, la administración apropiada de los sacramentos (bautismo y Cena del Señor), probablemente se indicó en oposición a la creencia católica romana de que la gracia que salva se obtiene mediante los sacramentos, lo que convierte a los sacramentos en «obras» por las que ganamos méritos para la salvación. La Iglesia Católica Romana insistía en un pago, en vez de enseñar la fe sola como medio de obtener la salvación, y al hacerlo oscurecía el verdadero evangelio. La necesidad de proteger la pureza del evangelio es una de las razones de tener el correcto uso de los sacramentos (u «ordenanzas», como las llaman los bautistas) como una marca de la verdadera iglesia.
Pero existe una segunda razón para incluir los sacramentos (u ordenanzas) como marca de la Iglesia. Una vez que la organización empieza a practicar el bautismo y la Cena del Señor, es una institución que continúa y está intentando funcionar como iglesia. (En nuestra sociedad moderna, cualquier organización que empiece a reunirse para adoración, oración y enseñanza bíblica los domingos por la mañana también está claramente intentando funcionar como una iglesia.)

Una tercera razón por la que se incluye el correcto uso de los sacramentos (u ordenanza) es que el bautismo y la Cena del Señor sirven como «controles de membresía» para la iglesia. El bautismo es el medio para admitir en una iglesia a las personas, y la Cena del Señor es el medio para permitirle a la gente dar una señal de continuar en la membresía de la Iglesia; la Iglesia da a entender que considera que los que reciben el bautismo y la Cena del Señor han sido salvados. Por consiguiente, estas actividades indican lo que una iglesia piensa en cuanto a la salvación, y se les menciona igual y apropiadamente como una marca de la Iglesia hoy. En contraste, los grupos que no administran ni el bautismo ni la Cena del Señor no están intentando funcionar como iglesia. Alguien puede pararse en una esquina con un grupo pequeño y tener una verdadera predicación y oír de la Palabra de Dios, pero la gente no sería una iglesia. Incluso un estudio bíblico en un barrio, que se reúne en una casa, puede tener verdadera enseñanza y oír de la Palabra sin llegar a ser una iglesia. Pero si un estudio bíblico empieza a bautizar a sus nuevos convertidos y a participar regularmente en la Cena del Señor, eso significaría una intención de funcionar como iglesia, y sería difícil decir por qué no se le debería considerar como una iglesia en sí misma.

Iglesias verdaderas y falsas hoy.

En vista de la cuestión planteada durante la Reforma, ¿qué de la Iglesia Católica Romana hoy? ¿Es una verdadera iglesia? Aquí parece que no podemos tomar una decisión simplemente respecto a la Iglesia Católica Romana como un todo porque es demasiado diversa. Algunas parroquias católicas romanas por cierto que carecen de ambas marcas: hay escasa o ninguna predicación de la Palabra de Dios y la gente de la parroquia no sabe del evangelio de salvación solo por la fe en Cristo ni lo ha recibido. La participación en los sacramentos se ve como «obras» que les pueden ganar méritos ante Dios. Tal grupo de personas no es una verdadera iglesia cristiana. Por otro lado, hay muchas parroquias católicas romanas en varias partes del mundo de hoy en las que los párrocos locales tienen un conocimiento genuino y salvador de Cristo y una relación personal vital con Cristo en oración y estudio bíblico. Sus propias homilías y enseñanza privada de la Biblia ponen mucho énfasis en la fe personal y la necesidad de la lectura individual de la Biblia y la oración. Sus enseñanzas sobre los sacramentos enfatizan sus aspectos simbólicos y conmemorativos mucho más que lo que hablan de ellos como actos que los hacen merecedores de alguna infusión de gracia salvadora de parte de Dios. En tales casos, aunque tendríamos que decir que de todas maneras tenemos profundas diferencias con la enseñanza católica romana respecto a algunas doctrinas, parecería que tal iglesia se acercaría lo suficiente a las dos marcas de la Iglesia de forma tal que sería difícil negar que es una verdadera iglesia. Parecería una congregación genuina de creyentes en la se que enseña el evangelio (aunque no en su pureza) y se administran los sacramentos más del lado correcto que del equivocado.

¿Hay iglesias falsas dentro del protestantismo? Con las dos marcas distintivas de la Iglesia en mente, me parece que muchas iglesias protestantes de teología liberal hoy son de hecho iglesias falsas. ¿Tiene el evangelio de obras y justicia y descreimiento de la Biblia que enseñan estas iglesias más probabilidad de salvar a las personas que la que tenía la enseñanza católica romana en el tiempo de la Reforma? ¿Acaso cuando administran los sacramentos sin enseñanza sana a cualquiera que entra por sus puertas no tiene toda probabilidad de dar tanta seguridad falsa a los pecadores no regenerados como lo daba el uso de los sacramentos por parte de la Iglesia Católica Romana en el tiempo de la Reforma? Cuando hay una asamblea de personas que toma el nombre de cristiana pero siempre enseña que las personas pueden no creer en la Biblia, una iglesia cuyo pastor y congregación rara vez leen la Biblia ni oran de una manera significativa, y no creen o tal vez ni siquiera entienden el evangelio de salvación por la fe sólo en Cristo, ¿cómo podemos decir que es una verdadera iglesia?

Pureza y unidad de la Iglesia

Iglesias más puras y menos puras.

Más allá de la cuestión de si una iglesia es verdadera o falsa, se puede hacer una distinción adicional entre iglesias más puras y menos puras. Tal distinción es evidente en una breve comparación de las epístolas de Pablo. Por ejemplo, cuando miramos Filipenses o 1 Tesalonicenses hallamos evidencia del gran gozo de Pablo en estas iglesias, y la relativa ausencia de serios problemas doctrinales o morales (vea Fil 1:3–11; 4:10–16; 1 Ts 1:2–10; 3:6–10). Por otro lado, hay toda clase de serios problemas doctrinales y morales en las iglesias de Galacia (Gá 1:6–9; 3:1–5) y Corinto (1 Co 3:1–4; 4:18–21; 5:1–2, 6; 6:1–8; 11:17–22; 14:20–23; 15:12; 2 Co 1:23–2:11; 11:3–5, 12–15).

Podemos definir la pureza de la Iglesia como sigue: La pureza de la Iglesia es el grado en que está libre de doctrina y conducta erradas, y su grado de conformidad a la voluntad revelada de Dios en cuanto a la Iglesia. Hay varios factores que indicarían que una iglesia es «más pura», incluyendo doctrina bíblica, uso apropiado de los sacramentos (u ordenanzas), uso apropiado de la disciplina eclesiástica, adoración genuina, oración efectiva, testimonio eficaz, santidad personal de vida entre sus miembros, atención a los pobres, y amor a Cristo. Por supuesto, las iglesias pueden ser más puras en algunos aspectos y menos puras en otros; una iglesia puede tener excelente doctrina y predicación sana, por ejemplo, y sin embargo ser un fracaso desalentador en testimonio a otros y en adoración significativa. Pero el Nuevo Testamento nos anima a luchar por la pureza de la Iglesia en todos estos aspectos. La meta de Cristo para la Iglesia es «hacerla santa. Él la purificó, la vándola con agua mediante la palabra, para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable» (Ef 5:26–27). Tal intención de parte de nuestro Señor debe animarnos a esforzarnos por la pureza de la Iglesia visible en sus muchas facetas.

Unidad de la Iglesia.

No debemos descuidar otro énfasis del Nuevo Testamento: la necesidad de esforzarnos por la unidad de la Iglesia. La unidad de la Iglesia es el grado en que está libre de divisiones entre los verdaderos creyentes. La meta de Jesús es que haya «un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10:16), y él ora por todos los creyentes futuros «que todos sean uno» (Jn 17:21). Esta unidad será un testimonio ante los inconversos, porque Jesús oró: «Que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tá me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí» (Jn 17:23). Pablo le escribe a Corinto: «Les suplico, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito» (1 Co 1:10; cf. v. 13).
También anima así a los filipenses: «Llénenme de alegría teniendo un mismo parecer, un mismo amor, unidos en alma y pensamiento» (Fil 2:2). A los Efesios les dice: «Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz» (Ef 4:3), y que el Señor da dones a la Iglesia «para edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo» (Ef 4:12–13).
En armonía con este énfasis del Nuevo Testamento sobre la unidad de los creyentes está el hecho de que los mandamientos directos para separarse de otros siempre son mandamientos para separarse de los inconversos, no de los creyentes con quienes uno discrepa. Cuando Pablo dice: «Salgan de en medio de ellos y apártense» (2 Co 6:17), es en respaldo a su mandamiento inicial en esa sección: «No formen yunta con los incrédulos» (2 Co 6:14). Por supuesto, hay una clase de disciplina eclesiástica que exige separación del individuo que está causando problemas dentro de la iglesia (Mt 18:17; 1 Co 5:11–13), y puede haber otras razones por las que los cristianos concluyen que la separación es precisa, pero es importante observar aquí, al hablar de la unidad de la Iglesia, que no hay ningún mandamiento directo en el Nuevo Testamento a que nos separemos de los creyentes con quienes tenemos diferencias doctrinales (a menos que esas diferencias incluyan herejía tan seria que se niegue la misma fe cristiana, como en 2 Juan 10).
Estos pasajes sobre la unidad de la Iglesia nos dicen que, además de trabajar por la pureza de la Iglesia visible, debemos trabajar por la unidad de la Iglesia visible. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que tal unidad no exige un gobierno mundial de la Iglesia sobre todos los cristianos. Lo cierto es que la existencia de diferentes denominaciones, juntas misioneras, instituciones educativas cristianas, ministerios universitarios, y organismos por el estilo no es necesariamente una marca de desunión de la Iglesia, porque puede haber mucha cooperación en frecuentes demostraciones de unidad entre cuerpos tan diversos como estos. Otra manera de entender la existencia de muchas denominaciones diferentes es que esto simplemente no es una marca de división sino en muchos casos es más bien la buena provisión de Dios para protegernos de la alternativa: un gobierno eclesiástico mundial que tendría tanto poder que inevitablemente se corrompería. Muchos cristianos argumentarían que no debe haber un gobierno mundial de la Iglesia, porque en el patrón que ofrece el Nuevo Testamento en cuanto al gobierno de la Iglesia nunca se ve a los ancianos teniendo autoridad más allá que su propia congregación local.

Realmente, incluso en el Nuevo Testamento, los apóstoles convinieron en que Pablo debía enfatizar la obra misionera entre los gentiles, en tanto que Pedro enfatizaría la obra misionera entre los judíos (Gá 2:7).
La unidad entre los cristianos a menudo se demuestra muy efectivamente mediante la cooperación y afiliación voluntarias entre grupos cristianos. Todavía más, diferentes tipos de ministerios y diferentes énfasis en el ministerio pueden resultar en organizaciones diferentes, todas bajo la cabeza universal de Cristo como Señor de la Iglesia.

Propósitos de la Iglesia

Podemos entender los propósitos de la Iglesia en términos de ministerio a Dios, ministerio a los creyentes y ministerio al mundo.

Ministerio a Dios:

Adoración. Con relación a Dios, el propósito de la Iglesia es adorarle. Pablo orienta a la iglesia de Colosas a que «canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón» (Col 3:16). Dios nos ha destinado y designado en Cristo para que «seamos para alabanza de su gloria» (Ef 1:12). La adoración en la Iglesia no es meramente preparación para otra cosa; es en sí misma cumplimiento del principal propósito de la Iglesia con referencia a su Señor. Por eso Pablo puede continuar una exhortación a aprovechar «al máximo cada momento oportuno» con un mandamiento a que seamos llenos del Espíritu y entonces cantar y alabar al Señor con el corazón (Ef 5:16–19).

Ministerio a los creyentes:

Ayudar a crecer. Según la Biblia, la Iglesia tiene la obligación de alimentar a los que ya son creyentes y edificarlos hasta que alcancen madurez en la fe. Pablo dijo que su propio objetivo no era simplemente llevar a las personas a la fe inicial que salva sino «presentarlos a todos perfectos en él» (Col 1:28). A la iglesia de Éfeso le dijo que Dios dio a la Iglesia personas dotadas «a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo» (Ef 4:12–13). Es claramente contrario al patrón del Nuevo Testamento pensar que nuestro único objetivo es llevar a las personas a la fe inicial que salva. Nuestra meta como iglesia debe ser presentar a Dios a todo creyente «maduro en Cristo» (Col 1:28).

Ministerio al mundo: Evangelización y misericordia:

Jesús dijo a sus discípulos: «Hagan discípulos de todas las naciones» (Mt 28:19). Esta obra evangelizadora de declarar el evangelio es el ministerio primordial que tiene la Iglesia hacia el mundo. Sin embargo, acompañando a la obra de evangelización también hay un ministerio de misericordia, ministerio que incluye cuidar en el nombre del Señor a los pobres y necesitados. Aunque el énfasis del Nuevo Testamento es dar ayuda material a los que son parte de la Iglesia (Hch 11:29; 2 Co 8:4; 1 Jn 3:17), hay con toda una afirmación de que es correcto ayudar a los inconversos aunque no respondan con gratitud o aceptación al mensaje del evangelio. Jesús nos dice: «Ustedes, por el contrario, amen a sus enemigos, háganles bien y dénles prestado sin esperar nada a cambio. Así tendrán una gran recompensa y serán hijos del Altísimo, porque él es bondadoso con los ingratos y malvados. Sean compasivos, así como su Padre es compasivo» (Lc 6:35–36). El punto de la explicación de Jesús es que debemos imitar a Dios siendo amables también con los que son ingratos y egoístas.

Todavía más, tenemos el ejemplo de Jesús que no intentó sanar sólo a los que le aceptaban como Mesías. Más bien, cuando grandes multitudes iban a él, «él puso las manos sobre cada uno de ellos y los sanó» (Lc 4:40). Esto debería alentarnos a practicar obras de bondad y orar por la salud y otras necesidades tanto en la vida de los inconversos como en la de los creyentes. Tales ministerios de misericordia al mundo pueden también incluir participación en actividades cívicas o intentar influir en las regulaciones del gobierno para hacerlas más congruentes con los principios morales bíblicos. En aspectos en los que se manifiesta la injusticia sistemática en la manera de tratar a los pobres y alas minorías étnicas o religiosas, la Iglesia también debe orar y, según tenga oportunidad, pronunciarse contra tal injusticia. Todas estas son maneras en que la Iglesia puede complementar su ministerio evangelizador al mundo y en verdad adornar el evangelio que profesa. Pero tales ministerios de misericordia al mundo nunca deben convertirse en sustituto de la evangelización genuina y de los demás aspectos del ministerio a Dios y a los creyentes mencionados anteriormente.

Cómo mantener en balance estos propósitos.

Una vez que hemos mencionado estos tres propósitos de la Iglesia, alguien pudiera preguntar: «¿Cuál es el más importante?» O tal vez alguien preguntaría: «¿Pudiéramos descuidar alguno de estos tres por considerarlo menos importante que los otros?»
A eso debemos responder que el Señor ordena en la Biblia los tres propósitos de la Iglesia; por consiguiente, los tres son importantes y no hay que descuidar a ninguno. Es más, una iglesia fuerte tendrá ministerios efectivos en todos estos tres aspectos. Debemos tener cuidado de cualquier intento de reducir el propósito de la Iglesia a sólo uno de estos tres, y decir que ese debería ser nuestro enfoque primordial. Ciertamente, tales intentos de hacer primordial alguno de estos aspectos siempre resultarán en algún descuido de los otros dos.
Sin embargo, los individuos son diferentes de las iglesias al poner una prioridad relativa en uno u otro de estos propósitos de la Iglesia. Debido a que somos como un cuerpo con diversos dones y capacidades espirituales, es correcto que pongamos la mayoría de nuestro énfasis en el cumplimiento de ese propósito de la Iglesia que está más cerca de los dones e intereses que Dios nos ha dado. Alguien con el don de evangelización debe, por supuesto, pasar algún tiempo en adoración y en cuidar a otros creyentes, pero puede dedicar la vasta mayoría de su tiempo a la obra de evangelización. Alguien que tiene el don de dirigir la adoración puede acabar dedicando el noventa por ciento de su tiempo en la Iglesia preparando el culto y dirigiéndolo. Esta es simplemente una respuesta apropiada a la diversidad de dones que Dios nos ha dado.

LA DOCTRINA DE LA IGLESIA

Últimas entradas

Cronología del protestantismo en España: de 1516 a 1999

Cronología del protestantismo en España: de 1516 a 1999

¿Cuál es la historia y evolución del protestantismo en España a lo largo de los…

La Lucha Contra El Pecado Y Las Tentaciones: 7 Claves

La Lucha Contra El Pecado Y Las Tentaciones: 7 Claves

¿Te sientes exhausto por la batalla constante contra el pecado y las tentaciones? ¿Buscas renovación…

Fundamentos de la Teología Sistemática [2024]

Fundamentos de la Teología Sistemática [2024]

¿Alguna vez te has preguntado qué es la teología sistemática y cuál es su propósito…

¿Estás Dormido?

Yo sé, por triste experiencia, lo que es estar apaciblemente dormido con una paz falsa; por mucho tiempo yo estuve apaciblemente dormido y por mucho tiempo pensé que era cristiano; sin embargo, no sabía nada del Señor Jesucristo.

George Whitefield

Enlaces Rápidos

Enlaces útiles