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EL ESPÍRITU SANTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO [+3]

Tabla de contenidos

¿Cuál fue la obra del espíritu Santo en el antiguo testamento?

La obra del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento es un área olvidada en muchos aspectos. Tal vez sea mejor decir que se trata de un área de la teología sistemática que se ha abordado de forma incorrecta. 

La tendencia es a extrapolar demasiadas ideas del Nuevo Testamento hacia el Antiguo Testamento o de asignar demasiado lo material a las dispensaciones y eliminar muchos aspectos del ministerio del Espíritu en el Antiguo Testamento.

La inmensa mayoría de los comentaristas en esta área son exégetas del Nuevo Testamento y teólogos que no conocen bien la genialidad de la religión del Antiguo Testamento. En esta sección abordaremos fundamentalmente el ministerio del Espíritu Santo en relación con determinados individuos y no en relación con la creación y preservación del universo.

Regeneración

La regeneración puede definirse sencillamente como la transmisión de vida espiritual a los que están espiritualmente muertos. En el Antiguo Testamento existía ese ministerio del Espíritu Santo, aunque no se presenta tan claramente como en el Nuevo Testamento. Debido a esta oscuridad, algunos han negado la existencia de regeneración en el Antiguo Testamento. 

Sin embargo, existen varias evidencias que apuntan de forma acumulativa hacia el ministerio de la regeneración del Espíritu en el Antiguo Testamento.

Textos

Cuando Dios le dio la Ley al pueblo de Israel, se le exigió cumplir con todo el código, el cual, de obedecerse totalmente, traería como resultado vida para el que lo guardara. Pero la ley no proveía expresamente ninguna ayuda para su cumplimiento; no existían garantías del poder necesario para cumplir con los requisitos de Dios dentro del pacto en sí. 

Esto tal vez era parte del defecto de la ley al cual el autor de Hebreos hace alusión al debatir sobre el nuevo pacto (He. 8:8). La fuerza necesaria estaba disponible a través del poder regenerador del Espíritu Santo, pero no se trataba de una promesa explícita para todos los que viniesen bajo el amparo de la ley o para quienes estuviesen en la comunidad del pacto en general.

El hecho de que existiese una regeneración así, disponible en la organización del Antiguo Testamento, se ve a través de lo que Dios deseaba para Israel bajo la ley: 

“¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!” (Dt. 5:29).

 Refiriéndose a la falta de provisión en las reglas del pacto para la regeneración, Dios dijo, de forma similar, “Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír” (Dt. 29:4). Anticipándose al parecer al nuevo pacto Dios le prometió a su pueblo lo que el antiguo pacto no incluía: 

“Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Dt. 30:6).

El salmista, en una exposición práctica y elaborada de la ley (Sal. 119) le pide a Dios que le otorgue esa energía espiritual necesaria para ser fiel al pacto, lo cual muestra una vez más que esa obra estaba disponible aun fuera de las prescripciones del pacto. Es por ello que un fragmento de su oración dice,

Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos, y lo guardaré hasta el fin. Dame entendimiento, y guardaré tu ley, Y la cumpliré de todo corazón. Guíame por la senda de tus mandamientos, Porque en ella tengo mi voluntad. Inclina mi corazón a tus testimonios,… Aparta mis ojos, que no vean la vanidad; Avívame en tu camino. Confirma tu palabra a tu siervo,… Quita de mí el oprobio que he temido,… Vivifícame en tu justicia (Sal. 119:33–40).

Ezequiel profetizó la regeneración de los tiempos del fin en Israel hablando de un nuevo corazón y un nuevo espíritu. Aunque su cumplimiento realmente ocurrirá durante el milenio, el principio de un corazón limpio era frecuente de hallar en la época del Antiguo Testamento. El profeta habló claramente acerca del propósito de Dios para su pueblo:

Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra (Ez. 36:25–27).

Estas palabras solo pueden entenderse en un contexto de regeneración y traen a la mente, por ejemplo, la penitencia de David en los Salmos 32 y 51.
El ministerio de la regeneración del Espíritu en el Antiguo Testamento sale a relucir claramente, aunque de forma algo indirecta, en el debate que Jesús sostuvo con Nicodemo acerca del nuevo nacimiento. En esa ocasión la sentencia del Señor fue, “…el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). Cuando Nicodemo mostró ignorancia acerca de lo que esto implicaba, Jesús lo reprendió diciéndole, “¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” (Jn. 3:10). En otras palabras, Nicodemo aún se regía por las directrices del Antiguo Testamento, y éste hablaba claramente acerca del nuevo nacimiento. Al parecer Nicodemo y los demás debían haber sabido acerca de esto si en algo comprendían la teología del Antiguo Testamento.

Presuposiciones y Suposiciones

En relación con la salvación personal, el Antiguo Testamento pone énfasis en las obras en diversos contextos. Esto ha provocado que algunas personas erróneamente lleguen a la conclusión de que la gente se salvaba (o mantenía su salvación) a través de obras cuando estaban bajo la ley, pero que son salvos por fe bajo la gracia. Sin embargo, este énfasis que hace el Antiguo Testamento en las obras debe comprenderse como evidencias de la salvación y no como condiciones o base para ésta.

Se presuponía la realidad de la regeneración, y se daba por sentada su existencia o importancia si las obras se podían llevar a cabo. En el Antiguo Testamento no se halla el mandato específico a “nacer de nuevo”. En vez de ello, esta misma idea se expresa a través de mandatos a hacer el bien, a ser bondadosos y justos con los coterráneos. Tales acciones y actitudes serían el fruto del nuevo nacimiento y darían evidencias del mismo. Estas presuposiciones y suposiciones constituían un lenguaje codificado para el ministerio de la regeneración del Espíritu en el Antiguo Testamento.

Miqueas 6:8

En Miqueas 6:8 hallamos uno de esos mandatos, el cual ha estado sujeto a burdas malinterpretaciones (por ejemplo, algunos han sugerido que este pasaje enseña que la salvación es por obras, que habla de un evangelio social de salvación o algún otro plan religioso hecho por hombres). El profeta aquí dice, “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”. Una comprensión superficial y corta de vista pudiera conducirnos a suponer que lo único que Dios pide es una actitud honesta, misericordiosa y humilde, pero éstas son cualidades que caracterizarían a alguien lleno de fe y lealtad dentro del pacto, y como tal, esto presupone un nuevo nacimiento.

Jeremías 22:16

El elogio que Dios le hizo a Josías a menudo es utilizado por los liberales (e incluso por los evangélicos), quienes propagan un evangelio social o desean hacer del activismo social una parte preponderante del mensaje del evangelio. “Él juzgó la causa del afligido y del menesteroso, y entonces estuvo bien. ¿No es esto conocerme a mí? dice Jehová” (Jer. 22:16). Josías fue uno de los reyes buenos de Judá por haber temido a Dios y haber sido fiel al pacto que Dios había hecho con Israel en el Sinaí. La ley de Moisés poseía previsiones especiales para los pobres, los desventajados y los oprimidos. Además, una persona que tuviese fe en el Dios del pacto manifestaba su fe observando la ley. Sin embargo, ese tipo de fidelidad a Dios y a su revelación en el pacto solo era posible a través de un nuevo corazón o un corazón circuncidado, lo cual era un eufemismo de la regeneración.

Isaías 1:16–17

Isaías condenó al pueblo de Israel a través de un juicio relacionado con el pacto que también tenía que ver con la observancia de la Ley mostrando una sincera obediencia a Dios. Sus palabras les pueden parecer, al menos a los inexpertos en el pensamiento veterotestamentario, una apología a la salvación por obras en los términos más crasos: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Is. 1:16–17).
En el contexto del juicio que hace el profeta, está demostrando la falta de valor de un simple ritual (Is. 1:10–15). No se opone exactamente al ritual de las prescripciones mosaicas sino que se opone a su uso incorrecto. Las leyes levíticas tenían significado y eficacia solamente cuando existía fe en los corazones regenerados del pueblo (Sal. 15:1–5). Pero los rituales que carecían de una fe generada por el Espíritu eran hipócritas y sin valor (Jer. 7:21–26; Os. 6:6; Am. 5:21–27). Aunque el llamado del profeta a hacer lo correcto delante de Dios pareciera una simple sensibilidad social, se trataba de un método frecuentemente usado en el Antiguo Testamento que quería decir, “Deben nacer de nuevo”. Bajo la Ley el buscar justicia para los huérfanos y viudas era una expresión de una vida regenerada de obediencia al Dios de la comunidad del pacto. En otras palabras, la fe y la vida espiritual del creyente del Antiguo Testamento estaba velada tras las estructuras de la religión civil que funcionaba en el altar central y su acercamiento único a Dios.

Daniel 4:27

Al profeta Daniel se le concedió un puesto de prominencia en el imperio neobabilónico por creer en el Dios de sus padres y por haberse propuesto en su corazón obedecer la ley de su Dios que había sido dada casi mil años antes en el Monte Sinaí. Tras interpretar para el rey Nabucodonosor el inquietante sueño del árbol de gran altura, él le dio testimonio al rey, exhortándole al arrepentimiento, la fe y la posterior obediencia a la Ley, conducta que solo la regeneración podía lograr. “Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad” (Dn. 4:27).

Otras Expresiones de Regeneración y Peticiones para Alcanzarla

El clamor de la sabiduría

En Proverbios 1:20–33, la Sabiduría personificada clama en las calles y exhorta a los simples, burladores e insensatos a prestar atención a su mensaje. Aquellos a quienes ella advierte sobre el juicio inminente por su terquedad son los incrédulos, aquellos que han menospreciado la oportunidad de responder a la revelación de Dios que ella personifica y ponerla en práctica en sus vidas. Su ruego, si es que no se trata de un mandato, (“Volveos a mi reprensión”, Pr. 1:23) es la forma que tiene el Antiguo Testamento de decir, “Deben nacer de nuevo”. El “llamado”, el “extender la mano” (v. 24), el “consejo” y la “reprensión” (v. 25), que ella brinda son parte del lenguaje del Antiguo Testamento, el cual formula así la necesidad del nuevo nacimiento que era necesario para confiar en el Dios verdadero y obedecerle.

Circuncisión espiritual

La frase “circuncidad…vuestro corazón” (ver Dt. 10:16; 30:6) es una metáfora que hace alusión a la obra regeneradora del Espíritu Santo. El lenguaje realista utilizado por Jeremías al dirigirse a la generación de su tiempo que había quebrantado el pacto fue, “Circuncidaos a Jehová, y quitad el prepucio de vuestro corazón” (Jer. 4:4). Este era el equivalente de la frase usada por Dios de quitar el corazón de piedra y de darle a su pueblo un corazón de carne, frase que es metafórica en sí misma, pues habla de poner su Espíritu dentro de ellos y de hacer que tengan una actitud de fe y obediencia a sus preceptos (Ez. 36:25–27).
Esto se ve aun más claramente cuando nos percatamos de que el término incircunciso significa pagano, infiel, espiritualmente depravado y muerto, malvado, o aquellos que están en un estado de incredulidad (ver 1 S. 14:6; Is. 52:1; Jer. 9:26; Ez. 44:7; Hch. 7:51).

La Regeneración es Necesaria para Realizar Hechos Justos y para Tener Comunión Espiritual con Dios

Todas las manifestaciones como la oración, la alabanza, la adoración, los hechos justos y la comunión espiritual con Dios requieren una nueva naturaleza o vida espiritual. Los pecadores, en su total depravación, sencillamente no pueden participar de estas actividades.

La Inmanencia Universal y Permanente del Espíritu Santo en los Creyentes

Hoy en día se enseña frecuentemente que en los creyentes del Antiguo Testamento no moraba el Espíritu Santo de forma permanente y universal. Más bien se dice que el Espíritu Santo moraba de forma soberana solamente en individuos escogidos. Aun más, se dice que el Espíritu Santo podía retirarse de forma inmediata del creyente por un motivo u otro.3 Por lo general existen tres posturas con respecto a la regeneración y a la morada del Espíritu en tiempos del Antiguo Testamento:

1. No existía en el individuo ni regeneración ni el Espíritu moraba en él.
2. Existía regeneración pero el Espíritu no moraba en él.
3. El individuo había experimentado la regeneración y el Espíritu Santo moraba en él.

Parece ser la tercera la mejor opción. Es decir, existe evidencia de que en ciertos individuos moraba el Espíritu de forma permanente (la morada permanente del Espíritu iba de la mano de la regeneración) y de que poseían dones temporales para servir a Dios de diversas maneras. A continuación presentamos algunos argumentos que respaldan el hecho de que en dichos individuos moraba el Espíritu de forma permanente y soteriológica.4

Textos que Hacen Referencia a una Inmanencia Permanente

Números 27:18

En este contexto Moisés le pide a Dios que elija a su sucesor, aquel que presidiría y pastorearía la congregación de Israel (Nm. 27:15–17). El mandato de Dios fue, “Toma a Josué, hijo de Nun, hombre en quien está el Espíritu, y pon tu mano sobre él” (Nm. 27:18, LBLA). La mejor explicación de esta descripción de Josué indicaría que se trataba de un hombre salvo y espiritual, en quien moraba el Espíritu Santo. Como se analizará brevemente, existía una unción teocrática especial que acompañaba al líder del reino mediador, y puede asegurarse que Dios en este caso hacía referencia a ese ministerio único. El problema de esa interpretación es que el Señor había aprobado a Josué antes de que éste recibiera la unción teocrática, unción que llegaría algún tiempo después, en una época cercana a la muerte de Moisés (ver Dt. 34:9; Jos. 1:5).

Génesis 41:38

En este pasaje José habían interpretado el sueño de Faraón acerca de las vacas y las espigas, que significaba siete años de abundancia en Egipto seguidos por siete años de hambruna. El rey de Egipto quedó tan impresionado que les preguntó a sus siervos, “¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios?” (Gn. 41:38). Según este mismo texto, José era un hombre “en quien moraba el ruach elohim” (el Espíritu de Dios). Como se trata del testimonio de un faraón pagano, algunos han desechado la idea de que esto pueda referirse al Espíritu Santo morando en José. La versión NASB (North American Standard Bible) traduce la frase como “un espíritu divino”. Como se puede ver, en la versión Reina-Valera 1960 (RVR60) y en muchas de las versiones en español la frase que aparece es “espíritu de Dios”. Otras versiones sugieren que la mejor traducción debe ser “el espíritu de los dioses santos”, o por lo menos otra frase compatible con el politeísmo.5
Aunque estas traducciones son posibles, parece preferible hacer que la frase se refiera al Espíritu Santo, como lo pone la versión Biblia del Jubileo, (BDJ), “Espíritu de Dios”. Si Moisés está registrando una frase verídica de Faraón, entonces puede decirse que en José moraba el Espíritu Santo, aunque ese rey pagano no haya comprendido muy bien lo que esto implicaba, o le haya dado un significado personal.6
También parece contradictorio traducir el vocablo Elohim como “divino” en el versículo 38, y en el versículo 39 traducirlo como “Dios”. Como tal, sería más adecuado traducir Elohim como “divinidad” en el versículo 39, teniendo en cuenta la evidente simetría entre ambos versículos.

Proverbios 1:23

La sabiduría clama a los muertos espiritualmente, llamó a los simples, a los insensatos y a los burladores, diciéndoles, “Volveos a mi reprensión; He aquí yo derramaré mi espíritu [¿Espíritu?] sobre vosotros, Y os haré saber mis palabras” (Pr. 1:23). Esto podría entenderse como una referencia al Espíritu Santo o al “Espíritu de sabiduría” que se derramará sobre el arrepentido. Algunos han visto una relación entre esto y el texto de Joel 2:28 (e incluso de Jn. 7:38–39), diciendo que el cumplimiento ocurriría en el día de Pentecostés. Aunque es poco probable que ocurriese en Pentecostés, existe una gran posibilidad de que se esté haciendo referencia a la obra del Espíritu Santo en la regeneración y a su morada en el creyente. La sabiduría infundirá al pecador arrepentido vida y poder a través de sus palabras.

La Naturaleza de la Regeneración Exige una Morada Permanente del Espíritu Santo

La regeneración y el ministerio acompañante y permanente del Espíritu Santo son inseparables. Esto es cierto al menos por dos razones teológicas. Por tanto, si existía la regeneración de las personas en el Antiguo Testamento, necesariamente debe haber existido también un ministerio continuo del Espíritu morando en esa persona.

La naturaleza de la nueva vida transmitida en la regeneración

Si la regeneración es la transmisión de vida espiritual, ¿cuál es entonces la naturaleza de esa vida? La Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento, no es completamente clara acerca de este tema, pero realmente solo existen dos opciones disponibles: (1) La vida espiritual que se transmite es el mismo Espíritu Santo, o (2) Esa vida posee una naturaleza tal que el Espíritu Santo debe sustentarla. En ninguno de los casos se puede postular la vida eterna como una suerte de “carga” espiritual (algo así como un submarino atómico o un reactor nuclear, los cuales se “cargan” con uranio) que sea independiente del Espíritu Santo en sus inicios o en su continuación. En otras palabras, sería una pura anomalía teológica creer en la regeneración y no en la inmanencia concomitante del Espíritu Santo.
A menudo ocurre que al negar el hecho de la inmanencia permanente del Espíritu, algunos nieguen incluso la regeneración en los creyentes del Antiguo Testamento. Esta postura conserva al menos la continuidad teológica de ambos ministerios del Espíritu.

El proceso de la santificación

El nuevo nacimiento da inicio a un proceso de santificación que nunca termina sino hasta la glorificación. Esto exige de un ministerio residente del Espíritu Santo en el creyente sin tener en cuenta la dispensación. Desarrollaremos este tema más adelante cuando debatamos sobre la vida espiritual del creyente y la obra del Espíritu en la esfera de la moral.

La Vida Espiritual del Creyente del Antiguo Testamento Exigía una Morada Permanente del Espíritu Santo

Como la evidencia de comunión espiritual con Dios no puede explicarse sin la regeneración, tampoco esta evidencia puede justificarse sin el ministerio continuo del Espíritu Santo tras el nuevo nacimiento.

Problemas o Interrogantes con Respecto a la Morada del Espíritu en el Creyente en el Antiguo Testamento

Juan 14:17

Pocas horas antes de su muerte, Cristo enseñó acerca de la venida del Espíritu en sus nuevas dimensiones dispensacionales y escatológicas. En un pasaje importante y algo perturbador, Jesús dice, “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Jn. 14:16–17).

En estos versículos nos enfrentamos a un problema textual. Estai (futuro de eimi) traducido como “estará en vosotros”, posee una validez dudosa según el texto de la Sociedades Bíblicas Unidas (UBS por sus siglas en inglés), la cual prefiere el apoyo manuscrito de estin (tiempo presente de eimi) — “Él está en vosotros”. La NVI posee la frase en futuro “estará” en el texto, pero en las notas textuales al pie de página aparece el presente “está.” La RVR60 y la LBLA muestran la frase en futuro: “estará en vosotros”. Leon Morris también prefiere la forma futura y dice, “El tiempo presente parece deberse a un deseo de armonizar este verbo con los dos tiempos presentes precedentes, ginosketey menei”.7 D. A. Carson dice que la evidencia está dividida a partes iguales pero opta por inmanencia futura tras la glorificación de Jesús: “El Espíritu Santo, aun cuando Jesús les hablaba a sus discípulos, estaba viviendo en ellos, puesto que Jesús estaba presente entre ellos, pues a él el Padre le había dado el Espíritu Santo de forma ilimitada (3:34)”.8
Muchos han argumentado que el Espíritu solo estaba presente en el creyente del Antiguo Testamento de forma externa, mientras que en la nueva dispensación está en los creyentes de forma interna. Merrill Tenney dice que los discípulos estaban “bajo su influencia [pero] después el Espíritu comenzó a morar en ellos, cuando Jesús hubo partido”.9 Esta postura resulta de dudosa autenticidad debido a varias consideraciones.

En primer lugar, es difícil desde el punto de vista teológico, pensar en un ministerio puramente externo del Espíritu para los creyentes. El Espíritu Santo se conecta con el espíritu humano en su obra, y esto no es externo. Como tal, la teoría de Tenney de estar bajo la influencia del Espíritu es, cuando menos, ambigua. En segundo lugar, la preposición ‘para’ (que significa “con”— Jn. 14:17) no significa necesariamente una morada externa versus una morada interna. De hecho, si esto significa algo externo, ¿qué significa esto para meta, que se traduce “con”, en el versículo 16? En otras palabras, el versículo 16 ciertamente se refiere a la morada presente e interna del Consolador en los creyentes. En tercer lugar, el término ‘en’, que se traduce como el ministerio “interno”, del propio versículo 17, se convierte en ‘para’ en el versículo 23. En otras palabras, las dos preposiciones se usan de forma intercambiable en los versículos 17 y 23. Y ambas se refieren claramente a la morada permanente e interna del Espíritu Santo en todos los creyentes hoy en día.10

La diferencia entre la inmanencia del Espíritu en el Nuevo Testamento y el Antiguo Testamento

La diferencia entre la manera en la que el Espíritu moraba en ambos testamentos no es de carácter espacial o geográfico. La diferencia radica más bien en el tipo de ministerio que el Espíritu realizaba para el creyente del Antiguo Testamento y el que llevaba a cabo para el creyente del Nuevo Testamento. En este último el Espíritu sería dado de maneras nuevas o con nuevas capacidades que antes no habían sido posibles. Y el cambio en el tipo de ministerio se corresponde casi completamente con la obra acabada de Cristo en la cruz y el inicio de la iglesia. El Espíritu Santo no podía haber desarrollado la vida similar a Cristo en el creyente antes de los logros de Cristo. No podía poner en práctica los beneficios de la expiación final del pecado hasta que se llevase a cabo la expiación final.
A continuación brindamos algunas teorías al respecto de ese ministerio mayor, o esas nuevas bendiciones, de la morada universal del Espíritu Santo en los creyentes después de Pentecostés.

El “ministerio de Cristo”

Jesús habló de otro “Consolador” que lo sustituiría, refiriéndose al Espíritu Santo en su ministerio posterior a los acontecimientos de Pentecostés. Esto incluiría (a) las bendiciones de Cristo morando en el creyente, el ministerio de “Cristo en vosotros” (Col. 1:27). Esto suponía el desarrollo de la vida de Cristo en el creyente, lo cual le permitía seguir el ejemplo de Cristo al seguir sus pisadas (1 P. 2:21) y andar como él anduvo (1 Jn. 2:6). También incluiría (b) la capacidad de glorificar y testificar acerca de Cristo como el Señor había prometido que los suyos lo harían (ver Jn. 15:26; 16:14). E incluiría también (c) la crucifixión del creyente juntamente con Cristo y la santificación que procede de su “percepción” y “obediencia” a la luz de su posición en Cristo (Ro. 6:1–4; 8:13).

Seguridad total de la salvación y una conciencia purificada

En Hebreos 2:14–15, se nos dice que Cristo participó de carne y sangre “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”. El Espíritu Santo llevaría a cabo esta remoción del miedo basándose en el sacrificio “una vez por todas” de Cristo, que hizo expiación definitiva por el pecado. Cuando se habla de los que temían a la muerte en este contexto, pareciera que se está haciendo referencia a los creyentes del Antiguo Testamento que no llegaron a experimentar la remoción final de la culpa bajo el sacerdocio levítico, aun cuando se les garantizaba un perdón genuino si observaban la ley con un corazón de fe en Dios y en el pacto. Como el pecado objetivo provocó la necesidad de un sacrificio objetivo, la relación de estos creyentes con Dios carecía de irrevocabilidad y esto había provocado cierta medida de temor a la muerte.

De la misma manera, el autor de Hebreos menciona nuevamente el hecho de que había algo inacabado, refiriéndose a la relación de los creyentes del Antiguo Testamento con Dios a través del altar central y sus sacrificios. Las reiteradas ofrendas por el pecado planteaban este dilema: “dando el Espíritu Santo a entender… que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie. Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto” (He. 9:8–9). Además, “Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (He. 9:13–14). Las ofrendas levíticas, dadas a través de revelación divina, y adecuadas en el momento en el que fueron usadas, no podían “purificar la conciencia” (NVI). Esto solo podía lograrse a través de la expiación infinita de Cristo, cuyos beneficios podían luego aplicarse al Espíritu Santo en su nuevo ministerio dispensacional.

A pesar de que el creyente del Antiguo Testamento poseía la preservación divina (es decir, poseía seguridad eterna), al parecer no poseía la seguridad que solo puede provenir de la ofrenda expiatoria final de Cristo. La permanente conciencia de su relación con Dios no siempre estaba clara en ese sentido; el pecado y su ulterior necesidad de sacrificio irrumpían en dicha relación. El Espíritu no podía dar testimonio de aquello que aún no había sido logrado, es decir, del sacrificio infinito de Cristo. Esto no significa que el creyente del Antiguo Testamento nunca tuviese la conciencia tranquila, o que continuamente luchase bajo la carga de la culpa que excluía cualquier tipo de gozo en su andar con Dios. Pero sí sugiere que no podía contar con un sacrificio final y definitivo o transacción moral que le brindara garantía y descanso a su conciencia. En cuanto al sacerdocio de Aarón que imperaba en su tiempo, sabía que esos mismos sacrificios ofrecidos año tras año, no podían perfeccionar, completar ni de alguna manera infundir conocimiento acerca de la expiación final y permanente de la culpa. Más bien se producía el efecto opuesto en su mente: esos sacrificios eran un “recordatorio anual de los pecados” (He. 10:3). Y esto era cierto porque “es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados” (He. 10:4) en el sentido de la remoción eterna de la culpa desde el punto de vista divino. Siempre habría algo inacabado con respecto a su estatus de creyente del Antiguo Testamento. La exacta comprensión de esta realidad llegaba al punto de impedirles tener la claridad y seguridad que el Espíritu le brinda al creyente del Nuevo Testamento.

Bendiciones y experiencias espirituales realzadas

Una experiencia espiritual realzada o aumentada puede constituir una descripción algo nebulosa, pues carece de parámetros precisos, pero con respecto a las bendiciones del enfoque mosaico acerca de Dios y sus ministerios acompañantes del Espíritu, funciona como una distinción adecuada.
Jesús habló acerca del nuevo ministerio del Espíritu que vendría al creyente como ríos de agua viva que correrían de su interior (Jn. 7:37–38). Aunque algunos afirman que esto se refiere a una mayor magnitud en el servicio gracias a la obra del Espíritu, resulta mejor comprender la frase “ríos” como la obra del Espíritu dentro del creyente y no como aquello que fluye de él durante el servicio. Esto habla de la abundancia de poder del Espíritu que controla el centro de nuestro ser como una corriente que se autoabastece.11 Esta ampliación del ministerio del Espíritu probablemente coincide con algunos de los otros aspectos que se abordan en esta sección, ya que desde un punto de vista real es algo genérico y no exactamente definitivo en su naturaleza.

                                     ANTIGUO TESTAMENTO

Los dones del Espíritu en relación con la inmanencia del Espíritu en el creyente en cuanto a su oficio

En el Antiguo Testamento, existían individuos seleccionados que poseían ciertas capacidades profesionales al parecer no relacionadas con su espiritualidad personal (por ejemplo, la unción teocrática, o capacidades vinculadas con oficios determinados). En la época del Nuevo Testamento, cada creyente poseía un don (o varios dones) para servir en la iglesia local, y la eficacia de ese servicio estaba relacionada con el control del Espíritu.

Poder para evangelizar y dar testimonio de Cristo

Jesús les prometió a sus discípulos poco después de su resurrección que él enviaría desde el Padre el Espíritu prometido, pero que debían permanecer en Jerusalén hasta que fuesen investidos de “poder desde lo alto” (Lc. 24:49). Durante el seminario de 40 días que impartió sobre este tema del reino mesiánico, Jesús los instruyó nuevamente usando un lenguaje parecido, diciéndoles, “…pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos” (Hch. 1:8). Esta concesión especial del poder del Espíritu está directamente relacionada con el nuevo testimonio global acerca de Cristo que los apóstoles darían.

Que se conozca no existe mandato misionero alguno en el Antiguo Testamento. Las leyes de separación así como otras consideraciones relacionadas con la teocracia impedían que los judíos individuales establecieran mucho contacto personal con los extranjeros, y ciertamente muy pocos de naturaleza evangelística. El mandato (con su mensaje de misericordia indirecto) que se le dio a Jonás de predicar en Nínive acerca del juicio se cita por lo general como ejemplo de una misión en el Antiguo Testamento. Pero este es un caso aislado y está lejos de constituir un mandato global relativo a la nación o a los ciudadanos individuales de la teocracia, a que se involucraran en el evangelismo según su concepto neotestamentario. En otras palabras, la historia de Jonás es anecdótica y no parece representar ninguna comisión universal, al menos no una que pueda hallarse en el pacto de la Ley.

Las obligaciones globales del Nuevo Testamento, impuestas por la Gran Comisión, también involucraban la necesidad de un poder especial para este ministerio. Se puede argumentar que mientras no hubo una comisión universal para el reino teocrático en la historia del Antiguo Testamento, tampoco hubo necesidad, ni tampoco provisión del poder para llevar a cabo tal empresa. Pero con la llegada de una nueva dispensación, y el cambio de énfasis de un Israel nacional a una iglesia colectiva a nivel mundial, llegó también la necesidad de fuerza proveniente del Espíritu para obedecer y cumplir con la Comisión.

La capacidad del Espíritu Santo como “paracleto”

Jesús dijo que el Espíritu prometido cumpliría el rol del “otro” (allos, otro del mismo tipo) Consolador que lo sustituiría en la tierra en ese papel (Jn. 14:16, 26; 15:26; 16:7). A pesar de que existen diversas teorías acerca de la naturaleza específica de este ministerio, Morris argumenta de forma convincente que su carácter es de naturaleza legal, algo afín a “el abogado defensor” o a “un amigo en el tribunal”. El propio Jesús también funge como nuestro abogado en el cielo (1 Jn. 2:1). Morris además demuestra que los ministerios del Espíritu y los de Jesús para los creyentes son bastante similares.12
Esta nueva forma de morada del Espíritu en los creyentes en tiempos de la iglesia, con sus características específicas, no existía para los creyentes del Antiguo Testamento.

Viviendo por gracia

Para el creyente del Nuevo Testamento la ley de Moisés había sido reemplazada por la ley de Cristo en sus diversas designaciones (Ro. 13:8–10; 1 Co. 9:1; Gá. 5:14; 6:2; Stg. 1:25; 2:8, 12). La obediencia por amor a la ley de Cristo en la experiencia cristiana normal y cotidiana se lograba gracias al poder del Espíritu Santo tras Pentecostés. El Nuevo Testamento denomina a este diario andar “vivir por el Espíritu, ser guiados por el Espíritu o caminar por el Espíritu” (Ro. 7:6; 8:4–14; 2 Co. 3:6; Gá. 5:16, 18, 25; Fil. 3:3). Se trataba sencillamente de conocer la Palabra de Dios, y de obedecerla por el poder del Espíritu Santo (Ro. 8:13). Aquellos que habían vivido bajo la ley de Moisés no habían poseído ese ministerio por gracia.

La Esfera de la Moral y la Vida Espiritual

Fue el Espíritu Santo el que instruyó a Israel en la justicia y la santidad, basándose por supuesto en la revelación especial que se hallaba en los pactos y que había llegado a través de las revelaciones orales y escritas de los profetas. En el periodo posterior al exilio, cuando Nehemías y su destacamento llegaron a Jerusalén para reconstruir los muros de la ciudad, ocurrió un gran despertar espiritual durante la celebración de la fiesta de los tabernáculos en el séptimo mes. Se leyó la ley y a continuación hubo un tiempo de confesión y adoración al Señor (Neh. 7:73–10:39). En este caso, el pueblo reconoció el ministerio del Espíritu durante la historia de la nación, diciendo, “Y enviaste tu buen Espíritu para enseñarles” (Neh. 9:20) y “Les soportaste por muchos años, y les testificaste con tu Espíritu por medio de tus profetas” (v. 30).
Todas las emociones religiosas y la obediencia moral eran resultado de la luz del Espíritu Santo. El salmista hizo la siguiente oración, “tu buen Espíritu me guíe a tierra firme” (Sal. 143:10, LBLA). Aunque para algunos el “Espíritu” en este caso constituye una inclinación de la voluntad o algo similar (de ahí “espíritu”), es más probable que se trate de una referencia al Espíritu Santo. La frase “tierra de rectitud” (RVR60) se refiere a aquello que es recto, y no difícil o torturante. Simbólicamente se trata de una plegaria para alcanzar perseverancia, adquirir bases sólidas en la vida y verse libre de escollos y dificultades. David desea aquí, de una forma positiva, progresar de forma feliz en la vida y en su relación con Dios. Él desea recibir las enseñanzas del Espíritu Santo.

Capacidad para Realizar Tareas Especiales

A esto se le llama a veces inmanencia ocupacional del Espíritu, a través de la cual el Espíritu dotaba a algunas personas para diversos ministerios. Éstos por lo general no eran de naturaleza específicamente religiosa, pero servían a la teocracia. Por ejemplo, para confeccionar las túnicas y vestiduras sacerdotales de Aarón, Dios le instruyó a Moisés “Y tú hablarás a todos los sabios de corazón, a quienes yo he llenado de espíritu [¿Espíritu?] de sabiduría, para que hagan las vestiduras de Aarón, para consagrarle para que sea mi sacerdote” (Éx. 28:3). Es posible que el texto haga referencia al Espíritu Santo a través de la frase “espíritu de sabiduría”, pues éste tendría la capacidad y sabiduría necesarias para confeccionar las vestimentas litúrgicas especiales.

De la misma manera, el Señor dice, refiriéndose a Bezaleel: “…lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte…” (Éx. 31:3). El ministerio del Espíritu en esta área debe haberse dispersado muy ampliamente, más de lo que se podría apreciar, porque Moisés lo resume en términos bastante amplios: “Y vino todo varón a quien su corazón estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le dio voluntad, con ofrenda a Jehová para la obra del tabernáculo de reunión y para toda su obra, y para las sagradas vestiduras” (Éx. 35:21).

Es muy probable que esta morada ocupacional haya estado detrás del proyecto de construcción del templo durante el periodo posterior al exilio y de la restauración en la historia del Antiguo Testamento. Tras años de letargo y desánimo, los judíos comenzaron una nueva fase de trabajos bajo la exhortación de Hageo y Zacarías. Hageo, a modo de aliento, les hizo rememorar la promesa de fuerza divina que Dios había hecho en la ley de Moisés y les recordó que ésta aún se cumpliría en ellos: “Según el pacto que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, así mi Espíritu estará en medio de vosotros, no temáis” (Hag. 2:5). Zacarías también había recibido palabra de Dios: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6). La construcción del segundo templo es lo que estaba contemplado en el contexto de esa promesa. Aquí es probable que el poder del Espíritu haya incluido algo más que habilidades especiales, como al parecer fue el caso durante la construcción del tabernáculo, pero al parecer incluiría estas capacidades en forma de comprensión mínima.
John Walvoord apunta,

En estos casos la idea de la capacitación espiritual no excluye la idea de la capacidad natural, pero indica tanto un acto de providencia al conferir la capacidad natural latente en el individuo como un estímulo de la misma para cumplir con la tarea. Aunque no se excluye lo natural, el resultado es claramente sobrenatural e imposible de realizar sin la capacitación del Espíritu Santo.13

Al parecer la naturaleza de este tipo de atributo no era, por lo general, milagrosa, pero operaba en la esfera de la causalidad secundaria.
En los ejemplos de fuerza sobrehumana la mejor explicación parece estar en un otorgamiento especial de poder del Espíritu. Las hazañas físicas de Sansón son legendarias, pero la Biblia dice claramente que la fuente de su fuerza era el Espíritu Santo, y no su destreza muscular innata. Esto surge de conjunto con su unción teocrática, pero parecía ser más notoria en el ámbito físico (Jue. 13:25; 14:6, 19). Elías hizo gala de dotes extraordinarias cuando corrió unos 27 kilómetros desde el monte Carmelo hasta Jezreel, corriendo por delante del carro de Acab y de la tormenta que se avecinaba (1 R. 18:46). No es difícil imaginar esta hazaña en particular como continuación del enfrentamiento en el monte Carmelo, donde había caído fuego a manera de portentoso milagro, haciendo que la nación se volviese a la verdadera adoración de Jehová, al menos de forma exterior y formal, y abandonase el baalismo, la religión semioficial del estado implantada por Acab y Jezabel.

Unción Teocrática

La unción teocrática era un ministerio especial del Espíritu Santo dado al líder del reino mediador o teocrático que le permitía desempeñarse en ese rol. Esta capacitación consistía sobre todo en habilidades administrativas para resolver los asuntos del pueblo de Israel, que era una entidad política, estatal y religiosa en forma de teocracia (gobierno de Dios). Este gobierno era tan único que las habilidades militares y administrativas comunes y corrientes eran insuficientes. Como en otras áreas de la teocracia, esta relación con el Espíritu involucraba acceso directo a Dios y una presencia inmediata del Espíritu Santo si la ocasión lo requería. Aquí resulta útil percatarnos del desarrollo cronológico de esta unión.

Moisés

Moisés fue el primer mediador del reino de Dios establecido en el Sinaí. Él era como un rey a todos los efectos, pues poseía todos los poderes y prerrogativas de un monarca, a excepción de una dinastía hereditaria. Esteban lo llama “gobernante” (Hch. 7:35). Para posibilitarle llevar a cabo las funciones de su alto cargo teocrático, Dios lo dotó de un ministerio especial del Espíritu. El Espíritu estaba en él (Nm. 11:17).

Los Setenta Varones

Moisés se quejaba (con razón o sin ella), de que la carga de su trabajo teocrático era demasiado pesada de llevar. Entonces Dios le ordenó reunir setenta varones de los ancianos de Israel y llevarlos al tabernáculo: “Y yo descenderé y hablaré allí contigo, y tomaré del espíritu que está en ti, y pondré en ellos; y llevarán contigo la carga del pueblo, y no la llevarás tú solo” (Nm. 11:7). Como resultado de esta unción, éstos profetizaron como señal inicial de la obra del Espíritu en ellos (Nm. 11:25).

Josué

Como sucesor designado de Moisés, gobernante mediador de Israel, a Josué también se le concedió el poder del Espíritu para que pudiese desempeñarse en esa función. Se le describe, por tanto, como “lleno del espíritu [¿Espíritu?] de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él; y los hijos de Israel le obedecieron, e hicieron como Jehová mandó a Moisés” (Dt. 34:9). La presencia del Señor, que habitaba en Josué como había habitado en Moisés, debe comprenderse en relación con la unción teocrática especial: “…como estuve con Moisés, estaré contigo” (Jos. 1:5). Se trata aquí de algo más que un elogio o una promesa indirecta de naturaleza mística. El pueblo comprendía las implicaciones de esta promesa hecha a Josué y a ellos: “De la manera que obedecimos a Moisés en todas las cosas, así te obedeceremos a ti; solamente que Jehová tu Dios esté contigo, como estuvo con Moisés. Cualquiera que fuere rebelde a tu mandamiento, y no obedeciere a tus palabras en todas las cosas que le mandes, que muera; solamente que te esfuerces y seas valiente” (Jos. 1:17–18).
El gran milagro de Josué que autenticó su cargo como gobernante fue el cruce del Jordán sobre terreno seco en época de inundación (Jos. 3:7, 10; 4:14), un milagro bastante reminiscente de la autenticación de Moisés durante el cruce del mar Rojo (ver Éx. 14:31).

Los Jueces

De cuatro de estos jueces se dice expresamente, “el Espíritu de Jehová vino sobre él” Estos jueces fueron, Otoniel (Jue. 3:10), Gedeón (Jue. 6:34), Jefté (Jue. 11:29) y Sansón (Jue. 15:14, et al). Aunque se dice que solo estos cuatro recibieron esta unción, se piensa que vino sobre todos ellos o que estaba disponible para todos ellos. Los jueces eran los verdaderos sucesores de Moisés y Josué como líderes de la teocracia, y sus funciones eran reales como las de Moisés y Josué. En otras palabras, antes de David, los líderes del reino de Dios en el Antiguo Testamento eran reyes en toda la extensión de la palabra, lo único que no poseían era derechos dinásticos. Tras el pacto davídico (2 S. 7), la monarquía se convirtió en la forma permanente de la teocracia, y los derechos dinásticos fueron adscritos de forma perpetua al linaje de David.14

Saúl

El relato de la elección de Saúl y su posterior unción como el primer monarca de Israel está repleto de fenómenos sobrenaturales, comenzando por la supervisión del Espíritu, quien los juntó a él y al profeta Samuel en Ramá. Una vez que Samuel lo hubo ungido físicamente como gobernante de Israel (1 S. 10:1), se le dijo al nuevo rey que debía seguir determinados procedimientos que harían que él fuese “mudado en otro hombre” (1 S. 10:6). Como resultado de esto, “le mudó Dios su corazón”, y “el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó entre ellos” (1 S. 10:9–10), obviamente como identificación de la misma unción que había venido sobre los setenta varones en la época de Moisés.

Pero parece que Saúl no experimentó una regeneración como resultado de estos acontecimientos. De hecho, él no parece haber mostrado nunca ningún fruto del Espíritu o una obediencia verdadera a Dios, o un corazón identificado con el pacto. Saúl fue transformado, pasando de ser un campesino y una persona tímida, a ser alguien capaz de guiar el reino de Dios. Como se debatirá más adelante, todo lo que Saúl recibió del Espíritu en ese momento, lo perdió después, y lo que él perdió fue recuperado por David (1 S. 16:14). No sucedió lo mismo con su salvación. Al igual que le ocurrió a los jueces a quienes él sucedió, el Espíritu descendió sobre Saúl en medio de una campaña militar, lo cual hizo que derrotara a Nahas el amonita en la batalla de Jabes de Galaad (1 S. 11:6). Ésta parece haber sido su acreditación a los ojos de la nación, e hizo que el pueblo marchara a Gilgal para investirlo oficialmente como rey (1 S. 11:12–14).

David

Las Escrituras dicen, “Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David… El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl…” (1 S. 16:13–14). El Espíritu de Dios se apartó de Saúl y vino sobre David. Esta actividad no puede ser soteriológica, porque la redención no puede perderse, ni tampoco nadie puede tomar la salvación que otra persona haya perdido. La función del Espíritu que Saúl perdió fue la misma que Sansón perdió temporalmente cuando sucumbió ante el ardid de los filisteos (Jue. 16:20). Se trataba de la unción teocrática necesaria.

El Espíritu había amenazado con abandonar a David. La oración de éste en el Salmo 51:11 a menudo es malinterpretada: “No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu”. Lo que David le está pidiendo a Dios no es seguir siendo salvo (o sea, no le está pidiendo preservar su salvación). Lo que pide es que la unción teocrática no lo abandone. Él no quería que Dios le hiciera a él, por sus pecados, lo mismo que le había hecho a Saúl. Cuando Saúl perdió la unción, dejó de estar apto para gobernar, de hecho, se enloqueció. En resumen, la oración de David al respecto era completamente no soteriológica, y nada tiene que ver con la regeneración y la morada del Espíritu en los creyentes del Antiguo Testamento, como a menudo se plantea.

Sinclair Ferguson, por ejemplo, ve la existencia de una conexión “soteriológica, personal y subjetiva” en la plegaria de David y no solamente un vínculo “oficial, objetivo y teocrático”.15Él argumenta que esto guarda relación con la comunión que David tenía con Dios. “Para David, la presencia del Espíritu y la posesión de la salvación y el gozo de ésta eran cosas correlativas”.16 Pero esta afirmación parece ignorar la historia precedente de la obra del Espíritu en la dimensión teocrática antes descrita. Es cierto que David había perdido el gozo y la comunión de su salvación, pero decir que la salvación y el gozo son correlativos probablemente sea una exageración. No se puede negar que existía bastante subjetividad en la manifestación de la unión teocrática del Espíritu, pero habría que preguntarse si lo que estaba en juego aquí era realmente el gozo y la actividad soteriológicos.

Salomón

A menudo se cree erróneamente que la petición de sabiduría por parte de Salomón durante su inauguración como rey era una petición de sabiduría en general que él deseaba. Por el contrario, lo que él deseaba era una sabiduría que incluyera un corazón entendido, la capacidad de discernir entre el bien y el mal, así como la capacidad de juzgar al pueblo y administrar justicia. Su oración había sido hecha teniendo en cuenta los asuntos del gobierno y el estado (1 R. 3:7–12, 28). Su primer ejercicio registrado de esta sabiduría fue el tener que actuar como árbitro entre dos mujeres, al haber muerto el bebé de una de ellas. Al final, “…todo Israel oyó aquel juicio que había dado el rey; y temieron al rey, porque vieron que había en él sabiduría de Dios para juzgar” (1 R. 3:28).

Aunque las Escrituras nada dicen al respecto de las unciones que tuvieron lugar tras el reino de Salomón y antes del cese de la teocracia en el 586 a. de C., se presupone que haya sido otorgada, o al menos que haya estado disponible, para todos los reyes davídicos. Es posible que esta unción haya tenido lugar en contextos en los que los reyes davídicos clamaban a Dios y experimentaban liberación inmediata, como en los casos de Abías (2 Cr. 13:13–17), Asa (2 Cr. 14:9–15) y Josafat (2 Cr. 18:31; 20:14–19). Aunque Dios permitió la división del reino en 931 a. de C., (1 R. 11:9–13; 12:15, 22–24), el reino de Samaria, al norte, era una zona ilegítima desde varios ángulos, uno de los cuales era la ausencia de un rey davídico y por ende la ausencia de esta obra especial del Espíritu. No es de extrañarse entonces que el reino del norte estuviese marcado por gobernantes incompetentes, apostasía, confabulaciones y asesinatos, hasta que se desintegró y cayó en manos del naciente imperio asirio.

Cuando la Nube de Gloria abandonó al pueblo en septiembre de 592 a. de C., (Ez. 8–11), tuvo lugar la disolución oficial y formal del reino como había funcionado en la historia del Antiguo Testamento. Sin dudas, la unción teocrática también se desvaneció de la historia del Antiguo Testamento en esa época. Es posible que hubiese desaparecido mucho antes, en abril de 597 a. de C., cuando Joaquín, el último rey davídico legítimo que gobernó en Judá, fue llevado cautivo a Babilonia.

Jesucristo

En el momento del bautismo de Jesús, Juan vio al Espíritu Santo descender como paloma sobre él. Este no pudo haber sido el primer contacto de Jesús con el Espíritu Santo, pues él fue concebido por el Espíritu (Lc. 1:35). De hecho tampoco fue la primera vez que él fue lleno del Espíritu. Si Juan el Bautista había sido lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre (Lc. 1:15), ¿cuánto más no lo sería el Dios-hombre? Como el bautismo de Jesús dio inicio a su ministerio público de ofrecer el reino de Dios a Israel, la venida del Espíritu solo puede comprenderse adecuadamente en lo que respecta a la unción teocrática, que le permitía funcionar como rey del reino mesiánico que él presentaba. Se trataba de la unción prometida del mesías como rey del reino, una unción del Espíritu Santo que le otorgaría sabiduría e inteligencia, consejo y poder, y conocimiento y temor del Señor (Is. 11:2). La unción de Cristo al parecer incluía la capacidad de predicar el mensaje del reino y de hacer milagros mesiánicos, (Mt. 12:18–21 [ver Is. 42:1–4]; Lc. 4:18 [ver Is. 61:1]; Hch. 10:38).

Gobierno Dispensacional

Durante la dispensación de la Conciencia (desde la Caída y hasta el Diluvio), Dios trataba sus asuntos en la tierra a través de la conciencia, —o sea, a través de la intercesión interna del Espíritu Santo que persuadía al hombre a hacer la voluntad de Dios. Una dispensación no es más que la administración de la luz; pues el hombre es el administrador responsable de la revelación de Dios. En la dispensación de la Conciencia la humanidad no poseía restricciones externas. Esto se manifiesta claramente en la protección especial que Dios le dio a Caín (Gn. 4:4–15) y en la imposición de esas restricciones (incluida la pena capital) en la dispensación siguiente (Gobierno Civil) (Gn. 9:6). El gobierno de Dios era la expresión interna del Espíritu Santo con el espíritu del hombre y constituye el argumento de la advertencia divina de Génesis 6:3: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre”. Esto muestra que el Espíritu de Dios gobernaba de forma interna, sosteniendo su relación gubernamental con el hombre de esa manera. La intercesión del Espíritu Santo en la conciencia era un método viable y eficaz de mediación, aunque también fuese muy frágil debido a la susceptibilidad de la conciencia a la resistencia y el endurecimiento.

El verbo que se utiliza en Génesis 6:3 para “contender” es din, que significa actuar como juez, administrar juicio, gobernar y ejecutar un juicio.17 Robert D. Culver dice que este verbo es casi idéntico a shaphat y su sustantivo derivativo, mishpat. Como tal, su significado real es “gobierno”.18 En Génesis 6:3 se demuestra que el Espíritu Santo estaba mediando la voluntad de Dios o administrando el gobierno divino en la tierra a través de su expresión en la conciencia humana. Este versículo en su contexto anuncia específicamente que este trato duraría 120 años y terminaría con el diluvio de los días de Noé.

Profetismo y Revelación

El Espíritu Santo y el Profeta

En el profetismo del Antiguo Testamento, el profeta mismo quedaba bajo el poder y control del Espíritu Santo, a veces de forma rara y singular. Cuando Saúl buscaba deshacerse de David tras el incidente de Ramá, el Espíritu hizo que profetizara y diera gloria a Dios (1 S. 19:20–23). Esto sucedió a pesar de que, indudablemente, Saúl no había experimentado una regeneración y se estaba comportando de forma bastante humillante. De la misma manera, el Espíritu vino sobre Balaam, un adivino pagano de Mesopotamia quien había sido contratado por Balac para maldecir a Israel (Nm. 22:35; 24:2). Sin embargo se convirtió en un instrumento de declaraciones proféticas con respecto a Israel que se extendieron hasta el escatón, el cual es un tiempo futuro incluso hoy en día. En el tiempo de Oseas se dijo, “Necio es el profeta, insensato es el varón de espíritu” (Os. 9:7). Miqueas, estableciendo un contraste entre él y los falsos profetas, dijo, “Mas yo estoy lleno de poder del Espíritu de Jehová” (Mi. 3:8).
A pesar de que los profetas verdaderos eran instrumentos del Espíritu Santo, los falsos profetas “andaban en pos de su propio espíritu” (Ez. 13:3); no poseían conexión alguna con el Dios sobrenatural del pacto y la nación.

El Espíritu Santo y el Mensaje

Así como existía un contacto a veces de naturaleza física entre el Espíritu Santo y el profeta en el Antiguo Testamento, el ministerio del Espíritu Santo siempre transmitía el mensaje divino al profeta y le asistía a la hora de darle el mensaje al pueblo. A esto se le llama conciencia profética, gracias a la cual el profeta y los demás sabían que Jehová le había dado al hombre de Dios un mensaje infalible, y que éste lo estaba pronunciando con la mayor autoridad. El Espíritu acompañaba las palabras del profeta de tal manera que éstas prácticamente se personificaban para cumplir con el propósito de Dios; esas palabras no volverían vacías, sino que cumplirían el deseo del Señor (Is. 55:11).
David testifica que el Espíritu era la fuente de sus oráculos reveladores: “El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, Y su palabra ha estado en mi lengua” (2 S. 23:2). De la misma forma, Ezequiel sabía que el origen de sus mensajes estaba en el Espíritu Santo: “entró el Espíritu en mí… y oí al que me hablaba” (Ez. 2:2). A veces el mensaje de Dios no solo llegaba en medio de circunstancias extrañas, sino también a través de métodos extraños. Una vez más Ezequiel testifica: “el Espíritu me alzó entre el cielo y la tierra, y me llevó en visiones de Dios a Jerusalén” (Ez. 8:3).

EL ESPÍRITU SANTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

¿Estás Dormido?

Yo sé, por triste experiencia, lo que es estar apaciblemente dormido con una paz falsa; por mucho tiempo yo estuve apaciblemente dormido y por mucho tiempo pensé que era cristiano; sin embargo, no sabía nada del Señor Jesucristo.

George Whitefield

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