COMENTARIO AL LIBRO QUINTO DE LOS SALMOS
Alzaré mis ojos a los montes;
¿de dónde vendrá mi socorro?
Mi socorro viene de Jehová,
que hizo los cielos y la tierra.
Salmo 121:1–2.
SALMO 107: «DIOS LIBRA DE LA AFLICCIÓN»
Con el Salmo 107 comienza el Libro quinto del Salterio (Sal 107–150), que prosigue el estilo y los asuntos de la sección anterior. Una particular característica de esta sección, sin embargo, es que presenta con más claridad el agrupamiento temático de los poemas.
Se incluyen, p.ej., las siguientes colecciones: dos grupos de salmos davídicos (Sal 108–110; 138–145), los Cánticos de la pascua (113–118), los Cánticos graduales o de la ascensión (Sal 120–134) y los Cánticos de los aleluyas (Sal 146–150).
Aunque el Salmo 107 inicia esta sección final del Salterio, continúa los temas que ya se exploraron en los dos poemas anteriores (Sal 105 y 106), pues llama al pueblo a expresarle una vez más el agradecimiento y las alabanzas al Señor por sus intervenciones salvadoras.
En su evaluación de la historia, sin embargo, este poema es menos preciso, pues la finalidad no es identificar los eventos particulares que fueron testigos de la gracia y la misericordia divina, sino proveer un espacio cúltico para poner de manifiesto la gratitud al Señor; además, el poema elimina el tono penitencial que se revela en el salmo anterior (Sal 106).
Para lograr su objetivo teológico, el salmista, más que citar algunos acontecimientos de la historia de la salvación del pueblo, usa cuatro episodios generales de las vivencias nacionales para poner de manifiesto su finalidad: El peregrinar por el desierto, la liberación del cautiverio, el perdón divino ante la rebelión humana, y la afirmación del Señor ante los peligros del mar. Este salmo le canta al Dios que libera a su pueblo del «poder del enemigo» (v. 2).
El salmo parece estar constituido por dos poemas que posiblemente tienen algún origen independiente (vv. 1–32, y vv. 33–43) pero que fueron fundidos luego del exilio para unir algunos elementos sapienciales al importante tema de las alabanzas y la gratitud al Dios que libera.
El poema es posiblemente un salmo de acción de gracias individual que expresa la sincera gratitud de una persona que adora por experimentar las maravillas liberadoras de Dios a lo largo de la historia del pueblo de Israel.
Su contexto original son posiblemente las ceremonias de acción de gracias en el Templo, cuando varios grupos de adoradores se allegaban ante Dios para ofrecer sus ofrendas y para expresar sus gratitudes al Señor. Las alusiones al exilio y al retorno al comenzar el salmo (v. 3) ubican este poema en la época exílica, aunque varios de sus temas deben haber sido recitados desde mucho antes del destierro en Babilonia. El salmo no tiene título hebreo, pero en la versión griega (LXX) y en la latina (V), se añade la expresión «¡Aleluya!» (véase la Introducción).
La estructura literaria que apoya el análisis del salmo y destaca sus elementos temáticos, es la siguiente:
• Llamado a la alabanza: vv. 1–3
• Intervención divina en el desierto: vv. 4–9
• Respuesta divina a la gente prisionera: vv. 10–16
• Respuesta divina a las personas rebeldes: vv. 17–22
• Respuesta divina a las personas que comercian en el mar: vv. 23–32
• Intervenciones divinas en la historia: vv. 33–41
• Conclusión al estilo sapiencial: vv. 42–43
vv. 1–3: El salmo comienza con una invitación a la alabanza que se fundamenta en la bondad divina; además, se afirma con seguridad, tanto al comienzo (v. 1) como al final del poema (v. 43), que la misericordia divina es para siempre. Esta incitación también identifica las destinatarios, «los redimidos del Señor» (v. 2), y se indica el lugar desde donde la redención divina, en forma de liberación y retorno, se pondrá de manifiesto: «De las tierras, del oriente y del occidente, del norte y del sur» (v. 3), que es una manera poética de aludir a una dispersión mayor, a algún tipo de exilio de proporciones importantes, que representa una calamidad extraordinaria.
Estas imágenes, aunque pueden representar las acciones de Dios a través de toda la historia, quizá sean una referencia particular al exilio en Babilonia.
vv. 4–9: La primera referencia a la liberación se relaciona con las experiencias del pueblo durante el peregrinar por el desierto. Se habla de pérdidas, de soledades, de incapacidad de encontrar ciudades, de hambre, de sed, y de desfallecimiento del alma. En efecto, se revela la naturaleza y extensión de la crisis, se presenta las dificultades que encontró el pueblo luego de la salida de Egipto.
Y ante el descubrimiento de las dificultades del camino de la liberación, el pueblo entonces, clama al Señor en su angustia, que los libró de sus aflicciones. De esa forma se transforman las realidades: Los dirige por caminos derechos, que les lleva a las ciudades habitables (v. 7).
En respuesta a la acción de Dios el salmista nuevamente exhorta al pueblo a alabar al Señor por su misericordia, por sus maravillas, y porque ayuda a la gente menesterosa y hambrienta (v. 9). Este mismo patrón de crisis, reconocimiento de la gracia, intervención salvadora de Dios, y gratitud del pueblo, se repite con regularidad en el poema. El estribillo de la alabanza pone claramente de relieve el propósito teológico y la finalidad cúltica del poema (vv. 8, 15, 21, 31).
vv. 10–16: Prosigue el poema presentando la forma en que el pueblo vivía: En tinieblas y sombra de muerte, y aprisionados en aflicción y hierros (v. 10), por haberse rebelado a la palabra del Señor y aborrecer el consejo divino (v. 11). Esos actos de infidelidad son realmente los causantes de sus caídas, quebrantos, desgracias y miserias (v. 12). Y una vez más, en medio del dolor y el cautiverio, clamaron al Señor, que los libró de sus aflicciones, los sacó de las tinieblas y de la sombra de muerte, y rompió sus prisiones (v. 14).
Nuevamente con el estribillo (v. 15), y como respuesta humana a la liberación divina, el salmista insta al pueblo a alabar la misericordia y las maravillas del Señor. Dios quebrantó las puertas de bronce y desmenuzó los cerrojos de hierro, que son imágenes de liberación de cárceles y cautividades mayores.
vv. 17–22: En esta sección se indica que el pueblo está en caminos insensatos de rebelión a causa de sus maldades que los llevó hasta abominar los alimentos y llegar a las puertas de la muerte (v. 18). Sin embargo, los israelitas clamaron al Señor nuevamente, y llegó la respuesta y la palabra divina en forma de sanidad y de liberación de la ruina (v. 20). La exhortación a la alabanza (v. 21) está unida al ofrecimiento de sacrificios y a publicar las obras divinas con júbilo.
vv. 23–32: Esta parte del poema alude al pueblo que se dedica al comercio a través del mar, que durante la época del rey Salomón llegó a su momento de esplendor (1 R 9:26–28). El poeta hace gala de su capacidad literaria al describir las maravillas y las obras del Señor. Se enfrentan cara a cara el poder de las aguas y los vientos, y la actitud de los marineros. Además, la imagen de la tempestad en el mar pone de manifiesto el poder de Dios en dos perspectivas, permitiendo su desarrollo y su capacidad para detenerla. En el entorno mismo de las aguas que representan para el pueblo la posibilidad del caos, se manifiestan las maravillas divinas (vv. 29–30).
Nuevamente el pueblo clama al Señor y manifiesta sus alabanzas, y Dios responde una vez más con sosiego, calma y sobriedad en las aguas. ¡La transformación de la tormenta es producto de la intervención divina! Y por esas acciones liberadoras, el salmista llama al pueblo a exaltar y alabar al Señor.
vv. 33–41: En esta sección del poema no se sigue el patrón de crisis, clamor, liberación y alabanza que se revela anteriormente; inclusive, no tiene el estribillo que mantiene la teología del poema. El corazón del mensaje se relaciona con las transformaciones de la tierra, que se convierte en desierto por la maldad de sus habitantes. Posteriormente la tierra regresa a su estado natural, por la misericordia divina, para que las personas hambrientas reciban la bendición abundante del Señor (v. 38) y tengan un lugar adecuado para vivir, puedan sembrar sus campos, plantar viñas y disfrutar los frutos (vv. 35–37).
Luego de ese período de prosperidad regresa la tiranía, el abatimiento, el dolor, el menosprecio, pero la intervención divina levanta a las personas pobres, y hace que sus familias se multipliquen, que son símbolos de felicidad, bendición divina y prosperidad (vv. 40–41). Una vez más, estas referencias de bondad y liberación pueden ser alusiones sencillas al período final del destierro. La imagen del rebaño y las ovejas pone en evidencia el sentido de intimidad que quiere destacar el salmista.
vv. 42–43: Para finalizar, el poeta, en tono lapidario, ha seleccionado algunos temas de la literatura sapiencial, que se relacionan bien con el espíritu general del salmo. La gente sensata debe revisar la historia para descubrir y afirmar la misericordia y la bondad de Dios.
El poeta de esta forma reconoce públicamente las actitudes de los corazones necios y los sabios. La gente recta se alegra con las liberaciones divinas, y responde con humildad, alabanzas y gratitud. Por su parte, las personas malas e insensatas cierran sus bocas, ¡no expresan gratitud al Señor! Solamente los hombres y las mujeres que tienen sabiduría guardan y atesoran las manifestaciones redentoras del Señor y entienden la revelación de su misericordia.
Este salmo pone una vez más de relieve el poder redentor del Señor a través de la historia nacional. Sin especificar los episodios de liberación, el salmista se pasea por la historia para revelar un ciclo importante humillación y redención en la vida. El reconocimiento de la culpa y los pecados, debe mover al pueblo al arrepentimiento y el clamor por la liberación divina; y ante ese clamor sentido y humilde, el Señor de la vida responde con una manifestación abundante de su misericordia. Esa revelación, a su vez, hace que la gente de bien reconozca y alabe la grandeza y la bondad del Señor. El Dios del salmista escucha el clamor del pueblo, y responde con actos maravillosos de liberación.
Esa actitud de humildad y reconocimiento divino se hizo realidad en la vida y la misión de Jesús de Nazaret. El Señor, que escuchaba el clamor de la gente necesitada que respondía a sus mensajes y enseñanzas, fundamentaba su palabra liberadora y su pedagogía transformadora en la revelación divina que se pone claramente de manifiesto en este poema. Dios escucha la oración de la gente oprimida; el Señor responde al clamor de las personas menesterosas; se acuerda Dios de las necesidades de los hombres en aflicción; y atiende el Señor a la oración de las mujeres en angustia. En los discursos del Señor se revela un particular deseo de atender a los sectores más vulnerables de las sociedades, porque reconoce que la esperanza de esas personas no puede estar en las instituciones humanas que les ha negado la justicia.
SALMO 108: «PETICIÓN DE AYUDA CONTRA EL ENEMIGO»
El Salmo 108, que es esencialmente una súplica colectiva, lo constituyen dos trozos de poemas anteriores del Salterio (Sal 57:7–11 y Sal 60:5–12). Sin embargo, esta yuxtaposición de textos lejos de aminorar la calidad teológica de su contenido o de disminuir el desafío moral de sus enseñanzas ha expandido el horizonte espiritual de su mensaje. Este poema no es solo la suma de sus componentes previos sino que se ha convertido en un salmo mucho más intenso y pertinente a los nuevos desafíos espirituales y morales de la época del regreso del exilio en Babilonia.
En su contexto básico y original, el Salmo 57 es un cántico de confianza y gratitud, y los versículos que se incluyen en el Salmo 108, son la acción de gracias por la salvación que el salmista ya ha recibido o está próximo a recibir. En el nuevo contexto (Sal 108), esa sección se convierte en la motivación para la alabanza, en la razón de ser de la gratitud. Al omitir los versículos 1–6 del Salmo 57, el 108 excluye toda referencia a las dificultades individuales. En efecto, se prepara el ambiente para poner de manifiesto un sentido hondo de seguridad y confianza en el Señor.
El corazón humilde del salmista canta y entona alabanzas entre las naciones; y, además, utiliza los diversos instrumentos musicales y despierta el alba con sus cánticos. El gran mensaje de las alabanzas del poeta es que la misericordia divina es más grande que los cielos, que es una manera figurada de enfatizar que la extraordinaria gloria del Señor se revela de forma abundante en las manifestaciones continuas y maravillosas de su amor.
El Salmo 60 es una súplica comunitaria, y los versículos que se incorporan en el Salmo 108, los utiliza como un clamor profundo que contiene un oráculo, prosigue con una promesa de triunfo, incluye un lamento por el rechazo divino, para luego finalizar con una clara afirmación tenue de confianza en Dios. Al omitir los versículos 1–4 del Salmo 60, el 108 excluye los lamentos por la derrota en la batalla.
La unión de estos poemas debe haberse llevado a efecto durante la época exílica, pues el salmo puede ser utilizado como parte de la adoración y las ceremonias religiosas del pueblo en el Templo, especialmente en los actos y cultos de acción de gracias y en los eventos donde se ofrecen ofrendas de gratitud. En este nuevo contexto, el salmo es una oración personal que alaba y agradece a Dios sus intervenciones históricas; además, es una clara afirmación de confianza en las intervenciones futuras del Señor. En esta ocasión (Sal 108), este salmo revela un tono teológico más positivo que sus componentes anteriores (Sal 57 y 60). El título hebreo del salmo lo identifica como un «cántico» y también lo describe como un «salmo de David» (véase la Introducción).
Como en los salmos inmediatamente anteriores (Sal 105–107), este poema afirma la fidelidad divina por el deseo del Señor de llevar a Israel a la tierra prometida, en contraposición de los ataques enemigos y las dificultades internas. Aunque el Señor disciplina a su pueblo, no lo desecha, pues recuerda el pacto que hizo con Abrahán y sus descendientes.
La estructura del poema se revela en la identificación de sus componentes literarios básicos. En los comentarios y las discusiones a los Salmos 57 y 60 se presentan otras evaluaciones teológicas y las reflexiones contextuales más extensas y pertinentes a estas secciones poéticas.
• Confesión de fe y seguridad en Dios: vv. 1–6
• Oráculo de soberanía divina: vv. 7–9
• Confesión de fe y seguridad en Dios: vv. 10–13
vv. 1–6: El propósito del nuevo salmo es «la liberación de los amados del Señor» (v. 6). Y las alabanzas iniciales de entrega y disposición dan paso al mensaje de algún profeta en el culto, que anuncia con autoridad la palabra divina (vv. 7–9), que en esta ocasión incorpora características universales.
vv. 7–9: El Dios del salmista es Señor de Siquem, del valle de Sucot, Galaad, Manasés, Efraín, Judá, Moab, Edom y Filistea. Esa teología es particularmente importante durante la época postexílica, luego de los mensajes que se incluyen en la segunda sección del profeta Isaías (Is 40–55).
vv. 10–13: La sección final se revela, aunque de forma tímida, la liberación divina, que lleva al pueblo hasta la ciudad fortificada de Edom, que es una manera de aludir al pueblo que representa al mayor y más importante enemigo de Israel. La palabra final del salmo es una afirmación de fe: Con el socorro divino se hacen proezas y se triunfa sobre los adversarios y los enemigos.
Una vez más se manifiesta con claridad la soberanía divina en el Salterio como una categoría teológica fundamental. El salmo habla del Dios que se alía con su pueblo para ayudarle a responder con poder a los grandes desafíos que le presentan los enemigos. El Dios bíblico es el compañero de caminos del pueblo que demuestra su fidelidad aunque no reciba esa misma lealtad.
SALMO 109: «CLAMOR DE VENGANZA»
El Salmo 109 es uno de los poemas que manifiesta con más claridad en el Salterio el dolor que produce la injusticia. El poema revela un profundo sentido imprecatorio y articula un deseo extraordinario de justicia, que se ponen de relieve en una serie importante de sentimientos intensos, expuestos en el salmo en forma de maldiciones vehementes—otros salmos que manifiestan este mismo este estilo violento, son los siguientes: Sal 55; 56; 58; 69—.
En medio de estos clamores sentidos y desgarradores, el salmista implora la ayuda divina a causa del ataque falso, de la actitud irresponsable y de las acciones injustificadas de algunos enemigos y adversarios. Estos deseos intensos de venganza, que ciertamente chocan con la sensibilidad religiosa contemporánea y con el testimonio cristiano moderno, deben ser entendidos en el contexto ideológico y teológico de la antigüedad, cuando no se habían revelado aún de manera total y plena las virtudes divinas en la figura del Mesías. El salmista da rienda suelta a las imprecaciones como una forma de articular y presentar públicamente la gravedad de su caso. La lectura cuidadosa del salmo revela un ambiente críticamente adverso contre el poeta, que se manifiesta en mentiras, engaños, acosos, odios, ataques y acusaciones. Y en medio de esas realidades de maldad y angustia, el poeta reclama la intervención divina.
Este salmo es una lamentación y súplica individual que implora al Señor que se haga justicia. El salmista es una persona piadosa y justa, acostumbrada a hacer el bien de manera desinteresada, que es acusada injustamente pero que reconoce en Dios su fuente primordial de esperanza y de justicia. Es muy difícil imaginar el uso cúltico de este salmo, aunque posiblemente este tipo de poema se utilizaba en la antigüedad en ceremonias privadas en las que implorada la intervención divina en algún caso legal complejo. Posiblemente por las formas de articular sus imprecaciones, este salmo no ha sido incorporado en las ceremonias litúrgicas eclesiásticas ni en las celebraciones cúlticas de las iglesias—p.ej., la conocida como «Liturgia de las horas»—.
La identificación precisa de la fecha de composición es muy difícil, dado la amplitud y las complejidades del tema; sin embargo, la relación de las maldiciones con un mensaje que se incluye en el libro del profeta Jeremías (Jer 18:19–23) puede ser un buen indicador de su entorno postexílico. El título hebreo del salmo lo relaciona con el músico principal o maestro del coro, y lo asocia con los salmos de David (véase la Introducción).
La estructura literaria que facilitará el estudio del salmo se desprende del análisis temático, y es la siguiente:
• Presentación del problema y el clamor: vv. 1–5
• La imprecación o maldición: vv. 6–20
• Nueva petición de ayuda: vv. 21–29
• Oración final: vv. 30–31
vv. 1–6: La petición del salmista es firme, clara y directa. Es una súplica urgente al Señor para que intervenga y no calle, ante los ataques impíos, el complot traidor y los engaños de gente mentirosa, que con odio y sin motivos han rodeado al penitente para hacerle mal. Se revela rápidamente la maldad de los adversarios, pues pelean sin motivos y pagan al salmista mal por bien, responden con odio al amor. Se manifiesta con claridad al comienzo mismo del poema la naturaleza de la crisis, la gravedad de la situación, el potencial de muerte.
El salmo describe un ambiente de traición que es nocivo a la salud integral, mental, física y espiritual. El salmista se dirige al Señor como «Dios de mi alabanza» (v. 1), para enfatizar la naturaleza divina que responde al clamor humano. Para el poeta herido, las alabanzas al Señor constituían el comienzo de su liberación; además, en medio de esas dinámicas de muerte y destrucción, el salmista penitente oraba (v. 4), que es una singular manera de revelar su seguridad y confianza en el Señor.
vv. 7–20: Esta sección del salmo presupone quizá un ambiente de juicio, un contexto legal. No son pocos los términos, las ideas y las expresiones que denuncian ese particular tono jurídico: p.ej., acusaciones, estar a mano derecha, condenaciones, juicio, culpabilidad.
La primera impresión al leer estas maldiciones es que el salmista se las dirige a quienes le acusan falsamente y se organizan para destruirle. Es la respuesta humana ante una situación de crisis injusta que incluye la posibilidad de muerte (v. 16). Algunos estudiosos, sin embargo, piensan que el salmista en esta sección está citando a quienes buscan su destrucción, y que estas maldiciones no son las expresiones naturales del poeta sino los deseos malsanos e impropios de quienes le persiguen y acusan.
La respuesta del salmista a esa retahíla infame de mentiras, odios, calumnias y resentimientos, es doble: En primer lugar, implora la intervención divina (v. 1); y, además, articula una serie intensa de maldiciones. La lista de las maldiciones o imprecaciones llega a veinte, es decir, dos veces diez, que es una manera de indicar que es un deseo completo.
Las maldiciones comienzan en el mismo juzgado, pues el salmista le pide a Dios que otro juez injusto atienda las crisis del enemigo del pobre, que a su vez es su enemigo, y que surjan nuevos acusadores en su contra. Las consecuencias de esos procesos judiciales corruptos e injustos son, entre otras calamidades, la condenación, la muerte, la pérdida de responsabilidades, la crisis económica y la disfunción familiar que perdura por varias generaciones. Como el juez injusto ha actuado sin misericordia y al margen de la ley, esas mismas actitudes de maldad le van a perseguir de manera individual y familiar hasta llegar a su destrucción total. La acción injusta hacia la gente pobre y menesterosa acarrea el juicio divino y genera las maldiciones del Señor. El poeta presenta estas maldiciones de forma visual, al aludir al cuerpo, la ropa, el cinturón; el juicio divino también penetrará como el agua y el aceite en el cuerpo y los huesos.
vv. 21–29: En esta sección del salmo, el poeta retoma el tema de las súplicas a Dios. Implora la liberación, el favor y la misericordia de Dios por amor al nombre del Señor, que es una manera de reclamar la intervención divina (v. 21). En esta ocasión, sin embargo, enfatiza su condición precaria: Está atribulado y necesitado, su corazón está herido, se siente como una sombra, y tiembla como una langosta. Indica, además, que se siente débil y está delgado a causa del ayuno (v. 24), y se siente escarnecido, marginado y rechazado. La expresión «menear la cabeza» (v. 25) alude a las burlas de las que era objeto.
La tensión ha aumentado, la crisis está en su momento crucial, la preocupación es intensa. Y en ese contexto de crisis, el salmista se allega nuevamente ante el Señor e implora su ayuda, suplica su salvación, reclama su misericordia (v. 26). Su petición básica es que su suerte cambie y sus enemigos reciban y sientan lo que él está experimentando en su dolor (vv. 28–29). El salmista desea ver el fracaso de sus enemigos, anhela disfrutar la vergüenza de sus acusadores, pide con firmeza la destrucción de sus adversarios. Implora, además, que esos mismos enemigos comprendan que ha sido la mano del Señor la que ha intervenido en su favor y en contra de sus adversarios (v. 27).
vv. 30–31: Para finalizar el poema con un tono grato y positivo, el salmista incorpora una serie importante de alabanzas. Luego de las maldiciones, el poeta expresa su gratitud y sus alabanzas «en medio de la muchedumbre» (v. 30), porque Dios hará causa común con los pobres, para liberarlos de las personas que le juzgan injustamente.
El salmista pone de manifiesto de esta forma las virtudes de la justicia divina: Afirma que el Señor apoya el dolor del pobre, que es una manera de destacar el deseo divino de liberar a las personas menesterosas y necesitadas. El gran mensaje del salmo es que Dios rechaza las acciones injustas de los jueces corruptos, pues está al lado de las personas que sufren las injusticias de la vida.
Varios asuntos requieren estudio y reflexión en este salmo. En primer lugar, el tema de las maldiciones es de gran importancia. ¡Es adecuada la indignación frente a las injusticias de la vida! No es espiritualmente saludable ni socialmente aceptable aceptar las injusticias humanas de forma pasiva y silente. El rechazo de esas acciones impropias e indeseables es pertinente y necesario.
El salmista expresa una serie intensa de maldiciones que revelan sus deseos de venganza. Estas maldiciones se fundamentan en el deseo de justicia que el salmista no recibe de las instituciones jurídicas oficiales. La corrupción del sistema de justicia es clave en la comprensión adecuada de estas imprecaciones. Más que un deseo revanchista psicopatológico, estas imprecaciones son las respuestas humanas para implorar la justicia divina, antes de la revelación plena y liberadora de Cristo.
El Dios bíblico establece el pacto con Abrahán y su descendencia para llevarles a la tierra prometida y construir una sociedad justa y responsable. El plan divino no es la corrupción, ni el cautiverio, ni la desesperanza, ni el rechazo, ni el dolor humano. Sin embargo, las actitudes humanas que no toman en consideración los valores morales y los principios éticos que se desprenden de la revelación divina, generan el ambiente adecuado y las dinámicas propicias para el desarrollo de la corrupción y de la injusticia.
En ese particular contexto de infidelidad y cautiverio, el Dios bíblico se compromete con la gente pobre, y apoya a los sectores marginados y rechazados de la sociedad. Es de gran importancia la afirmación teológica que ubica al Señor ayudando a las personas que son objetos de las injusticias de los sistemas humanos. Es determinante la idea del poeta: La gente maldice, pero Dios bendice (v. 28).
Como el salmista, Jesús de Nazaret experimentó la injusticia y la muerte de manos de jueces corruptos e injustos. Dios demostró su compromiso con el Señor a través de la resurrección. Se puso de manifiesto en la vida del Mesías que Dios se pone al lado de la gente que sufre de forma injusta, y transforma sus realidades de dolor en posibilidades de vida y triunfo.
SALMO 110: «JEHOVÁ DA DOMINIO AL REY»
El Salmo 110 es uno de los poemas más difíciles del Salterio, tanto desde la perspectiva exegética como la teológica. Las dificultades de comprensión e interpretación se pueden asociar, en parte, a que en los manuscritos hebreos más antiguos, el texto del salmo no se ha conservado muy bien, particularmente en el versículo tres. Ese particular problema textual es parcialmente responsable de las diferencias en las traducciones de este pasaje en específico.
El rey es el personaje más importante de este poema, que en esencia y también por el tema expuesto, es un salmo real. Posiblemente este es un salmo muy antiguo, pues puede provenir inclusive de la época davídica, aunque se utilizó posteriormente y se reinterpretó a través de la historia para relacionarlo con el resto de esa importante dinastía. Su contexto original fue quizá la ceremonia de entronización del monarca, aunque posteriormente pudo haberse utilizado en las fiestas anuales para celebrar las grandes victorias del rey o para presentar su programa de gobierno. El autor pudo haber sido el mismo rey David o alguien cercano al reino que interpretó su vida y monarquía desde una perspectiva mesiánica. El título hebreo del poema lo identifica directamente con los salmos de David (véase la Introducción).
Este salmo ha sido muy popular en la tradición cristiana pues se ha leído y utilizado mesiánicamente a través de la historia, para afirmar el señorío de Jesús, que para la iglesia y los creyentes es el Mesías y el Cristo de Dios (para v. 1, véase Mt 24:22; 26:64; Mr 12:36; 14:62; 16:19; Lc 20:42; 22:66; Hch 2:34; 1 Cor 15:25; Heb 1:13; 10:13; y para v. 4, véase Heb 5:6; 7:17, 21). Como en otros poemas o salmos reales, la interpretación cristológica del texto le ha añadido una nueva dimensión teológica que no puede ignorase ni obviarse.
La sencilla estructura de este salmo se desprende de la identificación y comprensión de los temas más importantes que expone:
• Primer oráculo al rey: vv. 1–3
• Segundo oráculo al rey: vv. 4–7
vv. 1–3: La primera sección del poema presenta a algún sacerdote o profeta del culto que se dirige al monarca en el nombre del Señor. El Señor le dice al rey que se siente a su diestra o a la mano derecha (v. 1), que era en la antigüedad un lugar de honra, una señal de distinción. Poner los enemigos a los pies del monarca era una manera de apreciar su trabajo, y una manera de afirmar su gestión pública. El mensaje es de afirmación divina: El poder y la autoridad del rey no se confinará ni detendrá en Sión (v. 2), que es una referencia a la ciudad de Jerusalén, pues dominará a sus enemigos, que es una alusión a sus victorias militares en la esfera internacional.
En las ceremonias antiguas de entronización se incluía un trono que se ubicaba sobre un estrado. Y en la parte delantera del lugar se dibujaban los rostros de los reyes enemigos que el nuevo monarca debía derrotar. Sentarse sobre el estrado que tiene el rostro de los enemigos es un gesto de victoria, es símbolo del triunfo. Ese acto simbólico también ponía de manifiesto los deseos reales de conquistar a las naciones vecinas, que era una manera de revelar antiguos anhelos imperialistas. Ir a la guerra para defender el territorio y al pueblo era una de las funciones más importantes del rey.
El salmo presupone e incorpora en el lenguaje y la cultura israelita una muy antigua tradición del Oriente Medio, que afirmaba que el rey se convertía en hijo de Dios el día que tomaba posesión del trono. Era simbólicamente el día de la concepción y del nacimiento (Sal 2:7). Para comunicar se mensaje de afirmación del rey israelita, el salmista se apropió de las imágenes de la aurora y del rocío que provienen de la cultura cananea. La idea es demostrar, en ese antiguo contexto politeísta, que el monarca de Israel es el verdadero hijo de Dios. La diferencia en las diversas traducciones de este versículo es producto de las dificultades textuales que manifiesta.
vv. 4–7: Esta sección prosigue con el oráculo divino al monarca. En esta ocasión, sin embargo, no alude a los poderes militares del rey sino que presenta las responsabilidades sacerdotales. El Señor mantendrá su palabra de apoyo al rey pues se le ha conferido un tipo de sacerdocio que va de acuerdo con la tradición de Melquisedec. Esa importante referencia al antiguo sacerdote y rey de la ciudad de Salem—posteriormente conocida como Jerusalén, que significa «ciudad de paz»—, revela el compromiso divino y el pacto de Dios con Abrahán (Gn 14:18–20). En efecto, el rey de Israel cumplía algunas funciones sacerdotales en las ceremonias litúrgicas del Templo. Salem es la ciudad jebusea, gobernada por un particular sistema sacerdotal, que David conquistó para establecer su reino.
El profeta cúltico continúa su mensaje al rey: En esta ocasión, sin embargo, es Dios quien está a la diestra del monarca, símbolo de privilegio, apoyo, autoridad y poder, quebrantará a los reyes con su ira, e impartirá la justicia de manera internacional. En efecto, el mensaje prosigue y desarrolla el apoyo que previamente se había dado al monarca (v. 2), aunque ahora se alude a algunos triunfos militares que disfrutará y propiciará el rey.
La imagen final del poema posiblemente presenta a un rey, cansado por sus victorias militares e internacionales, que se detiene para beber agua, para descansar y recuperar fuerzas, para finalmente levantar su cabeza en señal de triunfo (v. 7).
Aunque este salmo en su contexto original presentaba una visión imperial del reino de Israel, los primeros cristianos vieron en sus líneas buen material para afirmar el señorío de Jesús y para defender su particular naturaleza mesiánica. El mensaje total de este salmo se relacionó con la misión salvadora de Jesucristo. Las funciones militares y sacerdotales del antiguo monarca de Israel, que solo eran una quimera inalcanzable para los reyes del pueblo, se cumplieron cabalmente en la vida y misión de Jesús de Nazaret, de acuerdo con la interpretación cristiana del poema.
De particular importancia en la comprensión e interpretación de este salmo es la diferencia básica entre las formas de ejercer las funciones reales entre los monarcas de Israel y Jesús de Nazaret. Para Jesús, su reino «no es de este mundo» (Jn 18:36), que era una manera de indicar que no ejercería el poder y la autoridad de la forma en que el pueblo estaba acostumbrado a ver en sus monarcas. La gente poderosa demuestra su autoridad a través del menosprecio de las personas débiles y mediante el rechazo de la gente humilde y necesitada.
En Jesús, la humanidad tiene no solo la esperanza de recibir justicia y libertad sino que ha recibido un nuevo modelo de liderato. El líder verdadero es justo, respetuoso, digno y sabio. El líder real no es el que se apoya en la injusticia, la violencia y la corrupción para imponer sus ideas o proyectos, sino el que afirma las causas que liberan al ser humano de los cautiverios que le impiden llegar a ser lo que Dios quiere que sea.
SALMO 111: «DIOS CUIDA A SU PUEBLO»
Los Salmo 111 y 112 son poemas acrósticos de una sola línea que se complementan, tanto en la sucesión de las veintidós letras del alefato hebreo como en el desarrollo lógico del contenido y de los temas expuestos (véase también Sal 9–10; 25; 34; 37; 112; 119; 145). Gran parte de sus frases, ideas y pensamientos se incluyen en otros salmos.
El dúo constituye una muy buena introducción al grupo de salmos que finaliza con el 119. El Salmo 111 presenta el tema de la obra del Señor y su palabra; y el 112 describe a la persona sabia que responde adecuadamente a esa obra y a la palabra divina. En efecto, la poesía de estos salmos pone de manifiesto la gran capacidad artística y literaria del poeta como también revela su gran sensibilidad teológica.
El Salmo 111 comienza y termina con un cántico de alabanza a Dios por sus obras maravillosas y por su palabra. Esta dualidad temática se manifiesta en todo el poema, pues es muy difícil separar la palabra divina de la actividad del Señor en medio de la historia. Lo que Dios dice lo pone en acción, y el actuar del Señor se fundamenta en la revelación que se encuentra en su palabra. De forma práctica el poema afirma la gran correspondencia ética del Señor, que une la teoría de su voluntad y la práctica de su mensaje.
Este salmo es un himno de alabanza que celebra y agradece las acciones y la obra de Dios en la historia, particularmente afirma las manifestaciones maravillosas del Señor a favor de su pueblo y la importancia de la fidelidad al pacto. Su contexto básico inicial fue posiblemente algunos de los festivales anuales del pueblo, quizá la fiesta de Pascua o la de Tabernáculos. Su autor es un adorador agradecido que se levanta en medio de las celebraciones para destacar la obra de Dios en la historia. Por la naturaleza de los temas expuestos, se piensa que este salmo es de origen postexílico. Además, las ideas sapienciales que se incorporan al final del salmo delatan sus virtudes didácticas, que puede preceder al uso del Salmo 112. Este salmo no tiene título hebreo (véase la Introducción).
La estructura de los poemas acrósticos es rígida, por la naturaleza de la disposición de las letras, sin embargo, en esta ocasión se pueden distinguir varias secciones:
• Alabanzas al Señor: v. 1
• Las grandes obras de Dios: vv. 2–3
• Los frutos de la clemencia y la misericordia de Dios: vv. 4–9
• Importancia de la sabiduría: v. 10
v. 1: El poema comienza con un aleluya que precede a la disposición acróstica. Posiblemente era una especie de título antiguo al salmo para destacar el reconocimiento divino. Además, el salmo revela que las alabanzas al Señor deben ser sentidas, «de todo corazón», y en compañía de las personas rectas, en un entorno público, en medio de las asambleas nacionales. Esa referencia al pueblo con el calificativo de «rectitud» ubica el poema en la tradición sapiencial que se explorará al final de este mismo salmo y también en el posterior Salmo 112.
vv. 2–3: El salmo en esta sección destaca las grandes obras divinas, que describe como dignas de ser fuente de meditación. Además, el salmista afirma que esas obras delatan la majestad y el esplendor divino, y también pone de manifiesto la justicia permanente del Señor. Las obras del Señor son merecedoras del estudio ponderado y la meditación de parte de las personas sabias y prudentes. De esta forma el salmo afirma su gratitud a Dios por la creación.
vv. 4–9: Prosigue el salmista con las obras divinas que ahora identifica como maravillas; además, se describe con claridad la naturaleza del Señor como clemente y misericordioso. Esas acciones maravillosas del Señor se revelan en el alimento que brinda a quienes le temen (v. 5), y en la afirmación de su pacto. También manifiesta su gran poder al pueblo al darle la heredad de las naciones—en alusión a la conquista de la tierra prometida—, y al afirmar que sus manos, en referencia a sus acciones, son fieles (v. 7) y que pueden relacionarse con los conceptos de la verdad, la justicia y la rectitud (vv. 7–8).
Los mandamientos divinos son fieles, su nombre—que revela su esencia más importante y distintiva—es santo y temible, y su redención envía al pueblo, que son maneras poéticas de aludir a su compromiso indiscutible con los valores que ponen de relieve los grandes temas del éxodo de Egipto, como son la liberación del pueblo y la redención nacional.
v. 10: El poema finaliza con una muy importante declaración sapiencial: El fundamento de la sabiduría es el respeto y el aprecio a los principios y los valores que se relacionan con la revelación del Señor en la historia nacional. La gente sabia—descrita anteriormente como «recta» (v. 1)—, es decir, las personas que ejercen el buen juicio o que viven de acuerdo con el sentido común, pone en práctica los mandamientos divinos, vive a la altura de los principios morales relacionados con la misericordia del Señor, y actúa según los valores éticos que proceden de la naturaleza santa de Dios.
La expresión final del poema es una ampliación de la declaración inicial: La alabanza es eterna, si se hace de corazón y en compañía de personas que comparten los mismos valores morales y éticos.
De acuerdo con este salmo, la gente recta y fiel medita en las obras del Señor. Ese acto de meditación es una especie de reflexión crítica en torno a las intervenciones divinas en la historia; es una manera de desarrollar un tipo de análisis sobrio en torno a las manifestaciones salvadoras de Dios en Egipto, Canaán y Babilonia; y es una forma sobria de incentivar el estudio ponderado de la historia del pueblo, para distinguir y afirmar la mano liberadora del Señor en medio de las vivencias cotidianas.
Este salmo llama al pueblo a leer la historia nacional con ojos teológicos, pues una revisión crítica de la vida descubre que la mano del Señor no está cautiva en las dimensiones religiosas de la existencia. El Dios bíblico actúa en las diversas áreas de la vida, en los muchos escenarios donde se vive la realidad humana.
Esa importante afirmación teológica descubre que Dios interviene no solo en las dinámicas cúlticas, eclesiásticas y religiosas de los pueblos, sino que vive y actúa en medio de los conflictos políticos, económicos y sociales de las naciones. El Dios bíblico no está cautivo en el mundo de la religión sino, como indica el salmo, se manifiesta con esplendor, majestad y justicia en medio de las complejas realidades diarias de las naciones.
Jesús de Nazaret vivó de acuerdo con la teología pertinente y contextual que se desprende de este salmo (Mt 5–7), y María incorporó el mensaje del poema para celebrar y afirmar la misericordia divina y el amor de Dios (Lc 1:49).
SALMO 112: «PROSPERIDAD DEL QUE TEME A JEHOVÁ»
El Salmo 112 continúa el tema que concluye el poema anterior: ¡Es bienaventurada o dichosa la persona que teme y honra al Señor! Esa felicidad plena proviene del deleite y disfrute que surge al estudiar y ponderar los mandamientos del Señor (v. 1). En efecto, este poema, que prosigue el estilo y los temas que se articulan en el salmo precedente (Sal 111), enumera algunas características importantes de las personas rectas: ¡Creen, respetan y obedecen la palabra de Dios!
Por su relación temática y estilística con el salmo anterior, muchos estudiosos piensan que este poema proviene del mismo autor—o por lo menos, de la misma escuela de pensamiento—y de la misma época postexílica. Inclusive, se puede analizar este salmo como un tipo de comentario ético al poema anterior, se puede comprender como una exposición moral y teológica a los temas expuestos en el salmo precedente. Algunos términos o expresiones que se incluyen en los dos salmos—p.ej., la referencia directa a la gente «recta» (Sal 111:1 y 112:2)—pueden ser indicadores de su continuidad. La finalidad educativa del salmo destaca los elementos sapienciales.
Este salmo es esencialmente un poema sapiencial que intenta descubrir el sentido de la vida, y desea descubrir dónde se encuentra la felicidad. El mensaje incluye la reacción adversa de la gente malvada que no resiste ver el triunfo de las personas que temen al Señor. La disposición acróstica del poema es posiblemente un buen artificio literario para facilitar la memorización del salmo y propiciar el aprecio de sus valiosas enseñanzas.
La estructura literaria del salmo, que manifiesta la tradicional rigidez de la poesía acróstica, revela algunos temas importantes que la distinguen.
• Bienaventuranza: v. 1
• Los frutos de la dicha: vv. 2–9
• Reacciones de la gente impía a la vida feliz: v. 10
v. 1: El salmo comienza con una afirmación de alegría, dicha o bienaventuranza, que es una característica importante de la literatura sapiencial. La felicidad de las personas rectas se fundamenta en el temor a Dios, que en este particular contexto poético se refiere al reconocimiento pleno y genuino de los mandamientos del Señor. Es decir, el deleite de la gente íntegra es cumplir los estatutos divinos. Desde el inicio mismo del salmo se pone claramente de manifiesto la fuente de la felicidad, que también es el fundamento de la sabiduría: El cumplimiento feliz de la voluntad divina.
vv. 2–9: El resto del poema es una continuación de la declaración teológica y ética inicial. Las bienaventuranzas divinas producen consecuencias concretas en las personas. Temer al Señor tiene implicaciones prácticas y reales, particularmente en medio de sociedades conflictivas, hostiles y litigantes.
La primera consecuencia de la bendición y la dicha que emana del Señor se produce en el entorno familiar e íntimo: La descendencia será poderosa, mucha, rica y bendita (vv. 2–3). Además, como parte de esa manifestación de gracia y felicidad, se añade un muy importante elemento teológico: «Su justicia permanece para siempre», que es una manera de garantizar el acompañamiento divino a través de la historia, pues la justicia es uno de los atributos divinos más importantes.
Los resultados de la bienaventuranza divina se manifiestan también en la esfera social. La gente feliz—identificada ahora como personas «rectas» (v. 4)—, resplandece, es decir, es reconocida en la comunidad; también es misericordiosa, clemente y justa, que apuntan hacia la relación con Dios que tiene esas mismas características morales. Además, como secuela de la felicidad divina, las personas bienaventuradas prestan y responden a las necesidades de su comunidad y gobiernan su casa con juicio e inteligencia. Esas actitudes sobrias y prudentes le ganan el reconocimiento perpetuo y le brinda el poder para no ceder ante los zarandeos de la vida.
La gente bienaventurada vive confiada, no teme a la posibilidad de malas noticias ni ante las complejidades de la vida, y apoya las causas justas de la gente en necesidad y pobreza (v. 9). Ese estilo de vida íntegro, recto, sabio y dichoso hace que la justicia caracterice su comportamiento y se manifieste de forma pública. Esa actitud pone de manifiesto su poder, que revela la gloria y el poder divino.
v. 10: La respuesta de las personas impías ante las bendiciones que recibe y vive la gente dichosa es de indignación e ira; sin embargo, esos deseos adversos de maldad fracasarán. La idea final del salmo es que las personas injustas son infelices y hacen lo contrario de la gente bienaventurada: «Crujen los dientes y se consumen», que son símbolos de la hostilidad que les destruye.
Este poema destaca las virtudes que se relacionan con la dicha de obedecer y apreciar los mandamientos del Señor. Esa alegría plena se fundamenta en el aprecio gozoso a la revelación de Dios. Además, de acuerdo con las enseñanzas del salmista, la vida íntegra y noble pone de relieve una serie de virtudes que se manifiestan en la familia y la comunidad.
El primer nivel de virtud que produce la bienaventuranza divina se vive en medio de las dinámicas familiares. La familia, que constituye el núcleo básico de educación y vida, recibe las consecuencias del gozo verdadero que se desprende de la obediencia a los mandamientos. Además, esas dinámicas positivas en lo íntimo del hogar también se revelan en las dinámicas sociales de la comunidad. La felicidad plena que produce la revelación del Señor no solo toca las vivencias más íntimas de la familia sino que contribuye positivamente al mejoramiento de las relaciones interpersonales en la sociedad.
Ese modelo de bienaventuranza es muy necesario en las sociedades contemporáneas, cuando la vida se divide en esferas sociales desconectadas. La integridad que genera la bendición divina, que hace a la gente feliz, dichosa, alegre y bienaventurada, se debe manifestar en todas las relaciones de la vida. Tanto en el hogar como en la comunidad. La discontinuidad ética que confina los valores morales solo en las actividades públicas no hace justicia a la revelación transformadora del Señor que desea el disfrute pleno de la gracia divina en las diversas áreas de interrelaciones humanas.
Ese fue el modelo que siguió Jesús de Nazaret en su ministerio. Vivió los valores de la gracia divina no solo en su predicación transformadora y en sus enseñanzas proféticas sino en las vivencias del hogar. Las bienaventuranzas para el Señor constituyen el corazón del mensaje evangélico, y destacan, entre otros, el valor de la integridad moral (Mt 5–7).
SALMO 113: «DIOS LEVANTA AL POBRE»
El Salmo 113 comienza una sección breve del Salterio que se conoce comúnmente como la Pascua Hallel o el Hallel egipcio (Sal 113–118). También se pueden identificar estos poemas como el Pequeño Hallel, en contraposición al Gran Hallel (p.ej., Sal 120–136; o Sal 135–136; o Sal 136). Estos poemas se utilizaban para recordarle al pueblo las grandes obras de Dios; particularmente le permitía a la comunidad repasar los episodios de la liberación de Egipto o el éxodo de Moisés (Sal 114). Se usan con devoción durante las celebraciones anuales de la pascua judía: Los Salmos 113 y 114 se leen antes de la comida pascual; y los Salmos 116–118, después de la cena. De acuerdo con Mateo el evangelista, Jesús siguió esa misma tradición litúrgica luego de celebrar la cena pascual con sus discípulos (Mt 26:30).
Los Salmos 113 y 114 son complementarios. El primero pone de manifiesto el tema de las alabanzas a Dios, y el segundo presenta el mejor ejemplo para promover e incentivar esas alabanzas. Quizá la gran preocupación del poeta detrás del Salmo 113 es la identificación y descripción de lo distintivo y particular del Dios de Israel, que ciertamente es liberador. Este salmo se relaciona con los dos anteriores (Sal 111–112) por la expresión inicial que incentiva las alabanzas al Señor.
El Salmo 113 es un himno de alabanzas al Señor que enfatiza la importancia del nombre divino, que más que un distintivo lingüístico superficial, revela la esencia misma de quien los ostenta, pues es capaz de generar cambios sustantivos y radicales en la vida de las personas y la comunidad. El autor debe haber sido un adorador que luego del período exílico intenta identificar las características divinas que le hacen superior al resto de las divinidades en la antigüedad. El salmo no tiene título hebreo (véase la Introducción).
La sencilla estructura literaria del salmo se desprende de su análisis temático. La lectura cuidadosa del poema revela, sin embargo, que el himno carece de conclusión, que se manifiesta con claridad en el poema posterior (Sal 114).
• Invitación a la alabanza: vv. 1–3
• El Dios de los pueblos y del universo: vv. 4–6
• Las acciones divinas: vv. 7–9
vv. 1–3: La sección inicial del poema es una invitación reiterada a la alabanza y al reconocimiento público del nombre del Señor. El salmo comienza y termina con la misma expresión «aleluya» (vv. 1, 9). Se revela de esta forma al Dios que merece toda la alabanza y bendición humana, en todo tiempo y lugar.
El poema destaca la importancia del nombre de Dios—p.ej., Yahvé, que en que la tradición Reina-Valera se ha vertido como Jehová—que, en efecto, es una demostración de su esencia redentora. El Señor debe ser alabado y bendecido continuamente por su naturaleza. La expresión «desde el nacimiento del sol hasta donde se pone» (v. 3) es una hebraísmo que alude a la totalidad de la tierra.
vv. 4–6: En esta parte del salmo se explican algunas razones para alabar al Señor. En primer lugar, Dios es el Señor de las naciones y de los cielos, que revela un desarrollo teológico universalista. De acuerdo con el poeta, Dios es excelso e incomparable. No hay divinidad que se le pueda asemejar, pues su poder se manifiesta tanto en las alturas como en medio de las vivencias del pueblo: ¡Es Señor en el cielo y en la tierra! Sin embargo, su poder extraordinario no le limita para humillarse y mirar a las personas en necesidad (v. 7).
vv. 7–9: En esta sección final del salmo se describen las acciones concretas del Señor. En la parte anterior, el poeta describía al Dios inefable y poderoso de forma general; sin embargo, para finalizar su himno, identifica de forma precisa algunas intervenciones liberadoras de Dios: Levanta al pobre del polvo y a la persona menesterosa alza del basurero (v. 7), para ubicarlos en puestos de reconocimiento y honor: ¡Los sienta con los príncipes del pueblo! (v. 8). Además, transforma las penurias de las mujeres estériles, y les brinda el gozo de ser madres (v. 9). El poeta, en efecto, habla de transformaciones sociales y personales. La virtud divina no solo afecta positivamente las dinámicas internas y personales de los individuos, sino que altera para bien las estructuras sociales de los pueblos. La palabra final del poeta es «aleluya», que revela la profunda gratitud del salmista por sus intervenciones salvadoras hacia las personas menesterosas y frágiles.
El mensaje del salmo es particularmente liberador para las mujeres que en la tradición judía debían quedarse de pie para servir en las mesas. Su papel principal en la vida era ser espectadoras silentes de la historia. De acuerdo con la visión transformadora del salmista, esas mujeres que anteriormente debían solo ver las bendiciones divinas a la distancia, ahora se pueden sentar a la mesa para disfrutar de las bendiciones del Señor. ¡Son partícipes de la bendición divina, son protagonistas en la historia de la redención!
Esta palabra poética es de vital importancia para mujeres como Ana (1 S 1) y María (Lc 1:46–55), la madre de Jesús, que utilizaron este mensaje liberador para poner de manifiesto sus cánticos más reveladores y esperanzadores. Y el apóstol Pablo expande y afirma su importante teología en torno a la encarnación y humillación de Cristo, al afirmar que Jesús se bajó, rebajó, anonadó o humilló a sí mismo para vivir plenamente las realidades y las vivencias humanas (Fil 2:6–11). Con ese acto heroico y liberador, el Señor no tiene como finalidad enseñarnos cómo se muere sino modelar cómo se vive a la altura de los valores que se relacionan con la misericordia y la justicia del Señor.
SALMO 114: «LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO»
El Salmo 114 complementa el poema anterior (Sal 113), pues ilustra de forma práctica la teología que se revela con antelación. El Dios de este poema es soberano de las naciones, apoya las causas de la gente desposeída, es Señor de la naturaleza, y preserva la vida de las personas necesitadas. La visión de Dios como Señor de la tierra y el cielo ahora se hace realidad en la vida del pueblo y en los actos divinos liberadores y extraordinarios. Este poema describe algunas de las intervenciones de Dios que hicieron posible el éxodo del pueblo de Israel de la nación de Egipto y la entrada de ese mismo pueblo a la tierra prometida.
Este salmo es esencialmente un himno de alabanzas a Dios como respuesta a sus manifestaciones salvadoras en la historia nacional. Es el segundo de los poemas del Pequeño Hallel (Sal 113–118), que tiene como contexto histórico básico las ceremonias anuales del pueblo y los festivales nacionales, particularmente la celebración de la Pascua o quizá en la afirmación del pacto de Dios con su pueblo. Es posible que este himno se pueda fechar en la época preexílica, pues no se distinguen con claridad las referencias al exilio en Babilonia. Aunque temáticamente este salmo se complementa y relaciona con el anterior (Sal 113), en algunas versiones antiguas (p.ej., LXX, V, S, entre otras) lo unen al Salmo 115, para hacer una sola composición. La revisión cuidadosa de los temas expuestos en ambos salmos, sin embargo, indica que son composiciones independientes. Este salmo no tiene título hebreo (véase la Introducción).
La estructura literaria de este breve poema revela más de una posibilidad.
• Las experiencias de liberación: vv. 1–2
• El proceso de salida de Egipto y la entrada a la tierra prometida: vv. 3–6
• La tierra se humilla ante el Dios creador: vv. 7–8
Otra posible estructura del poema es una disposición quiástica que presenta en paralelos y simetría los dos temas fundamentales del poema: Dios y sus intervenciones salvadoras.
A El Dios que sacó al pueblo de Egipto: vv. 1–2
B Intervenciones de Dios en la naturaleza: vv. 3–4
B′ Reflexión sobre esas intervenciones de Dios en la naturaleza: vv. 5–6
A′ Milagros del éxodo de Egipto: vv. 7–8
vv. 1–2: Este salmo da la impresión que carece de introducción y conclusión, particularidad que puede explicarse por su participación del grupo del Pequeño Hallel que le sirve de marco de referencia teológico e histórico. Quizá este poema sea muy antiguo y en el transcurso histórico de su transmisión oral y textual perdió esos componentes.
La imagen inicial del poema ubica al lector en el período de esclavitud de Israel en Egipto, particularmente en el momento del éxodo o salida. El poeta identifica de forma negativa al pueblo egipcio, al calificarlo como bárbaro o de lengua balbuciente, que es una manera peyorativa y despreciativa de aludir al lenguaje de los opresores. Israel es llamado Judá y casa de Jacob, para destacar la historia nacional y enfatizar las antiguas promesas divinas hechas a los antepasados. Hay un claro sentido de pertenencia: El pueblo de Dios es santuario y dominio, símbolos del poder divino y de compromiso nacional.
vv. 3–6: La segunda sección del poema alude a los milagros relacionados con la liberación de las tierras de Egipto. En primer lugar se refiere el poeta a las intervenciones maravillosas de Dios en el Mar Rojo y frente al Río Jordán. Además, se alude a otro tipo de acto divino que hizo que las montañas y los collados saltaran como carneros y corderos. Las preguntas retóricas que se incluyen en el salmo ponen de manifiesto que todos esos actos fueron producto de la intervención salvadora del Señor.
El salmo destaca la capacidad divina de inclusive transformar la naturaleza para lograr su propósito liberador con Israel. Son acciones extraordinarias que ponen en evidencia el poder divino sobre la naturaleza, tanto los cuerpos de agua como la tierra firme.
vv. 7–8: Esas acciones de Dios sobre la naturaleza, para llevar a efecto la liberación de Israel de Egipto y llevarlo a Canaán, son símbolo del poder divino que hace que la tierra se transforme. En efecto, la tierra tiembla, pues ante la presencia del Dios que se reveló a Jacob, la naturaleza misma cambia su hostilidad natural en aguas saludables, en referencia al episodio del desierto cuando el agua salió de las piedras (Ex 17:1–7). ¡Hasta las peñas y las rocas del desierto se convierten en agentes de vida y futuro en las manos del Señor!
El mensaje del salmo es extraordinario y claro: Dios convierte las aguas en tierra firme y segura, transforma las piedras duras e inertes en fuentes de aguas que mitigan la sed, y las montañas del desierto, que son símbolo de firmeza y estabilidad, se conmueven y tiemblan como símbolo del poder divino. El Señor del salmo está comprometido con su pueblo, a quien llama santuario y dominio, que son expresiones que revelan el compromiso divino y la relación de intimidad con Israel.
De particular importancia en el poema es la afirmación que el santuario del Señor es el pueblo. Esa teología pone en justa perspectiva las virtudes de los espacios sagrados, los templos. Mucho más importantes para Dios que las estructuras físicas y las edificaciones religiosas están las personas, los seres humanos, la gente. El verdadero santuario donde Dios habita es en medio de la comunidad, en su pueblo. En la historia del pueblo de Israel ese santuario viajó de Egipto a Canaán, pues se manifestaba en la vida de la comunidad.
Esa teología en torno al Templo de Jerusalén la afirmó Jesús en su ministerio. De acuerdo con el mensaje de Juan, el evangelista (Jn 2:13–21), el Señor reaccionó de forma adversa a las políticas religiosas que convirtieron la estructura física del Templo en cueva de ladrones. En ese contexto, Jesús le dio importancia capital a su cuerpo como templo de Dios. Y expandió esa enseñanza al desafiar a las personas que quisieran convertirse en santuario de Dios (Jn 14:23). Esa teología del salmo en torno al verdadero santuario de Dios también se manifiesta en la literatura paulina.
SALMO 115: «DIOS Y LOS ÍDOLOS»
El Salmo 115, aunque no menciona al éxodo de Egipto como tema de importancia, presenta el poder divino que inspira la confianza y la seguridad del pueblo. En medio de las crisis nacionales, representadas por la idolatría, el salmista reconoce que la manifestación de gloria divina no se relaciona con alguna virtud nacional sino con las dos características fundamentales del Señor: Su misericordia y su verdad. En efecto, este poema pone de manifiesto un sentido grato de seguridad y gratitud que se fundamenta en la naturaleza divina que domina sobre los cielos, la tierra y hasta donde están los muertos, en lo último de las oscuridades de la tierra.
El poema es un salmo de confianza comunitaria, como se desprende de la lectura de los temas básicos (vv. 9–11). El poeta es posiblemente un sacerdote de la Casa de Aarón que, preocupado por la crisis nacional y también consternado por la idolatría reinante a su alrededor, articula un poema que revela sus convicciones monoteístas y pone de manifiesto su seguridad teológica.
Aunque muy bien este salmo puede provenir de la época monárquica, pues este tipo de crisis de seguridad y fe estuvieron presentes en diversos períodos de la historia del pueblo, los argumentos contra los ídolos revelan la teología postexílica que se incluye en la segunda parte del libro del profeta Isaías (Is 40–55). Posiblemente este es un salmo que responde a las dificultades religiosas y prácticas que enfrentada el pueblo de Israel cuando vivía cautivo en Babilonia. Este salmo no incluye título hebreo (véase la Introducción).
La estructura literaria del salmo se desprende de la identificación de los temas principales que expone.
• Oración o súplica colectiva: v. 1
• Los motivos de la súplica: vv. 2–8
• La confianza en el Señor: vv. 9–11
• La bendición sacerdotal: vv. 12–15
• Alabanzas del pueblo a Dios: vv. 16–18
v. 1: El salmo comienza con un reconocimiento humilde de la gloria de Dios. Esa gloria, que representa su esplendor moral y su poder liberador, debe ser dada únicamente al Señor. Y el fundamento de ese aprecio singular es la misericordia y la verdad divina, que constituyen dos de las características del Dios del pacto más importantes en el Salterio y en la teología bíblica. De manera implícita el pueblo insinúa que Dios puede dar gloria a su nombre mediante un nuevo acto de liberación; en esta ocasión, sin embargo, no es de Egipto sino de Babilonia.
vv. 2–8: En esta sección del poema se revelan los motivos fundamentales de dar la gloria y el reconocimiento debido únicamente el Señor. Y el salmista para destacar la crisis de la idolatría que rodeaba a la comunidad presenta una caricatura de los ídolos, y añade que quienes les hacen y adoran son como esas mismas imágenes que preparan, no tienen vida.
Ante la pregunta básica, dónde está tu Dios (v. 2), el salmista responde con una magnífica sección del poema que revela gran capacidad literaria y articulación teológica (vv. 4–8). El Dios verdadero está en los cielos, pues es el Señor que crea de acuerdo con su voluntad. Sin embargo, esa no es la realidad de las divinidades locales, que el poeta rechaza de forma enérgica y firme. Los ídolos son de oro y plata, y son producto de la imaginación humana. Por esa razón básica, el poeta indica que esas divinidades ni tienen vida: No pueden hablar, ver, oír, oler, palpar, caminar, ni comunicarse, aunque sus artífices se han preocupado por dotarlos de boca, ojos, oídos, nariz, manos, pies, y garganta. Para el salmista, la fabricación y el aprecio de los ídolos rebaja la naturaleza humana pues confina a las personas a lo inerte e inútil de sus creaciones.
La polémica contra los ídolos y el politeísmo aparece con frecuencia en los escritos proféticos, particularmente los que provienen de la época postexílica (véase Is 40:18–20; 44:9–20; Jer 10:3–16; y también en Os 8:5–6). Estos importantes temas y esta sección del poema (vv. 4–6; 8–11) contra la idolatría se citan e incorporan casi de forma textual en el Salmo 135:15–20.
vv. 9–11: El poeta en esta sección central del salmo retoma el tema de la confianza y seguridad en el Señor. Mientras la gente que oprime al pueblo confía en los ídolos, el pueblo de Israel confía en el Dios que es ayuda y escudo, símbolos de seguridad y estabilidad. De esta forma, el estribillo «Él es tu (o nuestra) ayuda y tu escudo» se convierte en el tema a destacar. Esa afirmación se relaciona con Israel, con la casa de Aarón y también con la gente que teme al Señor.
vv. 12–15: El desarrollo del salmo requiere que al importante tema de la confianza en el Señor le siga el de la bendición divina. Un líder del grupo de adoradores, posiblemente un sacerdote de la casa de Aarón, se levanta con autoridad para bendecir al pueblo en el nombre del Señor. ¡El tema de la seguridad y la esperanza toma dimensiones nuevas!
En esta bendición se repiten los grupos aludidos en la sección anterior (vv. 9–11): Casa de Israel, casa de Aarón y las personas que temen al Señor, que en esta ocasión se aluden como pequeños y grandes, para afirmar e incorporar la totalidad de la comunidad. Esa bendición divina no solo llegará a niveles personales sino que a través de ellos se manifestará en su descendencia. El Dios creador también está muy interesado en bendecir a su pueblo.
vv. 16–18: Para finalizar el poema, el salmista hace algunas afirmaciones teológicas de importancia. Esas declaraciones revelan la cosmovisión antigua del mundo, los cielos y el lugar de los muertos, que se pensaba estaba ubicado debajo de la tierra. El Dios creador mora en las alturas, el cielo; los seres humanos señorean la tierra y la creación; y los muertos habitan en el lugar del silencio donde no se puede alabar al Señor. La referencia al silencio (v. 17), o seol, es al reino de la muerte (véase comentario al Sal 6:5), que era imaginado en la antigüedad como un lugar oscuro, ubicado en lo más profundo de la tierra, donde los muertos no podían hacer nada, ni siquiera alabar al Señor.
La última expresión del salmo es «aleluya», que significa «alabado sea el Señor». La expresión litúrgica culmina el poema con una buena nota de gratitud, y contrasta el mensaje del salmista con la actitud de las personas que descienden al silencio, que no pueden expresar sus alabanzas a Dios.
Este salmo no representa la teología cristiana que destaca el tema de la resurrección de los muertos, pues se escribió en la época postexílica cuando esa fundamental doctrina no se había revelado aún en las Escrituras ni en la historia. La idea final del poema, sin embargo, no se relaciona con la idolatría sino con el pueblo que bendice al Señor permanentemente.
El poema estudiado revela claramente la fuerte y adversa reacción bíblica hacia la idolatría. En efecto, ese pecado es particularmente rechazado en la Biblia pues atenta contra Dios mismo. Es una forma de rechazo a la insustituible naturaleza divina para aceptar como divina alguna manifestación o copia de la creación. La idolatría es particularmente penada en la antigüedad pues cada pueblo tenía sus dioses, y aceptar una divinidad extranjera equivalía al desprecio nacional y al rechazo de la identidad propia. Es de notar que la constitución de Israel como pueblo está íntimamente ligada a la liberación de Egipto, y que un desprecio al Dios liberador era eliminar la fuente básica de su identidad nacional.
De particular importancia en este salmo es la confrontación entre el Señor de la creación, que representa la vida, y los diversos ídolos de los pueblos, que aluden a la muerte. La sabiduría del pueblo se manifiesta en el proceso de reconocimiento del Dios verdadero en contraposición con las divinidades que son producto de las manos humanas. ¡El Dios verdadero libera, y los ídolos cautivan!
Ante ese mundo del silencio de los muertos, se presenta Jesús de Nazaret como el Señor de la vida y la resurrección (Jn 13–16). En el Cristo de Dios, la iglesia cristiana y los creyentes tienen una fuente de esperanza extraordinaria que sobrepasa los linderos de la historia y los límites del tiempo. La fe cristiana ha depositado su confianza en el Señor que venció la muerte y nos ha preparado un lugar indescriptible para el disfrute pleno y cabal de la vida eterna.
SALMO 116: «ACCIÓN DE GRACIAS POR HABER SIDO LIBRADO DE LA MUERTE»
El Salmo 116 manifiesta el agradecimiento profundo de una persona que adora por haber sido liberada de la muerte o de algún peligro mortal. El poeta, como respuesta a esa intervención salvadora de Dios, se presenta con humildad ante el Señor y el pueblo con su ofrenda de alabanzas y gratitud (v. 17). La referencia a la liberación de la muerte es quizá una alusión a la experiencia del éxodo de Egipto, específicamente a la manifestación de la misericordia divina hacia los primogénitos de Israel (Ex 12–13).
En el contexto inmediato de los salmos del Pequeño Hallel (Sal 113–118), que enfatizan las ceremonias y liturgias públicas de Pascua en el Templo, se incluye este poema de gratitud personal e individual. El mensaje del salmo identifica la voz de una persona que se presenta ante la asamblea de pueblo para pagar sus votos y expresar sus alabanzas y acciones de gracias a Dios, como ejemplo a toda la comunidad. El autor es un salmista agradecido porque ha sido restaurado o sanado a través de la misericordia divina y desea ofrecer su testimonio de manera pública. Su enfermedad podía se física o figurada.
Por la influencia del idioma arameo en algunas expresiones del salmo (vv. 7, 12, 16), se piensa que la fecha de composición es la época postexílica. Las versiones antiguas de la Biblia (p.ej., LXX y V) dividen artificialmente este poema en dos salmos diferentes (vv. 1–9 y 10–19), quizá para mantener el número total del Salterio en 150 poemas. Este salmo no tiene título hebreo (véase la Introducción).
La identificación de una estructura literaria definida y precisa del salmo es algo difícil, pues el mensaje se articula temáticamente de forma gradual.
• Invocación y profesión de fe: vv. 1–2
• Presentación del problema y la liberación: vv. 3–9
• Manifestación de confianza: vv. 10–11
• Compromiso de gratitud y de alabanzas del salmista: vv. 12–19
vv. 1–2: El poema comienza con una firme y clara declaración de amor: ¡El salmista ama al Señor! Y a continuación, el poeta identifica con precisión los motivos de ese particular sentimiento y convicción: Dios inclina su oído para escuchar su voz, sus súplicas y plegarias.
Ese extraordinario gesto divino hace que el salmista invoque al Señor todos los días, que es una manera de reconocer su misericordia y de expresar su deseo de estar continuamente en comunicación con Dios.
vv. 3–9: Esta sección presenta la naturaleza compleja y grave de la crisis del salmista. La realidad era de muerte y destrucción, descrita poéticamente como ligaduras de muerte, seol, angustia y dolor (v. 3). Tradicionalmente se ha identificado la crisis como una enfermedad mortal. Y como respuesta a las dificultades que le rodeaban, el salmista invoca el nombre del Señor y suplica la liberación de su alma (v. 4), que es una manera de referirse a la totalidad de la vida.
En su clamor, el salmista reconoce públicamente algunas de las características básicas de Dios: Clemente, justo y misericordioso. Esa particular naturaleza divina, que revela su más profunda esencia ética y moral, le mueve a guardar, salvar, liberar, redimir y restaurar a las personas con necesidad particular, descritas en el poema como «sencillas», que es una manera de aludir a la gente pobre, menesterosa, enferma, dolida y angustiada.
La plegaria a Dios, que revela el complejo estado anímico del salmista, mueve al poeta a la reflexión personal y al diálogo íntimo consigo mismo (v. 7): ¡El Señor le hecho bien! ¡Le ha librado de la muerte! ¡Le ha consolado! ¡Le ha protegido!
Las gratitudes del poeta revelan la misericordia divina y le motivan a la fidelidad y al testimonio público, aunque experimentaba el dolor. Su conclusión es la siguiente: Las personas pueden ser por naturaleza mentirosas, sin embargo, el salmista fundamenta su gratitud en su fe en Dios.
vv. 12–19: La parte final del poema presenta una amplia y expresiva promesa de acción de gracias. La pregunta que guía la reflexión del salmista (v. 12), recibe la siguiente respuesta: A Dios «no se le pagan» sus misericordias y amor, sino se le muestra el agradecimiento sincero, sereno y sentido. Los dones divinos son gratuitos, y la manifestación de su poder siempre sobrepasa las expresiones humanas de gratitud y reconocimiento. Esa comprensión teológica hace que el poeta cumpla las promesas que le hizo a Dios cuando estaba en la crisis.
Tomar la copa de la salvación, invocar el nombre del Señor y pagar los votos (vv. 13–14), aluden a la humildad y gratitud del salmista, y también al reconocimiento del poder de Dios. «La copa de la salvación» es posiblemente la que utilizaba para derramar una ofrenda de vino sobre la víctima de los sacrificios (Ex 29:40; Nm 15:1–14).
El salmista afirma que Dios no desea la muerte de su pueblo, y se autoproclama siervo del Señor (vv. 15–16); además, declara que el Señor lo ha librado de sus prisiones, que es una manera de regresar al tema básico del salmo. En efecto, el Señor tiene en gran aprecio la vida de la gente fiel que le sirve (Sal 72:14); si no desea la muerte de las personas pecadoras (Ez 33:11), tampoco desea ver a sus servidores ir al mundo del silencio, al reino de la muerte.
Culmina el salmo con el tema de los sacrificios, las gratitudes, los votos y las invocaciones a Dios. Esa gratitud sincera se presenta en el Templo, ante el pueblo, en los atrios, en medio de la ciudad de Jerusalén, que destaca la idea del testimonio público. La palabra final, para cerrar este clamor de gratitud, es «aleluya» (v. 19).
Varios temas del salmo tienen repercusiones contextuales. En primer lugar se contrapone el engaño humano y la fidelidad divina. Las personas, de acuerdo con el salmo, manifiestan su naturaleza pecaminosa a través de la mentira y la falsedad. Es un rechazo pleno a la verdad, que en las Escrituras es una característica fundamental de Dios.
Por el contrario, el poema destaca la fidelidad del Señor, que se manifiesta con claridad en la respuesta al clamor del salmista. El Dios de la Biblia responde con sanidad y liberación, y el Señor de las Escrituras escucha el clamor del pueblo. Y un Dios que atiende, escucha y responde a las peticiones de sus adoradores es digno de fiar. En efecto, el salmista fundamenta su amor al Señor en las características divinas que se pueden relacionar con las manifestaciones de su misericordia.
Esa misma tradición teológica se puso de relieve en los mensajes y las acciones de Jesús. Al clamor de la gente enferma, cautiva y necesitada, el Señor respondía con autoridad, virtud y gracia. Sus sanidades no eran espectáculos que incentivaban las buenas relaciones públicas, sino demostraciones de amor que deseaban restaurar la dignidad de las personas y devolverles su seguridad, autoestima y valor. La revelación divina en Cristo es una forma de poner de relieve el poder divino que restaura, sana, libera, transforma salva y redime.
SALMO 117: «ALABANZA POR LA MISERICORDIA DE JEHOVÁ»
El Salmo 117, que es una especie de doxología o afirmación de la gloria divina (véase Sal 100), es el poema más corto del Salterio; sin embargo, sus dimensiones teológicas son universales, su horizonte religioso es amplio. Presenta la misericordia divina de manera especial, pues su fidelidad sobrepasa los límites del tiempo. Desde la perspectiva del salmista, esas acciones de Dios se convierten en el fundamento básico e indispensable de sus alabanzas. El mensaje del poema es sencillo, corto, claro y directo: Tanto las naciones como el pueblo de Israel deben alabar al Señor.
Por su brevedad, algunos estudiosos intentan relacionar el contenido de este salmo con los poemas que le preceden y le siguen; sin embargo, su análisis literario cuidadoso y crítico pone claramente de manifiesto que contiene las características fundamentales de los himnos de alabanzas; particularmente se puede identificar con los cánticos que ponen de manifiesto la gratitud ante el Señor: p.ej., una introducción donde se llama a la alabanza (v. 1); el cuerpo del poema, que presenta la razón para las expresiones de gratitud (v. 2ab); para finalmente incluir la conclusión, que consiste en la renovación de la alabanza (v. 2c).
Los salmos e himnos de este tipo celebran alguna intervención significativa de Dios en la vida e historia del pueblo. El descubrir y apreciar su coherencia temática y su contenido religioso, afirma la unidad teológica y la independencia literaria del poema: ¡El Salmo 117 no es la conclusión del 116, ni la introducción del 118!
Como se ha incluido en la colección de salmos que se relacionan con las ceremonias anuales de la Pascua judía (Sal 111–118), el contexto inicial del poema es quizá alguna sección litúrgica de esas celebraciones. Las implicaciones universalistas del salmo pueden ser un indicio de su composición postexílica, cuando se manifestó con más fuerza esa particular tendencia teológica. El autor debe haber sido un adorador agradecido que se allega al Templo para agradecer a Dios la manifestación leal de su amor, y que llama al pueblo y al resto de las naciones a incorporarse a esa experiencia de reconocimiento y adoración del Señor, que tiene la capacidad y la voluntad de intervenir en medio de la historia humana. El estilo literario del salmo revela gran capacidad poética, pues manifiesta un buen uso del recurso literario del paralelismo (véase la Introducción). Este salmo no tiene título hebreo (véase la Introducción).
La estructura básica de este poema es la siguiente:
• Llamado a la alabanza:
• Reconocimiento de la misericordia y la fidelidad de Dios: v. 2ab
• Alabanza: v. 2c
v. 1: El llamado inicial a la alabanza tiene connotaciones internacionales y universales: El salmista invita a las naciones, que es una manera de aludir a la humanidad completa. La afirmación básica del salmo reconoce a Dios como Señor del universo y de la humanidad. Posteriormente (v. 2), el poeta incorpora la particularidad del pueblo de Israel, al identificar y apreciar la revelación nacional de la misericordia divina.
v. 2: El fundamento de las alabanzas son dos de los calificativos divinos más importantes: La misericordia y la fidelidad. La primera característica del Señor pone de manifiesto el extraordinario amor de Dios que supera las acciones y los pecados del pueblo; la segunda, revela la gran lealtad que no se detiene ante la infidelidad de la comunidad. De esta forma poética se contraponen las acciones humanas fallidas, y las intervenciones divinas maravillosas.
Este salmo es una confesión clara de la universalidad de la salvación divina a la humanidad, que no solo interviene con el pueblo de Israel sino que supera las fronteras nacionales. La palabra divina, en efecto, irrumpe con fuerza en la historia de las naciones. De esta forma se afirma que el Dios bíblico no está cautivo en los límites físicos y regionales del pueblo de Israel, sino que, como lo demostró en Egipto y Babilonia, su poder se manifiesta con vigor y autoridad en todas las naciones del mundo.
Esa afirmación teológica es un gran avance en la comprensión de la revelación de Dios en la historia. Se supera de esta forma el concepto de las divinidades locales y se afirma la idea fundamental del monoteísmo: Solo hay un Dios que tiene el poder de intervenir no solo en la tierra prometida y en Israel, sino entre las naciones.
Jesús de Nazaret, y las personas que predicaban y enseñaban en las iglesias primitivas, fundamentaron sus mensajes de salvación y liberación en diversos pasajes bíblicos que manifiestan la teología del Salmo 117. El mensaje de Cristo llegó desde Jerusalén, Judea, Samaria, hasta llegar a los confines de la tierra, que representa la clara y sabia internacionalización del mensaje cristiano.
Ese programa apostólico universalista se vivió el día de Pentecostés, cuando las personas que escuchaban el sermón de Pedro fueron objeto de un milagro extraordinario de comunicación intercultural (Hch 2). En efecto, el propósito fundamental de Dios para la humanidad es que escuche, aprecie y acepte la palabra transformadora del evangelio predicado y vivido por Jesús, y que, como respuesta a ese mensaje de vida y esperanza, manifieste sus alabanzas y su adoración al único Dios verdadero.
SALMO 118: «ACCIÓN DE GRACIAS POR LA SALVACIÓN RECIBIDA DE JEHOVÁ»
El Salmo 118, que concluye magistralmente la sección del Pequeño Hallel (Sal 111–118), es en esencia un poema que expresa la gratitud profunda del salmista y la comunidad por la liberación divina de un peligro extraordinario y mortal. El pueblo se presenta con humildad ante Dios en el Templo para manifestar con alegría ese gran reconocimiento y aprecio. El poema ciertamente destila fiesta, celebración, gozo, alegría, felicidad plena, y peregrinares y procesiones de contentamiento profundo.
El salmo presenta un claro entorno litúrgico en el cual se manifiestan tanto elementos individuales como expresiones colectivas. Un componente antifonal le brinda al poema un buen tono de diálogo que puede revelar algunas dinámicas y peculiaridades litúrgicas de la celebración. Las tradiciones judías antiguas lo relacionan con la fiesta anual de los Tabernáculos, con las solemnidades que recordaban las grandes intervenciones de Dios en la historia nacional (Lv 23:33–36; Dt 16:13–15). Después de la cena pascual, Jesús y también los discípulos posiblemente utilizaron este salmo como parte de la preparación espiritual que les ayudó a enfrentar con valor y autoridad las adversidades y la persecución que llevó al Señor a la cruz y al martirio.
Este salmo posiblemente se utilizaba en los atrios del Templo, por esa razón se puede asociar adecuadamente a las llamadas liturgias de entrada (p.ej., Sal 15; 24). En esencia, este poema afirma y enfatiza la bondad del Señor, que implica una petición humilde y solapada a entrar a la presencia del Señor.
El ambiente ceremonial que revela el poema es dialogado y antifonal: Presupone una serie de afirmaciones y respuestas entre los líderes y el pueblo; incluye, en efecto, una conversación teológica entre los diversos participantes de la celebración. El autor es una persona que llega al Templo para expresarle a Dios su profundo agradecimiento, en representación del rey y del pueblo, por sus actos maravillosos de salvación. Y como ese particular tema redentor es uno muy antiguo en las vivencias y los cultos del pueblo, este salmo puede provenir del período monárquico; aunque algunos estudiosos precipitadamente lo ubican en la era posterior al destierro, quizá por la referencia a la prosperidad como alusión al retorno de Babilonia (véase v. 25). No tiene este salmo título hebreo (véase la Introducción).
La estructura literaria y temática que servirá de base a nuestro análisis del salmo, puede ser la siguiente, e identifica los diversos participantes en esta particular ceremonia religiosa:
• Invitación a la alabanza: vv. 1–4
• Declaración de seguridad y confianza: vv. 5–9
• Presentación de la crisis: vv. 10–14
• Cánticos de victoria, júbilo y gratitud: vv. 15–18
• Entrada al Templo: vv. 19–25
• Profesión de fe y alegría: vv. 26–29
• Invitación final a la alabanza: v. 29
vv. 1–4: El poema comienza con un popular estribillo de aclamación y exhortación (Sal 106:1; 107:1; 136:1), que destaca firmemente la bondad divina y enfatiza con seguridad su amor eterno. La invitación pública es a alabar a ese Dios que tiene nombre propio—p.ej., Yavé, Jehová en la tradición de Reina-Valera, o Jah (vv. 5, 14, 17, 18, 19,), que es una forma antigua de representar en nombre divino—; y la respuesta del pueblo debe repetir sistemáticamente y en gratitud la gran afirmación teológica que sirve de marco de referencia temática al salmo: ¡Que para siempre es su misericordia! (vv. 1, 2, 3, 4, 29).
En ese contexto inicial del salmo se identifican los sectores que deben alabar al Señor: En primer lugar a Israel, que representa a toda la comunidad, al pueblo; posteriormente llama a la casa de Aarón, en referencia a los sacerdotes y la gente que trabaja en el Templo; para finalizar con los que temen al Señor, que es una de identificar la piedad del pueblo, una forma sutil de destacar la gente sensible a la revelación divina.
vv. 5–9: Luego de mencionar de forma rápida la angustia del poeta y la respuesta divina (v. 5), el salmo manifiesta un sentido de confianza plena y seguridad en Dios. El Señor acompaña al salmista y al pueblo, y esa afirmación de seguridad le permite superar el temor a la gente, y le ayuda a entender que la presencia de Dios es mejor que el apoyo humano, aunque venga de los príncipes, es decir, de los líderes políticos de la nación (v. 9). El mensaje está saturado de sabiduría: Es mucho mejor confiar en Dios que esperar en las personas, aunque sean poderosas.
vv. 10–14: En esta sección se presenta un claro recuento de las victorias del salmista y del pueblo apoyados por el Señor. Esa afirmación de victoria es sustentada por el estribillo: «mas en el nombre del Señor yo las destruiré» (vv. 10, 11, 12). La seguridad del poeta se desprende de esas afirmaciones solemnes: Aunque las naciones le rodeen, lo asedien y le empujen con violencia, Dios intervendrá con poder para darle la victoria al pueblo y al rey.
Las imágenes de las abejas y el fuego revelan la naturaleza de la dificultad y la gravedad de la crisis. El ataque contra el pueblo era intenso, continuo y fuerte; sin embargo, la complejidad de la crisis no desmerece la confianza del pueblo en el Señor. La victoria de Israel es también la derrota de las naciones enemigas. En efecto, la fortaleza, el cántico y la salvación provienen de Dios (v. 14). Estas imágenes que pueden referirse a algún evento específico en la historia nacional, en este particular contexto del poema se han convertido en el símbolo de las intervenciones redentoras de Dios.
vv. 15–18: Esta sección del poema incluye una serie de afirmaciones importantes y simbólicas en torno a la diestra de Dios, que representa su poder y su capacidad de intervenir con firmeza y autoridad en la historia humana. La gente justa se regocija porque la diestra del Señor hace proezas, es sublime y hace valentías: Imágenes que transmiten un claro sentido de confianza, son esencialmente una serie de expresiones poéticas que destacan la seguridad del pueblo cuando se refugia en la misericordia divina.
Esa profesión de fe y seguridad le permite afirmar que no morirá, pues vivirá para contar las intervenciones maravillosas del Señor. Inclusive, aunque el pueblo y el salmista experimenten el grave y poderoso castigo de Dios—que es ciertamente puede ser un escarmiento, no la aniquilación—esa manifestación de cólera divina no llegará a la muerte, porque la misericordia de Dios es mucho más fuerte que su ira.
vv. 19–25: Esta parte del poema incluye una serie de ceremonias antiguas de entrada al Templo. En ese contexto de celebración, alabanzas y seguridad que se articula con efectividad en las secciones anteriores, la multitud que celebra pide a los sacerdotes responsables y los levitas encargados que abran las puertas del Templo, llamadas aquí «puertas de la justicia», porque las tradiciones antiguas del Oriente Medio identificaban la administración de la justiciaron con las puertas de las ciudades, donde se llevaban a efecto los procesos judiciales. La gente justa es la que practica lo bueno y recto (Sal 15; 24:3–6), la que vive de acuerdo con las normas de la Ley divina.
Esas personas justas que entran al Templo expresan gozosas sus alabanzas y gratitudes (vv. 21–25). El Señor escucha el clamor del pueblo y responde a sus peticiones con intervenciones salvadoras. La piedra que los constructores rechazaron como inservible, ahora es parte indispensable del edificio (v. 22). El significado de la imagen es claro: Lo que había sido desechado con inservible ahora se había constituido en elemento esencial y ocupaba un sitial de honor.
El día de salvación divina es maravilloso, y se convierte en motivo de felicidad y regocijo; además, propicia una petición adicional: Necesitamos salvación y prosperidad, que alude a la bendición del Señor que tiene repercusiones en todos los niveles de la vida.
vv. 26–28: Las alabanzas que se incluyen en esta sección del poema revelan la continuación de la alegría, que se fundamenta prioritariamente en la misericordia de Dios. El que viene en el nombre del Señor es bendito, el Señor es Dios y es luz, y por esas acciones redentoras, el salmista y el pueblo presentan las ofrendas ante el altar de los sacrificios, reconocen a Dios en el nivel personal e íntimo, y expresan sus alabanzas y exaltación.
El salmo culmina con la misma afirmación teológica que lo comienza: Hay que alabar al Señor por su bondad y porque su misericordia es eterna. Declaración de fe le brinda al poema un sentido claro de inclusión y triunfo. Aunque en la vida hay manifestaciones de dolor y crisis, la gente que comienza y finaliza sus días con alabanzas y gratitudes tienen la capacidad y el poder de superar las adversidades y enfrentar el futuro con valor y dignidad.
En efecto, las respuestas humanas a las manifestaciones extraordinarias de la gloria de Dios en la historia son de reconocimiento, humildad, humillación, alabanzas, sacrificios y alegría. Y este salmo pone claramente de manifiesto las dinámicas litúrgicas que se llevaban a efecto en el antiguo Templo de Jerusalén que ponen de relieve esas actitudes humanas de gratitud.
El Nuevo Testamento utiliza diversas ideas e imágenes de este salmo con libertad. La imagen de «la piedra desechada por los edificadores» se interpretó como una alusión clara al rechazo absoluto de la comunidad judía a la naturaleza mesiánica y redentora de Jesús de Nazaret, que Dios, por su misericordia y amor, convirtió en la «piedra angular» (Lc 20:17; Hch 4:11; 1 P 2:7), en el fundamento preciso y adecuado de la revelación divina a la humanidad.
Los evangelistas se inspiraron en este importante salmo para presentar la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén al final de su ministerio terrenal (Mt 21:9; 23:39; Mc 11:9; Lc 13:35; 19:38; Jn 12:13). El clamor y las voces del pueblo revelaban la necesidad de salvación, y exclamaban: «Bendito el que viene en el nombre del Señor», que es una especie de reclamo por la vida, anhelo de redención, reconocimiento de la necesidad humana, y aprecio del poder y la capacidad divina. Para describir el ambiente moral, económico y socialmente precario que reinaba en la época de Jesús, se incorporaron las ideas y las palabras de este salmo, que ponen en justa perspectiva la voluntad salvadora de Dios hacia la humanidad.
La repetición del estribillo que afirma la misericordia divina no puede ignorarse en el análisis y la contextualización de este poema. La misericordia es la principal característica de Dios que impide el juicio destructor y la aniquilación de la humanidad. Es ese amor extraordinario a la creación y las criaturas la que mantiene al Señor en diálogo continuo con los seres humanos para propiciar su salvación.
Las lecturas mesiánicas de este salmo ven en su poesía la expresión de confianza del Mesías durante el período su dolor y sufrimiento, y su posterior gozo cuando se manifiesta la liberación divina. Los creyentes se apropian de estas palabras de esperanza y futuro, y se identifican plenamente con los sufrimientos vicarios del Cristo pues con seguridad esperan la liberación que procede de parte de Dios.
SALMO 119: «EXCELENCIAS DE LA LEY DE DIOS»
El Salmo 119 es el poema más largo del Salterio y el capítulo más extenso de la Biblia. Su tema principal se relaciona de las virtudes de la Ley divina, revela las virtudes de la revelación de Dios, y se asocia al aprecio de los estatutos del Señor que propician la felicidad humana. En este contexto, la referencia a la ley no es tanto a la suma de las ordenanzas y los mandamientos que Dios le dio a Moisés en el Sinaí, sino una alusión amplia a las instrucciones divinas que tienen la capacidad de brindar felicidad a las personas. Y como la ley se relaciona a la idea de perfección, aún la estructura literaria del salmo pone de manifiesto un sentido de orden, armonía y totalidad.
La estructura literaria del poema es reiterativa y se dispone en forma alfabética con veintidós estrofas o bloques temáticos, que representan las letras sucesivas del alefato hebreo (véase, además, Sal 9–10; 25; 34; 37; 111; 112; 145); además, cada bloque se articula en ocho versos, que pueden aludir a la perfección absoluta, a lo que está completo y pleno (7+1; siete más uno). Para destacar aún más esa estructura simétrica y para afirmar el sentido de perfección del poema, cada línea de las estrofas comienza con la misma letra hebrea que la caracteriza; y, a su vez, cada verso incluye, con solo algunas excepciones, una expresión sinónima a la palabra «ley» (p.ej., torá, en hebreo). El propósito de esta técnica literaria en sus ciento setenta y seis versículos es destacar que la ley del Señor es completa, plena y perfecta.
El gran tema de todo el poema es la ley del Señor, de la cual se indica su importancia, su sentido de revelación, sus cualidades, propiedades y valores, y las actitudes que demanda y genera en las personas. En efecto, la ley divina reclama atención, obediencia, amor, deleite, meditación, cumplimiento, recuerdo y enseñanza; y, además, promete una serie importantes de dones y beneficios. El poema es una demostración clara y segura del gran aprecio a la ley que se manifiesta en el pueblo de Israel.
Aunque algunos estudiosos describen el salmo como un himno y alabanza a la ley, la lectura cuidadosa del poema lo relaciona mejor con la literatura sapiencial o didáctica. Esta importante afirmación literaria se pone claramente de manifiesto al comienzo mismo del salmo, que inicia su mensaje con una bienaventuranza, que es una fórmula característica de ese tipo de literatura (véase también el Sal 1:1).
Del salmista podemos decir muy poco—p.ej., es joven y sabio—, pues la estructura acróstica del poema tan firme e inflexible, ha eliminado las posibles referencias personales que pudo haber tenido. Lo que claramente se desprende del análisis temático es que su autor desea educar al pueblo en torno a las virtudes de la ley, que lo ubica en los círculos sapienciales y pedagógicos del pueblo. La identificación de los temas sapienciales y el propósito educativo del autor pueden ser una indicación de que el salmo proviene de la época postexílica. Inclusive, algunos estudiosos piensan que, en algún momento en la historia de la compilación y edición final del Salterio, el Salmo 119 finalizó el libro, pues se pueden observar las similitudes temáticas con el primer poema del libro. Este salmo no tiene título hebreo (véase la Introducción).
La identificación e importancia del tema de la ley en el salmo se revela con claridad en la variedad de términos que se utilizan para describirla y afirmarla. En efecto, para describir la ley de Dios el salmo usa ocho términos que son prácticamente sinónimos. Y en el análisis cuidadoso de esas palabras se ponen de manifiesto varios elementos temáticos que amplían el significado del término hebreo torá, que tradicionalmente se traduce como ley.
Torá, en hebreo, significa básicamente instrucción o enseñanzas, pero su sentido básico y primordial no se limita a las ideas estáticas y fijas relacionadas mandatos, ordenanzas o código de preceptos. Otras palabras hebreas que amplían el significado del término, son las siguientes: Testimonio—en heb., edot—enfatiza el carácter testimonial de la revelación divina; mandamientos—en heb., piqqudim—describe la palabra divina con virtud y autoridad supervisora de la vida; estatutos—en heb., huqquím—afirma la idea de firmeza, la naturaleza unificadora y la permanencia de la palabra del Señor; juicios—en heb., mishpatim—se relaciona con las reglas y las afirmaciones de la palabra divina; palabra—en heb., dabar—es el término general que describe todo lo que el Señor ha dicho; otra palabra traducida como mandamientos—en heb., mitzvot—subraya la autoridad de la palabra de Dios; y el grupo de términos, palabras, dichos y mandatos—en heb., imra—que en el original hebreo tiene mucha relación con dabar, significa esencialmente «palabra», pero que se traduce de esas diversas formas en las versiones de la Biblia Reina-Valera.
vv. 1–8: La primera estrofa del salmo—en heb., alef—enfatiza el importante tema de la felicidad. La gente dichosa y las personas bienaventuradas son intachables, íntegras y guardan la ley del Señor. El mensaje destaca los elementos que propician la felicidad plena en la vida, que es uno de los temas principales en la literatura sapiencial.
vv. 9–16: En la segunda estrofa—en heb., bet—se destaca el tema del camino. El poeta inquiere en torno a las formas en que los jóvenes pueden guardar u obedecer la palabra del Señor. La palabra divina debe ser leída, estudiada, apreciada, meditada, memorizada y aplicada. El ser humano alcanza la felicidad plena cuando sigue el camino que se revela en la palabra divina.
vv. 17–24: En esta sección del salmo—en heb., guimel—se presenta una petición y un reclamo: ¡Haz bien a tu siervo! Y, en efecto, esa bondad divina se hace realidad cuando las personas siguen el camino de los mandamientos y responden positivamente a los testimonios y estatutos del Señor. La gente es feliz cuando hace de la ley del Señor el fundamento de sus delicias y contentamientos. El motivo básico de su petición es la calumnia de gente soberbia y maldita, y también la persecución de príncipes, que destaca la complejidad de la difamación.
vv. 25–32: La cuarta estrofa—en heb., dálet—prosigue el tema del bloque anterior y, además, presenta la naturaleza de su situación personal. El salmista se siente deprimido, y revela su condición con las siguientes palabras: agobiado, angustiado y ansioso. El mundo de la mentira lo ha herido mortalmente, ¡aunque ha escogido el camino de la verdad! Culmina diciendo que correrá el camino de los mandamientos divinos cuando el Señor alegre su corazón.
vv. 33–40: Este bloque del poema—en heb., he—continúa el tema que se ha explorado en las secciones previas. En esta ocasión, sin embargo, junto a la petición que desea que termine su dolor, el salmista pide entendimiento para guardar la ley del Señor y para afirmar los estatutos divinos. ¡También necesita comprender adecuadamente lo que le sucede! La expresión final del poeta suplica humildemente la intervención de la justicia divina, que es fuente que vivifica.
vv. 41–48: Esta sección—en heb., vau—prosigue el tema de la crisis y la persecución que ya se ha tocado anteriormente, pero el salmista en esta ocasión promete obedecer la ley del Señor, si Dios le manifiesta su misericordia y su salvación. En efecto, las promesas del poeta son básicamente tres: cumplir siempre la voluntad divina, andar por el camino de sus preceptos y proclamar ante los reyes el testimonio del Señor sin atemorizarse.
vv. 49–56: El salmista manifiesta en esta sección—en heb., zain—los importantes temas de consuelo, esperanza y confianza, que se fundamentan en las promesas y la palabra del Señor. ¡Y afirma que los dichos divinos lo han vivificado!
En ese contexto, el poeta alude directamente a su situación personal: Se siente afligido, burlado por gente soberbia y con coraje a causa de las personas inicuas que olvidan la ley divina. La oscuridad de la noche, que representa los misterios que hieren y afectan a la humanidad, es momento adecuado para la recordación y afirmación de la ley del Señor, que representa la gran bendición que ha recibido.
vv. 57–64: Esta estrofa del salmo—en heb., chet—pone claramente de relieve un nuevo sentido de respuesta a Dios que sobrepasa los límites tradicionales de los sacrificios y los cultos.
En medio de la crisis, a la que alude como «compañías de impíos» (61), el poeta se allega ante Dios con un sentido de obediencia a la palabra del Señor y una manifestación firme de humildad que mueve la presencia y la misericordia divina. En este contexto el salmista hace una extraordinaria afirmación teológica: ¡De tu misericordia, Señor, está llena la tierra! Y esa misericordia divina permite los procesos educativos que le ayudan a comprender los estatutos de Dios.
vv. 65–72: El salmista en esta sección—en heb., tet—revela una reveladora e interesante interpretación del dolor. El sufrimiento humano es una especia de prueba divina, una forma educativa que produce en el poeta sentido, obediencia y sabiduría.
Las enseñanzas de los estatutos y la revelación de la palabra del Señor se fundamentan en la bondad de Dios y en la naturaleza divina que es ciertamente bienhechora. La gente soberbia se enorgullece en los actos impropios de maldad e imprudencia; sin embargo, el salmista afirma el regocijo que genera la obediencia a la palabra divina.
vv. 73–80: Continúa el poeta en esta parte—en heb., yod—con sus afirmaciones y declaraciones de fe en medio de las dificultades que enfrenta en la vida. El poema le suplica al Señor que esas manos divinas que le formaron le ayuden a entender y aprender los mandamientos de Dios y las leyes divinas. Y una vez más el poeta destaca el tema de la misericordia del Señor que revela sus juicios, consolación y fidelidad.
Los soberbios, que es la particular expresión que utiliza el poeta para referirse a sus enemigos y perseguidores, serán avergonzados públicamente a causa de las mentiras que han guiado sus decisiones y acciones en la vida. El poeta suplica que su corazón sea íntegro para evitar la vergüenza en la vida.
vv. 81–88: Esta sección del salmo—en heb., caf—revela el dolor profundo del poeta. La situación es crítica y grave: ¡Su alma y sus ojos desfallecen! Se siente rodeado y cautivo: ¡Como si estuviera en un odre expuesto al humo y como si viviera en un hoyo! Esas imágenes representan claramente la complejidad y el potencial de mortalidad del problema.
Sin embargo, el salmista aún en medio de la dificultad no olvida los estatutos divinos, y afirma que todos los mandamientos del Señor son verdad. En ese clamor intenso, implora la justicia divina, inquiere en torno a la temporalidad de la vida, describe las acciones de los enemigos, y particularmente afirma que la misericordia de Dios vivifica y que guardará los testimonios del Señor.
vv. 89–96: En este bloque poético—en heb., lámed—se pone claramente de relieve un contraste agudo entre la estabilidad que produce la palabra divina y la fidelidad que genera la revelación del Señor, en contraposición a la miseria que vive el salmista y la actitud impropia de los impíos.
El poema destaca la permanencia de la ley divina y afirma el poder de Dios que tiene la capacidad de vivificar. Esa seguridad y comprensión le ha permitido enfrentarse a las persecuciones y dificultades con un sentido de esperanza y firmeza. En la expresión «Tuyo soy, sálvame» (v. 94) se pone en evidencia el fundamento extraordinario de sus convicciones.
vv. 97–104: Esta sección—en heb., mem—se dedica básicamente a afirmar la importancia del amor a la ley y la importancia de meditar en ella. Esa actitud le permite al salmista alcanzar la sabiduría y la madurez. En este sentido, ¡el alumno sobrepasó a sus maestros! El amor a la ley, en efecto, incentiva las dinámicas educativas que propician la manifestación y el desarrollo de la inteligencia.
En efecto, la palabra divina es más dulce que la miel pues le permite a las personas aborrecer el camino de las mentiras, discernir las manifestaciones propias de la justicia y evitar los malos caminos, que en esta literatura poética se refiere a las actitudes impropias y las decisiones incorrectas.
vv. 105–112: La imagen que inicia esta sección—en heb., nun—pone claramente de manifiesto la importancia y naturaleza del tema que guiará el mensaje del salmista: La palabra divina es lámpara a los pies y lumbrera en el camino. La expresión pone rápidamente de relieve las virtudes de la iluminación y las dificultades que se manifiestan en la oscuridad. Y al descubrir la gracia de la revelación, el salmista afirma con seguridad que ratificará los juicios del Señor porque son justos.
Aunque se siente afligido y herido, el salmista no pierde su sentido de orientación espiritual: Suplica la vida que emana solo de Dios, inquiere en torno a los juicios divinos, y presenta sus peticiones, que son una especie de sacrificios voluntarios ante el Señor.
vv. 113–120: En esta bloque poético—en heb., sámec—el salmista alude de forma directa a sus enemigos. Los describe como hipócritas, malignos, escorias e impíos, y sus acciones se presentan como desviaciones de los estatutos divinos y falsedades. El propósito claro y directo del poema es contraponer las acciones nobles y justas del salmista, y las actividades impropias y desafortunadas de sus enemigos.
Esa diferencia en actitud se relaciona con la teología. Para el salmista, el Señor es escondedero y escudo, que son imágenes de seguridad, estabilidad, defensa y confianza. El Dios del salmista es fuente de esperanza y sosiego, es el fundamento de su amor a la ley y de su aprecio a los mandamientos del Señor. Esa convicción le sostiene y le salva, además, impide que su esperanza quede avergonzada, que es una manera de decir que no se frustrará por las acciones salvadoras del Señor.
vv. 121–128: Los temas de la persecución y el dolor del salmista continúan en esta sección—en heb., ayin—. En esta ocasión, sin embargo, el poeta se siente abrumado y abandonado a sus opresores, que también son descritos como soberbios: ¡gente que actúa en caminos de mentira! La tensión ha llegado a niveles extraordinarios y solo la esperanza en Dios sostiene al humilde y angustiado salmista.
Una vez más resurge el tema de la esperanza. El poeta ancla su futuro en una teología saludable y estable. El salmista implora una pronta intervención salvadora: ¡Dios no lo abandona en su necesidad! ¡Dios es el Señor de la justicia, de la salvación y de la ley! Y esa firme convicción de fe, le ha llevado a expresar públicamente que su amor por los mandamientos del Señor es mayor que su aprecio al oro fino.
vv. 129–136: Esta sección del salmo—en heb., pe—revela un claro sentido de salvación y rescate: ¡Los testimonios del Señor son maravillosos! Esa afirmación teológica guía el desarrollo temático de la estrofa. El salmista se ha mantenido fiel, o guardado su alma, porque la palabra divina alumbra y enseña a los sencillos.
El su oración, el salmista presenta siete peticiones importantes que revelan lo cabal de su humildad y seguridad: Mírame, ten misericordia de mí, ordena mis pasos, ninguna maldad se enseñoree en mí, líbrame de la violencia, haz que tu rostro resplandezca y enséñame tus estatutos.
vv. 137–144: Este bloque del salmo—en heb., tsade—pone en evidencia la crisis que rodeaba al salmista. Destaca esta sección la gravedad de su condición: Los enemigos se olvidaron de la palabra divina, se siente pequeño y desechado, y la aflicción y la angustia se apoderaron de él. Sin embargo, en ese ambiente de dolor agudo, se afirma con seguridad y fortaleza la justicia divina.
Ante la reacción injusta y cruel de sus adversarios y enemigos, el salmita muestra seguridad y esperanza. Lo que necesita para vivir es entendimiento, que en este contexto es la habilidad para comprender lo que le sucede desde la perspectiva de la seguridad que Dios le brinda, no desde el ángulo del conflicto momentáneo.
vv. 145–152: En esta sección del salmo—en heb., cof—se presenta al poeta clamando al Señor de madrugada, que es una manera de revelar la naturaleza y complejidad de la crisis. Desde los inicios de la estrofa el poeta desea destacar la gravedad de la situación, pues clamó con todo el corazón, se anticipó al alba y a las vigilias de la noche. En efecto, en medio de un sentimiento de dolor agónico, el salmista reitera su seguridad y convicción: Cercano estás tú, Señor, y todos tus mandamientos son verdad.
La petición del poeta no es desesperada, aunque revela el dolor indecible. Los enemigos se apartaron de la ley y de los mandamientos del Señor. Sin embargo, la oración del salmista es sobria y clara: Señor sálvame, oye mi voz conforme a tu misericordia, y vivifícame conforme a tu justicia. En medio de la crisis se escucha una voz sobria que suplica la transformación de las vivencias de la crisis en seguridad y esperanza.
vv. 153–160: El poeta en este bloque—en heb., resh—presenta una súplica sentida y profunda: Señor mira mi aflicción y líbrame. Presupone la oración la capacidad divina de ver o escuchar críticamente su oración y responder de forma liberadora. Lo que realmente solicita el salmista es la manifestación de la justicia divina, que se fundamenta en la misericordia. Los enemigos son muchos, agresivos y traidores, pero la justicia del Señor tiene el poder que vivifica y restaura.
Los impíos están lejos de la salvación, de acuerdo con el salmo, pues rechazan la palabra divina, ignoran los estatutos del Señor, desobedecen la ley de Dios. Esas acciones impropias se contraponen a la fidelidad del salmista.
vv. 161–168: El tema de la persecución y de la crisis con los enemigos continúa en esta sección—en heb., sin—. En esta ocasión, sin embargo, se añade un nuevo nivel de adversarios, pues se incorporan «los príncipes» que se suman a los enemigos gratuitos del salmista. Ese nuevo componente de adversidad genera temor en el salmista, que es contrarestado con una serie importante de afirmaciones de seguridad y confianza. Ante una manifestación nueva del problema, una declaración más intensa de convicción y fortaleza.
El salmista se regocija en la palabra divina y alaba al Señor siete veces al día, que es símbolo de la gratitud completa y segura. En ese contexto de dificultad, el poeta afirma con seguridad que repudia la mentira, ama la ley y espera la salvación. En efecto, hace la declaración teológica que culmina la enseñaza de la estrofa, el salmo y el Salterio: ¡La gente que ama la ley de Dios es la que disfruta la paz!
vv. 169–176: La estrofa que culmina este gran poema—en heb., tau—incluye el tema básico que guía la enseñanza de todo el salmo. El salmista pide a Dios entendimiento para guardar la ley y también para entender los problemas y las dificultades que ha vivido. Esa súplica se presenta en un ambiente de alabanzas y gratitud, no en un entorno de amarguras y frustraciones. Lo que ha deseado el salmista es la ayuda que representa la mano del Señor, el apoyo que se manifiesta con su salvación, la seguridad que se desprende de la ley.
El salmo más largo del Salterio y el capítulo más extenso de la Biblia finaliza con una imagen de gran importancia bíblica: El salmista estuvo errante como una oveja extraviada, pero el Señor eterno, que es también pastor, busca a la oveja que no ha olvidado sus mandamientos. Dos temas cobran importancia capital al culminar el poema: el pueblo como ovejas, y Dios como pastor. Y el factor que les une es el amor a la ley, que es el tema destacado en todo el salmo y el que inicia el libro de los Salmos.
Este salmo, aunque destaca temas de gran importancia teológica para los creyentes, no es muy utilizado en las iglesias, posiblemente por su longitud y extensión. Además, el tema central es la ley, que tradicionalmente se relaciona solo con las experiencias de Moisés en el Sinaí. La verdad es, sin embargo, que ley en estos contextos del salmo, no alude únicamente a la revelación de Dios a Moisés, sino que representa todo un cuerpo de enseñanzas y directrices divina para que la humanidad pueda vivir a la altura de la gracia divina.
La ley fue dada a Moisés luego de la liberación de Egipto, como un sistema de valores que le permitiera a la recién liberada nación vivir y mantener la liberación que habían experimentado. En este sentido, la ley divina no es una fuerza estática sino una revelación dinámica que intenta afirmar la liberación de Dios a través de la historia del pueblo de Israel y también de la humanidad. Esta ley es símbolo del pacto entre Dios y su pueblo, es una manera de afirmar la relación entre el Dios eterno y salvador y el pueblo histórico y cautivo.
En los tiempos del Nuevo Testamento, la ley ya no era vista por algunos sectores religiosos del pueblo como instrumento liberador sino como las estipulaciones que debían cumplirse sin la comprensión de su significado transformador. Jesús de Nazaret vino a reinterpretar la ley para devolverle su significación verdadera. Y en sus enseñanzas, repasó los grandes temas teológicos de las Escrituras Hebreas para ubicarlos al servicio de la vida y el disfrute pleno de la gracia de Dios. En efecto, Jesús le impartió a la ley la dimensión de vida que era necesaria para hacer de su ministerio una de liberación nacional e internacional (Jn 19).
SALMO 120: «PLEGARIA ANTE EL PELIGRO DE LA LENGUA ENGAÑOSA»
Con el Salmo 120 comienza una sección importante del Salterio. Esos 15 poemas (Sal 120–134), que son relativamente cortos (con la posible excepción de Sal 132), llevan el mismo título hebreo: «Cántico gradual», «Cántico de ascensión», «Cántico de las subidas» o «Cántico de peregrinación» cuyo significado preciso es incierto (véase la Introducción). Sin embargo, las explicaciones para comprender ese epígrafe han sido variadas.
Una tradición judía muy antigua indica que son parte de una liturgia asociada a los quince pasos que había entre los patios del Templo de Jerusalén (del patio de las mujeres al patio de Israel). La LXX traduce el título como «Canción de los pasos». También se ha sugerido que estos poemas eran los que cantaban los peregrinos cuando regresaban desde Babilonia a Jerusalén al final del exilio. En el libro de Esdras (Es 7:9) se utiliza la misma palabra «ascensión» para referirse al retorno de los deportados.
Una tercera forma de entender esa frase titular hebrea es una indicación del estilo literario de los poemas que manifiestan una progresión bien marcada de temas y pensamientos: p.ej., anuncio de la peregrinación; alusiones al camino, a la liturgia, a la llegada; la visión de la ciudad santa, del santo monte y del Templo, las ceremonias en Templo Otra posibilidad es que estos poemas se utilizaban los peregrinos que llegaban a adorar al Templo como parte de las tres grandes festividades anuales del pueblo judío (Ex 23:14–17).
En la comprensión adecuada del título hebreo también hay que tomar en consideración que la ciudad de Jerusalén está ubicada a 750 metros sobre el nivel del mar, y que los peregrinos debían ascender hacia ella. Ese proceso de llegada a la ciudad era como si estuvieran subiendo por escaleras o gradas de forma gradual o paulatina.
Independientemente de la particular comprensión del título, esta colección constituye una especie de Salterio en miniatura. Estos Cánticos pueden dividirse en cinco grupos de tres poemas cada uno: Los primeros dos grupos (Sal 120–122; Sal 123–125) atienden el tema de las presiones externas al alma de la gente de fe, que espera la intervención divina y celebra la elección de Sión como el centro de la revelación de Dios a la humanidad. El tercer grupo (Sal 126–128) incluye temas que son característicos en la literatura sapiencial, pues sus temas son más filosóficos, externos y generales. El cuarto grupo (Sal 129–131) es particularmente individual y piadoso, pues destaca el tema de la paciencia. Finalmente, el quinto grupo (Sal 132–134) subraya el tema de la elección divina y el pacto.
Otra forma de estudiar este particular conjunto de salmos descubre una estructura concéntrica o en forma de quiasmo, aunque el poema final de la serie es una especie de doxología de cierre:
• Salmo 120: El caminante comienza su viaje rodeado de peligros y enemigos; y Salmo 133: Se completa el viaje en medio de la unidad de los hermanos y hermanas.
• Salmo 121 y 132: Hablan de la ayuda del Señor que establece y afirma a su pueblo.
• Salmo 122 y 131: Afirman la paz de Jerusalén y del descanso tranquilo de un niño.
• Salmo 123 y 130: Aluden a la soledad de los peregrinos.
• Salmo 124 y 129: Presentan la ayuda del Señor contra los opresores.
• Salmo 125 y 128: Son los poemas de la paz en Israel.
• Salmo 126 y 127: Señalan la reconstrucción de la nación después del cautiverio en Babilonia. Este, de acuerdo a esta comprensión de la estructura literaria, es el tema central de la colección.
En este contexto, el Salmo 120 es una especie de introducción a toda esta sección, pues alude a la tribulación del salmista al descubrir que estaba lejos de su amada ciudad de Jerusalén, que simboliza la paz. El salmista, sin embargo, lleno de seguridad y fe, expone el fundamento básico de su experiencia religiosa: El Señor escucha y responde siempre a quienes le imploran en momentos de angustia, desgracia y dolor. De forma específica, el poeta suplica la intervención divina en ese momento de crisis mayor; además, se dirige a sus adversarios y les advierte del castigo que recibirán de parte del Señor por sus mentiras y malas acciones.
El poema es un salmo de súplica individual de una persona que está en medio de un peligro mortal, pero que previamente ha vivido la liberación que proviene del Señor. El autor se allega ante Dios con humildad y esperanza en medio de una adversidad extraordinaria, que posiblemente alude al destierro en Babilonia. El contexto original de este poema son quizá las liturgias de gratitud y celebraciones que diversos peregrinos llevaban a efecto antes de entrar al Templo, luego de sus viajes. Este poema proviene de la época de la restauración, del período postexílico
La estructura literaria del poema no es compleja e identifica los temas básicos que se desarrollan. El salmo, que obvia la introducción y la conclusión que es característica del resto de poemas de esta sección, presenta su mensaje de forma directa.
• Clamor del Salmista y respuesta divina: v. 1
• Clamor por la liberación del labio mentiroso y la lengua fraudulenta: vv. 2–4
• Descripción precisa de la crisis: vv. 5–7
v. 1: El mensaje inicial del poema es directo: El salmista clamó al Señor en un momento de necesidad aguda, y Dios le respondió. Esa afirmación teológica le brinda al salmo su contexto específico de seguridad y esperanza. De forma implícita, el poeta afirma con seguridad que su Dios escucha y atiende a los clamores de la gente. Esa declaración de confianza es el marco de referencia del resto del salmo.
vv. 2–4: En esta sección, el salmista identifica parte de su crisis: ¡Se siente gravemente herido por la calumnia y la mentira! Sin embargo, ante el ataque mortal y persecución de sus enemigos, se presenta la extraordinaria respuesta divina que viene en su auxilio. Dios responde a los adversarios mentirosos del salmista con valentía y poder, como si fuera un guerrero dispuesto para la batalla: ¡Con saetas ardientes!
El enebro es una planta muy apreciada en la antigüedad como combustible, pues produce carbones y brazas de muy buena calidad, que genera un tipo de calor intenso y duradero. En esta imagen, el poeta alude a las flechas incendiarias que envía Dios a los enemigos del salmista.
vv. 5–7: La situación específica del salmista se describe un poco mejor en esta sección del salmo. El poeta se siente en el exilio, en un ambiente abiertamente hostil. Describe a sus adversarios y enemigos como personas que aborrecen la paz, mientras el se presenta como una persona pacífica. Además, ha pasado mucho tiempo en el tiempo del exilio.
Las referencias geográficas del salmo son importantes para describir el ambiente hostil en que vivía el poeta. Mesec era una región del Cáucaso ubicada al extremo norte del Asia Menor (Ez 38:2, 15), entre el Mar Negro y el Mar Caspio (Gn 10:2). Sus moradores y guerreros tenían fama en la antigüedad por la violencia y la brutalidad. Cedar alude a una tribu nómada que habitaba los desiertos de Siria y Arabia (Gn 25:13).
La alusión simbólica y figurada a estas regiones tan distantes presenta un claro mensaje: Significa que el exilio ha sido violento y particularmente difícil, como la vida desértica. ¡El poeta se siente herido, humillado y abandonado! Sus captores son personas que odian la paz, que es el signo distintivo de Sión o Jerusalén, que significa ciudad de paz.
Cuando el salmista escribe este poema ya ha conocido el poder liberador del Señor. El fundamento de su oración se relaciona con las intervenciones salvadoras de Dios en el pasado. Esa lectura teológica de su vida le permite acudir al Señor en esta nueva crisis mortal, con la esperanza de recibir de Dios un nuevo favor redentor. Esa esperanza es la que impele al salmista a clamar por una nueva acción divina.
La característica principal del Dios de este salmo es su poder liberador en momentos de gran crisis y necesidad. Y esa peculiaridad es fundamental para la comprensión adecuada del mensaje bíblico. El Dios que se revela en las Sagradas escrituras responde de forma redentora a las oraciones de su pueblo, particularmente a las personas que están en situaciones de peligro inminente y mortal. Al lado de una persona que clama se levanta un Dios guerrero que interviene de forma salvadora.
El tema de la libertad es importante en el salmo y en la Biblia. El cautiverio no constituye el tema central de la historia de la salvación; por el contrario, son las intervenciones divinas para superar y terminar con esos cautiverios lo que se convierte en el tema central del mensaje profético. En efecto, es el rostro liberador el que revela la esencia divina más importante y necesaria para la humanidad.
Esa teología fue la que motivó a Jesús de Nazaret a proclamar que la gente dichosa, feliz, gozosa y bienaventurada es la que ama, afirma y construye la paz (Mat 5:9). Esas personas, no se conforman con hablar de la paz ideal, ni se entretienen especulando en torno a las virtudes de la paz hipotética, sino que trabajan para la implantación de la justicia que es el fundamento estable que produce la paz real, histórica y duradera.
SALMO 121: «JEHOVÁ ES MI GUARDADOR»
El Salmo 121, uno de los más populares del Salterio, es un cántico de afirmación de fe y seguridad, que responde a una particular situación de incertidumbre y confusión. El poeta, armado únicamente con la esperanza de intervención divina, articula un maravilloso poema de fortaleza, que revela sus más profundas convicciones religiosas y también sus más claras expectativas inmediatas: Su ayuda y socorro en la vida provienen solo del Señor, que es el creador de los cielos y la tierra.
El poema, buen sucesor del Salmo 120, es un claro salmo de confianza individual, cuyo autor pone en evidencia su firme confianza en el Señor en todos los momentos y situaciones de la vida. El salmo se dispone en forma de diálogo, como si fuera un padre y un hijo, o mejor, entre un adorador—que, en efecto, puede ser la representación del pueblo—y el sacerdote. Quizá este salmo, en su contexto original, era una especie de bendición al terminar las ceremonias en el Templo. La fecha de composición es muy difícil de precisar con seguridad, aunque pensamos que puede provenir de la época preexílica.
La sencilla estructura literaria y temática del salmo es la siguiente:
• La cuestión fundamental: ¿De dónde proviene el socorro?: vv. 1–2
• La respuesta al poeta: En qué consiste la ayuda y el auxilio divino: vv. 3–7
vv. 1–2: El poema comienza con una pregunta fundamental y básica del salmista: ¿De dónde proviene el auxilio en los momentos difíciles de la vida? ¿Quién es capaz de intervenir de forma salvadora en medio de las adversidades de la existencia humana? La pregunta no es solo teológica, sino concreta, específica, existencial y práctica: ¿A dónde iremos a pedir auxilio en el momento oportuno? La respuesta es clara y firme: El socorro del salmista proviene del Dios creador.
El salmo comienza con una afirmación de gran significación teológica: Alzar los ojos a los montes es una forma de aludir a la historia nacional. Cuando los israelitas llegaron a Canaán, a la Tierra Prometida, se refugiaron en las montañas para responder a los ataques de los pueblos cananeos que tenían carros de guerra. Esos carruajes bélicos no podían incursionar en las montañas, lo que hizo que el pueblo identificara las montañas como un lugar privilegiado, una especie de refugio de seguridad nacional. Además, en la antigüedad se pensaba que las divinidades vivían en la cima de los montes, pues las montañas tenían un sentido religioso. Es importante notar también que el Dios bíblico intervino en la historia de la salvación del pueblo de Israel en una sucesión importante de montes: p.ej., el Sinaí (Ex 20) y el Carmelo (1 R 18).
La pregunta del salmista es si el socorro en la dificultad vendrá de las montañas con su simbología de triunfo y seguridad: La respuesta categórica y firme es negativa. El mismo poeta responde a la interrogante existencial: Mi ayuda proviene del Dios creador. En efecto, las montañas no pueden responder a las crisis de la vida, solo un Dios todopoderoso puede atender los reclamos de gente en necesidad. Además, alzar la mirada a los montes hace que las personas eleven sus ojos, que es una manera de orar y comunicarse con el Creador. La expresión hebrea «los cielos y la tierra» alude a toda la creación.
vv. 3–7: En la segunda sección del salmo se exploran las implicaciones de la intervención de Dios. Un interlocutor del salmista explica en qué consiste la ayuda divina y el socorro del Señor. Y ese análisis lo presenta en dos vertientes: En primer lugar explora lo que el Señor no hace (vv. 3–4), para posteriormente identificar las acciones divinas (vv. 5–7).
De acuerdo con el poeta, el Señor no permitirá que el pie del pueblo resbale pues su misión es guardar a Israel. ¡Dios no se duerme! La negación se presenta en cuatro ocasiones, que es una manera reiterativa de destacar la acción divina: El pueblo no está desprovisto de seguridad y apoyo pues el Señor está alerta, a la expectativa, dispuesto a intervenir, presto a la acción liberadora.
La imagen de estar siempre alerta posiblemente se asocia a los pastores que debían vigilar las noches de sus rebaños (Lc 2:8). Además, esta referencia se puede relacionar con el episodio en la vida del profeta Elías en el monte Carmelo. El profeta criticaba a Baal pues podía estar dormido (1 R 18:27), aunque era solo el mediodía.
Lo que hace el Señor es el tema fundamental y determinante en esta sección del salmo. En primer lugar se incluye un importante verbo hebreo que se traduce comúnmente en castellano como «guardar». Ese verbo caracteriza las acciones de Dios a favor de su pueblo, y en el texto de Reina-Valera se incluye en cuatro ocasiones en el poema: El Señor guarda al pueblo y es su sombra continua de día y de noche, lo guarda de todo mal, guarda su alma o su vida, y guarda sus salidas y entradas. La imagen es de protección y albergue, es de seguridad y ayuda, es de cobertura y apoyo. El propósito del poema es descubrir, afirmar y disfrutar la bondad divina que se manifiesta en forma de protección continua y segura.
Lo que se declara como una afirmación teológica de seguridad y confianza en la primera sección del salmo, se expande y explica en la segunda parte. El salmista hace la gran declaración teológica; y sus interlocutores responden y explican esa declaración: El socorro de la gente no proviene de algún lugar creado sino del Dios que crea. Esa es posiblemente la gran enseñanza del salmista: El auxilio y la fortaleza, el socorro y la ayuda, el apoyo y la protección provienen del Dios creador del cielo y la tierra, que es una manera semítica de referirse a la totalidad de la creación.
Ese Dios creador está alerta, en vela y a la expectativa, como si fuera un pastor diligente y sabio. Esta imagen genera un gran sentido de esperanza y seguridad en los adoradores, pues evoca las narraciones del éxodo con las intervenciones liberadoras de Dios. Una vez más se revela un salmo que alude al Dios que libera al pueblo de sus cautiverios y angustias sociales, políticas, económicas y espirituales. Alzar la mirada a los montes es reconocer que el Dios bíblico, que es creador y todopoderoso, sobrepasa las limitaciones del tiempo y supera las distancias geográficas.
En su predicación liberadora, Jesús vivó a la altura de este salmo. Su comprensión de los montes y de Dios le ayudó a entender el poder liberador de Dios. Y fundamentado en esas convicciones religiosas, el Señor que no adormece respondía al clamor sentido de la gente marginada, de las personas cautivas, y de los hombres y mujeres en necesitad de su pueblo. Como pastor eterno y sabio, que está vigilante a los anhelos más profundos de su pueblo, el Señor intervino en el pueblo para romper las cadenas que cautivaban a su pueblo. Esa idea de liberación equivale a decir que el Señor sana a las personas enfermas, liberar a la gente cautiva, alegrar a hombres infelices, y pacificar mujeres iracundas.
SALMO 122: «ORACIÓN POR LA PAZ DE JERUSALÉN»
El Salmo 122 expresa con mucha emoción la alegría y el gozo al llegar a la ciudad de Jerusalén. Los peregrinos manifiestan su felicidad pues están próximos a ver los atrios del Templo, que representa la presencia del Señor. Este poema afirma con claridad que el centro y la meta de las peregrinaciones antiguas de las comunidades judías era llegar a la ciudad de Sión, Jerusalén, donde estaba ubicado no solo el poder político y las instituciones religiosas del pueblo sino que era la cede de las instituciones jurídicas.
El salmo puede catalogarse, por su análisis temático, como un cántico de Sión. El poema pone claramente de manifiesto las virtudes de la ciudad de Jerusalén y revela la importancia de la ciudad de Jerusalén como un lugar santo y apreciado para Dios. Posiblemente este salmo se utilizaba como parte de las celebraciones anuales del pueblo, específicamente durante la fiesta de los tabernáculos. Quizá el poema es una especie de saludo a Sión, pues es el lugar en donde está enclavado el Templo. Su autor es un adorador que disfruta el privilegio de la presencia del Señor, representada por la ciudad de Jerusalén y la casa del Señor. El poeta habla de un Dios que tiene una casa, un nombre y un pueblo.
El lenguaje utilizado por el salmista puede ser una indicación a su origen postexílico; aunque las referencias a la casa de David (v. 5) y las alusiones a Dios con el antiguo nombre «Jah» (v. 4), pueden revelar algunas influencias del período monárquico. Al título hebreo que lo identifica directamente como cántico de ascensión, se le añade la asociación con el rey David (véase la Introducción).
La estructura literaria y temática del salmo es aparentemente sencilla se presenta a continuación. El tema y la palabra que se desarrolla en todas las secciones del poema es Jerusalén, que incluye los componentes de ciudad y paz; además, el salmo incorpora una frase que sirve de inclusión (p.ej., «la casa del Señor» vv. 1, 7 y «casa de David» v. 5).
• La alegría del peregrinar a la casa del Señor: vv. 1–2
• Importancia y alabanza de Jerusalén: vv. 3–5
• Bendiciones de paz y prosperidad para la ciudad: vv. 6–9
vv. 1–2: El salmo comienza con una expresión de alegría que ubica al poeta al comienzo de la peregrinación, particularmente por la llegada a la ciudad de las personas que adoran. Y aunque no se dice nada del viaje ni de los desafíos que representa, la felicidad y el júbilo caracterizan el ambiente. El salmista, que ha sido invitado a incorporarse a la peregrinación, responde con admiración, entusiasmo y alegría plena al contemplar la belleza de la ciudad. En efecto, la ciudad transmite una sensación de grandeza, hermosura, seguridad y solidez.
El fundamento del gozo es que la casa del Señor representa la presencia divina. Y esa presencia se manifiesta de forma concreta cuando Dios responde a las necesidades de su pueblo. Para la persona que adoraba en la antigüedad, Dios mismo habitaba en el Templo, de forma tal que esos viajes a Sión eran una especie de encuentro cercano o experiencia íntima para facilitar el diálogo entre Dios y las personas y para incentivar la misericordia divina.
vv. 3–5: En la segunda sección del salmo se explora el tema de la ciudad, se desarrolla la teología de Sión, se analizan los componentes básicos del nombre «Jerusalén». Y en ese análisis se evalúan tres aspectos básicos. En primer lugar se alude a las edificaciones, y se indica que tienen fundamentos firmes y estables, representados en la idea de unidad. También se alude a los aspectos espirituales de la ciudad, pues es el centro a donde llegan los peregrinos y las tribus del Señor que llegan del exterior: El templo es la casa para que todo el pueblo de Israel alabe al Señor. Finalmente, el salmista se refiere a los centros de implantación de la justicia y el juicio, los tribunales, que se relaciona con las responsabilidades civiles y jurídicas del monarca.
La oración que en la versión Reina-Valera ha sido traducida como «una ciudad que está bien unida entre sí» (v. 3), posiblemente transmite mejor la siguiente idea: «la ciudad está construida para que en ella se reúna la comunidad». Y la idea básica en la expresión «los tronos de la casa de David» (v. 5), alude a la responsabilidad real de administrar la justicia.
vv. 6–9: Para finalizar, el poema desarrolla el tema de la paz, que se incluye como segundo componente del nombre «Jerusalén», que significa ciudad de paz. El salmista manifiesta un profundo y claro deseo de paz, calma, seguridad, bienestar, salud, prosperidad y bienandanza, que son algunas de las ideas y los conceptos que se incluyen en la palabra hebrea shalom.
La paz debe llegar a la ciudad, deben disfrutarla los que aman la ciudad, se debe vivir dentro de la ciudad y en los palacios, y se debe compartir entre hermanos y hermanas. La idea final del poema es que el fundamento de esa búsqueda de paz es el amor a la casa del Señor.
La idea que prevalece en el poema es que la cuidad de Dios, Sión, Jerusalén y el Templo, representan la paz para la comunidad. En efecto, el tema central del poema es la paz, que se relaciona con la implantación adecuada de la justicia.
La paz verdadera no es la calma superficial, ni es la ausencia de conflicto exterior. Desde la perspectiva bíblica, el shalom es una expresión hebrea que transmite una serie extensa de ideas que van desde el bienestar físico, emocional y espiritual, hasta la terminación de los conflictos bélicos internacionales. La paz bíblica, además, transmite las importantes ideas de prosperidad, salud y calma. El concepto no solo atiende las dimensiones individuales y espirituales del término sino que atiende a sus componentes sociales, políticos y económicos.
El Dios de la paz está aliado a su comunidad, pues su Templo es una especie de testimonio público y continuo de su amor extraordinario y su presencia liberadora. Y ese Dios de paz es el Señor de Jesús de Nazaret. En su predicación redentora, Jesús llegó al Templo y con autoridad comenzó un proceso de cambios y transformaciones radicales, pues la ciudad había perdido su esencia de paz y justicia, y la casa del Señor se había convertido en cueva de ladrones.
Cuando los templos y las instituciones religiosas pierden su valor distintivo, que es representar adecuadamente la paz y la justicia al pueblo, deben ser renovados y confrontados con la palabra divina que les desafía a descubrir sus verdaderos orígenes y afirmar el propósito de Dios con su casa. Además, en la teología del Nuevo Testamento, Jesús es el nuevo maestro de la justicia (Mt 3:15), que desafía, en el nombre del Señor, la autoridad y el conocimiento de los doctores de la ley y los fariseos (Mt 5:20). La implantación de esa nueva justicia divina representada en el mensaje de Jesús, hace que el reino de Dios se haga realidad en medio de la humanidad.
SALMO 123: «PLEGARIA PIDIENDO MISERICORDIA»
El Salmo 123 es un breve poema que suplica la misericordia divina en medio de una situación de dolor, humillación y angustia. Las imágenes de los siervos y las siervas en contraposición a la de los amos y señoras ponen en evidencia el ambiente de cautiverio que le brinda al poema su gran sentido de urgencia. Sin embargo, en medio de esas tensiones personales y preocupaciones existenciales, el poeta responde con ternura y confianza, con seguridad y paciencia, con esperanza y futuro, con belleza y sencillez: Su esperanza toda estaba en la manifestación plena y grata de la piedad y la misericordia divina.
El poema es claramente un salmo de súplica y lamento individual que en la segunda parte adquiere dimensiones colectivas. Ese cambio posiblemente se relaciona con el uso antifonal y litúrgico del poema en las ceremonias del Templo. El poeta transmite su mensaje como parte de la gente que ha experimentado el cautiverio, de unos opresores que no tienen misericordia de sus esclavos. Las referencias a los señores presenta la vida pública y rural; y la alusión a las señoras ubica la crisis en los ámbitos familiares e íntimos. Quizá este salmo proviene de la época postexílica, pues las alusiones a los captores, descritos como arrogantes y prepotentes, pueden ser una alusión a la vida de los exiliados en Babilonia.
La estructura temática de este breve salmo se desprende de la identificación de sus dos partes principales, en la que se revelan un individuo y una comunidad.
• El salmista implora misericordia: vv. 1–2
• El pueblo implora misericordia: vv. 3–4
vv. 1–2: El poema comienza con el clamor de una persona que habla en nombre de toda la comunidad del pueblo. El salmista levanta sus ojos al Dios que habita en los cielos, en contraste a las personas cautivas que están con los ojos puestos, que es una señal de atención y de estar alerta, a las manos de sus amos. Los ojos, que son los sentidos que procesan las instrucciones y las órdenes, no pueden estar cautivos en los opresores, sino puestos en el Dios libertador. Ya anteriormente los salmistas habían indicado, en torno a la imagen de las miradas, que el socorro humano no viene al alzar los ojos a los montes sino al ponerlos en el Dios creador (Sal 121).
La imagen es reveladora: La gente cautiva espera las decisiones y las órdenes de sus dueños y señores a través del movimiento de las manos, sin que medie palabra alguna. El poeta, sin embargo, lleno de confianza y seguridad en Dios, solo espera y confía en la bondad y la misericordia divina. No son la acciones humanas, que intentan humillar e infravalorar las personas, las que definen la dignidad de la gente, sino la piedad divina que manifiesta el amor que tiene el poder liberador y redentor. El contraste es importante: Las manos humanas hieren y oprimen; la misericordia divina dignifica y renueva.
vv. 3–4: Una vez el salmista finaliza su petición a Dios, la comunidad eleva su clamor al Señor. Y, fundamentado en la petición anterior, clama por la misericordia divina, que es una expresión característica de este tipo de salmo. El pueblo está hastiado y cansado de la opresión, del cautiverio, de las dificultades, de las angustias, de los dolores, de las desesperanzas, del menosprecio de los captores, que no manifiestan ningún nivel de amor y misericordia.
Para el salmista los opresores son personas soberbias y burladoras que menosprecian a las personas, particularmente a sus esclavos y siervos. Y ante esa actitud sarcástica, impropia e inhóspita, el salmista y el pueblo se sienten hastiados y cansados. La respuesta del pueblo ante la opresión inhumana, es de ¡basta ya!
Este salmo revela la respuesta humana ante las injusticias de la vida. Se describe la naturaleza de la opresión y el cautiverio, que utiliza las manos para transmitir las órdenes y para comunicar las decisiones. La gente cautiva está pendiente de las manos de los captores, pero las personas de fe, las que esperan en las promesas del Señor, tienen sus ojos bien puestos en la misericordia divina que tiene la virtud de perdonar y redimir al ser humano.
El poema, además, presenta el claro rechazo humano ante el cautiverio. De acuerdo con el salmista, el pueblo se hastió de la opresión y se cansó del cautiverio. Esas son manifestaciones claras de rebeldía, son expresiones firmes que intentan detener las dinámicas del cautiverio. El pueblo reaccionó con firmeza y seguridad, y su autoestima aumentó: ¡No queremos vivir más entre cadenas! ¡No deseamos vivir encarcelados!
Esa teología de la liberación es la que caracterizó las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Cuando le llevaban la gente cautiva y enferma, respondió a esas necesidades con manifestaciones extraordinarias de misericordia y amor. El Señor, con esas expresiones de liberación y sanidad, intentaba brindarle a la humanidad un anticipo del reino de Dios. No se complace el Señor de ver la gente cautiva y necesitada, sino que disfruta la revelación divina que brinda a las personas el poder y la dignidad de valerse por sí mismas.
Un tema fundamental de este salmo es que Dios no trata a las personas como siervas o esclavas, sino que les reconoce el valor y la dignidad que emanan de la revelación divina. Esa fue la enseñanza fundamental que motivó al Señor a decirle a los discípulos que ya no serían siervos, porque los siervos desconocen la voluntad plena de sus señores, sino que les llamaría amigos, que comparten la vida, los proyectos, los sueños y las esperanzas (Jn 15:14–15).
SALMO 124: «ALABANZA POR HABER SIDO LIBRADO DE LOS ENEMIGOS»
El Salmo 124 pone claramente en evidencia la gratitud del pueblo por haber sido liberado milagrosamente de una serie compleja de peligros mortales. El poeta, armado únicamente del recuerdo grato de las intervenciones de Dios, reconoce que sin esas acciones divinas hubiesen perecido. El ambiente es, a la vez, de tensión y gratitud; la dinámica va del furor y hostilidad de los enemigos a la gratitud del pueblo al Dios creador que le socorre en el momento oportuno y crítico. Las imágenes que utiliza el poeta revelan conocimiento de la naturaleza, tanto de la vida diaria en los campos como de los fenómenos naturales.
Este es un salmo de acción de gracias de la comunidad que le expresa humildemente al Señor la gratitud sincera por sus intervenciones redentoras en la historia. Por lo general de la temática expuesta, es muy difícil precisar la fecha de composición del salmo, aunque algunos estudiosos la identifican con las crisis relacionadas a la hostilidad de los samaritanos en las obras de reconstrucción del muro de la ciudad de Jerusalén en tiempos de Nehemías (Neh 4). Su autor debe haber sido un adorador piadoso que deseaba recordar y afirmar al Dios que muestra su misericordia en medio de la historia humana, particularmente con su pueblo Israel. El título hebreo del salmo lo asocia al rey David (véase la Introducción).
La estructura del poema se relaciona con el eje temático central, que reconoce la misericordia divina y bendice al Señor (v. 6).
• Reconocimiento del poder divino en la crisis: vv. 1–5
• Alabanzas al Dios creador por su socorro: vv. 6–8
Una lectura atenta del poema puede revelar, además, una sencilla estructura concéntrica o en forma de quiasmo. El centro teológico del salmo, desde esta perspectiva, sería las alabanzas al Dios liberador.
A. Intervención salvadora de Dios: vv. 1–2
B. Descripción de la crisis: vv. 3–5
C. Alabanzas al Señor liberador: v. 6
B′. Descripción de la crisis: v. 7
A′. Intervención salvadora de Dios: v. 8
vv. 1–5: El salmo comienza de forma abrupta y directa. Sin la intervención divina, que se repite dos veces para enfatizar la idea, el pueblo hubiese perecido de forma fulminante. La primera afirmación reiterativa del poeta, que invita a toda la comunidad a celebrar esa manifestación divina, es de gratitud, aprecio y reconocimiento.
Además, el salmo pone en justa perspectiva la naturaleza de los peligros mortales que vive, la gravedad de las asechanzas que le rodea, y las complejidades de los ataques que experimenta. Los enemigos, que son descritos como fieras y como aguas torrenciales, son personas hostiles e iracundas que actúan sin piedad contra el pueblo de Dios. Ambas imágenes transmiten la idea de destrucción total.
vv. 6–8: La segunda parte mayor del salmo comienza con el centro teológico del poema: El salmista bendice al Señor, tanto por lo que ha expresado en los versículos anteriores sino por lo que va a afirmar posteriormente. Dios intervino de forma milagrosa para evitar que los enemigos les destruyeran.
El pueblo, según el poeta, no sucumbió ante los dientes de los enemigos, ni quedó apresado en los lasos de los cazadores malvados. En efecto, el Dios bíblico intervino rompiendo el lazo del cautiverio para que el pueblo pudiera escapar. El mensaje es directo y claro: Ante los ataques violentos y mortales de los enemigos, las intervenciones salvadoras de Dios preservaron la vida del pueblo de Israel.
La idea final del salmo repite una muy importante afirmación teológica: Nuestro socorro proviene del Dios creador (Sal 121:1–2). Es decir, que ante los ataques despiadados y mortales de los enemigos a través de la historia, la fuerza que le ha dado a la comunidad de Israel sentido de futuro y seguridad es la convicción de que el Dios creador le ayuda en el instante adecuado, le apoya en el momento oportuno, le salva en la hora crucial del cautiverio.
El mensaje central del salmo reconoce la intervención divina como fuente extraordinaria de salvación. La imagen fundamental que se desprende de la poesía es la de un Dios que acompaña a su pueblo a través de las vicisitudes y angustias de la existencia humana. El propósito básico del poeta es afirmar de manera categórica que el pueblo no ha estado solo y que de la misma forma que en el pasado experimentó la liberación divina también en el presente y el futuro ese mismo poder redentor está dispuesto para responder al clamor del pueblo.
El salmo, además, incorpora el poder de la alabanza a Dios en el momento oportuno. El pueblo bendice al Señor por sus intervenciones en el pasado, y también lo bendice cuando aún no he experimentado la salvación en el presente y el futuro. La bendición al Señor es un tipo de anticipo de la acción de Dios que se fundamenta en la fe y la seguridad. La gente de fe, de acuerdo con el salmista, bendice a Dios cuando recuerda el pasado para vivir el presente y proyectarse al futuro. Esa bendición reconoce que Dios es socorro, auxilio, fortaleza, apoyo, sostén, guía y albergue, pues su naturaleza básica es ser creador de los cielos y la tierra, que es una manera semítica de incluir la totalidad de lo creado.
De singular importancia es el reconocimiento de Jesús como el Emmanuel, que significa «Dios con nosotros» (Mt 1:23; 28:20). En la importante tradición del profeta Isaías, los evangelistas reconocieron en el ministerio de Jesús de Nazaret las características indispensables de la presencia divina. Jesús no era un profeta más en la historia del pueblo de Israel: ¡Era el Mesías! Es decir, la presencia y el ministerio público de Jesús en Palestina era una forma de intervención extraordinaria de Dios en la historia, que representa la máxima expresión del amor de Dios a la humanidad (Jn 1:17–18).
SALMO 125: «DIOS PROTEGE A SU PUEBLO»
El Salmo 125, reconocido a través de la historia por su belleza poética y sus imágenes de estabilidad, pone claramente de manifiesto un sentido impresionante y amplio de confianza divina: ¡Dios es inmutable y fiel! La idea de que la ciudad de Jerusalén está rodeada de colinas es una buena imagen de protección que Dios le brinda a la gente fiel, alude a la seguridad que embarga a los peregrinos que se allegan al Templo. Se elabora en este poema algunas de las ideas que previamente se revelan en el Salmo 121.
Posiblemente este salmo es uno sapiencial o educativo, aunque también puede ser interpretado como un poema que expresa la confianza nacional del pueblo en medio de alguna crisis histórica (véase Neh 5). Quizá se utilizaba en las ceremonias del año nuevo en el Templo, aunque su carácter y tema general permiten su uso en otras liturgias del pueblo. Por los temas expuestos y el lenguaje utilizado este poema debe provenir del período luego del destierro en Babilonia. Su autor debe haber sido un adorador de Jerusalén que conocía muy bien la topografía de la ciudad, y que articuló sus enseñanzas en relación a las peculiaridades físicas de la región.
La estructura del breve poema se desprende del análisis temático.
• La confianza en el Señor: vv. 1–2
• La protección divina: v. 3
• Súplica por la paz de Jerusalén: vv. 4–5
vv. 1–2: La afirmación inicial del salmo le brinda su sentido básico de seguridad y confianza. La gente que confía en el Señor goza de estabilidad y permanencia. Dios protege al pueblo como si fuera una cordillera de montes, como si fuera una muralla protectora. La idea es afirmar la presencia divina como fuente de esperanza y seguridad; además, el poema afirma que esa protección es eterna.
Sión es el nombre dado a la colina donde estaba enclavado el Templo de Jerusalén. Ese monte antiguo era considerado por el pueblo como un símbolo de estabilidad y firmeza, por la particularidad de tener esas defensas naturales a su alrededor. Las ciudades amuralladas en la antigüedad requerían, en tiempos de guerra, rampas especiales para escalar sus muros e invadirlas. Esa forma de batalla era muy difícil librar en ciudades como Jerusalén que, además de la protección física inmediata de sus murallas, tiene una serie de montañas protectoras. La fama de ciudad inexpugnable que tenía Jerusalén se remonta a los tiempos antes de la conquista del rey David (2 S 5:6), cuando pertenecía aún a los jebuseos.
v. 3: En este versículo se pone de manifiesto el conflicto y la tensión del salmo. La vara de la impiedad alude a la autoridad de las personas malvadas, de los enemigos del pueblo, que amenazas conquistar la heredad o las propiedades de la gente justa. La alusión a la heredad hace recordad a la tierra prometida, que es el regalo divino a su pueblo. De acuerdo con este texto, ese don de Dios está en peligro, pues el peso del cetro o vara, que simboliza la autoridad real, es una forma de conquista y apropiación. Además, el mensaje protege las acciones de los fieles para que no actúen de acuerdo a las maldades e injusticias de sus enemigos.
vv. 4–5: La súplica final de poema solicita la intervención bondadosa de Dios a favor de su pueblo, identificados en el poema como la gente buena. El salmista reclama la acción de Dios que bendice a la gente de corazón recto. Sin embargo, el poeta pide justicia hacia las personas que se apartan del camino divino tras sus prevaricaciones o pecados, que son personas que disfrutan el hacer el mal.
La frase final del poeta es la solicitud de paz para la ciudad de Jerusalén. Comienza el salmo con una declaración de seguridad en torno a la ciudad y finaliza con una petición de paz. La idea fundamental del poeta es destacar las virtudes de Sión como lugar de seguridad, estabilidad y paz.
El mensaje del salmo se dispone en oposiciones bien marcadas: De un lado se identifican las personas buenas y justas en contraposición a la gente malvada y perversa; se presenta, además, la heredad de los justos y las manos de la maldad. En medio de esas dualidades se ubica el monte de Sión que tiene a su alrededor los montes protectores que son símbolo de triunfo, firmeza y futuro.
La enseñanza del salmo está en la tradición de otros poemas sapienciales (Sal 1; 19; 119), que enfatizan la importancia de vivir con dignidad y justicia. El mensaje no es a adquirir las doctrinas adecuadas y correctas, sino a vivir de acuerdo con los valores que se desprenden de la geografía del monte Sión. La estabilidad personal y nacional, la firmeza en las convicciones, la seguridad ante los peligros y las adversidades provienen del Dios que está presto a responder a los clamores y las afirmaciones de paz de su pueblo.
El tema de la paz es muy importante para las enseñanzas privadas y los mensajes públicos de Jesús. Inclusive, de acuerdo con el libro del profeta Isaías, uno de los nombres del Mesías es «Príncipe de la paz», que es una forma figurada de afirmar que la paz verdadera se relaciona con el ministerio liberador del Cristo de Dios. La gente que sigue el modelo de vida de Jesús es como el monte de Sión, que ante los ataques de la vida no tiembla, ante los embates de las adversidades no sucumbe, por Dios mismo la sostiene y ayuda.
SALMO 126: «TESTIMONIO DE LA RESTAURACIÓN»
El Salmo 126, a la vez, presenta algunos sentimientos profundos de alegría y felicidad, y contiene varias expresiones de dolor y agonía. Pone claramente de manifiesto el poema dos sentimientos intensos en contraposición. El salmista articula el gozo y la dicha de la superación de una grave crisis, y también alude a las dificultades relacionadas con las manifestaciones adversas del problema. El poema posiblemente alude a la experiencia dolorosa y triste del exilio del pueblo de Israel en Babilonia, aunque muy buen el mensaje del salmo puede relacionarse con la superación de cualquier adversidad y conflicto que atenta contra la felicidad plena de la humanidad.
Este salmo se puede catalogar muy bien como uno de súplica colectiva, donde el poema se allega ante Dios para expresar su agradecimiento y articular su petición. Este salmo muy bien puede relacionarse con las peregrinaciones al Templo de Jerusalén, especialmente cuando el pueblo había regresado del destierro. Es la oración sentida de un pueblo que recuerda humildemente los actos divinos de liberación en la historia nacional, al mismo tiempo que reconoce la naturaleza de la crisis y las complicaciones y dolores que se sienten en medio del conflicto.
El autor del salmo es posiblemente un israelita agradecido que reconoce la capacidad y el deseo divino de intervención. El poeta, al enfrentar un nuevo desafío en el período de la restauración nacional, presenta su súplica al Señor: ¡Anhela una nueva manifestación salvadora de Dios! La reflexión en torno a la liberación de Dios en el pasado le permite proyectarse al futuro con sentido de esperanza. El título hebreo del salmo, «Cántico gradual», lo relaciona directamente con el resto de los poemas de las subidas al Templo (Sal 120–134; véase, además, la Introducción).
La estructura literaria del salmo se desprende de la identificación de los temas prominentes y de las expresiones que identifican esos temas. La idea que distingue las estrofas del poema se relaciona con el cambio o transformación de la suerte o el futuro de la ciudad de Jerusalén, identificada poéticamente en el poema como Sión.
• Alegría de la liberación: vv. 1–3
• Súplica y preocupación del pueblo: vv. 4–6
vv. 1–3: Este salmo articula su mensaje de súplica sin introducción ni conclusión. El poema identifica directamente la alegría y señala con claridad su preocupación. En la primera sección predomina la alegría, el contentamiento, la felicidad y el disfrute pleno de la vida. ¡El ambiente es de triunfo y celebración! Las palabras que se utilizan son las siguientes: Sueños, risas, alabanzas y alegría. En efecto, el propósito del autor es poner claramente de manifiesto la felicidad que se relaciona con la liberación divina.
Respecto al salmo, es menester destacar varios temas de importancia: La cautividad en Babilonia del pueblo judío terminó por la intervención de Dios. Y cuando Dios hizo que el pueblo regresara, se manifestó la alegría, se desató el contentamiento, y se reveló la dicha plena. Ese acto liberador fue como un sueño: Extraordinario, maravilloso, un acto casi imposible de creer. La manifestación divina, además, hizo que las naciones extranjeras reconocieran el favor divino hacia el pueblo de Israel. Y esas dinámicas divinas, que tienen claras repercusiones nacionales e internacionales, generaron las manifestaciones de alegría en el pueblo. Los pueblos que anteriormente se habían burlado de Israel y de su Dios, ahora reconocían el poder divino, tal como se había anunciado (Ez 36:36).
vv. 4–6: Con una idea similar a la que comenzó el poema, se inicia la segunda estrofa. El deseo es claro y definido, la petición es directa y específica. La expresión que se traduce como «Haz volver nuestra cautividad», pone de manifiesto el firme deseo del poeta: ¡Que el Señor cambie la suerte y las vivencias de dolor del pueblo! La idea es que Dios intervenga de forma extraordinaria para cambiar las realidades que producen cautiverios y angustias a la comunidad.
La imagen literaria que escogió el poeta presenta los arroyos del Negev, que es uno de los desiertos al sur de Palestina. Por las inclemencias del tiempo durante el verano, los arroyos se secan; sin embargo, con las lluvias de invierno se llenan nuevamente y traen verdor y esperanza a la comunidad. La idea poética es de renovación y futuro. La finalidad teológica es poner en evidencia la extraordinaria capacidad de restauración divina.
El mensaje continúa con evocaciones al mundo de la agricultura. Las personas que siembran lo hacen con dificultad, pero también con la esperanza de recibir los frutos que anhelan. En este caso, la gente que sembró con lágrimas, en referencia a las dificultades de la vida, segarán con alegría, en alusión al triunfo y la victoria.
La metáfora del salmo es clara: La situación del pueblo es de sequía, desierto y ausencia de vida y posibilidades; sin embargo, ante la intervención extraordinaria de Dios, lo que le espera a la comunidad son aguas abundantes, que, en efecto, son signos y parámetros de vida y futuro. ¡El gozo de la cosecha hace olvidar las dificultades relacionadas con la siembra!
Fundamentado en la experiencia de liberación del exilio en Babilonia, el poeta suplica al Señor una nueva intervención divina. La verdad es que el período de restauración de la ciudad de Jerusalén, llamada poéticamente Sión, fue muy complicado y extremadamente difícil. El apoyo exterior del imperio persa, luego del destierro, nunca llegó de forma efectiva; y las dinámicas entre las personas que habían quedado en la ciudad hacia gente que regresaba del exilio no eran las mejores. En ese ambiento de abandono nacional y conflicto interno, el salmista se presenta ante Dios para suplicar una nueva intervención divina. Su esperanza está en el Dios que ya tiene experiencia en liberaciones nacionales; su confianza está en el Señor que había demostrado, en la historia nacional, que sabe cómo manifestar su poder liberador.
Este poema pone claramente de manifiesto la teología del poeta: El Dios bíblico está al lado de la gente que tiene necesidad; el Señor es aliado de las personas que sufren y sienten en sus vidas los azotes inmisericordes e ingratos relacionados con las injusticias de la vida. La importancia del salmo es que presenta a un Dios libertador, que tiene la capacidad y el compromiso de continuar con sus intervenciones salvadoras en medio de las realidades humanas. La suerte de la gente cambia con la manifestación de la gracia divina.
Ese poder transformador se puso en evidencia en la vida de Jesús de Nazaret. En sus mensajes de esperanza y como resultado de sus acciones salvadoras, las personas sentían que sus vidas cambiaban para bien. En efe4cto, el ministerio de Jesús fue una demostración adicional de la capacidad que tiene Dios de transformar las realidades de dolor en dinámicas de triunfo, gozo, esperanza y liberación (Jn 16:20–22). El ministerio del Señor reveló nuevamente que la última palabra divina para las personas no es el juicio destructivo sino la manifestación extraordinaria de la misericordia que renueva y redime. En efecto, las lágrimas no tienen la palabra final para la gente de fe, sino la alegría que se fundamenta en la esperanza y la restauración.
El mensaje de este salmo nos recuerda que la construcción del reino de Dios, que intenta promulgar la esperanza y vivir a la altura de la misericordia y la justicia divina, se siembra con mucho esfuerzo, lágrimas y dolores. Sin embargo, la revelación del poema también es símbolo claro y seguro de que quienes se disponen a vivir de acuerdo con los valores y enseñanzas expuestas por la vida y el mensaje de Jesús, cosecharán con felicidad y alegría, que son símbolos del triunfo definitivo y firme de la gente de Dios contra las manifestaciones ingratas del odio, los resentimientos y las mentiras. El reino de Dios, que alude a la vida plena de justicia, verdad, amor y paz, se hace realidad con el esfuerzo decidido de la gente de fe.
SALMO 127: «LA PROSPERIDAD VIENE DE DIOS»
El Salmo 127 no solo es parte del grupo de poemas de peregrinación sino que toca asuntos de importancia capital para la vida cotidiana, para las dinámicas diarias de las familias y las ciudades. La preocupación básica del autor es el sentido de las cosas cotidianas: p.ej., la casa, la ciudad y el trabajo. Es un poema, en efecto, que pone de manifiesto la teología de la esperanza en Dios, a la vez que destaca el empeño humano, los trabajos personales y los esfuerzos familiares. El propósito del salmo es afirmar que de nada valen los proyectos humanos si Dios no los hace prosperar. Para el poeta, las aspiraciones personales y nacionales son inútiles si el Señor no es parte del diseño y su ejecución.
Este salmo es un buen poema de confianza y seguridad, de tipo sapiencial, que hace una clara propuesta de felicidad, dicha o bienandanza. El deseo del autor es identificar las cosas importantes de la vida en medio de las dinámicas personales, familiares y comunitarias. Posiblemente este salmo se utilizaba como parte de los procesos educativos del pueblo, antes de comenzar las peregrinaciones al Templo. Y, por las referencias a las personas que velan, quizá se escribió en el período postexílico, durante los procesos de reconstrucción de la ciudad en la época de Nehemías, cuando se tenía que trabajar en el Templo y sus murallas, a la vez que se mantenía un estado de alerta contra los ataques enemigos.
El autor del salmo es posiblemente una de las personas que trabajó en ese proyecto de reconstrucción nacional. El título hebreo del poema lo relaciona, en primer lugar, con los «Cánticos de las subidas» (Sal 120–134), y con el rey Salomón, famoso por la sabiduría y sus proyectos de construcción (véase la Introducción).
La estructura literaria del salmo se relaciona con los temas expuestos.
• Precariedad de la vida sin Dios: vv. 1–2
• Fecundidad humana: vv. 3–5
vv. 1–2: El poema comienza con una muy clara y decidida declaración teológica: Son inútiles todos los esfuerzos humanos si Dios no los sanciona positivamente. El esfuerzo humano sin el Señor es vano, pues las tareas personales o nacionales que no toman en consideración la voluntad divina están avocadas al fracaso, que es una buena doctrina de la literatura sapiencial (Prov 10:22; Ecl 2:24; 5:17–18).
La referencia a la casa al comenzar el poema está cargada de significado. A la vez, el término hebreo puede referirse tanto al Templo de Jerusalén como al hogar, a la morada de las familias. Como el Templo fue destruido en el triunfo de los ejércitos babilónicos en Jerusalén, la referencia a la reconstrucción es adecuada. Por otro lado, en este particular contexto literario y teológico, cuando la segunda parte del poema pone de relieve el tema doméstico, el salmista posiblemente alude al desarrollo de proyectos y programas familiares. Sin embargo, ambas referencias detallan la relación íntima entre la bendición divina y el trabajo y los esfuerzos humanos. El mensaje es el mismo: Ningún proyecto humano, nacional o familiar, puede prosperar sin la bendición divina. Los edificadores trabajan y construyen, los guardias velan la ciudad, y la gente trabaja desde muy temprano en la mañana, sin embargo, todas esas labores no son suficientes para disfrutar la prosperidad que proviene de la misericordia divina.
El salmo no intente glorificar la pereza, ni desea elevar la vagancia a algún sitial de idealidad. La literatura sapiencial rechaza con vehemencia esa actitud humana de irresponsabilidad (Prov 6:6–11; 10:4; 20:4; 24:30–34). El propósito del salmista es condenar la excesiva preocupación de las personas que no confían en Dios. La preocupación humana y la disconformidad de las personas lo que logran en la gente es que no disfruten a cabalidad las virtudes y las misericordias divinas. El mensaje es claro: No importa si las personas se levantan temprano a trabajar y se acuesten tarde para descansar, Dios le dará el sueño reparador y el buen descanso a su amado, que es una referencia a la gente que responde positivamente y obedece la voluntad del Señor. En este contexto, el «pan de dolores» alude al esfuerzo humano que trae angustia a las personas que se esfuerzan desmedidamente en sus trabajos.
vv. 3–5: La siguiente sección del salmo continúa el tema de la construcción de la casa, en esta ocasión, sin embargo, alude directamente a la familia. Los «constructores» son el esposo y la esposa que reciben a los hijos e hijas como herencia del Señor. La palabra «herencia», en hebreo, tradicionalmente alude a la tierra, pero en este contexto se relaciona con la familia que se encarga y es responsable de poseerla.
El tema de la fecundidad tiene importancia capital en esta parte del poema. En esta ocasión se ponen de manifiesto los excelentes resultados de incorporar al Señor en los proyectos humanos. Los hijos y las hijas son bendición divina, son de gran estima pues vienen como producto de la misericordia de Dios. La imagen de las flechas en manos de los guerreros alude a su importancia y virtud; y si vienen en los años de la juventud, ¡se pueden disfrutar por más tiempo!
La fecundidad y las familias numerosas son bendición divina. La gente bienaventurada es la que tiene muchos hijos e hijas. Esa presencia familiar distinguida, numerosa y fuerte hace que el salmista se sienta confiado en los juicios. ¡Los enemigos no pueden avergonzar a las familias numerosas! La referencia a la puerta de la ciudad alude a los procesos judiciales que se llevaban a efecto, en la antigüedad, en ese lugar. En las entradas de las ciudades se dirimían las disputas locales y se resolvían los asuntos públicos (Rt 4:1–2).
Este salmo pone de relieve el tema de la bendición de Dios en todos los proyectos humanos. Tanto a nivel personal y familiar como en las dinámicas nacionales y comunitarias. La presencia divina no es un extra optativo en el éxito de los esfuerzos humanos sino el requisito indispensable. Para el salmista, Dios es responsable tanto de la fecundidad familiar como de la protección nacional. Y esa seguridad le brinda un claro sentido de esperanza y futuro. Sin la bendición divina, todo en la vida se torna frágil e inseguro.
Para la sociedad contemporánea el mensaje de este salmo cobra dimensión nueva. En un mundo de ansiedades crecientes y trabajos continuos, la gente debe separar tiempo de calidad para descansar y confiar en las promesas divinas. Los grandes proyectos de las familias y la humanidad deben tomar seriamente en consideración los valores del reino de Dios, según se pusieron de manifiesto en las enseñanzas y mensajes de Jesús de Nazaret. Esas directrices divinas demandan de los individuos y de las naciones integridad moral y justicia, que son los ingredientes indispensables para el disfrute pleno de la vida y para ser personas bienaventuradas.
El salmista pone de relieve en este poema la importancia de ser una persona o nación bienaventurada o dichosa. Ese tipo de felicidad plena y grata no es el resultado de los trabajos continuos y los esfuerzos desmedidos de la humanidad. Aunque toda la literatura sapiencial reconoce y afirma la importancia del trabajo y rechaza la pereza como estilo de vida, el factor indispensable para el disfrute pleno de la existencia es incorporar los valores divinos en los esfuerzos humanos. Ese acto de obediencia y humildad hace posible la intervención divina que prospera y bendice tanto a las personas como a los pueblos.
Respecto a los temas que se exponen y afirman en este poema, el Señor Jesús indicó con claridad que sin su ayuda y poder nada podemos hacer (Jn 15:5); además, entre sus grandes enseñanzas se incluye la que rechaza el afán y la ansiedad como métodos válidos para alcanzar la dicha en la vida (Mt 6:31–33).
SALMO 128: «LA BIENAVENTURANZA DEL QUE TEME AL SEÑOR»
El Salmo 128 prosigue el tema general que se explora en el poema anterior (Sal 127), y presenta las bases indispensables para el trabajo fructífero, el bienestar personal y la felicidad familiar. La bendición divina llega a la gente justa en formas concretas y específicas de dicha y prosperidad. Desde la perspectiva de la retribución temporal, característica de las teologías del Antiguo Testamento, esas bienaventuranzas representan la bendición divina por excelencia. El propósito educativo del poema es discutir el tema del sentido básico de la vida, además de articular en qué consiste la felicidad verdadera y plena.
Este poema de peregrinación se incluye entre los cánticos graduales o de las subidas (Sal 120–134), y muy bien se puede caracterizar como un salmo sapiencial o didáctico. Su objetivo principal es identificar dónde se encuentra la felicidad, y su contexto inicial es posiblemente los procesos educativos que preparaban a los adoradores para llegar a Jerusalén y subir al Templo con sentido de orientación espiritual y comprensión teológica. Este tipo de literatura educativa presenta lo esencial y necesario para el disfrute pleno de una vida digna e íntegra. Respecto a este particular tema, es importante señalar que en el salmo el bienestar personal da paso al disfrute social que se pone de manifiesto en el disfrute de la paz, que en hebreo es shalom, que sobrepasa los límites de la expresión castellana.
Este salmo se relaciona temáticamente con varias bendiciones divinas que se incluyen en el Pentateuco (véase Lev 26; Dt 28), y está relacionado, además, con la teología de la retribución, que se caracteriza por afirmar que la prosperidad humana y el bienestar nacional se relacionan íntimamente con el temor al Señor. Su autor es posiblemente un adorador judío que desea enfatizar la importancia de la felicidad en relación a la fidelidad que se debe al Señor. Su relación temática con el salmo anterior (Sal 127) lo puede ubicar en el período post-exílico, cuando los líderes religiosos del pueblo estaban tratando de encontrar sentido a la experiencia dolorosa del destierro, para proyectarse al futuro con salud mental y social. El título hebreo del poema lo identifica con la sección de cánticos graduales o de peregrinación (véase Introducción).
La estructura literaria del salmo se desprende rápidamente de la identificación de los temas expuestos.
• La bienaventuranza: vv. 1–3
• La bendición divina: vv. 4–6
vv. 1–3: Los dos elementos básicos y fundamentales del salmo, la bienaventuranza y la bendición, tienen como objetivo principal a la persona que teme al Señor, que es una forma sapiencial de referirse a la obediencia y fidelidad. Ambas afirmaciones son pronunciadas posiblemente por un sacerdote que deseaba poner de manifiesto la importancia de la paz en el individuo, la ciudad y la nación.
El poema comienza con la dicha de seguir los caminos del Señor. Ese tema, que recuerda el comienzo del Salterio (Sal 1), pone en evidencia la importancia de la fidelidad humana para disfrutar la bendición divina. La decisión de obedecer los mandamientos del Señor trae consigo una serie importante de bendiciones: El disfrute pleno del resultado del trabajo, la esposa será bendecida con fecundidad y familia numerosa, y los hijos e hijas serán muchos. El trabajo acompañado de felicidad y tranquilidad, se asocia a la familia numerosa y feliz.
Desde la perspectiva teológica, la gente que teme al Señor le va muy bien en la vida y participa de cierto modo del proyecto creador de Dios (Gn 2:15). La imagen de la mujer en el poema revela las costumbres y percepciones antiguas, características de las sociedades patriarcales. Y, como la fecundidad es un don de Dios, se compara a la mujer a la vid que lleva mucho fruto. ¡Ese tipo de sociedad recluía a la mujer a las esferas íntimas del hogar! Además, entendía el rol de la mujer como agente para la procreación, que era una forma de garantizar la posesión y propicia el trabajo adecuado que hace prosperar la tierra.
La tercera bendición del salmo se relaciona con la anterior, pues presenta la dicha de tener una familia numerosa, particularmente el procrear hijos varones. La imagen pone de relieve la vida nómada, que incentivaba la reunión del padre y los hijos varones alrededor de una alfombra en el suelo, que servía de «mesa» para comer. La referencia al olivo puede aludir a los muchos frutos que brinda un árbol envejecido pero lleno de vida. La idea es poner de manifiesto las bendiciones divinas prometidas en Génesis 1:28: El trabajo adecuado, la comida abundante, la felicidad y fecundidad de la esposa, y el diálogo grato y respetuoso con los hijos. ¡Esa es la felicidad plena para el salmista! La persona que teme al Señor será bendecida abundantemente de esa forma específica, concreta y clara.
vv. 5–6: En la segunda sección del poema se explora aún más el tema de la dicha y la felicidad. La bendición de Dios que emana del Templo, de la ciudad de Jerusalén, específicamente de Sión. El tema se mueve de las dimensiones familiares a las dinámicas sociales y nacionales. La bendición divina ahora se ubica en el nivel de la ciudad y en el futuro familiar, en los hijos de los hijos. Además, la paz, que es sinónimo de la implantación de la justicia, ahora sale de los entornos personales y familiares para llegar a todo el pueblo de Israel. Y ver el bien y la paz de la ciudad no solo es contemplar la dicha del progreso nacional y el desarrollo comunitario sino disfrutar personal y familiarmente de esa prosperidad nacional.
El mensaje del salmo presenta un tipo de sociedad en donde se han eliminado las dinámicas de injusticia que son las fuentes básicas de la desdicha y el dolor tanto personal como social. El poeta articula un mensaje que pinta una sociedad de paz y prosperidad, en contraposición a las ciudades donde imperan la guerra y el dolor. Para el salmista, la gente que le teme al Señor tiene la capacidad y también la responsabilidad de trabajar para transformar este ideal social en experiencias concretas en la vida. El mensaje del salmo es la importancia de traducir la teología del poema en experiencias concretas de paz y prosperidad.
El secreto del salmo está en la capacidad de temer al Señor. Ese tipo de temor no se relaciona con las ideas de miedo o temor ante la presencia divina. Es, en efecto, el reconocimiento pleno de la misericordia de Dios, y el deseo de obedecer a sus mandamientos. De acuerdo con la literatura sapiencial, ese temor al Señor es la fuerza que guía el ser humano a buscar y descubrir la voluntad divina para disfrutar la dicha y la bienaventuranza que se relaciona con la revelación del Señor.
En su predicación transformadora, Jesús articuló un mensaje de paz y transformación para los individuos y las ciudades. Y en uno de sus discursos más intensos y sentidos, el Señor lloró ante la ciudad de Jerusalén, y le indicó que había matado a los profetas; es decir, que la ciudad había perdido el poder de la paz, había olvidado su responsabilidad de contribuir positivamente a los procesos que propician la justicia entre las personas (Lc 13:34–35; 19:41–44).
En sus enseñanzas básicas en torno al reino de Dios, el Señor favoreció a las personas anhelantes de justicia y desenmascaró a quienes se escondían en las dinámicas religiosas para mantener cautivas a gente indefensa y necesitada. Sus denuncias firmes y valientes llegaron inclusive a las autoridades religiosas y a los doctores de la Ley, que eran capaz hasta de explotar a las viudas con pretextos legales y justificaciones religiosas (Mc 12:38–40).
SALMO 129: «PLEGARIA PIDIENDO LA DESTRUCCIÓN DE LOS ENEMIGOS DE SIÓN»
El Salmo 129 manifiesta un muy profundo sentido de confianza en Dios; y, a la vez, que revela una serie de deseos de castigo y juicio hacia los enemigos del pueblo de Israel. El fundamento temático del poema son las vicisitudes históricas del pueblo, los dolores que ha vivido la comunidad judía a través de la historia. El particular objetivo educativo del salmista es afirmar que, aunque Israel ha experimentado muchas persecuciones, dolores y opresiones, esas dificultades extraordinarias no han podido destruir su sentido de vida y futuro, pues ha recibido, en medio de las crisis, la protección misericordiosa del Señor.
Aunque el tono del poema varía a medida que se desarrollan los temas, el salmo es esencialmente uno de confianza colectiva, de gratitud nacional. El salmista revela la seguridad que le imparte la presencia divina, que describe como liberadora. Y aunque responde con firmeza y rechazo a las acciones opresoras de sus enemigos, la expresión final del poema es de bendición y alabanzas al Señor.
El contexto inicial de este salmo es posiblemente las dinámicas educativas que se llevaban a efecto en el Templo, luego del regreso de los deportados de Babilonia. El autor debe haber sido un israelita piadoso que decide reflexionar en la historia nacional y afirmar que aunque han pasado y vivido muchos problemas, las dificultades históricas y los contratiempos políticos y sociales no han podido prevalecer contra el pueblo de Israel. El título hebreo del poema, como toda esta sección, lo relaciona con los cánticos de las subidas y las peregrinaciones (Sal 120–134; véase también la Introducción).
La estructura del poema que servirá de base a nuestro análisis, es la siguiente:
• Diálogo de seguridad y esperanza: vv. 1–4
• Deseos de justicia e imprecaciones: vv. 5–8
vv. 1–4: El poema comienza con un diálogo litúrgico. Dos grupos de creyentes conversan (véase Sal 124:1–2) y responden a los reclamos teológicos de algún líder. El primer lugar, se recuerda el pasado del pueblo, lleno de dolores y angustias. Las referencias a las dificultades se relacionan con «la juventud», que es una forma figurada de aludir al comienzo del pueblo de Israel como nación. Esos conflictos y aflicciones se pueden relacionar con la experiencia amarga de la opresión del Faraón de Egipto.
En el diálogo litúrgico, el segundo grupo confirma los problemas y las dificultades, pero añade una declaración teológica de seguridad y esperanza: ¡Aunque los dolores han sido intensos, esas dificultades y angustias nunca han prevalecido contra el pueblo de Dios! La respuesta a la crisis histórica es de futuro y confianza: Las adversidades no pueden destruir a la gente de fe. La vocación fundamental del pueblo de Israel es la libertad, y por esa razón fundamental los conflictos no pueden vencerlo.
Las imágenes del sufrimiento son vivas. Los opresores son descritos como labradores malvados que utilizan las espaldas del pueblo como si fueran surcos del arado. La intensión del poeta es presentar la gravedad de las dificultades históricas del pueblo. Además, añade a la imagen que, como Dios es justo, cortó las ligaduras, los látigos o las coyundas de los opresores, identificados teológicamente en el poema como impíos. En efecto, el mensaje inicial del poema es que, aunque el pueblo ha pasado problemas extraordinarios, el Señor ha sido justo y le ha quitado el poder a las personas y naciones opresoras. Y porque Dios ha intervenido con autoridad salvadora, el pueblo no ha sucumbido ante los ataques fieros e inmisericordes de sus detractores y enemigos.
Posiblemente el poema se refiere a los días del pueblo de Israel en las tierras de Egipto, desde donde fueron liberados por la mano de Dios y bajo el liderato de Moisés. Sin embargo, las imágenes poéticas no están cautivas a ese período histórico, pues pueden relacionarse con los diversos momentos de crisis en la historia nacional del pueblo de Israel.
vv. 5–8: La segunda sección del poema se fundamenta en la teología que se incluye en la parte inicial. Como el Señor es justo, la gente y las naciones que aborrecen y hieren a Sión, en referencia a la ciudad de Jerusalén, pero en representación de todo del pueblo de Israel, serán detenidos y avergonzados. La afirmación teológica es la siguiente: La justicia divina no faltará, pues responderá de manera efectiva a quienes atentan contra el pueblo de Dios.
La descripción del juicio a los enemigos es figurada. Serán como la hierba que se seca antes de crecer, y nunca llega a las manos de los segadores. Para el salmista, el juicio divino hará que los enemigos del pueblo, que son los que se han aventurado a oprimir a Israel a través de la historia, recibirán su merecido, que es una especie de aniquilación total y definitiva. El fin de quienes odian a Sión es la destrucción total.
La palabra final del salmo es una maldición. La gente que pase por su lado, al ver las acciones punitivas del Señor contra quienes oprimen al pueblo y hieren a sus ciudadanos no podrán pronunciar ninguna bendición. Por el contrario, cuando vean la manifestación de la justicia divina no dirán: «La bendición del Señor sea sobre vosotros» (v. 8).
La palabra e idea final del salmo, sin embargo, no es la maldición anterior, sino una bendición que pronunciaban los sacerdotes para todo el pueblo. Se pone de manifiesto con claridad de esta forma el propósito educativo del salmista. Aunque los problemas y las persecuciones han caracterizado el pueblo de Israel a través de su historia, la palabra final del Señor para su pueblo no es de maldición sino de bendición.
Una lectura teológica del salmo revela que Dios es descrito de tres formas importantes. En primer lugar, es justo. Esa característica divina es especialmente importante en momentos de crisis y dificultad. La esperanza de la gente de fe, cuando atraviesa momentos de crisis y desolación, es que la justicia divina transformará las condiciones de cautiverio y opresión, en dinámicas de liberación y justicia. La esperanza del salmista no está en la conversión de lo opresores sino en la justicia del Señor.
Además, el poema presenta al Señor que bendice a su pueblo. Y esa bendición se manifiesta en medio de las crisis de la vida. La intervención liberadora del Señor se produce en medio de las dinámicas humanas. Las personas y las naciones opresoras del pueblo de Dios serán testigos de las bendiciones de Dios hacia su pueblo, que son a la vez, maldiciones para la gente injusta e impía.
Finalmente esa bendición divina se presenta en el nombre del Señor, que es una forma de garantía, una manera de asegurar la manifestación de la justicia de Dios. En la antigüedad, el nombre no solo era el distintivo externo de alguna persona sino se consideraba que contenía su esencia básica y más profunda. La bendición en el nombre del Señor era una forma de desear la transformación de los dolores en alegrías. En esencia, la palabra final del Señor para su pueblo nunca es de maldición; por el contrario, el mensaje divino fundamental es de bendición y alabanzas.
Esa teología de la bendición se manifestó con claridad en la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret. Su verbo elocuente estuvo al servicio de la gente marginada y necesitada, y su acción liberadora se puso de manifiesto entre los sectores más cautivos y desposeídos de la sociedad palestina antigua. La misión fundamental de Jesús fue liberar a las personas de las diferentes formas de opresión que se desprenden de las acciones pecaminosas de la humanidad.
SALMO 130: «EL SEÑOR REDIMIRÁ A ISRAEL»
El Salmo 130 pone de manifiesto una extraordinaria actitud de humildad humana y un sentimiento profundo de confianza en Dios. El poeta se despoja de todo sentimiento de orgullo y grandeza para presentarse ante el Señor con sencillez y esperanza. Clama a Dios desde lo más profundo de su vida; es decir, presenta ante el Señor una oración sentida. Su finalidad es recibir el favor divino y la misericordia que le permita recibir y disfrutar la redención que emana solo del trono de Dios. Este poema forma parte de los salmos penitenciales o de arrepentimiento (Sal 6; 32; 38; 51; 102; 143).
Este poema se puede catalogar como un salmo de súplica individual, en el que una persona en necesidad se presenta con humildad ante el Señor para implorar su intervención redentora. El poema comienza con una petición personal, pero culmina con un horizonte de esperanza para todo el pueblo.
El autor del salmo, abrumado por su condición personal, parece que atraviesa una grave crisis. ¡Quizá es una enfermedad terminal que atenta contra su vida! Y desde sus sentimientos de dolor y preocupación más profundos, espera la respuesta divina en forma de misericordia y perdón. Posiblemente este poema no solo se utilizaba en ceremonias personales de súplica durante momentos de adversidad individual, sino que puede relacionarse con los festivales nacionales de arrepentimiento, similares a los que se llevan a efecto en los tiempos de Esdras (p.ej., durante el día de la expiación; Lv 16). Por la naturaleza general y universal de las peticiones, es muy difícil precisar la fecha de composición de este salmo, aunque muy bien puede provenir de la época monárquica. Su título hebreo lo relaciona con los cánticos de peregrinación o de las subidas (Sal 120–134).
La estructura literaria y temática del salmo es la siguiente:
• El clamor profundo del salmista: vv. 1–2
• El perdón divino: vv. 3–4
• La esperanza del poeta: vv. 5–6
• La misericordia y redención del Señor: vv. 7–8
vv. 1–2: El poema comienza con una petición sincera, sentida y profunda. El salmista clama desde lo más profundo de su vida; su objetivo es que el Señor le escuche y responda. La súplica es humilde y el clamor sentido. Desde la frase inicial se pone claramente de manifiesto la gravedad de su condición, se revela la naturaleza de la crisis.
El clamor inicial puede ser una imagen y alusión a las profundidades de la mar, al abismo, a la región que en la antigüedad se pensaba estaba el Seol, que era la morada de los muertos. Es decir, el salmista desfallece, siente que la vida se le escapa, piensa que está al borde de la muerte. Y desde esa condición de debilidad y fragilidad, se presenta ante el Dios del poder, el Señor de la salud, el Dios de la liberación y el Señor de la esperanza. El clamor del salmista ante Dios es que le oiga, que esté atento a su súplica.
vv. 3–4: En la segunda estrofa del poema se presenta al salmista en una especie de negociación y diálogo con el Señor. La verdad es que si Dios se detuviera a mirar con pulcritud y rigurosidad los pecados de las personas, sería imposible mantenerse en pie, no sería posible la vida. Ante el poder, la sabiduría y el conocimiento del Señor, la gente solo puede confiar en la misericordia divina, el único camino es esperar la manifestación del perdón del Señor. En efecto, si Dios pidiera cuenta de todos y cada uno de los pecados de la humanidad nadie podría escapar de la condenación y el juicio. Por esa razón, la esperanza se fundamenta en la misericordia divina no en las bondades humanas.
vv. 5–6: En efecto, la esperanza del salmista está en el Señor, tema que el poeta repite con belleza literaria y con reiteración pedagógica. El alma del salmista, en referencia a lo más preciado de su vida, espera en la palabra de Dios.
La imagen que utiliza el poeta es de fundamental importancia. Los centinelas en la antigüedad eran los vigilantes nocturnos que anunciaban la llegada del día y servían de agentes de seguridad en medio de las horas de penumbra. En ese tipo de sociedad que no marcaba el paso del tiempo mediante los sistemas de relojes, los centinelas jugaban un papel protagónico pues desde las murallas de la ciudad estaban atentos a todo lo que sucedía. ¡El salmista espera la intervención divina con más intensidad que los centinelas aguardan la llegada de la mañana!
vv. 7–8: La palabra final del salmista mueve el tema de la esperanza personal del nivel individual al nacional. Como el salmista, el pueblo de Israel debe esperar en el Señor, pues la misericordia solo emana de su presencia. Y, de acuerdo con el salmista, la misericordia divina prepara el camino de la redención, pues el Señor redimirá a Israel de todos sus pecados. El mensaje que culmina el clamor del salmista es una muy clara profesión de fe, una declaración de esperanza, una manifestación de confianza, una afirmación de seguridad.
El salmo revela una clara teología de seguridad y de respuesta divina. El poeta reclama la intervención de Dios en un momento de grave necesidad personal, y afirma que esa manifestación de misericordia divina no está reservada únicamente para los individuos piadosos sino que está disponible para todo el pueblo. Cuando el ser humano, como el salmista, reconoce su condición, acepta su realidad y se allega con humildad al Señor, la misericordia divina no se hace esperar y se revela el perdón divino.
La imagen de los centinelas y los vigilantes es de importancia capital en la comprensión del poema. En el mundo de la Biblia se pensaba que las oraciones que se hacían durante las horas de la noche podían ser contestas a la llegada del alba. Esa esperanza de respuesta divina se manifiesta claramente en el salmo. La gran afirmación teológica del salmo es que el Dios bíblico responde al clamor de su pueblo. Y en medio de las oscuridades de la vida, la iluminación divina se hace realidad. Para el salmista esa luz divina se puede relacionar con la salud, para la humanidad es la intervención del Señor que responde a las necesidades concretas de la gente.
Los temas de la redención y el perdón de los pecados son de fundamental importancia en la teología del Nuevo Testamento, particularmente en el ministerio de Jesús. El mensaje transformador y redentor del famoso predicador palestino estuvo al servicio de la gente cautiva y en necesidad con el propósito específico y definido de perdonar los pecados de la humanidad y llevarles por los caminos de la redención y la salvación. El ministerio del Señor tomó en consideración las enfermedades, angustias, cautiverios y desesperanzas humanas para responder con misericordia y gracia divina. El cautiverio que más hiere y afecta adversamente a la humanidad es el del pecado, que fue perdonado por las acciones salvadoras del Señor.
SALMO 131: «CONFIANDO EN DIOS COMO UN NIÑO»
El Salmo 131 prosigue los temas de humildad, mansedumbre y sencillez que se revelan en el poema anterior. ¡Es uno de los poemas más hermosos del Salterio! Con la imagen del niño destetado, que confía en la sabiduría, el amor y la supervisión de su mamá, el salmista pone claramente de manifiesto su profundo sentido de fe, confianza y seguridad en el Señor. Su alma, que alude a la esencia más profunda y representativa de su persona, descansa en Dios. En efecto, la característica más importante del poeta es la humildad, que rechaza abiertamente toda pretensión de orgullo, superioridad o grandeza. Su mayor esperanza está en el Señor de forma continua y permanente.
Aunque el poema es un clamor personal, que puede ser muy bien caracterizado como un salmo de confianza y seguridad individual, su estructura revela un claro uso litúrgico. El llamado al pueblo de Israel a esperar en el Señor delata su relación con el culto, aunque es una persona la que hace el llamado. El autor es posiblemente un israelita que, luego de vivir la deportación en Babilonia y el regreso a Jerusalén, no solo reconoce abiertamente la grandeza divina y acepta su pequeñez, sino que reconoce sus limitaciones y acepta sus debilidades. Quizá este salmo se utilizaba en el Templo como parte de las ceremonias del día de la expiación, aunque no se debe descartar su uso personal en oraciones privadas. El título hebreo del poema además de ubicarlo en la tradición de los cánticos de las subidas o las peregrinaciones (Sal 120–134), lo relaciona directamente con David, el famoso monarca de Israel que debió manifestar gran humildad y mansedumbre en varios episodios importantes de su vida (véase la Introducción).
La estructura literaria y temática básica de este breve poema es la siguiente:
• Lo que el salmista no es, ni lo que hace: v. 1
• Lo que el salmista es, y lo que hace: v. 2
• Llamado a la esperanza: v. 3
v. 1: El salmo comienza rápidamente con una serie de declaraciones negativas, que revelan las actitudes y el sentimiento del poeta. Se pone claramente de manifiesto el ambiente de humildad, y se revela el gran sentido de sencillez que vive el poeta: El corazón no se ha envanecido, los ojos no se enaltecieron, no caminó en pos de las grandezas, ni buscó cosas demasiado sublimes. El salmista pone de relieve su actitud de humildad en la vida.
El corazón envanecido alude a las ambiciones humanas. Su meta en la vida no era la vanidad ni la prepotencia, sino el reconocimiento de su realidad como criatura de Dios. En la Biblia, «elevar el corazón» es una descripción de las personas soberbias que tienen mayor concepto de si del que deben tener. La primera negación del poeta es el rechazo claro al orgullo que desorienta y cautiva al ser humano.
Los ojos del salmista tampoco se desvanecieron, que alude a la altanería, a la altivez, a la hostilidad. En efecto, junto al rechazo de la vanidad, el poeta añade una segunda actitud humana que debe ser evitada. Los ojos del poeta están centrados en el Señor y en los valores que representa su nombre y esencia. Los ojos enaltecidos representan la actitud arrogante de las personas que desean sustituir o suplantar al Señor en la vida.
La tercera y cuarta negación se relaciona con el caminar, con las actitudes que mueven a las personas a perseguir ideales o algunas metas. Para el poeta, no se deben buscar grandezas ni cosas demasiado sublimes o prodigios. Estas expresiones se relacionan tradicionalmente con las intervenciones salvadoras de Dios en medio de las realidades humanas. Es decir, que el salmista no atribuirse las acciones liberadoras de Dios. Por el contrario, reconoce que solo Dios es capaz de intervenir para salvar y liberar a las personas.
v. 2: En el segundo versículo el poeta continúa el tema de la humildad que ha comenzado. En esta ocasión, sin embargo, no va por la vía negativa sino por la positiva. Ha vivido el salmista de acuerdo con la verdad, y esa actitud le ha traído paz y calma a su alma, que es la forma poética de referirse a la totalidad de su vida. Y como ha vivido en paz, el poeta describe su condición como la de un niño recién nacido, que confía pacientemente en la protección y el albergue de su madre. La imagen es reveladora: La función básica y responsabilidad principal de una madre es nutrir y guiar al bebé recién nacido hasta que pueda valerse por sí mismo.
Esa imagen del bebé destetado pone de manifiesto un claro sentido de paz, seguridad, bonanza, protección, salud, bienestar y abrigo. El propósito fundamental del salmista es afirmar las virtudes que se relacionan con el vivir en paz. Esa paz, que rechaza la prepotencia, el orgullo, la altivez y la hostilidad, se consigue cuando se espera y se confía en el Señor, que es el tema que culmina el salmo.
v. 3: Finaliza el poema con un llamado nacional a la esperanza. La superación de todas esas características de insanidad mental y espiritual, prepara el ambiente para el disfrute pleno y grato de la esperanza. Para el salmista, esa paz individual e higiene sicológica debe manifestarse también en toda la nación. El poema revela la importancia de la confesión personal no solo para el desarrollo emocional y espiritual de los individuos sino para el bienestar general e integral del pueblo.
Este salmo comienza y finaliza con dos referencias importantes al Señor. La oración de humildad (v. 1) y el llamado a la esperanza (v. 3) se dirigen a Dios. Es decir, que tanto para comenzar la confesión como para terminar el clamor al futuro el salmista incorpora el nombre personal divino. Esa particularidad literaria es también una gran afirmación teológica. El nombre de Dios representa su esencia más profunda, alude a sus características más distintivas. Y esa esencia divina se relaciona con la humildad.
El Dios bíblico rechaza la altivez y el orgullo como actitudes válidas en la vida. De forma reiterada, el mensaje de la Biblia rechaza las actitudes egoístas, orgullosas y vanidosas de la gente. Esas cualidades humanas traen a la humanidad cautiverio y desolación, pues ponen de manifiesto las peores acciones de las personas. Dios ciertamente detesta esas actitudes y comportamientos llenos de orgullo (Pr 21:4), altanería (Pr 30:13) y altivez (2 S 22:28). El camino que agrada al Señor es el de la humildad; y la oración que escucha, se relaciona con «los corazones contritos y humillados».
La humildad fue una de las cualidades que adornó la vida de María de Nazaret, madre de Jesús (Lc 1:46–55). De acuerdo con los relatos evangélicos, la joven madre guardaba humildemente «todas las cosas en su corazón», y su oración denota esa misma actitud de reconocimiento de la grandeza divina. Y esa actitud de humildad que se vivió en su hogar, marcó de forma permanente el ministerio de Jesús, que ante la más angustiante y violenta de las muertes fue capaz de perdonar, humildemente a quienes servían de inquisidores.
SALMO 132: «PLEGARIA POR BENDICIÓN SOBRE EL SANTUARIO»
El Salmo 132, el más largo de las cánticos graduales o de las subidas, es una oración ferviente que recuerda el celo de David al trasladar el Arca del Pacto al monte Sión, en la ciudad de Jerusalén (2 S 6:12–19); además, incluye una plegaria a favor del monarca, como respuesta a esa importante gestión. El poema pone de manifiesto cómo el Señor recompensa a David con una promesa que supera los límites del tiempo natural, pues durará para siempre (2 S 7). Esa promesa divina dio origen a las esperanzas mesiánicas que juegan un papel teológico preponderante en las Escrituras. En efecto, este salmo une los cánticos de las subidas o graduales (Sal 120–134) con las esperanzas mesiánicas.
Una lectura cuidadosa del salmo revela que este poema incorpora temáticamente características de varios tipos: Es un salmo real y mesiánico, pues con regularidad menciona a David (vv. 1, 10, 11, 17), y también alude al Mesías prometido (vv. 11–12). Además, por las referencias a Sión, es decir, a Jerusalén, ciudad donde estaba ubicado el trono del monarca, el poema puede ser considerado como un cántico de Sión. También en muy probable que el salmo se utilizara en las fiestas anuales que recordaban la procesión que llevó el Arca al Templo, que lo hace un salmo litúrgico. Finalmente se asoció a la sección de cánticos graduales o de peregrinación, como se indica en su título hebreo (véase la Introducción), por su afinidad temática con el Templo y la devoción de los peregrinos que llegaban a adorar.
El autor del salmo debe haber sido un adorador que, en profundo agradecimiento, recuerda los esfuerzos y el compromiso de David de llevar el Arca al Templo, como lugar adecuado para ubicar el símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Algunos estudiosos asocian la redacción del poema con el mismo rey David; la fecha de composición proviene de los tiempos de la monarquía. Su contexto inicial fue posiblemente las celebraciones anuales que recordaban la dedicación del Templo (2 Cr 6:41–42).
La estructura literaria del salmo se desprende claramente de su análisis temático.
• Recuerdo de las acciones heroicas de David: vv. 1–5
• Clamor a por la intervención divina: vv. 6–10
• Promesa de Dios a David: vv. 11–12
• El Señor escoge a Sión como su morada eterna: vv. 13–18
vv. 1–5: El poema presupone algún tipo de dinámica litúrgica en la cual varios grupos participaban. Al comenzar, un grupo coral se dirige al Señor para que recuerde las aflicciones que pasó el rey David cuando decidió bajo juramente solemne construir un templo a Dios. Se alude de esa forma a las vicisitudes del monarca que son recordadas y elogiadas por el poeta y el pueblo. La oración destaca los votos del rey ante Dios, que se identifica como «Fuerte de Jacob» (vv. 2, 5; véase también Is 1:24, donde la referencia es al «Fuerte de Israel»), que es un muy antiguo título divino que alude a la época patriarcal. Esa es una manera figurada de poner de manifiesto la antigüedad de la revelación divina, una forma de expandir el horizonte histórico y teológico del mensaje.
Esta sección del salmo puede relacionarse con un episodio importante en la vida de David: Se alude a los planes del monarca de mover el Arca del Pacto a una nueva morada en la recién conquistada ciudad de Jebús (2 S 6). El propósito primordial del rey era convertir el antiguo bastión histórico de los jebuseos en capital del imperio y en el centro político, militar, económico y religioso de la nación israelita. Las aflicciones de David se representan en su negativa de hacer varias cosas, necesarias para la vida normal y saludable: No entrará a su casa, ni se acostará en su cama, ni dará sueño a sus ojos, ni a sus párpados adormecimiento. La idea es indicar que el monarca no descansará hasta que haya construido la morada del Señor. El propósito del monarca, de acuerdo con la oración, era ubicar al símbolo de la presencia divina en un lugar adecuado, permanente y seguro.
vv. 6–10: El salmo forma parte de las celebraciones litúrgicas anuales del Templo en donde se recrean las dinámicas de la llegada del Arca a Jerusalén. El pueblo responde al llamado inicial y alude a Efrata, nombre derivado de Efraín, que se asociaba a la ciudad y región de Belén, de donde David era oriundo. El pueblo se anima a sí mismo: ¡Se motiva a entrar al Tabernáculo y a postrarse ante el estrado de sus pies! El Tabernáculo es la morada o el Templo, y el estrado alude al Arca, a donde el pueblo llega para postrarse con humildad y reconocimiento.
«Los campos del bosque» puede ser una referencia a la ciudad de Quiriat-yearim, que significa ciudad de los bosques, y que está ubicada a unos 15 kms. al noroeste de Jerusalén (Jos 9:17). El Arca del Pacto estuvo ubicada en esa ciudad por algún tiempo, cuando fue devuelta por los filisteos al pueblo de Israel (1 S 7:1).
La petición del pueblo se convierte en reclamo militar (v. 8). Levántate es una expresión de guerra, es un reclamo a la intervención divina, es una manera de suplicar la manifestación extraordinaria de Dios. El propósito del salmista es reclamar la respuesta misericordiosa de Dios ante los esfuerzos, el compromiso y la dedicación de David, y también ante la adoración humilde del pueblo. Y en medio de esas dinámicas de celebración, se reclaman las acciones justas de los sacerdotes y se afirma el regocijo del pueblo, que en esta ocasión se identifican como «santos». Se unen de esta forma los temas de la justicia y el gozo, que son tan importantes para la salud social y espiritual tanto de los individuos como de las naciones.
El pueblo suplica que Dios no quite su rostro de su ungido, en referencia al monarca de turno, por amor a David, su siervo. La oración toma nuevos niveles históricos y teológicos. La bendición de David debe pasar a sus descendientes en la monarquía, por amor a las acciones nobles y justas del iniciador de la dinastía. Esa referencia al Mesías davídico ha sido interpretada de forma figurada por las iglesias cristianas y los creyentes a través de la historia, y se ha asociado al ministerio de Jesús de Nazaret.
vv. 11–12: Ante la plegaria sentida del pueblo responde algún sacerdote con una palabra de afirmación y seguridad. El clamor ante Dios se convierte en una referencia clara a las promesas de Dios a David a través del profeta Natán (2 S 7): ¡La dinastía de David no tendrá fin! El poema afirma que Dios no se retractará de su promesa, que es una posible alusión solapada a la infidelidad de los monarcas. Aunque el pueblo sea desleal, Dios siempre mantiene y es fiel a sus promesas. El juramento divino no es como los compromisos humanos. Los descendientes de David pueden olvidar sus responsabilidades pero la esperanza del pueblo no está en las fidelidades humanas sino en las misericordias divinas.
vv. 13–18: La sección que finaliza el poema destaca nuevamente el tema de Sión como morada permanente del Señor. ¡Dios escogió la ciudad de Jerusalén como su morada eterna! ¡En Sión Dios habitará y descansará! Y esa ciudad se convertirá en lugar ideal, pues se caracterizará por la salud, el bienestar, la abundancia, el gozo y la salvación. En efecto, la presencia divina transformará las dinámicas naturales de la ciudad y las convertirá en representaciones de la justicia divina.
De particular importancia en el poema es la preocupación por las personas pobres. En la ciudad de Dios, donde se manifiesta la justicia, se saciará el hambre de la gente indigente. Entre las preocupaciones teológicas y pragmáticas del poeta es poner de manifiesto que ante la revelación extraordinaria de Dios habrá alimentación adecuada y justicia, que son los reclamos básicos del pueblo a sus monarcas. Y la felicidad y el regocijo de los habitantes de la ciudad son frutos de ese ambiente de salud social y virtud moral.
De acuerdo con el salmo, en ese ambiente de paz, justicia y seguridad, se pondrá de manifiesto el antiguo poder de David, en alusión a sus conquistas y compromiso de justicia. La palabra final del poema revela la intensión de su autor: Mientras los enemigos serán confundidos, derrotados y humillados, el pueblo de Dios, representado por David y su descendencia, disfrutarán del triunfo, ilustrado por las coronas, que son signos claros de abundancia y victoria.
El particular nombre de Dios aparece con regularidad en este salmo—Yahvé o Jehová en las traducciones de Reina-Valera—; además el poeta también alude al Señor como el «Fuerte de Jacob», que se relaciona con la época patriarcal, que alude al Dios que establece alianzas y camina con su pueblo a través de las dificultades políticas, económicas, sociales y espirituales del período antes de la conquista de la Tierra Prometida y la monarquía. De forma poética, el salmista relaciona al Dios de los patriarcas y matriarcas de Israel con el Señor que llamó a David y le prometió una dinastía permanente.
Ese es el Dios y padre de nuestro Señor Jesucristo, el Señor que se reveló a los antepasados de Israel y prometió a David una casa eterna. Para Jesús, esa convicción le permitió interpretar la historia del pueblo de Israel como el escenario natural de las intervenciones divinas. Y fundamentado en esas convicciones, enfrentó las más agónicas adversidades con autoridad y valor. En efecto, no se amilanó ante las amenazas, ni se detuvo antes las persecuciones, ni se desorientó por las negaciones y traiciones de sus amigos, ni mucho menos se arrepintió cuando enfrentó la cruz del Calvario.
La autoridad moral que orientó la vida y pasión del Señor se orientó por esas importantes convicciones teológicas: Dios se reveló a los antepasados del pueblo de Israel, estableció una alianza eterna con la dinastía de David, y escogió a Sión, la ciudad de Jerusalén, como su morada permanente. Y en esa extraordinaria tradición teológica y espiritual, el Señor fundamentó su ministerio de enseñanzas y liberación, que dio prioridad, como el salmista, a la gente en necesidad y a los sectores más marginados y dolidos de la sociedad.
SALMO 133: «LA BIENAVENTURANZA DEL AMOR FRATERNAL»
El Salmo 133 es un breve poema que afirma las virtudes de la unidad familiar y nacional del pueblo de Dios. Es una especie de cántico, meditación u oración que celebra la unión y la fraternidad; además, es un claro elogio a las buenas relaciones interpersonales; y también es la afirmación del respeto mutuo y la solidaridad. Este poema era particularmente importante en las fiestas anuales pues destacaba la necesidad de estrechar e incentivar los lazos de amistad y fraternidad, aunque los peregrinos vinieran de distancias considerables y de lugares lejanos.
Podemos catalogar este salmo como uno sapiencial, por la naturaleza de los temas expuestos. Su tema fundamental se relaciona con la dicha plena y verdadera y con la alegría significativa en la vida, que son temas característicos de la literatura de sabiduría. Los poemas sapienciales son particularmente buenos sintetizando los valores y las virtudes que le dan significación, propósito y sentido a la vida.
Posiblemente este es un poema bastante antiguo, quizá de la época monárquica, pues el tema de la unidad y las referencias litúrgicas y geográficas pueden ser indicadores de su fecha de composición. Su autor es quizá un israelita que incorpora la educación en las peregrinaciones anuales y desea destacar el tema de la solidaridad en los diversos niveles de la vida: p.ej., personal, familiar, nacional e internacional. El título hebreo del salmo lo relaciona tanto con los cánticos de las subidas o peregrinación (véase Sal 120–134 y la Introducción) como con el rey David, quizá para destacar los esfuerzos del antiguo monarca del Israel en unificar la nación al escoger a Jerusalén como su centro político y religioso.
La estructura del breve poema es muy sencilla, y se desprende de la identificación de los temas expuestos y las imágenes utilizadas.
• Afirmación teológica de la unidad: v. 1
• Imágenes de la bendición divina: vv. 2–3a
• Dios envía bendición y vida eterna: v. 3b
v. 1: El corazón del poema es la afirmación de unidad que presenta a su comienzo. Es bueno y delicioso que «los hermanos» habiten en unidad y armonía. La felicidad plena se relaciona con las actitudes de fraternidad que se manifiestan entre dos personas, dos grupos o dos naciones. En efecto, las implicaciones educativas del salmo llevan el mensaje de sus niveles personales y familiares a dimensiones nacionales e internacionales. La unidad no es un extra optativo para disfrutar la bendición divina sino un requisito indispensable. El fundamento de la felicidad plena y abundante es la solidaridad.
vv. 2–3a: En esta sección el poeta ilustra la enseñanza anterior. Y para lograr su objetivo presenta dos imágenes de importancia. La primera se relaciona con las ceremonias tradicionales de ungimiento de los sacerdotes. El aceite, que era símbolos de la presencia divina y su poder, se vierte sobre la cabeza de la persona ungida como signo de la protección y bendición divina. En este poema, se compara la unidad del pueblo de Dios con la unción sacerdotal, que ciertamente tenía gran significación en el pueblo pues se fundamenta en la selección y consagración de Aarón.
La imagen del rocío del monte Hermón es igualmente significativa para el pueblo y sus líderes. Este monte, que estaba ubicado en la frontera norte de Israel, tiene sus cumbres heladas gran parte del año. De mañana, uno de los efectos inmediatos de esas nieves es el rocío que envía hacia el sur, que llega hasta Sión, en referencia a la ciudad de Jerusalén. Esa idea es tomada por el poeta para comparar la unidad con el rocía de Hermón, que es tan necesario para el nacimiento y desarrollo del río Jordán y también para llevar humedad a las zonas desérticas del sur de Palestina.
El mensaje del salmo es claro: La unidad del pueblo es tan importante como la unción de los sacerdotes—que juegan un papel de importancia en la vida espiritual del pueblo—, y como el nacimiento de los ríos—que son indispensables para la vida natural—.
v. 3: La frase final del poema alude a la bendición y la vida eterna que envía el Señor. La unidad genera las condiciones necesarias para recibir la bendición divina y disfrutar se vida. ¡Ya no se necesitan sacerdotes para pronunciar la bendición! La unidad no solo es la conveniencia estratégica adecuada para lograr algunos objetivos en la vida sino que representa la voluntad divina que trae dicha y felicidad a individuos, familias y naciones.
El tema de la unidad es de vital importancia en el mensaje de Jesús, particularmente en el Evangelio de Juan. En la oración sacerdotal (Jn 17), cuando el Señor intercede por los creyentes de todos los tiempos, suplica a Dios por la unidad de su pueblo, en la tradición teológica y espiritual de este salmo. Y en ese contexto intenso de piedad, intercesión y oración, de acuerdo con Juan, el Señor relacionó la efectividad del ministerio cristiano con la unidad de su pueblo. El mundo conocerá que la iglesia y los creyentes son portadores de la revelación divina por las manifestaciones de unidad que representen.
La unidad no es un tema secundario en la predicación y las enseñanzas de las iglesias. Esa unidad representa la voluntad de Dios para las familias, las comunidades, las iglesias y las naciones. Es esa unidad la que trae salvación y vida eterna.
SALMO 134: «EXHORTACIÓN A LOS GUARDAS DEL TEMPLO»
El Salmo 134 concluye con una muy apropiada bendición la sección de los cánticos de las subidas, graduales o de peregrinación (Sal 120–134). ¡De esta forma concluye la serie de oraciones de los peregrinos a Jerusalén! Es una especie de colofón al pequeño himnario de los peregrinos al Templo. La bendición que se presenta es propicia para la ocasión pues se envía desde Sión, que es la morada permanente del Señor, es el lugar de su reposo eterno, es el espacio sagrado donde se ubica el Templo.
El pueblo, al culminar sus celebraciones del día y retirarse a sus hogares, reclaman de los sacerdotes, que viven en las instalaciones físicas del Templo, que prosigan con las alabanzas y las bendiciones al Señor. Y la respuesta sacerdotal a esa petición es una bendición del Dios que habita en Sión y ha creado los cielos y la tierra. El Señor de los cielos y la tierra revela y manifiesta su misericordia y amor a sus adoradores.
Este poema se ha catalogado como un salmo litúrgico pues contiene elementos que delatan algunas de las celebraciones y los ritos que se llevaban a efecto en el Templo (véase también Sal 15; 24). En este particular caso, se trata de una ceremonia que se celebraba en las puestas del Templo, al finalizar el día. Quizá se trata de la ceremonia para iniciar la fiesta de los Tabernáculos; o mejor, de los ritos de cambio de guardas nocturnos en el Templo. El autor es un israelita que desea afirmar y mantener el ambiente y la vida de oración, alabanzas y bendición que ha sido signo de la misericordia divina en el Templo. Aunque este salmo puede venir de la época de la monarquía, la referencia al liderato religioso como «siervos del Señor» puede ser un indicador de su origen postexílico. El título hebreo lo identifica como un cántico gradual (véase Introducción).
La estructura de este breve poema es la siguiente:
• El pueblo pide la bendición de los sacerdotes: vv. 1–2
• Los sacerdotes bendicen al pueblo: v. 3
vv. 1–2: El poema comienza de forma abrupta—«mirad»—, que puede ser un indicador que se ha omitido alguna sección de la liturgia del Templo. Posiblemente esta es la respuesta a alguna afirmación sacerdotal previa que se ha perdido en el tiempo. El reclamo al liderato religioso, sin embargo, es claro y directo: ¡Bendigan al Señor!
El salmo se dispone en forma de diálogo. Dos grupos entran en esta conversación litúrgica para incentivar las bendiciones del pueblo, de los sacerdotes y de Dios. El primer grupo, que debe haber estado constituido por los peregrinos que culminan sus ceremonias religiosas de noche, para evitar las altas temperaturas del día, reclaman las bendiciones continuas de los sacerdotes, llamados en esta ocasión «siervos del Señor». Esa particular referencia, que tradicionalmente se relaciona en la Biblia con los profetas, puede ser una buena indicación de que el poema se escribió luego del destierro, cuando el liderato profético había sido sustituido por el sacerdotal, en el período posterior al exilio en Babilonia.
Los sacerdotes vivían en el Templo—¡un grupo siempre permanecía en vela!—y tomaban turnos para mantener y afirmar las diversas ceremonias religiosas. Eran los líderes religiosos que mantenían la oración cuando el pueblo dormía y descansaba. Su presencia continua en el Templo y su actividad perenne de alabanzas es una especie de seguridad al pueblo durante las vigilias de la noche.
El gesto de «alzar las manos» es un claro símbolo de oración y alabanzas. Es una forma física de poner de manifiesto la intensión religiosa. Además, dirigir las bendiciones y orientar las manos hacia el santuario, que era el sector más reservado y santo del Templo, es una manera piadosa de reconocer la santidad extraordinaria del lugar santísimo, donde estaba ubicada el Arca del Pacto.
v. 3: La respuesta de los sacerdotes a la petición del pueblo es significativa y especial. Los peregrinos reclaman las bendiciones de los sacerdotes a Dios, y los sacerdotes responden con la bendición divina a los adoradores. La bendición que se solicita a los sacerdotes es de alabanzas, cánticos, expresiones de reconocimiento divino. La bendición que imparten, sin embargo, es la virtud grata y extraordinaria del Dios creador, que vive en Sión para manifestar su poder y autoridad sobre toda la creación.
En efecto, el poema utiliza la misma palabra hebrea «bendición» en dos sentidos básicos e importantes: El primero alude a las expresiones humanas piadosas que llegan a la presencia divina; y el segundo, a las intervenciones divinas que son capaces de transformar y redimir a la humanidad, particularmente a los peregrinos que clamaban por la misericordia del Señor. El pueblo bendice, que es el reconocimiento y el aprecio de la gloria y grandeza divina; y los sacerdotes bendicen al pueblo, que representa la felicidad, el gozo, la dicha, el bienestar y la virtud que se desprenden de la palabra transformadora del Señor.
Aunque es un poema breve, el salmista utiliza el nombre personal de Dios de forma repetida—¡en cinco ocasiones!—, quizá para destacar la esencia y la presencia divina en medio de las peticiones y las alabanzas del pueblo. El nombre de Dios representa su presencia santa y su capacidad salvadora; el nombre alude a su capacidad de redención y a su deseo de liberación. Ese nombre no es un distintivo superficial, sino revela su esencia santa, noble, grata y justa. Y en el contexto de esas bendiciones de los sacerdotes y los peregrinos, el nombre divino es signo de futuro, seguridad, perdón y esperanza.
El salmo, además, presenta la importancia de los sacerdotes en las dinámicas religiosas de los peregrinos. Esos líderes religiosos son los representantes de Dios ante el pueblo, y también del pueblo ante Dios. Y en esa doble función espiritual y emocional, demuestran sus compromisos de fidelidad a Dios y de solidaridad a la comunidad. Además, las referencias a Sión son motivos de alegría, pues si Dios está en su morada hay esperanza de futuro para el pueblo.
Jesús de Nazaret, de acuerdo con las narraciones evangélicas, manifestó una actitud particularmente diferente en torno al Templo. En sus enseñanzas, aunque reconoció y apreció la importancia del santuario en Jerusalén con sus visitas y peregrinaciones anuales, reaccionó adversamente a las dinámicas comerciales que se llevaban a efecto en sus atrios. Inclusive, indicó el Señor, en torno a las dinámicas que rodeaban el santuario, que los mercaderes habían convertido el Templo en cueva de ladrones (Mt 21:12–13; Mr 11:15–19; Lc 19:45–48; Jn 2:13–22), que era una palabra profética muy difícil de aceptar y asimilar por el pueblo y el liderato religioso. Para el Señor el Templo es lugar de oración y alabanzas, no espacio para incentivar la opresión de la gente débil y necesitada.
Los evangelios presentan al Señor Jesús y a sus discípulos como personas piadosas y de oración. Sin embargo, las oraciones que hacían se llevaban a efecto en diversos lugares, no necesariamente en el Templo que había olvidado su razón de ser y su misión en el pueblo. Para el Señor, inclusive, el Templo podía ser destruido sin que se detuviera la mano de Dios hacia el pueblo. En efecto, en sus enseñanzas ubicó el Templo en su justa perspectiva: Es un lugar de alabanzas y bendiciones, donde los peregrinos se allegan para bendecir y recibir las bendiciones divinas. Si ese propósito fundamental e indispensable no se logra, entonces el lugar deja de ser el espacio sagrado que puede contribuir positivamente a la salud integral de las comunidades.
SALMO 135: «LA GRANDEZA DEL SEÑOR Y LA VANIDAD DE LOS ÍDOLOS»
El Salmo 135 comienza, con una serie importante de alabanzas, una sección nueva del Salterio, luego de los cánticos graduales (Sal 120–134). El poema incluye algunos temas de gran importancia histórica para el pueblo e incorpora, además, varias referencias directas, citas y alusiones a poemas y relatos bíblicos anteriores. Y aunque los próximos tres salmos (Sal 135–137) no son propiamente de peregrinación o graduales, temáticamente están muy relacionados con esa previa sección del Salterio. El objetivo del salmista es recordar y celebrar las intervenciones salvadoras y liberadoras de Dios a través de toda la historia nacional. Y el tema central por el cual se debe agradecer y alabar al Señor, es por haber seleccionado a Israel como su pueblo.
Este poema se puede catalogar claramente como un himno de alabanza al Señor, pues incluye las características peculiares de este tipo de literatura en el Salterio. En efecto, el salmo canta, celebra y afirma las grandezas divinas, y reclama e incentiva las alabanzas de los diversos sectores del pueblo de Dios. Quizá este poema formaba parte de las celebraciones anuales en las que se recordaban los temas fundamentales del origen del pueblo de Israel como nación.
Por la naturaleza de los temas expuestos, particularmente las referencias a los ídolos, se desprende que el salmo tiene un origen postexílico. El autor es un israelita que responde teológicamente a la futilidad de las divinidades y los ídolos de las naciones, particularmente a los de Babilonia, y en su argumentación incorpora las voces y reflexiones de salmos anteriores. El título hebreo del poema expresa un sentido aleluya, que es la expresión final del salmo (véase la Introducción).
La estructura literaria de este salmo es similar a la del resto de los himnos del Salterio; en el particular caso de este poema, la estructura temática es la siguiente:
• Llamado a la alabanza: vv. 1–3
• Grandeza divina en la creación: vv. 4–7
• Poder de Dios en la historia del pueblo: vv. 8–14
• Sátira contra los ídolos: vv. 15–18
• Nuevo llamado a la alabanza: vv. 19–21
vv. 1–3: El salmo comienza con un llamado a la alabanza a Dios, y con un reconocimiento del nombre divino. Se invita a los sacerdotes, identificados como «siervos del Señor», quienes viven en el Templo, que se conoce en el poema como la «casa del Señor». En efecto, la primera llamada del salmista es a la alabanza que proviene de los círculos sacerdotales, del liderato religioso, de las personas que están continuamente en el Templo cumpliendo con diversas responsabilidades espirituales. El llamado puede también aludir a todo el pueblo que se congrega en los alrededores del Templo para cumplir con sus responsabilidades religiosas.
El poeta incentiva la alabanza y el reconocimiento del nombre de Dios, pues ese particular nombre incorpora y representa la esencia misma de la naturaleza santa y justa del Señor. El salmo incluye el nombre propio de Dios en cinco ocasiones; además, se hace referencia al Señor de forma genérica, y también se alude al nombre como representación grata de la esencia divina. Desde el comienzo mismo del poema se incentivan las alabanzas al Señor fundamentadas en su bondad y su benignidad. En decir, que el motivo de las bendiciones a Dios se basan en su naturaleza misericordiosa. En efecto, de acuerdo con el poeta, ¡Dios es bueno!
vv. 4–7: En esta sección del salmo se ponen de manifiesto las razones básicas por las cuales se alaba al Señor. Y en primer lugar se identifica en contexto histórico de la salvación divina. La bendición de Dios a su pueblo se manifiesta claramente en la elección del pueblo de Israel, que también es identificado en el poema como Jacob.
Las alabanzas también se deben presentar ante Dios pues, como es mayor que todas las divinidades, en también el Señor de todos los pueblos de la tierra. Para el salmista, el Señor merecedor de alabanzas no solo identificó a Israel de entre todos los pueblos de la humanidad sino que también tiene poder sobre las naciones. Y esa virtud divina internacional, que lo hace grande y poderoso, también se pone de manifiesto en la naturaleza, pues es el creador de cielos, tierra, mares y abismos. Su autoridad total y absoluta, además, hace que las nubes, los relámpagos, la lluvia y los vientos le obedezcan. En efecto, las alabanzas del pueblo y su liderato se hacen ante un Dios poderoso, grande, creador, misericordioso y liberador. La respuesta humana a esas manifestaciones extraordinarias de la gloria divina es la alabanza.
vv. 8–14: El pueblo alaba al Señor, en esta ocasión, por sus intervenciones liberadoras en medio de la historia nacional. El poeta en esta sección alude a tres etapas importantes en la historia del pueblo de Israel: La liberación de las tierras de Egipto y Faraón, el peregrinar por el desierto, y las gestas de conquista de la tierra prometida. Las alabanzas del pueblo no se fundamentan en ilusiones ni es espejismos, sino en eventos que están muy bien anclados en la memoria de la historia del pueblo. Israel alaba al Dios creador y también liberador.
En el recuento histórico, el salmista alude claramente a los prodigios o las plagas, que son símbolo del poder divino sobre la naturaleza y las divinidades egipcias; y también hace clara referencia a las victorias de los hijos e hijas de Israel sobre varios soberanos enemigos—p.ej., Sehón, el monarca amoreo; Og, rey de Basán; y todos los gobernantes cananeos—.
De acuerdo con el salmista, fue Dios quien le dio a Israel la heredad, que es una manera poética de referirse a la tierra prometida, Canaán. Y por esas intervenciones salvadoras, se afirma que su nombre es eterno, que su memoria es de generación en generación, y que implantará la justicia, mostrando compasión a sus siervos.
vv. 15–18: Esta sección del salmo viene inspirada en otro poema del Salterio (Sal 115:4–6, 8). El objetivo es hacer una crítica muy seria y definida a los ídolos y las divinidades de las naciones. Y en la articulación de esa burla, el poeta hace gala de su capacidad visual, de su poder de persuasión. La identificación de la vida se relaciona con algunas características que para el salmista son indispensables: Boca para hablar, ojos para ver, oídos para escuchar, y aliento en su bocas, que se relaciona con la capacidad de respirar, símbolo básico de la vida.
Los ídolos de las naciones son solo oro y plata; en efecto, las divinidades son el producto del ingenio humano, resultado de la labor artesanal de manos creativas. Sin embargo, el salmista añade un elemento adicional a la crítica mordaz: ¡Las personas que los adoran y los hacen tampoco tienen vida! La crítica es firme y decidida: ¡Los artesanos se vuelven iguales o peores que las imágenes que fabrican!
vv. 19–21: La sección final del salmo vuelve a los temas con que comenzó el poema. Se identifican las personas que deben alabar al Señor: La Casa de Israel, o todo el pueblo; la Casa de Aarón, o los sacerdotes; la Casa de Leví, o los levitas que trabajaban en el Templo; y la gente que tema al Señor, o los fieles, los peregrinos, las personas que reciben la bendición de parte de los sacerdotes.
La expresión final del salmo es posiblemente pronunciada por los sacerdotes. Es una expresión de alabanza final: Dios sea bendecido desde Sión, su morada. El pueblo se congrega en el Templo para ofrecer sus alabanzas al Señor, para expresarle su gratitud, para manifestar su reconocimiento. La voz que culmina el salmo es adecuada: Aleluya, que significa, alabado sea el Señor.
Los grandes temas de este salmo ponen de manifiesto una vez más la importancia de la alabanza al Señor. Esa alabanza debe estar fundamentada no es una experiencia pasajera o superficial, sino en convicciones reales de la capacidad divina.
El pueblo alaba al Señor por lo que es y también por lo que hace. Como Dios es santo y justo, grande y poderoso, misericordioso y amoroso el pueblo le expresa sus alabanzas y gratitudes. Además, las alabanzas se fundamentan en las manifestaciones históricas de su poder salvador. Alabamos a un Dios que no se queda estático ante las injusticias, ni permanece callado ante las vicisitudes de su pueblo. También se reconoce la grandeza del Señor al compararlo con los ídolos que hacen las personas. Las divinidades humanas no tienen vida, característica indispensable para la intervención redentora.
Jesús de Nazaret siguió claramente la teología de liberación y futuro que se revela en este salmo. Articuló una serie de enseñanzas que ponen de manifiesto el poder divino que es capaz de transformar a las personas. Los relatos de sanidades y de liberaciones son ejemplos elocuentes del deseo divino de redimir y renovar personas a través del ministerio de Jesús. El Señor no predicó para entretener a las multitudes, ni enseñó para adormecer los grupos para mantenerlos en sus dificultades y contratiempos. Su misión fue impartir vida y esperanza; su meta era afirmar la voluntad de Dios que es capaz de redimir y liberar a la gente de sus cautiverios físicos, emocionales y espirituales; y su propósito fundamental fue presentar un estilo de vida que fuera un modelo de altura y dignidad, un ejemplo de sobriedad y esperanza, un paradigma de nobleza y virtud.
SALMO 136: «ALABANZA POR LA MISERICORDIA ETERNAL DEL SEÑOR»
El Salmo 136 continúa las alabanzas al Señor con los temas que se articulan en el poema anterior (Sal 135); en un sentido temático, es su continuación lógica. El propósito fundamental del salmista es poner de manifiesto la gratitud sincera de un pueblo que reconoce la misericordia divina, no solo en la creación (vv. 1–9) sino en la historia nacional (vv. 10–26).
El estribillo del poema delata clara y repetidamente las virtudes temáticas y teológicas del salmo, pues muestra el rostro divino lleno de ternura y amor. En veintiséis ocasiones se afirma: ¡La misericordia del Señor es eterna! Y por la función de gratitud y bendición que emana del salmo, la comunidad judía lo conoce como «el gran Hallel» o «la gran alabanza», y lo recitan al final de la cena pascual. «El pequeño Hallel», en contraposición, se encuentra en la sección de los Salmos 113–118.
Por su elaboración y desarrollo temático, este poema se puede catalogar muy bien como un himno de alabanzas; en efecto, es un salmo de acción de gracias a Dios de la comunidad. Su estructura literaria revela que se utilizaba en las ceremonias del Templo en las que participaban uno o dos coros, que formaban una especie de diálogo musical o poético con la repetición de sus estrofas y estribillos.
Entre las fiestas judías en las que podía incorporarse este poema, están las siguientes: El Año Nuevo, los Tabernáculos y la Pascua. La reflexión sobria y ponderada sobre la creación y sobre la histórica nacional puede ser una indicación de que el salmo proviene de la época postexílica, luego que Israel se encontró cara a cara con la multitud de divinidades en Babilonia. Su autor fue posiblemente un israelita que regresó del exilio para reconocer la grandeza divina y expresar esa gratitud en las celebraciones anuales de la nación en el Templo.
La estructura literaria del salmo se desprende no solo de la identificación del estribillo que caracteriza muy bien su composición, sino por el aprecio de los temas que se convierten en el fundamento de la gratitud y las alabanzas del pueblo.
• Llamado general a alabar a Dios: vv. 1–3
• Alabanzas a Dios por su creación: vv. 4–9
• Alabanzas por las intervenciones divinas en Egipto: vv. 10–15
• Alabanzas por las intervenciones divinas en el peregrinar y la conquista de la tierra prometida: vv. 16–22
• Alabanzas por las intervenciones de un Dios que recuerda, rescata y alimenta a su pueblo: vv. 23–25
• Llamado general a alabar a Dios: v. 26
vv. 1–3: El salmo comienza con tres invitaciones claras y directas a alabar al Señor, aunque las razones varían. En la primera ocasión se reclama la alabanza por la bondad divina; luego se afirma al Dios de dioses; y finalmente se celebra al Señor de señores. Las declaraciones teológicas son una forma figurada de indicar que el Señor es el único Dios. En efecto, las alabanzas que se solicitan para el único Señor de la humanidad, se fundamentan en la bondad, la divinidad y el señorío divino.
El famoso estribillo, «porque para siempre es su misericordia», parece que, antes incorporarse en algunos salmos (Sal 100:5; 106:1; 107:1; 118:1–4), formaba parte de las exclamaciones liturgias del pueblo de Israel en el Templo (véase, p.ej., 1 Cr 16:34; 2 Cr 5:13; 7:3; Esd 3:11; Jer 33:11). La palabra que se traduce en Reina-Valera como «misericordia»—en hebreo, heded—es una expresión bíblica cargada de significación teológica, pues también incorpora en su contenido semántico las ideas de amor, lealtad, bondad y fidelidad. El estribillo, entonces, afirma que la misericordia alude a una especial virtud divina que sobrepasa los límites del amor que tradicionalmente expresamos de forma interpersonal.
vv. 4–9: Las alabanzas se reclaman en el resto del salmo al Dios que lleva a efecto una serie de acciones extraordinarias que se identifican en el poema como «maravillas». Esas acciones maravillosas no son acciones superficiales o sin importancia del Señor. De acuerdo con el salmista las maravillas de Dios sobrepasan los límites humanos pues revelan su extraordinario poder sobre la naturaleza y la historia.
Las primeras maravillas identificadas en el salmo son las siguientes: La creación de los cielos con entendimiento, la tierra, las aguas, las grandes lumbreras, el sol, y la luna y las estrellas. La misericordia de Dios se manifiesta en la creación y en la naturaleza, de acuerdo con el salmista, pues con esos actos le brindó a los seres humanos el ambiente adecuado para la vida saludable e íntegra. La creación, desde esta perspectiva teológica, es la necesaria estructura física y natural que un Dios inteligente y con entendimiento le brinda a la humanidad, para que pueda vivir de forma adecuada y digna.
Un aspecto teológico de la creación de todas esas maravillas es importante destacar. En Babilonia, la gente adoraba a los astros del cielo; desde la perspectiva del salmo, sin embargo, esos astros y lumbreras son solo parte de la creación de Dios.
vv. 10–15: Las maravillas de Dios toman dimensión histórica en esta sección del salmo. De particular importancia en el poema son las intervenciones liberadoras de Dios en contra del ejército egipcio y las asechanzas del Faraón: Dios hirió a los primogénitos y sacó con poder y autoridad a Israel de Egipto; además, dividió el Mar Rojo para que el pueblo pasara en seco y para que los ejércitos del Faraón se ahogaran en el mar. La misericordia divina se manifiesta en las acciones protectoras y liberadoras de Dios a favor de su pueblo.
vv. 16–22: En esta sección el salmista continúa el recuento de las acciones maravillosas de Dios. Sin embargo, en esta ocasión identifica el período del desierto antes de conquistar a Canaán. Se alude a que el Señor pastoreó al pueblo durante el peregrinar por el desierto. Y esas acciones pastorales del Señor hacia Israel incluyen la herida y muerte de reyes grandes y poderosos, como Sehón (Nm 21:21–30) y Og (Nm 21:31–35). Esas intervenciones divinas hicieron posible que Israel recibiera la heredad que Dios le había prometido. En este contexto el poeta identifica a Israel como «su siervo», que es una manera de manifestar el aprecio y reconocimiento divino.
Con la llegada a Canaán se cumplen finalmente la promesa divina a los patriarcas y las matriarcas de Israel de poseer la tierra prometida. Y esa es una manifestación extraordinaria y grata de las maravillas del Señor.
vv. 23–25: Las maravillas de Dios en esta sección del poema toman dimensión íntima y personal. Las alabanzas al Señor son ahora expresión de gratitud por haberse acordado del pueblo en su abatimiento, que es una manera de referirse a las crisis mayores de la vida; además, el poeta reitera el compromiso salvador de Dios, pues les rescató de los enemigos a través de la historia.
Finalmente las alabanzas toman dimensión general pues se agradece que Dios sea el proveedor de alimentos a todo ser viviente. En efecto, la misericordia divina no solo afecta positivamente a la gente y los pueblos en necesidad y en crisis sino que se encarga de alimentar a todos los seres vivientes, que es una forma figurada de referirse a la humanidad.
v. 26: Las alabanzas finales se fundamentan en la misericordia del Dios de los cielos. Esa particular forma de referirse al Señor tomó auge durante la época de la dominación persa (2 Cr 36:23; Esd 1:2; 6:10; Jon 1:9). Posiblemente la intensión teológica del salmista fue indicar que, aunque nuestros esfuerzos humanos para alabar al Señor son necesarios e importantes, las expresiones humanas nunca pueden satisfacer los reclamos divinos, que sobrepasan nuestros límites de imaginación: los cielos.
Este salmo pone claramente de manifiesto varias vertientes teológicas de importancia. El Dios bíblico es misericordioso, crea, e interviene en la historia. Y esos tres valores éticos son indispensables para la articulación teológica contemporánea.
La misericordia es una de las características de Dios que se requiere para poder comunicar el mensaje salvador en las sociedades postmodernas contemporáneas. Esa misericordia es la que se identifica con la gente en necesidad, es la que responde al clamor de la gente necesitada, es la que libera a las personas cautivas, es la que sana a los hombres enfermos, y es la que afirma a las mujeres marginadas. La misericordia divina es un valor que pone de manifiesto la esencia más íntima del Señor: El propósito de Dios para la humanidad no es el juicio destructor, sino el disfrute pleno de la vida.
La misericordia pone de manifiesto también al Dios que crea e interviene en la historia. Las maravillas de Dios, de acuerdo con el salmista, se pueden ver en la creación y se pueden disfrutar en las vivencias humanas. Los cielos cuentan la gloria divina y la historia delata los compromisos del Señor con su pueblo. Los actos de creación, según el libro de Génesis, y las intervenciones históricas de Dios en medio de la vida de su pueblo, hablan elocuentemente de lo que es capaz de hacer Dios por redimir a la humanidad. ¡El Dios bíblico manifiesta su misericordia de forma concreta y específica!
En las enseñanzas de Jesús se ponen claramente en evidencia los valores de la misericordia y el amor de Dios (Jn 1:17). Su compromiso con la salvación del mundo llegó a tal grado que vivió esencialmente para amar y perdonar (Mc 10:45). La misericordia divina para el Señor no era el tema homilético para sus mensajes, ni la virtud pedagógica en sus enseñanzas. Por el contrario, el Señor vivió para poner de manifiesto ese amor misericordioso, que lo llevó a la cruz, para enseñarnos un nuevo modo de vivir la vida (Jn 13:1). En efecto, el gran modelo del Señor no fue cómo morir, sino cómo vivir a la altura de las exigencias del reino de Dios.
SALMO 137: «LAMENTO DE LOS CAUTIVOS EN BABILONIA»
El Salmo 137 finaliza de forma clara y explícita la sección de tres poemas de transición (Sal 120–134) que pueden relacionarse con los cánticos de las subidas o graduales (Sal 120–134). El Salmo 120 comienza la sección con la seguridad de la respuesta divina en el momento de crisis y desolación; en el 137 se presenta la cruda realidad del destierro, el dolor de los deportados, las torturas de los opresores, y el sentimiento más hondo de las israelitas que sufrían el cautiverio. En este particular poema se contrasta la actitud de fidelidad de los cautivos con la arrogancia y desprecio de los detractores.
Desde la perspectiva literaria, este salmo representa una de las cumbres estilísticas de la poesía hebrea, en las que el salmista une la belleza estética con la articulación de los sentimientos más profundos de un pueblo que vive las penurias del exilio y la opresión. El poeta une de esta forma la expresión del alma dolida con las experiencias del pueblo de Israel en Babilonia. Temáticamente se mueve de la tristeza, el dolor, la nostalgia y la humillación a las expresiones de afirmación nacional y sentimientos de esperanza. Además, el poema incorpora una serie importante de imprecaciones o maldiciones que revelan los más hondos resentimientos y el deseo más ardiente de justicia del pueblo.
La lectura detallada del poema nos guía a catalogarlo como un salmo de súplica colectiva. Su autor es un israelita que ha vivido las amarguras de la deportación y reacciona adversamente a las actitudes déspotas y humillantes de los babilónicos. Posiblemente este poema se articuló durante la época exílica, en medio de las vicisitudes y desesperanzas del pueblo en cautiverio. Y su contexto cúltico inicial, este salmo es quizá parte de los procesos educativos que se llevaban a efecto en Babilonia, para afirmar la cultura nacional y mantener la esperanza de restauración. Este salmo no tiene título hebreo.
La estructura literaria del poema se desprende al identificar los grandes temas que articula.
• Los dolores y las desesperanzas del exilio: vv. 1–3
• Las razones de la frustración y del silencio musical: vv. 4–6
• El clamor de justicia, el deseo de venganza: vv. 7–8
vv. 1–3: El poema comienza con la descripción del lugar del cautiverio. Se alude a los ríos o los canales de Babilonia, en referencia a las orillas de los ríos Tigres y el Éufrates que eran los lugares donde ubicaron a los deportados que venían de Judá y Jerusalén (Ez 3:1). Los desterrados judíos fueron llevados cautivos a trabajar como esclavos en los diversos proyectos de construcción babilónicos. Y en ese contexto de trabajos forzados y angustias mentales, los israelitas se acordaban de Sión, de la ciudad de Jerusalén, de las celebraciones en el Templo. Esa memoria del pasado con seguridad y celebraciones les ayudaba a mantener la salud mental y a fomentar la esperanza.
La referencia a colgar las arpas es posiblemente una expresión poética y figurada, pues es improbable que llevaran los instrumentos musicales a los centros de trabajo; sin embargo, el mensaje es claro: ¡Dejaron de cantar! En ambientes de cautiverio no hay fuerzas para la alegría y el contentamiento. Además, quienes les pedían los cánticos de Sión eran las mismas personas que causaron el dolor del exilio, los babilónicos. Quizá para conocer un poco mejor el folclore israelita, o para torturarlos aún más con esos cánticos antiguos (Sal 79:10), pues muchos evocaban las experiencias de liberación de Egipto (p.ej., Ex 15; Sal 76; 84).
vv. 4–6: La respuesta del pueblo cautivo no se hizo esperar. En primer lugar corrigen a los opresores: ¡No son cánticos de Sión sino cánticos del Señor! Además, afirman que no pueden cantar en territorio extranjero. Los motivos para la respuesta negativa pueden ser varios. En primer lugar, en la antigüedad se pensaba que las divinidades eran nacionales o regionales. Y fundamentados en esas convicciones, se entendía que los dioses tradicionales se asociaban a sus respectivas naciones y permanecían en esos lugares aunque el pueblo viajara. Desde esa perspectiva, no podían cantar los cánticos del Señor pues estaban en Babilonia, no en Judá ni en el Templo de Jerusalén.
Es importante señalar también, respecto a la respuesta del pueblo a las peticiones de cánticos de los babilonios, que los temas de las canciones de Sión aluden repetidamente al éxodo de Egipto, al cuido divino en el peregrinar por el desierto, a la conquista de la tierra prometida, a la institución de la monarquía, y a las promesas divinas. En efecto, los cánticos de Sión hablan de un Dios libertador, salvador, redentor, transformador, victorioso. Esos temas de victoria no son adecuados en el ambiente de derrota y amargura que vivían en el exilio, que era tierra de extraños, particularmente herida por la idolatría y las inmoralidades relacionadas en las Escrituras con el comportamiento y las costumbres de los pueblos paganos.
Sin embargo, el poeta se apresura a indicar que la respuesta negativa a los cánticos nada tiene que ver con un olvido involuntario de Jerusalén, que representa en este contexto la presencia divina, ni mucho menos que no alabe y enaltezca a la ciudad, que es el asunto preferente de su alegría. El pueblo no canta porque rechaza el cautiverio y desprecia las cadenas, no porque se hayan acabado los motivos para alabar al Señor ni porque se haya borrado de su memoria las virtudes espirituales, políticas y nacionales que representan el monte Sión, el Templo y la ciudad de Jerusalén.
Las imágenes del rechazo a los cánticos son poderosas: Que mi lengua se pegue al paladar, es decir, que no pueda cantar más, que prefiere quedarse mudo; y que la diestra pierda su fuerza o destreza, el poeta y el pueblo prefieren quedar paralizados, antes de ceder ante los reclamos de los opresores. De esta forma se ponen claramente de manifiesto la vehemencia y firmeza de sus convicciones.
vv. 7–9: La sección final del salmo pone de relieve los sentimientos de retribución humana y justicia divina que se anidaron en el corazón de la comunidad judía exiliada. El poeta en primer lugar alude a Edom, que antiguamente era un pueblo vasallo y enemigo tradicional de Israel. En la genealogía bíblica, Edom es otro nombre para identificar a Esaú, uno de los hijos de Isaac (Dt 23:8); es decir, que desde las tradiciones bíblicas se hace referencia a la descendencia del hermano de Jacob. Sin embargo, en el momento crítico de la guerra contra Babilonia, Edom se alió a los invasores para luchar en contra de Judá y Jerusalén. El poeta cita las expresiones de los edomitas en el fragor de la batalla, para destacar la actitud hostil de Edom: «¡Arrasadla, arrasadla hasta los cimientos!» (v. 7).
La imprecación final se reserva para Babilonia, causante de los dolores y las amarguras del destierro. Estas imprecaciones se expresan, sin embargo, en forma de bendición o bienaventuranza. Es dichosa la gente que le pague a Babilonia de acuerdo a lo que hizo a Judá; son felices las personas que le paguen a Babilonia de la misma forma con que trató a los hijos e hijas de Israel.
Y para culminar las maldiciones, el poeta toca el tema de la niñez, que representa lo más preciado e importante de los pueblos. Esa práctica cruel, inmisericorde y asesina formaba parte de las dinámicas militares de la época (Is 13:16; Os 10:14; Nah 3:10). Es dichosa la persona que destruya sin misericordia a los niños babilónicos, pues de esa forma de detienen las generaciones que tienen la capacidad de hacer daño a la humanidad. La imprecación no solo es un clamor de venganza sino un vivo deseo de justicia, el anhelo de que termine el ciclo de violencia que hiere adversamente a los pueblos.
La primera reacción cristiana a este salmo es de rechazo. La verdad es que los deseos de venganza que se manifiestan en el poema contrastan con las enseñanzas en torno al perdón y la misericordia promulgadas por Jesús. Sin embargo, una lectura atenta y un análisis crítico del salmo revelan no solo esos sentimientos comunes de venganza y hostilidad que fácilmente pueden aflorar cuando las personas se sienten frustradas y no notan posibilidades de cambio en sus realidades de dolor, sino la oración ferviente de la gente de fe para que culminen terminantemente los ciclos de violencia que hieren adversamente a la humanidad.
Este salmo pone de manifiesto algunos asuntos de importancia capital en momentos extremos de angustia, específicamente en instantes de guerra y desolación. En medio del cautiverio, la gente de fe no se alía a los detractores ni acepta pasivamente las órdenes de los captores. Los hijos de Israel rechazaron las órdenes para cantar y entretener a los babilonios, y el fundamento de ese tipo de desobediencia civil o huelga social fue el espiritual, el religioso, el moral, el ético. No podemos cantar las canciones que alaban a un Dios liberador y victorioso en medio de ambientes de derrota, cautiverio y desolación. No puede aceptar pasivamente el cautiverio alguna persona o nación que ha vivido y experimentado la manifestación extraordinaria del Dios que escucha el clamor del pueblo y desciende a liberarlos, como sucedió con Moisés (Ex 3).
Jesús de Nazaret afirmó este tipo de teología que libera, redime, salva y transforma. Ante el cautiverio de la humanidad respondió con palabras de aliento, esperanza y liberación; y frente a los más extremos y adversos cautiverios físicos, emocionales, sociales, económicos y políticos que representaba el imperio romano en Palestina, el Señor Jesús reaccionó con valor y autoridad. A Herodes, que representaba esas fuerzas políticas que tratan de herir, disminuir y cautivar el potencial humano, le llamó zorra, para poner de manifiesto su actitud prepotente pero inútil.
En efecto, la teología de Jesús siguió el modelo de transformación del salmo y es ejemplo de esperanza y superación para los creyentes de todas las generaciones.
SALMO 138: «ACCIÓN DE GRACIAS POR EL FAVOR DEL SEÑOR»
El Salmo 138 comienza una nueva sección del Salterio relacionada con David (Sal 138–145). Es un poema que articula y manifiesta una actitud de confianza plena en Dios. El salmista, fundamentado en la seguridad que le imparte su fe, no solo alaba al Señor sino que reconoce que las autoridades y los reyes de la tierra también le alaban, que es una forma de reconocimiento divino internacional y de afirmación teológica universalista. Ese peregrinar de alabanzas constituye la gratitud sincera del salmista por haber sido objeto de la misericordia divina y haber recibido respuesta a su clamor en el momento de necesidad especial.
Del análisis temático se desprende que este poema se puede muy bien catalogar literariamente como un salmo de acción de gracias individual. El autor debe haber sido un israelita agradecido que clamó al Señor en un momento de crisis y recibió la fortaleza necesaria para vivir. El ambiente psicológico que revela el poema es una crisis personal que tiene potencial de muerte, pues se afirma que, ante el clamor o grito del adorador, el Señor le brindó vigor a su alma, que es una manera poética de presentar la naturaleza de la adversidad y la gravedad del problema.
Lo general y amplio del tema expuesto hace muy difícil ubicar con precisión la fecha de composición, aunque muy bien pudo haber sido la época de la monarquía. Su lugar actual en el Salterio, sin embargo, delata su uso en el Templo en el período luego de la restauración y el regreso de los deportados de Babilonia. El título hebreo lo asocia con David (véase la Introducción).
La estructura literaria del salmo es la siguiente:
• Alabanzas por la misericordia y fidelidad del Señor: vv. 1–3
• Alabanzas de los reyes de la tierra: vv. 4–6
• El Señor cumplirá su propósito: vv. 7–8
vv. 1–3: La primera parte del salmo revela las alabanzas y gratitudes personales del poeta. Las alabanzas salen del corazón, que representa la sinceridad y la nobleza del salmista, y se presentan delante de los dioses, que es una manera de internacionalizar el poema. El adorador canta sus salmos como expresión sincera de gratitud a Dios.
Esas alabanzas no solo se articulan con la boca sino que se expresan con todo el cuerpo. El poeta se postra ante Dios, en dirección al Templo, que era la forma antigua de orientar las plegarias, y reconoce el poder del nombre divino, que representa su naturaleza santa y justa, su esencia más íntima y especial. Y en ese contexto de gratitud y reconocimiento, el poeta identifica las cualidades divinas que le inspiran y motivan: La misericordia y la fidelidad de Dios.
En efecto, las expresiones de gratitud y alabanzas, y el reconocimiento del nombre divino se basan en la capacidad divina de engrandecer su nombre. Ese engrandecimiento, es la forma figurada del poeta decir que Dios respondió a su clamor y que le brindó vigor y fortaleza a su alma, que equivale a la totalidad de su vida. El salmista articula sus alabanzas y gratitudes con su voz, su cuerpo y con la totalidad de su vida, pues reconoce la capacidad divina de intervención en crisis.
vv. 4–6—En la segunda sección del salmo, el poeta mueve el tema de las gratitudes y las alabanzas de los niveles individuales y personales a la dimensión nacional e internacional. Alaban al Señor en esta ocasión todos los reyes de la tierra, pues han escuchado los dichos, las enseñanzas, las órdenes, los mandamientos y las leyes de Dios.
Esos reyes, que a su vez representan a las naciones que dirigen, cantarán y alabarán la gloria extraordinaria de Dios, porque es grande y excelso. La gente poderosa de las naciones reconocerá, de acuerdo con el salmista, la grandeza divina. Y, sobre todo, las naciones y sus líderes entenderán que Dios, aunque es poderoso, se relaciona y atiende a las personas humildes. A la vez, el Señor, que es grande y excelso, repudia el orgullo, rechaza la prepotencia, y mira de lejos a las personas altivas.
vv. 7–8: La parte final del poema retoma los temas del inicio del salmo. El poeta habla nuevamente consigo mismo, y alude a nuevas manifestaciones de los problemas, e identifica la crisis con las acciones de personas enemigas. Dios lo salva de los ataques de enemigos y vivifica el salmista cuando está en medio de las angustias de la vida. La diestra del Señor, que alude a su poder y autoridad, está presta a venir a su socorro liberador en el instante oportuno.
Esa intervención salvadora de Dios tiene una finalidad específica y concreta: Cumplir el propósito divino en su vida. La esperanza del salmista es que Dios siempre se las arregla para manifestar su voluntad en su vida, pues su existencia no está a la merced de los enemigos ni su futuro está destinado al azar. Para el poeta, la voluntad divina se cumplirá en su vida, pues Dios es grande, poderoso y excelso, y su misericordia es eterna.
El clamor final del salmo es revelador. ¡No desampares la obra de tus manos! Se reconoce de esta forma que Dios tiene la capacidad de amparar a las personas, pues a última instancia, los seres humanos son criaturas de Dios, son hechura suya, son producto de su acción creadora.
Las gratitudes de este salmo tienen implicaciones universales. Son importantes no solo para los israelitas que en la antigüedad se presentaban ante Dios para articular sus expresiones de gratitud, sino superan los límites del tiempo hasta llegar a las comunidades contemporáneas.
En primer lugar, el salmista reconoce que es Dios el que tiene la capacidad, el deseo y el poder de responder a los clamores más hondos del alma humana. Es el Señor el que escucha el clamor de su pueblo, pues entre sus características más importantes están las siguientes: Dios es grande, glorioso, excelso y misericordioso. Y esas características divinas le permiten identificar a las personas humildes para afianzarlas, para apoyarlas, para bendecirlas, para liberarlas. Rechaza de esta forma el Señor a las personas soberbias y altaneras, pues esas no son características que distingan al Dios bíblico.
Esa fue la teología que vivió y predicó Jesús y sus discípulos. Al identificar a las personas humildes y necesitadas como la gente privilegiada en el reino, puso de manifiesto un nievo nivel pare la teología del salmo. El Señor vivió en medio de comunidades pobres y necesitadas, y se convirtió en la voz de los sectores sociales que no tenían voz en la Palestina del primer siglo. Inclusive, en el Sermón del Monte, donde presentó su programa misionero, separó una de esas bienaventuranzas para apoyar y bendecir a la gente pobre (Mt 5:3; Lc 6:20). En efecto, una de las características más importantes del ministerio del Señor Jesús fue el rechazo claro y directo a la gente altiva, para apoyar y afirmar de forma pública a las personas humildes y necesitadas de la comunidad.
SALMO 139: «OMNIPRESENCIA Y OMNISCIENCIA DEL SEÑOR»
El Salmo 139 es un cántico extraordinario de alabanzas y gratitudes a la sabiduría y al poder de Dios. El poema pone de manifiesto un sentido de reconocimiento divino y admiración, revela el asombro humano ante la capacidad divina, articula una actitud de aprecio al misterio de Dios. Para el poeta, ese conocimiento divino es demasiado maravilloso para ser comprendido adecuadamente por los seres humanos. El salmista declara abiertamente y afirma la omnipotencia y la omnisciencia de Dios, en contraposición a las limitaciones humanas. La pregunta implícita del salmista es en torno a quiénes son las personas ante la gran capacidad del poder de Dios.
Por el análisis de los temas expuesto, este poema se puede catalogar como un salmo sapiencial, pues desea descubrir y afirmar las características indispensables para vivir de forma plena y grata. Posiblemente este salmo formaba parte de algún tipo de currículo que incluía las enseñanzas básicas e indispensables para la vida. Su contexto inicial fue posiblemente el educativo, donde se transmitían de generación en generaciones las grandes verdades de la fe, que en este caso se asocian a la grandeza divina y la pequeñez humana.
Su autor debe haber sido una persona que ha experimentado las dificultades de la vida—¡quizá amenazado de muerte!—y articuló este poema que expresa la naturaleza poderosa y misteriosa de Dios. Posiblemente el salmo proviene de la época del retorno a Jerusalén, cuando el Templo volvió a convertirse en lugar de refugio para las personas perseguidas. El título hebreo del salmo lo relaciona al músico principal y lo identifica como un salmo de David (véase la Introducción).
La estructura literaria del salmo se pone de manifiesto al identificar los temas que se exponen.
• El conocimiento pleno del Señor: vv. 1–6
• El ser humano huye del conocimiento divino: vv. 7–12
• La entrega y las alabanzas humanas al Señor: vv. 13–18
• El clamor de justicia: vv. 19–22
• Reafirmación del conocimiento del Señor: vv. 23–24
vv. 1–6: Las afirmaciones iniciales de este poema tienen que ver con el conocimiento pleno que Dios tiene de las personas. El Dios bíblico conoce muy bien a la gente, pues las examina con cautela. Para el poeta, ese conocimiento es extraordinario y especial, que sobrepasa los límites de su comprensión.
Y para poder explicar bien la naturaleza y extensión de esa capacidad divina de conocimiento, el poeta utiliza una serie de imágenes en oposición que tratan de brindar una idea de totalidad. Las afirmaciones teológicas son las siguientes: Dios conoce el sentarse y el levantarse, y el andar y el reposo. Además, desde lejos entiende los pensamientos humanos, y también conoce todos los caminos de las personas, en referencia a sus decisiones y acciones. Inclusive, antes que pueda hablar, ya el Señor conoce la palabra y aún el pensamiento, pues la mano del Señor está sobre la humanidad. Ese tipo de conocimiento y sabiduría divina es extremadamente difícil de entender, pues no está al nivel de la inteligencia natural de la gente.
vv. 7–12: Ante tanta sabiduría divina, el ser humano intenta esconderse. La primera reacción del salmista, ante el descubrimiento del poder de Dios, es huir de la presencia divina pues reconoce su imperfección y pequeñez, y acepta su incapacidad de comprender esas características omniscientes del Señor. En un magnífico estilo literario y poético, el salmista imagina las huidas humanas del poder divino.
La gente, de acuerdo con el salmo, huye del espíritu divino, que alude al soplo de vida, y huye de su presencia. Y en ese viaje de huida al porvenir, intenta esconderse en los cielos y en el seol, para descubrir que hasta esas extremidades llega el Señor. Si viajara imaginativamente en las alas del alba y llegara a los extremos del mar, se sorprendería en ver que ya la presencia divina invade esos lugares. Inclusive, si tratara de esconderse en la penumbra, descubriría que ante Dios lo mismo son las tinieblas que la luz, pues no puede esconderse en el anonimato de la noche quien ha sido creado por el Señor que creó la luz (Gn 1:3). Ante las manifestaciones extraordinarias y únicas de un Dios omnipresente el ser humano no puede esconderse.
vv. 13–18: En esta ocasión el salmista reconoce su pequeñez y se presenta ante Dios con humildad. Alaba al Señor pues acepta su poder creador y reconoce que Dios le ha acompañado desde las etapas iniciales de gestación en el vientre de la madre, por todo el proceso de formación humana. Junto al reconocimiento de las dinámicas naturales necesarias para el desarrollo del embrión humano, la gente de fe entiende que Dios guía todos esos procesos para el desarrollo de la vida. La vida, entendida desde esta perspectiva, es producto de la acción del Señor (Job 10:8–11; Sal 119:73).
De pronto, el salmista descubre que el Señor, con sus ojos extraordinarios, vio su embrión; es decir: Dios conoce el fundamento y la base de su existencia humana. Y ese conocimiento divino le motiva a la alabanza, pues reconoce humildemente que las acciones del Señor son formidables y maravillosas. ¡Su alma lo sabe muy bien! Inclusive, el salmista alude al libro de la vida: En la antigüedad se pensaba Dios escribía las acciones y decisiones humanas en un libro (Sal 56:8; 69:28). En efecto, los pensamientos de Dios son extraordinarios, preciosos e infinitos.
vv. 19–22: Del ambiente grato y sobrio de reconocimiento y afirmación del poder y el conocimiento divino, el salmo pasa a una serie de declaraciones de rechazo a las personas impías, sanguinarias y enemigas. En esta ocasión, el poeta se mueve del reconocimiento de la omnipresencia y omnisciencia divina a las actitudes humanas de maldad, a las acciones que desatan la ira y el juicio de Dios.
El salmista declara con claridad que aborrece, desprecia y odia a los enemigos de Dios, que son formas figuradas de exponer su rechazo a las actitudes y acciones que están en contra de la voluntad de Dios. Los enemigos de Dios y del salmista son las personas que blasfeman, que es una manera de rechazar a la gente que toma en nombre del Señor en vano. El pecado de la blasfemia es particularmente importante pues es una actitud adversa directamente contra Dios.
vv. 23–24: La sección final del salmo retoma algunos de sus temas iniciales. El salmista, en respuesta a las acciones de la gente enemiga de Dios, y también fundamentado en el conocimiento divino, suplica al Señor que le examine, que evalúe su corazón, que analice su vida, que estudie sus actitudes y acciones. En efecto, el salmista se presenta ante un Dios todopoderoso con humildad, pues reconoce que no importa lo que diga o haga, el Señor lo conoce de manera perfecta.
La declaración final revela su humildad. Suplica a Dios que si por algún motivo se llegara a desviar del camino correcto y llegara a la perversidad, le pide al Señor que le dirija por los caminos de la perfección, que alude a la revelación divina en la antigüedad. Estos pensamientos finales del salmo revelan las preocupaciones básicas de las personas que eran acusadas injustamente.
La contribución teológica fundamental de este salmo se relaciona con la respuesta humilde del poeta al descubrir y reconocer la omnipotencia y omnisciencia del Señor. Ese reconocimiento pone de relieve una serie especial de características divinas que son necesarias para la articulación contextual del mensaje cristiano. La misión de la gente de fe, y la de sus diversos programas educativos, evangelísticos y sociales, se fundamenta en una teología sana y saludable que afirma el poder de Dios sobre todos los esfuerzos humanos.
Una vez que la gente reconoce esas características extraordinarias de Dios, entiende que no puede esconderse del Señor. Para el salmista, Dios tiene la capacidad y el deseo de encontrar a las personas en medio de sus realidades cotidianas. Inclusive, le encuentra aunque las personas estén en un viaje de huida para alejarse de la gracia de Dios. El salmista articula muy bien esa percepción teológica, pues describe la acción divina que llega a los extremos de las huidas humanas. ¡No hay lugar en el mundo lo suficientemente seguro o lejano como para esconder a las personas de Dios! ¡El conocimiento y el poder del Señor llegan a donde los hombres y las mujeres se escondan!
De acuerdo con el Evangelio de Juan, Jesús de Nazaret recibió de Dios ese particular conocimiento de las personas (Jn 1:47–50; 2:23–25). Su percepción de la gente fue un factor determinante y fundamental en el desarrollo de su ministerio, que intentaba responder de forma pertinente a las más hondas necesidades humanas. Según Juan, el Señor Jesús responde no solo a lo que los seres humanos tienen la capacidad de articular, sino identifica las necesidades más profundas para atenderlas con misericordia.
El diálogo del Señor con la mujer samaritana es un magnífico ejemplo de ese conocimiento particular (Jn 4:1–30). Según el particular relato, la mujer conversaba con el Señor en torno al cántaro del agua que era capaz de mitigar la sed humana. El Señor, por su parte, le hablaba de su necesidad más profunda, de sus clamores más hondos, de sus anhelos más intensos.
Jesús respondió a la necesidad de la mujer samaritana con el mensaje del agua de vida que mitiga la sed de eternidad, que sacia los deseos del agua de la vida. Ese tipo de agua solo la puede brindar una demostración concreta y maravillosa de la misericordia de Dios. Esa revelación divina hizo que aquella mujer cambiara el derrotero de su vida. ¡Se convirtió en una proclamadota de la verdad del reino representado por Jesús, el profeta y Mesías!
SALMO 140: «SÚPLICA DE PROTECCIÓN CONTRA LOS PERSEGUIDORES»
El Salmo 140 es una oración que reconoce y celebra la protección que le brinda el Señor de los diversos peligros que debe enfrentar la gente de fe en la vida. Es el clamor sentido y agradecido de un adorador que espera y confía en el auxilio divino. Particularmente agradece el poeta a Dios las intervenciones salvadoras en contraposición de la violencia y hostilidad de sus adversarios y enemigos. Fundamentado en esas convicciones y fe, el salmista asegura que el Señor lo salvará, gesto liberador que producirá contentamiento y felicidad en las personas que confían en la bondad y en el poder de Dios.
Este salmo comienza una particular serie de poemas que presentan diversas reacciones de las personas justas ante las tribulaciones, adversidades y crisis de la vida (Sal 140–143). Y, aunque cada salmo articula una respuesta diferente a los diversos problemas que se presentan, las similitudes de las palabras y los pensamientos que se incluyen delatan la correspondencia y relación entre los poemas (p.ej., Sal 140:2–4a y 141:1–4a; Sal 140:5 y 141:9, 10a y 142:3b; y Sal 140:6 y 142:5 y 143:10; 140:9 y 141:10; Sal 140:13a y 142:7b; 140:13b y 143:13b; Sal 142:3 y 143:4). Toda la sección se compone de oraciones, que ponen de manifiesto que la primera reacción humana ante las tribulaciones es llevarlas ante Dios.
El estudio de los temas elaborados en este poema revela que el Salmo 140 puede ser muy bien catalogado como uno de súplica individual. Su autor es un adorador que ha sentido los dolores y las angustias de la crisis, se ha visto amenazado de muerte, y ha vivido la crisis del ataque de gente violenta, injuriosa, soberbia, impía, deslenguada e injusta. El poeta revela sus sentimientos más profundos en el salmo, que posiblemente se utilizaba en los círculos sacerdotales como modelo para personas que vivían experiencias de dolor agónico y desesperanzas en la vida.
Como no se menciona el explícitamente el Templo, quizá el salmo proviene de la época exílica, cuando no estaban en funciones las ceremonias religiosas en el santuario de Jerusalén. Inclusive, es posible que el poeta perteneciera al grupo de campesinos que se veían heridos por la política errónea y opresiva de los terratenientes que no fueron deportados a Babilonia. El título hebreo del poema lo dedica claramente «al músico principal», además, indica que es un salmo de David (véase la Introducción).
La estructura literaria y temática del salmo se compone de dos oraciones, seguidas por dos afirmaciones teológicas:
• Clamores por liberación y protección: vv. 1–5
• Afirmación del cuidado divino: vv. 6–7
• Reconocimiento del Dios que escucha y responde a los clamores de su pueblo: vv. 8–11
• Afirmación del derecho de los necesitados: vv. 12–13
vv. 1–5: El salmo comienza con dos clamores intensos (vv. 1–3 y vv. 4–5), que son literaria y temáticamente parecidos. El salmista presenta sus peticiones ante Dios en forma imperativa, para revelar la urgencia e inmediatez de las necesidades. ¡El poeta desea y necesita recibir pronto alguna respuesta divina! La crisis que denuncian las oraciones delata con claridad la gravedad y la urgencia del caso. Además, las oraciones revelan e identifican algunas características de las personas que han generado los problemas: Hombres malos y violentos (v. 1) e impíos, injuriosos y soberbios (v. 4). Ambas peticiones finalizan con la expresión hebrea selah (vv. 3, 5; véase Introducción), que identifica el final de una estrofa y prepara el ambiente para alguna acción de la persona que ora.
En primer lugar, el poeta presenta la actitud y las acciones de las personas violentas y malvadas. Las imágenes son del mundo del campo, del ambiente rural. Los enemigos maquinan males y provocan contiendas, que el poeta describe simbólicamente como acciones venenosas de serpientes o víboras. El salmista se siente calumniado y perseguido por personas que intentan herirle y angustiarle.
Las imágenes para describir a la gente impía e injuriosa se relacionan con la caza y las trampas de animales. Son gente soberbia, hostil, traicionera, inmisericorde, agresiva y despiadada. En efecto, el poeta se siente en medio de una trampa mortal; en efecto, es un desafío que atenta contra su vida.
vv. 5–6: La afirmación teológica inicial del salmista responde a la crisis en que se encuentra. En medio de la adversidad y los problemas, afirma que el Señor es su Dios en el día de la batalla—en referencia no solo a la crisis inmediata sino también a sus intervenciones históricas—; y añade que el Señor escucha su ruego, pues es un salvador poderoso y potente. Esa acción de liberación de Dios es descrita como protección divina, es como si el Señor le hubiese cubierto la cabeza en la dificultad.
vv. 8–11: Luego de esa declaración teológica de confianza y seguridad, el salmista continúa su clamor. Su intensión clara es invocar la protección divina contra la violencia y maldad de sus adversarios. En esta ocasión su oración comienza con una petición a Dios para que no conceda la petición de sus enemigos; y, además, incluye una serie de imprecaciones hacia esas personas malvadas que se organizan para hacerle mal. El racional es que si el Señor concede el deseo de quienes intentan hacerle mal, no solo el salmista recibe el dolor de sus acciones sino que se ensoberbecen y enorgullecen de forma impropia e ingrata.
El deseo del salmista es que sus enemigos reciban las mismas maldades que preparan para hacerle mal. Esos deseos hacia sus enemigos se describen de forma gráfica: ¡Que caigan sobre ellos las brazas! ¡Que sean echados al fuego! ¡Y que caigan en abismos profundos! Las imágenes ponen de manifiesto la respuesta del salmista ante las maquinaciones de sus enemigos. Ese tipo de persona, deslenguada e injusta, no debe tener espacio en la tierra.
vv. 12–13: La afirmación final del salmo nueve el tema de la respuesta divina en la crisis de la dimensión personal e individual a la colectiva y pública. El salmista está profundamente convencido de que el Señor no solo responderá a su clamor personal sino que pondrá de manifiesto su poder a favor de la gente necesitada y afligida. Y como respuesta a esa intervención divina salvadora, las personas justas y la gente recta le alabarán y morarán en su presencia. En efecto, el salmista reconoce el poder liberador del Señor no solo a niveles personales sino en sus dimensiones nacionales. La última palabra de Dios para la gente en necesidad es de liberación y esperanza, es de salud y bienestar, es de misericordia y paz.
Entre las enseñanzas básicas de este salmo, se pueden identificar claramente las siguientes: En medio de las más agudas pruebas y adversidades de la vida, el creyente debe mantener su sentido de confianza y esperanza en el Señor; además, esa confianza plena se pone claramente de manifiesto en expresiones de fe y seguridad, en declaraciones firmes y decididas de protección divina en medio de los problemas y conflictos.
En interesante notar que aunque el salmista describe las dificultades y los ataques de sus enemigos de forma gráfica y vibrante, sus respuestas a la crisis fueron declaraciones de confianza y seguridad, que comenzaron a nivel individual pero concluyen en forma de apoyo general hacia las personas justas que padecen persecuciones en la vida. El salmista se siente perseguido injustamente, su única fuente de esperanza segura es la justicia divina, a la que acude con seguridad y confianza.
La teología de este salmo es la que se desprende claramente de las narraciones de la liberación de Egipto. Un Dios libertador no puede estar tranquilo si su pueblo está cautivo. Y ante el clamor de una comunidad en necesidad, el Señor responde con acciones de liberación que ponen claramente de manifiesto la naturaleza de su poder y su compromiso con la gente en cautiverio y necesidad.
Esa capacidad de responder con liberación y bienestar al clamor de las personas que experimentan las adversidades y los problemas agudos en la vida, es lo que caracterizó la vida y describió la obra ingente de Jesús de Nazaret. El Señor Jesús separó tiempo de calidad para atender los reclamos de personas indigentes, y respondió a las necesidades de gente enferma, marginada, cautiva, endemoniada y desesperada de su sociedad. Y en esas respuestas liberadoras, puso de relieve la voluntad de Dios y reveló la gloria divina.
SALMO 141: «ORACIÓN A FIN DE SER GUARDADO DEL MAL»
El Salmo 141 presenta la oración y súplica sentida de una persona que se allega ante Dios con humildad, pues se siente seriamente amenazada por gente malvada que desea y procura su mal. El poeta le pide a Dios las fuerzas necesarias y la sabiduría requerida para resistir y superar las seducciones y tentaciones que le presentan sus adversarios. En medio de su angustia y prueba, el salmista siente el peligro de sucumbir ante los desafíos de las personas inescrupulosas, que le dan malos consejos y le invitan a incorporarse en sus celebraciones impías, que es una forma disimulada y ceremonial de aceptar sus actitudes y aprobar sus conductas. En efecto, este salmo es un buen modelo y ejemplo para las personas que desear resistir y superar las grandes provocaciones y tentaciones en la vida.
Una lectura detallada del poema nos mueve a catalogarlo como un salmo de súplica individual. Una persona necesitada se presenta ante el Señor, en medio de sus quebrantos y dificultades, para solicitar apoyo, fortaleza, poder y sabiduría. El salmo consiste de una serie de siete peticiones que delatan las preocupaciones fundamentales del poeta, y también revelan la extensión y naturaleza de la crisis.
La oración pone en evidencia la existencia de dos grupos en conflicto: La gente malhechora y malvada, y las personas humildes y piadosas, con las que el salmista se identifica. Aunque los temas expuestos son universales, la confrontación entre los grupos que rodean al salmista puede ser una indicación que su composición es postexílica. Durante esa época se desarrollaron en Jerusalén algunas diferencias en torno a las diversas alternativas de la restauración de la ciudad y del Templo. Quizá este poema revela algunas de esas dinámicas de conflicto. Su autor es parte de ese grupo de gente fiel que no cedió ente la tentación de aceptar las proposiciones de personas poderosas que no representaban los valores que deben distinguir a la gente de fe. Posiblemente este poema pasó a formar parte del Salterio porque revela esas actitudes valerosas de las personas fieles a Dios; con el tiempo, este salmo se incorporó en los programas educativos que se llevaban a efecto en el Templo renovado. El título hebreo del salmo lo relaciona con David (véase la Introducción).
La estructura literaria del salmo se pone de relieve al identificar los grandes temas que expone:
• Invocación a Dios, petición de ayuda urgente: vv. 1–2
• Súplica a Dios para que cuide su boca, labios y corazón, y le evite hacer cosas malas: vv. 3–7
• Oración de esperanza y seguridad: vv. 8–10
vv. 1–2: La primera sección del poema pone de manifiesto la urgencia del clamor y la intensidad de la plegaria. Comienzan rápidamente las siete peticiones intensas del salmista: Apresúrate a venir (1), escucha mi voz (v. 1), pon guarda a mi boca (v. 3), guarda la puerta de mis labios (v. 3), no dejes que se incline mi corazón a cosa mala (v. 4), no desampares mi alma (v. 8), y guárdame de los lazos que me han tendido (v. 9). En efecto, la necesidad intensa del poeta se pone de relieve en la serie de peticiones de socorro, ayuda y apoyo.
El salmista clama al Señor y pide que su oración llegue a la presencia divina como el incienso, que Dios reciba el don de sus manos como la ofrenda de la tarde. Las imágenes presuponen las actividades del Templo, pues el incienso formaba parte de las ceremonias religiosas de los sacrificios que se presentaban a diversas horas del día (véase Lv 2:1–2, 15–16; 5:11; 6:15; y también Ap 5:8), en este caso se alude a las ceremonias de la tarde. «El don de las manos» es posiblemente una expresión figurada que alude al acto de levantar las manos, que era un gesto litúrgico que frecuentemente estaba acompañado de las oraciones.
vv. 3–7: Una nueva súplica se inicia en esta sección. El salmista continúa con la urgencia de su clamor, sin embargo, en esta ocasión su petición está relacionada con sus necesidades, con sus debilidades, y con el reconocimiento de su condición. No desea claudicar en sus valores, ni desea sucumbir ante los desafíos. Su petición a Dios es que le guarde su boca y sus labios, en referencia a su hablar; en efecto, en alusión a sus respuestas ante los problemas que debía enfrentar.
El salmista no desea que su corazón o sus decisiones se desorienten hacia el mal o que acepten la impiedad como estilo de vida normal. ¡No desea compartir los deleites que disfruta la gente malvada! ¡Comer junto a esas personas injustas es aprobar su comportamiento! ¡No quería el salmista ser cómplice de las acciones impropias de la gente impía!
Y en su oración, de forma humilde y sincera, el salmista reconoce que la gente justa lo puede reprender, pues aceptaría gustoso esa corrección. Sin embargo, el poeta se resiste en aceptar la unción de los impíos, pues ese gesto simbólico, que debería representar la selección y comisión a alguna labor significativa en la vida, no se fundamenta en estilos de vida sobrios, nobles, santos y justos.
El deseo explícito del salmista es estar continuamente en contra de la maldad. Y en referencia a ese rechazo claro y firme a la injusticia, se añade una maldición hacia los jueces malvados, que permiten el dolor de la gente humilde. Los versículos 5–7 son de difícil comprensión y traducción, seguimos en este comentario la lectura de Reina-Valera 1995.
vv. 8–10: La tercera sección continúa el ambiente de súplica y necesidad. Su oración, sin embargo, se orienta hacia la confianza y seguridad que le brinda el Señor. Su mirada está firmemente puesta en la presencia divina, que le permite esperar apoyo a su alma, en referencia a la protección de su vida.
Solicita el poeta, además, que el Señor le guarde de los lazos y las trampas que le han tendido sus enemigos. Además, le pide a Dios que sus enemigos caigan en las mismas trampas, redes y traiciones que han preparado en su contra. Las imágenes son de caza, pues el propósito es poner de manifiesto la gravedad de la persecución, y subrayar las adversidades que le rodean. Ese es un claro clamor de justicia, en una sociedad que entendía que las personas debían recibir los resultados nobles o adversos de sus acciones, según sea el caso.
Este es un salmo que presenta la realidad humana de forma gráfica y cruda. El poeta reconoce humildemente que las tentaciones y presiones en la vida pueden afectar adversamente la integridad de las personas. Y como respuesta a esa posibilidad de claudicación, el salmista se presenta ante Dios para que le brinde al poder necesario y la autoridad pertinente para superar esas tentaciones y presiones. Su objetivo definido es tener la ayuda divina para nunca sucumbir ante las presiones de la gente malvada que le seduce sutilmente a obviar sus valores éticos y principios morales. El salmista dice con claridad que no aceptará esas invitaciones aparentemente inocentes, que conllevan de forma implícita aceptar la impiedad como adecuada y correcta.
El gran tema del salmo se relaciona con la idea de mantener la integridad en la vida. De acuerdo con el poeta, las manos y los ojos hacia Dios; la boca y el corazón en contra del mal; y la cabeza, sin unciones humanas traicioneras y cómplices, pero con integridad y valor. La gran petición del poema es solicitar la ayuda divina en un momento de gran dificultad y posible confusión ética, para mantener los siguientes valores, que son indispensables para llevar a efecto una vida honesta, digna y honrada: p.ej., santidad, firmeza, seguridad, verticalidad, nobleza e integridad.
Ese modelo de integridad moral es el gran ejemplo y modelo que le brindó a las iglesias, los creyentes y la humanidad la vida y la obra de Jesús de Nazaret. De acuerdo con los evangelios, Jesús vivió a la altura de los valores que articuló en sus enseñanzas. ¡Había una estrecha correspondencia entre sus discursos y sus acciones del Señor! No había distancia entre los valores que dieron orientación a sus mensajes y discursos, y sus acciones que respondieron a las necesidades más hondas e íntimas de la gente en necesidad.
Ese legado teológico y práctico del Señor no puede ignorarse en la vida, particularmente en momentos cuando los valores éticos y la moralidad se han relativizado. El ejemplo de Jesús, en efecto, nos brinda un estilo de vida que desea afirmar, sobre todo, que solo sabe morir la gente que previamente ha sabido vivir; y que la gente que sabe vivir, llega a las puertas de la muerte con integridad, justicia, paz, confianza, valor, amor, honradez, nobleza, autoridad, seguridad y esperanza.
SALMO 142: «PETICIÓN DE AYUDA EN MEDIO DE LA PRUEBA»
El Salmo 142 presenta la oración sincera de una persona que se allega ante Dios abatido por el sufrimiento y herido por la angustia. El poeta se siente desprovisto de todo tipo de ayuda y apoyo, y cuando siente los niveles más intensos e inmisericordes de la soledad, levanta esta plegaria intensa al Señor, que es la fuente mayor de su esperanza y seguridad. Como no tiene quien lo defienda y apoye, el salmista se dirige al Dios que tiene la capacidad y el deseo de responder a sus clamores más hondos, a sus necesidades más intensas. Y aunque siente los embates más agudos de la soledad, el poeta manifiesta una confianza sobria y saludable en el Señor.
La lectura del poema revela que este salmo se puede catalogar como uno de súplica individual. Esta oración es un lamento personal que solicita la intervención divina en medio de la adversidad y la soledad. El autor es una persona piadosa que en medio de una crisis complicada en la vida, en la que se siente hasta prisionero, reconoce que su esperanza está en Dios. Quizá este salmo es parte del catálogo de poemas que se utilizaba en el período de la restauración de la ciudad de Jerusalén y del Templo para ayudar a las personas que pasaban dificultades especiales y llegaban al santuario para presentar sus oraciones al Señor.
Aunque los temas expuestos en el salmo tienen alguna dimensión universal característica de problemas generales, es posible que este poema se haya compuesto luego del destierro en Babilonia. Esa fecha postexílica puede revelarse en las siguientes referencias, que pueden muy bien relacionarse con el período de la deportación: La falta de refugio (v. 4), que no hay quien cuide su vida (v. 4), su porción es el Señor (v. 5), y se siente en la cárcel (v. 7). El título hebreo indica que es un «maskil» de David, y alude a un particular episodio en la vida de David, cuando se escondió en una cueva porque estaba perseguido por Saúl (1 S 22–24); el Salmo 57 menciona una situación similar en la vida del famoso monarca de Israel.
Una posible estructura literaria y temática del salmo es la siguiente:
• Clamor que suplica la misericordia divina: vv. 1–4
• Clamor que implora la liberación del salmista: vv. 5–7
vv. 1–4: El salmo comienza con el clamor intenso y agudo del salmista. En su oración suplica la misericordia divina; y desea exponer su queja y lamente ante la presencia del Señor. Las palabras que usa el poeta para poner de relieve su condición revelan la naturaleza y profundidad de la crisis: Queja y angustia.
Sin embargo, aunque siente el peso del dolor y se percata de la complejidad de las preocupaciones que le abaten, cuando su espíritu se angustiaba—p.ej., en referencia a la gravedad del problema—, el poeta reconoce que el Señor conocía su senda, que es una referencia a la capacidad divina de conocer y entender las diversas condiciones y preocupaciones humanas. Inclusive, en ese camino que andaba el salmista, le tendieron lazos y trampas, en clara alusión a las persecuciones y traiciones de las que era objeto continuamente.
En su clamor, el poeta le pide humildemente a Dios que le mire y se percate que no hay quien desee entender su condición: ¡No hay persona alguna que comprenda su situación! ¡No hay gente que reconozca la naturaleza de su soledad! Y añade, que no tiene refugio ni quien le proteja, que son manifestaciones existenciales de su crisis y adversidad.
vv. 5–7: La segunda sección del salmo incluye otro clamor hondo y sentido. En esta ocasión, sin embargo, el tema no es la crisis que se relaciona con la soledad sino la afirmación de su esperanza que está puesta en el Señor. El salmista clama decidido a la fuente de su seguridad, al fundamento de su confianza. El Señor, para el poeta, es su «porción en la tierra de los vivientes», que es una frase que alude a la herencia que tienen los creyentes en la vida. La palabra «porción» generalmente alude a la tierra prometida como regalo divino al pueblo de Israel.
El salmista continúa su clamor por liberación, pues aunque reconoce la intervención salvadora de Dios, se siente afligido por la persecución de sus adversarios y enemigos, que nos más fuertes que él, han demostrado más poder del que él tiene. Su petición es que Dios saque su alma de la cárcel, que es una forma gráfica de articular la gravedad de su condición y naturaleza de su crisis. Ese acto de revelación y salvación del Señor hará que recobre las fuerzas pertinentes para continuar sus alabanzas al nombre del Señor, que en este contexto es una clara alusión poética a su esencia y naturaleza liberadora.
La línea final del salmo pone claramente de relieve el tema de la felicidad, el asunto de la alegría. El resultado inmediato de la liberación divina, que genera en el salmista el poder para proyectarse al porvenir con fuerza en la vida, hará que la gente justa se contente y alegre. En efecto, las intervenciones salvadoras del Señor, las que rompen las cadenas y superan el cautiverio del salmista, generan y propician la felicidad de la comunidad de creyentes y fieles (Sal 64:10).
Este salmo presenta de forma gráfica las angustias relacionadas con la soledad. El salmista se siente solo en medio de una serie de persecuciones mortales. Y de experimentar la soledad angustiante, afirma que su refugio es el Señor. El poeta revela con seguridad y confianza su peregrinar en la vida: Del dolor a la esperanza, de la angustia a la confianza, de la persecución a la liberación, del cautiverio a la alabanza, de la cárcel a la alegría. En efecto, este es un magnífico salmo que revela la transformación del espíritu humano, cuando recibe el toque divino.
La lectura de este salmo es particularmente apropiada en medio de la sociedad contemporánea, catalogada comúnmente como posmoderna. Esta sociedad, llena de luces y entretenimientos, que además tiene muchas ciudades y comunidades con sobrepoblación, también es el entorno de la soledad y el cautiverio que hiere individuos, familias, pueblos, naciones y continentes.
Respecto a este importante tema teológico y existencial, es importante señalar que la soledad contemporánea clama por manifestaciones concretas y específicas de la misericordia divina. En efecto, la soledad que ofende mortalmente al mundo necesita ministerios de solidaridad que sustituyan el individualismo rampante por el compañerismo misericordioso. Uno de los reclamos más importantes y urgentes de las sociedades actuales es que los creyentes y las iglesias pongan de manifiesto el amor extraordinario que se destila de las Escrituras, y que se convierte en el distintivo fundamental de los creyentes, en la consigna de la gente de fe.
La teología de Jesús de Nazaret estafa basada ese tipo de la revelación divina y en demostraciones concretas y reales de la misericordia y la solidaridad. Ante los clamores indecibles de la gente en necesidad y dolor, el Señor respondió con una palabra de sabiduría, acudió con un mensaje de esperanza, se manifestó con un toque de sanidad, y afirmó una expresión de liberación. No se quedó el Señor como un espectador pasivo de los clamores humanos, sino que intervino de forma salvadora para poner de manifiesto el poder transformador del amor y el perdón.
SALMO 143: «SÚPLICA DE LIBERACIÓN Y DIRECCIÓN»
El Salmo 143 es el séptimo y último de los poemas conocidos como de arrepentimiento o «penitenciales» (Sal 6; 32; 38; 51; 102; 130), y finaliza este pequeña sección de oraciones y peticiones individuales en momentos de adversidad personal o tiempos de prueba (Sal 140–143). El poeta presenta el clímax de su dolor, el límite de su problema. Siente que ya está metafóricamente sepultado, pues la posibilidad de la muerte no es lejana ni remota. ¡El salmista siente que no puede soportar más dolor y que no puede resistir más angustia! Sin embargo, mientras más fuerte el problema y la prueba, más profunda es su fe y su esperanza en Dios. La oración ferviente del salmista se hace realidad en medio de las adversidades de la vida, en los momentos de crisis extrema.
La identificación de los temas expuestos en el poema revela que este salmo puede catalogarse como uno de súplica individual. El autor del poema es una persona humilde y necesitada que se presenta ante Dios en medio de la adversidad para implorar la justicia divina. Como las imágenes que se articulan en el salmo provienen de los círculos judiciales, el posible que el contexto original del poema es el clamor de una persona que, luego de reconocer sus faltas, pecados y violaciones, llega ante Dios para que, en su justicia, manifieste su misericordia. Quizá este poema formaba parte de las oraciones que se hacían en el período luego del retorno de Babilonia. La gente que adoraba reconocía sus pecados individuales—que representaban las iniquidades nacionales—que propiciaron el juicio divino del destierro. El título hebreo del poema lo identifica claramente como un salmo de David (véase la Introducción).
La estructura literaria y temática del salmo que puede ayudarnos a su análisis y comprensión, es la siguiente:
• Clamor por la justicia divina: vv. 1–6
• Clamor por la misericordia del Señor: vv. 7–12
vv. 1–6: El salmo comienza con un sentido de urgencia, con un ambiente de necesidad profunda, con una dinámica de clamor. El salmista le pide directamente al Señor que escuche su oración y ruegos, que responda a su clamor. El fundamento básico de esa petición no son los propios méritos del salmista sino la verdad y la justicia divina, que identifican claramente dos de los atributos de Dios más importantes. Reconoce el salmista en su oración que no puede llegar ante la presencia divina fundamentado en sus virtudes, pues ante el tribunal del Señor ningún ser humano se puede defender adecuadamente ni tampoco justificar su causa.
Se presenta entonces la crisis del poeta: El enemigo ha perseguido su alma, que es una forma de magnificar las dificultades que sus adversarios le infieren. Siente en su dolor que su vida está postrada, que está en tinieblas como las personas fallecidas, su espíritu está angustiado y su corazón desolado. En efecto, las imágenes son de crisis profunda, de adversidad extraordinaria, de dificultad formidable.
Para responder a esas realidades angustiantes de dolor intenso y adversidad continua, el poeta afirma que se acordó de los días antiguos, y que meditaba y reflexionaba en las obras de Dios. Y fundamentado en ese análisis de las intervenciones históricas del Señor en favor de su pueblo, «extendió sus manos», que era una señal de oración, adoración y humildad, símbolo de reconocimiento divino y confianza. Además, afirma el poeta que su alma, que es una referencia poética a la totalidad de su vida, espera la manifestación del Señor como la tierra sedienta y árida espera el agua, elemento indispensable para la fertilidad y fecundidad, símbolos insustituibles de la vida. La estrofa finaliza con la expresión hebrea selah (véase la Introducción).
vv. 7–12: La segunda parte del salmo continúa el ambiente de súplica y oración del poema. El clamor en esta ocasión es para que el Señor responda pronto a la petición, pues el salmista se ha desanimado; la crisis ha llegado a niveles tales que su espíritu desmaya, que es una forma figurada de representar su desánimo. La urgencia de la plegaria se fundamenta en la debilidad del salmista. Su deseo es que el Señor no esconda su rostro, pues se convertiría en una persona semejante a los que descienden a la sepultura, que equivale a morir. La referencia a que Dios no esconda su rostro, es una manera de indicar que no desea que se aleje la presencia divina de su vida.
La petición del salmista es decidida, clara y firme: Quiere oír de mañana la misericordia divina (v. 8); quiere saber el camino por donde transita (v. 8); quiere ser librado de sus enemigos (v. 9); quiere ser educado para hacer la voluntad divina (v. 10); y quiere que el buen espíritu del Señor le guíe (v. 10). En efecto, esas peticiones ponen de manifiesto la piedad del salmista y revelan la profundidad de su espiritualidad. Sus clamores se relacionan con el descubrimiento de la voluntad del Señor que le permite disfrutar la misericordia divina. Son clamores que manifiestan confianza, seguridad, esperanza, fortaleza, orientación y rectitud. Son plegarias que revelan la integridad del poeta.
Para finalizar, el salmista presenta tres afirmaciones teológicas fundamentales para su bienestar emocional y salud espiritual. Por el nombre divino el Señor le dará vida; por su justicia lo sacará de la angustia; y por su misericordia disipará sus enemigos y destruirá a sus adversarios. En decir, que el salmista ancla su esperanza en su percepción de Dios, que es justo y misericordioso; además, basa su confianza en el nombre divino, que representa su esencia liberadora, su naturaleza salvadora, su compromiso redentor.
La palabra final del salmo ubica al salmista en una especial relación con Dios: El poeta que clama es siervo del Señor, que es una manera de destacar la intimidad y la correspondencia divina y humana. Ese reconocimiento de humildad y servidumbre alude a su deseo honesto de reconocer la autoridad y la voluntad divina. El salmista de esta forma se une a la importante tradición de siervos del Señor en las Escrituras, entre los que podemos identificar y subrayar al Siervo del Señor en el libro del profeta Isaías (Is 42:1–9; 49:1–6; 50:4–9; 52:13–53:12), que representa la encarnación óptima de la voluntad de Dios, aunque tuvo que vivir una serie extensa y compleja de experiencias de dolor y sufrimiento extraordinarios.
Este salmo pone de manifiesto la petición y el clamor de una persona que adora, que reconoce humildemente su condición y se presenta ante el Señor para suplicar su misericordia y para esperar su justicia. Revela la importancia del clamor y la necesidad del reconocimiento de las debilidades personales. El salmista no fundamenta sus argumentos en alguna virtud humana sino en la naturaleza divina que es capaz de responder la oración con manifestaciones de vida, seguridad y triunfo.
De particular importancia es la relación del poeta con la imagen de siervo del Señor. Esa referencia ubica el salmo en una tradición teológica especial que lo une a la figura de Jesús de Nazaret, que para la iglesia cristiana es el Siervo del Señor por excelencia. La figura del Siervo del Señor, que es «varón de dolores, experimentado en quebrantos» (Is 53:3), revela el compromiso divino de responder al clamor de la persona justa que sufre. Esa imagen del Siervo pone de manifiesto uno de los compromisos más importantes de Dios con la humanidad: Cuando alguien sufre injustamente, Dios no permanece pasivo y silente, sino que responde con justicia y misericordia. Y esas manifestaciones divina tienen el extraordinario poder de la resurrección.
SALMO 144: «ORACIÓN PIDIENDO SOCORRO Y PROSPERIDAD»
El Salmo 144, que contiene un fuerte tono militar, incluye la oración de un rey que suplica la victoria y liberación de sus enemigos; además, incorpora una plegaria nacional por prosperidad y abundancia. El poeta fundamenta sus peticiones en que la nación cuyo Dios es el Señor es esencialmente feliz y bienaventurada. Los temas que se exponen, aunque pueden herir las susceptibilidades espirituales de la gente contemporánea amante de la paz, revelan la percepción antigua de que la guerra era una forma adecuada de procurar la justicia. El salmista alaba y bendice al Señor pues reconoce que solo Dios es el fundamento estable y firme de la paz; en efecto, el Señor es el único capaz de brindarle al pueblo sentido claro de esperanza y seguridad.
La lectura cuidadosa del poema descubre que su unidad literaria y temática se relaciona con la figura del rey, y por esa razón este salmo debe ser catalogado principalmente como uno real. Sin embargo, el lector o la lectora que se acerca con detenimiento al poema, también descubre que contiene rasgos típicos de otros tipos de salmos: p.ej., de acción de gracias o de confianza individual (vv. 1–2), sapienciales (vv. 3–4, 15), y de súplica individual (vv. 5–7, 10b–11). Su autor debe haber sido un israelita piadoso que se presenta ante Dios en representación del monarca—¡o pudiera ser el mismo rey!—para implorar su ayuda en un momento de gran crisis nacional.
Las referencias al rey ubican la composición del poema en la era monárquica, antes del destierro en Babilonia. Quizá su contexto inicial básico eran las plegarias que se hacían en el Templo en momentos de peligros mortales de la nación, posiblemente cuando enfrentaban las amenazas de naciones enemigas, y existía la posibilidad real de guerra. El rey se allegaba ante Dios no solo para hacer estas oraciones de forma individual sino en representación del pueblo. Su título hebreo lo asocia directamente con David (véase la Introducción).
La estructura literaria y temática del salmo puede ser la siguiente:
• Clamor a Dios por la victoria militar: vv. 1–11
* Expresión de confianza: vv. 1–2
* Contraste divino-humano: vv. 3–4
* Súplica por la intervención divina: vv. 5–8, 10b–11
* Cántico nuevo al Señor: vv. 9–10a
• Clamor por la prosperidad nacional: vv. 12–15
vv. 1–2: El salmo comienza con una clara y viva expresión de seguridad y fortaleza. El poeta confía serenamente en el Dios que prepara a su pueblo para la guerra. En este contexto literario, el Señor es misericordia, castillo, fortaleza, libertador y escudo, imágenes que ponen de manifiesto el ambiente bélico, revelan las percepciones militares del salmista. Su esperanza esta depositada en ese Dios, a quien también conoce como roca, para ilustrar su fundamento estable y fuerte, y que le permite gobernar a su pueblo, pues lo sujeta debajo de él.
Esta primera sección del salmo revela el uso de una serie de ideas y conceptos que ya se habían articulado en otros salmos (Sal 18:34, 46; 18:2). El uso de estas imágenes bélicas, además, puede ser una indicación de que los problemas y las adversidades del salmista se relacionan con algún tipo de amenaza militar.
vv. 3–4: El poeta se mueve de las afirmaciones teológicas en torno al Dios que es fuente de esperanza, a la reflexión sapiencial que evalúa la naturaleza humana. En contraposición al Dios que es firme y estable como una roca, y que es capaz de infundir aliento y esperanza, pues manifiesta su misericordia y poder en medio de las batallas como castillo, fortaleza, escudo y libertador, se presenta la imagen de la precariedad humana. Las personas son como el soplo y la sombra; es decir, pasan rápidamente por la vida, no dejan rastros permanentes, no son estables ni firmes. En efecto, la vida humana es frágil y limitada, el poder divino es fuerte y poderoso.
Estos versículos provienen de una serie meditaciones sapienciales que ya aparecen en el Salterio (Sal 8:4; y véase también Job 7:17–18). El salmista las utiliza nuevamente para destacar las limitaciones humanas aunque se trate de un monarca, aunque la alusión sea al rey. De esta forma el poeta el salmo enfatiza el poder divino necesario para enfrentar la vida y sus conflictos, hasta en los niveles más altos de la sociedad.
vv. 5–8, 11: En esta sección se incluye el clamor del salmista. Su oración es para que Dios incline los cielos y descienda. Solicita una intervención divina extraordinaria; pide al Señor una nueva manifestación especial de su poder; y clama por una teofanía novel que ponga claramente de manifiesto su naturaleza militar, su poder redentor, sus virtudes liberadoras, como en los días de antaño. Las imágenes de esa intervención son las siguientes: Los montes humean al toque de su mano, y los relámpagos y las saetas del Señor hacen que los enemigos se dispersen y desorienten. En efecto, el poeta clama por la redención divina, que equivale a sacarlo y protegerlo de las manos enemigas, descritas como extrañas, y que lo amenazan como si fueran una gran inundación.
Se incorpora en esta parte del salmo una especie de estribillo (vv. 8, 11b) que describe la actitud de los enemigos del salmista. La característica fundamental de sus adversarios es que son mentirosos. Esos enemigos, que son identificados dos veces como gente extraña (vv. 7, 11), le atacan con mentiras. Y ante la violencia relacionada con la falsedad y la injusticia, el salmista clama por liberación y rescate. Solo el poder divino puede salvar al salmista de sus crisis, únicamente la intervención del Señor puede rescatarlo de su adversidad.
La referencia a la «diestra de mentira» puede ser una referencia al saludo de mano que solían darse los monarcas luego de establecer algún pacto en la antigüedad. El salmista no confía en ese tipo de saludo que se fundamenta en el engaño y la maldad. Ese tipo de alianza engañosa no puede ser el fundamento de una paz duradera.
vv. 9–10: El salmo prosigue con una promesa de alabanzas y cánticos, que describe como nuevos. El poeta, en claro anticipo a la salvación que espera del Señor, reconoce el poder divino que la da la victoria a los reyes. Sus cánticos se entonan con instrumentos musicales, salterio y decacordio, para destacar que no lo hace solo sino que incorpora al pueblo y sus músicos en esa expresión de gratitud.
La referencia al rescate de David, que describe como siervo de Dios, es simbólica. El poeta se siente parte de esa tradición, quizá clama al Señor en representación de la dinastía davídica.
vv. 12–15: El salmo culmina con una serie de deseos de prosperidad. El poeta cambia el ambiente de su oración de la preocupación en la crisis militar a los deseos de prosperidad nacional. Las imágenes describen su esperanza: Los hijos deben ser como plantas fuertes y hermosas; las hijas, como piezas de arte en el palacio; los graneros deben estar llenos; los ganados que se multipliquen mucho; y los bueyes fuertes para el trabajo. En ese ambiente de fertilidad y fecundidad, el salmista pide además, seguridad nacional: Pide que no hayan asaltos ni gritos de alarma en las plazas.
La idea del clamor es clara: El salmista desea que el ambiente de crisis y de guerra sea transformado en dinámicas de paz, seguridad y prosperidad. Además, reconoce con valor y seguridad que el pueblo que disfruta ese tipo de ambiente de confianza es feliz, dichoso y bienaventurado. Y añade: ¡Bienaventurado es el pueblo cuyo Dios es el Señor! De esta forma el salmo se complementa: Comienza con una bendición y finaliza con una bienaventuranza.
Este salmo pone de relieve varios asuntos de gran importancia teológica para su comprensión y aplicación. La persona que clama en la crisis bélica es el rey o su representante. Para el salmista la oración que es escuchada por el Señor no solo proviene de las asambleas o las multitudes sino de los individuos, en este caso del monarca, de las autoridades nacionales, de los líderes políticos. En medio de la crisis se requiere la humillación de todos los sectores del pueblo para propiciar la intervención liberadora de Dios.
Esta oración revela las dinámicas traicioneras de las alianzas y los pactos humanos. El salmo pone en clara evidencia que las alianzas o pactos que se fundamentan en las mentiras o los engaños no constituyen el fundamento estable y firme para la paz nacional ni para la seguridad personal. El salmista no confía en el intercambio superficial o traicionero de saludos, pues no propician la prosperidad nacional.
Un componente teológico de gran importancia del salmo se relaciona con sus ideas finales. De acuerdo con el poeta, los pueblos son bienaventurados si tienen al Señor como Dios, pues esa relación es la que trae paz y prosperidad a las naciones y a las personas. La bienaventuranza que completa la enseñanza del salmo destaca la importancia la presencia divina para el disfrute pleno de la vida.
Esa lección del salmo en torno a la felicidad verdadera fue una de las grandes enseñanzas de Jesús. Para el Señor, la felicidad no se relaciona con el tener o comprar, ni tampoco con las manifestaciones del poder político y las demostraciones militares, sino con lo que las personas esencialmente eran. En el mensaje que presenta el corazón de sus doctrinas y en el sermón que articuló la plataforma básica de su movimiento (Mt 5:3–12), Jesús indicó con claridad y firmeza que la gente dichosa es pobre en espíritu, llora y es mansa; las personas felices recibirán la tierra por heredad, y tienen hambre y sed de justicia; las personas bienaventuradas son misericordiosas, pacificadoras y de limpio corazón. Indicó, además, sobre este mismo tema, que ese tipo de felicidad plena no disminuye ni se ausenta en medio de las persecuciones injustas, ni cuando insulten, persigan o calumnien a la gente de fe.
SALMO 145: «ALABANZA POR LA BONDAD Y EL PODER DE DIOS»
El Salmo 145 es una especie de transición que mueve la previa sección de poemas relacionados con David (Sal 138–145), con los salmos que prosiguen conocidos como los aleluyáticos (Sal 146–150), con los que concluye el Salterio. El poema es esencialmente una manifestación gozosa de alabanzas y gratitudes al Señor por su grandeza y bondad. En su oración, el poeta bendice y exalta al Dios del universo, a la vez que lo reconoce con intimidad como su rey, por sus atributos especiales de justicia y poder, a la vez que afirma su compasión y misericordia.
La característica literaria más importante de este salmo es que está dispuesto en un estilo acróstico, en las que cada versículo comienza con las letras sucesivas y en orden del alefato hebreo—en el manuscrito que utilizaron algunas versiones castellanas de la Biblia, como Reina-Valera, falta el versículo relacionado con la letra nun, que aparece en la traducción griega de los LXX—. Otros salmos que manifiestan esta particularidad estilística, son los siguientes: Salmo 9–10; 25; 34; 37; 111–112; 119.
Por los diversos temas que expone, este poema se puede catalogar muy bien como un himno de alabanzas al Señor. La no mención del rey de Israel en el poema, puede revelar que se escribió luego del período del destierro, cuando la monarquía no tenía funciones reales en la vida del pueblo. Quizá este tipo de poema se utilizaba en los procesos educativos que llevaban a efecto los sacerdotes, para mantener viva la memoria histórica nacional; particularmente el salmo se puede asociar con la fiesta de los Tabernáculos, por su alusión a las cosechas abundantes (vv. 15–16).
El salmista debió haber sido un israelita piadoso que revisa la historia nacional para destacar las intervenciones divinas en el pueblo, aunque vive momentos de adversidad, preocupación y crisis. El título hebreo del poema lo describe como un salmo de alabanza, y lo relaciona con David (véase la Introducción).
La estructura literaria de los salmos acrósticos es bastante compleja, por la naturaleza misma de este tipo de poemas que articulan sus temas sin necesariamente proseguir una relación estrecha. De particular importancia son las alabanzas que comienzan y finalizan el poema, que le brindan una especie de paréntesis temático. Una posible estructura que nos ayuda a estudiar y comprender este salmo, es la siguiente:
• Alabanzas a Dios: vv. 1–2
• El Señor es grande: vv. 3–7
• El Señor es clemente y misericordioso: vv. 8–13
• El Señor sostiene al caído y levanta al oprimido: vv. 14–16
• El Señor es justo: vv. 17–20
• Alabanzas a Dios: v. 21
vv. 1–2: El salmo comienza con una serie intensa de alabanzas al Señor. El poeta exalta al Señor que es rey, y bendice el nombre divino de forma continua y permanente. De esta forma se pone claramente de manifiesto el fundamento teológico de sus alabanzas: El salmista expresa sus bendiciones al Dios que, aunque es el rey eterno, entra en diálogo con las personas.
En efecto, esta oración no es un monólogo impertinente de una persona que ora, sino parte de una conversación en la que el salmista espera recibir la respuesta divina. La referencia al nombre divino revela la esencia divina que se le reveló a Moisés (Ex 3:1–15), y pone en evidencia clara la más profunda y grata naturaleza divina. El salmista exalta, bendice y alaba al Señor porque el nombre divino manifiesta su deseo liberador, su poder salvador, su compromiso redentor.
vv. 3–7: El salmo prosigue su desarrollo temático identificando el motivo y el fundamento de la alabanza. El poeta articula un cántico de exaltación y bendición pues reconoce que el Señor es grande. Esa profesión de fe también afirma que Dios es digno de alabanza suprema, absoluta y total; y declara que su grandeza es incalculable e insondable.
De esa forma teológica se ubican los pilares básicos de la gratitud del salmista. Las diversas generaciones del pueblo celebran las obras divinas y anuncian sus hazañas poderosas, maravillosas y estupendas. Además, esas generaciones, cantarán y afirmarán la justicia del Señor. Es decir, el pueblo recordará las intervenciones históricas de Dios en medio de sus vivencias cotidianas. Y ese importante recuerdo de liberación divina y esperanza humana es motivo de proclamación, gratitud y alabanza.
vv. 8–13: En esta sección se presenta el segundo motivo teológico de alabanza: Dios es clemente, misericordioso y bueno. Y esas características divinas son las que le permiten al Señor actuar con lentitud para demostrar su ira y le motivan a ser generoso en la manifestación de su extraordinario amor. De acuerdo con el salmista, la bondad divina se manifiesta en todas las personas y su misericordia, en todas sus obras.
El salmista reclama ahora, luego de reconocer las características extraordinarias de Dios, que las obras lo alaben, y que los santos le bendigan. El poema incentiva las alabanzas y las bendiciones, y fomenta el reconocimiento de la gloria y el poder del reino divino. El propósito del salmista es que se conozca en el mundo «la gloria de la magnificencia de su reino», en clara alusión a reino divino que durará a través de los siglos y que representa un señorío extraordinario que superará los límites del tiempo y de las generaciones.
En el texto hebreo falta el versículo que debería comenzar con la letra nun. Sin embargo, en un manuscrito antiguo de la versión griega de la Septuaginta, y también en otras versiones antiguas de los Salmos, se han encontrado las líneas que faltan: «Fiel es el Señor en todas sus promesas, y leal en todo lo que hace». Este versículo debe leerse luego del número trece en nuestras versiones castellanas de Reina-Valera.
vv. 14–16: El salmista prosigue su alabanza a Dios, pero en esta ocasión identifica dos características divinas necesarias para la salud integral en la vida. El Señor sostiene a todas las personas que caen, y a la vez, levanta a la gente oprimida y cautiva. ¡La gente de fe espera en Dios! Y esa esperanza en Dios le brinda al salmista sentido de seguridad y fortaleza, pues confía que recibirá su comida a tiempo. El Señor abre la mano y colma de bendición a todo ser viviente.
vv. 17–20: En esta sección el salmista revela otra característica divina que le hace merecedor de toda alabanza y expresión de gratitud: El Señor es justo. Esa justicia divina se manifiesta en todos sus caminos y es la fuerza extraordinaria que genera el perdón, la misericordia y clamor. Dinámica divina que le acerca a quienes le invocan y que le ayuda a responder con salvación y liberación al deseo y el clamor de quienes le temen y tienen necesidad.
Esta sección finaliza con una declaración teológica de seguridad y esperanza: El Señor guarda a quienes lo aman; y destruirá a los impíos. Esa es una forma de decir que Dios está atento a los clamores, las necesidades, los desafíos, y las expectativas de la gente de fe.
v. 21: Culmina el poema con el mismo tono de alabanza y bendición que lo comenzó: El salmista proclamará las bendiciones divinas para que la humanidad reconozca que el poder redentor del Señor. Reclama de la comunidad que exploren y analicen sus alabanzas y oraciones más íntimas y sobrias. El llamado es a que toda la humanidad bendiga el nombre santo del Señor, eternamente y para siempre.
En medio de un paréntesis que exalta al Señor y que lo reconoce como el rey cercano e íntimo, este poema pone de manifiesto una serie de razones por la que las personas deben alabar a Dios. En medio de una serie de alabanzas que invitan al pueblo a alabar al Señor de forma continua y permanente, el poeta articula varias características divina que tienen repercusiones éticas y morales para los creyentes contemporáneos.
En primer lugar se reconoce la grandeza divina, que se describe como insondable, extraordinaria y poderosa. El primer valor divino que incentiva las alabanzas es su grandeza, que destaca el componente la hermosura de la gloria divina, que subraya la magnificencia de sus intervenciones en la historia nacional, identificadas como hechos estupendos. Ese reconocimiento hace que la gente de fe cante su justicia y proclamen su bondad.
El salmista, además, reconoce que Dios es clemente y misericordioso, que revela dos de los atributos que se relacionan con el trato que le da a la humanidad. Esas características divinas son las que median entre las acciones fallidas de los seres humanos y la naturaleza santa del Señor que en vez de mostrar siempre un rostro de juicio y castigo, pone de manifiesto su bondad a través de su misericordia, clemencia y amor.
Las bases de la exaltación de Dios llegan al reconocimiento del Señor que sostiene a la gente caída y libera a las personas oprimidas. En efecto, el salmista identifica su naturaleza redentora y soteriológica como uno de los grandes pilares que sostienen nuestras alabanzas y gratitudes a Dios. Este tipo de acción divina es una manera de responder a los diversos clamores humanos, como lo hizo el Señor con el pueblo de Israel durante el cautiverio en Egipto.
La afirmación teológica que sostiene todos estos atributos divinos es la que indica: Dios guarda y protege a las personas que le aman, pero que destruye a quienes manifiestan impiedad. En efecto, el amor divino es a la vez misericordioso y justo. Y esa peculiaridad divina es la que demostró Jesús en su ministerio. El Señor puso de manifiesto, tanto en sus múltiples sermones como en sus variadas enseñanzas, que Dios es grande, clemente, misericordioso y liberador. Su verbo elocuente y su compromiso más profundo estaban a la merced de las personas que se sentían cautivas de enfermedades y prejuicios, y su poder transformador apoyaba a la gente que estaba marginada por las dinámicas y realidades religiosas, históricas y políticas.
La lectura de este salmo nos permite comprender cómo el Señor Jesús transformó estas enseñanzas teológicas sobre Dios en un programa concreto de servicio a las personas necesitadas y en un extraordinario proyecto de liberación.
SALMO 146: «ALABANZA POR LA JUSTICIA DE DIOS»
Con el Salmo 146 comienza la sección final de alabanzas del Salterio (Sal 146–150), conocida en la comunidad judía como el Tercer Hallel (el primer grupo de este tipo de poemas es el Pequeño Hallel, Sal 113–118, y el segundo es el Gran Hallel, Sal 136). El propósito básico de estos poemas es afirmar a Dios como merecedor único de las alabanzas, pues en las oraciones no hay peticiones personales ni se revelan las necesidades específicas de los adoradores. En este sentido, cada salmo incluye un aspecto particular de las alabanzas que llegan a la presencia divina. La comunidad judía piadosa recita estos poemas y alaba al Señor con esos salmos temprano en el día, por esa razón esta sección del Salterio se conoce también como «las alabanzas de la mañana».
Este salmo contiene aspectos que le pueden relacionar con el poema anterior (Sal 145), que también destaca los temas de la protección divina y la provisión del Señor para su pueblo. Contrasta, sin embargo, como una característica teológica fundamental del poema, las ayudas y los apoyos que pueden brindar las autoridades humanas y los gobernantes de los pueblos, que tienen una viuda corta y no son dignos de mucha confianza, con las intervenciones divinas y su compromiso protector, que merecen toda la confianza humana, por la naturaleza poderosa y eterna del Señor. El salmo reconoce y celebra a Dios como creador del universo y como liberador de la gente oprimida.
Aunque este poema contiene una serie de enseñanzas características de la literatura sapiencial, debemos identificarlo como un himno de alabanzas que reconoce el proyecto de Dios sobre los esfuerzos humanos. El autor es una persona que ya ha experimentado las frustraciones que generan los gobernantes humanos con sus decisiones equivocadas. Y como respuesta a esas acciones imprudentes, reconoce que solo Dios es merecedor de las alabanzas del pueblo. Las lecturas antiguas de este salmo parece que se hacían en público, pues las exhortaciones que contiene revelan los contextos educativos de la literatura sapiencial. Es posible que la fecha de composición sea después del destierro, pues la referencia al gobernante no es al rey sino a los príncipes.
El título hebreo del salmo identifica el poema solo con la palabra aleluya, como una manera de indicarle al lector la naturaleza y el propósito de la oración. En la versión griega del Antiguo Testamento, la LXX, este salmo se atribuye a los profetas Hageo y Zacarías, que asocian sus ministerios con la reconstrucción del Templo, luego del retorno de los deportados de Babilonia a Jerusalén (véase la Introducción).
La estructura literaria que puede contribuir a una mejor comprensión y evaluación de este salmo, puede ser la siguiente:
• Alabanzas al Señor: vv. 1–2
• No hay salvación en los príncipes humanos: vv. 3–4
• Es bienaventurada la gente que confía en el Dios creador: 5–10a
• Alabanza al Señor: v. 10b
vv. 1–2: El salmista comienza su oración con un mandato interior, con un reclamo a su alma—en referencia a la totalidad de su vida—, con una afirmación de alabanza en su vida y de cántico al Señor mientras viva. El poema pone rápidamente de manifiesto un estilo literario que es bastante común en el Salterio (Sal 103:1; 104:1, 33; 145:1–2). Es un tipo de diálogo con el alma, una conversación interior, un diálogo íntimo.
Y en esa conversación sincera, honesta y profunda, el salmista le brinda a todo su ser un mandato firme, claro y directo: Todo su ser debe alabar al Señor, y debe cantar a Dios de forma continua y permanente. La intensión poética es poner de manifiesto una manera figurada de reconocer la autoridad de Dios sobre todo el ser del salmista, es una demostración de humildad, y es el reconocimiento pleno del poder divino.
vv. 3–4: La atención del salmo de dirige no a Dios sino a un grupo de personas, que puede ser una alusión al pueblo reunido en alguna asamblea, o a un grupo menor de personas en un programa educativo. La lección es clara: La salvación no proviene de los príncipes o gobernantes humanos, sino de Dios. Además, el poema indica la razón de esa desconfianza: Los seres humanos, aunque ostenten posiciones de poder político y militar, son solo personas frágiles y temporales. Las imágenes que utiliza el salmista son pertinentes y adecuadas, pues compara a esas personas poderosas con el aliento y los pensamientos: ¡No son permanentes ni estables!
vv. 5–10a: Sin embargo, en contraposición a esas personas frágiles y temporales, se presenta una serie de acciones de Dios que ponen en clara evidencia su poder y autoridad. ¡La gente que confía en el Señor es bienaventurada! Las personas que cifran sus esperanzas en las personas, aunque tengan autoridad y reconocimiento humano, están avocadas a la frustración y la derrota.
Para destacar el poder divino el salmista relaciona a Dios con Jacob y lo identifica con su nombre propio, el Señor—traducido al castellano tradicionalmente como Jehová o Yahvé—. Las referencias a Jacob lo asocian con el período de los antepasados de Israel y con las promesas de la tierra prometida; y la alusión al su nombre propio, relaciona al Señor con la liberación de Egipto, donde se demostró de manera histórica su poder liberador.
Para el salmista el poder divino se revela en la historia y en la naturaleza. Y para contrarrestar las precarias y fortuitas acciones humanas, se identifican doce acciones de Dios que sobrepasan la comprensión de la gente: El Señor es creador del cielo, tierra, mar y lo que hay en el mar; guarda su verdad eternamente; hace justicia a la gente agraviada; da pan a las personas hambrientas; liberta a hombres y mujeres cautivas; abre los ojos a gente invidente; levanta a personas caídas; ama a hombres y mujeres justas; guarda y protege a gente extranjera; sostiene a huérfanos y viudas; trastorna el camino de personas impías; y reina para siempre.
Esas acciones de Dios superan las actividades humanas, aunque se organicen en los palacios y se diseñen en los grandes centros de poder. Para el salmista, la intervención divina en medio de la historia y la naturaleza le gana el reconocimiento de su poder y le hace merecedor de las alabanzas humanas. La gente que fundamenta sus esperanzas en las decisiones de la gente poderosa en el mundo está sentenciada a la decepción, está avocada al fracaso. Sin embargo, las personas que reconocen y aprecian esas acciones divina y que confían en la misericordia de Dios, son las que alaban al Señor de generación en generación.
v. 10b: La palabra que cierra el mensaje del salmo lo relaciona, a su vez, con el comienzo del poema. El paréntesis que enmarca esta oración es la alabanza, que comienza con un diálogo íntimo y personal, y culmina con la expresión pública y agradecida del aleluya, que literalmente significa, alabado sea el Señor. Es decir, que en el centro de las alabanzas al Señor se encuentra el reconocimiento de su poder en la historia y la naturaleza.
Las implicaciones contextuales de este salmo son variadas. En primer lugar se descubre en el poema un claro reconocimiento del poder divino en contraste de las acciones de las personas poderosas. Para el salmista la esperanza humana nunca debe estar en las decisiones de los gobernantes, aunque deben hacer sus labores con responsabilidad y dignidad; la confianza que se fundamenta en Dios es la que debe prevalecer en los individuos y los pueblos.
Los seres humanos, por más autoridad humana que posean, son débiles y perecederos; el Señor, sin embargo, es eterno. Las decisiones humanas y los proyectos nacionales tienen un nivel de conveniencia que no siempre es de apoyo y ayuda para la comunidad. El presupuesto de esas empresas humanas es que alguien va a ser beneficiado, sin embargo, no hay garantías que ese beneficio se muestre positivamente en la comunidad. En efecto, la confianza en «los príncipes», como los llama el salmista, es el principio de las frustraciones y de las derrotas.
En contraposición a esas confianzas humanas el poeta propone que la gente feliz, dichosa y bienaventurada es la que confía en el Señor. Y esa seguridad proviene de una serie extensa e intensa de intervenciones divinas que ponen de relieve no solo su poder extraordinario sino su compromiso con sectores sociales que manifiestan necesidades especiales. ¡Las personas que confían en el Dios de Jacob y en el Señor del éxodo son beneficiaras de las bienaventuranzas divinas! La felicidad verdadera no se relaciona con las decisiones de la gente poderosa sino con la confianza que se desprende de las bendiciones de Dios.
Las afirmaciones teológicas de este salmo, en relación a las acciones de Dios a favor de las personas necesitadas, fueron los valores que guiaron el ministerio de Jesús en Palestina. Su prioridad fue responder a los reclamos de la gente que era objeto del cautiverio físico, social, económico, político, espiritual y religioso de su época. No llegó el Señor a la Jerusalén antigua para entretener a las multitudes sino para confrontarlas con el mensaje del reino que desafiaba los poderes de la época y reclamaba la implantación de la justicia que es el fundamento verdadero de la paz.
Las alabanzas del salmista y de los creyentes de todas las generaciones se fundamentan en la convicción de que el Señor reinará para siempre.
SALMO 147: «ALABANZA POR EL FAVOR DE DIOS HACIA JERUSALÉN»
El Salmo 147 desarrolla y mueve el tema de la alabanza que se debe brindar al Señor de los niveles individuales que se revelan en el poema anterior (Sal 146) a una nueva dimensión colectiva del pueblo de Dios, como se demuestra en las afirmaciones en torno a Jerusalén, ciudad edificada por Dios, y las referencias al pueblo de Israel como comunidad elegida. La comprensión del exclusivismo divino en los cielos se compara a la selección de Israel en la tierra, que debe ocuparse particularmente de las alabanzas y las gratitudes. Los temas que se expone en este poema se asemejan a los que se incluyen en la sección final del libro de Job, Isaías 40 y el Salmo 104. Además, en el salmo Dios manifiesta su predilección por las personas pobres y humildes, además de colmar de bendiciones a su pueblo.
Solo basta una lectura inicial de este salmo para descubrir que se trata de un himno de alabanza y acción de gracias al Señor. El autor del poema se ubica en la tradición que afirma al Dios misericordioso, poderoso y santo, que revela su soberanía en toda la tierra y el universo. La evaluación de los temas expuestos revela que el salmo proviene del período luego del regreso a Jerusalén de los deportados a Babilonia, pues la ciudad ya ha sido reconstruida y vive un período de paz y seguridad. Posiblemente el contexto vital antiguo de este poema es el culto en el Templo reconstruido, en el cual se afirma el poder del Señor en la nación, y particularmente su extraordinaria autoridad sobre la naturaleza que obedece la voz divina. No incluye el texto bíblico ningún título hebreo. La versión griega de este salmo lo divide en dos partes (vv. 1–11—Sal 146—y vv. 12–20—Sal 147—), que hace que la numeración de las versiones hebreas y griegas se unifique.
La estructura literaria que puede ayudarnos a estudiar y entender este particular poema, es la siguiente:
• Alabanzas suaves y hermosas: vv. 1–6
• Alabanzas con cánticos y arpas: vv. 7–11
• Alabanzas de Jerusalén: vv. 12–20
vv. 1–6: La primera expresión del salmo es una invitación clara y directa a alabar al Señor. Es bueno, según el salmista, cantar salmos al Señor con suavidad y hermosura. Y fundamentado en esa afirmación, se identifican los motivos de las alabanzas. En primer lugar se indica que el Señor edifica a Jerusalén, que es una manera de referirse a la restauración de la ciudad luego del exilio. Además, recoge a los desterrados de Israel, que es una alusión al retorno a la ciudad, y venda las heridas a los quebrantados de corazón (Sal 51:18–19). La primera razón para alabar es el poder liberador y restaurador del Señor.
Del tema de la liberación nacional el salmista llega al poder divino sobre la naturaleza, particularmente su autoridad sobre las estrellas del cielo: ¡Cuenta los astros y los llama por nombre! Esa afirmación es una forma de poner de manifiesto el poder extraordinario del Señor, por lo que debe ser alabado. En efecto, ¡Dios es grande, poderoso y de entendimiento infinito!
La afirmación final de esta sección es una muy importante declaración teológica y misionera: ¡El Señor exalta a la gente humilde y humilla a las personas impías! Las alabanzas al Señor, de acuerdo con el poeta, se fundamentan en la extraordinaria restauración de Sión, la renovación maravillosa del pueblo de Israel, la manifestación de gran poder sobre la naturaleza, y su particular misericordia en favor de la gente humilde. Se pone claramente de manifiesto en el poema de esta forma el particular compromiso divino con la gente pobre y necesitada, a través de la defensa y el encumbramiento de las personas débiles.
vv. 7–12: La segunda sección del poema continúa el tema de las alabanzas a Dios e identifica los motivos para expresar y continuar esas gratitudes al Señor. Las alabanzas, en este caso, deben ser con instrumentos musicales, que posiblemente alude a las actividades que se llevaban a efecto en el Templo. Los cánticos del pueblo se unen a las arpas, que es una manera de afirmar la importancia de la profesionalidad de esas canciones de gratitud al Señor.
Los motivos fundamentales para esas expresiones, se relacionan con la identificación del poder divino sobre la naturaleza. SE afirma el poder divino sobre los ciclos de la naturaleza: El Señor cubre de nubes los cielos; prepara la lluvia para la tierra; hace que los montes produzcan hierba; da mantenimiento a las bestias y a los cuervos; no se deleita en la fuerza del caballo; ni se complace en la agilidad del hombre.
En efecto, el gozo divino, de acuerdo con el salmista, no se relaciona con las descripciones de la naturaleza que, aunque pueden tener algún valor humano y natural, no revelan lo fundamental e indispensable en la vida. Solo se complace el Señor en las personas que le temen y le adoran, que es una manera de referirse a la gente que espera la misericordia divina. Aunque son importantes los ciclos de la naturaleza, lo que realmente fundamenta e incentiva las alabanzas a Dios, son la humildad humana, el respeto y el temor al Señor, y la recepción de la misericordia divina.
Las referencias a los caballos y a la agilidad del hombre en el poema parecen aludir a los programas y preparativos militares que el Señor rechaza. En medio de las alabanzas a Dios, el poeta rechaza los preparativos militares como estrategia para traer o mantener la paz a la ciudad (Sal 20:8; 33:17–18; Pr 21:31). ¡Esa importante responsabilidad social, política, económica y espiritual proviene únicamente del Señor!
vv. 12–20: La sección final del salmo continúa con los reclamos de alabanzas del pueblo. En esta ocasión, sin embargo, se invita a que la ciudad de Jerusalén alabe al Señor. Además, el poeta incorpora una nueva serie de razones para expresar esas alabanzas: Sión debe alabar al Señor porque fortificó sus cerrojos, bendijo a sus hijos, trajo la paz, bendijo la cosecha, y la palabra divina fecundó la tierra. De acuerdo con el salmo, el Señor da la nieve, produce la escarcha y echa hielo, y también domina los vientos y mueve las aguas con su palabra, que son nuevos símbolos del poder divino sobre la naturaleza.
Una razón particular para elevar las alabanzas al Señor se relaciona con la revelación divina a Jacob y con la manifestación de sus estatutos y juicios a Israel. Esta afirmación relaciona las alabanzas con las promesas divinas a los patriarcas y matriarcas de Israel, y con la teofanía en el Sinaí. Es una manera de poner de manifiesto la elección divina del pueblo de Israel, gracia y misericordia que no se manifestaron en ningún otro pueblo de la tierra. Esas naciones no conocieron los juicios divinos, que aluden a la implantación de la justicia.
El salmo finaliza como comenzó, con una expresión de aleluya, que significa, alabado sea el Señor. Este poema incluye una especie de paréntesis temático con la palabra aleluya, que es el distintivo teológico de toda esta sección final del Salterio.
El salmo es esencialmente un llamado firme al pueblo y a la ciudad de Sión a alabar al Señor. Esas alabanzas, que deben incorporar los instrumentos musicales, se fundamentan en el reconocimiento de que el Señor gobierna la naturaleza, dirige las diversas estaciones y ciclos del tiempo en el año, interviene de forma redentora en la vida del pueblo y hace justicia a las personas indefensas y necesitadas de la sociedad. El poema incluye veintinueve acciones directas del Señor, que ponen en clara evidencia las múltiples actividades divinas que manifiestan su poder en medio de las realidades humanas, y también en la naturaleza.
El Dios del salmista es un aliado fiel de su pueblo, que se preocupa no solo del Templo y del retorno de los exiliados, sino que gobierna el ambiente y las estaciones del año para que hasta la naturaleza, con sus lluvias, apoye el programa de restauración nacional. En ese tipo de teología, se separa un lugar para afirmar a la gente humilde, que repetidamente se convierte en tema principal del Salterio. Una vez más, las personas con necesidades particulares reciben el favor divino. Se muestra nuevamente en este poema la predilección de Dios por la gente pobre, marginada, herida, angustiada y desesperada de la vida.
El tema del poder de la palabra divina se destaca en este salmo. A través de su palabra, el Señor renueva la ciudad y le brinda vida al pueblo, restaura a los fieles que han experimentado las angustias de la deportación, dirige la historia y controla la naturaleza. Esa particular comprensión de la palabra se revela con claridad y autoridad en el Evangelio de Juan (Jn 1:1–14). En ese contexto teológico, se indica que fue mediante la palabra divina que se llevó a efecto toda la creación, pues en ella estaba la vida, que ilumina a la humanidad. Esa palabra se hizo ser humano en la persona de Jesús de Nazaret, que habitó en medio de la humanidad. ¡La encarnación es la expresión máxima del poder de la palabra del Señor!
Esa extraordinaria comprensión de la palabra divina orientó la teología de Jesús y guió su ministerio público. Jerusalén, que el salmista llama a que alabe al Señor, no solo mata a los profetas sino que rechaza la palabra profética y liberadora de Jesús. La ciudad de Sión, que fue objeto de la visitación especial de Dios en múltiples ocasiones, ahora desprecia la llegada del Mesías.
SALMO 148: «EXHORTACIÓN A LA CREACIÓN PARA QUE ALABE AL SEÑOR»
El Salmo 148 continúa el tema de las alabanzas al Señor. En esta ocasión, sin embargo, el poeta identifica las criaturas que entonan esas alabanzas y cánticos: La creación divina, visible e invisible, animada e inanimada, y todos seres de los cielos y la tierra son invitados a unirse a este extraordinario coro que entona alabanzas y cánticos al Dios creador. El salmista comienza con los ángeles, recorre el universo, y finaliza con el pueblo de Dios. El poeta de esta forma mueve las alabanzas a Dios de sus niveles individuales (Sal 146) y nacionales (Sal 147) a las extraordinarias fronteras cósmicas y universales (Sal 148).
Una vez más nos encontramos con otro poema que puede muy bien catalogarse, por la naturaleza de los temas que aborda, como un salmo de alabanzas y de gratitud al Señor. El autor debe haber sido un israelita que, después de haber vivido las penurias del destierro y haber visto el fundamento y las manifestaciones de la idolatría en Babilonia, decidió articular un poema para destacar el poder de Dios sobre la naturaleza, que en esos contextos politeístas se entendían como divinidades. Por el análisis de los temas expuestos, la fecha de composición del salmo debe ser la época posterior al destierro. Su contexto primario de uso posiblemente se relaciona con las festividades anuales que se llevaban a efecto en el Templo renovado, en las cuales se destacaban y afirmaban las manifestaciones extraordinarias del poder divino sobre la naturaleza. El título hebreo relaciona el poema con las alabanzas al Señor, al utilizar la expresión «aleluya» (véase la Introducción).
Una posible estructura literaria del salmo que puede ayudarnos en nuestro análisis del poema, descubre que las alabanzas abarcan la totalidad de lo creado, por esa razón se alude a los cielos y la tierra. Cada sección del salmo no solo invita a las alabanzas sino que revela los motivos para brindarle al Señor esas expresiones de gratitud.
• Alabanzas en los cielos: vv. 1–6
• Alabanzas en la tierra: vv. 7–14
vv. 1–6: La primera sección del salmo incluye ocho imperativos y llamados a la alabanza. Se revela de esta forma la urgencia y extensión de las alabanzas, pues claramente se reconoce a la creación y la naturaleza como seres dependientes y obedientes al Señor. El salmo presupone las convicciones bíblicas de la creación del mundo y revela la cosmovisión del universo que se tenía en el Israel antiguo (véase Gn 1:1–2:4).
El primer llamado es a que se alabe desde los cielos, desde las alturas, que es una forma de aludir al universo entero. Prosigue el salmista el tema de las alabanzas reclamando esas expresiones de gratitud a los ángeles o mensajeros, los ejércitos o astros celestiales, el sol y la luna, las estrellas brillantes, los cielos de los cielos o el infinito, y las aguas que están sobre los cielos. De esta forma figurada el poeta revela que el poder divino sobre el cosmos, que se presenta en el salmo como una serie de criaturas divinas que obedecen la voz y los mandatos del Señor.
Varias declaraciones teológicas culminan la percepción artística y religiosa de la sección. Las alabanzas se fundamentan en que fue Dios quien ordenó la creación con su palabra, le brindó estabilidad y eternidad, y le dio leyes que deben obedecerse. En efecto, de acuerdo con el salmista, la creación y el universo responden a voz divina que orienta y mantiene la naturaleza. Esa es una forma simbólica de destacar el poder divino sobre todo lo creado.
El universo, desde esta perspectiva teológica de la creación, no se compone de criaturas divinas que se mueven independientemente por el espacio y los aires, sino por los astros que fueron creados mediante el poder de la palabra divina. Es clara ahora la tensión con el mundo politeísta: Los astros del cielo no son dioses que deben ser adorados sino criaturas que obedecen la voz del Señor.
vv. 7–14: La segunda sección del poema mueve las alabanzas al Señor del espacio sideral infinito a la vida de las realidades cotidianas. Los imperativos de alabanzas ahora salen de los cielos y llegan a la tierra, con la finalidad de incluir el resto de toda la creación (véase Dan 3:52–90): Los monstruos marinos y los abismos o mares, el fuego y el granizo, la nieve, el vapor y el viento, los montes y los valles, el árbol de fruto y los cedros, la bestia y toso animal reptiles y volátiles, los reyes y los pueblos, los príncipes y los pueblos, los jóvenes y las doncellas, los ancianos y los niños. De esta forma poética se identifican diversos sectores naturales con el propósito de aludir a todo lo creado. El salmista invita a esta extraordinaria secuencia progresiva a alabar al Señor. El motivo de la alabanza es que solo el nombre del Señor debe ser enaltecido, pues manifiesta su gloria sobre la tierra y los cielos.
Las invitaciones del salmista finalizan con un llamado a Israel a que se incorpore al coro que entona las alabanzas en los cielos y la tierra. Y en ese reclamo teológico y espiritual, se afirma que Israel es el pueblo de Dios, que se identifica en el texto como santo, poderoso y cercano al Señor. Las alabanzas que comienzan en las alturas extraordinarias ahora culminan en la historia nacional. Luego de moverse por las diversas esferas de la naturaleza, el salmista llega al motivo principal de sus alabanzas: El pueblo de Israel debe alabar y reconocer el poder de Dios que crea el universo.
Finaliza el poema con la expresión que dio origen al salmo: Aleluya, alabado sea el Señor.
El mensaje del salmo revela algunos temas de gran interés e importancia para la sociedad contemporánea. En primer lugar se manifiesta una muy seria preocupación ecológica. El universo debe alabar al Señor porque es parte del plan y ordenamiento divino, y revela la voluntad de Dios para el mundo. Esa declaración en torno a la naturaleza es un reclamo firme y decidido hacia la justicia ecológica y el respeto a la integridad de laceración. Esa afirmación teológica es un llamado a respetar la creación y los balances ecológicos. De todas formas, son las personas las beneficiadas por ese respeto, y las que se afectan adversamente cuando se altera el balance que es fundamental para la vida sustentable.
El salmo también alude a la gente social y políticamente poderosa, los reyes de la tierra y los príncipes que están acostumbrados al poder. En ocasiones, esas personas se enfrentan con la tentación de ponerse en el lugar de Dios, cuando no respetan las leyes naturales y toman decisiones que pueden alterar adversamente los sistemas ecológicos en la naturaleza. Esas decisiones, que muchas veces se toman para fomentar el desarrollo económico, no toma en consideración que la vida saludable es más importante que la prosperidad, pues sin salud no se pueden disfrutar de los beneficios del progreso.
De particular importancia teológica en el salmo es el rechazo a los diversos niveles de discriminación que imperan en las sociedades. El poeta rechaza los prejuicios por motivos sociales y políticos (p.ej., reyes y pueblos, v. 11)), por motivos de profesión (p.ej., príncipes y jueces, v. 11), por motivos de género (p.ej., jóvenes y doncellas, v. 12), y por motivos de edad (p.ej., ancianos y niños, v. 12). En efecto, se pone de manifiesto en el poema que las alabanzas que llegan ala presencia divina son las que superan los prejuicios humanos y reconocen que la creación toda es parte del plan divino que debe respetarse a apreciarse.
Los valores que se desprenden de la lectura y el estudio del salmo informaron los procesos decisionales y las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Y en ese contexto educativo debemos destacar su gran respeto por el ser humano, que le movió a superar los prejuicios imperantes en la sociedad palestina del primer siglo. Por ese motivo atendió con dignidad, misericordia y respeto a los enfermos, particularmente a los leprosos, que eran considerados como malditos. Y por esa misma razón respondió a los reclamos de los sectores más necesitados y marginados de la sociedad, particularmente dignificó a las mujeres y los niños que no tenían reconocimiento en las esferas públicas de la sociedad.
SALMO 149: «EXHORTACIÓN A ISRAEL PARA QUE ALABE AL SEÑOR»
El Salmo 149 continúa el tema de las alabanzas a Dios con que culmina el poema anterior. En esta ocasión, sin embargo, se afirma que la humanidad debe alabar al Señor porque en una nación específica, Israel, se reveló el conocimiento divino. El pueblo de Dios, es decir, «el pueblo que está cercano a él» (Sal 148:14) se alegra con los triunfos divinos y recuerda esas victorias históricas en sus celebraciones litúrgicas.
En este poema, el Señor es el creador, hacedor y rey de Israel; además, es el Dios que revela su justicia y reivindica a su pueblo. El salmista, en el contexto de alguna ceremonia en el Templo, invita al pueblo a celebrar anticipadamente las victorias divinas; el salmo también revela otra faceta importante de la implantación de la justicia del Señor: La manifestación del juicio divino contra la maldad y el castigo sobre el pecado de las naciones, presupone la firme y activa eliminación de las injusticias humanas.
La evaluación temática del poema revela que puede ser catalogado claramente como un salmo e himno de alabanzas al Señor. Aunque el poema revela también un particular tono bélico, su característica fundamental es la exhortación a la alabanza, la afirmación de alegría y el reconocimiento del poder divino. El autor del salmo es una persona que participa activamente en las ceremonias de celebración de las victorias divinas a través de la historia. Posiblemente el poema proviene de una época tardía luego del retorno de los deportados a Babilonia, pues durante ese período se hicieron comunes las referencias al pueblo como «los fieles»—traducido como «los santos» en las versiones Reina-Valera; en hebreo, hasidim—.
El poema describe una especie de ceremonia cultual en la cual se incentivan las alabanzas, se recrean las victorias históricas del Señor, y se alude a la implantación de la justicia, en términos firmes y violentos. Quizá se trate de las celebraciones de año nuevo en el Templo. El título hebreo del poema lo identifica con la expresión «aleluya», con la cual también finaliza el salmo (véase la Introducción).
Una estructura literaria que puede ayudarnos a estudiar el poema, es la siguiente:
• Invitación a la alabanza: vv. 1–3
• Motivos de las alabanzas: vv. 4–5
• Coreografía de la victoria y la justicia: vv. 6–9
vv. 1–3: El poema comienza con un llamado a la alabanza. Se invita a entonar un «cántico nuevo», que evoca los triunfos de Israel en la salida de Egipto (Sal 33; 40; 96; 98; 144). El pueblo que debe alabar al Señor es descrito de varias formas: La congregación de los santos o fieles, Israel, y los hijos de Sión. El pueblo debe alegrase porque el Señor es su Hacedor, Creador y Rey, afirmación teológica que es fuente de seguridad, fortaleza, confianza y esperanza.
Las alabanzas al Señor deben hacerse en medio de una particular manifestación y celebración cúltica, en la cual se unen los cánticos, las danzas, los panderos y las arpas. En esa particular celebración, se funden los sentimientos más hondos de gratitud del salmista, con las expresiones artísticas más elaboradas del pueblo. ¡Las artes se ponen al servicio de la grandeza divina!
vv. 4–5: El fundamento de las alabanzas es la felicidad divina. Y porque el Señor tiene contentamiento con su pueblo los hermoseará con la salvación, expresión figurada que alude a sus intervenciones redentoras en medio de la historia nacional. Esa acción divina, descrita como la manifestación de su gloria, a su vez, producirá en la comunidad de fieles regocijo. Y esa gloria es una referencia a la esencia divina que pone de manifiesto su poder liberador.
La invitación del salmista al pueblo es a que canten al Señor aun cuando estén en sus camas. Esa expresión es una forma de aludir a la continuidad de la alabanza, que no debe interrumpirse ni por el necesario y fundamental descanso diario. De acuerdo con el salmista, las alabanzas al Señor deben ser continuas, sin interrupción.
vv. 6–9: El salmo finaliza con la particular descripción de una ceremonia en la cual se recordaban las intervenciones redentoras y liberadoras del Señor, entre las que se incluía la implantación de la justicia entre las naciones. El salmista reclama con autoridad y firmeza la exaltación divina y el reconocimiento de su poder y autoridad. Tanto las gargantas como las manos deben juntarse en esa acción. Las voces entonan las alabanzas y las manos ejecutan la justicia.
Las alabanzas cantadas y las manos que blanden la espada son solo algunos preparativos para llevar a efecto los planes del Señor, que en este particular contexto literario y teológico es la implantación de la justicia entre las naciones paganas. De acuerdo con el poeta, el pueblo celebra y recrea en esta ceremonia la venganza y el castigo del Señor sobre los pueblos. Y en ese proceso justiciero, se aprisiona a los reyes, se encadena a los nobles y se ejecuta la sentencia que ya se ha decretado en el juicio.
Esas particulares manifestaciones de la justicia divina, que llevan a efecto los fieles y los santos, es una revelación grata de la gloria de Dios y, a su vez, es motivo de regocijo y felicidad. El idioma bélico es un tanto fuerte, si se compara a los mensajes de paz y consolación que caracterizan a la fe cristiana, sin embargo, no debe perderse de vista que el tema de la implantación de la justicia divina y la restauración de la gente humilde y marginada requiere intervenciones extraordinarias de Dios.
Como en el resto de los salmos de esta sección final del Salterio (Sal 146–150), la expresión «aleluya» comienza y termina el poema.
Varios temas juegan un papel protagónico en el análisis de contextualización. En primer lugar, el poema alude a los «santos» o «fieles», expresión que caracterizó a un grupo de judíos piadosos que respondieron con firmeza y militancia a los avances paganos del helenismo en Jerusalén, en la época de los Macabeos. Los fieles eran los que se opusieron al programa helenista que incorporaba la idolatría y la profanación del Templo. Eran personas decididas y comprometidas con su fe que no resistieron ver las abominaciones contra la fe judía, y se rebelaron contra los poderes de la época. Por la valentía de su gesta y el compromiso con los valores tradicionales del pueblo de Israel, lograron sus metas y, una vez más, liberaron al pueblo de Dios de la opresión extranjera. La fidelidad a los valores y la decisión de mantener la lealtad en momentos de crisis y persecución, en efecto, paga buenos dividendos.
El mensaje del juicio divino (vv. 7–9) que se pone de relieve en el salmo expresa una idea fundamental y característica del poema: El pueblo de Israel es invitado no solo a participar de las actividades de celebración cúlticas y a disfrutar las victorias del Señor sino a ejecutar los juicios y la sentencia que Dios ha pronunciado contra las naciones paganas. Ese juicio divino es el que ya ha sido anunciado por los profetas (Is 13–23; Jer 25:13–38; Ez 25–32; Am 1:2–3:8).
La relación entre las alabanzas a Dios y el blandir de las espadas es muy importante, pues representa la unión de la gratitud a Dios y la transformación social. Esa dinámica de alabanza y trabajo, de cántico y esfuerzo, de liturgia y labor es fundamental para el desarrollo de programas redentores en el siglo veintiuno. La alabanza le brinda al creyente sentido de misión y seguridad, el trabajo le da dignidad y propósito. El cántico lo eleva a la presencia divina, y el esfuerzo lo enfrenta con las realidades cotidianas. La liturgia representa el deseo divino, y la labor la ayuda a transformar la voluntad divina en realidades concretas. De acuerdo con el salmista, las alabanzas efectivas deben estar acompañadas de esfuerzos específicos que contribuyan positivamente a la implantación de la justicia.
Esa particular correspondencia e intimidad entre la comunión con Dios y la solidaridad humana fue una característica básica en la vida de Jesús. Su vida espiritual estuvo íntimamente relacionada con los esfuerzos que llevaba a efecto para transformar los dolores humanos en posibilidades de triunfo y esperanza. No estaban divorciadas las dimensiones religiosas y las comunitarias en el ministerio de Jesús, pues entendía la vida como el espacio sagrado donde Dios intervenía para redimir a la gente de sus diversos cautiverios. Ese fue el ejemplo que le dio el Señor a las iglesias y los creyentes: Las alabanzas a Dios que se unen a los esfuerzos por la implantación de la justicia son las que propician la paz.
SALMO 150: «EXHORTACIÓN A ALABAR A DIOS CON INSTRUMENTOS DE MÚSICA»
El Salmo 150 es el poema que concluye el Salterio; en efecto, es una doxología que cierra no solo la quinta y última sección del libro, sino que sirve de broche final a toda esta importante obra poética. El salmista, fundamentado en las convicciones que se han expuesto en los salmos anteriores, presenta lo imperativo y necesario de las alabanzas al Señor. En once ocasiones el salmista reclama las alabanzas y se dirige no solo a la comunidad de fieles congregada en el Templo de Jerusalén sino a los habitantes de los cielos y a todas las criaturas vivientes.
Las alabanzas al Señor resuenan en el santuario humano y también en el firmamento, que es una forma figurada hebrea de aludir a la totalidad de la vida. El propósito básico del salmo es indicar dónde Dios debe ser alabado, además de incluir el porqué, el cuándo y el cómo deben ser esas expresiones de gratitud al Señor.
Este salmo también completa un ciclo temático de gran importancia en el Salterio. Comienza el poema con la afirmación en torno a la felicidad verdadera (Sal 1), y termina con las alabanzas que expresan las personas bienaventuradas y dichosas. En la tradición de ese racional teológico, es importante subrayar que, de la misma forma que la gente puede fabricar ídolos sin vida con sus manos y cautivar a las multitudes idólatras (Sal 115:4–8), también con esas mismas manos pueden fabricar los instrumentos musicales que pueden muy bien bendecir y glorificar al Señor.
Este salmo puede catalogarse sin mucha dificultad como un himno de alabanzas al Señor. Su autor debe haber sido un israelita piadoso que tiene algunas responsabilidades de importancia en las celebraciones del pueblo en el Templo. ¡Quizá sea algún sacerdote o levita! La fecha de composición debe haber sido la época luego que Israel regresó del destierro en Babilonia, pues con este salmo se culmina el largo y complejo proceso de redacción y edición del Salterio. Su contexto básico original debe haber sido las ceremonias cúlticas en las que los líderes del culto llamaban a la comunidad a congregarse para alabar al Señor. Los imperativos del poema revelan la urgencia de ese clamor, la necesidad del autor. El título hebreo identifica el salmo con la expresión «aleluya» (véase la Introducción), al igual que el resto de los poemas de la sección final del Salterio (Sal 146–150).
Una posible estructura literaria que nos ayuda a entender el salmo, es la siguiente:
• Lugar de las alabanzas: v. 1
• Razón de las alabanzas: v. 2
• Instrumentos para las alabanzas: vv. 3–5
• Quienes alaban al Señor: v. 6
v. 1: Con una expresión de aleluya, que significa «alabado sea el Señor», comienza este salmo, que cierra el Salterio con un tono magistral, musical y doxológico. El lugar fundamental de las alabanzas es el santuario de la tierra, y también en los cielos. Esa expresión de contraste y contraposición es una manera hebrea para referirse a la totalidad de la vida, alude a todos los lugares del universo. La referencia al santuario se debe relacionar con el Templo de Jerusalén, aunque también puede ser el santuario eterno de Dios en los cielos. Y la magnificencia de su firmamento, revela la gloria, el poder y la autoridad divina. En efecto, de acuerdo con el salmista, las alabanzas al Señor deben ofrecerse en cualquier lugar del mundo.
v. 2: La razón para expresar las alabanzas al Señor son básicamente dos: Por sus proezas y por la muchedumbre de su grandeza. El salmista reclama las alabanzas del pueblo, para recordar y agradecer las intervenciones históricas de Dios, particularmente los prodigios relacionados con la salida del pueblo de Israel de las tierras de Egipto y del faraón. Sin embargo, no son solo las intervenciones divinas en Egipto las que recuerda Israel, sino la finalización del destierro, experiencia que se manifestó profundamente en la conciencia nacional.
vv. 3–5: Prosigue el salmo con una identificación precisa de los instrumentos y gestos que deben utilizarse para expresar las alabanzas al Señor. De esta forma el poeta alude a instrumentos de cuerda, de vientos y de percusión; además, incorpora las danzas y los bailes en las actitudes de gratitud que se relacionan con las alabanzas.
Específicamente, el salmista identifica solo algunos de los instrumentos musicales de la orquesta que servía de acompañamiento en las ceremonias cúlticas luego del exilio en Babilonia. Los instrumentos de viento son los siguientes: Las trompetas y las flautas; los de cuerda, la cítara, el arpa y las cuerdas; y los de percusión, el pandero y los címbalos resonantes o de júbilo. En efecto, el salmo pone claramente de manifiesto la importancia de la música para apoyar las alabanzas del pueblo de Dios (1 Cr 15:16; Sal 149:3).
v. 6: La afirmación final del salmista es una muy importante declaración teológica, que cierra todas las enseñanzas del Salterio: ¡Todo lo que respira debe alabar al Señor! Como ya se ha indicado que los instrumentos musicales inanimados se utilizan para las alabanzas, ahora se afirma que «todo lo que respira», es decir, la gente, las personas, los hombres y las mujeres, los seres vivientes, deben también alabar al Señor, que inicialmente se reclamaba en todo lugar.
Una gran enseñanza del salmo se relaciona con el lugar pertinente para ofrecer las alabanzas al Señor. De acuerdo con el poeta, todo lugar es apropiado, todo momento es pertinente, las razones son múltiples—particularmente por sus manifestaciones históricas y su compromiso con la liberación de gente cautiva—y, además, toda persona es convocada e invitada. La lección básica del poema se relaciona con la importancia de las alabanzas al Señor, que se asocia a las celebraciones, los cultos, las liturgias, las danzas, y también con la vida misma, los valores, las decisiones, los compromisos y sus realidades cotidianas. Y esas celebraciones y vivencias se fundamentaban en las intervenciones divinas, que traen al pueblo paz, esperanza, justicia y seguridad.
Ese espíritu de celebración y gozo se manifestó claramente en el nacimiento de Jesús, en el cual los ángeles cantaron no solo para darle la bienvenida a la historia sino para anunciar la llegada del Mesías a la humanidad, como cumplimiento de la palabra divina. La gloria del Señor se manifestó en los cielos, y también en la tierra para las personas que gozan del favor divino (Lc 2:14).
Los cánticos de la primera Navidad ponen de manifiesto la importancia de la paz en el mundo, que es parte de la intensión del salmista. Esa paz, en efecto, constituyó un componente importante de las enseñanzas transformadoras de Jesús, y, además, se convirtió en una de las características más importantes de su vida.
«El calabozo de más adentro» (Hch 16:24), o la prisión de seguridad máxima, fue testigo de la aplicación de las enseñanzas fundamentales del Salmo 150. En medio de las dificultades, los dolores y las privaciones asociadas con la vida penitenciaria antigua, el apóstol Pablo y su compañero de celda, Silas, entonaron himnos a Dios, y, según el relato bíblico, el resto de los confinados les escuchaban. En ese ambiente inhóspito, de cautiverio y dolor, las alabanzas hicieron su efecto, pues de repente vino un gran terremoto que sacudió los cimientos de la cárcel, se abrieron todas las puertas, y Pablo y Silas, junto al resto de la población penal fueron liberados.
Las alabanzas en la cárcel de Filipos hicieron que las puertas de la cárcel se abrieran y permitieron que los discípulos del Señor quedaran libres para continuar su empresa apostólica y misionera. Las alabanzas, según el relato, se entonaron en el más ingrato e inhóspito de los lugares, pero lograron la manifestación extraordinaria de la misericordia divina y del poder liberador de Dios. ¡La teología y la práctica del Salmo 150 hacen posible las liberaciones humanas!
El Salmo 150 también se puede relacionar con el mensaje profético que se encuentra en el libro de Isaías, en el cual el profeta anuncia que ante del Señor «se doblará toda rodilla» (Is 45:23). Esa importante afirmación teológica se repite con fuerza en la Epístola a los Filipenses, en la cual el sabio Apóstol añade que toda lengua confesará que «Jesucristo es el Señor» (Fil 2:11). Ese reconocimiento divino invita a la humanidad a alabar y adorar, como se pone de relieve con claridad en el libro de las visiones de Juan.
Una de las narraciones bíblicas más importantes, que revela la misma teología de la alabanza universal y liberadora del Salmo 150, se incluye en el libro de Apocalipsis. En esta importante obra, que cierra de forma magistral el canon bíblico de la iglesia, el vidente Juan describe una escena muy importante ante el trono de Dios (Ap 7:9–12). Frente a la presencia del Cordero—¡en señal de reconocimiento divino!—, con ropas blancas—¡como signo de pureza y santidad!—, y con palmas en las manos—¡como expresión de triunfo!—, llega «una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas», que clamaban a gran voz: «La salvación pertenece a nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero».
Al final de la historia humana, de acuerdo con la visión apocalíptica, «todo lo que respira» y «toda lengua» alabarán al Señor. El vidente afirma de esta forma que personas de diferentes culturas, idiomas y nacionalidades llegarán ante la presencia divina para entonar alabanzas—en la tradición del Salmo 150, Isaías 45:23 y Filipenses 2:11, y al igual que los ángeles que anunciaron el nacimiento del Señor, y de Pablo y Silas en la cárcel—, para cantar el mensaje de la salvación.
El cántico de la multitud en las visiones de Juan es salvador, transformador, renovador y liberador, pues se fundamenta en la revelación divina que se incluye en el Salterio: Comienza con la identificación precisa de la gente bienaventurada (Sal 1), prosigue con la celebración extraordinaria de la presencia divina y los mensajes educativos, y culmina con la afirmación segura y sincera de las alabanzas al Señor (Sal 150).
Y con esa profesión de fe, afirmación espiritual y declaración teológica del Salmo 150 finalizamos este comentario. Nuestro deseo es que «todo lo que respire alabe al Señor»; que equivale a decir que nuestras vidas pongan de manifiesto los valores y las enseñanzas que se exponen y presentan, no solo en el mensaje final del Salterio (Sal 150) sino a través de todos sus poemas extraordinarios.