LA GRACIA COMÚN [Rv60]

GRACIA COMÚN
Tabla de contenidos

¿Cómo puede Dios continuar dando bendiciones a pecadores que merecen la muerte?

Podemos definir la gracia común como sigue: La gracia común es la gracia de Dios por la que él concede a las personas innumerables bendiciones que no son parte de la salvación. 

La palabra común aquí quiere decir algo que es común a toda persona y no está limitada solamente a los creyentes o elegidos.

¿No sólo a los que a la larga alcanzarán la salvación sino también a millones que nunca la alcanzarán, y cuyos pecados nunca serán perdonados?

La respuesta a estas preguntas es que Dios concede gracia común.

¿Cuáles son las bendiciones inmerecidas que Dios da a toda persona, lo mismo a creyentes que a no creyentes?

Cuando Adán y Eva pecaron, se hicieron dignos de eterno castigo y separación de Dios (Gn 2:17). De la misma manera, cuando los seres humanos pecan hoy, se hacen merecedores de la ira de Dios y del castigo eterno: «La paga del pecado es muerte» (Ro 6:23).

Esto quiere decir que una vez que las personas pecan, la justicia de Dios exige solamente una cosa: que estén eternamente separados de Dios, privados de experimentar cualquier bondad divina, y que vivan para siempre en el infierno recibiendo eternamente sólo su ira. Eso fue lo que les sucedió a los ángeles que pecaron, y podría pasarnos igual a nosotros: «Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al abismo, metiéndolos en tenebrosas cavernas y reservándolos para el juicio» (2 P 2:4).

Pero el hecho es que Adán y Eva no murieron al instante, aunque la sentencia de muerte empezó a obrar en sus vidas el día en que pecaron. La plena ejecución de la sentencia de muerte tardó muchos años. Es más, millones de sus descendientes incluso hasta este día no mueren y van al infierno tan pronto como pecan, sino que siguen viviendo durante muchos años, disfrutando de incontables bendiciones en este mundo. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo puede Dios continuar dando bendiciones a pecadores que merecen la muerte, no sólo a los que a la larga alcanzarán la salvación sino también a millones que nunca la alcanzarán, y cuyos pecados nunca serán perdonados?

La respuesta a estas preguntas es que Dios concede gracia común. Podemos definir la gracia común como sigue: La gracia común es la gracia de Dios por la que él concede a las personas innumerables bendiciones que no son parte de la salvación. La palabra común aquí quiere decir algo que es común a toda persona y no está limitada solamente a los creyentes o elegidos.

A distinción de la gracia común, a la gracia de Dios que lleva a las personas a la salvación a menudo se le llama «gracia salvadora». Por supuesto, cuando hablamos de «gracia común» o «gracia salvadora», no estamos implicando que hay dos diferentes clases de gracia en Dios mismo, sino sólo que la gracia de Dios se manifiesta en el mundo de dos maneras diferentes. 

La gracia común es diferente de la gracia salvadora en sus resultados (no produce salvación), en los receptores (se la da por igual a creyentes y no creyentes), y en su fuente (no fluye directamente de la obra expiatoria de Cristo, puesto que la muerte de Cristo no ganó perdón para los incrédulos y por consiguiente no los hizo tampoco merecedores de las bendiciones de la gracia común). Sin embargo, en este último punto hay que decir que la gracia común sí fluye indirectamente de la obra redentora de Cristo, porque el hecho de que Dios no juzgó al mundo al instante cuando el pecado entró fue primaria y tal vez exclusivamente debido a que planeó a su debido tiempo salvar a algunos pecadores por la muerte de su Hijo.

Ejemplos de gracia común

Si miramos al mundo que nos rodea y lo contrastamos con el fuego del infierno que el mundo merece, podemos de inmediato ver evidencia abundante de la gracia común de Dios en miles de ejemplos en la vida diaria. Podemos distinguir varias categorías específicas en las que se ve esta gracia común.

El ámbito físico.

Los incrédulos continúan viviendo en este mundo por la gracia común de Dios: cada vez que la gente respira es por gracia, porque la paga del pecado es muerte, no vida. Todavía más, la tierra no produce solamente espinas y cardos (Gn 3:15), ni tampoco es sólo un desierto reseco, sino que por la gracia común de Dios produce alimentos y materiales para ropa y vivienda, a menudo en gran abundancia y diversidad. Jesús dijo: «Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos» (Mt 5:44–45). 

Aquí Jesús apela a la abundante gracia común de Dios como un estímulo para sus discípulos, para que ellos también otorguen a los incrédulos amor y oración por bendiciones (cf. Lc 6:35–36). De modo similar, Pablo dijo a la gente de Listra: «En épocas pasadas él permitió que todas las naciones siguieran su propio camino. Sin embargo, no ha dejado de dar testimonio de sí mismo haciendo el bien, dándoles lluvias del cielo y estaciones fructíferas, proporcionándoles comida y alegría de corazón» (Hch 14:16–17).

El Antiguo Testamento también habla de la gracia común de Dios que viene sobre los incrédulos así como sobre los creyentes. Un ejemplo específico es Potifar, el capitán de la guardia egipcio que compró a José como esclavo: «Por causa de José, el SEÑOR bendijo la casa del egipcio Potifar a partir del momento en que puso a José a cargo de su casa y de todos sus bienes. La bendición del SEÑOR se extendió sobre todo lo que tenía el egipcio, tanto en la casa como en el campo» (Gn 39:5). David habla en una manera mucho más general sobre todas las criaturas que Dios ha hecho:

El SEÑOR es bueno con todos;
él se compadece de toda su creación.…
Los ojos de todos se posan en ti,
y a su tiempo les das su alimento.
Abres la mano y sacias con tus favores
a todo ser viviente (Sal 145:9, 15–16).

Estos versículos son otro recordatorio de que la bondad que se halla en toda la creación no «sucedió simplemente» de manera automática; se debe a la bondad y compasión de Dios.

El ámbito intelectual.

Satanás es «mentiroso y padre de mentiras» y «no hay verdad en él» (Jn 8:44), porque se ha entregado por completo al mal y a la irracionalidad y se ha comprometido a la falsedad que acompaña el mal radical. Pero los seres humanos en el mundo de hoy, incluso los incrédulos, no están entregados por completo a mentir, a la irracionalidad y a la ignorancia. Toda persona puede captar algo de verdad; verdaderamente, algunos tienen gran inteligencia y entendimiento. Esto también se debe ver como resultado de la gracia de Dios. Juan habla de Jesús como «esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano» (Jn 1:9), porque en su papel como Creador y Sustentador del universo (no particularmente en su papel como Redentor) el Hijo de Dios permite que la iluminación y entendimiento llegue a toda persona del mundo.

La gracia de Dios en el ámbito intelectual se ve en el hecho de que toda persona tiene un conocimiento de Dios: «A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias» (Ro 1:21). Esto quiere decir que hay un sentido de la existencia de Dios y a menudo un hambre por conocer a Dios que él permite que permanezca en el corazón de toda persona, aunque a menudo resulta en muchas religiones diferentes hechas por el hombre. Por consiguiente, incluso cuando habla a personas que sostienen religiones falsas, Pablo podía hallar un punto de contacto respecto a la existencia de Dios, como lo hizo al hablar con los filósofos atenienses: «Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos.… Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio» (Hch 17:22–23, RVR).

La gracia común de Dios en el ámbito intelectual también resulta en la capacidad de captar la verdad y distinguirla del error, y experimentar crecimiento en el conocimiento que se puede usar en la investigación del universo y en la tarea de subyugar la tierra. Esto quiere decir que toda la ciencia y tecnología de los que no son cristianos es resultado de la gracia común, que les permite descubrimientos e invenciones increíbles, desarrollar los recursos de la tierra en bienes materiales, producir y distribuir esos recursos, y tener destreza en su trabajo productivo. En un sentido práctico, esto quiere decir que cada vez que entramos en una tienda de abarrotes o montamos en un automóvil, o entramos en una casa debemos recordar que estamos experimentando los resultados de la abundante gracia común de Dios derramada muy ricamente sobre toda la humanidad.

El ámbito moral.

Dios también por su gracia común refrena a las personas para que no sean todo lo malas que pueden ser. De nuevo, el ámbito demoníaco, totalmente dedicado al mal y a la destrucción, es un claro contraste con la sociedad humana en la que el mal claramente está refrenado. Si las personas persisten con corazón endurecido en seguir tras el mal, Dios a la larga los «entregará» a pecados cada vez mayores (cf. Sal 81:12; Ro 1:24, 26, 28), pero la mayoría de los seres humanos no caerán a las profundidades a las que el pecado los pudiera llevar, porque Dios intervendrá y refrenará su conducta. Un freno muy efectivo es la fuerza de la conciencia: Pablo dice: «Cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por naturaleza lo que la ley exige, ellos son ley para sí mismos, aunque no tengan la ley. Éstos muestran que llevan escrito en el corazón lo que la ley exige, como lo atestigua su conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan y otras veces los excusan» (Ro 2:14–15).

Este sentido interno del bien y del mal que Dios le da a toda persona significa que ellos frecuentemente aprobarán normas morales que reflejan muchas de las normas morales bíblicas. Incluso a los que se entregan a los pecados más bajos, Pablo les dice: «Saben bien que, según el justo decreto de Dios, quienes practican tales cosas merecen la muerte» (Ro 1:32). En muchos otros casos este sentido interno de conciencia lleva a las personas a establecer leyes y costumbres en la sociedad que son, en términos de conducta exterior que aprueban o prohíben, muy parecidas a las leyes morales de las Escrituras. La gente a menudo establece leyes o tiene costumbres que respetan la santidad del matrimonio y la familia, protegen la vida humana, y prohíben el robo y la mentira. Debido a esto, la gente f

recuentemente vive de maneras que son moralmente rectas y exteriormente se conforman a las normas morales que se hallan en la Biblia. Aunque su conducta moral no puede ganarles méritos ante Dios (puesto que la Biblia dice claramente «que por la ley nadie es justificado delante de Dios», Gá 3:11, y «Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!», Ro 3:12), aunque con ello no se ganan la aprobación eterna de Dios ni mérito alguno, los incrédulos «hacen el bien». Jesus implica esto cuando dice: «¿Y qué mérito tienen ustedes al hacer bien a quienes les hacen bien? Aun los pecadores actúan así» (Lc 6:33).

El ámbito creativo.

Dios ha permitido significativas capacidades en los círculos artísticos y musicales, así como en otros círculos en que se puede expresar la creatividad y la capacidad del individuo, como el del atletismo y otras actividades como cocinar, escribir, etc. Es más, Dios nos da la capacidad de apreciar la belleza en muchos aspectos de la vida. En este aspecto así como en el ámbito físico e intelectual, las bendiciones de la gracia común de Dios a veces se derraman sobre los incrédulos incluso en forma más abundante que sobre los creyentes. Sin embargo, en todos los casos es resultado de la gracia de Dios.

El ámbito de la sociedad.

La gracia de Dios también es evidente en la existencia de varias organizaciones y estructuras en la sociedad humana. Vemos esto primero en la familia humana, evidenciado en el hecho de que Adán y Eva siguieron siendo esposo y esposa después de la caída y tuvieron hijos e hijas (Gn 5:4). Los hijos de Adán y Eva se casaron y formaron sus propias familias (Gn 4:17, 19, 26). La familia humana persiste hoy, no simplemente como institución para los creyentes, sino para todas las personas.

El gobierno humano también es resultado de la gracia común. Fue instituido en principio por Dios después del diluvio (véase Gn 9:6), y en Romanos 13:1 se indica claramente que Dios lo instituye: «No hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por él». Es claro que el gobierno es una dádiva de Dios para la humanidad en general, porque Pablo dice que el gobernante «está al servicio de Dios para tu bien», y «está al servicio de Dios para impartir justicia y castigar al malhechor» (Ro 13:4). Uno de los medios primordiales que Dios usa para refrenar el mal en el mundo es el gobierno humano.

Las leyes humanas, la fuerza policial y los sistemas judiciales constituyen un poderoso disuasivo para las acciones del mal, y son necesarias porque hay mucho mal en el mundo que es irracional y que se puede refrenar solamente por la fuerza, porque no se le disuadirá mediante la razón o la educación. Por supuesto, el pecado de la gente también puede afectar a los mismos gobiernos, y estos pueden llegar a corromperse y alentar al mal antes que promover el bien. Esto es simplemente para decir que el gobierno humano, como todas las demás bendiciones de la gracia común que Dios da, puede llegar a usarse para bien o para mal.

Otras organizaciones en la sociedad humana incluyen instituciones educativas, empresas y corporaciones, asociaciones voluntarias (tales como grupos de caridad y servicio público), e incontables ejemplos de amistad humana ordinaria. Todas estas funcionan para dar alguna medida de bien a los seres humanos, y todas son expresiones de la gracia común de Dios.

El ámbito religioso.

Incluso en el campo de la religión humana, la gracia común de Dios trae algunas bendiciones a los incrédulos. Jesús nos dice: «Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen» (Mt 5:4), y puesto que no hay restricción en el contexto para orar simplemente por su salvación, y puesto que el mandamiento de orar por los que nos persiguen va unido al mandamiento de amarlos, parece razonable concluir que Dios se propone responder a nuestras oraciones incluso a favor de los que nos persiguen, y respecto a muchos aspectos de la vida. Por cierto, Pablo específicamente ordena que oremos «por los gobernantes y por todas las autoridades» (1 Ti 2:1–2). Cuando procuramos el bien de los que no son creyentes, nos estamos conformando a la práctica de Dios de conceder sol y lluvia «sobre justos e injustos» (Mt 5:45), y también a la práctica de Jesús durante su ministerio terrenal cuando sanó a toda persona que le llevaron (Lc 4:40). No hay indicación de que les haya exigido a todos que creyeran en él ni que convinieran con que él era el Mesías antes de concederles sanidad física.

¿Responde Dios las oraciones de los incrédulos? Aunque Dios no ha prometido responder a las oraciones de los incrédulos como ha prometido responder a las oraciones de los que vienen en el nombre de Jesús, y aunque no tiene obligación de contestar las oraciones de los incrédulos, Dios puede, por su gracia común, oír y conceder las oraciones de los incrédulos, demostrando así de otra manera su misericordia y bondad (cf. Sal 145:9, 15; Mt 7:22; Lc 6:35–36). Este es al parecer el sentido de 1 Timoteo 4:10, que dice que Dios «es el Salvador de todos, especialmente de los que creen». 

Aquí «Salvador» no puede restringirse en significado a «el que perdona pecados y da vida eterna», porque esas cosas no las reciben los que no creen. «Salvador» debe tener aquí un sentido más general; es decir, «el que rescata de la aflicción, el que libra». En casos de problemas o aflicción, Dios muchas veces oye las oraciones de los incrédulos y en su gracia los libra de sus problemas. Todavía más, incluso los incrédulos a menudo tienen cierto sentido de gratitud a Dios por la bondad de la creación, por la liberación del peligro, y por las bendiciones de la familia, el hogar, las amistades y el país.

La gracia común no salva a nadie.

A pesar de todo esto, debemos entender que la gracia común es diferente de la gracia salvadora. La gracia común no cambia el corazón ni lleva a las personas al arrepentimiento genuino y la fe; no puede salvar ni salva a nadie (aunque en las esferas moral e intelectual puede dar alguna preparación para hacer que las personas estén más dispuestas a aceptar el evangelio). La gracia común refrena el pecado pero no le cambia a nadie su disposición fundamental hacia el pecado, ni tampoco purifica en alguna medida significativa la naturaleza humana caída.

Debemos también reconocer que las acciones de los incrédulos realizadas en virtud de la gracia común en sí misma no ameritan la aprobación o el favor de Dios. Estas acciones no brotan de fe («todo lo que no proviene de fe, es pecado», Ro 14:23, RVR), ni están motivadas por amor a Dios (Mt 22:37), sino más bien por amor a uno mismo de una forma u otra. Por consiguiente, aunque nos inclinemos a decir que las obras de los incrédulos que se conforman externamente a las leyes de Dios son «buenas» en algún sentido, de todas maneras no son buenas en términos de ameritar la aprobación de Dios ni de obligar a Dios de alguna manera al pecador.

Finalmente, debemos reconocer que los incrédulos a menudo reciben más gracia común que los creyentes; pueden ser más diestros, trabajar más duro, ser más inteligentes, más creativos, o incluso tener más beneficios materiales de esta vida para disfrutar. Esto de ninguna manera indica que Dios los favorece más en un sentido absoluto ni que ganarán salvación eterna, sino simplemente que Dios distribuye las bendiciones de la gracia común de varias maneras, a menudo concediendo bendiciones significativas a los incrédulos. En todo esto ellos deberían, por supuesto, reconocer la bondad de Dios (Hch 14:27) y deberían reconocer que la voluntad revelada de Dios es que «la bondad de Dios» a la larga los conduzca «al arrepentimiento» (Ro 2:4).

 Los porqués de la gracia común

¿Por qué Dios concede gracia común a pecadores que no se la merecen y que nunca vendrán a la salvación? Podemos sugerir por lo menos cuatro razones:

Para redimir a los que serán salvos.

Pedro dice que el día del juicio y ejecución final del castigo está siendo demorado porque todavía hay más personas que serán salvas:

«El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan. Pero el día del Señor vendrá como un ladrón» (2 P 3:9–10).

En realidad, esta razón fue cierta desde el principio de la historia humana, porque si Dios quería salvar a algunos de entre la humanidad pecadora, no podía haber destruido a todos los pecadores al instante (porque entonces no habría quedado raza humana alguna). Escogió más bien permitir que los seres humanos pecadores vivan por un tiempo para que puedan tener oportunidad de arrepentirse y también para que puedan tener hijos y permitir que generaciones subsiguientes vivan, oigan el evangelio y se arrepientan.

Para demostrar la bondad y misericordia de Dios.

La bondad y la misericordia de Dios no sólo se ven en la salvación de los creyentes, sino también en las bendiciones que él da a los pecadores que no se la merecen. Cuando Dios «es bondadoso con los ingratos y malvados» (Lc 6:35), su bondad se revela en el universo, para su gloria. David dice: «El SEÑOR es bueno con todos; él se compadece de toda su creación» (Sal 145:9). En el relato de Jesús al hablar con el joven rico, leemos que «Jesús lo miró con amor» (Mr 10:21), aunque el hombre no era creyente y pronto se alejaría de él debido a sus grandes posesiones. Berkhof dice que Dios «derrama bendiciones indecibles sobre todos los hombres y también claramente indica que estas son expresiones de una disposición favorable en Dios, que de un modo u otro no llega a la volición positiva de perdonar su pecado, levantarles la sentencia o concederles la salvación».

No es injusto que Dios demore la ejecución del castigo sobre el pecado y dé bendiciones temporales a los seres humanos, porque el castigo no queda en el olvido, sino que solamente se retarda. En el castigo demorado Dios muestra claramente que no se complace en ejecutar el castigo final, sino más bien se deleita en la salvación de los seres humanos. «Diles: Tan cierto como que yo vivo—afirma el SEÑOR omnipotente—, que no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y viva. ¡Conviértete, pueblo de Israel; conviértete de tu conducta perversa! ¿Por qué habrás de morir?» (Ez 33:11). Dios «quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad» (1 Ti 2:4). En todo esto la demora del castigo da clara evidencia de la misericordia, bondad y amor de Dios.

Para demostrar la justicia de Dios.

Cuando Dios invita repetidamente a los pecadores a acudir a la fe y estos rehúsan repetidamente sus invitaciones, la justicia de Dios se manifiesta mejor al condenarlos. Pablo advierte que los que persisten en la incredulidad están simplemente almacenando más ira para sí mismos: «Pero por tu obstinación y por tu corazón empedernido sigues acumulando castigo contra ti mismo para el día de la ira, cuando Dios revelará su justo juicio» (Ro 2:5). En el día del juicio «toda boca» se «cerrará» (Ro 3:19), y nadie podrá objetar que Dios ha sido injusto.

Para demostrar la gloria de Dios.

Finalmente la gloria de Dios se muestra de varias maneras en las actividades de los seres humanos en todos los aspectos en que opera la gracia común. Al desarrollar y ejercer dominio sobre la tierra, hombres y mujeres demuestran y reflejan la sabiduría de su Creador, demuestran cualidades semejantes a las de Dios de capacidad y virtud moral, autoridad sobre el universo, etc. Aunque todas estas actividades están manchadas por motivos impuros, reflejan la excelencia de nuestro Creador y por consiguiente dan gloria a Dios, no completa ni perfectamente, pero en forma significativa.

Nuestra respuesta a la doctrina de la gracia común

Al pensar en las varias clases de bondades que se ven en la vida de los incrédulos debido a la abundante gracia común de Dios, debemos tener en mente estos tres puntos.

La gracia común no quiere decir que los que la reciban serán salvos.

Incluso cantidades excepcionalmente grandes de gracia común no implican que los que la reciben serán salvos. Incluso los más hábiles, los más inteligentes, los más ricos y más poderosos del mundo necesitan el evangelio de Jesucristo, ¡o de lo contrario serán condenados por la eternidad! Incluso el más moral y amable de nuestros vecinos necesita el evangelio de Jesucristo, ¡o será condenado por toda la eternidad! Pueden parecer por fuera que no tienen necesidades, pero la Biblia a pesar de todo eso dice que los incrédulos son «enemigos» de Dios (Ro 5:10; cf. Col 1:21; Stg 4:4), y están «contra» Cristo (Mt 12:30). «Viven como enemigos de la cruz de Cristo» y tienen la mente «puesta en las cosas de la tierra» (Fil 3:18–19) y son «por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás» (Ef 2:3, RVR).

Debemos tener cuidado de no rechazar como totalmente malas las cosas buenas que los incrédulos hacen.

Por la gracia común los incrédulos hacen algún bien, y debemos ver la mano de Dios en ellos y estar agradecidos por la gracia común que opera en toda amistad, en todo acto de bondad, en toda manera en que da bendición a otros. Todo esto, aunque el incrédulo no lo sabe, es a fin de cuentas de Dios, y él merece la gloria de ello.

La doctrina de la gracia común debe alentar nuestros corazones a una mayor gratitud a Dios.

Cuando andamos por la calle y vemos casas, jardines y familias que viven seguras, o cuando hacemos algún negocio en el mercado y vemos los abundantes resultados del progreso tecnológico, o cuando damos un paseo por el bosque y vemos la belleza de la naturaleza, o cuando el gobierno nos protege, o cuando recibimos educación del enorme almacén del conocimiento humano, debemos darnos cuenta no sólo de que todas estas bendiciones se deben a Dios en su soberanía, sino también que Dios las ha concedido a todos los pecadores que definitivamente no las merecen. Estas bendiciones en el mundo son no sólo evidencia del poder y sabiduría de Dios, sino que también son siempre una manifestación de su gracia abundante. El percatarnos de este hecho debe hacer que nuestros corazones se hinchen de gratitud a Dios en toda actividad de la vida.

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