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¿Cuántos pactos hay en la biblia?

Los 7 pactos de Dios son prominentes en cada período de la historia de la salvación. Los pactos divinos revelan el plan de rescate de Dios para establecer la comunión con Israel y con los pueblos; dicho plan se cumplió, finalmente, por medio de la muerte y la resurrección de Cristo.

Estudio bíblico sobre los pactos de Dios con el hombre

PACTO (διαθήκη, diathēkē).

Vínculo de parentesco sagrado entre dos partes, ratificado por la promesa de un juramento. Hacer un pacto era una costumbre generalizada en todo el antiguo Cercano Oriente y en la cultura grecorromana, y servía como un medio para forjar lazos sociopolíticos entre personas o grupos.

La traducción inadecuada de “pacto” como “testamento” puede ocultar el significado teológico de la división de la historia de la salvación (y del canon bíblico) en los pactos antiguo y nuevo. El vocabulario del pacto es más prominente en el Antiguo Testamento, el cual refleja su carácter futurista como “una historia en busca de un final”. 

El vocabulario del parentesco divino (ej., “padre”, “hijo”) aparece en el Nuevo Testamento, porque el cumplimiento del Antiguo Pacto por parte de Cristo forja lazos familiares de comunión divina con toda la raza humana.

LOS 7 PACTOS DE DIOS

Definición de pacto

La definición correcta de “pacto” está en discusión. Desde el siglo XIX, los eruditos alemanes tienden a definir “pacto” en términos estrictamente legales, reduciéndolo, de esta manera, a un sinónimo de “ley” u “obligación”. 

Si bien los pactos siempre contienen leyes, cada vez más eruditos reconocen la prioridad de las relaciones de pacto por encima de las obligaciones legales. El siglo XX fue testigo del surgimiento de un consenso real entre los eruditos bíblicos protestantes (F.M. Cross, G.P. Hugenberger), católicos (D.J. McCarthy, P. Kalluveettil) y judíos (M. Weinfeld, D.N. Freedman), quienes consideran que, en la antigüedad, los pactos representaban el sello de lazos de parentesco sagrado por medio de la sanción legal y del rito litúrgico. 

Como lo explica el profesor de Harvard F. M. Cross, un pacto “es … un medio legal generalizado por el cual los deberes y los privilegios de parentesco pueden extenderse a otro individuo o grupo, incluidos los extranjeros”. Los pactos se sellan prestando juramento, y los lazos familiares resultantes se ratifican con la celebración de ritos de culto y la regulación de las condiciones y las obligaciones legales.

Distinción entre pacto y contrato

Los contratos y los pactos difieren en varios campos. En términos de la iniciación, los contratos se realizan por el intercambio de promesas, mientras que los pactos se confirman por medio de juramentos solemnes. En la práctica, los contratos están limitados por los términos del intercambio de propiedad (“esto es tuyo, aquello es mío”), mientras que los pactos conllevan un intercambio de vida (“Yo soy tuyo, tú eres mío”), lo que cubre prácticamente una gama ilimitada de relaciones humanas y deberes. En términos de la motivación, los contratos se basan en el beneficio y en el egoísmo, mientras que los pactos requieren la lealtad que uno expresa voluntariamente y amor sacrificial. 

Los contratos son temporarios, mientras que las uniones de los pactos son permanentes, incluso intergeneracionales. Tales distinciones no implican que los pactos sean necesariamente opuestos a los contratos, ya que los pactos requieren de hacer promesas y juramentos (Heb 6:13–18). Un contrato es un acuerdo sobre asuntos humanos que puede ser ratificado con la jura de un pacto para añadir la dimensión mayor de obligatoriedad de lo divino.

Pacto y juramento: bendición y maldición

Las Escrituras y los textos del antiguo Cercano Oriente enseñan maneras diversas de formalizar pactos. En la mayoría de los casos, el acto de hacer un pacto implica que una o ambas partes prestan un juramento (Gén 21:31–32; 22:16; 26:28; Jos 9:15; Eze 16:59, 17:13–19). Al invocar el nombre divino, los que juran apelan a Dios (o a los dioses) para hacer valer el pacto con una bendición por la obediencia o con una maldición por la rebeldía.

El juramento de pacto se hace solemnemente y luego se representa de manera ritual. Los escritos del antiguo Cercano Oriente dan muchos ejemplos de tales ritos de prestar juramento, como el que se expone en un texto asirio (del año 754 a.C.):

“Esta cabeza no es la cabeza de un cordero; es la cabeza de Mati’ilu [el que hace el pacto]. Si Mati’ilu peca contra este pacto, entonces, así como se ha arrancado la cabeza de este pequeño corderito … que le arranquen la cabeza a Mati’ilu”.

Las Escrituras dan testimonio de rituales similares para juramentar pactos (Gén 15:7–21), donde Abram corta a los animales a la mitad para que el Señor pase entre los pedazos (Jer 34:18). 

Otras clases de rituales que podían implicar la maldición para el que juraba también se encuentran en las Escrituras, como el sacrificio de animales y el rociamiento de la sangre (Éxo 24:8; Sal 50:5), que parece transmitir un mensaje similar: 

“Que nuestra sangre sea derramada como la sangre de estas víctimas”. G.P. Hugenberger, M.G. Kline y otros afirman que el significado simbólico de la circuncisión probablemente implique la propia maldición (Gén 17:10; e. d., “el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio, aquella persona será cortada de su pueblo”). 

También aparecen indicios de juramentos de pactos y condiciones de propia maldición en los actos rituales del Nuevo Pacto: el bautismo y la Cena (Mar 10:38; 1 Cor 11:27–32). De hecho, la descripción del bautismo como “como una petición a Dios de una buena conciencia” (1 Ped 3:21 LBLA) supone que el bautismo fue entendido muy rápidamente dentro de los términos del juramento de pacto.

Como alternativa, una cantidad de textos bíblicos brindan ejemplos de rituales de juramentos de pactos que indican lo opuesto a la maldición (la bendición), lo que refleja el aspecto positivo de compartir lazos de parentesco sagrado. Por ejemplo, las partes que hacen un pacto pueden compartir una simple comida para confirmar su nueva fraternidad familiar (Gén 26:30; 31:54; Éxo 24:11; Jos 9:14–15; Luc 22:14–23). Asimismo, el uso común de la terminología de parentesco (“hermano”, 1 Rey 20:32–34; “padre e hijo” Sal 2:7; 89:26–28; 2 Sam 7:14; Luc 22:29), y el intercambio de obsequios o de ropa (Gén 21:27; 1 Sam 18:3) también expresa solidaridad familiar. 

El nuevo pacto es ratificado en la Última Cena (Luc 22:20) con la institución de la Eucaristía, cuando los discípulos comparten con Jesús una comida sacrificial como la que compartieron Moisés y los ancianos de Israel con Dios en el Sinaí (Éxo 24:11). Ciertamente, la solemne declaración de Jesús: “esto es mi sangre del pacto” (Mat 26:28 NVI), repite las palabras de Moisés mientras rociaba la sangre de los animales sacrificados para ratificar el pacto en el monte Sinaí (Éxo 24:8). Por eso, la Eucaristía es el sacrificio y la comida familiar del nuevo pacto (Luc 22:14–29; 1 Cor 10:16–17; 11:23–25).

El pacto y la familia: las relaciones, las obligaciones y las consagraciones

En las Escrituras y en el antiguo Cercano Oriente se pueden identificar tres dimensiones específicas e interrelacionadas de pactos: las relaciones, las obligaciones y las celebraciones. Los pactos son lazos familiares sancionados legalmente y ritualizados litúrgicamente. Los tres aspectos aparecen en la ceremonia del pacto en el Sinaí (Éxo 24:3–11). 

El lazo familiar está ilustrado en la comida compartida (24:9–11); las sanciones legales se reflejan en el juramento hecho por Israel (24:7–8); el ritual litúrgico está representado en el altar del sacrificio (24:4–5). Así, los pactos dan origen a las relaciones familiares y a sus correspondientes obligaciones legales, que son consagradas por Dios mediante una ceremonia.

Tipos de pacto: parentesco, tratado y cesión

Los pactos pueden ser clasificados según cuál sea la parte que hace el juramento que ratifica el pacto. Cuando ambas partes juran, resulta un pacto de “parentesco” (o “paridad”). Este tipo de pacto se clasifica como de “parentesco” debido al compromiso mutuo que juran ambas partes, en lugar de ser una obligación unilateral jurada por una parte hacia la otra. 

En el pacto de parentesco, ambas partes se prometen conjuntamente, uno al otro, lo cual produce un vínculo con responsabilidades recíprocas. Las Escrituras dan muchos ejemplos de pactos de parentesco (Gén 26:30; 31:54; Éxo 24:11), que normalmente incluyen una comida familiar en el ritual del pacto.

Cuando solamente la parte subordinada hace el juramento de pacto, el resultado es un pacto de “vasallaje”. En dicha situación, el partícipe superior le impone unilateralmente al inferior un juramento de pacto, a menudo, con un ritual de auto maldición. 

Los ejemplos del antiguo Cercano Oriente de este pacto incluyen los famosos Tratados de vasallaje de Esar-hadón (rey de Asiria, 681–669 a.C.), quien les impuso a los vasallos rebeldes que juraran un pacto de lealtad para garantizar que aceptaban a su heredero, Asurbanipal. 

Entre los ejemplos bíblicos de vasallaje están el pacto de la circuncisión (Gén 17), en el que solo Abraham realiza el ritual, junto con el pacto deuteronómico, en el que solamente Israel hace un juramento en el que se maldice a sí mismo (Deut 27:11–26; Jos 8:30–35).

Cuando solo la parte superior hace el juramento, el resultado es un pacto de cesión. En fuentes del antiguo Cercano Oriente hay diferentes pactos de cesión, en los cuales los monarcas protectores recompensan el servicio leal de sus vasallos haciendo un juramento de pacto por el que les conceden territorios (o puestos) reales a perpetuidad. 

En dicho pacto, la parte superior, unilateralmente, se obliga a sí misma a bendecir a la parte inferior por actos heroicos de servicio fiel. Los ejemplos bíblicos incluyen el juramento del pacto de Dios con Abraham e Isaac en la ocasión del Aquedah o sacrificio de Isaac (Gén 22:15–18; Luc 1:72–73; Heb 6–7), y con David y Salomón (Sal 89:3–37; 110:4; 132:1–11)

Los pactos seculares en el antiguo Cercano Oriente y en las Sagradas Escrituras

La mayoría de los pactos en las Escrituras y en el antiguo Cercano Oriente son llamados “seculares”: se hacen entre partes humanas, al margen de las intervenciones divinas.

En el antiguo Cercano Oriente, la arqueología ha descubierto muchos de textos correspondientes a esos pactos “seculares”. Dos de las colecciones más grandes son los Tratados de pacto hititas y los Tratados de vasallaje de Esar-hadón, mencionados anteriormente. 

Los Tratados hititas datan del segundo milenio a.C. e involucran los pactos hechos por el rey de Hatti (actual Turquía) con los gobernantes de los pueblos vecinos. Los textos de los acuerdos de estos pactos seguían un modelo formal, casi idéntico a la estructura de Deuteronomio:

  • Título y preámbulo (comparar Deut 1:1–5)
  • Prólogo histórico (Deut 1–3)
  • Estipulaciones generales (Deut 5)
  • Estipulaciones específicas (Deut 6–11; 12–26)
  • Sanciones dobles: bendiciones y maldiciones (Deut 27–28)
  • Instrucciones para el guardado y la lectura del documento del pacto (Deut 31:9–13)
  • Invocación a los testigos (Deut 31:14–29)

Muchos eruditos en el estudio de las formas mencionan los notables paralelismos entre Deuteronomio y los tratados hititas (M.G. Kline; K. Kitchen; J. Berman), y dan argumentos a favor de una fecha anterior para Deuteronomio (el segundo milenio a.C.). Los tratados neo-asirios del primer milenio a.C. discrepan profundamente de este esquema formal. Los Tratados de vasallaje de Esar-hadón (siglo VIII a.C.), por ejemplo, omiten varios elementos; particularmente, el prólogo histórico y las bendiciones.

Una gran cantidad de pactos seculares entre dos partes humanas están registrados en la Biblia: entre Abraham y Abimelec (Gén 21:22–33), Isaac y Abimelec (Gén 26:26–33), Jacob y Labán (Gén 31:43–54), los israelitas y los gabaonitas (Jos 9:15), David y Jonatán (1 Sam 18:1–4; 20:8), Acab y Ben-adad (1 Rey 20:32–34), Joiada y los guardias del palacio (2 Rey 11:4) y otros. 

Estos pactos “seculares” dan fe del uso generalizado de los pactos para ampliar los lazos de parentesco sagrado en la sociedad antigua. Incluso estos pactos seculares forjaban lazos de parentesco sagrado que no podían romperse sin desencadenar maldiciones, aun cuando los pactos se hubieran establecido bajo un pretexto falso o por la fuerza (Jos 9:19; Eze 17:11–21).

Los pactos divinos en la economía de la historia de la salvación

Israel es único entre los pueblos del antiguo Cercano Oriente porque creía que Dios se había involucrado en un pacto con ellos. Si bien los no israelitas hicieron pactos con otros pueblos invocando a otros dioses, solamente el Dios de Israel inicia un pacto y se obliga a sí mismo mediante juramento a su pueblo (Gén 22:16–18; Heb 6:13–19) e Israel contesta jurando el pacto por el cual contrajeron obligaciones para con él (Éxo 24:3–11). 

Aun después de violar el juramento adorando al becerro de oro (Éxo 32), Moisés descubre cómo las “misericordias juradas” tienen prioridad sobre las maldiciones de los pactos (Éxo 32:13) y, de esta manera, el pacto de Israel se renueva conforme a “la gracia y la misericordia” de Dios (Éxo 33:19).

El patrón de los pactos divinos caracteriza toda la economía de la historia de la salvación, empezando con la creación. El climax es la santificación del sabbat: la “señal del pacto” con la creación y con Israel (Gén 2:1–4; Éxo 31:16–17). El “plan paternal” de Dios para su familia avanza en cada etapa de la historia de la salvación a través de una serie de pactos divinos que tuvieron mediadores elegidos: Adán, Noé, Abraham, Moisés, David y, finalmente, Jesucristo. 

Esta secuencia de pactos divinos se puede interpretar en términos teológicos, ya que Dios se amolda a las etapas del desarrollo de la familia humana: el matrimonio, la familia, la tribu, el país, el reino internacional y, por último, la iglesia universal del nuevo pacto.

Los pactos divinos en Génesis (Adán, Noé, Abraham).

EL PACTO CON ADÁN

La Primera Revelación Del Pacto – Dios hace un pacto con Adán

La primera revelación del pacto se encuentra en el protoevangelio, Génesis 3:15. Algunos niegan que esto tenga alguna referencia al pacto; y esto ciertamente no se refiere a ningún establecimiento formal de un pacto. 

La revelación de tal establecimiento solo podía desprenderse de que la idea de pacto hubiera sido desarrollada en la historia. Al mismo tiempo Génesis 3:15 ciertamente contiene una revelación de la esencia del pacto. Deben señalarse los siguientes puntos:

a) Al poner enemistad entre la serpiente y la mujer Dios establece una relación, como siempre lo hace al realizar un pacto. 

La caída llevó al hombre a estar ligado con Satanás, pero Dios quiebra esa alianza recién formada al tornar la amistad del ser humano con Satanás en enemistad y restablecer al ser humano en amistad con Él mismo; y esta es la idea del pacto. 

Esta rehabilitación del ser humano incluyó la promesa de gracia santificadora, porque era solo por medio de tal gracia que la amistad del ser humano con Satanás podía tornarse en enemistad. 

Dios mismo tenía que revertir la condición por gracia regeneradora. Con toda probabilidad Él de una vez forjó la gracia del pacto en los corazones de nuestros primeros padres. 

Y cuando Dios por medio de Su poder salvífico general enemistad con Satanás en el corazón del ser humano, esto implica que Él escoge el lado del ser humano, que se vuelve confederado del ser humano en la lucha contra Satanás, y así virtualmente establece un pacto ofensivo y defensivo.

b) Esta relación entre Dios y el ser humano por un lado y Satanás por el otro no se limita a los individuos sino que se extiende a su simiente. El pacto es orgánico en su operación e incluye las generaciones. Este es un elemento esencial en la idea de pacto. 

No habrá solo una simiente del ser humano sino también una simiente de la serpiente, esto es, del diablo, y habrá una lucha prolongada entre ambos, en la cual la simiente del ser humano será victoriosa.

c) La lucha, entonces, no será irresoluta. Aunque el talón de la simiente de la mujer será herido, la cabeza de la serpiente será aplastada. Solo puede morder el talón y al hacerlo arriesga su misma cabeza. Habrá sufrimiento por parte de la simiente de la mujer, pero el aguijón mortal de la serpiente redundará en su propia muerte. 

La muerte de Cristo, que en un sentido preeminente es la simiente de la mujer, será el medio de derrotar a Satanás. La profecía de redención es aún impersonal en el protoevangelio, pero no obstante es una profecía mesiánica. 

En el último análisis la simiente de la mujer es Cristo, quien asume naturaleza humana y, al ser llevado a la muerte sobre la cruz, adquiere la victoria decisiva sobre Satanás. No hace falta decir que nuestros primeros padres no entendieron todo esto.

EL PACTO CON NOÉ.

pacto con noe

El pacto con Noé es evidentemente de una naturaleza muy general: Dios promete que no destruiría nuevamente toda carne por medio de las aguas de un diluvio y que la sucesión regular del tiempo de siembra y de cosecha, de frío y calor, de invierno y verano, de día y noche continuará. 

Las fuerzas de la naturaleza son reprimidas, los poderes del mal son puestos bajo mayor restricción y el ser humano es protegido contra la violencia tanto del ser humano como de los animales. Es un pacto que solo confiere bendiciones naturales y por lo tanto suele llamarse pacto de la naturaleza o de gracia común. 

No hay objeción a esta terminología en vistas de que no transmite la impresión de que este pacto está disociado totalmente del pacto de gracia. Aunque los dos difieren, también están conectados más íntimamente.

a) Puntos de diferencia. Deben señalarse los siguientes puntos de diferencia: 

(1) Mientras el pacto de gracia pertenece principalmente, aunque no de modo exclusivo, a las bendiciones espirituales, el pacto de la naturaleza solamente asegura al ser humano bendiciones terrenales y temporales. 

(2) Mientras el pacto de gracia en el sentido más amplio de la palabra solo incluye a los creyentes y su simiente, y es plenamente realizado solamente en la vida de los elegidos, el pacto con Noé no solo fue universal en su comienzo sino que también fue destinado a permanecer inclusivo. 

Hasta los días de la transacción de pacto con Abraham no hubo selló del pacto de gracia, pero el pacto con Noé fue confirmado por la señal del arco iris, un sello bastante distinto al de aquellos que más adelante estuvieron conectados con el pacto de gracia.

b) Puntos de conexión. Pese a las diferencias que acabamos de mencionar, hay una conexión más íntima entre los dos pactos. 

(1) El pacto de la naturaleza también se originó en la gracia de Dios. En este pacto, así como en el pacto de gracia, Dios concede sobre el ser humano no solo favores inmerecidos sino también bendiciones que fueron perdidas por el pecado. Por naturaleza el ser humano no tiene ningún derecho a las bendiciones naturales prometidas en este pacto.

 (2) Este pacto también descansa sobre el pacto de gracia. Fue establecido más particularmente con Noé y su simiente porque había evidencias claras de la realización del pacto de gracia en esta familia, Génesis 6:9; 7:1; 9:9, 26, 27. 

(3) También es un apéndice necesario del pacto de gracia. La revelación del pacto de gracia en Génesis 3:16–19 ya señalaba a las bendiciones terrenales y temporales. Estas eran absolutamente necesarias para la concreción del pacto de gracia. En el pacto con Noé el carácter general de estas bendiciones es claramente expresado y su continuidad es confirmada.

EL PACTO CON ABRAHAM.

Con Abraham entramos en una nueva época en la revelación del Antiguo Testamento del pacto de gracia. Aquí hay varios puntos que ameritan nuestra atención:

a) Hasta el tiempo de Abraham no hubo un establecimiento formal del pacto de gracia. Aunque Génesis 3:15 ya contiene los elementos de este pacto, no registra una transacción formal por la cual se estableciera el pacto. Ni siquiera habla explícitamente de un pacto. 

El establecimiento del pacto con Abraham marcó el comienzo de una Iglesia institucional. En los tiempos pre-abrahámicos hubo lo que se puede llamarse «la iglesia en la casa». Había familias en las que la verdadera religión encontró expresión e indudablemente también reuniones de creyentes, pero no había un cuerpo definidamente marcado de creyentes, separado del mundo, que podría denominarse Iglesia. 

Había «hijos de Dios» e «hijos de hombres», pero estos no estaban aún separados por una visible línea demarcadora. En el tiempo de Abraham, sin embargo, la circuncisión fue instituida como una ordenanza de sellado, un símbolo de membresía y una señal de la justicia de la fe.

b) En la transacción con Abraham la administración particular del pacto en el Antiguo Testamento tuvo su comienzo y resulta perfectamente evidente que el ser humano es una parte en el pacto y debe responder a las promesas de Dios mediante la fe. El gran factor central enfatizado en la Escritura es que Abraham creyó a Dios y fue contado para él como justicia. 

Dios aparece ante Abraham una y otra vez, repitiendo Sus promesas, a fin de engendrar fe en su corazón y suscitar su actividad. La grandeza de su fe fue evidente en su creer contra esperanza, en su confiar en la promesa incluso cuando su cumplimiento parecía una imposibilidad física.

c) Las bendiciones espirituales del pacto de gracia se volvieron mucho más evidentes en el pacto con Abraham de lo que fueron antes. La mejor exposición escritural del pacto abrahámico está contenida en Romanos 3 y 4, y Gálatas 3. 

En conexión con la narrativa hallada en Génesis, estos capítulos enseñan que en el pacto Abraham recibió justificación, incluyendo el perdón de pecados y la adopción en la familia misma de Dios, y también los dones del Espíritu para santificación y gloria eterna.

d) El pacto con Abraham ya incluía un elemento simbólico. Por un lado hacía referencia a bendiciones temporales, tales como la tierra de Canaán, una descendencia numerosa, protección contra y victoria sobre los enemigos; y por otro, refería a bendiciones espirituales. Debería tenerse en cuenta, sin embargo, que lo primero no estuvo coordinado con, sino subordinado a, lo segundo. 

Estas bendiciones temporales no constituían un fin en sí mismas sino que servían para simbolizar y tipificar cosas espirituales y celestiales. Las promesas espirituales no fueron realizadas en los descendientes naturales de Abraham como tales, sino solo en aquellos que siguieron las pisadas de Abraham.

e) En vistas de este establecimiento del pacto de gracia con Abraham, en ocasiones se lo considera como la cabeza del pacto de gracia. Pero la palabra «cabeza» es bastante ambigua y por tanto propensa a malentenderse. Abraham no puede denominarse la cabeza representativa del pacto de gracia, así como Adán fue del pacto de las obras, porque:

 (1) el pacto abrahámico no incluyó a los creyentes que lo precedieron y quienes aún estaban en el pacto de gracia, y…

(2) no podía aceptar las promesas por nosotros ni creer en nuestro lugar, y de ese modo exceptuarnos de estos deberes. Si hay una cabeza representativa en el pacto de gracia, solo puede ser Cristo; pero, estrictamente hablando, podemos considerarlo a Él como Cabeza solamente sobre la asunción de que el pacto de redención y el pacto de gracia son uno.

Abraham puede denominarse como cabeza del pacto solamente en el sentido en que fue formalmente establecido con él y que recibió la promesa de su continuidad en el linaje de sus descendientes naturales, pero sobre todo, de sus descendientes espirituales. Pablo habla de él como «padre de todos los creyentes», Romanos 4:11. 

Resulta claro que la palabra «padre» solo puede entenderse figuradamente aquí, porque los creyentes no deben su vida espiritual a Abraham. Dice el Dr. Hodge en su Comentario de Romanos (4:11): 

«La palabra padre expresa comunidad de carácter y suele aplicarse a la cabeza o al fundador de cualquier escuela o clase de personas, cuyo carácter está determinado por la relación con la persona así designada; como Génesis 4:20, 21.[…] Los creyentes son llamados hijos de Abraham en virtud de esta identidad de naturaleza o carácter religioso, pues él sobresale en la Escritura como el creyente; y debido a que fue con él que el pacto de gracia, abrazando a todos los hijos de Dios, sean judíos o gentiles, fue vuelto a promulgar; y porque son sus herederos, heredando las bendiciones prometidas para él».

f) Finalmente, no debemos perder de vista el hecho de que la etapa de la revelación del pacto en el Antiguo Testamento que es más normativa para nosotros en la dispensación del Nuevo Testamento, no es la del pacto sinaítico sino la del pacto establecido con Abraham. 

El pacto sinaítico es un interludio, abordando un período en el cual el carácter real del pacto de gracia, esto es, su carácter libre y misericordioso, es de algún modo eclipsado por toda clase de ceremonias y formas externas que, en conexión con la vida teocrática de Israel, situó prominentemente las demandas de la ley en el primer plano, Gálatas 3.

En el pacto con Abraham, por otra parte, la promesa y la fe que responde a la promesa se hacen enfáticas.

EL PACTO SINAÍTICO.

El pacto del Sinaí fue esencialmente el mismo que se estableció con Abraham, aunque la forma difirió de algún modo. Esto no se reconoce siempre y no se reconoce por los dispensacionalistas de la actualidad. Insisten en que fue un pacto diferente, no solo en forma sino también en esencia. Scofield habla de este como un pacto legal, un «condicional pacto mesiánico de las obras», bajo el cual el punto de prueba fue la obediencia legal como la condición de salvación. 

Si aquel pacto fue un pacto de las obras, ciertamente no fue el pacto de gracia. La razón por la que en ocasiones es considerado como un pacto totalmente nuevo es que Pablo se refiere de modo reiterado a la ley y la promesa como una antítesis, Romanos 4:13 ss; Gálatas 3:17. Pero debería señalarse que el apóstol no contrasta con el pacto de Abraham el pacto sinaítico como un todo sino solo la ley en cuanto a cómo funcionaba en este pacto, y esta función solo en cuanto fue malentendida por los judíos. 

La única excepción evidente a esta regla es Gálatas 4:21 ss, donde los dos pactos son ciertamente comparados. Pero estos no son el pacto abrahámico y el pacto sinaítico. El pacto que procede del Sinaí y se centra en la Jerusalén terrenal, es posicionado contra el pacto que procede del cielo y se centra en la Jerusalén que es de arriba, esto es, lo natural y lo espiritual.

Hay claras indicaciones en la Escritura de que el pacto con Abraham no fue suplantado por el pacto sinaítico sino que siguió en vigor. Incluso en Horeb el Señor le recordó al pueblo del pacto con Abraham, Deuteronomio 1:8; y cuando el Señor amenazó con destruir al pueblo luego de que hicieran el becerro de oro, Moisés basó su ruego por ellos en aquel pacto, Éxodo 32:13. 

También les aseguró reiteradamente que, cuando ellos se arrepintieran de sus pecados y regresaran a Él, Él sería consciente de Su pacto con Abraham, Levítico 26:42; Deuteronomio 4:31. Los dos pactos están claramente representados en su unidad en el Salmo 105:8–10: «Se acordó para siempre de su pacto; de la palabra que mandó para mil generaciones, la cual concertó con Abraham, y de su juramento a Isaac. La estableció a Jacob por decreto, a Israel por pacto sempiterno».

Esta unidad también se desprende del argumento de Pablo en Gálatas 3, donde enfatiza el hecho de que un Dios inmutable no altera arbitrariamente la naturaleza esencial de un pacto una vez confirmado; y que la ley no fue pensada para suplantar sino para servir a los fines misericordiosos de la promesa, Gálatas 3:15–22. Si el pacto sinaítico fue ciertamente un pacto de las obras, en donde la obediencia legal era el modo de salvación, entonces ciertamente fue una maldición para Israel, porque se impuso sobre un pueblo que no podía obtener salvación mediante las obras. 

Pero este pacto es representado en la Escritura como una bendición concedida a Israel por un Padre amoroso, Éxodo 19:5; Levítico 26:44, 45; Deuteronomio 4:8; Salmo 147:20. Pero pese a que el pacto con Abraham y el pacto sinaítico fueron esencialmente lo mismo, aun así el pacto del Sinaí tenía determinados rasgos característicos.

a) En Sinaí el pacto se volvió un pacto ciertamente nacional. La vida civil de Israel estaba ligada con el pacto en tal modo que ambas cosas no podían separarse. En gran medida, la Iglesia y el Estado se volvieron uno. Estar en la Iglesia era estar en la nación, y viceversa; y salir de la Iglesia era dejar la nación. No había excomunión espiritual; la prohibición implicaba cortar mediante la muerte.

b) El pacto sinaítico incluía un servicio que contenía un recordatorio positivo de las demandas estrictas del pacto de las obras. La ley fue situada en gran medida en el primer plano, dando prominencia una vez más al elemento legal temprano. Pero el pacto de Sinaí no fue una renovación del pacto de las obras; en este la ley fue hecha subsirviente del pacto de gracia. 

Esto ya se indica en la introducción a los diez mandamientos, Éxodo 20:2; Deuteronomio 5:6, y además en Romanos 3:20; Gálatas 3:24. Es cierto que en Sinaí se añadió al pacto un elemento condicional, pero no fue la salvación del israelita sino su posición teocrática en la nación, y el disfrute de bendiciones externas se hizo dependiente del cumplimiento de la ley, Deuteronomio 28:1–14. La ley desempeñaba un propósito doble en conexión con el pacto de gracia: 

(1) incrementar la conciencia del pecado, Romanos 3:20; 4:15; Gálatas 3:19; y (2) ser un tutor hasta Cristo, Gálatas 3:24.

c) El pacto con la nación de Israel incluyó un detallado servicio ceremonial y típico. En cierta medida esto también estuvo presente en el período temprano, pero en la medida en que se introdujo en Sinaí fue algo nuevo. Se instituyó un sacerdocio separado y se introdujo una continua predicación del evangelio mediante símbolos y tipos. 

Estos símbolos y tipos aparecen bajo dos aspectos diferentes: como demandas de Dios impuestas sobre la gente; y como un mensaje divino de salvación para el pueblo. Los judíos perdieron de vista este último aspecto y fijaron su atención exclusivamente en lo primero. Consideraban el pacto de forma cada vez más incrementada, aunque erróneamente, como un pacto de las obras, y vieron en los símbolos y los tipos un mero apéndice para esto.

d) La ley en el pacto sinaítico también servía a Israel como una regla de vida, de modo que la ley de Dios asumió tres aspectos diferentes, designados como la ley moral, la civil y la ceremonial o religiosa. La ley civil es simplemente la aplicación de los principios de la ley moral a la vida social y cívica del pueblo en todas sus ramificaciones. Incluso las relaciones sociales y civiles en las que se posicionaba el pueblo entre sí tenía que reflejar la relación de pacto en la que se situaban.

Ha habido varias opiniones divergentes con respecto al pacto sinaítico que ameritan nuestra atención.

a) Cocceius vio en el decálogo una expresión sumaria del pacto de gracia, particularmente aplicable a Israel. Cuando el pueblo, luego del establecimiento de este pacto de gracia nacional, fue infiel e hizo un becerro de oro, el pacto legal del servicio ceremonial fue instituido como una dispensación más estricta y severa del pacto de gracia. Así, la revelación de la gracia se encuentra particularmente en el decálogo, y la de la servidumbre en la ley ceremonial. Antes del pacto del Sinaí los padres vivían bajo la promesa. Había sacrificios, pero estos no eran obligatorios.

b) Otros consideraron la ley como una fórmula de un nuevo pacto de las obras establecido con Israel. Dios no se propuso realmente que Israel mereciera la vida mediante el cumplimiento de la ley, en vistas de que esto se había vuelto totalmente imposible. Él simplemente quería que ellos probaran su fuerza y darles una conciencia de su propia incapacidad. 

Cuando dejaron Egipto, se mantuvieron firmes en la convicción de que podían hacer todo lo que el Señor ordenaba; pero en Sinaí pronto descubrieron que no podían. En vista de su conciencia de culpa el Señor restableció ahora el pacto de gracia abrahámico, al cual también pertenecía la ley ceremonial. 

Esto revierte la postura de Cocceius. El elemento de gracia se encuentra en la ley ceremonial. Esto de algún modo se encuentra en línea con la postura actual de los dispensacionalistas, que se refieren al pacto sinaítico como un «condicional pacto mosaico de las obras» (Scofield), conteniendo en la ley ceremonial, no obstante, ciertas adumbraciones de la redención venidera en Cristo.

c) Incluso otros son de la opinión que Dios estableció tres pactos en Sinaí, un pacto nacional, un pacto de naturaleza o de las obras, y un pacto de gracia. El primero fue hecho con todos los israelitas y fue la continuación del linaje particular que comenzó con Abraham. En este Dios demanda obediencia externa y promete bendiciones temporales. El segundo fue una repetición del pacto de las obras por medio de la entrega de un decálogo. Y el último una renovación del pacto de gracia, como fue establecido con Abraham, en la entrega de la ley ceremonial.

Estas posturas son todas objetables por más de un motivo: 

(1) Son contrarias a la Escritura en su multiplicación de los pactos. Es antibíblico suponer que fue establecido más de un pacto en Sinaí, aunque se trató de un pacto con varios aspectos. 

(2) Son erróneos en cuanto a que buscan imponer limitaciones indebidas en el decálogo y en la ley ceremonial. Es evidente que la ley ceremonial tiene un doble aspecto; y es claro también que el decálogo, aunque ubicando las demandas de la ley claramente en el primer plano, se hace subsirviente del pacto de gracia.

El pacto mosaico.

En el éxodo, cuando el Señor libera a Israel de la esclavitud egipcia (ver Gén 15:13–14), renueva su pacto con Moisés en el Sinaí. Esto reorganiza a las doce tribus en un “reino de sacerdotes”, una familia nacional de Dios (Éxo 19–24). Después, cuando Israel adora al becerro (Éxo 32), necesita una renovación y una reconfiguración del pacto (Éxo 34:1–35), a partir de la cual el sacerdocio general de los primogénitos de Israel es transferido a los levitas (Éxo 32:27–29; Núm 3:5–51). 

El pacto levítico trae aparejado una cantidad de cambios y agregados legales (Éxo 35-Lev 27). Después de cuarenta años de continua rebeldía en el desierto (Núm 11; 12; 14; 16; 17), que culminan con la idolatría y la prostitución de la segunda generación en Baal-peor (Núm 25), el pacto experimenta la segunda mayor renovación y reconfiguración con el pacto deuteronómico (de vasallaje) en las llanuras de Moab (Deut 1:5; 3:29; 4:44–46). 

El pacto deuteronómico se diferencia del primer pacto en el Sinaí, también llamado “Horeb” (ver Deut 29:1). Además de la teofanía, Moisés se convierte en el legislador de Israel y les da muchos estatutos exclusivos de Deuteronomio, incluyendo la autorización para la monarquía (17:14–20), la guerra total (20:16–18), la usura (23:20), el divorcio y el nuevo casamiento (Deut 24:1–4). 

Jesús enseñará que algunos de los estatutos deuteronómicos no eran el ideal divino, sino concesiones a la “dureza de corazón” de Israel (Mat 19:8–9).

El pacto davídico.

Bajo el pacto davídico, el Señor eleva al pueblo de Israel a un reino internacional. Este pacto es anunciado en el oráculo profético de Natán (2 Sam 7:5–16), aunque la palabra “pacto” solo aparece en otros textos (2 Sam 23:5; Sal 89:19–37; 132:1–18; Isa 55:3; 2 Crón 13:5; 21:7; Jer 33:20–22). Los aspectos que distinguen al pacto davídico son un trono eterno (2 Sam 7:13–16), el regalo de la condición de hijo para el heredero ungido (2 Sam 7:14; Sal 2:6–9; 89:26–27), y la importancia de Sion y del templo de Jerusalén, al cual los peregrinos llegan de todo Israel y de todos los países (1 Rey 8:41–43; Isa 2:1–4; 56:6–7).

Luego del breve período de gloria salomónica, en el que las características del pacto davídico parecieron cumplirse parcialmente, (1 Rey 4–10), el reino entró en un largo período de división y decadencia (1 Rey 12). Después de esto, los profetas anunciaron un nuevo pacto (Jer 31:31; comparar Isa 55:1–3; 59:20–21; 61:8–9; Eze 34:25; 37:26). Este nuevo pacto se establece con un fuerte contraste con el pacto mosaico quebrantado (Jer 31:32; comparar Eze 20:23–28; Isa 61:3–4), pero tiene continuidad con el pacto davídico, que restaurará de una manera transformadora (Jer 33:14–26; Isa 9; 11; 55:3; Eze 37:15–28).

El nuevo pacto.

EL NUEVO PACTO

Los Evangelios, especialmente el de Mateo y el de Lucas, pintan claramente a Jesús como el Hijo (el heredero) de David y, por consiguiente, el único que restaurará el pacto del reino davídico (Mat 1:1–25; Luc 1:31–33, 69; 2:4). En la Última Cena, Jesús identifica claramente su cuerpo y su sangre como el nuevo pacto prometido por los profetas (Jer 31:31; Luc 22:20; 1 Cor 11:25) y cumple el oráculo de Isaías sobre el Siervo del Señor, quien no hará simplemente un pacto, sino que se convertirá en un pacto (Isa 42:6; 49:8).

El Evangelio de Juan presenta a Jesús haciendo siete “señales” relacionadas con siete fiestas del templo (2:13; 5:1; 6:4; 7:2; 9:14; 10:22; 11:55), para así mostrar de qué manera Jesús resucitado es el nuevo templo (Juan 2:19–20). Jesús también pronuncia el “nuevo mandamiento” de ser precisamente ese “amor” que da vida, que él encarna (e imparte) a todos los creyentes (Juan 13:34; 15:12; 17:23–26). 

De las treinta y tres veces que aparece “pacto” en el Nuevo Testamento, diecisiete se encuentran en Hebreos. El autor de Hebreos defiende la superioridad del nuevo pacto sobre el viejo (e. d., el pacto mosaico quebrantado), basado en sus “mejores” promesas, Mediador, sacrificio, sumo sacerdocio, juramento, santuario, etc. (Heb 1–9). Todo esto es el resultado de la obra de Cristo como sumo sacerdote real y como el Hijo primogénito de Dios (Heb 1:6).

Aunque el nuevo pacto supera al mosaico, lo hace restaurando y transformando al davídico, pues Jesús es, además, el Hijo de David que reina eternamente desde el Sion celestial (Heb 12:22–24). A lo largo del Nuevo Testamento, resuenan cosas similares cuando Jesús manifiesta su reinado sobre Israel y todas las naciones (Mat 28:18–20). Él lo hace a través de sus doce ministros reales (Luc 22:32; Mat 19:28; comparar 1 Rey 4:7), y su mayordomo real, Pedro (Mat 16:18–19; comparar Isa 22:15–22). 

Santiago considera el crecimiento de la iglesia entre los judíos y los gentiles como el cumplimiento de la promesa de Amós de que Dios restauraría el “tabernáculo” caído (e. d., el reino) de David (Hech 15:13–18; comparar Amós 9:11–12). El Apocalipsis señala la consumación de la historia de la salvación con la “develación” de la iglesia nupcial como la “nueva Jerusalén” (Apoc 21–22).

El nuevo pacto también cumple los otros pactos de la historia de la salvación.

Jesús es el nuevo Adán (Rom 5:12–19), quien nos hace la nueva creación (2 Cor 5:17; Gál 6:15). Él cumple las promesas juradas en el pacto abrahámico (Luc 1:72–73; Rom 4; Gál 3–4). Cristo también cumple el pacto mosaico con su nueva Pascua y el nuevo éxodo (Luc 9:31; 22:14–20). Para Pablo, el poder del Espíritu Santo es el que hace cumplir la ley divina, que fuera entregada a Israel en el pacto mosaico, en el nuevo pacto (Rom 8:3–4; 10:4; 13:8–10). 

La noción de pacto alcanza su apogeo en Cristo, quien cumple los pactos divinos, no solo en quien él es como el Hijo eterno del Padre, sino por lo que logra al hacernos participar de la gracia de su propia condición como hijos de Dios (1 Jn 3:1–2). El nuevo pacto de Cristo termina cumpliendo el viejo pacto de una manera que supera las mayores esperanzas de los antiguos israelitas, así como sobrepasará nuestras propias expectativas (1 Cor 2:9).

Traducción de los términos usados para pacto

En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea para “pacto” es berith, que en la Septuaginta sistemáticamente se traduce con la palabra griega diatheke. Casi no hay duda de que los autores del Nuevo Testamento continuaron con la costumbre de la Septuaginta y usaron el término diatheke para significar berith, “pacto”. 

Sin embargo, dado que muchas fuentes helenísticas clásicas también utilizaban diatheke para referirse a la “última voluntad” o “testamento”, algunas de las traducciones más antiguas traducen diatheke como “testamento” en determinados pasajes. Las traducciones más recientes corrigen este error, a excepción de un par de casos. Por ejemplo, Heb 9:15–17 dice:

“Así que, por eso [Cristo] es mediador de un nuevo pacto [diatheke], para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto [diatheke], los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento [diatheke], es necesario que intervenga muerte del testador. Porque el testamento [diatheke] con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive”.

La palabra diatheke está traducida como “pacto” en Heb 9:15, pero como “testamento” en los versículos siguientes. Algunos creen que el autor intercambia el significado clásico de diatheke en estos últimos versículos donde la discusión gira en torno a ejecutar el testamento a la muerte de una persona. 

Sin embargo, el autor de Hebreos también puede estar refiriéndose al “pacto” en 16–17. De hecho, el pacto en tela de juicio es el pacto quebrantado del Sinaí. La traducción griega de estos versículos puede ser la siguiente:

“Pues cuando hay involucrado un pacto [quebrantado], es necesario que se compruebe la muerte de quien hizo el pacto. Porque el pacto [quebrantado] se hace valer sobre los cuerpos muertos, ya que ciertamente no tiene vigencia mientras el que hizo el pacto todavía vive”.

El autor de Hebreos está haciendo hincapié en que el pacto (quebrantado) del Sinaí exigía la muerte de los israelitas (Éxo 32:9–10) por causa de la maldición de muerte que se autoimpusieron al hacer el juramento del pacto en el Sinaí (Éxo 24:8). Debido a las “misericordias juradas” previamente por Dios a Abraham, la maldición de muerte no fue ejecutada en ese momento (Éxo 32:14). Pero es precisamente eso lo que Cristo padece cuando muere en representación de Israel (Heb 9:15).

Las versiones en español correctamente traducen “pacto” en Gál 3:15: “Hermanos, voy a explicarme con un ejemplo tomado de la vida humana. Incluso según las normas humanas, nadie puede anular o modificar un testamento [diatheke] legalmente otorgado”.

En el contexto (Gál 3:15–18), Pablo está discutiendo la naturaleza inalterable de los pactos juramentados. Dado que ni siquiera un pacto humano se puede cambiar después de haber sido jurado solemnemente, (Gál 3:15; comparar Jos 9:18–20), el pacto jurado por Dios definitivamente tampoco puede cambiarse (Gál 3:17). 

Dios no puede cambiar el pacto que hizo con Abraham (Gén 22:15–18) para bendecir a todas las naciones a través de su simiente (Gén 22:18, comparar Gál 3:14) añadiendo, como condición, la ley mosaica, cuatrocientos años después (Gál 3:17–18). Para Pablo, si los seres humanos consideran injusto intentar añadir condiciones nuevas o cambiar un pacto después de haber sido jurado, no es menos injusto para Dios.

LOS 7 PACTOS DE DIOS

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