¿QUÉ SIGNIFICA LA FE? [Rv60]

LA FE
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El cristianismo, ¿Es una religión o es Fe?

¿QUÉ SIGNIFICA LA FE?

Al cristianismo se lo suele llamar una religión. Más apropiado sería llamarlo una “fe”. Solemos hablar de la fe cristiana. Se la llama una fe porque consiste en un conjunto de conocimientos que es afirmado o creído por sus adherentes. 

También se la llama una fe porque la virtud de la fe es central a su entendimiento de la redención.

¿Qué significa la fe? En nuestra cultura suele confundirse con una creencia ciega en algo irrazonable. 

Llamar a la fe cristiana una “fe ciega”, sin embargo, no es solo rebajar a los cristianos, sino que es una afrenta a Dios. Cuando la Biblia habla de ceguera está utilizando esta imagen para las personas que, por su pecado, caminan en la oscuridad. 

El cristianismo llama a las personas a abandonar la oscuridad, no a venir a la oscuridad. La fe es el antídoto a la ceguera, no la causa de la ceguera.

En su raíz, la palabra fe significa “confianza”. Confiar en Dios no es un acto de creencia irracional. Dios nos ha demostrado que es eminentemente digno de confianza. Nos ha dado razones más que suficientes para confiar en Él. Él nos ha probado que es fiel y que es digno de nuestra confianza.

Existe una enorme diferencia entre la fe y la credulidad. Ser crédulo es creer en algo por ninguna razón valedera. La superstición está hecha y prospera en base a la credulidad. La fe, en cambio, se establece sobre un razonamiento coherente y consistente y sobre evidencias empíricamente valederas. 

Pedro escribe: “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” (2 Pedro 1:16).

El cristianismo no descansa sobre mitos y fábulas sino sobre el testimonio de quienes vieron con sus propios ojos y oyeron con sus propios oídos. La verdad del evangelio se basa sobre acontecimientos históricos. 

Si el relato de estos acontecimientos no es digno de confianza, entonces sin duda que nuestra fe es en vano. Pero Dios no nos pide que creamos en cualquier cosa en base al mito.

El libro de Hebreos nos proporciona una definición de la fe: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). 

La fe comprende la esencia de nuestra esperanza para el futuro. En términos sencillos, esto significa que confiamos en Dios para el futuro en base a nuestra fe en lo que Él ha logrado en el pasado. Creer que Dios seguirá siendo digno de confianza no es una fe gratuita. 

Existen múltiples razones para creer que Dios seguirá siendo tan fiel a sus promesas en el futuro como ha sido en el pasado. Existe una razón, una razón sustancial, para la esperanza que tenemos dentro nuestro.

La fe que es la evidencia de las cosas ocultas tiene una referencia primaria, pero no exclusiva, hacia el futuro. Nadie tiene una bola de cristal que funcione. Todos nos encaminamos hacia el futuro por la fe y no por la vista. Podemos hacer planes y proyectos, pero hasta nuestras mejores previsiones estarán basadas sobre conjeturas inteligentes. 

Nadie de nosotros cuenta con el conocimiento de la experiencia del mañana. Contemplamos el presente y recordamos el pasado. Somos expertos en la percepción tardía de lo sucedido. La única evidencia sólida que tenemos para nuestro futuro surge de las promesas de Dios. Es aquí donde la fe nos ofrece la evidencia para las cosas no vistas. Confiamos en Dios para el mañana.

También confiamos o creemos que Dios existe. Y si bien Dios mismo no puede ser visto, las Escrituras dejan en claro que el Dios invisible se ha hecho manifiesto por las cosas visibles (Romanos 1:20). Aunque Dios no es visible para nosotros, creemos que Él está ahí porque se ha manifestado en la creación y en la historia.

La fe incluye el creer en Dios. Sin embargo, este tipo de fe no es particularmente loable. Santiago escribe: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan” (Santiago 2:19). El sarcasmo emana de la pluma de Santiago. Creer en la existencia de Dios solo nos califica para ser demonios. Una cosa es creer en Dios, y otra cosa es creerle a Dios. Creerle a Dios, confiar en Él para nuestra propia vida, en eso consiste la esencia de la fe cristiana.

Primer Resumen

  1. El cristianismo es una fe porque está basado en un conjunto de conocimientos revelados por Dios.
  2. La fe no es un salto ciego en la oscuridad, sino una confianza en Dios que nos transfiere de la oscuridad a la luz.
  3. La fe es simple, pero no es simplista.
  4. La fe no es credulidad. Está basada sobre razones valederas y evidencias históricas.
  5. La fe nos proporciona la sustancia para nuestra esperanza futura.
  6. La fe implica confiar en lo que no se ve.
  7. La fe implica más que creer en Dios; significa creerle a Dios.

Pasajes bíblicos para la reflexión

Romanos 1:16–32

Romanos 5:1–11

Romanos 10:14–17

Gálatas 3:1–14

Efesios 2:8–9

Santiago 2:14–26

LA cruz de cristo

 La fe: ¿creencia ilógica?

Uno se pregunta si hay alguna cualidad cristiana peor interpretada que la fe. Empezaré con dos declaraciones negativas.

Primero, la fe no es credulidad. El norteamericano H. L. Mencken, un crítico del cristianismo que rechazaba todo lo sobrenatural, dijo una vez que ‘la fe puede definirse brevemente como una creencia ilógica en la ocurrencia de lo improbable’. Estaba equivocado. Tener fe no es ser crédulo. Ser crédulo es ser simple; es carecer por completo de espíritu crítico. Ser crédulo es ser incapaz de discernir y es incluso ser irrazonable en lo que uno cree. Pero es un gran error suponer que la fe y la razón son incompatibles. En la Escritura se oponen la fe y la vista, pero no la fe y la razón. Por el contrario, la verdadera fe es esencialmente razonable, porque confía en el carácter y las promesas de Dios. Un cristiano creyente es alguien cuya mente refleja esa certidumbre.

En segundo lugar, la fe no es optimismo. Esta parece ser la confusión que hace Norman Vincent Peale. Mucho de lo que él escribe es cierto. Su convicción fundamental tiene que ver con el poder de la mente humana. Cita a William James: ‘El mayor descubrimiento de mi generación es que los seres humanos pueden modificar sus vidas si modifican sus actitudes mentales’, y a Ralph Waldo Emerson: ‘Un hombre es lo que piensa durante todo el día.’

Así desarrolla Peale su tesis sobre el ‘pensamiento positivo’, que equipara a la fe. ¿Qué es precisamente la ‘fe’ que él propugna? El primer capítulo de su libro El poder del pensamiento positivo se titula, significativamente: ‘Cree en ti mismo’. En el capítulo siete ofrece una sugerencia que, según afirma, da resultado. Recomienda leer el Nuevo Testamento y reunir ‘una docena de las más vigorosas declaraciones acerca de la fe’ y memorizarlas. ‘Deja que esos conceptos sobre la fe penetren en tu mente consciente. Repítelos una y otra vez…’ Gradualmente, asegura, irán descendiendo al subconsciente y ‘te transformarán en un creyente’.

Hasta aquí esto parece promisorio. Pero cuidado: cuando la Biblia se refiere al ‘escudo de la fe’, continúa Peale, está enseñando ‘una técnica de poder espiritual, a saber, fe, creencia, pensamiento positivo, fe en Dios, fe en los demás, fe en ti mismo, fe en la vida. Esta es la esencia de la técnica que ella enseña’. Continúa citando espléndidos versículos como: ‘al que cree todo le es posible’ y ‘conforme a vuestra fe os será hecho’, pero luego lo echa todo a perder explicando este último texto como sigue: ‘Llegarás hasta donde alcance tu fe en ti mismo, tu fe en tu trabajo, tu fe en Dios, y no irás más allá.’

Estas citas son suficientes para mostrar que Peale aparentemente no hace ninguna distinción entre la fe en Dios y la fe en uno mismo. En realidad, no parece preocuparle para nada el objeto de la fe. Como parte de su ‘fórmula para romper la ansiedad’ recomienda que lo primero que uno debe hacer cada mañana, antes de levantarse, es repetir en voz alta, tres veces: ‘creo’, pero no dice en qué hemos de creer. Las últimas palabras de su libro son: ‘Cree, pues, y vive con éxito.’ Pero creer ¿qué? ¿Creer en quién?

Fe, para Peale, es realmente otra manera de denominar a la confianza en uno mismo, un optimismo en gran parte sin fundamento. Me temo que este pensamiento positivo sea, simplemente, un sinónimo de lo que quisiéramos que fuera cierto.

Peor aún es la posición de W. Clement Stone, el fundador norteamericano de Actitudes Mentales Positivas, que sostiene que el ‘presidente Nixon sería un agriado ex-político de segunda clase si no se hubiera despojado de su inmadurez emocional al descubrir el amp.’ El mismo autor asegura transformar a hombres comunes en ‘súper-hombres’. Pretende haber desarrollado ‘la técnica de ventas para terminar con todas las técnicas de ventas: Puedes venderte a ti mismo recitando todas las mañanas, como lo hacen tus vendedores: ‘¡Me siento feliz, me siento sano, me siento formidable!’

Ni el ‘pensamiento positivo’ de Peale, ni las ‘actitudes mentales positivas’ de Stone son lo mismo que la fe cristiana. Fe no es optimismo.

Fe y pensamiento van juntos

La fe es una confianza razonada, una confianza que cuenta por entero en que Dios es digno de confianza. Por ejemplo, cuando David y sus hombres retornaron a Siclag, antes de que los filisteos mataran a Saúl en la batalla, les aguardaba un terrible espectáculo. Durante su ausencia los amalecitas habían saqueado la aldea, quemado sus casas y raptado a sus mujeres y niños. David y sus hombres ‘lloraron hasta que les faltaron las fuerzas para llorar’, y entonces, en su angustia, el pueblo habló de apedrear a David. Era una gran crisis y David hubiera podido entregarse a la desesperación. En cambio, leemos que ‘David se fortaleció en Jehová su Dios’. Esa era verdadera fe. David no cerró los ojos a la realidad. No trató de edificar su confianza sobre sí mismo ni decirse que en realidad se sentía perfectamente bien. Nada de eso. Recordó al Señor su Dios, el Dios de la creación y del pacto, el que había prometido ser su Dios y colocarlo en el trono de Israel. Al recordar las promesas y la fidelidad de Dios, David se fortaleció en su fe.

Así, pues, la fe y el pensamiento van juntos; es imposible creer sin pensar.

El doctor Lloyd-Jones nos ha dado un excelente ejemplo neotestamentario de esta verdad. En su comentario del Sermón del Monte, explica el pasaje de Mateo 6:30: ‘Y si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?’

La fe, según la enseñanza de nuestro Señor en este párrafo, es primordialmente pensamiento; y todo el problema del hombre de poca fe es que no piensa. Se deja golpear por las circunstancias… Debemos dedicar más tiempo a estudiar las lecciones de nuestro Señor sobre observación y deducción. La Biblia está llena de lógica, y nunca debemos pensar en la fe como algo puramente místico. No nos sentamos en un sillón a esperar que nos sucedan cosas maravillosas. Esa no es la fe cristiana. La fe cristiana es esencialmente pensamiento. Mirad las aves, pensad en ellas, y sacad vuestras conclusiones. Mirad la hierba, mirad los lirios del campo, consideradlos… La fe, si queréis, puede definirse así: Es un hombre que insiste en pensar cuando todo parece determinado a golpearlo y aplastarlo en sentido intelectual.

El problema con la persona de poca fe es que, en lugar de dominar su pensamiento, este está siendo dominado por alguna otra cosa y, como decimos, gira y gira en círculos. Esta es la esencia del problema… Eso no es pensamiento; es ausencia de pensamiento, es no pensar.

Antes de concluir este análisis sobre el lugar de la mente en la fe cristiana, quisiera mencionar las dos ordenanzas o sacramentos del evangelio: el bautismo y la cena del Señor. Ambos son signos destinados a traer bendición al cristiano, despertando su fe en las verdades que ellos significan.

Analicemos la cena del Señor. En su aspecto más sencillo es una dramatización visible de la muerte del Salvador por los pecadores. Es un recordatorio racional de la misma. Nuestra mente necesita pensar en su significado y captar la seguridad que ella ofrece. Cristo mismo nos habla a través del pan y del vino. ‘Yo he muerto por ti’, nos dice. Recibir esa palabra debiera devolver el reposo a nuestros corazones culpables.

Cranmer escribe que la cena del Señor ‘fue ordenada con este propósito: que todo ser humano, al comer y beber de ella, recuerde que Cristo murió por él, y ejerza así su fe, y sea confortado por el recuerdo de los beneficios de Cristo…’

La seguridad cristiana es la ‘plena certidumbre de fe’. Y si la seguridad es hija de la fe, la fe es hija del conocimiento: el conocimiento cierto de Cristo y del evangelio. Como dice el obispo Ryle: ‘La mitad de nuestras dudas y temores surgen de una débil percepción de la verdadera naturaleza del evangelio de Cristo… La raíz de una religión feliz es un conocimiento claro y bien definido de Jesucristo

 

TÉRMINOS ESCRITURALES PARA FE

LA FE

 

Los términos del antiguo testamento y su significado.

El Antiguo Testamento no contiene ningún sustantivo para fe, a menos que emunah sea así considerado en Habacuc 2:4. Esta palabra comúnmente significa «fidelidad», Deuteronomio 32:4; Salmo 36:5; 37:3; 40:11, pero la forma en que se aplica la declaración de Habacuc en el Nuevo Testamento, Romanos 1:17; Gálatas 3:11; Hebreos 10:38, pareciera indicar que el profeta usó el término en el sentido de fe. La palabra más común del Antiguo Testamento para «creer» es he’emin, la forma hiphil de ’aman. En qal significa «cuidar» o «nutrir»; en niphal, «estar firme» o «establecido», «constante»; y en hiphil, «considerar establecido», «referirse como verdadero» o «creer». La palabra es construida con las preposiciones beth y lamedh. Construida con la primera, evidentemente hace referencia a un reposo confiado en una persona, una cosa o un testimonio; mientras que, con la segunda, significa en asentimiento dado a un testimonio, que es aceptado como cierto. La palabra próxima en importancia es batach, que se construye con beth y significa «confiar en», «apoyarse en» o «confiar». No enfatiza el elemento del asentimiento intelectual sino en cambio el de dependencia confiable. A diferencia de he’emin, que se traduce generalmente por pisteuo en la Septuaginta, esta palabra se traduce usualmente por elpizo o peithomai. El ser humano que confía en Dios es uno que fija toda su esperanza para el presente y para el futuro en Él. Incluso hay otra palabra, a saber, chasah, que es usada con menos frecuencia, y significa «esconder el propio ser» o «huir en busca de refugio». En esto, también, el elemento de confianza está claramente en primer plano.

Los términos del nuevo testamento y su significado.

Dos palabras son usadas a lo largo del Nuevo Testamento, a saber, pistis y el verbo cognado pisteuein. Estas no siempre tienen exactamente la misma connotación.

Los diferentes significados de pistis.

En el griego clásico.

La palabra pistis tiene dos sentidos en el griego clásico. Denota:

(a) una convicción basada en la confianza en una persona y en su testimonio, que como tal es distinguida del conocimiento que se apoya en la investigación personal; y (b) la confianza en sí sobre la cual descansa tal convicción.

Esto es mucho más que mera convicción intelectual en cuanto a que una persona es confiable; presupone una relación personal con el objeto de confianza, un salirse de uno mismo, descansar en otro. Los griegos no usaban comúnmente la palabra en este sentido para expresar su relación con los dioses en vistas de que se referían a estos como hostiles hacia los seres humanos, y por tanto como objetos de temor en lugar de confianza.

 En la Septuaginta.

La transición desde el uso de la palabra pistis en el griego clásico hacia el uso en el Nuevo Testamento, en el cual el significado «confianza» o «confiar» es más importante, se encuentra en el uso de la Septuaginta del verbo pisteuein en lugar del uso del sustantivo pistis, que aparece en esta solo una vez con algo parecido a su significado en el Nuevo Testamento. El verbo pisteuein generalmente sirve como una traducción de la palabra he’emin, y así expresa la idea de fe tanto en el sentido de asentimiento a la Palabra de Dios y de confianza en Él.

En el Nuevo Testamento.

Hay pocas instancias en las que la palabra tiene un sentido pasivo, a saber, como «fidelidad», que es su significado usual en el Antiguo Testamento, Romanos 3:3; Gálatas 5:22; Tito 2:10. Es generalmente usada en un sentido activo. Los siguientes significados especiales deben distinguirse:

(a) una creencia o convicción intelectual, descansando sobre el testimonio de otro, y por tanto basado en la confianza en este otro en lugar de la investigación personal, Filipenses 1:27; 2 Corintios 4:13; 2 Tesalonicenses 2:13; y especialmente en los escritos de Juan; y (b) una confianza en Dios o, más particularmente, en Cristo con una perspectiva de la redención del pecado y la bienaventuranza futura.

Así en especial en las epístolas de Pablo, Romanos 3:22, 25; 5:1–2; 9:30, 32; Gálatas 2:16; Efesios 2:8; 3:12, y muchos otros pasajes. Esta confianza debe distinguirse de aquello sobre lo cual descansa la confianza intelectual mencionada bajo el punto (a) anteriormente. El orden en las etapas sucesivas de la fe es el siguiente: (a) confianza general en Dios y Cristo; (b aceptación de su testimonio sobre la base de aquella confianza; y (c) rendición ante Cristo y confianza en Él para la salvación del alma. Lo último es llamado específicamente fe salvífica.

Las diferentes construcciones de pisteuein y su significado.

Tenemos las siguientes construcciones:

(1) Pisteuein con el dativo.

Esto generalmente denota asentimiento creyente. Si el objeto es una persona, es comúnmente empleado en un sentido algo fecundo, incluyendo la idea profundamente religiosa de una confianza consagrada, creyente. Cuando el objeto es una cosa, es usualmente la Palabra de Dios, y cuando es una persona, es por lo general Dios o Cristo, Juan 4:50; 5:47; Hechos 16:34; Romanos 4:3; 2 Timoteo 1:12.

(2) Pisteuein seguido de hoti.

En esta construcción la conjunción por lo general sirve para introducir lo que es creído. En el conjunto esta construcción es más débil que la anterior. De los veinte pasajes en donde se encuentra, catorce aparecen en los escritos de Juan. En un par de casos la cuestión creída difícilmente se erige hacia la esfera religiosa, Juan 9:18; Hechos 9:26, mientras que en algunos de los otros es decididamente de importancia soteriológica, Mateo 9:28; Romanos 10:9; 1 Tesalonicenses 4:14.

(3) Pisteuein con preposiciones.

 Aquí el sentido profundo de la palabra, el de una firme dependencia confiable, llega a su derecho pleno. Las siguientes construcciones entran en consideración:

(a) Construcción con en.

Esta es la construcción más frecuente en la Septuaginta, aunque está prácticamente ausente en el Nuevo Testamento. El único caso cierto es Marcos 1:15, donde el objeto es el evangelio. Otras posibles instancias son Juan 3:15; Efesios 1:13, donde el objeto sería Cristo. La implicación de esta construcción parece ser la de una confianza firmemente fijada en su objeto.

(b) Construcción con epi y el dativo.

Únicamente se encuentra en la cita de Isaías 28:16, que aparece entre tres pasajes, a saber, Romanos 9:33; 10:11; 1 Pedro 2:6, y en Lucas 24:25; 1 Timoteo 1:16. Expresa la idea de un reposo constante y apacible, una dependencia en su objeto.

(c) Construcción con epi y el acusativo.

Se utiliza siete veces en el Nuevo Testamento. En un par de casos el objeto es Dios, cuando Él opera en la salvación del alma en Cristo; en todos los demás es Cristo. Esta construcción incluye la idea de movimiento moral, de acción mental hacia el objeto. La idea principal es la de volverse con dependencia confiable hacia Jesucristo.

(d) Construcción con eis.

Esta es la construcción más característica del Nuevo Testamento. Aparece cuarenta y nueve veces. Alrededor de catorce de estas instancias son joaninas, y las siguientes, paulinas. Excepto en un caso, el objeto es siempre una persona, raramente Dios, y más comúnmente Cristo. Esta construcción tiene un sentido muy fecundo, expresando, como lo hace, «una absoluta transferencia de confianza de nosotros mismos a otro, una completa auto rendición hacia Dios». Juan 2:11; 3:16, 18, 36; 4:39; 14:1; Romanos 10:14; Gálatas 2:16; Filipenses 1:29.

Expresiones figurativas utilizadas para describir la actividad de la fe

Hay diversas expresiones figurativas de la actividad de la fe en la Escritura. Las siguientes son algunas de las más importantes.

Se habla de esta como un mirar hacia Jesús, Juan 3:14–15 (comp. Números 21:9).

Es una figura muy apropiada porque comprende los diversos elementos de la fe, en especial lo que se refiere a un mirar constante a alguien, tal como se indica en el pasaje. En esto hay un acto de percepción (elemento intelectual), un deliberado fijar del ojo sobre el objeto (elemento volitivo) y una satisfacción cierta de lo cual esta concentración testifica (elemento emocional).

También está representada como un tener hambre y sed, un comer y beber, Mateo 5:6; Juan 6:50–58; 4:14.

Cuando los seres humanos realmente tienen hambre y sed espiritualmente, sienten que falta algo, son conscientes del carácter indispensable de aquello de lo que carecen y se esmeran por obtenerlo. Todo esto es característico de la actividad de la fe. En comer y beber no solo tenemos la convicción de que está presente la comida y la bebida necesarios, sino también la expectación confiada de que esto nos satisfará, así como en un apropiarse de Cristo por medio de la fe tenemos una determinada medida de confianza de que Él nos salvará.

Finalmente, también están las figuras de venir a Cristo y recibirlo a Él, Juan 5:40; 7:37 (cf. vs. 38); 6:44, 65; 1:12.

La figura de venir a Cristo ilustra la fe como una acción en la que el ser humano se mira lejos de sí mismo y sus propios méritos, para ser revestido con la justicia de Jesucristo; y aquella de recibir a Cristo enfatiza el hecho de que la fe es un órgano de apropiación.

La doctrina de la fe en la historia

Antes de la Reforma.

Desde los tiempos más tempranos de la Iglesia cristiana la fe sobresalió en la mente de los líderes como la gran condición de la salvación. Junto a esta el arrepentimiento también se volvió pronto muy prominente. Al mismo tiempo hubo poca reflexión al principio sobre la naturaleza de la fe y poco entendimiento de la relación de la fe con las otras partes del ordo salutis. No había una definición en común acerca de la fe. Aunque había una tendencia de usar la palabra «fe» para denotar la aceptación de la verdad en el testimonio, también en algunos casos era empleada en un sentido más profundo, como para incluir la idea de auto rendición ante la verdad recibida intelectualmente. 

Los alejandrinos contrastaban pistis y gnosis, y consideraban la primera principalmente como conocimiento inicial e imperfecto. Tertuliano subrayaba el hecho de que la fe acepta una cosa en autoridad y no porque esté fundada en la razón humana. También usaba el término en un sentido objetivo, como una designación de aquello que debe ser creído, la regula fidei. Incluso hasta el tiempo de Agustín poca atención fue consagrada a la naturaleza de la fe, pese a que siempre reconocía ser el medio preeminente en la apropiación de la salvación. Agustín, sin embargo, daba a la cuestión una medida de consideración más grande. Hablaba de la fe en más de un sentido. 

A veces se refería a ella como nada más que el asentimiento intelectual ante la verdad. Pero concebía la fe evangélica o justificadora como incluyendo también los elementos de la auto rendición y el amor. Esta fe es perfeccionada en el amor y así se vuelve el principio de las buenas obras. No tenía una concepción adecuada, sin embargo, de la relación entre la fe y la justificación. Esto se debía parcialmente al hecho de que no distinguía cuidadosamente entre justificación y santificación. La concepción más profunda de la fe que se hallaba en Agustín no era compartida por la Iglesia en general. Había una tendencia a confundir fe con ortodoxia, esto es, con el sostenimiento de una fe ortodoxa. 

Los escolásticos distinguían entre una fides informis, esto es, un mero asentimiento intelectual a la verdad enseñada por la iglesia, y una fides formata (charitate), es decir, una fe informada (dada una forma característica) por el amor, y se referían a esta última como la única fe que justifica en vistas de que implica una infusión de gracia. Es solamente como fides formata que la fe se vuelve activa para el bien y se convierte en la primera de las virtudes teológicas por las cuales el ser humano es situado en la relación correcta para con Dios. 

Hablando estrictamente es el amor por el cual la fe es perfeccionada lo que justifica. De modo que en la fe misma se echaba un fundamento para el mérito humano. El ser humano es justificado no exclusivamente por la imputación de los méritos de Cristo sino también por la gracia inherente. Tomás de Aquino define la virtud de la fe como un «hábito de la mente, por razón del cual la vida eterna tiene su comienzo en nosotros, en tanto que causa que el intelecto de su asentimiento a cosas que no se ven».

Después de la Reforma.

Mientras los católicos romanos enfatizaban el hecho de que la fe justificadora es meramente asentimiento y tiene su asidero en el entendimiento, los reformadores generalmente la consideraban como fiducia (confianza), teniendo su asidero en la voluntad. Sobre la relativa importancia de los elementos en la fe hubo diferencias, sin embargo, incluso entre los protestantes. Algunos consideraban la definición de Calvino como superior a la del Catecismo de Heidelberg.

Dice Calvino:

«Tendremos ahora una definición completa de la fe si decimos que es un conocimiento firme y seguro del favor divino hacia nosotros, fundado sobre la verdad de una promesa libre en Cristo, y revelada a nuestras mentes, y sellada en nuestros corazones, por el Espíritu Santo».

El Catecismo de Heidelberg, por otro lado, también ofrece el elemento de confianza cuando responde la pregunta: «¿Qué es fe verdadera?» del siguiente modo: «La fe verdadera no es únicamente un conocimiento seguro por el cual tengo por cierto todo lo que Dios nos ha revelado en Su Palabra, sino también una confianza firme con la que opera el Espíritu Santo en mi corazón por medio del evangelio, que no solamente para otros, sino también para mí, remisión de pecados, justicia eterna y salvación son dados gratuitamente por Dios, meramente de gracia, solo por motivo de los méritos de Cristo». 

Pero de la conexión resulta muy evidente que Calvino se propone incluir el elemento de confianza en el «conocimiento firme y seguro» del cual habla. Hablando del denuedo con el que podemos aproximarnos a Dios en oración, incluso dice: «Tal denuedo brota solamente de la confianza en el favor y la salvación divinos. Tan cierto es esto que el término fe suele usarse como equivalente de confianza». 

Rechaza absolutamente la ficción de los escolásticos que insisten en «que la fe es un asentimiento con el que cualquier despreciador de Dios puede recibir lo que se ofrece en la Escritura». Pero hay un punto de diferencia aún más importante entre la concepción de los reformadores en cuanto a la fe y la de los escolásticos. Estos últimos reconocían en la fe misma cierta eficacia real e incluso meritoria (meritum ex congruo) en disponerse a, y en procurar u obtener la justificación. 

Los reformadores, por su parte, estaban unánimes y eran explícitos en enseñar que la fe justificadora no justifica por ningún mérito o eficacia inherente por sí mismos sino solamente como el instrumento para recibir o asir lo que Dios ha provisto en los méritos de Cristo. Se referían a esta fe principalmente como un don de Dios y solo secundariamente como una actividad del ser humano en dependencia de Dios. Los arminianos revelaban una tendencia romanista cuando concibieron la fe como una obra meritoria del ser humano sobre la base de la cual es aceptado en favor por Dios. Schleiermacher, padre de la teología moderna, difícilmente mencione la fe salvífica y no reconoce absolutamente nada de fe como confianza en Dios como los niños.

Dice que la fe «es nada más que la experiencia incipiente de la satisfacción de nuestra necesidad espiritual por Cristo». Es una nueva experiencia psicológica, una nueva conciencia, arraigada en un sentimiento, no de Cristo, no de ninguna doctrina, sino de la armonía de lo Infinito, del Todo de las cosas, en la cual el alma encuentra a Dios. Ritschl coincidía con Schleiermacher en sostener que la fe brota como resultado del contacto con la realidad divina, pero encuentra su objeto no en ninguna idea ni doctrina, ni tampoco en el conjunto de las cosas, sino en la Persona de Cristo, como la revelación suprema de Dios. No es un asentimiento pasivo sino un principio activo. 

En este el ser humano hace del propósito de Dios, esto es, el reino de Dios, suyo propio, comienza a trabajar por el reino y al hacer esto encuentra salvación. Las posturas de Schleiermacher y Ritschl caracterizan una gran porción de la moderna teología liberal. La fe, en esta teología, no es una experiencia generada por el cielo sino un logro humano; no el mero recibir de un don sino una acción meritoria; no la aceptación de una doctrina son un «hacer de Cristo el Maestro» en un intento de moldear la vida de uno según el ejemplo de Cristo. 

Esta postura encontró fuerte oposición, sin embargo, en la teología de la crisis, que enfatiza el hecho de que la fe salvífica nunca es meramente una experiencia natural psicológica, es estrictamente hablando un acto de Dios en lugar de uno humano, nunca constituye una posesión permanente del ser humano y es en sí misma meramente un hohlraum (espacio vacío), bastante incapaz de efectuar salvación. Barth y Brunner consideran la fe simplemente con la respuesta divina, generada en el ser humano por Dios, a la Palabra de Dios en Cristo, esto es, no tanto a alguna doctrina como al mandamiento divino o el acto divino en la obra de redención. Es la respuesta afirmativa, el «sí» ante el llamado de Dios, un «sí» que es suscitado por Dios mismo.

El concepto de fe en la Escritura

En el Antiguo Testamento.

Evidentemente los escritores del Nuevo Testamento, al enfatizar la fe como el principio fundamental de la vida religiosa, no eran conscientes de cambiar el fundamento y apartarse de la representación del Antiguo Testamento. Consideraban a Abraham como tipología de todos los creyentes verdaderos (Romanos 4; Gálatas 3; Hebreos 11; Santiago 2), y aquellos que son de la fe como los verdaderos hijos de Abraham (Romanos 2:28–29; 4:12, 16; Gálatas 3:9). 

La fe nunca es tratada como una novedad del nuevo pacto ni tampoco se traza ninguna distinción entre la fe de los dos pactos. Hay un sentido de continuidad, y la proclamación de la fe es considerada como la misma en ambas dispensaciones, Juan 5:46; 12:38, 39; Habacuc 2:4; Romanos 1:17; 10:16; Gálatas 3:11; Hebreos 10:38. En ambos Testamentos la fe es la misma auto consagración radical a Dios, no meramente como el bien supremo del alma sino como el Salvador misericordioso del pecador. 

La única diferencia que es evidente se debe a la obra progresiva de redención, y esto resulta más o menos notorio dentro de los confines del Antiguo Testamento mismo.

En el período patriarcal.

En las primeras porciones del Antiguo Testamento hay apenas una pequeña línea de declaración abstracta con respecto al camino de salvación. LA esencia de la religión de los patriarcas se nos exhibe en acción. La promesa de Dios está en primer plano y el caso de Abraham es designado para traer a luz la idea de que la respuesta adecuada a esta es la de la fe. La vida completa de Noé fue determinada por confianza en Dios y en Sus promesas, pero es especialmente Abraham quien es puesto delante de nosotros como el creyente típico, quien se consagra a sí mismo a Dios con una confianza inquebrantable en Sus promesas y es justificado por la fe.

En el período de la ley.

La entrega de la ley no efectuó un cambio fundamental en la religión de Israel, sino que introdujo meramente un cambio en su forma externa. La ley no era sustituta de la promesa, ni tampoco la fe era suplantada por las obras. Muchos de los israelitas, ciertamente, miraban la ley en un espíritu puramente legalista y procuraban basar su derecho de salvación sobre el cumplimiento escrupuloso de esta como un cuerpo de preceptos externos. Pero en el caso de aquellos que entendieron su naturaleza real, que sintieron la interioridad y la espiritualidad de la ley, esta les sirvió para profundizar el sentido de pecado y definir la convicción de que podía esperarse salvación únicamente de la gracia de Dios. 

La esencia de la verdadera piedad fue considerada cada vez más como consistente en una dependencia confiable en el Dios de salvación. Aunque el Antiguo Testamento enfatiza claramente el temor del Señor, un gran número de expresiones, tales como esperar, confiar, buscar refugio en Dios, buscarlo a Él, descansar en Él, fijar el corazón en Él y apegarse a Él, hacen evidente en abundancia que este temor no es cobarde sino un temor reverente, como el de un hijo, y enfatiza la necesidad de aquella auto consagración a Dios, lo cual es la esencia de la fe salvífica. Incluso en el período de la ley, la fe es distintivamente soteriológica, mirando hacia la salvación mesiánica. Es una confianza en el Dios de salvación y una firme dependencia en Sus promesas para el futuro.

En el Nuevo Testamento.

Cuando el Mesías vino en cumplimiento de las profecías, la salvación anhelada, se hicieron necesarios los vehículos de la revelación de Dios para dirigir al pueblo de Dios a la persona de su Redentor. Esto fue aún más necesario en vistas del hecho de que el cumplimiento vino en una forma que muchos no esperaban y que aparentemente no se correspondía con la promesa.

En los Evangelios.

La demanda de fe en Jesús como el Redentor, prometido y anhelado, apareció como algo característico del nuevo tiempo. «Creer» significaba convertirse en cristiano. Esta exigencia parecía crear una brecha entre la antigua dispensación y la nueva. El principio de esta última es incluso denominado «la venida de la fe», Gálatas 3:23, 25. Es algo característico de los Evangelios que en ellos Jesús esté constantemente ofreciéndose a sí mismo como el objeto de la fe, y eso en conexión con los altos intereses del alma. El Evangelio de Juan subraya los aspectos supremos de esta fe más que los Sinópticos.

En los Hechos.

En los Hechos de los Apóstoles la fe es requerida en el mismo sentido general. Por medio de la predicación de los apóstoles los seres humanos son llevados a la obediencia de la fe en Cristo; y esta fe se vuelve el principio formativo de la nueva comunidad. Diferentes tendencias se desarrollaron en la Iglesia y dieron lugar a diferentes modos de lidiar con la fe que se volvió evidente en los escritos del Nuevo Testamento.

En la epístola de Santiago.

 Santiago tuvo que reprender la tendencia judía de concebir la fe que era agradable ante Dios como un mero asentimiento intelectual ante la verdad, una fe que no transmite fruto apropiado. Su idea de la fe que justifica no difiere de la de Pablo, sino que subraya el hecho de que esta fe debe manifestarse en sí mediante buenas obras. Si no lo hace, es una fe muerta y es, en efecto, no existente.

En las epístolas de Pablo.

 Pablo tuvo que contender particularmente con el legalismo arraigado del pensamiento judío. Los judíos alardeaban de la justicia de la ley. En consecuencia, el apóstol tenía que vindicar el lugar de la fe como el único instrumento de salvación. Al hacerlo, naturalmente puso gran énfasis en Cristo como el objeto de la fe en virtud de que es a partir de este objeto solamente que la fe deriva su eficacia. La fe justifica y salva solamente porque se aferra a Jesucristo.

En la epístola a los Hebreos.

El escritor de Hebreos también se refiere a Cristo como el objeto de fe salvífica y enseña que no hay justicia excepto a través de la fe, 10:38; 11:7. Pero el peligro contra el que el escritor de esta carta tuvo que batallar no era el de caer desde la fe hacia las obras sino en cambio el de caer desde la fe en la desesperación. Él habla de fe como «la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve», 11:1. Exhorta a los lectores hacia una actitud de fe, que les permitirá elevarse de lo que se ve hacia lo que no se ve, de lo presente a lo futuro, de lo temporal a lo eterno, y que les permitirá ser pacientes en medio de los sufrimientos.

En las epístolas de Pedro.

Pedro también escribe a lectores que estaban en peligro de desanimarse, aunque no de caer de nuevo en el judaísmo. Las circunstancias en las que ellos se encontraban lo impulsó a poner énfasis especial en la relación de la fe con la salvación consumada, y esto a fin de estimular dentro de sus corazones la esperanza que los sustentaría en sus tribulaciones actuales, la esperanza de una gloria invisible y eterna. La segunda epístola subraya la importancia del conocimiento de la fe como salvaguarda contra errores predominantes.

En los escritos de Juan.

Juan tuvo que contender con un gnosticismo incipiente que enfatizaba falsamente el conocimiento (gnosis) y despreciaba la fe sencilla. El primero se suponía conllevar un grado mucho mayor que bienaventuranza que esto último. De ahí que Juan ponga énfasis en magnificar las bendiciones de la fe. Insiste no tanto en la certidumbre y la gloria de la herencia futura que asegura la fe como sí lo hace en cuanto a la plenitud del gozo presente de la salvación que ofrece. La fe abraza el conocimiento como una convicción firme y hace de los creyentes poseedores de la nueva vida y la salvación eterna. Entretanto, Juan no ignora el hecho de que esto también se extienda hacia el futuro.

La fe en general

La palabra «fe» no es exclusivamente un término religioso y teológico. Suele usarse en un sentido general y no religioso, e incluso así tiene más de una connotación. Los siguientes usos del término merecen atención particular. Puede denotar:

Fe como poco más que una mera opinión.

La palabra «fe» en ocasiones es usada en un sentido relajado y popular para denotar una persuasión de la verdad que es más fuerte que la mera opinión, y aun así más débil que el conocimiento. Incluso Locke definió fe como «el asentimiento de la mente a las proposiciones que son probablemente, pero no ciertamente, verdaderas». En lenguaje popular solemos decir de aquello de lo que no estamos absolutamente seguros, pero que al mismo tiempo nos sentimos constreñidos a reconocer como cierto: «Lo creo, pero no estoy seguro de ello». En consecuencia, algunos filósofos han hallado la característica distintiva de la fe en el grado menor de certidumbre que esta transmite: Locke, Hume, Kant y otros.

Fe como una certeza inmediata.

En conexión con la ciencia, la fe suele señalarse como una certeza inmediata. Hay una certeza que el ser humano obtiene por medio de la percepción, la experiencia y la deducción lógica, pero también hay una certeza intuitiva. En cada ciencia hay axiomas que no pueden demostrarse y las convicciones intuitivas que no son adquiridas por la percepción o la deducción lógica. El Dr. Bavinck dice: «El campo de la certeza inmediata es mucho mayor que la de la demostración, y la segunda siempre se construye sobre la primera, y se levanta y cae con ello. Esta certeza intuitiva tampoco es menor, pero es mayor que la obtenida por el modo de percepción y demostración lógica». La esfera de certeza inmediata es mayor que la de la certeza demostrativa. En ambos casos ahora mencionados la fe es considerada exclusivamente como una actividad del intelecto.

Fe como una convicción basada en el testimonio e incluyendo confianza.

En lenguaje común la palabra «fe» suele usarse para denotar la convicción de que el testimonio de otro es cierto y que lo que promete será hecho; una convicción basada solamente en su veracidad y fidelidad reconocidas. Es realmente una aceptación creyente de lo que otro dice sobre la base de la confianza que inspira. Y esta fe, esta convicción basada sobre la confianza, suele llevar a una confianza mayo: la confianza en un amigo en tiempos de necesidad, en la capacidad de un doctor de dar ayuda en momentos de enfermedad, y en la de un piloto de guiar una embarcación hacia el puerto, etc. En este caso la fe es más que una mera cuestión del intelecto. La voluntad entra en juego y el elemento de confianza viene al primer plano.

La fe en el sentido religioso y particularmente la fe salvífica

Las características distintivas de la fe en el sentido teológico no siempre han sido declaradas de la misma forma. Esto será más evidente cuando consideremos el concepto, los elementos, el objeto y el fundamento de la fe.

El concepto de fe:

Cuatro clases de fe distinguidas. Como fenómeno psicológico, la fe en el sentido religioso no difiere de la fe en general. Si la fe en general es una persuasión de la verdad hallada en el testimonio de uno en quien tenemos confianza y en quien descansamos, y por tanto reposa sobre autoridad, la fe cristiana en el sentido más abarcador es la persuasión del ser humano de la verdad de la Escritura sobre la base de la autoridad de Dios. La Biblia no habla siempre de fe religiosa en el mismo sentido, y esto dio lugar a las siguientes distinciones en la teología.

Fe histórica.

 Esta es una aprehensión puramente intelectual de la verdad, vacía de todo propósito moral o espiritual. El nombre no implica que abrace solamente hechos y eventos históricos y excluya verdades morales y espirituales; ni que tampoco se base sobre el testimonio de la historia, porque puede hacer referencia a hechos y eventos contemporáneos, Juan 3:2. Es un tanto expresiva de la idea de que esta fe acepta las verdades de la Escritura como uno podría aceptar una historia en la que uno no está personalmente interesado. Esta fe puede ser resultado de la tradición, la educación, la opinión pública, una percepción del grandor moral de la Escritura, etc., acompañado con las operaciones generales del Espíritu Santo. Puede ser muy ortodoxa y escritural, pero no está arraigada en el corazón, Mateo 7:26; Hechos 26:27–28; Santiago 2:19. Es una fides humana, y no una fides divina.

Fe milagrosa.

La así llamada fe milagrosa es una persuasión generada en la mente de una persona en cuanto a que un milagro será realizado por él o en su nombre. Dios puede dar a una persona una obra a realizar que trascienda sus poderes naturales y la capacite para hacerla. Cada intento de realizar una obra de esa clase requiere fe. Esto es muy claro en casos en los que el ser humano aparece meramente como instrumento de Dios o como el que anuncia que Dios obrará un milagro, porque una persona así debe tener plena confianza en que Dios no lo avergonzará. En el análisis final solo Dios obra milagros, aunque Él pueda hacerlo instrumentalmente a través del ser humano. Esta es fe de milagros en el sentido activo, Mateo 17:20; Marcos 16:17–18. No está necesariamente, pero puede estarlo, acompañada con fe salvífica, Mateo 8:10–13; Juan 11:22 (comp. versículos 25–27); 11:40; Hechos 14:9. Suele plantearse la cuestión sobre si tal fe tiene un lugar legítimo en la vida del ser humano actual. Los católicos romanos responden afirmativamente esta pregunta, mientras que los protestantes se inclinan a dar una respuesta negativa. Señalan que no hay base escritural para dicha fe, pero no niegan que aún puedan ocurrir milagros. Dios es totalmente soberano también en este aspecto, y la Palabra de Dios nos lleva a esperar otro ciclo de milagros en el futuro.

Fe temporal.

Esta es una persuasión de las verdades de religión que está acompañada con algunos impulsos de la conciencia y una agitación de los afectos, pero no está arraigada en un corazón regenerado. El nombre se deriva de Mateo 13:20–21. Es llamada una fe temporal porque no es permanente y falla en mantenerse por su cuenta en tiempos de prueba y persecución. Esto no implica que no pueda durar a lo largo de toda la vida. Es muy posible que perezca solo en la muerte, pero entonces ciertamente cesa. Esta fe a veces se denomina como fe hipócrita, pero eso no es totalmente correcto porque no implica necesariamente una hipocresía consciente. Quienes poseen esta fe por lo general creen que tienen la fe verdadera. Mejor podría llamarse una fe imaginaria, aparentemente genuina, pero evanescente en carácter. Difiere de la fe histórica en el interés personal que muestra en la verdad y en la reacción de los sentimientos ante ello. Gran dificultad puede experimentarse al intentar distinguirla de la verdadera fe salvífica. Cristo dice de uno que cree de ese modo: «no tiene raíz en sí», Mateo 13:21. Es una fe que no brota de la raíz implantada en la regeneración, y por tanto no es una expresión de la nueva vida que está embebida en las profundidades del alma. En general puede decirse que la fe temporal está cimentada en la vida emocional y busca gozo personal en lugar de la gloria de Dios.

Verdadera fe salvífica.

La fe salvífica verdadera es una fe que tiene su asidero en el corazón y está arraigada en la vida regenerada. Una distinción suele hacerse entre el habitus y el actus de la fe. Detrás de ambos, sin embargo, yace la semen fidei. Esta fe no es ante todo una actividad del ser humano son un forjamiento potencial hecho por Dios en el corazón del pecador. La semilla de la fe es implantada en el ser humano en la regeneración. Algunos teólogos hablan de esto como el habitus de fe, pero otros la llaman más correctamente la semen fidei. Es solo luego de que Dios haya implantado la semilla de la fe en el corazón que el ser humano puede ejercer la fe. 

Esto es aparentemente lo que Barth tiene también en mente cuando él, en su deseo de enfatizar el hecho de que la salvación es exclusivamente una obra de Dios, dice que Dios en lugar del ser humano es el sujeto de la fe. El ejercicio consciente de la fe forma gradualmente un habitus, y esto adquiere una importancia fundamental y determinante para el ejercicio adicional de la fe. Cuando la Biblia habla de fe, generalmente se refiere a la fe como una actividad del ser humano, aunque nacida de la obra del Espíritu Santo. 

La fe salvífica puede definirse como una convicción certera, forjada en el corazón por medio del Espíritu Santo, en cuanto a la verdad del evangelio, y una dependencia de corazón (confianza) en las promesas de Dios en Cristo. En el análisis final, es cierto, Cristo es el objeto de la fe salvífica, pero Él es ofrecido a nosotros únicamente en el evangelio.

Los elementos de fe.

Al hablar de los distintos elementos de la fe no debemos perder de vista el hecho de que la fe es una actividad del ser humano como un todo y no alguna parte del ser humano. Más aún, el alma funciona en fe a través de sus facultades comunes y no por medio de ninguna facultad especial. Es un ejercicio del alma que tiene esto en común con todos los ejercicios similares, que aparece simple, y aun así en un escrutinio más estrecho se evidencia complejo e intrincado. Y, por consiguiente, a fin de obtener un concepto apropiado de la fe, es necesario distinguir entre los diversos elementos que comprende.

Un elemento intelectual (notitia).

Hay un elemento de conocimiento en la fe, en conexión con el cual lo siguientes puntos deben ser considerados:

El carácter de este conocimiento.

El conocimiento de la fe consiste en un reconocimiento positivo de la verdad, en la cual el ser humano acepta como cierto todo lo que Dios expresa en Su Palabra, y especialmente lo que Él dice con respecto a la profunda depravación del ser humano y la redención que es en Cristo Jesus. En contra de Roma debe sostenerse la postura de que este conocimiento cierto pertenece a la esencia de la fe; y en oposición a teólogos como Sandeman, Wardlaw, Alexander, Chalmers y otros, que una mera aceptación intelectual de la verdad no es el todo de la fe. 

Por un lado, sería una sobre estimación del conocimiento de la fe si fuera considerada como una comprensión completa de los objetos de la fe. Pero por otro, sería también una subestimación de ello si fuera considerada como un mero tomar nota de las cosas creídas, sin la convicción de que son verdaderas. Algunos liberales modernos toman esta postura y en consecuencia prefieren hablar de la fe como una acción o tarea. Es una percepción espiritual hacia las verdades de la religión cristiana que encuentra respuesta en el corazón del pecador.

La certeza de este conocimiento.

El conocimiento de la fe no debe considerarse como menos cierto que otro conocimiento. Nuestro Catecismo de Heidelberg nos asegura que la fe verdadera es entre otras cosas también «un conocimiento cierto (seguro, incontestable)». Esto se encuentra en armonía con Hebreos 11:1, que habla de esto como «la certeza de las cosas que se esperan, la convicción de lo que no se ve». Hace de las cosas futuras y que no se ven subjetivamente reales y ciertas para el creyente. El conocimiento de la fe nos es mediado, e impartido, por medio del testimonio de Dios en Su Palabra, y es aceptado por nosotros como cierto y confiable sobre la base de la veracidad de Dios. 

La certeza de este conocimiento tiene su fundamento en Dios mismo, y en consecuencia nada puede ser más cierto. Y es muy esencial que esto deba ser así, porque la fe está interesada en las cosas espirituales y eternas, en las que se necesita certeza. Debe haber certeza en cuanto a la realidad del objeto de la fe; si no la hay, la fe es en vano. Machen deplora el hecho de que muchos pierdan de vista este hecho en la actualidad. Dice: «El gran problema es que la fe está siendo considerada como una cualidad benéfica del alma sin referencia a la realidad o no realidad de su objeto; y en el momento en que la ve se considera de ese modo, en aquel momento es destruida».

La medida de este conocimiento.

Es imposible determinar con precisión cuanto conocimiento es absolutamente requerido en la fe salvífica. Si la fe salvífica es aceptación de Cristo como Él se ofrece en el evangelio, surge naturalmente la cuestión sobre cuánto del evangelio debe conocer una persona a fin de ser salva. O, para decirlo en palabras del Dr. Machen: «¿Cuáles, para decirlo sin rodeos, son los requisitos doctrinales mínimos a fin de que un ser humano pueda ser cristiano?». 

En general puede decirse que debe ser suficiente para darle al creyente alguna idea del objeto de fe. Toda fe salvífica verdadera debe contener al menos un mínimo de conocimiento, no tanto de la revelación divina en general como del Mediador y Sus operaciones de gracia. Cuanto más conocimiento real uno tenga de las verdades de redención, más rica y completa será la fe de uno, si todas las demás cosas son iguales. 

Naturalmente uno que acepta a Cristo mediante una fe verdadera también estará listo y dispuesto a aceptar el testimonio de Dios como un todo. Es de máxima importancia, en especial en nuestros días, que las iglesias consideren que sus miembros tengan una comprensión bastante buena, y no meramente vaga, de la verdad. Particularmente en esta era anti dogmática, deben ser más diligentes de lo que son en el adoctrinamiento de sus jóvenes.

Un elemento emocional (assensus).

Barth llama la atención al hecho de que el momento en que un ser humano acepta a Cristo por medio de la fe es el momento existencial de su vida, en el que cesa de considerar el objeto de la fe de una forma desapegada y desinteresada, y comienza a sentir un interés vívido en este. No es necesario adoptar la construcción peculiar de Barth sobre la doctrina de la fe para reconocer la verdad de lo que dice en este punto. Cuando uno abraza a Cristo por la fe, tiene una convicción profunda de la verdad y la realidad del objeto de la fe, siente que suple una necesidad importante en su vida y es consciente de un interés absorbente en ello; y esto es asentimiento. 

Es muy difícil distinguir este asentimiento del conocimiento de la que acabamos de describir porque, como hemos visto, es exactamente la característica distintiva del conocimiento de la fe salvífica que conlleva una convicción de la verdad y la realidad de su objeto. 

De ahí que algunos teólogos hayan mostrado una inclinación a limitar el conocimiento de la fe a un mero tomar conciencia del objeto de la fe; pero (1) esto es contrario a la experiencia, porque en la fe genuina no hay conocimiento que no incluya una convicción de corazón de la verdad y la realidad de su objeto y un interés en este; y (2) esto sería hacer del conocimiento de la fe salvífica idéntico a aquel que se encuentra en una fe puramente histórica, aunque la diferencia entre fe histórica y salvífica yace, en parte, exactamente en este punto. 

Debido a que es muy difícil hacer una distinción clara, algunos teólogos prefieren hablar solo de dos elementos en la fe salvífica, a saber, conocimiento y confianza personal. Estos son dos elementos mencionados en el Catecismo de Heidelberg cuando dice que la fe verdadera «no es solamente un determinado conocimiento por el cual sostengo por cierto todo lo que Dios nos ha revelado en Su Palabra, sino también una confianza de corazón por la cual el Espíritu Santo obra en mí por medio del evangelio». 

Probablemente merezca preferencia considerar el conocimiento y el asentimiento como simplemente dos aspectos del mismo elemento en la fe. El conocimiento puede entonces considerarse como su costado más pasivo y receptivo, y el asentimiento como su costado más activo y transitivo.

Un elemento volitivo (fiducia).

Este es el elemento culminante de la fe. La fe no es meramente una cuestión del intelecto, ni tampoco del intelecto y las emociones combinados; es también una cuestión de la voluntad, determinando la dirección del alma, un acto del alma yendo hacia su objeto y apropiándose de esto. Sin esta actividad el objeto de la fe, que el pecador reconoce como cierto y real y totalmente aplicable a sus necesidades presentes, permanece fuera de él. 

Y en la fe salvífica es una cuestión de vida y muerte que el objeto sea apropiado. El tercer elemento consiste en una confianza personal en Cristo como Salvador y Señor, incluyendo ante Cristo una rendición del alma como culpable y contaminada, y una recepción y apropiación de Cristo como la fuente de perdón y vida espiritual. Al tomar en consideración todos estos elementos, es muy evidente que el asidero de la fe no puede situarse exclusivamente en el intelecto ni en los sentimientos, ni tampoco en la voluntad, sino solo en el corazón, el órgano central del ser espiritual del hombre, desde el cual son las cuestiones de la vida. 

En respuesta a la pregunta sobre si esta fiducia (confianza) necesariamente incluye un elemento de seguridad personal, puede decirse, en oposición a los católicos romanos y arminianos, que este es indudablemente el caso. Naturalmente conlleva un determinado sentimiento se protección y seguridad, de gratitud y gozo. Fe, la cual en sí misma es certeza, tiende a despertar un sentido de seguridad y un sentimiento de certidumbre en el alma. 

En la mayoría de los casos esto es al principio más implícito y difícilmente penetre en la esfera del pensamiento consciente; es algo que se siente vagamente en lugar de percibirse con claridad. Pero en la medida en que la fe crezca y las actividades de la fe se incrementen, la conciencia de la seguridad y la protección que ofrece también se vuelve mayor. Incluso lo que los teólogos generalmente llaman «refugiarse en la confianza» (toevluchtnemend vertrouwen) transmite al alma cierta medida de seguridad. 

Esto es muy diferente de la postura de Barth, quien enfatiza el hecho de que la fe es un acto constantemente repetido, es siempre un nuevo salto de desesperación y un salto en la oscuridad, y nunca se convierte en una posesión continua del ser humano; y quien por tanto rige la posibilidad de alguna certeza subjetiva de la fe.

El objeto de la fe.

Al ofrecer una respuesta a la pregunta sobre cuál es el objeto de verdadera fe salvífica, tendremos que hablar con discernimiento debido a que es posible hablar de esta fe en un sentido general y especial. Existe:

A fides generalis.

Por esta expresión se define la fe salvífica en el sentido más general de la palabra. Su objeto es la revelación divina en su conjunto como está contenida en la Palabra de Dios. Todo lo que se enseña explícitamente en la Escritura o puede deducirse de esta por inferencia buena y necesaria, pertenece al objeto de la fe en este sentido general. Según la Iglesia de Roma es incumbente en sus miembros creer lo que fuera que la ecclesia docens declara ser parte de la revelación de Dios, y esto incluye la así llamada tradición apostólica. 

Es cierto que la «enseñanza de la iglesia» no reclama el derecho de elaborar nuevos artículos de fe, pero reclama el derecho de determinar autoritativamente lo que la Biblia enseña y lo que, según la tradición, pertenece a las enseñanzas de Cristo y Sus apóstoles. Y esto permite una gran medida de discreción.

A fides specialis.

Esta es fe salvífica en el sentido más limitado de la palabra. Aunque la verdadera fe en la Biblia como la Palabra de Dios es absolutamente necesaria, ese no es aún el acto específico de fe que justifica y por consiguiente salva directamente. Debe conducir, y ciertamente lo hace, hacia una fe más especial. Hay determinadas doctrinas concernientes a Cristo y Su obra, y determinadas promesas hechas en Él a los seres humanos pecadores, que el pecador debe recibir y las cuales deben guiarlo a poner su confianza en Cristo. El objeto de fe especial, entonces, es Jesucristo y la promesa de salvación a través de Él. El acto especial de fe consiste en recibir a Cristo y reposar en Él como es presentado en el evangelio, Juan 3:15, 16, 18; 6:40. Hablando estrictamente, no es el acto de fe como tal sino en cambio aquel que es recibido por medio de la fe, lo cual justifica y por tanto salva al pecador.

El fundamento de la fe.

El fundamento último sobre el que descansa la fe yace en la veracidad y la fidelidad de Dios, en conexión con las promesas del evangelio. Pero debido a que no tenemos conocimiento de esto aparte de la Palabra de Dios, esto también puede ser, y frecuentemente es, llamado el fundamento último de la fe. En distinción del primero, sin embargo, podría ser llamado el fundamento próximo. 

El medio por el cual reconocemos la revelación encarnada en la Escritura como la Palabra de Dios misma es, en el análisis final, el testimonio del Espíritu Santo, 1 Juan 5:6: «Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad». Cf. también Romanos 4:20–21; 8:16; Efesios 1:13; 1 Juan 4:13; 5:10. Los católicos romanos encuentran el fundamento último de la fe en la Iglesia; los racionalistas reconocen solamente la razón como tal; Schleiermacher la busca en la experiencia cristiana; y Kant, Ritschl y muchos liberales modernos lo sitúan en las necesidades morales de la naturaleza humana.

La importancia de la fe.

Probablemente no es posible exagerar la importancia de la fe en la vida cristiana. La fe es la única avenida de acercamiento a Dios. “Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Heb. 11:6). Sin fe no es posible agradar a Dios: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios” (Heb. 11:6). Todo lo que un creyente recibe de Dios lo recibe por medio de la fe.

Salvación por medio de la fe.

Este principio es ampliamente proclamado en las escrituras. He aquí algunos ejemplos:

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe” (Ef. 2:8).

El que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Mr. 16:16).

Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hch. 16:31).

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:12).

Mas el que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Rom. 4:5).

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1).

Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (Heb. 10:39).

De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24).

La llenura del Espíritu Santo por medio de la fe.

A fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gál. 3:14). “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él” (Jn. 7:39).

Santificación por medio de la fe.

Y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones” (Hch. 15:9). “Para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hch. 26:18).

Seguridad por medio de la fe.

Que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe” (I P. 1:5). “Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie” (Rom. 11:20). “No que nos enseñoreemos de vuestra fe, sino que colaboramos para vuestro gozo; porque por fe estáis firmes” (II Cor. 1:24).

Paz perfecta mediante la fe.

Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Is. 26:3). “Pero los que hemos creído entramos en el reposo” (Heb. 4:3).

Sanidad mediante la fe.

Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará” (Stg. 5:15). “Este oyó hablar a Pablo, el cual, fijando en él sus ojos, y viendo que tenía fe para ser sanado” (Hch. 14:9).

Victoria sobre los adversarios mediante la fe.

Los principales adversarios del cristiano pueden ser resumidos como: el mundo, la carne, y el Diablo.

El mundo vencido mediante la fe.

Y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (I Jn. 5:4).

La carne vencida mediante la fe.

Consideraos (un acto de fe) muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom. 6:11).

El Diablo vencido mediante la fe.

Vestíos de la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo … sobre todo tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Ef. 6:6–16). “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte” (Lc. 22:31, 32).

La vida cristiana entera es vivida por medio de la fe.

Cuatro veces leemos en la escritura: “Mas el justo por la fe vivirá” (Hab. 2:4; Rom. 1:17; Gál. 3:11; Heb. 10:38). “Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20). La fe es la misma atmósfera en la que la vida cristiana es vivida. Los cristianos son llamados creyentes porque sus vidas son vividas en fe continua. Es claro, entonces, que la fe debe tener una gran parte en la recepción de la salvación en su experiencia inicial.

El significado de la fe.

Muchos eruditos bíblicos creen que la Biblia no da una verdadera definición de la fe. Está acordado, sin embargo, que Hebreos 11:1 es probablemente la más cercana a tal definición: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” El valor de este versículo como una definición de fe es más obvio cuando examinamos de cerca el uso de varias palabras. Se dice que la fe es la “certeza.” “Certeza” viene de una palabra que literalmente significa “Fundamento” o aquello que sostiene nuestra esperanza. “Fundamento” habla de esa relación de pacto de amor mutuo entre el Señor y el creyente que es nuestra base de esperanza.

La fe no es un ciego tanteando en la oscuridad, sino la convicción cierta, nacida de amor y una relación experimental, de que la palabra de Dios revelada es verdad. La fe es más que una simple esperanza; es una “certeza”, que era, en eventos legales, traducida “acción titular.” El que cree divinamente, en cuyo corazón el amor suma a la persuasión, tiene una “acción titular” a la completa provisión de Dios.

La fe es una persuasión ya que se aplica a lo invisible. Las realidades del reino de Dios son por naturaleza realidades invisibles a la vista natural. La fe es la facultad por la cual las realidades espirituales son percibidas como reales, y capaces de ser realizadas. Aquel que tiene fe tiene ojos para lo espiritual. La fe es al cristiano verdadera “convicción.” No necesita ninguna otra convicción a fin de proceder de acuerdo con la voluntad de Dios revelada. En el griego clásico la palabra convicción era a menudo traducida “prueba.” La fe es un “fundamento” y una “prueba.”

Los elementos de la fe.

La fe, como el arrepentimiento, tiene tres elementos, el intelectual, el emocional y el voluntario.

El elemento intelectual.

La fe no es un salto ciego a la oscuridad. Ha sido erróneamente llamada “Un paso a la oscuridad que lleva a la luz.” Al contrario, la fe es caminar en la luz—la Luz de la Palabra de Dios. Es tremendamente inseguro dar un solo paso en la oscuridad. Un hombre podría estar al borde de un precipicio y un solo paso lo lanzaría a su perdición. La fe debe estar basada en el conocimiento. Nadie puede creer en algo de lo que no tiene conocimiento. 

Uno no puede creer en una que es completamente desconocida. Creer algo sin conocimiento es imposible. La fe que se necesita para la salvación está basada en la mejor de las evidencias, la Biblia, como la palabra de Dios. “Así que la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios” (Rom. 10:17). Necesitamos conocer el evangelio a fin de creer en Cristo como nuestro Salvador.

El elemento emocional.

Este elemento es visto a veces en el gozo que acompaña a la primera vez en que nos damos cuenta de la bondad de Dios en proveer para nuestras necesidades. Está ilustrado por la experiencia de Israel, como es descrito en el Salmo 106:12: “Entonces creyeron a sus palabras y cantaron su alabanza.” 

Desafortunadamente la emoción del gozo pronto pasó, porque en los versículos veinticuatro y veinticinco leemos: “No creyeron a su palabra, antes murmuraron en sus tiendas, y no oyeron la voz de Jehová.” Jesús describió a estos, “Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan” (Mr. 4:16, 17).

El Dr. A.T. Pierson ha dicho: “Aquí está el orden: el hecho guía. La fe sigue pone su ojo sobre el hecho. El sentimiento con su ojo puesto sobre la fe trae el final. Todo irá bien mientras este orden sea observado. Pero el momento en que la fe da su espalda al hecho y mira al sentimiento la procesión tambalea.”

Este elemento de fe también incluye una aprobación de la mente a la verdad recibida. Los escribas contestaron a la explicación de Jesús del mandamiento más grande, “Bien, Maestro, verdad has dicho” (Mi. 12:32, 33).

Thiessen ha resumido bien esta sección de la siguiente manera: “Podemos definir el elemento emocional de la fe como el despertar del alma a sus necesidades personales y a la aplicabilidad personal de la redención provista en Cristo, junto con una inmediata aprobación de estas verdades.”

El elemento voluntario.

Después de saber lo que Cristo ha prometido, y después de aceptar la verdad de esa promesa, entonces la fe se extiende y se apropia de lo provisto. El conocimiento en sí no es suficiente. Un hombre puede tener el conocimiento de que Cristo es divino y aún rechazarlo como Salvador. El conocimiento afirma la realidad de estas cosas, pero ni lo acepta ni lo rechaza. El aceptar no es suficiente. Hay un asentimiento de la mente que no expresa una rendición del corazón, y es “con el corazón se cree para justicia” (Rom. 10:10). La verdadera fe está en la jurisdicción de la voluntad. La fe apropia. La fe toma. La fe siempre tiene en ella la idea de acción. “La fe sabe caminar.” Es el alma saltando para abrazar la promesa. “Plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido” (Rom. 4:21).

De aquí que esta fase de la fe está comprendida por dos elementos: (1) rendición del corazón a Dios y (2) la apropiación de Cristo como Salvador. Proverbios 23:26 ilustra el primero: “Dame, hijo mío, tu corazón.” También Mateo 11:28, 29: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.” Romanos 10:9 dice: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor.” Expresa el pensamiento de rendirse al señorío de Jesús con la vida entera.

La apropiación de Cristo como Salvador significa recibir plenamente todo lo que Él ha hecho en el Calvario para la redención de su alma: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:12).

Esto ilustra la importante verdad de que la salvación es recibir a Jesucristo, a Él mismo. Esta apropiación personal es una necesidad vital. No es suficiente que Jesús haya muerto. Debo reconocer que Él murió por mí. Es verdad que murió por todos, pero yo debo individualmente aceptarlo como mi Salvador. El agua es provista para todos, pero yo moriré de sed si no tomo personalmente del fluido dador de la vida. El aire es provisto para todos, pero yo debo respirar individualmente si voy a sobrevivir. Debe haber una entrega individual del alma a Cristo, una aceptación personal de Él tanto como Salvador como Señor.

Una familia estaba pasando la tarde disfrutando de deportes invernales en un lago congelado cercano a su hogar. Una de las niñas fue demasiado lejos sobre el hielo y cayó al agua helada. Teniéndose fuertemente del hielo en la superficie, gritó pidiendo ayuda. Su padre, oyendo su grito de desesperación, se encaminó cautelosamente sobre la superficie quieta y helada. Gateando lentamente hacia el borde quebrado del hielo, se extendió y tomó una de las manos de su hija. Pero por más que trataba, no podía sacarla a la superficie del hielo, mientras ella se tenía con la otra mano del borde. Finalmente, él le dijo: “Dame tus dos manos.” Esto significaba que debía soltar el borde firme del hielo y entregarse completamente al cuidado de su padre, sin nada a qué sostenerse sino él. Fue sólo entonces que él pudo tirar de ella hasta que estuviera a salvo. La salvación sólo puede ser realizada al nosotros soltar todo sostén terrenal y darle nuestras dos manos en total rendición y entrega Él, quien solo puede salvar.

La fuente de la fe.

Aunque muchas otras bendiciones relativas a la vida cristiana, que son recibidas por fe, han sigo sugeridas en esta sección sobre la fe, estamos particularmente interesados aquí en la parte que tiene la fe en la experiencia de la salvación, y cómo es recibida esta fe salvadora. Muchas de las veces en que confrontemos individuos con el evangelio, y les digamos que todo lo que tienen que hacer es creer, estos contestarán, “Pero es tan difícil creer.” Si una persona está tratando de creer en su fe, o en algo que está haciendo, es difícil, porque ni su fe ni sus obras son suficientes, y ella se da cuenta de esto. La fe está basada en lo que Dios ha hecho y lo que Él ha prometido, no en nada en el hombre.

La fe es simplemente creer la palabra de Dios. Está basada enteramente sobre la obra finalizada de Cristo como es revelada en la escritura. En otras palabras, está basada en la palabra de Dios. “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Rom. 10:17). Otra versión lo traduce: “Consecuentemente, la fe viene de oír el mensaje, y el mensaje es oído mediante la palabra de Cristo.” Por lo tanto, la fe viene mediante el oír la palabra de Cristo. “Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron” (Hch. 4:4). Nada producirá más fe que el leer y estudiar la Biblia, la palabra de Dios, y de ahí llegar a conocer lo que Dios ha prometido. La fe es simplemente creer en lo que Dios ha dicho. Es tomarlo por su palabra.

Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicarnos: que, si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo (Rom. 10:8, 9).

De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna (Jn. 5:24).

Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa (Hch. 16:31).

Concedido, el evangelio de la gracia de Dios al hombre pecador suena demasiado bueno para ser cierto. Pero cuando uno considera que está planeado por Dios, y llevado a cabo por Él, no debería ser difícil tomarlo como su palabra. ¡Esto es fe!

La fe y las obras

Hay muchas personas que suponen que, si tratan de llevar una vida de bien, ya han hecho todo lo que es necesario para entrar en el cielo. Depositan su confianza para satisfacer las demandas de la justicia de Dios sobre las buenas obras que han realizado.

Se trata de una esperanza fútil. La ley de Dios requiere perfección. Como no somos perfectos, carecemos del bien necesario para ingresar al cielo. Por eso es que es imposible alcanzar el bien viviendo una vida de bien. La única manera de alcanzar el bien es confiando en la justicia de Cristo. Su mérito es perfecto y está a disposición nuestra por la fe.

Creer que seamos justificados por nuestras buenas obras independientemente de la fe es aceptar la herejía del legalismo. Creer que seamos justificados por un tipo de fe que no produce obras es aceptar la herejía del antinomianismo.

La relación entre la fe y las buenas obras implica que estas deben ser diferenciadas, pero no separadas. Aunque nuestras buenas obras no agregan ningún mérito a nuestra fe delante de Dios, y si bien la condición exclusiva para nuestra justificación es nuestra fe en Cristo; si nuestra profesión de fe no es seguida de buenas obras, esta es una indicación clara de que no poseemos la fe que justifica.

La fórmula de la Reforma es que “somos justificados solamente por la fe, pero no por una fe por sí sola”. La verdadera justificación siempre tiene como resultado el proceso de santificación. Si hay justificación, la santificación sucederá inevitablemente. Si la justificación no es sucedida por la santificación, es seguro que la justificación nunca estuvo realmente presente. Esto no significa que la justificación dependa o se apoye en la santificación. La justificación depende de la fe verdadera, la cual a su vez conducirá inevitablemente a obras de obediencia.

Cuando Santiago declara que la fe sin obras es muerta, está afirmando que dicha “fe” no puede justificar a nadie porque no es una fe viva. La fe viviente produce buenas obras, pero estas buenas obras no son la base para nuestra justificación. Únicamente el mérito logrado por Jesucristo puede justificar al pecador.

Se trata de un error muy grave, una forma moderna de la herejía del antinomianismo, el sugerir que una persona puede ser justificada por aceptar a Jesús como el Salvador, pero no como el Señor. La fe verdadera acepta a Cristo como Salvador y como Señor. Depender solo de Cristo para la salvación es el reconocer la más completa dependencia de nuestra persona en Él y el arrepentirse de nuestros pecados. Arrepentirse de los pecados es someterse a la autoridad de Cristo. Negar su señorío es buscar la justificación con una fe impenitente, que no representa ninguna fe.

Aunque nuestras buenas obras no nos hacen merecedores de la salvación, son la base sobre la cual Dios nos promete distribuir las recompensas en el cielo. Nuestra entrada al reino de Dios es únicamente por la fe. Nuestra recompensa en el reino será según nuestras buenas obras, lo que representa un caso de la coronación gratuita de Dios sobre sus propios dones, como lo observó Agustín.

Resumen

  1. Nadie puede ser justificado por buenas obras. Solo podemos ser justificados por la fe en Cristo.
  2. La fe y las buenas obras deben ser diferenciadas, pero nunca separadas. La verdadera fe siempre producirá obras de obediencia.
  3. La justificación es solo por la fe, pero no por una fe por sí sola.
  4. La fe que es muerta no puede justificar.
  5. Tener fe en Cristo significa confiar en Él como el Salvador y someterse a Él como el Señor.
  6. Seremos recompensados en el cielo según nuestras buenas obras, aunque esta recompensa es por la gracia.

Obras = Justificación.

Falso

Fe + Obras = Justificación.

Falso

Fe = Justificación – Obras.

Falso

Fe = Justificación + Obras.

Verdadero

Pasajes bíblicos para la reflexión

Romanos 3:9–4:8

Filipenses 2:12–13

Santiago 2:18–24

2 Pedro 1:5–11

1 Juan 2:3–6

1 Juan 4:7–11

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