LAS CONFESIONES DE FE HISTÓRICAS [+8]

CONFESIONES DE FE
Tabla de contenidos

Las confesiones de fe más importantes de varios períodos de la historia de la iglesia.

CONFESION DE FE: Declaración de lo que se confiesa en materia de fe y práctica religiosa, expresada de manera formal, gen. por escrito.

La Confesión de Fe es autoritativa para el individuo o el grupo y es expresión de sus creencias. Para la mayoría de los evangélicos las Confesiones de Fe son relativas, subordinadas y limitadas, en relación con la autoridad infalible de la Biblia en materia de fe y práctica.

La Confesión de Fe, pues, no es una regla de fe sino expresión de la doctrina de una determinada iglesia o grupo de iglesias y su sanción eclesiástica en un tiempo y lugar. Según algunos protestantes, las Confesiones de Fe son sólo credo (en el sentido de una profesión personal) y no credendum (en el sentido de un credo necesario e impuesto).

Muchas iglesias que no tienen una Confesión de Fe, sí tienen un pacto que expresa sus coincidencias doctrinales.

Las Confesiones de Fe no son definitivas, pues no pueden anticipar situaciones futuras, ni exhaustivas, pues jamás pueden hacer justicia y expresar la experiencia de todos los que las subscriben. Por ello mismo, no son expresión de uniformidad religiosa. Gen. enfatizan más algunos aspectos que otros, responden a cuestiones de interés momentáneo y dejan muchos otros asuntos sin consideración.

No obstante, desde un punto de vista histórico, las Confesiones de Fe son resúmenes convenientes de la fe de la iglesia en una determinada situación religiosa y frente a desafíos concretos.

 De la iglesia antigua, las cuatro confesiones ecuménicas:

  • El Credo de los Apóstoles (siglos tercero-cuarto d.C.)
  • El Credo Niceno (325/381 d.C.)
  • El Credo Atanasiano (fines del siglo cuarto-principios del siglo quinto d.C.) 
  • El Credo Calcedonio (451 d.C.).

De las iglesias protestantes desde La Reforma, otras cuatro confesiones:

  • Los Treinta y Nueve Artículos (1571) [Iglesia de Inglaterra; también metodista]
  • la Confesión de Fe de Westminster (1643–1646) [Reformada Británica y Presbiteriana]
  • la Confesión Bautista de Nueva Hampshire (1833); y la Fe y Mensaje Bautista (1925/1963) [Bautista del Sur].
  • Por último, la Declaración de Chicago sobre la Infalibilidad Bíblica (1978), porque fue el producto de una conferencia que representaba una amplia variedad de tradiciones evangélicas, y porque se ha ganado amplia aceptación como una valiosa norma doctrinal relativa a un tema de reciente y actual controversia en la iglesia.

LOS CREDOS

El CREDO DE LOS APÓSTOLES

(siglos tercero-cuarto d.C.)

Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor; que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de la María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió a los cielos y está sentado a la Diestra de Dios Padre; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo; la Santa Iglesia católica, la comunión de los santos; el perdón de los pecados; la resurrección del cuerpo; y la vida eterna. Amén.

EL CREDO NICENO

(325 d.C.; revisado en Constantinopla 381 d.C.)

Creo en un solo Dios Padre Todopoderoso; Creador del cielo y de la tierra, y de todas las cosas visibles e invisibles; Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, verdadero Dios de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consubstancial con el Padre; por el cual todas las cosas fueron hechas; El cual, por amor a nosotros y por nuestra salud descendió del cielo, y tomando nuestra carne de la virgen María, por el Espíritu Santo, fue hecho hombre, y fue crucificado por nosotros bajo el poder de Poncio Pilatos, padeció, y fue sepultado; y al tercer día resucitó según las Escrituras, subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre. Y vendrá otra vez con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos; y su reino no tendrá fin.

Y creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, procedente del Padre y del Hijo, el cual con el Padre y el Hijo juntamente es adorado y glorificado; que habló por los profetas. Y creo en una santa Iglesia Católica y Apostólica. Confieso un Bautismo para remisión de pecados, y espero la resurrección de los muertos, y la vida del Siglo venidero. Amén.

EL CREDO DE CALCEDONIA

(451 d.C.)

Nosotros, entonces, siguiendo a los santos Padres, todos de común consentimiento, enseñamos a los hombres a confesar a Uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en Deidad y también perfecto en humanidad; verdadero Dios y verdadero hombre, de cuerpo y alma racional; consustancial (coesencial) con el Padre de acuerdo a la Deidad, y consustancial con nosotros de acuerdo a la Humanidad; en todas las cosas como nosotros, sin pecado; engendrado del Padre antes de todas las edades, de acuerdo a la Deidad; y en estos postreros días, para nosotros, y por nuestra salvación, nacido de la virgen María, de acuerdo a la Humanidad; uno y el mismo, Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, para ser reconocido en dos naturalezas, inconfundibles, incambiables, indivisibles, inseparables; por ningún medio la distinción de naturalezas desaparece por la unión, más bien es preservada la propiedad de cada naturaleza y concurrentes en una Persona y una Sustancia, no partida ni dividida en dos personas, sino uno y el mismo Hijo, y Unigénito, Dios, la Palabra, el Señor Jesucristo; como los profetas desde el principio lo han declarado con respecto a Él, y como el Señor Jesucristo mismo nos lo ha enseñado, y el Credo de los Santos Padres que nos ha sido dado.

EL CREDO ATANASIANO

(siglos cuarto-quinto d.C.)

  1. Todo aquel que ha de ser salvo, antes de todas las cosas es necesario que practique la fe católica.
  2. Tal fe la cuál excepto todos la observen completa y sin mácula, sin duda ha de perecer eternamente.
  3. Y la fe católica es esta: Que adoramos a un Dios Trino, Una Trinidad en Unidad,
  4. No confundiendo las personas, ni dividiendo la sustancia [esencia].
  5. Porque Una es la Persona del Padre, Otra la del Hijo, y Otra la del Espíritu Santo.
  6. Pero la Divinidad del Padre, la del Hijo, y la del Espíritu Santo, es todo una, la Gloria igual, la Majestad co-eterna.
  7. Tal como el Padre es, así es el Hijo, y así es el Espíritu Santo.
  8. El Padre no es creado, el Hijo no es creado, y el Espíritu Santo no es Creado.
  9. El Padre incomprensible [ilimitado], el Hijo incomprensible [ilimitado], y el Espíritu Santo incomprensible [ilimitado].
  10. El Padre es eterno, el Hijo es eterno, y el Espíritu Santo es Eterno.
  11. Y ellos no son tres eternos, pero Un Eterno.
  12. Como tampoco existen tres incomprensibles [ilimitados], ni tres no creados, pero si uno no creado, y uno incomprensible.
  13. Por lo que de la misma manera el Padre es Todopoderoso, el Hijo es Todopoderoso, y el Espíritu Santo es Todopoderoso.
  14. Y tampoco son tres Todopoderosos, pero un Todopoderoso.
  15. Por lo tanto, el Padre es Dios, El Hijo es Dios, y el Espíritu Santo es Dios.
  16. Y tampoco existen tres dioses, pero un solo Dios.
  17. Por lo tanto, de igual manera el Padre es Señor, el Hijo es Señor, y el Espíritu Santo es Señor.
  18. Y tampoco existen tres Señores, pero un solo Señor.
  19. Y así como estamos obligados por la verdad cristiana a reconocer a cada persona por sí misma como Dios y Señor, la religión católica nos prohíbe decir que hay tres Dioses, o tres Señores.
  20. El Padre no es ni creado ni engendrado.
  21. El Hijo es el único del Padre, no hecho, ni creado, pero engendrado.
  22. El Espíritu Santo es del Padre y del Hijo, no es hecho, ni creado, ni engendrado, pero procedente.
  23. Por lo tanto, existe un Padre, no tres Padres, un Hijo, no tres Hijos, un Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos.
  24. Y en esta Trinidad ninguno es antes del otro, o después del otro; ninguno es más grande, o menor que otro.
  25. Pero las tres Personas completas son co-eternas juntas y co-iguales.
  26. Por lo tanto en todas estas cosas, como ya ha sido mencionado, La Unidad en Trinidad y la Trinidad en Unidad debe ser Adorada.
  27. Por lo que aquel que será salvo, debe pensar en la Trinidad.
  28. Tanto más, es necesario para la salvación eterna que también se crea correctamente en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo.
  29. Porque la verdadera fe es, lo que creemos y confesamos, que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, es Dios y Hombre;
  30. Dios, en la sustancia [esencia] del Padre, engendrado antes de los (mundo(s); y hombre, en la sustancia [esencia] de su Madre, nacido en el mundo;
  31. Perfecto Dios y perfecto Hombre, de un alma razonable y subsistiendo en carne humana;
  32. Igual al Padre, en lo concerniente a su Divinidad; e inferior al Padre, en lo concerniente a su Humanidad.
  33. Quién, aunque siendo Dios y Hombre, aun así él no es dos, pero un Cristo;
  34. Uno, no por la conversión de la Divinidad en carne, pero por tomar la asunción de humanidad sobre Dios;
  35. Uno en todo, no por la confusión de sustancia [esencia], pero por la unidad de Persona.
  36. Por lo que el alma razonable y la carne son un hombre, así Dios y Hombre es un Cristo.
  37. Quién sufrió por nuestra salvación, descendió al infierno [Hades, mundo de los Espíritus], se levantó otra vez al tercer día de entre los muertos.
  38. Ascendió al cielo, se sentó a la diestra del Padre, Dios [Dios el Padre] Todopoderoso,
  39. De donde vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.
  40. Y a su venida todos los hombres se levantarán con sus cuerpos,
  41. Y darán cuenta por sus obras.
  42. Y los que hicieron lo bueno irán a la vida eterna, y los que hicieron lo malo a fuego eterno.
  43. Esta es la fe católica, la que excepto un hombre crea fielmente [verdadera y firmemente], no puede ser salvo.

ARTÍCULOS DE LA RELIGIÓN

(Treinta y Nueve Artículos) (1571: Iglesia de Inglaterra)

  1. DE LA FE EN LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Hay un solo Dios vivo y verdadero, eterno, sin cuerpo, partes o pasiones; de infinito poder, sabiduría y bondad; el Creador y Conservador de todas las cosas, así visibles como invisibles. Y en la unidad de esta Naturaleza Divina hay Tres Personas de una misma sustancia, poder y eternidad; el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

  1. DEL VERBO, O DEL HIJO DE DIOS, QUE FUE HECHO VERDADERO HOMBRE.

El Hijo que es el Verbo del Padre, engendrado del Padre desde la eternidad, el verdadero y eterno Dios, consustancial al Padre, tomó la naturaleza Humana en el seno de la Bienaventurada Virgen, de su sustancia; de modo que las dos naturalezas enteras y perfectas, esto es, Divina y Humana, se unieron juntamente en una Persona, para no ser jamás separadas, de lo que resultó un solo Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre; que verdaderamente padeció, fue crucificado, muerto y sepultado, para reconciliarnos con su Padre, y para ser sacrificio, no solamente por la culpa original, sino también por todos los pecados actuales de los hombres.

III. DEL DESCENSO DE CRISTO A LOS INFIERNOS.

Como Cristo murió por nosotros, y fue sepultado, también debemos creer que descendió a los Infiernos.

  1. DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO.

Cristo resucitó verdaderamente de entre los muertos, y tomó de nuevo su cuerpo, con carne, huesos y todas las cosas que pertenecen a la integridad de la naturaleza humana; la que subió al Cielo, y allí está sentado, hasta que vuelva a juzgar a todos lo Hombres en el último día.

  1. DEL ESPÍRITU SANTO.

El Espíritu Santo, procede del Padre y del Hijo, es de una misma sustancia, Majestad, y Gloria, con el Padre, y con el Hijo, Verdadero y Eterno Dios.

  1. DE LA SUFICIENCIA DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS PARA LA SALVACIÓN.

La Escritura Santa contiene todas las cosas necesarias para la Salvación: de modo que cualquiera cosa que no se lee en ellas, ni con ellas se prueba, no debe exigirse de hombre alguno que la crea como artículo de Fe, ni debe ser tenida por requisito necesario para la Salvación. Bajo el nombre de Escritura Santa entendemos aquellos Libros Canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento. De cuya autoridad nunca hubo duda alguna en la Iglesia.

DE LOS NOMBRES Y NÚMEROS DE LOS LIBROS CANÓNICOS.

Génesis,

El primer libro de Crónicas

Éxodo,

El segundo libro de Crónicas,

Levítico,

El primer libro de Esdras

Números,

El segundo libro de Esdras,

Deuteronomio,

El libro de Ester,

Josué,

El libro de Job,

Jueces,

Los Salmos,

El primer libro de Samuel,

Eclesiastés, o el Predicador

El segundo libro de Samuel,

Cantares, o Canción de Salomón

El primer libro de Reyes,

Cuatro profetas mayores

El segundo libro de Reyes,

Doce profetas menores

Los otros Libros los lee la Iglesia para ejemplo de vida e instrucción de las costumbres; más ella, no obstante, no los aplica para establecer doctrina alguna; y tales son los siguientes:

El tercer libro de Esdras,

Baruc el Profeta,

El cuarto libro de Esdras,

Mancebos,

El libro de Tobías,

La historia de Susana,

El libro de Judit,

Bel y el Dragón.

El resto de libro de Ester,

La oración de Manasés,

El libro de Sabiduría,

El primer libro de Macabéos,

Jesús el Hijo de Sirac,

El segundo libro de Macabéos.

Recibimos y contamos por Canónicos todos los Libros del Nuevo Testamento, según son recibidos comúnmente.

VII. DEL ANTIGUO TESTAMENTO.

El Antiguo Testamento no es contrario al Nuevo; puesto que, en ambos, Antiguo y Nuevo, se ofrece vida eterna al género humano por Cristo, que es el solo Mediador entre Dios y el hombre, siendo Él, Dios y Hombre. Por lo cual no deben escucharse los que se imaginan que los antiguos Patriarcas solamente tenían su esperanza puesta en promesas temporales. Aunque la Ley de Dios dada por medio de Moisés, en lo tocante a Ceremonias y Ritos no obliga a los cristianos, ni deben necesariamente recibirse sus preceptos Civiles en ningún Estado, no obstante, no hay cristiano alguno que esté exento de la obediencia a los Mandamientos que se llaman Morales.

VIII. DE LOS CREDOS.

El Credo Niceno y el comúnmente llamado de los Apóstoles, deben recibirse y creerse enteramente, porque pueden probarse con los testimonios de las Santas Escrituras.

  1. DEL PECADO ORIGINAL O DE NACIMIENTO.

El Pecado Original no consiste como vanamente propalan los Pelagianos, en la imitación de Adán, sino que es el vicio y corrupción de la Naturaleza de todo hombre que es engendrado naturalmente de la estirpe de Adán; por esto el hombre dista muchísimo de la justicia original, y es por su misma naturaleza inclinado al mal, de suerte que la carne codicia siempre contra el espíritu; y por lo tanto el pecado original en toda persona que nace en este mundo, merece la ira y la condenación de Dios. Esta infección de la naturaleza permanece también en los que son regenerados; por lo cual la concupiscencia de la carne (llamada en griego phronema sarkos), que unos interpretan la sabiduría, otros la sensualidad, algunos afección, y otros el deseo de la carne) no se sujeta a la Ley de Dios. Y aunque no hay condenación alguna para los que creen y son bautizados, todavía el Apóstol confiesa que la concupiscencia y mala inclinación tienen de sí misma naturaleza de pecado.

  1. DEL LIBRE ALBEDRÍO.

La condición del Hombre después de la caída de Adán es tal, que ni puede convertirse, ni prepararse con su fuerza natural y buenas obras, a la Fe e Invocación de Dios. Por lo tanto, no tenemos poder para hacer buenas obras gratas y aceptables a Dios, sin que la Gracia de Dios por Cristo nos prevenga, para que tengamos buena voluntad, y obre con nosotros, cuando tenemos esa buena voluntad.

  1. DE LA JUSTIFICACIÓN DEL HOMBRE.

Somos reputados justos delante de Dios solamente por el mérito de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, por la Fe, y no por nuestras obras o merecimientos. Por lo cual, que nosotros somos justificados por la Fe solamente, es Doctrina muy saludable y muy llena de consuelo, como más ampliamente se expresa en la Homilía de la Justificación.

XII. DE LAS BUENAS OBRAS.

Aunque las Buenas Obras, que son fruto de la Fe y siguen a la Justificación, no puedan expiar nuestros pecados, ni soportar la severidad del Juicio Divino; son, no obstante, agradables y aceptas a Dios en Cristo y nacen necesariamente de una verdadera viva Fe; de manera que por ellas puede conocerse la Fe viva tan evidentemente, como se juzga del árbol por su fruto.

XIII. DE LAS OBRAS ANTES DE LA JUSTIFICACIÓN.

Las obras hechas antes de la gracia de Cristo, y de la Inspiración de su Espíritu, no son agradables a Dios, porque no nacen de la Fe en Jesucristo, ni hacen a los hombres dignos de recibir la Gracia, ni (en lenguaje escolástico) merecen de congruo la Gracia; antes bien porque no son hechas como Dios ha querido y mandado que se hagan, no dudamos que tengan naturaleza de pecado.

XIV. DE LAS OBRAS DE SUPEREROGACIÓN

Obras voluntarias no comprendidas en los Mandamientos Divinos, llamadas Obras de Supererogación, no pueden enseñarse sin arrogancia e impiedad; porque por ellas declaran los hombres que no solamente rinden a Dios todo cuanto están obligados a hacer, sino que por su causa hacen más de lo que por deber riguroso les es requerido; siendo así que Cristo claramente dice; cuando hubiereis hecho todas las cosas que os están mandadas, decid: Siervos inútiles somos.

  1. DE CRISTO, EL ÚNICO SIN PECADO.

Cristo en la realidad de nuestra naturaleza fue hecho semejante a nosotros en todas las cosas, excepto en el pecado, del cual fue enteramente exento tanto en su carne, como en su Espíritu. Vino para ser el Cordero sin mancha, que por el sacrificio de sí mismo una vez hecho, quitase los pecados del mundo. Y no hubo pecado en Él, como dice San Juan. Pero nosotros los demás hombres, aunque bautizados, y nacidos de nuevo en Cristo, con todo eso ofendemos en muchas cosas y; si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.

XVI. DEL PECADO DESPUÉS DEL BAUTISMO.

No todo pecado mortal, voluntariamente cometido después del Bautismo, es pecado contra el Espíritu Santo, e irremisible. Por lo cual a los caídos en pecado después del Bautismo no debe negarse la gracia del arrepentimiento. Después de haber recibido el Espíritu Santo, nos podemos apartar de la gracia recibida, y caer en pecado, y por la Gracia de Dios de nuevo levantarnos y enmendar nuestras vidas. Y por lo tanto debe condenarse a los que dicen, que ya no pueden volver a pecar mientras vivan, o niegan el poder ser perdonados a los que verdaderamente se arrepientan.

XVII. DE LA PREDESTINACIÓN Y ELECCIÓN.

La Predestinación a la Vida es el eterno Propósito de Dios, (antes que fuesen echados los cimientos de Mundo), quien, por su invariable consejo, a nosotros oculto, decretó librar de maldición y condenación a los que eligió en Cristo de entre todos los hombres, y conducirles por Cristo a la Salvación eterna, como a vasos hechos para honor. Por lo cual, los que son agraciados con un beneficio tan excelente de Dios, son llamados según el propósito por su Espíritu que obra en debido tiempo: por la Gracia obedecen a la vocación; son justificados gratuitamente; son hechos hijos de Dios por Adopción, son Hechos conforme a la imagen de su Unigénito Hijo Jesucristo; viven religiosamente en buenas obras, y finalmente llegan por la misericordia de Dios a la eterna felicidad.

Como la consideración piadosa de la Predestinación y de nuestra Elección en Cristo, está llena de un dulce, suave e inefable consuelo para las personas piadosas, y que sienten en sí mismas la operación del Espíritu de Cristo, que va mortificando las obras de la carne y sus miembros mortales, y levantando su ánimo a las cosas elevadas y celestiales, no solo porque establece y confirma grandemente su fe en la Salvación eterna que han de gozar por medio de Cristo, sino porque enciende fervientemente su amor hacia Dios; y así, para las personas curiosas y carnales, destituidas del Espíritu de Cristo, el tener continuamente delante de sus ojos la sentencia de la predestinación Divina, es un precipicio muy peligroso, por el cual el diablo les impele a la desesperación, o al abandono a la vida más impura, no menos peligrosa que la desesperación. Además, debemos recibir las promesas de Dios del modo que nos son generalmente propuestas en la Escritura Santa; y en nuestros hechos seguir aquella Divina Voluntad, que tenemos expresamente declarada en la Palabra de Dios.

XVIII. DE OBTENER LA SALVACIÓN ETERNA SOLAMENTE POR EL NOMBRE DE CRISTO.

Deben asimismo ser anatematizados los que se atreven decir, que todo hombre será salvo por la Ley o la Secta que profesa, con tal que sea diligente en conformar su vida con aquella Ley, y con la Luz de la Naturaleza. Porque la Escritura Santa nos propone sola- mente el Nombre de Jesucristo, por medio del cual únicamente han de salvarse los hombres.

XIX. DE LA IGLESIA.

La Iglesia visible de Cristo es una Congregación de hombres fieles, en la cual se predica la pura Palabra de Dios, y se administran debidamente los Sacramentos conforme a la institución de Cristo, en todas las cosas que por necesidad se requieren para los mismos.

Como la Iglesia de Jerusalén de Alejandría y de Antioquía erraron, así también ha errado la Iglesia de Roma, no solo en cuanto a la vida y las Ceremonias, sino también en materias de Fe.

  1. DE LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA.

La Iglesia tiene poder para decretar Ritos o Ceremonias y autoridad en las controversias de Fe; Sin embargo, no es lícito a la Iglesia ordenar cosa alguna contraria a la Palabra Divina escrita, ni puede exponer un lugar de la Escritura de modo que contradiga a otro. Por lo cual, aunque la Iglesia sea Testigo y Custodio de los Libros Santos, sin embargo, así como no es lícito decretar nada contra ellos, igualmente no debe presentar cosa alguna que no se halle en ellos, para que sea creída como de necesidad para la salvación.

XXI. DE LA AUTORIDAD DE LOS CONCILIOS GENERALES.

[El Artículo Vigésimo primero de los Artículos antiguos se omite por tener una naturaleza local y civil, y se sustituye en las demás partes, de los otros Artículos.]

XXII. DEL PURGATORIO.

La doctrina Romana concerniente al Purgatorio, Indulgencias, Veneración y Adoración, así de Imágenes como de Reliquias, y la Invocación de los Santos, es una cosa tan fútil como vanamente inventada, que no se funda sobre ningún testimonio de las Escrituras, antes bien repugna a la Palabra de Dios.

XXIII. DEL MINISTERIO EN LA CONGREGACIÓN.

No es lícito a hombre alguno tomar sobre sí el oficio de la Predicación pública, o de la Administración de los Sacramentos en la Congregación, sin ser antes legítimamente llamado, y enviado a ejecutarlo. Y a estos debemos juzgarlos legalmente escogidos y llamados a esa obra por los hombres que tienen autoridad pública, concedida en la Congregación, para llamar y enviar ministros a la Viña del Señor.

XXIV. DEL LENGUAJE EN LA CONGREGACIÓN EN UN IDIOMA QUE ENTIENDA EL PUEBLO.

El Decir Oraciones públicas en la Iglesia, o administrar los Sacramentos en lengua que el pueblo no entiende, es una cosa claramente repugnante a la Palabra de Dios y a la costumbre de la Iglesia primitiva.

XXV. DE LOS SACRAMENTOS.

Los Sacramentos instituidos por Cristo, no solamente son señales de la Profesión de los Cristianos, sino más bien unos testimonios ciertos, y signos eficaces de la gracia y buena voluntad de Dios hacia nosotros por los cuales obra Él invisiblemente en nosotros y no solo aviva, mas también fortalece y confirma nuestra fe en Él.

Dos son los Sacramentos ordenados por nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio, a saber, el Bautismo y la Cena del Señor.

Los otros cinco que comúnmente se llaman Sacramentos; la Confirmación, la Penitencia, las Órdenes, el Matrimonio, y la Extremaunción, no deben reputarse como Sacramentos del Evangelio, habiendo emanado, en parte, de una imitación pervertida de los Apóstoles, y en parte son estados de la vida aprobados en las Escrituras; pero que no tienen la esencia de Sacramentos, semejante al Bautismo y a la Cena del Señor, porque carecen de signo alguno visible, o ceremonia ordenada de Dios.

Los Sacramentos no fueron instituidos por Cristo para ser contemplados, o llevados en procesión, sino para que hagamos debidamente uso de ellos. Y sólo en aquellos que los reciben dignamente producen ellos el efecto saludable, pero los que indignamente los reciben, se adquieren para sí mismos, como dice San Pablo, condenación.

XXVI. QUE LA INDIGNIDAD DE LOS MINISTROS NO IMPIDE EL EFECTO DE LOS SACRAMENTOS.

Aunque en la Iglesia visible los malos están siempre mezclados con los buenos, y algunas veces los malos obtienen autoridad superior en el Ministerio de la Palabra y de los Sacramentos, no obstante, como no lo hacen en su propio nombre, sino en el de Cristo, ni ministran por medio de su comisión y autoridad; aprovechamos su ministerio, oyendo la Palabra de Dios y recibiendo los Sacramentos. Ni el efecto de la Institución de Cristo se frustra por su iniquidad, ni la gracia de los dones divinos se disminuye con respecto a los que rectamente y con Fe reciben los Sacramentos que se les ministran; los que son eficaces, aunque sean ministrados por los malos, a causa de la institución y promesa de Cristo.

Pertenece, empero, a la disciplina de la Iglesia el que se inquiera sobre los malos ministros, que sean acusados por los que tengan conocimiento de sus crímenes; y que hallados finalmente culpables, sean depuestos por sentencia justa.

XXVII. DEL BAUTISMO.

El Bautismo no es solamente un signo de la profesión y una nota de distinción, por la que se identifican los Cristianos de los no bautizados; sino también es un signo de la Regeneración o Renacimiento, por el cual, como por instrumento, los que reciben rectamente el Bautismo son injertos en la Iglesia; las promesas de la remisión de los pecados, y la de nuestra Adopción como Hijos de Dios por medio del Espíritu Santo, son visiblemente señaladas y selladas; la Fe es confirmada, y la Gracia, por virtud de la oración a Dios, aumentada. El Bautismo de los niños, como más conforme con la institución de Cristo, debe conservarse enteramente en la Iglesia.

XXVIII. DE LA CENA DEL SEÑOR.

La Cena del Señor no es solamente signo del amor mutuo de los cristianos entre sí; sino más bien un Sacramento de nuestra Redención por la muerte de Cristo; de modo que para los que recta, dignamente y con Fe la reciben, el Pan que partimos es participación del Cuerpo de Cristo; y del mismo modo la Copa de Bendición es participación de la Sangre de Cristo.

La Transustanciación (o el cambio de la sustancia del Pan y del Vino), en la Cena del Señor, no puede probarse por las Santas Escrituras; antes bien repugna a las palabras terminantes de los Libros Sagrados, trastorna la naturaleza del Sacramento, y ha dado ocasión a muchas supersticiones.

El Cuerpo de Cristo se da, se toma, y se come en la Cena de un modo celestial y espiritual únicamente; y el medio por el cual el Cuerpo de Cristo se recibe y se come en la Cena, es la Fe. El Sacramento de la Cena del Señor ni se reservaba, ni se llevaba en procesión, ni se elevaba, ni se adoraba, en virtud de mandamiento de Cristo.

XXIX. DE LOS IMPÍOS; QUE NO COMEN EL CUERPO DE CRISTO AL PARTICIPAR DE LA CENA DEL SEÑOR.

Los Impíos, y los que no tienen Fe viva, aunque compriman carnal y visiblemente con sus dientes, como dice San Agustín, el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, no por eso son en manera alguna participantes de Cristo; antes bien, comen y beben para su condenación el Signo o Sacramento de una cosa tan importante.

XXX. DE LAS DOS ESPECIES.

El Cáliz del Señor no debe negarse a los laicos; puesto que ambas partes del Sacramento del Señor, debe ministrarse igualmente a todos los cristianos por ordenanza y mandato de Cristo.

XXXI. DE LA ÚNICA OBLACIÓN DE CRISTO CONSUMADA EN LA CRUZ.

La Oblación de Cristo una vez hecha, es la perfecta Redención, Propiciación y Satisfacción por todos los pecados de todo el mundo, así originales como actuales; y ninguna otra Satisfacción hay por los pecados, sino ésta únicamente. Y así los Sacrificios de las misas, en los que se dice comúnmente que el Presbítero ofrece a Cristo en remisión de la pena o culpa por los vivos y por los muertos, son fábulas blasfemas, y engaños peligrosos.

XXXII. DEL MATRIMONIO DE LOS PRESBÍTEROS.

Ningún precepto de la Ley Divina manda a los Obispos, Presbíteros y Diáconos vivir en el estado del Celibato, o abstenerse del Matrimonio; es lícito, lo mismo que a los demás cristianos, contraer a su discreción el estado del Matrimonio, si creyeren que así les conviene mejor para la piedad.

XXXIII. COMO DEBEN EVITARSE LAS PERSONAS EXCOMULGADAS.

La persona que, por una denuncia pública de la Iglesia, se ha separado de la Unidad de la misma y ha sido debidamente excomulgada, se debe considerar por todos lo fieles como si fuese un Pagano y un Publicano, mientras que por medio del arrepentimiento no se reconcilie públicamente con la Iglesia y sea recibida por un Juez debidamente autorizado.

XXXIV. DE LAS TRADICIONES DE LA IGLESIA.

No es necesario que las Tradiciones y Ceremonias sean en todo lugar las mismas o totalmente parecidas; porque en todos los tiempos fueron diversas, y pueden mudarse según la diversidad de países, tiempos y costumbres, con tal que en ellas nada se establezca contrario a la Palabra de Dios.

Cualquiera que por su juicio privado voluntariamente y de intento quebranta manifiesta-mente las Tradiciones y Ceremonias de la Iglesia, que no son contrarias a la Palabra de Dios, y que están ordenadas y aprobadas por la Autoridad pública, debe para que teman otros hacer lo mismo, ser públicamente reprendido como perturbador del orden común de la Iglesia, como ofensor de la autoridad del Magistrado, y como quien vulnera las conciencias de los hermanos débiles.

Toda Iglesia particular o nacional tiene facultad para instituir, mudar abrogar las ceremonias o ritos eclesiásticos instituidos únicamente por la autoridad humana, con tal que todo se haga para edificación.

XXXV. DE LAS HOMILÍAS.

El segundo Tomo de las Homilías, cuyos títulos hemos reunido al pie de este Artículo, contiene una Doctrina piadosa, saludable y necesaria para estos tiempos, e igualmente, el primer Tomo de las Homilías publicadas en tiempo de Eduardo Sexto; y por lo tanto juzgamos que deben ser leídas por los ministros clara y diligentemente en las Iglesias, para que el Pueblo las entienda.

NOMBRES DE LAS HOMILÍAS

  1. Del recto uso de la Iglesia.
  2. Contra el peligro de la Idolatría.
  3. De la reparación, y aseo de las Iglesias.
  4. De las buenas obras; y del Ayuno en primer lugar.
  5. Contra la Glotonería, y Embriaguez.
  6. Contra el Lujo excesivo de Vestido.
  7. De la Oración. 8. Del Lugar y Tiempo de la Oración.
  8. Que las oraciones Comunes y los Sacramentos deben celebrarse, y administrase en lengua conocida.
  9. De la respetuosa veneración de la Palabra de Dios.
  10. Del hacer limosnas.
  11. De la Natividad de Cristo.
  12. De la Pasión de Cristo.
  13. De la Resurrección de Cristo.
  14. De la digna Recepción del Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.
  15. De los Dones del Espíritu Santo.
  16. Para los días de Rogativa.
  17. Del Estado de Matrimonio.
  18. Del Arrepentimiento.
  19. Contra la Ociosidad.
  20. Contra la Rebelión.

XXXVI. DE LA CONSAGRACIÓN DE LOS OBISPOS Y MINISTROS.

El Libro de la consagración de los Obispos, y de la ordenación de los Presbíteros y Diáconos, según está declarado por la Convención General de esta Iglesia en 1792, contiene todas las cosas necesarias a tal Consagración y Ordenación, no contiene cosa alguna que sea en sí supersticiosa o impía. Y, por tanto, cualquiera que sea consagrado u ordenado según dicha Forma, decretamos que está justa, regular y legalmente consagrado y ordenado.

XXXVII. DEL PODER DE LOS MAGISTRADOS CIVILES.

El Poder del Magistrado Civil se extiende a todos los hombres, clérigos y laicos, en todas las cosas temporales; mas no tiene autoridad alguna en las cosas puramente espirituales. Y mantenemos que es el deber de todos los hombres que profesan el Evangelio, obedecer respetuosamente a la autoridad civil regular y legalmente constituida.

XXXVIII. QUE LOS BIENES DE LOS CRISTIANOS NO SON COMUNES.

Las riquezas y los bienes de los cristianos no son comunes en cuanto al derecho, título y posesión, como falsamente se jactan ciertos Anabaptistas.

Pero todos deben dar liberalmente limosnas a los pobres de lo que poseen y según sus posibilidades.

XXXIX. DEL JURAMENTO DEL CRISTIANO.

Así como confesamos estar prohibido a los cristianos por nuestro Señor Jesucristo, y por su Apóstol Santiago, el juramento vano y temerario; también juzgamos que la Religión Cristiana de ningún modo prohíbe que uno jure cuando lo exige el Magistrado en causa de Fe y Caridad, con tal que esto se haga según la doctrina del Profeta, en Justicia, en Juicio, y en Verdad.

LA CONFESIÓN DE FE DE WESTMINSTER

¿Qué dice la confesión de fe de Westminster?

(1643–46)

CAPÍTULO 1: LAS SANTAS ESCRITURAS

  1. Aunque la luz de la naturaleza y las obras de creación y de providencia manifiestan la bondad, sabiduría y poder de Dios, de tal manera que los hombres quedan sin excusa, sin embargo, no son suficientes para dar aquel conocimiento de Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación; por lo que le plugo a Dios en varios tiempos y de diversas maneras revelarse a sí mismo y declarar su voluntad a su Iglesia; y además para conservar y propagar mejor la verdad y para mayor consuelo y establecimiento de la Iglesia contra la corrupción de la carne, malicia de Satanás y del mundo, le plugo dejar esa revelación por escrito, por todo lo cual las Santas Escrituras son muy necesarias y tanto más cuanto que han cesado ya los modos anteriores por los cuales Dios reveló su voluntad a su pueblo.
  2. Bajo el título de «Santas Escrituras» o la Palabra de Dios escrita, se contienen todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, y los cuales son como sigue:

 

 

 

ANTIGUO TESTAMENTO

Génesis

Éxodo

Levítico

Números

Deuteronomio

Josué

Jueces

Rut

1 Samuel

2 Samuel

1 Reyes

2 Reyes

1 Crónicas

2 Crónicas

Esdras

Nehemías

Ester

Job 31

Salmos

Proverbios

Eclesiastés

Cantar de los cantares

Isaías

Jeremías

Lamentaciones

Ezequiel

Daniel

Oseas

Joel

Amós

Abdías

Jonás

Miqueas

Nahum

Habacuc

Sofonías

Hageo

Zacarías

Malaquías

NUEVO TESTAMENTO

Mateo

Marcos

Lucas

Juan

Hechos

Romanos

1 Corintios

2 Corintios

Gálatas

Efesios

Filipenses

Colosenses

1 Tesalonicenses

2 Tesalonicenses 23).

1 Timoteo 24)

2 Timoteo 25)

Tito

Filemón

Hebreos

Santiago

1 Pedro

2 Pedro

1 Juan

2 Juan

3 Juan

Judas

Apocalipsis

Todos estos fueron dados por inspiración de Dios para que sean la regla de fe y de conducta.

  1. Los libros comúnmente titulados Apócrifos, por no ser de inspiración divina, no deben formar parte del canon de las Santas Escrituras, y por lo tanto no son de autoridad para la Iglesia de Dios, ni deben aceptarse ni usarse sino de la misma manera que otros escritos humanos.
  2. La autoridad de las Santas Escrituras, por la que ella deben ser creídas y obedecidas, no dependen del testimonio de ningún hombre o Iglesia, sino enteramente del de Dios (quien en sí mismo es la verdad), el autor de ellas; y deben ser creídas, porque son la Palabra de Dios.
  3. El testimonio de la Iglesia puede movernos e inducirnos a tener para las Santas Escrituras una estimación alta y reverencial; a la vez que el carácter celestial del contenido de la Biblia, la eficacia de su doctrina, la majestad de su estilo, el consenso de todas sus partes, el fin que se propone alcanzar en todo el libro (que es el de dar toda gloria a Dios), el claro descubrimiento que hace el único modo por el cual puede alcanzar la salvación el hombre, la multitud incomparable de otras de sus excelencias y su entera perfección, son todos argumentos por los cuales la Biblia demuestra abundantemente que es la Palabra de Dios. Sin embargo, nuestra persuasión y completa seguridad de que su verdad es infalible y su autoridad divina, proviene de la obra del Espíritu Santo, quien da testimonio a nuestro corazón con la palabra divina y por medio de ella.
  4. Todo el consejo de Dios tocante a todas las cosas necesarias para su propia gloria y para la salvación, fe y vida del hombre, está expresamente expuesto en las Escrituras, o se puede deducir de ellas por buena y necesaria consecuencia, y, a esta revelación de su voluntad, nada será añadido, ni por nuevas revelaciones del Espíritu, ni por las tradiciones de los hombres. Sin embargo, confesamos que la iluminación interna del Espíritu de Dios es necesaria para que se entiendan de una manera salvadora las cosas reveladas en la Palabra, y que hay algunas circunstancias tocantes al culto de Dios y al gobierno de la iglesia, comunes a las acciones y sociedades humanas, que deben arreglarse conforme a la luz de la naturaleza y de la prudencia cristiana, pero guardándose siempre las reglas generales de la Palabra.
  5. Las cosas contenidas en las Escrituras, no todas son igualmente claras ni se entienden con la misma facilidad por todos; sin embargo, las cosas que necesariamente deben saberse, creerse y guardarse para conseguir la salvación, se proponen y declaran en uno u otro lugar de las Escrituras, de tal manera que no solo los eruditos, sino aun los que no lo son, pueden adquirir un conocimiento suficiente de tales cosas por el debido uso de los medios ordinarios.
  6. El Antiguo Testamento es auténtico en el hebreo, (que era el idioma común del pueblo de Dios antiguamente), y el Nuevo Testamento lo es en el griego, (que en el tiempo en que fue escrito era el idioma más conocido entre las naciones), porque en aquellas lenguas fueron inspirados directamente por Dios, y guardados puros en todos los siglos por su cuidado y providencia especiales. Por esta razón debe apelarse finalmente a los originales en esos idiomas en toda controversia.

Como estos idiomas originales no se conocen por todo el pueblo de Dios, el cual tiene el derecho de poseer las Escrituras y gran interés en ellas, a las que según el mandamiento debe leer y escudriñar en el temor de Dios, se sigue que la Biblia debe traducirse a la lengua vulgar de toda nación a donde sea llevada para que, morando abundantemente la Palabra de Dios en todos, puedan adorarlo de una manera aceptable, y para que por la paciencia y consolación de las Escrituras tengan esperanza.

  1. La regla infalible para interpretar la Biblia, es la Biblia misma, y por tanto, cuando hay dificultad respecto al sentido verdadero y pleno de un pasaje cualquiera (cuyo significado no es múltiple, sino uno solo), este se puede buscar y establecer por otros pasajes que hablan con la misma claridad del asunto.
  2. El juez Supremo por el cual deben decidirse todas las controversias religiosas, todos los decretos de los concilios, las opiniones de los hombres antiguos, las doctrinas de hombres y de espíritus privados, y en cuya sentencia debemos descansar, no es ningún otro más que el Espíritu Santo que habla en las Escrituras.

CAPÍTULO 2: DIOS Y LA SANTISIMA TRINIDAD

  1. No hay sino un solo Dios, el único viviente y verdadero, quien es infinito en su ser y perfecciones, espíritu purísimo, invisible, sin cuerpo, miembros o pasiones, inmutable, inmenso, eterno, incomprensible, todopoderoso, sabio, santo, absoluto que hace todas las cosas según el consejo de su propia voluntad, que es inmutable y justísimo y para su propia gloria. También Dios es amoroso, benigno y misericordioso, longánimo, abundante en bondad y verdad, perdonando toda iniquidad, trasgresión y pecado, galardonador de todos los que le buscan con diligencia, y sobre todo muy justo y terrible en sus juicios, que odia todo pecado y que de ninguna manera dará por inocente al culpable.
  2. Dios posee en sí mismo y por él mismo toda vida, gloria, bondad y bienaventuranza, es suficiente en todo, en sí mismo y respecto a sí mismo, no teniendo necesidad de ninguna de las criaturas que él ha hecho, ni derivando ninguna gloria de ellas, sino que solamente manifiesta su propia gloria en ellas, por ellas, hacia ellas y sobre ellas. El es la única fuente de todo ser, de quien, por quien, y para quien son todas las cosas, teniendo sobre ellas el más soberano dominio, y haciendo por ellas, para ellas, y sobre ellas toda voluntad. Todas las cosas están abiertas y manifiestas delante de su vista, su conocimiento es infinito, infalible e independiente de toda criatura, de modo que para él no hay ninguna cosa contingente o dudosa. Es santísimo en todos sus consejos, en todas sus obras y en todos sus mandatos. A él son debidos todo culto, adoración, servicio y obediencia que tenga a bien exigir de los ángeles, de los hombres y de toda criatura.
  3. En la unidad de la Divinidad hay tres personas en una sustancia, poder y eternidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El Padre no es de nadie, ni es engendrado, ni precedente de nadie; el Hijo es engendrado al eterno del Padre, y el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo.

CAPÍTULO 3: EL DECRETO ETERNO DE DIOS

  1. Dios desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordenó libre e inalterablemente todo lo que sucede. Sin embargo, lo hizo de tal manera, que Dios ni es autor del pecado, ni hace violencia al libre albedrío de sus criaturas, ni quita la libertad ni contingencia de las causas secundarias, sino más bien las establece.
  2. Aunque Dios sabe todo lo que puede suceder en cada clase de condición o contingencia que se puede suponer, sin embargo, nada decretó porque lo preveía como porvenir o como cosa que sucedería en circunstancias dadas.
  3. Por el decreto de Dios y para la manifestación de su propia gloria, algunos hombres y ángeles, son predestinados a vida eterna, y otros preordenados a muerte eterna.
  4. Estos hombres y ángeles así predestinados y preordenados, están designados particular e inalterablemente, y su número es tan cierto y definido que ni se puede aumentar ni disminuir.
  5. A aquellos que Dios ha predestinados para vida desde antes que fuesen puestos los fundamentos del mundo, conforme a su eterno e inmutable propósito y al consejo y beneplácito secreto de su propia voluntad, los ha escogidos en Cristo para la gloria eterna, más esto por su libre gracia y puro amor, sin la previsión de la fe o buenas obras, de la perseverancia en ellas o de cualquiera otra cosa en la criatura como condición o causa que le mueva a ello, y lo ha hecho todo para alabanza de su gracia gloriosa.
  6. Así como Dios ha designado a los elegidos para gloria, de la misma manera, por el propósito libre y eterno de su voluntad, ha preordenado también los medios para ello. Por tanto, los que son elegidos, habiendo caído en Adán, son redimidos por Cristo, y en debido tiempo eficazmente llamados, santificados, y guardados por su poder, por medio de la fe, para salvación. Nadie más será redimido por Cristo, eficazmente llamado, justificado, adoptado, santificado y salvado, sino solamente los elegidos.
  7. Respecto a los demás hombres del género humano, le ha placido a Dios, según el consejo inescrutable de su propia voluntad, por el cual otorga su misericordia o deja de hacerlo según quiere, para la gloria de su poder soberano sobre todas las criaturas, quiso pasarles por alto y ordenarles a deshonra y a ira a causa de sus pecados, para alabanza de la justicia gloriosa de Dios.
  8. La doctrina de este alto misterio de la predestinación debe tratarse con especial prudencia y cuidado, para que los hombres, persuadidos de su vocación eficaz, se aseguren de su elección eterna, y atendiendo a la voluntad revelada en la palabra de Dios cedan la obediencia a ella. De esta manera la doctrina dicha proporcionará motivos de alabanza, reverencia y admiración a Dios. Y también de humildad, diligencia y abundante consuelo a todos los que sinceramente obedecen al evangelio.

CAPÍTULO 4: LA CREACIÓN

  1. Plugo a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo para la manifestación de la gloria de su poder, sabiduría y bondad eterna, crear o hacer de la nada, en el principio, el mundo y todas las cosas que en el están, ya sean visibles o invisibles, en el espacio de seis días y todas muy buenas.
  2. Después que Dios hubo creado todas las demás criaturas, creo al hombre, varón y hembra, con alma racional e inmortal, dotados de conocimiento, justicia y santidad verdadera, a la imagen de Dios, teniendo la ley de éste escrita en su corazón, y dotados del poder de cumplirla, sin embargo, había la posibilidad de que la quebrantaran dejados a su libre albedrío que era mutable. Además de esta ley escrita en su corazón, recibieron el mandato de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal y mientras guardaron este mandamiento, fueron fieles, gozando de comunión con Dios, y teniendo dominio sobre las criaturas.

CAPÍTULO 5: LA PROVIDENCIA

  1. Dios, el gran creador de todo, sostiene, dirige, dispone y gobierna a todas las criaturas, acciones y cosas, desde la más grande hasta la más pequeña, por su sabia y santa providencia, conforme a su presciencia infalible, para la alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, bondad y misericordia.
  2. Aunque con respecto a la presciencia y decreto de Dios, causa primera, todas las cosas sucederán inmutable e infaliblemente, sin embargo, por la misma providencia las ha ordenado de tal manera, que sucederán conforme a la naturaleza de las causas secundarias, sean necesarias, libres o contingentes.
  3. Dios en su providencia ordinaria hace uso de medios; a pesar de esto, es libre para obrar sin ellos, sobre ellos, y contra ellos, según le plazca.
  4. El poder todopoderoso, la sabiduría inescrutable y la bondad infinita de Dios se manifiestan en su providencia de tal manera, que se extiende aun hasta la primera caída y a todos los otros pecados de los ángeles y de los hombres, y esto no solo por un mero permiso, sino limitándolos, de un modo sabio y poderoso, y ordenándolos de otras maneras en sus dispensación múltiple para sus propios fines santos, pero de tal modo que lo pecaminoso procede solo de la criatura, y no de Dios, quien es justísimo y santísimo, por lo mismo, no es, ni puede ser el autor o aprobador del pecado.
  5. El todo sabio, justo y benigno Dios, a menudo deja por algún tiempo a sus hijos en las tentaciones multiformes y en la corrupción de sus propios corazones, a fin de corregirles de sus pecados anteriores o para descubrirles la fuerza oculta de la corrupción, para humillarlos, y para infundir en ellos el sentimiento de una dependencia más íntima y constante de Él como su apoyo, y para hacerles más vigilantes contra todas las ocasiones futuras del pecado, y para otros muchos fines santos y justos.
  6. En cuanto a aquellos hombres malvados e impíos a quienes Dios como juez justo ha cegado y endurecido a causa de sus pecados anteriores, no sólo les retira su gracia por la cual podrán haber alumbrado sus entendimientos y recibido en su corazón su influjo salvador, sino también algunas veces les retira los dones que ya tenían, y los deja expuestos a objetos que son causa de pecado debido a la corrupción humana, y a la vez les entrega a sus propias concupiscencias, a las tentaciones del mundo y al poder de Satanás, de donde sucede que se endurecen bajo los mismos medios que Dios emplea para enternecer a los demás.
  7. Así como la providencia de Dios alcanza, en general a todas las criaturas, así también de un modo especial cuida a su Iglesia y dispone todas las cosas para el bien de ella.

CAPÍTULO 6: LA CAÍDA DEL HOMBRE, EL PECADO Y SU CASTIGO

  1. Nuestros primeros padres, seducidos por la sutileza y tentación de Satanás, pecaron comiendo del fruto prohibido. Plugo a Dios, conforme a su sabio y santo propósito, permitir este pecado proponiéndose ordenarlo para su propia gloria.
  2. Por este pecado cayeron de su justicia original y perdieron la comunión con Dios, y así quedaron muertos en el pecado, y totalmente corrompidos en todas las facultades y partes del alma y del cuerpo.
  3. Siendo ellos la raíz de la raza humana, la culpa de este pecado fue imputada a su posteridad, y la misma muerte en el pecado y la naturaleza corrompida se transmitieron a aquella que desciende de ellos según la generación ordinaria.
  4. De esta corrupción original, por la cual carecemos de disposición y aptitud para todo bien; y estamos opuestos a este, así como enteramente inclinados a todo mal, dimanan todas nuestras transgresiones actuales.
  5. Esta corrupción de naturaleza dura toda la vida aun en aquellos que son regenerados, y aun cuando sea perdonada y amortiguada por medio de la fe en Cristo, sin embargo, ella, y todos los efectos de ella son verdadera y propiamente pecado.
  6. Todo pecado, ya sea original o actual, siendo una trasgresión de la justa ley de Dios y contrario a ella por su propia naturaleza trae culpabilidad sobre el pecador, por lo que este queda bajo la ira de Dios, de la maldición de la ley, y por lo tanto sujeto a la muerte, con todas las miserias espirituales, temporales y eternas.

CAPÍTULO 7: EL PACTO DE DIOS CON EL HOMBRE

  1. La distancia que media entre Dios y la criatura es tan grande, que aun cuando las criaturas racionales le deben obediencia como a su Creador, sin embargo, ellas no podrán nunca tener fruición con Él como su bienaventuranza o galardón, si no es por alguna condescendencia voluntaria de parte de Dios, habiéndole placido a Este expresarla por medio de un pacto.
  2. El primer pacto hecho con el hombre fue un pacto de obras, en el que se prometía la vida a Adán, y en este a su posteridad, bajo la condición de una obediencia personal perfecta.
  3. El hombre, por su caída, se hizo indigno de la vida por aquel pacto, por lo que plugo a Dios hacer un nuevo pacto, llamado de gracia, según el cual Dios ofrece libremente a los pecadores vida y salvación por Cristo, exigiéndoles la fe en este para que puedan ser salvos, y prometiendo dar su Espíritu Santo a todos aquellos que ha ordenado para vida, dándoles así voluntad y capacidad para creer.
  4. Este pacto de gracia se enuncia con frecuencia en las Escrituras con el nombre de testamento, con referencia a la muerte de Jesucristo el testador, y a la herencia sempiterna con todas las cosas que a esta pertenecen y están legadas por Él.
  5. Este pacto ha sido administrado de un modo diferente bajo la ley y en el tiempo del Evangelio. Bajo la ley se administraba por promesas, profecías, sacrificios, la circuncisión, el cordero pascual y otros tipos y ordenanzas entregados al pueblo judío y que señalaban a Cristo que había de venir, siendo suficientes y eficaces para los de aquel tiempo por la operación del Espíritu Santo, instruyendo y edificando a los elegidos en la fe en el Mesías prometido, por quien tenemos plena remisión de pecados y salvación eterna. A esa dispensación se le llama Antiguo Testamento.
  6. Bajo el Evangelio, donde Cristo, la sustancia, presenta las ordenanzas por las cuales dispensa este pacto, son: la predicación de la Palabra, la administración de los sacramentos del Bautismo y de la Cena del Señor; y aun cuando son pocas en número y administradas con mayor sencillez y menos gloria exterior, sin embargo, en ellas se presenta con más plenitud, evidencia y eficacia espiritual a todas las naciones, así a los judíos como a los Gentiles, y se le llama Nuevo Testamento. Con todo, no son dos pactos de gracia diferentes en sustancia, sino uno y el mismo bajo diversas dispensaciones.

CAPÍTULO 8: CRISTO EL MEDIADOR

  1. Plugo a Dios en su propósito eterno escoger y ordenar al Señor Jesucristo, su Unigénito Hijo, para que fuese el Mediador entre Dios y el hombre, y como tal, Él es Profeta, Sacerdote y Rey, el Salvador y cabeza de su Iglesia, desde la eternidad le dio Dios un pueblo para que fuese su simiente, y que a debido tiempo lo redimiera, llamara, justificara, santificara y glorificara.
  2. El Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, siendo verdadero y eterno Dios, igual y de una sustancia con el Padre, habiendo llegado la plenitud del tiempo, tomo sobre si la naturaleza del hombre, con todas sus propiedades esenciales y con sus debilidades comunes, más sin pecado. Fue concebido por el poder del Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, de la sustancia de esta. Así que, dos naturalezas perfectas y distintas, la divina y humana, se unieron inseparablemente en una persona, pero sin conversión, composición o confusión alguna. Esta persona es verdadero Dios y verdadero hombre, un Cristo, el único mediador entre Dios y el hombre.
  3. El Señor Jesús, en su naturaleza humana unida así a la divina, fue ungido y santificado con el Espíritu Santo sobre toda medida, y posee todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, pues plugo al Padre que en El habitase toda plenitud a fin de que siendo santo inocente, inmaculado, lleno de gracia y de verdad fuese del todo apto para desempeñar los oficios de mediador y fiador. Cristo no tomó por sí mismo estos oficios, sino que fue llamado para ello por su Padre, quien puso en Él todo juicio y poder, y le autorizó para que desempeñara tales oficios.
  4. El Señor Jesús, con la mejor voluntad tomó para sí estos oficios, y para desempeñarlos, se puso bajo la ley, la que cumplió perfectamente, padeció los más crueles tormentos y penas en su alma, y en su cuerpo, fue crucificado y murió, fue sepultado y permaneció bajo el poder de la muerte, aun cuando no vio corrupción. Al tercer día se levantó de entre los muertos, con el mismo cuerpo que tenía cuando sufrió, con el cual también ascendió al cielo donde se sentó a la diestra del Padre. Allí intercede por su pueblo, y cuando sea el fin del mundo volverá para juzgar a los hombres y a los ángeles.
  5. El Señor Jesucristo, por su perfecta obediencia y por el sacrificio de sí mismo que ofreció una sola vez por el Espíritu eterno de Dios, ha satisfecho plenamente a la justicia de su Padre, y compro para aquellos que éste le había dado, no solo la reconciliación, sino también una herencia eterna en el reino de los cielos.
  6. Aun cuando la obra de la redención no se efectuó sino hasta la encarnación, sin embargo, la virtud, la eficacia y los beneficios de ella, se comunicaban a los escogidos en todas las épocas transcurridas desde el principio, en las promesas, tipos y sacrificios, y por medio de estas cosas, por las cuales Cristo fue revelado y designado como la simiente de la mujer que quebrantaría la cabeza de la serpiente, y como el Cordero inmolado desde el principio del mundo, siendo Él, el mismo ayer, hoy y por siempre.
  7. Cristo en su oficio de mediador, obra conforme a sus dos naturalezas, haciendo por cada una de éstas lo que es propio de cada una de ellas, más por razón de la unidad de la persona, lo que es propio de una naturaleza, se le atribuye algunas veces en la Escritura a la persona denominada por la otra naturaleza.
  8. A todos aquellos para quienes Cristo alcanzó redención, cierta y eficazmente les aplica y comunica la misma, haciendo intercesión por ellos, revelándoles en la Palabra y por medio de ella los misterios de la salvación, persuadiéndoles eficazmente por su Espíritu a creer y a obedecer, gobernando el corazón de ellos por su Palabra y Espíritu y venciendo a todos sus enemigos por su gran poder y sabiduría, y de la manera y por los caminos que están más en conformidad con su maravillosa e inescrutable dispensación.

CAPÍTULO 9: EL LIBRE ALBEDRIO

  1. Dios ha dotado la voluntad del hombre de una libertad natural, que no es forzada ni determinada hacia el bien o hacia el mal, por ninguna necesidad absoluta de la naturaleza.
  2. El hombre en su estado de inocencia, tenía libertad y poder para querer y hacer lo que es bueno y agradable a Dios, pero era mutable y podía caer de dicho estado.
  3. El hombre, por su caída a un estado de pecado, perdió completamente toda capacidad para querer algún bien espiritual que acompañe a la salvación, así es que como hombre natural que está enteramente opuesto a ese bien, y muerto en el pecado, no puede por su propia fuerza convertirse así mismo o prepararse para ello.
  4. Cuando Dios convierte a un pecador y le pone en el estado de gracia, le libra de su estado de servidumbre natural bajo el pecado, y por su gracia solamente lo capacita para querer y obrar libremente lo que es bueno en lo espiritual, sin embargo, por razón de la corrupción que aún queda, el converso no quiere ni perfecta ni únicamente lo que es bueno, sino también lo que es malo.
  5. El libre albedrío del hombre será perfecto e inmutablemente libre para querer tan solo lo que es bueno, únicamente en el estado de la gloria.

CAPÍTULO 10: LLAMAMIENTO EFICAZ

  1. A todos aquellos a quienes Dios ha predestinado para vida, y a esos solamente es a quienes le place en el tiempo señalado y aceptado, llamar eficazmente, por su Palabra y Espíritu, sacándolos del estado de pecado y muerte en que se hallaban por naturaleza para darles vida y salvación por Jesucristo. Esto lo hace iluminando espiritualmente su entendimiento, a fin de que comprendan las cosas de Dios, quitándoles el corazón de piedra y dándoles uno de carne, renovando sus voluntades y por su poder soberano determinándoles a hacer aquello que es bueno, y llevándoles eficazmente a Jesucristo. Sin embargo, ellos van con absoluta libertad, habiendo recibido la voluntad de hacerlo por la gracia de Dios.
  2. Este llamamiento eficaz depende de la libre y especial gracia de Dios y de ninguna manera de alguna cosa prevista en el hombre, el cual es en esto enteramente pasivo, hasta que, siendo vivificado y renovado por el Espíritu Santo, adquiere la capacidad de responder a este llamamiento y de recibir la gracia ofrecida y trasmitida en él.
  3. Los niños elegidos que mueren en la infancia, son regenerados y salvados en Cristo por medio del Espíritu, quien obra cuándo, dónde y cómo quiere. Lo mismo sucederá con todas las personas elegidas que sean incapaces de ser llamadas externamente por el ministerio de la Palabra.
  4. Otras personas no elegidas, aun cuando sean llamada por el ministerio de la palabra y tengan alguna de las operaciones comunes del Espíritu, nunca vienen verdaderamente a Cristo, y por lo mismo no pueden ser salvas; mucho menos pueden, los que no profesan la religión cristiana, salvarse de alguna otra manera, aun cuando sean diligentes en ajustar sus vidas a la luz de la naturaleza y a la ley de la religión que profesa, y el decir y sostener que lo puede lograr así, es muy pernicioso y detestable.

CAPÍTULO 11: LA JUSTIFICACIÓN

  1. A los que Dios llama de una manera eficaz, también justifica gratuitamente, no por infundir justicia en ellos sino por perdonarles sus pecados, reputando y aceptando sus personas como justas, no por algo hecho en ellos o por ellos, sino solamente por amor de Cristo; no por imputarles como justicia propia la fe, ni el acto de creer, ni ninguna otra obediencia evangélica, sino por imputarles la obediencia y satisfacción de Cristo, y ellos, por su parte, por la fe reciben y descansan en Él y en su justicia. Esta fe no la tienen de sí mismos porque es un don de Dios.
  2. La fe que recibe a Cristo y descansa en él y en su justicia, es el único medio para alcanzar la justificación. Sin embargo, no se halla sola en la persona justificada, sino que siempre va acompañada de todas las demás gracias salvadoras y no es una fe muerta, sino que obra por el amor.
  3. Cristo por su obediencia y muerte, pagó completamente la deuda de todos aquellos que son así justificados, haciendo en favor de ellos una propia, verdadera y plena satisfacción a la justicia de su Padre. Sin embargo, como Cristo fue dado por el Padre para ellos, y su obediencia y satisfacción fueron aceptadas en lugar de las de ellos, y esto gratuitamente y no por alguna cosa de los mismos, resulta que su justificación es solo por la libre gracia, para que tanto la exacta justicia como la libre gracia de Dios puedan ser glorificadas en la justificación de los pecadores.
  4. Dios desde la eternidad decretó la justificación de todos los elegidos, y Cristo en la plenitud del tiempo murió por los pecados de ellos y resucitó para su justificación; sin embargo, no son justificados sino hasta que el Espíritu Santo, en debido tiempo les hace participar de Cristo.
  5. Dios continúa perdonando los pecados de los que son justificados, y aun cuando ellos nunca pueden caer del estado de justificación, con todo, por sus pecados pueden caer bajo el desagrado paternal de Dios y no gozarse de la luz de su rostro sino hasta que se humillen, confiesen sus pecados, pidan perdón y renueven su fe y arrepentimiento.
  6. La justificación de los creyentes bajo el Antiguo Testamento, fue en todos sentidos una y la misma que la de los creyentes bajo el Nuevo Testamento.

CAPÍTULO 12: LA ADOPCIÓN

  1. Con aquellos que son justificados, Dios se compromete, en su Unigénito Hijo Jesucristo y por éste a hacerlos participantes de la gracia de la adopción, por la cual son recibidos en el número y gozan de las libertades y privilegios de los hijos de Dios, tienen su nombre escrito en ellos, reciben el Espíritu de adopción, tienen entrada con confianza al trono de la gracia, pueden clamar Abba, Padre, son compadecidos, protegidos, cuidados, y castigados por él como por un padre, más nunca serán desechados, sino que serán sellados para el día de la redención, y heredarán las promesas, como herederos de la salvación eterna.

CAPÍTULO 13: LA SANTIFICACIÓN

  1. Los que son llamados eficazmente y regenerados, teniendo creado en ellos un nuevo corazón y un nuevo espíritu, son santificados más y más, verdaderamente y personalmente, a causa de la virtud de la muerte y de la resurrección de Cristo, por la morada de su Palabra y Espíritu en ellos: el dominio de todo el cuerpo del pecado es destruido, y las varias concupiscencias de él son mortificadas y debilitadas más y más; son vivificados y fortalecidos progresivamente en todas las gracias salvadoras, para que puedan practicar la santidad verdadera sin la cual nadie verá al Señor.
  2. Esta santificación se extiende a todo el hombre, mas es imperfecta en esta vida, pues quedan todavía algunos restos de corrupción en toda parte del mismo hombre, de donde nace una lucha continua e irreconciliable, la carne codiciando contra el espíritu y éste contra la carne.
  3. En esta guerra, aun cuando los restos de corrupción prevalezcan por un tiempo, por el auxilio constante de la fuerza del Espíritu santificador de Cristo, la naturaleza regenerada vence al fin, y así los santos crecen en la gracia, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.

CAPÍTULO 14: LA FE SALVADORA

  1. La gracia de la fe, por la que los creyentes son puestos en capacidad de creer para la salvación de sus almas, es la obra del Espíritu de Cristo en sus corazones, y se efectúa ordinariamente por el ministerio de la Palabra, por el cual también y por la administración de los sacramentos y por la oración, se acrecienta y fortalece.
  2. Por esta fe, el cristianismo cree que es verdad todo lo que se revela en las Santas Escrituras, porque la autoridad de Dios mismo habla en ellas; obra de diversas maneras según lo que cada pasaje particular contiene, produciendo obediencia a los mandamientos, infundiendo temor ante las amenazas, y dando confianza en las promesas de Dios para esta vida y para la venidera, pero los principales actos de la fe salvadora, son los de aceptar, recibir y descansar solamente en Cristo para la justificación, la santificación y la vida eterna en virtud del pacto de gracia.
  3. Esta fe tiene diferentes grados. Es débil o fuerte; con frecuencia y de muchas maneras es atacada y debilitada, pero al fin vence, creciendo en muchos hasta llegar a ser una seguridad plena por Cristo, quien es el autor y consumador de nuestra fe.

CAPÍTULO 15: EL ARREPENTIMIENTO PARA VIDA

  1. El arrepentimiento para vida es una gracia evangélica, y toda la doctrina referente a ella debe predicarse por todos los ministros del Evangelio con tanto empeño como el de la fe en Cristo.
  2. Por el arrepentimiento, un pecador, movido por la vista y el sentimiento no solo de su peligro, sino también de lo vil y odioso de sus pecados a los que ve contrarios a la naturaleza santa y a la justa ley de Dios, y bajo una aprehensión de la misericordia de Dios en Cristo para los que se arrepienten, tiene pesar por sus pecados, los odia y se vuelve de ellos a Dios, proponiéndose y esforzándose por caminar con él en todos los caminos de sus mandamientos.
  3. Aun cuando no debe confiarse en el arrepentimiento como si fuese una santificación por el pecado o una causa de perdón para este, pues que el perdón es un acto de la libre gracia de Dios en Cristo, sin embargo, es de tan grande necesidad para todos los pecadores que ninguno puede esperar perdón sin él.
  4. Así como no hay pecado tan pequeño que no merezca la condenación, así también ningún pecado es tan grande que pueda condenar a los que se arrepienten verdaderamente.
  5. Los hombres no deben conformarse con un arrepentimiento general de sus pecados, sino que es el deber de cada hombre procurar arrepentirse de cada uno de ellos en particular.
  6. Así como todos los hombres están obligados a confesar privadamente sus pecados a Dios orando por el perdón de ellos; pues que haciendo esto y apartándose de ellos hallarán misericordia, así también el que escandaliza a su hermano o a la iglesia de Cristo, debe estar dispuesto a declarar su arrepentimiento con tristeza por su pecado, por medio de una confesión pública o privada a aquellos a quienes haya ofendido, quienes deberán entonces reconciliarse con él y recibirle en amor.

CAPÍTULO 16: LAS BUENAS OBRAS

  1. Son buenas obras solamente aquellas que Dios ha mandado en su santa Palabra, y no las que, sin ninguna garantía para ello, han inventado los hombres por un celo ciego so pretexto de buena intención.
  2. Estas buenas obras hechas en obediencia a los mandamientos de Dios, son los frutos y las obediencias de una fe viva y verdadera; y por ellas manifiestan, fortalecen su seguridad, edifican a sus hermanos, adornan la profesión del evangelio, tapan la boca de los adversarios, pues son la obra de él, creados en Cristo Jesús para buenas obras, para que teniendo por fruto la santidad tengan por fin la vida eterna.
  3. La aptitud que tienen los creyentes para hacer buenas obras, no es de ellos en ninguna manera, sino enteramente del Espíritu de Cristo, y para que ellos puedan tener esta aptitud, además de las gracias que hayan recibido, necesitan el influjo eficaz del mismo Espíritu Santo que obrara en ellos así el querer como el hacer, por su buena voluntad; sin embargo, ellos no deben mostrarse negligentes, como si no estuviesen obligados a obrar fuera de una moción especial del Espíritu, sino que deben ser diligentes en despertar la gracia de Dios que está en ellos.
  4. Aquellos que en su obediencia alcanzan el grado más alto de perfección que es posible en esta vida, quedan todavía tan lejos de llegar a un grado supererogatorio, de hacer más de lo que Dios requiere, que les falta mucho que hacer en el cumplimiento de los deberes obligatorios.
  5. Nosotros no podemos por nuestras mejores obras hacernos merecedores de que Dios nos otorgue el perdón del pecado o la vida eterna, a causa de la gran desproporción que existe entre ellas y la gloria que ha de venir, y por la distancia infinita que hay entre nosotros y Dios, a quien ni podemos ser provechosos por dichas obras, ni pagarle la deuda de nuestros pecados anteriores, pues cuando hayamos hecho todo lo que podamos, no habremos hecho más que nuestros deber como siervos inútiles, y además porque en cuanto son buenas proceden de su Espíritu, y en cuanto son hechas por nosotros, están tan impuras y contaminadas con debilidades e impurezas, que no pueden resistir la severidad del juicio de Dios.
  6. Siendo las personas de los creyentes aceptadas en Cristo, sus buenas obras también son aceptadas en él, no como si fueran en esta vida enteramente sin mancha e irreprensible a la vista de Dios, sino que éste, mirándolas en su Hijo, tiene placer en aceptar y recompensar lo que es sincero en ellas, aun cuando vaya acompañado de muchas debilidades e imperfecciones.
  7. Las obras hechas por los hombres no regenerados, aun cuando por su naturaleza puedan ser cosas mandadas por Dios y de utilidad para ellos y para otros, como no proceden de un corazón purificado por la fe, ni son hechas de un modo recto conforme a la palabra, ni con el objeto justo de glorificar a Dios, ellas son entonces pecaminosas y no pueden agradar a Dios ni hacer al hombre digno de recibir la gracia de Aquél. Con todo, los hombres se hacen más pecaminosos y desagradan más a Dios si descuidan las buenas obras.

CAPÍTULO 17: LA PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS

  1. Aquellos a quienes Dios ha aceptado en su Amado, y por su Espíritu llamado eficazmente y los ha santificado, no pueden caer ni total ni finalmente del estado de gracia, sino que con toda certeza perseverarán en él hasta el fin, y serán salvados por toda la eternidad.
  2. Esta perseverancia de los santos no depende de su propio libre albedrío, sino de la inmutabilidad del decreto de elección que nace del amor libre e inmutable de Dios el Padre, de la eficacia de los méritos y de la intercesión de Cristo, de la morada del Espíritu de Dios y de la simiente del mismo que está en ellos, y de la naturaleza del pacto de gracia, de todo lo cual se desprende también la certeza y lo infalible de ella.
  3. No obstante esto, los creyentes por las tentaciones de Satanás y del mundo, la influencia de los restos de la corrupción que queda en ellos, y por el descuido de los medios necesarios para preservarse, pueden caer en pecados graves, y continuar en ellos por algún tiempo: por lo cual incurrirán en el desagrado de Dios, entristecerán a su Espíritu Santo, se verán privados en algún grado de sus consuelos y de sus influencias, endurecerán sus corazones, debilitaran sus conciencias; ofenderán y escandalizaran a otros, y atraerán sobre sí juicios temporales.

CAPÍTULO 18: SEGURIDAD DE LA GRACIA Y SALVACIÓN

  1. Aun cuando los hipócritas y otros hombres no regenerados pueden engañarse a sí mismos con esperanzas falsas y presunciones carnales de que están en el favor de Dios y en el estado de salvación (cuya esperanza perecerá), sin embargo, los verdaderos creyentes en el Señor Jesús, que le aman sinceramente y se esfuerzan en andar con toda buena conciencia delante de él, pueden, en esta vida, estar seguros de que están en el estado de gracia, y pueden regocijarse en la esperanza de la gloria de Dios sin que su esperanza les avergüence jamás.
  2. Esta seguridad no es una mera persuasión dudosa o probable, fundada en una esperanza falible, sino que es una certidumbre infalible fundada en la verdad divina de la promesa de salvación, en la evidencia interna de aquellas gracias a las cuales se refieren las promesas, en el testimonio del Espíritu de adopción que da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Este Espíritu es la prenda de nuestra herencia, y con él estamos sellados para el día de la redención.
  3. Esta seguridad infalible no pertenece a la esencia de la fe, pues un creyente verdadero puede esperarla mucho tiempo y luchar con muchas dificultades antes de participar de ella; sin embargo, puesto el creyente por el Espíritu Santo en capacidad de conocer las cosas que le han sido dadas libremente por Dios, puede alcanzarla sin una revelación extraordinaria por el uso de los medios ordinarios. Por esto es el deber de cada uno procurar diligentemente el asegurar su llamamiento y elección, para que su corazón se ensanche con la paz y el gozo del Espíritu Santo, con el amor y gratitud a Dios, y con la fuerza y alegría en los deberes de la obediencia, frutos propios de esta seguridad. Esta doctrina no puede conducir a los hombres a la negligencia en el cumplimiento de sus deberes.
  4. Los verdaderos creyentes pueden tener la seguridad de su salvación debilitada, disminuida o interrumpida por causas diversas, tales como la negligencia en conservarla, por caer en algún pecado especial que hiera la conciencia y entristezca al Espíritu, por alguna tentación fuerte y repentina, por retirarles Dios la luz de su rostro, dejando así a los que le temen andar en tinieblas y sin luz; con todo, nunca quedan enteramente destituidos de la simiente de Dios, de la vida de fe, del amor a Cristo y a sus hermanos, de la sinceridad de corazón y de la conciencia del deber. De todas estas cosas puede revivir la seguridad en debido tiempo, por la operación del Espíritu, estando preservados entre tanto por estas mismas cosas de la desesperación completa.

CAPÍTULO 19: LA LEY DE DIOS

  1. Dios dio a Adán una ley como un pacto de obras, por la que obligo a él y a toda su posteridad a una obediencia personal, completa, exacta y perpetua, prometiéndole la vida por el cumplimiento de ella, y amenazándole con la muerte si la infringía, dotándole también de poder y de capacidad para guardarla.
  2. Esta ley, después de la caída, continúa siendo una regla perfecta de justicia, y como tal fue dada por Dios en el Monte Sinaí en diez mandamientos y escrita en dos tablas. Los cuatro primeros mandamientos contienen nuestros deberes para con Dios, y los otros seis nuestros deberes para con los hombres.
  3. Además de esta ley llamada ley moral, plugo a Dios dar al pueblo de Israel, que era la iglesia en su menor edad, leyes ceremoniales que contenían varias ordenanzas típicas, ora de culto simbolizando a Cristo, sus gracias, acciones, sufrimientos y beneficios, ora proclamando diversas instrucciones sobre los deberes morales. Todas aquellas leyes ceremoniales están abrogadas bajo el Nuevo Testamento.
  4. A los Israelitas como a un cuerpo político, también le dio algunas leyes judiciales que expiaron juntamente con el estado político de aquel pueblo, por lo que ahora no obligan a los otros pueblos sino en lo que la equidad general de ellas lo requiera.
  5. La Ley Moral obliga a la obediencia de ella a todos los hombres, tanto a los justificados como a los que no lo están; y esto, no solo en consideración a la naturaleza de ella sino también con respecto a la autoridad de Dios el Creador que la dio. Esta obligación no la ha destruido Cristo en el Evangelio sino antes más bien la ha corroborado.
  6. Aun cuando los verdaderos creyentes no están bajo la ley como un pacto de obras para ser justificados o condenado, sin embargo, es de gran utilidad tanto para ellos como para otros, pues como una regla de vida les informa de la voluntad de Dios y de sus deberes, dirigiéndoles y obligándoles a andar de conformidad con ella, descubriéndoles también la corrupción pecaminosa de su naturaleza, corazón y vida, de tal manera, que cuando ellos se examinan delante de ella, pueden llegar a una convicción más íntima de su pecado, se humillaran por él y le odiaran, alcanzando también un conocimiento más claro de la necesidad que tienen de Cristo y de la perfección de la obediencia de éste. También para los regenerados es útil la ley moral para restringir su corrupción, tanto porque prohíbe el pecado, como porque las amenazas de ella sirven para mostrar lo que sus pecados aun merecen, y cuáles son las aflicciones que en esta vida deben esperar por ellos, aun cuando estén libres de la maldición denunciada por la ley. Las promesas de ella, de un modo semejante, manifiestan que Dios aprueba la obediencia y cuáles son las bendiciones que deben esperarse por el cumplimiento de la misma, aunque no sea debido a ellos por la ley como un pacto de obras; así que, si un hombre hace lo bueno y deja de hacer lo malo, porque la ley le manda aquello y le prohíbe esto, no es evidencia de que esté bajo la ley, sino bajo la gracia.
  7. Los usos de la ley ya mencionados, no se oponen a la gracia del Evangelio, sino que concuerdan armoniosamente con él, pues el Espíritu de Cristo subyuga y capacita a la voluntad del hombre para que alegre y voluntariamente haga lo que de él requiere la voluntad de Dios revelada en la ley.

CAPÍTULO 20: DE LA LIBERTAD CRISTIANA Y DE LA LIBERTAD DE CONCIENCIA

  1. La libertad que Cristo ha comprado para los creyentes que están bajo el Evangelio, consiste en la libertad de la culpa del pecado, de la ira condenatoria de Dios y de la maldición de la ley moral, en ser librados del presente siglo malo, de la servidumbre de Satanás y del dominio del pecado, en estar libres del mal de las aflicciones, del aguijón de la muerte, de la victoria del sepulcro y de la condenación eterna; consiste además en tener libre acceso a Dios, en prestar obediencia a Él, no por un temor servil, sino con un amor filial y con ánimo voluntario. De todo esto gozaron los creyentes bajo la ley. Pero bajo el Nuevo Testamento la libertad de los cristianos es más amplia porque están libres de la ley ceremonial a que estaba sujeta la iglesia judaica, y tienen ahora mayor confianza para presentarse al trono de la gracia, y gozan de comunicaciones del Espíritu de Dios más abundantemente que aquellas de las cuales participaron los creyentes bajo la ley.
  2. Solo Dios es el Señor de la conciencia, y la exime de las doctrinas y mandamientos de hombres que en algo son contrarios a su Palabra o pretenden sustituir a esta en asunto de fe o de culto. Así es que, creer tales doctrinas u obedecer tales mandamientos con la conciencia, es destruir la verdadera libertad de esta última, y el requerir una fe implícita y una obediencia ciega y absoluta, es destruir la razón y la libertad de conciencia.
  3. Todos aquellos que bajo el pretexto de la libertad cristiana cometen o practican algún pecado o abrigan alguna concupiscencia, destruyen el fin de dicha libertad, puesto que esta es para que, siendo librados de las manos de nuestros enemigos, podamos servir al Señor sin temor, en santidad y justicia delante de él todos los días de nuestra vida.
  4. Por cuanto los poderes que Dios ha ordenado y la libertad cristiana que Cristo ha comprado, no quiere Dios que se destruyan el uno al otro, sino que mutuamente se ayuden y preserven, todos aquellos que, so pretexto de la libertad cristiana, se oponen al poder legal o a su lícito ejercicio, ya sea civil o eclesiástico, resisten a las ordenanzas de Dios. Los que publican opiniones o sostienen tales prácticas contrarias a la luz de la naturaleza o a los principios reconocidos del cristianismo, ya sean concernientes a la fe, culto, a la conducta o al poder de la santidad, o tales opiniones o practicas erróneas que en su propia naturaleza o en el modo de publicarse o sostenerse, son destructoras de la paz y orden exteriores que Cristo ha establecido en su Iglesia, todos los que la sostengan pueden ser llamados a dar cuenta de sí mismos, y deberán ser corregidos por la censuras de la Iglesia.

CAPÍTULO 21: EL CULTO RELIGIOSO Y EL DIA DE DESCANSO

  1. La luz de la naturaleza nos enseña que hay un Dios que tiene señorío y soberanía sobre todo, que es bueno y hace bien a todos, y que por lo mismo debe ser temido, amado, alabado, invocado, creído de todo corazón, y servido con toda el alma y con toda las fuerzas, pero el modo aceptable de adorar al verdadero Dios ha sido instituido por él mismo, y esta tan determinado por su voluntad revelada, que no se debe adorar a Dios conforme a las imaginaciones e invenciones de los hombres o a las sugestiones de Satanás, bajo alguna representación visible o de otro modo que no sea el prescrito en la Santa Escritura.
  2. El culto religioso debe rendirse a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y a él solamente; no a los ángeles, santos o a alguna otra criatura: y, desde la caída, debe ofrecerse por un mediador, que no puede ser ningún otro sino Cristo.
  3. La oración con acciones de gracias, siendo una parte especial del culto religioso, la exige Dios de todos los hombres, y para que le sea acepta debe hacerse en el nombre del Hijo, con el auxilio del Espíritu, conforme a su voluntad, con conocimiento, reverencia, humildad, fervor, fe, amor y perseverancia, y si se hace oralmente, en la lengua vulgar.
  4. La oración debe hacerse por todas las cosas legítimas, y por toda clase de hombres, tanto de los que viven como de los que vivirán, pero no por los muertos, ni por aquellos que sabemos han cometido pecado de muerte.
  5. La lectura de las Escrituras con temor reverencial, la sana predicación, y el escuchar conscientemente la palabra en obediencia a Dios, con entendimiento, fe y reverencias, el cantar salmos con gracia en el corazón, y también la debida administración y la recepción digna de los sacramentos instituidos por Cristo, todas estas cosas son parte del culto religioso ordinario de Dios, y además, los juramentos religiosos, ayunos solemnes, y acciones de gracia en ocasiones especiales, que en sus tiempos respectivos deben usarse de una manera santa y religiosa.
  6. Ahora bajo el Evangelio, ni la oración ni ninguna parte del culto religioso están limitados a un lugar, ni son más o menos aceptables por razón de las personas que las dirigen, sino que Dios debe ser adorado en todas partes en Espíritu y en verdad, tanto en lo privado, entre la familia, diariamente, y en lo secreto cada uno por sí mismo, como de una manera más solemne en las reuniones públicas que no deben descuidarse ni dejarse u olvidarse voluntariamente cuando Dios por su Palabra y providencia nos llama a ellas.
  7. Conforme a la ley de la naturaleza es razonable que en lo general una debida parte del tiempo sea dedicada a la adoración de Dios, y este en su Palabra, por un mandamiento positivo, moral y perpetuo que obliga a todos los hombres y en todos los tiempos, ha señalado particularmente un día cada siete, para que sea guardado como un reposo santo para él. Desde el principio del mundo hasta la resurrección de Cristo, fue escogido el último día de la semana, pero desde entonces fue cambiado al primer día de la semana, al que se le llama en las Escrituras día del Señor, y continuará hasta el fin del mundo como el sábado cristiano.
  8. Este sábado se guarda santo para el Señor, cuando el hombre después de la debida preparación de su alma y arreglados con anticipación todos sus negocios ordinarios, no solamente guarda un santo descanso en todo el día de sus propias obras, palabras y pensamientos, acerca de sus empleos y recreaciones mundanales, sino que también emplea todo el tiempo en los ejercicios de culto público o privados, y en los deberes de piedad y misericordia.

CAPÍTULO 22: LOS JURAMENTOS LEGITIMOS

  1. Un juramento legítimo es un acto de culto religioso, por el cual una persona, habida ocasión justa, jura invocando solemnemente a Dios como testigo de lo que asegura o promete, y que le juzgue conforme a la verdad o falsedad de lo que jura.
  2. En el nombre de Dios es el único por el cual los hombres deben jurar, y lo usaran con temor santo y con reverencia, por tanto, jurar vana o temerariamente por ese nombre glorioso y temible, o jurar por cualquier otra cosa, es pecaminoso y abominable. Puesto que en negocios de peso y de importancia, un juramento está permitido por la Palabra de Dios, así en el Nuevo Testamento como en el Antiguo, un juramento legal, siendo tomado por una autoridad legítima, debe hacerse en casos semejantes.
  3. Todo aquel que hace un juramento, debe considerar la gravedad de un acto tan solemne, y entonces no afirmará sino aquello de lo cual esté plenamente persuadido de que es verdad. Ni puede algún hombre obligarse por un juramento a alguna cosa que no es buena y justa y que él no crea que lo es, así como que es capaz de cumplirla y que está resuelto a ello. Sin embargo, es un pecado rehusar un juramento tocante a una cosa que es buena y justa y si una autoridad legítima lo exige.
  4. Un juramento debe hacerse en el sentido claro y común de las palabras, sin equivocación o reserva mentales. No puede obligar a pecar, más en todo aquello que no sea pecaminoso, siendo hecho, es obligatorio aun cuando sea en daño del que lo hizo. Ni podrá violarse porque haya sido hecho a los herejes o incrédulos.
  5. Un voto es de naturaleza semejante a la de un juramento promisorio, y debe hacerse con el mismo cuidado y cumplirse con la misma fidelidad.
  6. El voto no debe ofrecerse a ninguna criatura sino a Dios solamente, y para que sea acepto, se hará voluntariamente, con fe y conciencia del deber, con gratitud por la misericordia recibida, o bien para obtener lo que necesitamos, obligándonos a cumplir más estrictamente nuestros deberes necesarios o algunas otras cosas que pueden ayudarnos al cumplimiento de ellos.
  7. Ningún hombre puede hacer voto tocante a cosas prohibidas en la Palabra de Dios, o que impida el cumplimiento de algún deber recomendado, que no esté en su poder o para lo cual no tenga ninguna promesa o ayuda de Dios. En estos respectos, los votos de los papistas tocante al celibato perpetuo, de profesar pobreza y obediencia regular, se hallan tan lejos de ser grados de perfección superior, que no son sino redes supersticiosas y pecaminosas en las que ningún cristiano se dejará tomar.

CAPÍTULO 23: EL MAGISTRADO CIVIL

  1. Dios, el Rey y Señor Supremo de todo el mundo, ha instituido a los magistrados civiles para que estando bajo de Él, estén sobre el pueblo para la gloria de Dios y el bien público, y con este objeto les ha armado con el poder de la espada para que defiendan y alienten a los que hacen bien, y castiguen a los malhechores.
  2. Es lícito a los cristianos aceptar y desempeñar el cargo de magistrado cuando sean llamados para ello, y en el desempeño de su cargo deben especialmente mantener la piedad, la justicia y la paz, según las leyes sanas de cada cuerpo político; asimismo, con igual fin les es lícito ahora bajo el Nuevo Testamento, hacer la guerra en ocasiones justas y necesarias.
  3. Los magistrados civiles no deben tomar para sí la administración de la Palabra, los sacramentos, o el poder de las llaves del reino de los cielos, ni se entrometerán lo más mínimo en las cosas de la fe. Sin embargo; como padres pacificadores es el deber de los magistrados civiles proteger la Iglesia de nuestro común Señor sin dar la preferencia sobre las demás a alguna denominación de cristianos, sino obrando de tal modo que todas las personas eclesiásticas, cualesquiera que sean, gocen de libertad incuestionable, plena y perfecta en el desempeño de cada parte de sus funciones sagradas, sin violencia ni peligro. Y, además, como Jesucristo ha señalado un gobierno regular y una disciplina en su Iglesia, ninguna ley de cuerpo político alguno deberá entrometerse con ella, estorbando o limitando los ejercicios debidos que verifiquen los miembros voluntarios de alguna denominación de cristianos conforme a su propia confesión y creencia. Es el deber de los magistrados civiles proteger las personas y el buen nombre de todo su pueblo de tal manera que no se permita a ninguna persona que so pretexto de religión o incredulidad haga alguna indignidad, violencia, abuso o injuria a otra persona cualquiera, debiendo procurar además que toda reunión eclesiástica y religiosa se verifique sin molestia o disturbio.
  4. Es el deber del pueblo orar por los magistrados, honrar sus personas, pagarles tributo y otros derechos, obedecer sus mandatos legales y estar sujetos a su autoridad por causa de la conciencia. La incredulidad o diferencia de religión no hace vana la autoridad legal y justa del magistrado, ni libra al pueblo del deber de la obediencia, de la cual las personas eclesiásticas no están exentas, mucho menos tiene el Papa algún poder o jurisdicción sobre los pobres civiles en los dominios de estos ni sobre alguno de los de su pueblo, y mucho menos tiene poder para quitarles la vida o sus dominios por juzgarlos herejes o bajo cualquier otro pretexto.

CAPÍTULO 24: MATRIMONIO Y DIVORCIO

  1. El matrimonio debe verificarse entre un hombre y una mujer, no es lícito que un hombre tenga al mismo tiempo más de una esposa, ni que una mujer tenga más de un marido.
  2. El matrimonio fue instituido para la ayuda mutua de esposo y esposa, para aumentar la raza humana por generación legítima y la Iglesia con una simiente santa, y para evitar la impureza.
  3. El matrimonio es lícito para toda clase de personas que sean capaces de dar consentimiento con juicio, pero es el deber de los cristianos casarse solamente en el Señor. Así es que los que profesan la religión reformada verdadera no deben casarse con los incrédulos, papistas y otros idolatras, ni deben los que son piadosos unirse en yugo desigualmente, casándose con los que notoriamente son malos en sus vidas o que sostienen herejías que llevan a la condenación.
  4. El matrimonio no debe contraerse dentro de los grados de consanguinidad o afinidad prohibidos en la palabra de Dios, ni pueden tales casamientos incestuosos hacerse legales por ninguna ley de hombre, ni por el consentimiento de las partes, de tal manera que esas personas pidieran vivir juntas como marido y mujer.
  5. El adulterio o la fornicación cometidos después de un contrato, de ser descubiertos antes del casamiento, dan ocasión justa a la parte inocente para disolver aquel contrato. En caso de adulterio después del matrimonio, es lícito para la parte inocente promover su divorcio, y después de este puede casarse con otro como si la parte ofensora hubiera muerto.
  6. Aunque la corrupción del hombre sea tal que le haga buscar argumentos para separar indebidamente a los que Dios ha unido en matrimonio, sin embargo, nada sino el adulterio o la deserción obstinada que no puede ser remediada ni por la Iglesia ni por el magistrado civil, es causa suficiente para disolver las cadenas del matrimonio. En este caso el modo de proceder que debe observarse, será público y en orden, y las personas interesadas en ello no deben ser dejadas en su propia causa a su voluntad y juicio propio.

CAPÍTULO 25: LA IGLESIA

  1. La Iglesia católica o universal, que es invisible, se compone de todo el número de los elegidos que han sido, son y serán reunidos en uno bajo Cristo, la cabeza de ella; y es la esposa, el cuerpo, la plenitud de Aquél que llena todo en todo.
  2. La Iglesia visible que también es católica o universal bajo el evangelio, (porque no está limitada a una nación como en el tiempo de la ley), se compone de todos aquellos que por todo el mundo profesan la religión verdadera, juntamente con sus hijos, y es el reino del Señor Jesucristo, la casa y familia de Dios, fuera de la cual no hay posibilidad ordinaria de salvación.
  3. A esta iglesia católica visible ha dado Cristo el ministerio, los oráculos y las ordenanzas de Dios, para reunir y perfeccionar a los santos en esta vida presente y hasta el fin del mundo, haciendo a aquellos suficientes para este objeto según su promesa, por su presencia y Espíritu.
  4. Esta iglesia católica ha sido más visible en unos tiempos que en otros, y las iglesias particulares que son partes de ella, son más o menos puras según que enseñan y reciben en ellas las doctrinas del Evangelio, se administran las ordenanzas y se celebra con mayor o menor pureza el culto público.
  5. Las más puras Iglesias bajo del cielo están expuestas a errar y a corromperse, y algunas han degenerado tanto que han venido a ser no Iglesia de Cristo, sino sinagoga de Satanás. Sin embargo, siempre habrá una Iglesia en la tierra que adore a Dios conforme a su voluntad.
  6. No hay otra cabeza de la Iglesia sino el Señor Jesucristo, ni puede el Papa de Roma ser cabeza de ella en ningún sentido, porque es aquel anticristo, aquel hombre de pecado, que se ensalza en la Iglesia contra Cristo y contra todo lo que se llama Dios.

CAPÍTULO 26: COMUNIÓN DE LOS SANTOS

  1. Todos los santos están unidos a Jesucristo, su cabeza, por su Espíritu y por la fe que tienen, participan con él en sus gracias, sufrimientos, muerte y resurrección y gloria; y, estando unidos los unos con los otros en amor, tienen comunión los unos en los dones y gracias de los otros, y están obligados a cumplir los deberes públicos y privados para bien mutuo, tanto en el hombre interior cono en el exterior.
  2. Los santos, por su profesión, están obligados a mantener entre sí un compañerismo y comunión santos en el culto de Dios, y en el cumplimiento de los otros servicios espirituales que tienden a su edificación mutua, así como a socorrerse los unos a los otros en las cosas temporales según su posibilidad y necesidades. Esta comunión debe extenderse, según Dios presente la oportunidad, a todos los que en todas partes invocan el nombre del Señor Jesús.
  3. Esta comunión que los santos tienen con Cristo, no les hace de ninguna manera participantes de la sustancia de su divinidad, ni los hace iguales a Cristo en ningún respecto, y el afirmar tal cosa sería impiedad y blasfemia. Tampoco la comunicación que tienen los santos unos con otros, quita ni destruye el título o la propiedad que cada hombre tiene sobre sus bienes o posesiones.

CAPÍTULO 27: LOS SACRAMENTOS

  1. Los Sacramentos son signos y sellos santos del pacto de gracia, instituidos directamente por Dios, para simbolizar a Cristo y a sus beneficios y para confirmar nuestro interés en él, y también para hacer una distinción visible de aquellos que pertenecen a la Iglesia y los que son del mundo, y para obligar solemnemente a aquellos al servicio de Dios en Cristo conforme a su Palabra.
  2. En todo sacramento hay una relación espiritual o unión sacramental entre el signo y la cosa significada, de donde resulta que los nombres y efectos del uno se atribuyen al otro.
  3. La gracia que se exhibe en los sacramentos por el uso de ellos, no se confiere por ninguna virtud que resida en ellos, ni depende su eficacia de la piedad o intención del que los administra, sino de la obra del Espíritu, y de las palabras de la institución que contiene con el precepto que autoriza el uno de ellos, una promesa de bendición para los que los reciben dignamente.
  4. En el Evangelio no hay sino dos sacramentos instituidos por Cristo nuestro Señor, y son el Bautismo y la Cena del Señor; ninguno de los cuales debe administrarse sino por un ministro de la palabra legalmente ordenado.
  5. Los sacramentos del Antiguo Testamento, en cuanto a las cosas espirituales significadas y manifestadas por ellos, fueron en sustancia los mismos del Nuevo.

CAPÍTULO EL BAUTISMO

  1. El Bautismo es un sacramento del Nuevo Testamento, instituido por Jesucristo, no solo para admitir en la iglesia visible a la persona bautizada, sino también para que sea para ella un signo y sello del pacto de gracia, del hecho de que esta ingerida en Cristo, de su regeneración, de la remisión de sus pecados, y de su sumisión a Dios por Jesucristo para andar en novedad de vida. Este sacramento, por el mandato mismo de Cristo debe continuarse en la iglesia hasta el fin del mudo.
  2. El elemento exterior que debe usarse en este sacramento es el agua, con la cual es bautizada la persona que lo recibe en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, por un ministro del Evangelio legalmente llamado para ello.
  3. No es necesaria la inmersión de la persona en el agua, sino que se administra rectamente el bautismo por la aspersión, o efusión del agua sobre la persona.
  4. No solo deben ser bautizados los que profesan personalmente fe en Cristo y sumisión a él, sino también los niños cuyos padres son creyentes o a lo menos uno de ellos lo es.
  5. Aun cuando el menosprecio o descuido de esta ordenanza es un pecado grave, sin embargo, la gracia y la salvación no están tan inseparablemente unidas a la misma, que no pueda alguna persona ser regenerada o salvada sin ella, ni tampoco sucede que todos los que son bautizados sean regenerados efectivamente.
  6. La eficacia del bautismo no se limita al momento en que se administra, sin embargo, por el uso propio de esta ordenanza, la gracia prometida no solamente se ofrece, sino que en debido tiempo realmente se exhibe y confiere por el Espíritu Santo a aquellos (sean adultos o infantes), a quienes pertenece la gracia, según el consejo de la propia voluntad de Dios.
  7. El sacramento del bautismo no debe administrarse a la misma persona más de una vez.

CAPÍTULO 29: LA CENA DEL SEÑOR

  1. Nuestro Señor Jesús, la noche que fue entregado, instituyó el sacramento de su cuerpo y de su sangre llamado la Cena del Señor, para que fuese observado en su Iglesia hasta el fin del mundo, para recuerdo perpetuo del sacrificio de sí mismo en su muerte, para sellar en los verdaderos creyentes los beneficios de ella, para el nutrimento espiritual y crecimiento de ellos en Él, para que se empeñen en el cumplimiento de todos los deberes que tienen con Cristo, y para que sea un lazo y una prenda de su cuerpo místico.
  2. En este sacramento no es ofrecido Cristo a su Padre, ni se hace ningún sacrificio verdadero por la remisión de los pecados de los vivos, ni de los muertos, sino que solamente es una conmemoración de cuando Cristo se ofreció a sí mismo y por sí mismo en la cruz una sola vez para siempre, una oblación espiritual de todo loor posible a Dios por lo mismo. Así que el sacrificio papal de la misa, como ellos le llaman, menoscaba de una manera abominable al único sacrificio de Cristo, única propiciación por todos los pecados de los elegidos.
  3. El Señor Jesús ha determinado en esta ordenanza que sus ministros declaren al pueblo las palabras de la institución, que oren y bendigan los elementos del pan y del vino, apartándolos así del uso común para el servicio sagrado, que tomando y rompiendo el pan, y bebiendo de la copa (comulgando ellos mismos), dieran de los dos elementos a los comulgantes, menos a los que no están presente en la congregación.
  4. Las misas privadas o la recepción de este sacramento de la mano de un sacerdote o por algún otro cuando se esté solo, el negar la copa al pueblo, adorar los elementos, el elevarlos o llevarlos de un lugar a otro para adorarlos y guardarlos para pretendidos usos religiosos, es contrario a la naturaleza de este sacramento y a la institución de Cristo.
  5. Los elementos exteriores de este sacramento, debidamente apartados para los usos ordenados por Cristo, sostienen tales relaciones con el crucificado, que verdadera pero solo sacramentalmente se llaman algunas veces por el nombre de las cosas que representan, a saber, el cuerpo y la sangre de Cristo; más con todo, en sustancia y en naturaleza, ellos permanecen verdaderamente y solamente pan y vino como eran antes.
  6. La doctrina que sostiene que la sustancia del pan y del vino se cambian en la sustancia del cuerpo y de la sangre de Cristo, (llamada comúnmente transustanciación), por la consagración del sacerdote o de algún otro modo, es contraria no solo a la Escritura, sino también a la razón y al sentido común, destruye la naturaleza del sacramento, ha sido y es la causa de muchísimas supersticiones, y además de una idolatría grosera.
  7. Los que reciben dignamente este sacramento y participan de un modo exterior de los elementos visibles, participan también interiormente por la fe, de una manera real y verdadera, pero no carnal ni corporalmente, sino de un modo espiritual, reciben y se alimentan de Cristo crucificado y de todos los beneficios de su muerte. El cuerpo y la sangre de Cristo no están carnal ni corporalmente en, con o bajo el pan y el vino; sin embargo, están real pero espiritualmente presentes a la fe del creyente en aquella ordenanza, tanto como los elementos a los sentidos corporales.
  8. Aun cuando los ignorantes y malvados reciban los elementos exteriores de este sacramento, sin embargo, no reciben la cosa significada por ellos, sino que por su indignidad vienen a ser culpables del cuerpo y de la sangre del Señor para su propia condenación. Entonces todas las personas ignorantes e impías que no son capaces de gozar de comunión con él, son indignas de acercarse a la mesa del Señor, y mientras permanezcan en ese estado, no pueden, sin cometer un gran pecado contra Cristo, participar de estos sagrados misterios, ni deben ser admitidos a ellos.

CAPÍTULO 30: CENSURAS DE LA IGLESIA

  1. El Señor Jesús como Rey y cabeza de su Iglesia, ha construido en ella un gobierno dirigido por funcionarios eclesiásticos distintos de los magistrados civiles.
  2. A estos funcionarios han sido entregadas las llaves del reino de los cielos en virtud de lo cual tienen poder respectivamente para retener y remitir pecados, para cerrar aquel reino a los impenitentes, por la Palabra y censuras; y para abrirlo a los pecadores, por el ministerio del Evangelio, y por la remoción de las censuras según lo exijan las circunstancias.
  3. Las censuras de la Iglesia son necesarias para corregir y hacer volver sobre sus pasos a los hermanos que ofenden, para impedir que otros cometan ofensas semejantes, para quitar la mala levadura que puede infectar toda la masa, para reivindicar el honor de Cristo y la santa profesión del Evangelio, para evitar la ira de Dios que justamente podría venir sobre la Iglesia si ella consintiera que su pacto y sus sellos fuesen profanados por ofensores notorios y obstinados.
  4. Para lograr mejor estos fines, los funcionarios de la Iglesia deben proceder primeramente por amonestar, y después por suspender el sacramento de la Santa Cena por un tiempo, y por la excomunión de la Iglesia, según la naturaleza del crimen, y la ofensa de la persona.

CAPÍTULO 31: DE LOS SINODOS Y LOS CONCILIOS

  1. Para el mejor gobierno y edificación de la Iglesia debe haber asambleas tales como las llamadas comúnmente sínodos y concilios, y es el deber de los pastores y otros oficiales de las Iglesias particulares, en virtud de su oficio y del poder que Cristo les ha dado para edificación y no para destrucción, convocar tales asambleas, y reunirse en ellas con tantas frecuencias como juzguen convenientes para el bien de la Iglesia.
  2. Corresponde a los sínodos, y a los concilios, decidir ministerialmente las controversias sobre la fe y casos de conciencia, establecer reglas e instrucciones para el mejor orden en el culto público de Dios y en el gobierno de la iglesia; recibir quejas en casos de mala administración y determinar autoritativamente las mismas; y sus decretos y determinaciones, cuando concuerdan con la Palabra de Dios, deben ser recibidas con reverencias y sumisión, no solo porque están de acuerdo con la Palabra, sino también por el poder del tribunal que lo hizo, puesto que es una ordenanza de Dios instituida en su Palabra.
  3. Todos los sínodos o concilios desde los tiempos de los apóstoles, ya sean generales o particulares, pueden errar, y muchos han errado, por eso es que no deben ser una regla de fe y de conducta, sino una ayuda para ambas.
  4. Los sínodos y los concilios no deben tratar ni decidir más que lo que es eclesiástico, y no deben entretenerse en los negocios civiles que conciernan al gobierno civil, sino únicamente por peticiones humildes en casos extraordinarios, o con consejos para satisfacer la conciencia, si para ello son requeridos por los magistrados civiles.

CAPÍTULO 32: DEL ESTADO DEL HOMBRE DESPUES DE LA MUERTE Y DE LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS

  1. El cuerpo del hombre después de la muerte vuelve al polvo y ve la corrupción, pero su alma (que no muere ni duerme), por tener una subsistencia inmortal, vuelve inmediatamente a Dios que la dio. El alma de los justos, siendo hecha entonces perfecta en santidad, es recibida en el más alto cielo en donde contempla la faz de Dios en luz y gloria, esperando la completa redención de su cuerpo. El alma de los malvados es arrojada al infierno en donde permanece atormentada y envuelta en densas tinieblas, reservada para el juicio del gran día. Fuera de estos dos lugares para las almas separadas de sus cuerpos, la Escritura no reconoce ningún otro lugar.
  2. Los que sean encontrados vivos en el último día, no morirán sino serán transformados, y todos los muertos resucitarán con sus mismos cuerpos y no con otros, aunque teniendo cualidades diferentes, los cuales se unirán otra vez con sus almas para siempre.

CAPÍTULO 33: DEL JUICIO FINAL

  1. Dios ha señalado un día en el cual juzgara al mundo con justicia por Jesucristo, a quien todo poder y juicio ha sido dado por el Padre. En aquel día no solo los ángeles apostatas serán juzgados, sino también todas las personas que han vivido sobre la tierra, comparecerán delante del tribunal de Cristo para dar cuenta de sus pensamientos, palabras y acciones, y para recibir conforme a lo que hayan hecho en su cuerpo, sea bueno o malo.
  2. Dios ha señalado este día con el fin de manifestar la gloria de su misericordia en la salvación eterna de los elegidos, y de su justicia en la condenación de los réprobos que son malvados y desobedientes, pero los malvados que no conocieron a Dios, ni obedecieron el Evangelio de Jesucristo, serán arrojados al tormento eterno y castigados con destrucción perpetua, lejos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder.
  3. Como Cristo quiso que estuviéramos persuadidos de que habrá un día de juicio, tanto para contener a todos los hombres del pecado, como para el mayor consuelo de los buenos en la adversidad, así también quiso que ese día fuera desconocido de los hombres para que renuncien de toda seguridad carnal y estén siempre dispuestos para decir: Ven Señor Jesús, ven prontamente, Amén.

CONFESIONES DE FE

LA CONFESIÓN DE FE BAUTISTA DE NUEVA HAMPSHIRE

(1833)

DECLARACIÓN DE FE

  1. LAS ESCRITURAS.

Creemos que la Santa Biblia fue escrita por hombres divinamente inspirados, y que es tesoro perfecto de instrucción celestial; que tiene a Dios por autor, por objeto la salvación, y por contenido la verdad sin mezcla alguna de error, que revela los principios según los cuales Dios nos juzgará; siendo por lo mismo, y habiendo de serlo hasta la consumación de los siglos, centro verdadero de la unión cristiana, y norma suprema a la cual debe sujetarse todo juicio que se forme de la conducta, las creencias y las opiniones humanas.

  1. EL DIOS VERDADERO.

Creemos que hay un solo Dios viviente y verdadero, infinito, Espíritu inteligente, cuyo nombre es Jehová, Hacedor y Arbitro Supremo del cielo y de la tierra, indeciblemente glorioso en santidad; merecedor de toda la honra confianza y amor posibles; que en la unidad de la divinidad existen tres personas, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo iguales estos en perfección divina desempeñan oficios distintos, que armonizan en la grande obra de la redención.

III. LA CAÍDA DEL HOMBRE.

Creemos que el hombre fue creado en santidad, sujeto a la ley de su Hacedor; pero que, por la trasgresión voluntaria, cayó de aquel estado santo y feliz; por cuya causa todo el género humano es ahora pecador, no por fuerza sino por su voluntad; hallándose por naturaleza enteramente desprovisto de la santidad que requiere la ley de Dios, positivamente inclinado a lo malo, y por lo mismo bajo justa condenación a ruina eterna, sin defensa ni disculpa que lo valga.

  1. EL CAMINO DE SALVACIÓN.

Creemos que la salvación de los pecadores es puramente por gracia; en virtud de la obra intercesora del Hijo de Dios; quien cumpliendo la voluntad del Padre, se hizo hombre, exento empero de pecado; honró la ley divina con su obediencia personal; y con su muerte, dio plena satisfacción por nuestro pecados; resucitando después de entre los muertos, y desde entonces se entronizó en los cielos; que reúne en su persona admirabilísima las simpatías más tiernas y las perfecciones divinas, teniendo así por todos motivos las cualidades que requiere un Salvador idóneo, compasivo, y omnipotente.

  1. LA JUSTIFICACIÓN.

Creemos que la justificación es el gran bien evangélico que asegura Cristo a los que en él tengan fe; que esta justificación incluye el perdón del pecado, y el don de la vida eterna de acuerdo con los principios de la justicia; que la imparte exclusivamente mediante la fe en su sangre, y no por consideración de ningunas obras de justicia que hagamos; imputándonos Dios gratuitamente su justicia perfecta por virtud de esa fe; que nos introduce a un estado altamente bienaventurado de paz y favor con Dios, y hace nuestros ahora y para siempre todos los demás bienes que hubiéramos menester.

  1. CARÁCTER GRATUITO DE LA SALVACIÓN.

Creemos que el evangelio a todos franquea los beneficios de la salvación; que es deber de todos aceptarlos inmediatamente con fe cordial, arrepentida y obediente; y que el único obstáculo para la salvación del peor pecador de la tierra es la depravación innata y voluntaria de este, y su rechazo del evangelio; repulsa que agrava su condenación.

VII. LA GRACIA EN LA REGENERACIÓN.

Creemos que para ser salvo el pecador debe regenerarse o nacer de nuevo; que la regeneración consiste en dar a la mente una disposición de santidad; que se efectúa por el poder del Espíritu Santo en conexión con la verdad divina en forma que excede a la comprensión humana, a fin de asegurar nuestra obediencia voluntaria al evangelio; y que la evidencia adecuada se manifiesta en los frutos santos de arrepentimiento, fe, y novedad de vida.

VIII. EL ARREPENTIMIENTO Y LA FE.

Creemos que el arrepentimiento y la fe son deberes sagrados y gracias inseparables labradas en el alma por el Espíritu regenerador de Dios; por cuanto convencidos profundamente de nuestra culpa, de nuestro peligro e impotencia, y a la vez del camino de salvación en Cristo, nos volvemos hacia Dios sinceramente contritos, confesándonos con él e impetrando misericordia; cordialmente reconociendo, a la vez, al Señor Jesucristo por profeta, sacerdote y rey nuestro en quien exclusivamente confiamos como Salvador único y omnipotente.

IX EL PROPÓSITO DE LA GRACIA DIVINA.

Creemos que la elección es el propósito eterno de Dios según el cual graciosamente regenera, santifica y salva a los pecadores; que siendo consecuente este propósito con el albedrío humano abarca todos los medios junto con el fin; que sirve de manifestación gloriosísima de la soberana bondad divina, infinitamente gratuito, sabio, santo e inmutable; que absolutamente excluye la jactancia, y promueve humildad, amor, oración, alabanza, confianza en Dios y una imitación activa de su misericordia; que estimula al uso de los medios en el nivel más elevado; que puede conocerse viendo los efectos en todos los que efectivamente reciben a Cristo; que es el fundamento de la seguridad cristiana; y que cerciorarnos de esto en cuanto personalmente nos concierne exige y merece suma diligencia de nuestra parte.

  1. NUESTRA SANTIFICACIÓN.

Creemos que la santificación es un proceso mediante el cual de acuerdo con la voluntad de Dios se nos hace partícipes de su santidad; que es obra progresiva; que principia con la regeneración; que la desarrolla en el corazón del creyente por la presencia y poder del Espíritu Santo, Sellador y Consolador en el uso continuo de los medios señalados, sobre todo la Palabra de Dios, y también el examen personal, la abnegación, la vigilancia y la oración.

  1. LA PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS.

Creemos que sólo los que creen verdaderamente permanecerán hasta el fin; que su lealtad perseverante a Cristo es la mejor señal que los distingue de los que hacen profesión superficial; que una providencia especial vigila por su bien; y que son custodiados por el poder de Dios para la salvación mediante la fe.

XII. ARMONÍA ENTRE LA LEY Y EL EVANGELIO.

Creemos que la ley de Dios es la norma eterna e invariable de su gobierno; que es santa, justa, y buena; que la única causa de incapacidad que las Escrituras atribuyen al hombre caído para no cumplirlas es su amor de pecado; que libertarnos de él y restituirnos mediante un Intercesor a la obediencia de la santa ley, es uno de los grandes fines del evangelio y también uno de los medios de gracia para el establecimiento de la iglesia visible.

XIII. UNA IGLESIA EVANGÉLICA.

Creemos que una iglesia visible de Cristo es una congregación de fieles bautizados; asociados mediante pacto en la fe y la comunión del evangelio; la cual practica las ordenanzas de Cristo; es gobernada por Sus leyes; y ejerce los dones, derechos y privilegios que a ella otorga la palabra del mismo; y cuyos oficiales bíblicos son el pastor, u obispo, y los diáconos; estando definidos los requisitos, derechos y obligaciones de estos oficiales en las epístolas de Pablo a Timoteo y a Tito.

XIV. EL BAUTISMO Y LA SANTA CENA.

Creemos que el bautismo cristiano es la inmersión en agua, del que tenga fe en Cristo; hecha en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; a fin de proclamar, mediante bello emblema solemne, esta fe en el Salvador crucificado, sepultado y resucitado, y también el efecto de la misma fe, a saber, nuestra muerte al pecado y resurrección a una vida nueva; y que el bautismo es requisito previo a los privilegios de la relación con la iglesia y a la participación en la Santa Cena, en la cual los miembros de la iglesia por el uso sagrado del pan y el vino conmemoran juntos el amor por el que muere Jesucristo; precedido siempre de un examen personal serio del participante.

  1. EL DÍA DEL SEÑOR.

Creemos que el primer día de la semana es el Día del Señor. o sea, el Sabath cristiano; que debe ser consagrado a fines religiosos, absteniéndose el cristiano de todo trabajo secular y recreación pecaminosa, valiéndose con devoción de todos los medios de gracia privados, y públicos; y preparándose para el descanso que le queda al pueblo de Dios.

XVI. EL GOBIERNO CIVIL.

Creemos que el gobierno civil existe por disposición divina para los intereses y buen orden de la sociedad humana; y que debemos orar por los magistrados honrándolos en conciencia, y obedeciéndoles; salvo en cosas que sean opuestas a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, único dueño de la conciencia, y príncipe de los reyes de la tierra.

XVII. EL JUSTO Y EL MALO.

Creemos que hay una diferencia radical y de esencia entre el justo y el malo; y que sólo por medio de la fe son justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, y santificados por el Espíritu de nuestro Dios y los justos son de Su estimación; todo aquel que sigue impenitente e incrédulo es mal y continúa dentro de la maldición; que tal distinción es tan real entre la vida actual del hombre como después de la muerte.

XVIII. EL MUNDO VENIDERO.

Creemos que se acerca el fin del mundo; que en el día postrero Cristo descenderá del cielo, y levantará los muertos del sepulcro para que reciban su retribución final; que entonces se verificará una separación solemne; que los impíos serán sentenciados al castigo eterno, y los justos al gozo sin fin; y que este juicio determinará para siempre, sobre los principios de justicia, el estado final de los hombres en el cielo, o en el infierno.

FE Y MENSAJE BAUTISTA

Convención Bautista del Sur (1925, revisada en 1963)

  1. LAS ESCRITURAS

La Santa Biblia fue escrita por hombres divinamente inspirados y es la revelación que Dios hace de sí mismo al hombre. Es un tesoro perfecto de instrucción divina. Tiene a Dios como su autor, su propósito es la salvación, y su tema es la verdad, sin mezcla alguna de error. Por tanto, toda la Escritura es totalmente verdadera y confiable. Ella revela los principios por los cuales Dios nos juzga, y por tanto es y permanecerá siendo hasta el fin del mundo, el centro verdadero de la unión cristiana, y la norma suprema por la cual toda conducta, credos, y opiniones religiosas humanas deben ser juzgadas. Toda la Escritura es un testimonio de Jesús, quien es Él mismo el centro de la revelación divina.

  1. DIOS

Hay un Dios, y solo uno, viviente y verdadero. Él es un Ser inteligente, espiritual y personal, el Creador, Redentor, Preservador y Gobernador del universo. Dios es infinito en santidad y en todas las otras perfecciones. Dios es todopoderoso y omnisciente; y su perfecto conocimiento se extiende a todas las cosas, pasadas, presentes y futuras, incluyendo las decisiones futuras de sus criaturas libres. A Él le debemos el amor más elevado, reverencia y obediencia. El Dios eterno y trino se revela a sí mismo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, con distintos atributos personales, pero sin división de naturaleza, esencia o ser.

  1. DIOS EL PADRE

Dios como Padre reina con cuidado providencial sobre todo su universo, sus criaturas, y el fluir de la corriente de la historia humana de acuerdo a los propósitos de su gracia. Él es todopoderoso, omnisciente, todo amor, y todo sabio. Dios es Padre en verdad de todos aquellos que llegan a ser sus hijos por medio de la fe en Cristo Jesús. Él es paternal en su actitud hacia todos los hombres.

  1. DIOS EL HIJO

Cristo es el Hijo eterno de Dios. En su encarnación como Jesucristo fue concebido del Espíritu Santo y nacido de la virgen María. Jesús reveló y cumplió perfectamente la voluntad de Dios, tomando sobre sí mismo la naturaleza humana con sus demandas y necesidades e identificándose completamente con la humanidad, pero sin pecado. Él honró la ley divina por su obediencia personal, y en su muerte sustituta en la cruz, Él hizo provisión para la redención de los hombres del pecado. Él fue levantado de entre los muertos con un cuerpo glorificado y apareció a sus discípulos como la persona que estaba con ellos antes de su crucifixión. Él ascendió a los cielos y está ahora exaltado a la diestra de Dios donde Él es el Único Mediador, completamente Dios, completamente hombre, en cuya Persona se ha efectuado la reconciliación entre Dios y el hombre. Él volverá con poder y gloria para juzgar al mundo y consumar su misión redentora. Él mora ahora en todos los creyentes como el Señor vivo y omnisciente.

  1. DIOS EL ESPÍRITU SANTO

El Espíritu Santo es el Espíritu de Dios, completamente divino. Él inspiró a santos hombres de la antigüedad para que escribieran las Escrituras. Mediante la iluminación Él capacita a los hombres para entender la verdad. Él exalta a Cristo. Él convence a los hombres de pecado, de justicia, y de juicio. Él llama a los hombres al Salvador, y efectúa la regeneración. En el momento de la regeneración Él bautiza a cada creyente en el Cuerpo de Cristo. Él cultiva el carácter cristiano, conforta a los creyentes, y les da los dones espirituales por medio de los cuales ellos sirven a Dios mediante su iglesia. Él sella al creyente para el día de la redención final. Su presencia en el cristiano es la garantía de que Dios llevará al creyente hasta alcanzar la plenitud de la estatura de Cristo. Él ilumina y da poder al creyente y a la iglesia en adoración, evangelización y servicio.

III. EL HOMBRE

El hombre es la creación especial de Dios, hecho a su propia imagen. Él los creó hombre y mujer como la corona de su creación. La dádiva del género es por tanto parte de la bondad de la creación de Dios. En el principio el hombre era inocente y fue dotado por Dios con la libertad para elegir. Por su propia decisión el hombre pecó contra Dios y trajo el pecado a la raza humana. Por medio de la tentación de Satanás el hombre transgredió el mandamiento de Dios, y cayó de su estado original de inocencia, por lo cual su posteridad heredó una naturaleza y un ambiente inclinado al pecado. Por tanto, tan pronto como son capaces de realizar una acción moral, se convierten en transgresores y están bajo condenación. Solamente la gracia de Dios puede traer al hombre a su compañerismo santo y capacitar al hombre para que cumpla el propósito creativo de Dios. La santidad de la personalidad humana es evidente en que Dios creó al hombre a su propia imagen, y en que Cristo murió por el hombre; por lo tanto, cada persona de cada raza posee absoluta dignidad y es digna del respeto y del amor cristiano.

  1. SALVACION

La salvación implica la redención total del hombre, y se ofrece gratuitamente a todos los que aceptan a Jesucristo como Señor y Salvador, quien por su propia sangre obtuvo redención eterna para el creyente. En su sentido más amplio la salvación incluye la regeneración, la justificación, la santificación, y la glorificación. No hay salvación aparte de la fe personal en Jesucristo como Señor.

  1. Regeneración, o el nuevo nacimiento, es una obra de la gracia de Dios por la cual los creyentes llegan a ser nuevas criaturas en Cristo Jesús. Es un cambio de corazón, obrado por el Espíritu Santo por medio de la convicción de pecado, al cual el pecador responde en arrepentimiento hacia Dios y fe en el Señor Jesucristo. El arrepentimiento y la fe son experiencias de gracia inseparables.

El arrepentimiento es una genuina vuelta del pecado hacia Dios. La fe es la aceptación de Jesucristo y la dedicación de la personalidad total a Él como Señor y Salvador.

  1. Justificación, es la obra de gracia de Dios y la completa absolución basada en los principios de su gracia hacia todos los pecadores que se arrepienten y creen en Cristo. La justificación coloca al creyente en una relación de paz y favor con Dios.
  2. Santificación es la experiencia que comienza en la regeneración, mediante la cual el creyente es separado para los propósitos de Dios, y es capacitado para progresar hacia la madurez moral y espiritual por medio de la presencia del Espíritu Santo que mora en él. El crecimiento en gracia debe continuar durante toda la vida de la persona regenerada.
  3. Glorificación es la culminación de la salvación y es el estado bendito y permanente del redimido.
  4. EL PROPÓSITO DE LA GRACIA DE DIOS

La elección es el propósito de la gracia de Dios, según el cual Él regenera, justifica, santifica y glorifica a los pecadores. Es consistente con el libre albedrío del hombre, e incluye todos los medios relacionados con el fin. Es la gloriosa expresión de la bondad soberana de Dios, y es infinitamente sabia, santa e inmutable. Excluye la jactancia y promueve la humildad.

Todos los verdaderos creyentes perseveran hasta el fin. Aquellos a quienes Dios ha aceptado en Cristo y santificado por su Espíritu, jamás caerán del estado de gracia, sino que perseverarán hasta el fin. Los creyentes pueden caer en pecado por negligencia y tentación, por lo cual contristan al Espíritu, menoscaban sus virtudes y su bienestar, y traen reproche a la causa de Cristo y juicios temporales sobre sí mismos; sin embargo, ellos serán guardados por el poder de Dios mediante la fe para salvación.

  1. LA IGLESIA

Una iglesia del Nuevo Testamento del Señor Jesucristo es una congregación local y autónoma de creyentes bautizados, asociados en un pacto en la fe y el compañerismo del evangelio; cumpliendo las dos ordenanzas de Cristo, gobernada por sus leyes, ejercitando los dones, derechos, y privilegios con los cuales han sido investidos por su Palabra, y que tratan de predicar el evangelio hasta los fines de la tierra. Cada congregación actúa bajo el señorío de Jesucristo por medio de procesos democráticos. En tal congregación cada miembro es responsable de dar cuentas a Jesucristo como Señor. Sus oficiales escriturales son pastores y diáconos. Aunque tanto los hombres como las mujeres son dotados para servir en la iglesia, el oficio de pastor está limitado a los hombres, como lo limita la Escritura.

El Nuevo Testamento habla también de la iglesia como el Cuerpo de Cristo el cual incluye a todos los redimidos de todas las edades, creyentes de cada tribu, y lengua, y pueblo, y nación.

VII. EL BAUTISMOY LA CENA DEL SEÑOR

El bautismo cristiano es la inmersión de un creyente en agua en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Es un acto de obediencia que simboliza la fe del creyente en un Salvador crucificado, sepultado y resucitado, la muerte del creyente al pecado, la sepultura de la antigua vida, y la resurrección para andar en novedad de vida en Cristo Jesús. Es un testimonio de su fe en la resurrección final de los muertos. Como es una ordenanza de la iglesia, es un requisito que precede al privilegio de ser miembro de la iglesia y a participar en la Cena del Señor.

La Cena del Señor es un acto simbólico de obediencia por el cual los miembros de la iglesia, al participar del pan y del fruto de la vid, conmemoran la muerte del Redentor y anuncian su segunda venida.

VIII. EL DIA DEL SEÑOR

El primer día de la semana es el Día del Señor. Es una institución cristiana que se debe observar regularmente. Conmemora la resurrección de Cristo de entre los muertos y debe incluir ejercicios de adoración y devoción espiritual, tanto públicos como privados. Las actividades en el Día del Señor deben estar de acuerdo con la conciencia cristiana bajo el Señorío de Jesucristo.

  1. EL REINO

El Reino de Dios incluye tanto su soberanía general sobre el universo como su señorío particular sobre los hombres que voluntariamente lo reconocen como Rey. Particularmente el Reino es el reino de la salvación en el cual los hombres entran mediante su entrega a Jesucristo por medio de una fe y confianza semejante a la de un niño. Los cristianos deben orar y trabajar para que venga el Reino y que la voluntad de Dios se haga en la tierra. La consumación final del Reino espera el regreso de Jesucristo y el fin de esta era.

  1. LAS ÚLTIMAS COSAS

Dios, en su propio tiempo y en su propia manera, traerá el mundo a su fin apropiado. De acuerdo a su promesa, Jesucristo regresará a la tierra en gloria de manera personal y visible; los muertos resucitarán; y Cristo juzgará a todos los hombres en justicia. Los injustos serán consignados al Infierno, el lugar del castigo eterno. Los justos en sus cuerpos resucitados y glorificados recibirán su recompensa y morarán para siempre en el Cielo con el Señor.

  1. EVANGELIZACIÓN Y MISIONES

Es deber y privilegio de cada seguidor de Cristo y de cada iglesia del Señor Jesucristo esforzarse por hacer discípulos de todas las naciones. El nuevo nacimiento del espíritu del hombre por el Espíritu Santo de Dios significa el nacimiento del amor a los demás. El esfuerzo misionero de parte de todos, por lo tanto, depende de una necesidad espiritual de la vida regenerada, y se expresa y ordena repetidamente en las enseñanzas de Cristo. El Señor Jesucristo ha ordenado que se predique el evangelio a todas las naciones. Es deber de cada hijo de Dios procurar constantemente ganar a los perdidos para Cristo mediante el testimonio personal apoyado por un estilo de vida cristiano, y por otros métodos que estén en armonía con el evangelio de Cristo.

XII. EDUCACION

El cristianismo es la fe de la iluminación y la inteligencia. En Jesucristo habitan todos los tesoros de sabiduría y conocimiento. Todo conocimiento básico es, por lo tanto, una parte de nuestra herencia cristiana. El nuevo nacimiento abre todas las facultades humanas y crea sed de conocimiento. Por otra parte, la causa de la educación en el Reino de Cristo está coordinada con las causas de las misiones y de la beneficencia, y debe recibir juntamente con éstas el apoyo liberal de las iglesias. Un sistema adecuado de educación cristiana es necesario para completar el programa espiritual del cuerpo de Cristo.

En la educación cristiana debe haber un balance apropiado entre la libertad académica y la responsabilidad académica. La libertad en cualquier relación humana ordenada es siempre limitada y nunca absoluta. La libertad de un maestro en una institución educacional cristiana, escuela, colegio, universidad o seminario, está siempre limitada por la preeminencia de Jesucristo, la naturaleza autoritativa de las Escrituras, y por el propósito distintivo para el cual la escuela existe.

XIII. MAYORDOMIA

Dios es la fuente de todas las bendiciones, temporales y espirituales; todo lo que tenemos y somos se lo debemos a Él. Los cristianos están endeudados espiritualmente con todo el mundo, un encargo santo en el evangelio, y una mayordomía obligatoria en sus posesiones. Por tanto, están bajo la obligación de servir a Dios con su tiempo, talentos y posesiones materiales; y deben reconocer que todo esto les ha sido confiado para que lo usen para la gloria de Dios y para ayudar a otros. De acuerdo con las Escrituras, los cristianos deben contribuir de lo que tienen, alegre, regular, sistemática, proporcional y liberalmente para el progreso de la causa del Redentor en la tierra.

XIV. COOPERACION

El pueblo de Cristo debe, según la ocasión lo requiera, organizar tales asociaciones y convenciones que puedan asegurar de la mejor manera posible la cooperación necesaria para lograr los grandes objetivos del Reino de Dios. Tales organizaciones no tienen autoridad una sobre otra ni sobre las iglesias. Ellas son organizaciones voluntarias para aconsejar, para descubrir, combinar y dirigir las energías de nuestro pueblo de la manera más eficaz. Los miembros de las iglesias del Nuevo Testamento deben cooperar unos con otros en llevar adelante los ministerios misioneros, educacionales y benevolentes para la extensión del Reino de Cristo. La unidad cristiana en el sentido del Nuevo Testamento, es armonía espiritual y cooperación voluntaria para fines comunes por varios grupos del pueblo de Cristo. La cooperación entre las denominaciones cristianas es deseable, cuando el propósito que se quiere alcanzar se justifica en sí mismo, y cuando tal cooperación no incluye violación alguna a la conciencia ni compromete la lealtad a Cristo y su Palabra como se revela en el Nuevo Testamento.

  1. EL CRISTIANOY EL ORDEN SOCIAL

Todos los cristianos están bajo la obligación de procurar hacer que la voluntad de Cristo sea soberana en nuestras propias vidas y en la sociedad humana. Los medios y los métodos usados para mejorar la sociedad y para el establecimiento de la justicia entre los hombres pueden ser verdadera y permanentemente útiles solamente cuando están enraizados en la regeneración del individuo por medio de la gracia salvadora de Dios en Jesucristo. En el espíritu de Cristo, los cristianos deben oponerse al racismo, a toda forma de codicia, egoísmo, vicio, a todas las formas de inmoralidad sexual, incluyendo el adulterio, la homosexualidad y la pornografía. Nosotros debemos trabajar para proveer para los huérfanos, los necesitados, los abusados, los ancianos, los indefensos y los enfermos. Debemos hablar a favor de los que no han nacido y luchar por la santidad de toda la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural. Cada cristiano debe procurar hacer que la industria, el gobierno y la sociedad como un todo estén regidos por los principios de la justicia, la verdad y el amor fraternal. Para promover estos fines los cristianos deben estar dispuestos a trabajar con todos los hombres de buena voluntad en cualquier causa, siendo siempre cuidadosos de actuar en el espíritu de amor sin comprometer su lealtad a Cristo y a su verdad.

XVI. PAZ Y GUERRA

Es el deber de todo cristiano buscar la paz con todos los hombres basándose en los principios de justicia. De acuerdo con el espíritu y las enseñanzas de Cristo, ellos deben hacer todo lo que esté de su parte para poner fin a la guerra.

El verdadero remedio al espíritu guerrero es el evangelio de nuestro Señor. La necesidad suprema del mundo es la aceptación de sus enseñanzas en todas las relaciones de hombres y naciones, y la aplicación práctica de su ley de amor. Las personas cristianas en todo el mundo deben orar por el reino del Príncipe de Paz.

XVII. LIBERTAD DE RELIGION

Solamente Dios es Señor de la conciencia, y Él la ha dejado libre de las doctrinas y de los mandamientos de hombres que son contrarios a su Palabra o no contenidos en ella. La iglesia y el estado deben estar separados. El estado debe protección y completa libertad a toda iglesia en el ejercicio de sus fines espirituales. Al proveer tal libertad ningún grupo eclesiástico o denominación debe ser favorecida por el estado sobre otros grupos. Como el gobierno civil es ordenado por Dios, es deber de los cristianos rendirle obediencia leal en todas las cosas que no son contrarias a la voluntad revelada de Dios. La iglesia no debe recurrir al poder civil para realizar su obra. El evangelio de Cristo considera solamente los medios espirituales para alcanzar sus fines. El estado no tiene derecho a imponer penalidades por opiniones religiosas de cualquier clase. El estado no tiene derecho a imponer impuestos para el sostenimiento de ninguna forma de religión. El ideal cristiano es el de una iglesia libre en un estado libre, y esto implica el derecho para todos los hombres del acceso libre y sin obstáculos a Dios, y el derecho a formar y propagar opiniones en la esfera de la religión, sin interferencia por parte del poder civil.

DECLARACIÓN DE CHICAGO SOBRE LA INFALIBILIDAD BÍBLICA

(1978)

PREFACIO

La autoridad de las Escrituras es un elemento central para la Iglesia Cristiana tanto en esta época como en toda otra. Los que profesan su fe en Jesucristo como Señor y Salvador son llamados a demostrar la realidad del discipulado obedeciendo la Palabra escrita de Dios en una forma humilde y fiel. El apartarse de las Escrituras en lo que se refiere a fe y conducta es demostrar deslealtad a nuestro Señor. El reconocimiento de la verdad total y de la veracidad de las Santas Escrituras es esencial para captar y confesar su autoridad en una forma completa y adecuada.

La Declaración siguiente afirma esta inerrabilidad de las Escrituras dándole un nuevo enfoque, haciendo más clara su comprensión y sirviéndonos de advertencia en caso de denegación. Estamos convencidos de que el acto de negarla es como poner a un lado el testimonio de Jesucristo y del Espíritu Santo, como también el no someterse a las demandas de la Palabra de Dios que es el signo de la verdadera fe cristiana. Reconocemos que es nuestra responsabilidad hacer esta Declaración al encontrarnos con la presente negación de la inerrabilidad que existe entre cristianos, y los malentendidos que hay acerca de esta doctrina en el mundo en general.

Esta Declaración consta de tres partes: un Resumen, los Artículos de Afirmación y de Negación, y una Exposición que acompaña a éstos, la cual no estará incluida en este escrito. Todo esto ha sido preparado durante tres días de estudio consultivo en Chicago. Los que firmaron el Resumen y los Artículos desean declarar sus propias convicciones acerca de la inerrabilidad de las Escrituras; también desean alentar y desafiar a todos los cristianos a crecer en la apreciación y entendimiento de esta doctrina. Reconocemos las limitaciones de un documento preparado en una breve e intensa conferencia, y de ninguna manera proponemos que se lo considere como parte del credo cristiano. Aun así nos regocijamos en la profundización de nuestras creencias durante las deliberaciones, y oramos para que esta Declaración que hemos firmado sea usada para la gloria de nuestro Dios y nos lleve a una nueva reforma de la Iglesia en su fe, vida y misión.

Ofrecemos este Documento en un espíritu de amor y humildad, no de disputa. Por la gracia de Dios, deseamos mantener este espíritu a través de cualquier diálogo futuro que surja a causa de lo que hemos dicho. Reconocemos sinceramente que muchos de los que niegan la inerrabilidad de las Escrituras, no muestran las consecuencias de este rechazo en el resto de sus creencias y conducta, y estamos plenamente conscientes de que nosotros, los que aceptamos esta doctrina, muy seguido la rechazamos en la vida diaria, por no someter nuestros pensamientos, acciones, tradiciones y hábitos a la Palabra de Dios.

Nos gustaría saber las reacciones que tengan los que hayan leído esta Declaración y vean alguna razón para enmendar las afirmaciones acerca de las Escrituras, siempre basándose en las mismas, sobre cuya autoridad infalible nos basamos. Estaremos muy agradecidos por cualquier ayuda que nos permita reforzar este testimonio acerca de la Palabra de Dios, y no pretendemos tener infalibilidad personal sobre la atestación que presentamos, estaremos agradecidos por cualquier ayuda que nos permita fortalecer este testimonio de la Palabra de Dios.

UNA DECLARACION BREVE

  1. Dios, que es la Verdad misma y dice solamente la verdad, ha inspirado las Sagradas Escrituras para de este modo revelarse al mundo perdido a través de Jesucristo como Creador y Señor, Redentor y Juez. Las Sagradas Escrituras son testimonio de Dios acerca de sí mismo.
  2. Las Sagradas Escrituras, siendo la Palabra del propio Dios, escrita por hombres preparados y dirigidos por su Espíritu, tienen autoridad divina infalible en todos los temas que tocan; deben ser obedecidas como mandamientos de Dios en todo lo que ellas requieren; deben de ser acogidas como garantía de Dios en todo lo que prometen.
  3. El Espíritu Santo, autor divino de las Escrituras, las autentifica en nuestro propio espíritu por medio de su testimonio y abre nuestro entendimiento para comprender su significado.
  4. Siendo completa y verbalmente dadas por Dios, las Escrituras son sin error o falta en todas sus enseñanzas, tanto en lo que declaran acerca de los actos de creación de Dios, acerca de los eventos de la historia del mundo, acerca de su propio origen literario bajo la dirección de Dios, como en su testimonio de la gracia redentora de Dios en la vida de cada persona.
  5. La autoridad de la Escrituras es inevitablemente afectada si esta inerrabilidad divina es de algún modo limitada o ignorada, o es sometida a cierta opinión de la verdad que es contraria a la de la Biblia; tales posiciones ideológicas causan grandes pérdidas al individuo y a la Iglesia.

ARTÍCULOS DE AFIRMACIÓN Y DE NEGACIÓN

ARTÍCULO I

Afirmamos que las Santas Escrituras deben de ser recibidas como la absoluta Palabra de Dios.

Negamos que las Escrituras reciban su autoridad de la Iglesia, de la tradición o de cualquier otra fuente humana.

ARTÍCULO II

Afirmamos que las Escrituras son la suprema norma escrita por la cual Dios enlaza la conciencia, y que la autoridad de la Iglesia está bajo la autoridad de las Escrituras. Negamos que los credos de la Iglesia, los concilios o las declaraciones tengan mayor o igual autoridad que la autoridad de la Biblia.

ARTÍCULO III

Afirmamos que la Palabra escrita es en su totalidad la revelación dada por Dios. Negamos que la Biblia sea simplemente un testimonio de la revelación, o sólo se convierta en revelación cuando haya contacto con ella, o dependa de la reacción del hombre para confirmar su validez.

ARTÍCULO IV

Afirmamos que Dios, el cual hizo al hombre en su imagen, usó el lenguaje como medio para comunicar su revelación.

Negamos que el lenguaje humano esté tan limitado por nuestra humanidad que sea inadecuado como un medio de revelación divina. Negamos además que la corrupción de la cultura humana y del lenguaje por el pecado haya coartado la obra de inspiración de Dios.

ARTÍCULO V

Afirmamos que la revelación de Dios en las Sagradas Escrituras fue hecha en una forma progresiva.

Negamos que una revelación posterior, la cual puede completar una revelación inicial, pueda en alguna forma corregirla o contradecirla. Negamos además que alguna revelación normativa haya sido dada desde que el Nuevo Testamento fue completado.

ARTÍCULO VI

Afirmamos que las Sagradas Escrituras en su totalidad y en cada una de sus partes, aún las palabras escritas originalmente, fueron divinamente inspiradas.

Negamos que la inspiración de las Escrituras pueda ser considerada como correcta solamente en su totalidad al margen de sus partes, o correcta en alguna de sus partes, pero no en su totalidad.

ARTÍCULO VII

Afirmamos que la inspiración fue una obra por la cual Dios, por medio de su Espíritu y de escritores humanos, nos dio su Palabra. El origen de la Escrituras es divino. El modo usado para transmitir esta inspiración divina continúa siendo, en gran parte, un misterio para nosotros.

Negamos que esta inspiración sea el resultado de la percepción humana, o de altos niveles de concientización de cualquier clase.

ARTÍCULO VIII

Afirmamos que Dios, en su obra de inspiración, usó la personalidad característica y el estilo literario de cada uno de los escritores que El había elegido y preparado. Negamos que Dios haya anulado las personalidades de los escritores cuando causó que ellos usaran las palabras exactas que El había elegido.

ARTÍCULO IX

Afirmamos que la inspiración de Dios, la cual de ninguna manera les concedía omnisciencia a los autores bíblicos, les garantizaba, sin embargo, que sus declaraciones eran verdaderas y fidedignas en todo a lo que éstos fueron impulsados a hablar y a escribir.

Negamos que la finitud o el estado de perdición de estos escritores, por necesidad o por cualquier otro motivo, introdujeran alguna distorsión de la verdad o alguna falsedad en la Palabra de Dios.

ARTÍCULO X

Afirmamos que la inspiración de Dios, en sentido estricto, se aplica solamente al texto autográfico de las Escrituras, el cual, gracias a la providencia de Dios, puede ser comprobado con gran exactitud por los manuscritos que están a la disposición de todos los interesados. Afirmamos además que las copias y traducciones de la Escrituras son la Palabra de Dios hasta el punto en que representen fielmente los manuscritos originales.

Negamos que algún elemento esencial de la fe cristiana esté afectado por la ausencia de los textos autográficos. Negamos además que la ausencia de dichos textos resulte en que la reafirmación de la inerrabilidad bíblica sea considerada como inválida o irrelevante.

ARTÍCULO XI

Afirmamos que las Escrituras, habiendo sido divinamente inspiradas, son infalibles de modo que nunca nos podrían engañar, y son verdaderas y fiables en todo lo referente a los asuntos que trata.

Negamos que sea posible que la Biblia en sus declaraciones, sea infalible y errada al mismo tiempo. La infalibilidad y la inerrabilidad pueden ser diferenciadas, pero no separadas.

ARTÍCULO XII

Afirmamos que la Biblia es inerrable en su totalidad y está libre de falsedades, fraudes o engaños.

Negamos que la infalibilidad y la inerrabilidad de la Biblia sean sólo en lo que se refiera a temas espirituales, religiosos o redentores, y no a las especialidades de historia y ciencia. Negamos además que las hipótesis científicas de la historia terrestre puedan ser usadas para invalidar lo que enseñan las Escrituras acerca de la creación y del diluvio universal.

ARTÍCULO XIII

Afirmamos que el uso de la palabra inerrabilidad es correcto como término teológico para referirnos a la completa veracidad de las Escrituras.

Negamos que sea correcto evaluar las Escrituras de acuerdo con las normas de verdad y error que sean ajenas a su uso o propósito. Negamos además que la inerrabilidad sea invalidada por fenómenos bíblicos como la falta de precisión técnica moderna, las irregularidades gramaticales u ortográficas, las descripciones observables de la naturaleza, el reportaje de falsedades, el uso de hipérboles y de números completos, el arreglo temático del material, la selección de material diferente en versiones paralelas, o el uso de citas libres.

ARTÍCULO XIV

Afirmamos la unidad y consistencia intrínsecas de las Escrituras.

Negamos que presuntos errores y discrepancias que todavía no hayan sido resueltos menoscaben las verdades declaradas en la Biblia.

ARTÍCULO XV

Afirmamos que la doctrina de la inerrabilidad está basada en la enseñanza bíblica acerca de la inspiración.

Negamos que las enseñanzas de Jesús acerca de las Escrituras puedan ser descartadas por apelaciones a complacer o a acomodarse a sucesos de actualidad, o por cualquier limitación natural de su humanidad.

ARTÍCULO XVI

Afirmamos que la doctrina de la inerrabilidad ha sido esencial durante la historia de la Iglesia en lo que a su fe se refiere.

Negamos que la inerrabilidad sea una doctrina inventada por el protestantismo académico, o de que sea una posición reaccionaria postulada en respuesta a una crítica negativa de alto nivel intelectual.

ARTÍCULO XVII

Afirmamos que el Espíritu Santo da testimonio de las Escrituras y asegura a los creyentes de la veracidad de la Palabra escrita de Dios.

Negamos que este testimonio del Espíritu Santo obre separadamente de las Escrituras o contra ellas.

ARTÍCULO XVIII

Afirmamos que el texto de las Escrituras debe interpretarse por la exégesis gramática histórica, teniendo en cuenta sus formas y recursos literarios, y de que las Escrituras deben ser usadas para interpretar cualquier parte de sí mismas.

Rechazamos la legitimidad de cualquier manera de cambio del texto de las Escrituras, o de la búsqueda de fuentes que puedan llevar a que sus enseñanzas se consideren relativas y no históricas, descartándolas o rechazando su declaración de autoría.

ARTÍCULO XIX

Afirmamos que una confesión de la completa autoridad, infalibilidad e inerrabilidad de las Escrituras es fundamental para tener una comprensión sólida de la totalidad de la fe cristiana. Afirmamos además que dicha confesión tendría que llevarnos a una mayor conformidad a la imagen de Jesucristo.

Negamos que dicha confesión sea necesaria para ser salvo. Negamos, además, sin embargo, de que esta inerrabilidad pueda ser rechazada sin que tenga graves consecuencias para el individuo y para la Iglesia.

CONFESIONES DE FE

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