¿QUÉ ES PECADO? [Génesis 3:1–8]

¿QUÉ ES PECADO?
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¿Qué es pecado?

La Escritura emplea una variedad de palabras para hablar del pecado, con significados que fluctúan entre “errar al blanco o a la meta” o “la ruptura de una relación” a “impiedad”, “perversión” o “rebelión”.

Con todo, el tema común de toda expresión bíblica relacionada con la naturaleza del pecado es la idea central de que el pecado es un estado de nuestro ser que nos separa del Dios santo; bíblicamente, el pecado es en último análisis pecado en contra de Dios.

Según Agustín, el pecado no debe considerarse en términos positivos sino negativamente, como una privación del bien. Definió la esencia del pecado como concupiscencia (concupiscentia), una palabra que se usaba para traducir las palabras bíblicas que significan deseo y entendida por Agustín como el pervertido amor a sí mismo que es lo opuesto al amor a Dios. Pero definir el pecado como egoísmo ciertamente deja de hacer justicia a su seriedad en términos bíblicos como dirigido primordialmente en contra de Dios.

Calvino sostenía que el pecado no debe concebirse meramente como la privación del bien sino como la corrupción total del ser humano; el mismo deseo es pecado que contamina toda parte de la naturaleza del hombre, pero la raíz de esta corrupción no es meramente el amor propio sino la desobediencia inspirada por el orgullo. 

A primera vista la definición que Barth hace del pecado como “la nada”, una “posibilidad imposible”, puede parecer semejante a la idea de Agustín de una “privación del bien”, pero Barth no está hablando solamente de “privación”. “La nada” no es “nada”; es esa contradicción de la voluntad positiva de Dios y ese rompimiento de su pacto que puede existir sólo bajo la contradicción que constituye su juicio. De modo que el pecado es el orgullo humano que constituye la contradicción de la humillación que Dios hace de sí mismo en Cristo; es la pereza humana que es la contradicción del deseo de Dios de exaltar al hombre en Cristo; es la falsedad humana que es la contradicción de la promesa de Dios en Cristo.

Si la narración de Génesis 3 ha de interpretarse no solamente como el relato histórico del pecado de Adán, sino también como un relato del origen del pecado, entonces el pecado de Adán debe reconocerse como la definición bíblica primordial de la esencia del pecado: i.e. un tratar ansiosamente de asirse de la autonomía espiritual y moral, que se origina en la incredulidad y la rebelión.

Quizá se ha hecho común pensar que una disposición interior hacia el pecado se comunica a través de la sociedad y sus estructuras, por medio de la influencia de los padres, el ambiente o la educación. Mas tal análisis deja de conceder suficiente seriedad al estado pecaminoso de la humanidad como lo presenta la Biblia.

Tradicionalmente, la iglesia ha explicado esta disposición interior refiriéndose al concepto del pecado original como un medio para definir la manera en que el pecado de Adán afecta a todos los seres humanos. Basándose en el Salmo 51:5, Agustín definió el pecado original como pecado heredado; consideraba que la naturaleza caída de Adán se transmitía biológicamente por medio de la procreación sexual. 

Aunque Anselmo consideraba que el pecado original era original a cada individuo más bien que relacionado con el origen de la raza, también consideraba que esta culpa y contaminación originales se pasaban de padre a hijo; todos estaban presentes germinalmente en Adán y por lo tanto realmente pecaron en Adán.

La debilidad de este enfoque consiste en que, si todos son culpables del pecado de Adán por medio de esta conexión orgánica, ¿no son culpables también de los pecados subsecuentes de todos sus antepasados? Para Calvino y Barth, el Salmo 51:5 no debe interpretarse como una referencia a este pecado heredado, sino como un reconocimiento de que desde el mero principio el salmista está consciente de su propio pecado y corrupción: “Desde su misma concepción lleva la confesión de su propia perversidad”.

Tanto Lutero como Calvino interpretaron el pecado original no como una compulsión exterior sino como una necesidad interior arraigada en la perversidad de la naturaleza humana; empero, aunque Calvino habla de “una depravación y corrupción hereditaria de nuestra naturaleza”, relaciona el pecado original no tanto con la herencia como con una ordenanza de Dios, un juicio de Dios pronunciado sobre toda la humanidad, por medio del cual el pecado de Adán es imputado a todos de la misma manera en que la justicia de Cristo ahora es imputada a todos los creyentes.

Posteriormente esta idea fue desarrollada por Beza e incluida en la Confesión de Westminster, en términos que no sólo reconocen a Adán como la cabeza natural de la raza humana sino también como su representante federal (federalismo); todos nacen corruptos porque están incorporados representativamente en el pecado y la culpa de Adán. Es esta incorporación representativa la que está en la raíz de la disposición inherente de cada persona hacia el pecado, una relación federal que todos confirman mediante sus propios actos pecaminosos; una persona no es pecadora porque peca, sino que peca porque es pecadora.

Tomás de Aquino había sostenido que para que una persona se declarara culpable del pecado era necesario que fuera un ser racional; y que por lo tanto el pecado no podía haber incluido la pérdida de la razón humana, la que Aquino identificó como la imagen de Dios en que el hombre y la mujer fueron creados, sino que más bien debe haber incluido la pérdida de la dotación sobrenatural (donum superadditum) que permitía a la razón de una persona estar sujeta a Dios.

Sin embargo, según los reformadores, la caída resultó en la corrupción de la naturaleza en su totalidad. La razón y todo aspecto de su ser se han hecho totalmente depravados como consecuencia del pecado de Adán. 

Con esta doctrina de la depravación total no se quiere insinuar que la humanidad caída es incapaz de buenas obras, sino más bien que no hay aspecto del ser humano que no se haya afectado por el pecado: no hay “reliquia ni esencia ni bondad que persiste en el hombre a pesar de su pecado”. Ya que aun las buenas acciones humanas pueden originarse en motivos mezclados, la religión, la ética, el arte y la creatividad humanos todos han llegado a ser ocasiones de su incredulidad y su orgullo.

Aunque una persona ciertamente puede ser consciente de actos inmorales y de motivos falsos, nunca se puede percibir la realidad del estado pecaminoso del hombre solamente por medio del conocimiento de sí mismo. 

La totalidad y la inclusividad del pecado de Adán y la consecuente depravación de todos es un asunto que sólo se da a conocer verdaderamente en la cruz: “En que él toma nuestro lugar se decide cuál es nuestro lugar”.

La cruz de Cristo y la condenación del pecado humano representada en ella revelan la objetividad y la depravación total de nuestro estado pecaminoso, así como revela la total insuficiencia de las reducciones existencialistas de nuestro pecado en términos de “existencia no auténtica”, ansiedad o desesperación.

El pecado tuvo su origen en el huerto de Edén cuando Eva, siendo engañada por la serpiente, comió el fruto prohibido. Adán no fue engañado, pero de todos modos comió del fruto. El hombre se hizo pecador por oír, creer y obedecer una mentira predicada por el diablo mismo a través de la serpiente.

(Génesis 3:1–8).

Este acto de desobediencia introdujo el pecado al mundo. El pecado, a su vez, trajo la muerte. Jehová Dios había dicho:

“… porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17b). En este acto, Adán y Eva dejaron de ser puros y santos. Perdieron su bellísimo hogar en el huerto de Edén. Perdieron la presencia inmediata de Dios y, eventualmente, perdieron sus vidas físicas. De este modo, la malvada huella del pecado comenzó a torcer su inicuo camino a través de la historia del hombre. El pecado es universal. Cristo Jesús es la única excepción (Romanos 3:23; 1a de Pedro 2:22).

Para responder a la pregunta “¿Qué es pecado?”, consideremos las palabras griegas que se traducen pecado. Sus respectivos significados serán útiles para entender pecado.

Palabras traducidas pecado

El pecado es desobediencia (ilegalidad, desorden).

La palabra griega anomia significa “quebrantar o violar la ley de Dios”. Es oposición a y negligencia sobre la ley de Dios. “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1a de Juan 3:4). Esto está ilustrado en las acciones de Adán y Eva. 

Algunos han preguntado burlonamente: “¿Por qué hacer que el destino del mundo dependa de una circunstancia tan trivial como el comer una manzana?” Hay dos errores en esta pregunta: 

En primer lugar, en la Biblia no se nos dice que fue una manzana, sino que simplemente se refiere al “fruto” (Génesis 3:3). 

En segundo lugar, comer del fruto prohibido no era un asunto trivial. Esta pregunta manifiesta una total ignorancia acerca del propósito de la prohibición de Dios y la gravedad de la acción de Eva y Adán. 

Dios tuvo un propósito doble al establecer el árbol prohibido:

a) Dominio propio.

El hombre fue creado con libre albedrío: [Del lat. liberum, libre + arbitrium, juicio] Capacidad que el ser humano tiene de optar entre el bien y el mal. 

La voluntad humana, aunque libre, está sujeta a la soberanía divina. De las consecuencias de nuestras opciones jamás estaremos libres. 

Si con ellas violamos los mandamientos divinos, seremos llamados a dar cuentas ante aquel que nos concedió tal regla. Y si sobrepasamos los límites que nos trazó el Señor, el libre albedrío acaba por perjudicar la libertad de elección del prójimo. 

Como guardián de nuestras libertades, el Todopoderoso no tolera semejante abuso.

¿Podría usar esta libre voluntad en forma madura? ¿Podría el hombre ejercer dominio propio en su uso? Esta es la primera prueba de la práctica del hombre de esta nueva libertad y poder.

b) Lealtad a Dios.

Cada gobierno humano tiene alguna prueba para determinar la lealtad y la deslealtad. Dios no pudo haber indicado la mejor y más adecuada prueba sobre la lealtad del hombre hacia él que la que le puso. 

Primero: fue sencilla y muy fácil de entender. Hubo solamente un árbol prohibido. El mandamiento fue claro: “no debes comer de él, ni tocarlo”. Ningún ser racional entendería mal lo que requería este mandamiento. 

Segundo: se diseñó para que cualquier desobediencia se originara en un espíritu de rebelión o deslealtad. 

Como todos los mandamientos positivos, esto dependería solamente del amor y del espíritu de obediencia del hombre a Dios. Por ejemplo, hablando en forma racional, no parecía haber ninguna razón porqué Adán y Eva no comieran de este árbol. 

Era hermoso al mirarlo, era bueno para comer y codiciable para alcanzar la sabiduría. Entonces cuando él lo prohibió, la verdadera razón para no comer sería acatar la palabra de Dios. Igualmente, si ellos comían, era un claro caso de desobediencia a la palabra de Dios.

Esta prueba de lealtad no fue la causa de la deslealtad de ellos, simplemente fue la ocasión y la probación tocante a ello. Adán y Eva se habían rebelado en sus corazones contra Dios; al comer el fruto simplemente revelaron esta rebelión. Esta es la esencia de todo pecado y por lo tanto ilustra la verdadera maldad del pecado.

¿Qué es pecado? ¿Cuáles son los tipos de pecado?

Pecado es infracción a la ley de Dios.

La palabra griega paralthon significa “infringir, transgredir o traspasar la ley” de Dios; no hacer caso del límite divino entre el bien y el mal. Es una violación al dominio de otro: la ley de Dios. El hijo mayor en la parábola del Hijo Pródigo usa esta palabra cuando le dice al padre que él nunca ha desobedecido (transgredido) uno de sus mandamientos (Lucas 15:29).

David calificó el pecado que cometió con Betsabé como rebelión (transgresión o infracción) cuando oró a Dios que tuviese misericordia de él y “borra mis rebeliones” (Salmos 51:1).

Pecado es “errar el blanco”.

La palabra “amartia” significa “errar el blanco”, errar o no lograr el patrón divino de perfección: el objetivo de Dios. El apóstol Pablo ilustra esto en Romanos 3:23, al decir: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. 

Todos los hombres pecan alguna vez y no llegan a cumplir el propósito divino en el mundo de glorificar a Dios (Isaías 43:7; 1a a los Corintios 6:20; 1a de Pedro 2:9). La flecha o el proyectil no da en el blanco. 

El hombre en sus esfuerzos por vivir justamente no lo logra alcanzar y, por lo tanto, como la flecha o el proyectil, no alcanza o yerra el blanco que es la perfección. A esto se le llama pecado.

Estas palabras describen los pecados de comisión (perpetración), cuando uno en realidad viola un mandamiento de Dios.

Pecado es “errar el blanco”.

La palabra “amartia” significa “errar el blanco”, errar o no lograr el patrón divino de perfección: el objetivo de Dios. El apóstol Pablo ilustra esto en Romanos 3:23, al decir: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. 

Todos los hombres pecan alguna vez y no llegan a cumplir el propósito divino en el mundo de glorificar a Dios (Isaías 43:7; 1a a los Corintios 6:20; 1a de Pedro 2:9). La flecha o el proyectil no da en el blanco. El hombre en sus esfuerzos por vivir justamente no lo logra alcanzar y, por lo tanto, como la flecha o el proyectil, no alcanza o yerra el blanco que es la perfección. A esto se le llama pecado.

Estas palabras describen los pecados de comisión (perpetración), cuando uno en realidad viola un mandamiento de Dios.

No hacer el bien: Omisión

Uno puede pecar también siendo indiferente a los mandamientos de Dios. Santiago escribió: “y al que sabe hacer lo bueno (lo recto), y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17). Dejar de hacer lo que es bueno o ser indiferente y despreocupado a lo que Dios ha dicho es pecado. En la parábola de las ovejas y los cabritos, los que quedaron del lado de los “cabritos” eran culpables de este tipo de pecado (Mateo 25:31–46). ver  Mateo 25:14–30; Lucas 16:19–31.

Características del pecado

El pecado es egoísta.

El principio esencial del pecado es el egoísmo. La característica principal del amor (el amor divino) es dar, es decir, darse a sí mismo y todo lo que posee al objeto de su amor que es el ser amado. El pecado es exactamente lo contrario. Es conseguir algo para sí sin considerar el costo y el daño hacia los demás.

Jamás se ha cometido un pecado que no sea la elección de sí mismo en lugar de preferir a Dios. Cada apelación que Satanás le hizo al Salvador en el desierto y en el monte de la tentación, fue una apelación a sí mismo, es decir, a su propia personalidad:

Primero: a la satisfacción de sí mismo o satisfacer su cuerpo natural que tenía hambre;

Segundo: a su vanagloria u orgullo o insinuación que se manifestara en una demostración milagrosa en lugar de por el camino de la cruz.

Tercero: una exaltación de sí mismo ofreciéndole todos los reinos de este mundo si Jesús tan sólo se postraba y adoraba al tentador. Es significativo que la única arma que el Señor usó para vencer estas sutiles instigaciones fue la palabra de Dios que es la revelación de la voluntad de Dios. En cada caso su contestación fue “escrito está”, etcétera (Mateo 4:1–11). Pecado es la elección de situarse uno en lugar de Dios.

El pecado atrae

El pecado tiene el poder de encantar, fascinar y atraer. Por esto es una tentación, es decir, atrae al hombre.

El pecado ofrece deleite. Moisés tuvo que escoger entre participar del sufrimiento y el maltrato con el pueblo de Dios o “gozar de los deleites temporales del pecado” (Hebreos 11:25). Unánimemente se admite que el deleite del pecado es breve y transitorio, pero es atrayente y seductor.

La serpiente se acercó a Eva con una apelación triple:

(1) apeló a los deseos de la carne al señalar que el fruto era bueno para comer

(2) apeló al sentido de la hermosura o “los deseos de los ojos” al llamar la atención de ella que era agradable a los ojos

(3) apeló a su ambición u orgullo al “informarle” a la mujer que la haría sabia como Dios. El apóstol Juan afirmó que hay tres tipos de tentación o deseos en el mundo: “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1a de Juan 2:16).

Eva se sometió a estas tres tentaciones seductoras. El pecado todavía continúa con sus engañosas apelaciones al hombre por estas mismas tres líneas de tentación.

Como la mosca que es irresistiblemente atraída por la llama de la vela sólo para morir quemada, el hombre a menudo es seducido por las atracciones del pecado para su propia destrucción.

El pecado engaña

El pecado exhibe sus deleites, pero esconde la vergüenza y el dolor. De todo lo que el hombre conoce el pecado es lo único que promete mucho y no cumple absolutamente nada. La serpiente le recalcó a Eva todas las supuestas ventajas, pero le ocultó con una máscara el horrendo castigo y sufrimiento. En Hebreos 3:13 se lee: “exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado”.

A Satanás le gusta que pensemos del pecado como algo hermoso, deleitable o placentero e inocente. Como el arco iris sobre la cascada, procura ocultar la destrucción y la muerte por el pecado bajo un halo o resplandor de deleite. El licor sirve como una buena ilustración sobre esto. Los anunciantes describen gráficamente el deleite y el placer, pero nunca el “producto terminado” de este mal negocio. Satanás describe el pecado de la misma manera.

El pecado esclaviza.

El pecado engañosamente ofrece libertad y liberación de la desazón y del fatigoso trabajo de la vida. Pero más bien nos pone una cadena de esclavitud para pecar. En Romanos 6:16, el apóstol Pablo nos dice:

“¿No sabéis que, si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?”  (Romanos 6:16)

El hijo pródigo fue tentado por el atractivo de los “lugares lejanos” con la libertad del dominio de su padre. Sin embargo, el pecado le pagó y lo despidió con harapos (andrajos), lo dejó descalzo, con hambre y con trabajo pesado en un chiquero de cerdos. El pecado paraliza la voluntad, corrompe las afecciones o sentimientos, ciega el intelecto u ofusca la mente y esclaviza el alma. Pablo instó a Timoteo a que enseñara con mucha paciencia para que los que habían caído en pecado volviesen en sí y se restablecieran “y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2a a Timoteo 2:26).

Sansón, el travieso joven gigante liberal que se negó a tomar en serio el pecado, terminó ciego y sin fuerzas en el molino filisteo moliendo el grano de ellos. Este es un cuadro del poder esclavizante del pecado.

Consecuencias del pecado

El pecado separa de Dios.

El profeta Isaías le dijo al pueblo de Israel: “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:1–2). Antes que entrase el pecado en el huerto de Edén, Dios descendía al aire del día y hablaba con sus hijos. He aquí la santa comunión o compañerismo entre Dios y el hombre. El pecado alteró eso.

Cuando el pecado entró en la primera pareja humana, Dios, debido a su naturaleza santa, ya no pudo asociarse directamente con ellos. Fueron echados forzosamente de la presencia de él, y los querubines y una espada encendida impedían que ellos regresaran al huerto. Dios continuó bendiciéndoles y proveyéndoles, pero habían perdido esa comunión íntima que él tenía con ellos antes que el pecado echara a perder sus vidas. Si uno persiste en el pecado, será separado de Dios tanto en esta vida como en la vida por venir.

El pecado quita la paz del alma.

“No hay paz para los malos, dijo Jehová” (Isaías 48:22).

El rey David, después de su pecado con Betsabé, exclamó:

“Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí” (Salmos 51:3).

Judas Iscariote fue un miserable e infeliz después que traicionó al Señor. Sin duda Judas anduvo vagando toda la noche por las calles de Jerusalén temeroso de encontrarse con los demás apóstoles, atormentado por su propia conciencia hasta que finalmente, en un desesperado esfuerzo por aliviar la culpa de su alma, llegó corriendo a la colina del templo declarando:

 “Yo he entregado sangre inocente” (Mateo 27:3). Hablando de los inicuos, el apóstol Pablo dice: “Y no conocieron camino de paz”  (Romanos 3:17).

Tenemos el clásico ejemplo del rey francés. En un momento de debilidad, en contra de sus deseos fue inducido a firmar un decreto legalizando el asesinato de los hugonotes. El asesinato se llevaría a cabo en la víspera de la fiesta de San Bartolomé. Se indicaría eso tocando las campanas del templo. Se llegó la hora atroz e infame y simultáneamente las campanas de Notre Dame y de las demás grandes catedrales se echaron a vuelo en una furia de sonidos metálicos. Los asesinos se lanzaron a la matanza degollando y las calles de París se inundaron de sangre. Bien, el tiempo tiene sus grandes venganzas. El rey está muriéndose. ¿No es suave y tranquilo su lecho? ¿Será tranquila su muerte? ¿Qué dice la historia? Hasta en el momento de su agonía, sobresaltado en su almohada, exclama: “¿No oyen ustedes las campanas, las campanas?” Y cayó muerto sobre su almohada.

Sólo el Príncipe de paz que perdona el pecado, puede traer la paz que sobrepasa todo entendimiento.

“En vano busco el descanso en todo lo bien creado;Me deja todavía sin bendición y me hace anhelar a Dios.Y seguro en el descanso no puedo estar, hasta que mi corazón descanse en ti.”

El pecado trae sufrimiento.

El pecado le trajo sufrimiento a Eva aumentándole en gran manera los dolores en sus preñeces y alumbramientos (Génesis 3:16). El pecado le trajo dolor a Adán al trabajar arduamente para ganarse el sustento para su familia (Génesis 3:19). La tierra sufrió por la maldición que cayó sobre ella (Génesis 3:18; compárese Romanos 8:19–22). Finalmente, también a la serpiente se le hizo sufrir por la parte que tomó en la caída del hombre (Génesis 3:14–15). Cada cual y todas las cosas sufrieron al entrar el pecado en el mundo.

Alguien ha dicho que:

“la historia de nuestra raza es la de una marcha fúnebre desde la cuna hasta la tumba, a la música del suspiro de la viuda y el llanto del huérfano. Si todas las lágrimas derramadas desde el principio al fin se juntaran en solo volumen formarían un nuevo océano más profundo que el Atlántico y más ancho que el Pacífico. Si se reunieran en un solo volumen de ruido todos los gemidos expresados desde el principio hasta ahora, habría un estruendo más fuerte que jamás haya estallado en las montañas de los cielos. Si se juntaran todos los corazones quebrantados desde el Edén hasta el Getsemaní; incluso hasta el día de hoy, se formaría una nueva cadena montañosa más vasta que los Andes y más alta que los montes Himalaya.”

El pecado conduce a muerte.

El castigo por el pecado es muerte. “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). El profeta Ezequiel agrega: “…el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4b).

El pecado trae dos clases de muerte.
 Primero trae la muerte física.

Debido al cuerpo perfecto que Dios le había dado a Adán, a la muerte le tomó 930 años para destruirlo (Génesis 5:5). Pero sí lo hizo. Cada cementerio es un recordatorio silencioso hasta el día de hoy de que el castigo por el pecado es la muerte.

Segundo, el pecado trae muerte espiritual.

El apóstol Pablo les recordó a los cristianos tesalonicenses que cuando Cristo vuelva los que no conocen a Dios y los que no obedecen el evangelio de Jesús, “sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2a a los Tesalonicenses 1:9). La separación de Dios es muerte espiritual.

El remedio para el pecado

Haciendo frente al agobiante pecado por todos lados, el hombre está tentado a exclamar con Jeremías: “¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí médico?” (Jeremías 8:22).

Sí, hay bálsamo en Galaad y el gran médico Jesús está presto a administrarlo a cualquiera que le invoque. Dios le habló al pueblo de Israel, diciéndole:

“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: ‘si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).

En el Nuevo Testamento, a los pecadores se les dijo: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” (Hechos 3:19).

Jesús mismo proveyó el remedio con su sacrificio en la cruz.

El apóstol Pedro escribió:

“Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1a de Pedro 2:24).

El apóstol Pablo dice que “Cristo murió por nuestros pecados” (1a a los Corintios 15:3).

De nuevo declara Pablo que nuestra salvación “ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2a a Timoteo 1:10).

Su sangre limpia del pecado.

En Cristo “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7: cf. Romanos 3:25). Pedro confirma esto al decir: “sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1a de Pedro 1:18–19; cf. 1a de Juan 1:7; Apocalipsis 1:5).

Es necesaria la obediencia al Evangelio para lograr el remedio.

A los pecadores compungidos de corazón que preguntaron el día de Pentecostés, “¿Qué haremos?”, el apóstol Pedro les dijo:

“Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38; cf. Marcos 16:16).

Nuestra parte en el plan de Dios para quitar el pecado es:

Fe en Cristo.

la cual cambia la mente de indiferencia a confianza, de tal forma que destruye el amor al pecado.

 Arrepentimiento.

 que cambia la voluntad y destruye la práctica del pecado.

bautismo en Cristo.

que cambia la relación de incrédulo que está fuera de Cristo a creyente en Cristo, destruyendo así el estado del pecado.

Por esta obediencia somos inducidos a tener contacto con la sangre de Cristo que nos limpia y cura de todo pecado.

“¿Qué me puede dar perdón?

Sólo de Jesús la sangre.

¿Y un nuevo corazón?

Sólo de Jesús la sangre.”

¿Qué es el pecado original?

Es evidente que debe haber otra clase de pecado además del pecado actual (quebrantar un mandamiento). Si todas las personas son pecadoras y están sujetas a la muerte, como dice Pablo, hasta los que no han cometido un pecado actual, debe haber una clase de pecado imputado al hombre, distinto del pecado actual. De esa manera Pablo nos compele a reconocer la existencia de lo que los teólogos llaman pecado original.

Sólo hay una excepción al pecado original

¿Pero es cierto que todas las personas son pecadoras? ¿Incluso los recién nacidos? ¿Incluso los que no han nacido? David responde ¡Sí! Dice que tenemos la culpa del pecado original desde antes de nacer: “En maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5).

David fue pecador desde el primer momento de su existencia, desde su concepción. ¡Y no sólo David! Todas las personas, nacidas o aun no nacidas, son pecadoras ante Dios. La Biblia dice: “No se justificará delante de ti [Dios] ningún ser humano” (Salmo 143:2). “No hay diferencia, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:22, 23). “La Escritura lo encerró todo bajo pecado” (Gálatas 3:22).

La iglesia católica romana quiso hacer de María una excepción al problema universal del pecado original. El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pio IX proclamó que el alma de María, “en el primer instante de su creación… fue, por gracia y privilegio especial de Dios… preservada libre de toda mancha de pecado original”. Desde entonces, los católicos han celebrado la fiesta de la Inmaculada Concepción de María el 8 de diciembre. Enseñan que María fue libre de pecado y sin necesidad de un Salvador. Pero, la misma María admitió que tenía el problema del pecado cuando dijo que Dios es su Salvador (Lucas 1:46, 47).

Hubo sólo una concepción inmaculada, la concepción del hijo de María, Jesucristo. Él fue inmaculadamente concebido por el Espíritu Santo. Como fue concebido de manera sobrenatural, sin padre humano, Jesús no fue culpable del pecado original, ni fue culpable de ningún pecado actual. La Biblia dice que fue “tentado en todo, según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15).

Ni aun los 40 días de intensa tentación por parte del diablo en el desierto pudieron producir una grieta en la armadura de su inocencia (Lucas 4:1–13). Cuando Jesús retó a sus enemigos a probar que él era culpable de pecado, no pudieron responder directamente a su reto (Juan 8:46).

¿Cómo se trasmite el pecado original?

Hemos visto que Adán fue creado a imagen de Dios para ser perfectamente santo y justo (Génesis 1:27). También hemos remontado la pérdida de la inocencia de Adán a su caída en pecado (Génesis 3:1–8). Con ese trasfondo, es significativo que cuando la Biblia informa la llegada de la descendencia de Adán, no dice que Adán tuvo hijos que fueron hechos a la imagen de Dios, sino “a su semejanza, conforme a su imagen” (Génesis 5:3). Eso sólo puede significar que cuando Adán engendró hijos, ellos nacieron a la pecaminosa imagen de su padre y no a la imagen de Dios.

Eso concuerda con lo que Jesús le dijo a Nicodemo: “Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). La carne engendra carne, de los pecadores nacen pecadores. Nuestra carne pecadora, nuestra naturaleza corrupta y pecaminosa que se opone a que entremos en el reino de Dios, viene de la carne pecadora de nuestros padres.

El problema es la semilla pecaminosa y corrupta de la que estamos formados. Entonces es claro que el pecado original se trasmite por medio de la reproducción. Las confesiones luteranas dicen: “El pecado original se propaga de una semilla pecaminosa mediante la concepción y nacimiento carnales por parte de los padres”.

Algunos creen que la naturaleza humana que heredamos de los padres es pura o neutra, que los niños nacen con capacidad para el bien y para el mal y llegan a ser buenos o malos cuando imitan a las personas que los rodean. Pero las palabras de Pablo a los efesios no permiten esa confianza en la bondad humana: “Éramos por naturaleza hijos de ira” (2:3). Incurrimos en la ira de Dios no porque imitemos el mal ejemplo de nuestros padres y de otros, sino por causa de la naturaleza pecaminosa que tenemos al nacer.

¿Qué tan serio es el pecado original?

La evidencia bíblica hace imposible creer que el hombre sea inherentemente bueno. Después del diluvio Dios hizo una evaluación pesimista de los poderes espirituales del hombre. En una época en la que sólo estaban los creyentes Noé y su familia viviendo en la tierra, Dios dijo que el corazón del hombre se inclina al mal desde su juventud (Génesis 8:21).

El apóstol Pablo confesó la absoluta falta de poder espiritual en la naturaleza que él heredó de Adán: “Yo sé que, en mí, esto es en mi carne, no habita el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18).

La Biblia dice que la corrupción de la naturaleza del hombre es ceguera espiritual. La comprensión que tiene el hombre de la voluntad de Dios está oscurecida (Efesios 4:18). El hombre no puede aceptar las verdades espirituales que vienen del Espíritu de Dios, porque son locura para él (1 Corintios 2:14).

Con la naturaleza que heredó de Adán, el hombre está también espiritualmente muerto (Efesios 2:1), y no tiene poder para llegar a una vida espiritual. Peor aún, por el pecado original, el hombre es enemigo de Dios. Pablo dice:

“Los designios de la carne son enemistad contra Dios” (Romanos 8:7).

Como la naturaleza corrupta del hombre lo hace espiritualmente ciego, muerto y enemigo de Dios, no puede entrar por sí mismo en relación con Dios, ni quiere hacerlo. ¡Ciertamente el pecado original es serio!

El pecado original: una definición

Una de las confesiones luteranas, la Fórmula de Concordia, define el pecado original de la siguiente manera:

El pecado original es la completa carencia o privación… de la imagen de divina, según la cual el hombre fue creado originalmente en la verdad, santidad y justicia; y, al mismo tiempo, es la incapacidad e ineptitud para hacer las cosas divinas… El pecado original (en la naturaleza humana) no consiste únicamente en la ausencia total de todo lo bueno en asuntos espirituales y divinos, sino que en vez de la imagen divina que el hombre perdió, ese pecado es al mismo tiempo también una corrupción profunda, malvada, horrible, insondable, inescrutable, e indecible, de toda la naturaleza humana y sus facultades… Así todos nosotros, por inclinación y naturaleza heredamos de Adán tal corazón, sentimiento, y pensamiento, que, según sus supremas facultades y la luz de la razón, se oponen natural y diametralmente a Dios y sus supremos mandamientos, particularmente en lo que respecta a asuntos divinos y espirituales… El castigo que por causa del pecado original Dios ha impuesto sobre los hijos de Adán consiste en lo siguiente: La muerte, la condenación eterna.

Note que el pecado original se describe no sólo en términos negativos, como ausencia de la imagen de Dios y falta total de bien en asuntos espirituales, sino también en términos positivos, como un mal que está presente, un estado mental diametralmente opuesto a Dios.

La depravación total y la impotencia espiritual que tenemos por causa del pecado original se destacan por la acumulación de términos: “incapacidad”, “ineptitud”, “insondable” y “corrupción profunda”. Se declara la universalidad y la fuente del pecado original: “Heredamos de Adán… el castigo que por causa del pecado original Dios ha impuesto… la muerte, la condenación eterna”.

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George Whitefield

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