LA DEIDAD DEL ESPÍRITU SANTO [Hebreos 10:14–16 ]

LA DOCTRINA DEL ESPÍRITU SANTO
Tabla de contenidos

¿Quién es el Espíritu Santo y cuál es su misión?

El Espíritu Santo es Dios. Él toma parte de la esencia de Dios, la cual se difunde en, (o llena a), cada miembro de la Deidad. Cada miembro de la Trinidad subsiste en la esencia total e indivisible, simultánea y eternamente. El Espíritu es coigual, coexistente y coeterno con el Padre y el Hijo.

Se Identifica al Espíritu Santo con el Dios del Antiguo Testamento

Al comparar Hebreos 10:14–16 con Jeremías 31:33, es claro que lo que Yahvé dice en Jeremías lo declara el Espíritu Santo en Hebreos. Esto es en referencia al nuevo pacto. La profecía de Jeremías dice: “Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová [Yahvé]”. El autor de Hebreos escribe: “Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: ‘Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días…’ ” (He. 10:15–16).

De manera similar Pablo invoca la maldición de Isaías 6 sobre los tercos líderes religiosos de Israel que venían a él cuando se encontraba en Roma bajo arresto domiciliario. Él hizo esto por la incapacidad que tenían de creer las Escrituras veterotestamentarias acerca de Jesús y el destino del reino mesiánico a partir del Calvario y el Pentecostés. 

Pablo dice que el Espíritu Santo habló por medio de Isaías al anunciar juicio severo a causa de la incredulidad (Hch. 28:25; cf. Is. 6:1–13), mientras que por su parte el profeta del Antiguo Testamento dice que estas palabras provenían de Adonai (Is. 6:8, 11). 

El Salmo 95:6–11 registra la advertencia que provenía de “Jehová [Yahvé] nuestro Hacedor” contra la dureza de corazón porque él es el Dios [Elohim] de Israel (Sal. 95:6). Pero el autor de Hebreos, en uno de sus pasajes de advertencia, le atribuye las mismas palabras al Espíritu Santo (He. 3:7–9).

El uso intercambiable del Espíritu Santo por el Dios del Antiguo Testamento apunta a la conclusión que ambos pertenecían a la misma deidad, ambos eran uno y el mismo Dios. De gran ayuda resulta el resumen que hace Charles Hodge acerca de este punto: “En el Antiguo Testamento, todo lo que se dice de Jehová se dice del Espíritu de Jehová; y por ello, si este último no es una mera paráfrasis del primero, tiene necesariamente que ser divino”.

David Wells nos enseña que la deidad del Espíritu Santo se muestra en el uso de palabras tales como santo, una designación en el Antiguo Testamento perteneciente a Dios y un adjetivo atribuido al Espíritu 80 veces en el Nuevo Testamento. Wells también apunta que la palabra gloria en el pensamiento bíblico denota deidad. En el Antiguo Testamento, Dios es el “Dios de gloria” (Sal. 29:3); en el Nuevo Testamento, Jesús es el “Señor de gloria” (1 Co. 2:8) y al Espíritu Santo se le llama el “Espíritu de gloria” (1 P. 4:14, LBLA).

Digresión: El “Espíritu de Dios” en el Antiguo Testamento

Debido a que el Antiguo Testamento carece de una doctrina totalmente revelada de la tri-unidad de Dios, la idea del Espíritu Santo como tercer miembro de la Trinidad tampoco está revelada claramente. ¿Cómo se veía entonces al Espíritu Santo en los tiempos del Antiguo Testamento? Hay varios factores a considerar.

(1) En sentido negativo, el Espíritu Santo no era visto como una simple fuerza, influencia o poder abstractos, tal como se apunta anteriormente (Zac. 4:6). Ni tampoco se veía como el poder ejercido por Dios del cual Dios mismo era separado (Is. 63:10, LBLA —Israel contristó su Espíritu Santo por lo cual Dios se convirtió en su enemigo).

(2) En sentido positivo, el Espíritu de Dios en el pensamiento veterotestamentario era Dios mismo. Él era una persona activa, no una substancia comunicada al hombre. Esto lo podemos ver desde diferentes ángulos.

(a) El concepto de monoteísmo o la unicidad de Dios. El Dios de Israel es absoluto, él es el único Dios que existe. La afirmación: “Jehová [Yahvé] nuestro Dios [Elohim], Jehová uno es” (Dt. 6:4), era un compromiso de lealtad al Dios del pacto y a la religión civil de la nación, la adoración al Dios verdadero. La unidad en este caso no es numérica, sino más bien enfatiza el carácter absoluto y la excepcionalidad infinita de la Deidad de Israel. Como tal, Yahvé era personal pero no tripersonal en su pensamiento.

(b) Las descripciones de la actividad del Espíritu identifican al Espíritu con Dios mismo en el pensamiento del Antiguo Testamento. Cuando el Espíritu obraba, era Dios quien obraba. Esto era verídico ya fuese Israel, el mundo o el individuo sobre quien obrara el Espíritu. Por ejemplo, Dios mismo supervisaría, por medio del Espíritu, la construcción del Segundo Templo del periodo posterior al exilio (Zac. 4:6).

(c) El hecho de que el nombre del Espíritu acompañe el nombre de Dios nos dice de la identidad del Espíritu con Dios. Esto puede observarse en expresiones tales como “Espíritu de Dios” (Gn. 1:2), “mi Espíritu” (Zac. 4:6), “Espíritu de Jehová [Yahvé]” (Jue. 3:10), “soplo del Omnipotente” (Job 33:4). El Espíritu de Dios, en el concepto del Antiguo Testamento, puede haberse formado sobre la idea del espíritu del hombre. El espíritu del hombre era la mente, la voluntad y la acción del hombre.

(d) El paralelismo del Salmo 139:7 en el cual David, al contemplar la grandeza de Dios, comenta acerca de algunos de los atributos “omni” de Dios. Respecto a la omnipresencia del Señor dice: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?” El Espíritu y la presencia de Dios están colocados en paralelo. Quizás se podría llamar al Espíritu la “presencia de poder” de Dios, en un intento de separar el Espíritu de la fuerza abstracta por una parte e identificar al Espíritu con Dios mismo por la otra.

En ocasiones se coloca al Espíritu en paralelo con el “rostro” de Dios, una expresión antropomórfica de la presencia de Dios. Tal es el caso en Ezequiel 39:29: “Ni esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi Espíritu sobre la casa de Israel, dice Jehová el Señor”. Este texto habla acerca de la restauración escatológica de Israel al favor del pacto de Dios y a la prominencia internacional en el reino mesiánico. Al hablar de la preservación de Dios de su creación, el salmista, como es característico haciendo omisión de un segundo agente causal, también iguala al Espíritu con el rostro de Dios, diciendo: “Escondes tu rostro, se turban… Envías tu Espíritu, son creados” (Sal. 104:29–30).

(e) El paralelismo existente entre el Ángel de Jehová (Yahvé) y el Espíritu de Jehová (Yahvé) también resulta útil a la hora de identificar el Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento. El Ángel de Yahvé era Dios entre los hombres; el Espíritu de Yahvé era Dios dentro de los hombres. Es probable que el Ángel fuese poco entendido, si es que en alguna manera lo fue, como una persona distintiva del Padre, o sea, un segundo miembro de la Divinidad (aunque, cf. Zac. 1:12, un texto que data del 520 a. de C., muy al final de la revelación del Antiguo Testamento4). Si eso fue así, entonces ni el Espíritu de Dios sería completamente entendido como el tercer miembro de la Trinidad, ni siquiera como una persona distintiva del Padre. En Génesis 31:11–13 y en otros lugares, el Ángel es Dios. Es muy probable que esta fuese la manera en que las personas del Antiguo Testamento vieran al Espíritu de Dios.

Se le Llama Dios al Espíritu Santo

Existen contextos en los que el Espíritu Santo se identifica con Dios y es llamado Dios de una manera tan inconfundible que ciertamente ha de ser entendido como verdaderamente Dios. En su último canto revelador, David iguala al Espíritu Santo con Dios: “El Espíritu de Jehová ha hablado por mí… El Dios de Israel ha dicho…” (2 S 23:2–3). Ananías y Safira mintieron al Espíritu Santo y al hacerlo así le mintieron a Dios (Hch. 5:1–4). Pablo enseñaba que la iglesia local es el templo de Dios porque el Espíritu de Dios habita en ella (1 Co. 3:16). El Espíritu habita en la iglesia porque él mora en cada creyente de manera individual. Un poco más indirectamente, el apóstol enseñaba que el Espíritu Santo que habita dentro del cuerpo del creyente es de Dios y es causa de que Dios sea glorificado a través de la vida de la persona (1 Co. 6:19–20). Lo que se sugiere es que el Espíritu es Dios y su morada en el creyente es causa de que los cristianos honren y glorifiquen a Dios con cada cosa que hagan.

El Espíritu Santo Tiene los Atributos de Dios

Los atributos de Dios son las cualidades o propiedades que son inherentes a Dios y manifiestan su sustancia. Toda la esencia de Dios se muestra en cada uno de sus atributos y cada atributo pertenece intrínsecamente a la esencia. Los atributos no existen independientemente; no son partes separadas de un Dios compuesto. Como tal, si el Espíritu posee estos atributos, entonces él es Dios porque Dios es lo que son sus atributos. A continuación veremos algunos de estos atributos divinos que el Espíritu exhibe.

Omnisciencia

La omnisciencia es ese conocimiento que posee Dios y que incluye todas las cosas pasadas, presentes y futuras, inmediata, simultánea y eternamente, sean cosas reales o posibles. Dios posee todo su conocimiento en una intuición eterna. Isaías contrasta al Dios verdadero—el Dios de Israel, el Dios del pacto—con ídolos y dioses falsos, a veces con un leguaje altamente satírico (para no decir sarcástico). En una ocasión él pregunta de manera retórica: “¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová, o le aconsejó enseñándole?” (Is. 40:13). Se cuestiona si en este pasaje ruach se refiere al Espíritu Santo. (RVR60, LBLA, [NASB, KJV, NLT, ESV; versiones en inglés]) o a la mente del Señor (las versiones en inglés NIV y NET). Si es el Espíritu, la idea es que a él no le han enseñado nada ni ha aprendido nada porque él es omnisciente; no necesita información concerniente a ningún aspecto de la creación (vs. 14–17).

En la Primera Epístola a los Corintios capítulo 2, Pablo tiene cuidado a la hora de trazar el origen del mensaje cristiano a partir de la revelación de Dios que es la sabiduría y el poder de Dios (v. 5). Era una información cognitiva y proposicional de “cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre” (v. 9). La razón: “Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” (v. 10). El cristianismo es una religión revelada, y dicha revelación vino a través del Espíritu Santo quien está eminentemente calificado para revelar a Dios, porque él también es el Dios revelado. Él “todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (v. 10). Él conoce la persona y la mente de Dios de manera exhaustiva, lo cual quiere decir que él es omnisciente porque él es Dios.

Omnipresencia

Omnipresencia significa que Dios está en el universo, presente en todas partes al mismo tiempo, llenando cada parte de él con todo su ser. Dios se encuentra por encima, o podríamos decir que trasciende infinitamente, la creación porque él es el creador y todo lo demás es su creación. Pero en un sentido cierto y definido él también es inmanente en la creación en todo su ser infinito. El Espíritu Santo posee el atributo divino de la omnipresencia y por lo tanto es Dios.
David conocía a Dios de manera íntima y de una manera teológicamente informada, y se encontraba, entre otras cosas, muy impresionado con la omnipresencia de Dios y preguntaba: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?” (Sal. 139:7). Entonces continúa enumerando una serie de lugares a donde no puede huir y esconderse porque Dios siempre estará ahí.

Omnipotencia

Por medio de su inagotable poder, Dios puede hacer todo lo que sea consistente con su carácter y voluntad. Él puede lograr, sin esfuerzo alguno, todo lo que sea objeto de su poder sin disminuir su energía en lo absoluto. El Espíritu Santo es todopoderoso en ese sentido porque él es Dios.
El Salmo 104 es un gran testimonio de la preservación del universo por el poder de Dios. Lo que Dios ha creado por su omnipotencia lo preserva mediante ese mismo poder el cual el salmista atribuye al Espíritu Santo: “Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra” (Sal. 104:30). “Creados” (bara) y “renovado” son paralelos que sugieren preservación en vez de creación ex nihilo.

El ángel Gabriel le apareció a la virgen María y le anunció el futuro embarazo milagroso mediante el cual llegaría el mesías de Israel. Esto se lograría mediante la omnipotencia del Espíritu Santo. Gabriel anuncia, “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lc. 1:35). El Espíritu Santo es colocado en paralelo al poder del Altísimo, poder que se refiere a la milagrosa omnipotencia de Dios.

Eternidad

La eternidad de Dios quiere decir que su existencia no se puede medir por el tiempo. Él posee el pasado, presente y futuro de su ser en un presente indivisible que va más allá de todas las limitaciones temporales, y así lo hace sin comienzos ni final. En ese sentido el Espíritu Santo es eterno.
Jesús promete a sus discípulos que en la nueva dispensación del Espíritu él llevaría a cabo ministerios en el interior de las personas, ministerios que hasta ese momento no habían sido experimentados, y él le atribuye todo esto al hecho de que el Espíritu estaría con ellos siempre (Jn. 14:16). De la misma manera, el autor de Hebreos habla del logro de la expiación de Cristo diciendo que fue mediante el Espíritu. Fue por medio del Espíritu eterno que Cristo se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios (He. 9:14).

Amor

El amor divino puede definirse como aquel que está en Dios y que lo mueve a dar de sí mismo y sus dones de manera gratuita, espontánea y eterna a seres personales sin distinción de sus méritos o respuestas. Los humanos son incapaces de un amor así, pero el Espíritu lo posee y lo manifiesta constantemente.
Pablo insta a los creyentes de Corinto a que “por el amor del Espíritu” oraran por él mientras hacía la voluntad de Dios, queriendo ser “librado de los rebeldes que están en Judea” y también para que pudiera tener un ministerio aceptable a los santos (Ro. 15:30–32).

Santidad

El atributo de la santidad denota, en lo fundamental, la pureza moral de Dios, su separación de todo lo que es moralmente inmundo y malvado. Su mismo nombre, Espíritu Santo, da testimonio del hecho de ser partícipe del atributo de la santidad divina que invade a los tres seres de la Deidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo son todos uno y la misma esencia y por lo tanto todos son uno y el mismo Dios. Por el hecho de ser santo, el Espíritu no ha de ser contristado por nada ajeno a su carácter moral infinito de santidad (Ef. 4:30).

Verdad

La verdad en este caso tiene que ver con la veracidad del Espíritu; su conocimiento y sus declaraciones se conforman eternamente a su ser. Al igual que el Padre y el Hijo, él conoce y representa las cosas tal y como son, y las cosas son lo que son por virtud de su lugar en el consejo eterno del Dios trino. Juan, a punto de culminar su primera epístola, afirma la persona del Jesús histórico como el Dios-hombre de la historia de la salvación, especialmente su naturaleza total y genuinamente humana que fue tan esencial para lograr la redención de los seres humanos. Esto fue atacado y negado con argumentos platónicos por al menos un gnosticismo incipiente que parecía ser la principal preocupación que tenía Juan.

En la doctrina juanina, el Espíritu Santo testifica (tiempo presente) del Hijo “porque el Espíritu es la verdad” (1 Jn. 5:6). Él es la verdad máxima y por lo tanto un testigo competente de Jesucristo, una revelación del Dios verdadero en autentica humanidad. Este es un despliegue de verdad tan exclusivo que ninguna categoría de cognición meramente humana sería adecuada para clasificarla. Es una información tan totalmente indescifrable para la investigación humana que solo puede ser recibida de parte de Dios y luego anunciada o proclamada. Este testimonio que da el Espíritu de Cristo nació en su bautismo (Jn. 1:32—el “agua” de 1 Jn. 5:6), y permaneció hasta su muerte en la cruz (la “sangre” de 1 Jn. 5:6) y continúa hasta hoy (tiempo presente de “da testimonio” en 1 Jn. 5:6).

El Espíritu Santo Ejecuta las Obras de Dios

Hay acciones que solamente se pueden ejecutar o lograr por la deidad absoluta. En un sentido real, solamente Dios puede hacer las cosas que Dios hace y esas cosas son infinitas en alcance. Este es necesariamente el caso, pues nada existe en el hombre como existe en Dios.
Pero hay algo muy ínfimo en cuanto a actividad que el hombre puede lograr y que replica en un nivel finito la actividad de Dios. Sin embargo, también existe un ejercicio de poder que es privativo solamente de Dios y que se eleva al nivel de lo milagroso. Las Escrituras indican que el Espíritu Santo ejecuta las obras que solo Dios puede hacer, demostrando así que él es Dios. Podemos observar algunas de estas obras.

Creación

El Espíritu Santo estuvo activo en la creación original y en otras situaciones creativas ya sea directa o indirectamente. El relato de la creación original afirma que en el día 1, después que Dios en un acto creativo hubiese hecho los cielos y la tierra “desde cero” (Gn. 1:1), “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gn. 1:2). “Se movía” (participio piel de rachaph) denota rondar sobrevolando, un poco de manera protectora, como un águila que sobrevuela sobre su nido con sus crías (cf. Dt. 32:11). Todo lo que esto implica no se expresa, pero sin dudas trasciende las leyes naturales de la física. Como H. C. Leupold sugiere, quizás el Espíritu se encontraba en ese momento estableciendo las bases mismas para todas las leyes de la física.

Regeneración

La regeneración es la impartición de la vida espiritual a lo que está espiritualmente muerto. Es un milagro creativo en el ámbito moral que solo Dios puede hacer. El profeta Ezequiel habla de la regeneración escatológica de Israel en términos de una visión de huesos secos que cobran vida en un valle (Ez. 37). Los huesos representan a Israel en un estado de muerte nacional, esparcidos y dispersados en diferentes “tumbas” entre todas las naciones del mundo gentil. Esta es una condición de apostasía espiritual y de estar fuera del favor de Dios establecido mediante pacto durante el tiempo de los gentiles. Lo que se necesitaba era que nueva vida fuera soplada en los huesos secos, y Dios hace esto mediante su Espíritu Santo quien regenera el remanente al final del periodo de la tribulación y restaura la nación a su tierra y al favor que había recibido mediante el pacto (vs. 12–14). Las palabras de Dios mediante el profeta son claras: “Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo Jehová hablé, y lo hice, dice Jehová” (v. 14).

Jesús le enfatiza esta misma obra vivificadora del Espíritu a Nicodemo, un maestro de renombre en el Israel del primer siglo quien tenía dificultad para entender el nuevo nacimiento. El mensaje del Señor fue directo y sencillo: “que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). La respuesta incrédula de Nicodemo fue: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?” (v. 4). Jesús aquí interpreta el nuevo nacimiento en términos de nacer del agua y del Espíritu (v. 5), siendo ambos elementos metafóricos de la regeneración. Solo Dios puede impartir la vida espiritual y eterna, y debido a que el Espíritu puede llevar a cabo tal nacimiento, él es Dios. La frase de Pablo para el milagro moral de la salvación es “el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tit. 3:5).

Resurrección de los Muertos

Solo Dios puede hacer que un muerto cobre vida, o autorizar y dar poder para hacer algo así; solo él tiene inmortalidad inherente (1 Ti. 6:16). En resumen, solamente él puede llevar a alguien de la muerte a la vida. En algunas de las ocasiones en las que se registran actos de resurrección en las Escrituras vemos que hay un elemento humano de por medio, pero dicho instrumento no aporta poder de inmortalidad de manera tal que haga surgir vida de la muerte. Más bien, esa es una prerrogativa que solo le pertenece a Dios. En sí, debido a que el Espíritu Santo puede resucitar a los que se encuentran muertos físicamente, entonces ejerce una función que solamente Dios puede hacer; por lo tanto él es Dios.
Parte de los beneficios del “Espíritu de vida en Cristo Jesús” (Ro. 8:2) es la resurrección de los creyentes en el escatón. La promesa de la resurrección de los santos se manifiesta en el poder del Espíritu que resucitó a Cristo de entre los muertos en su logro triunfante de expiación. “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Ro. 8:11).

Inspiración de las Escrituras

La realización de las Sagradas Escrituras por el Espíritu de Dios usando a los seres humanos y su lenguaje como instrumentos es un milagro que solo le corresponde al Dios vivo y verdadero. La inspiración de la Biblia como tal es la obra del Espíritu, pero no se ha de pasar por alto su supervisión de todo el proceso que consistió en traer la revelación verbal a los humanos en forma escrita. Las seis etapas en la doctrina de las Escrituras son

(1) La preparación de los autores humanos; (2) la revelación de la información que ha de ser registrada; (3) la inspiración como tal de los documentos; (4) la preservación del mensaje en los manuscritos; (5) la iluminación del lector para que pueda entender y asociar el mensaje de Dios; y (6) la interpretación correcta del texto de manera tal que la comunicación de la verdad de Dios sea entendida y aplicada. Cada uno de éstas es obra del Espíritu Santo en parte o en su totalidad.

Pedro expresó la confluencia del Espíritu con los autores humanos en inspiración técnica diciendo que fueron “inspirados por el Espíritu Santo” mientras hablaban de parte de Dios (2 P. 1:21). Este es un milagro que, debemos confesar, no tiene una explicación física o psicológica satisfactoria. La información más pequeña que esto nos trasmite es que las Escrituras no son de origen humano, que los autores humanos eran entes esencialmente pasivos en la recepción de la revelación verbal de Dios y que de ninguna manera ellos originaron el mensaje divino de la Biblia. Ese mensaje fue totalmente de parte de Dios a través de la actividad del Espíritu Santo.

La Concepción de la Naturaleza Humana de Cristo en la Virgen María

La persona teantrópica de Cristo (o sea, convertirse en Dios-hombre) es una obra que solamente el Dios omnipotente puede hacer. El hecho de que la naturaleza divina y la naturaleza humana, en la total integridad de cada una, puedan unirse en una persona indivisible, va más allá de la comprensión humana y mucho más aun de la capacidad humana. Pero un acto como este fue el que el Espíritu Santo llevó a cabo, cuando en el vientre de María unió el Logos eterno con la naturaleza humana proveniente de su madre en lo que constituyó la persona única y exclusiva de Jesús de Nazaret (Lc. 1:35).

Convicción de Pecado

Convicción significa estar convencido mentalmente de la verdad de un dato o proposición en análisis. En este caso el Espíritu convence al mundo perdido de su pecado moral, de la necesidad y la disponibilidad de la justicia necesaria para presentarse delante de Dios, y del principio del juicio divino que deben enfrentar todos los seres racionales (Jn. 16:8–11). Aunque en el Antiguo Testamento la convicción se muestra a menudo en el caso de una persona convenciendo o reprendiendo a otra (Pr. 15:12; Am. 5:10), ha de entenderse que es el Espíritu obrando a través del instrumento humano el que logra el verdadero convencimiento. Un ser humano puede lograr que otro se sienta culpable por una razón u otra, pero solo Dios puede producir una certidumbre de culpa moral por haber ofendido su santidad infinita. Debido a que el Espíritu acompaña su ministerio de convicción en cada contacto con la revelación verbal de Dios, él está haciendo lo que solo Dios puede hacer.

El Espíritu Santo se Encuentra Asociado a Dios de tal Manera Que se le Considera Igual a Dios

Como se mencionaba anteriormente, hay asociaciones del Espíritu Santo con la persona del Padre y la persona del Hijo que demuestran la personalidad propia del Espíritu. Sin embargo, examinando más detenidamente estas asociaciones también se demuestran su personalidad divina o su deidad (su igualdad en esencia con el Padre y el Hijo). Existen muchos textos e incidentes que hablan de esto explícitamente. Ciertamente, hay que tener en cuenta la simetría de asociación en cada caso. Es decir, el Espíritu se asocia con las otras dos personas de la deidad de tal manera que también se le debe considerar una persona divina, de lo contrario se daría pie a la confusión y a la falta de entendimiento.

En el bautismo de Jesús, el Padre habló desde el cielo y el Espíritu descendió en forma de paloma (Mt. 3:16–17). El mandato de la gran comisión es bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt. 28:18–20). Los dones espirituales que aparecen en el listado de 1 Corintios incluyen el mismo Espíritu, el mismo Señor y el mismo Dios (1 Co. 12:4–6). La llamada bendición apostólica al final de la segunda carta de Pablo a los corintios asocia las tres personas de la deidad de igual manera (2 Co. 13:14). La carta del apóstol a los efesios dice que “por medio de él [Cristo] los unos y los otros [es decir, judíos y gentiles] tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Ef. 2:18). Y Pedro anima a los creyentes perseguidos con la realidad de que fueron “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (1 P. 1:2).

Al entender la personalidad de cada uno de los tres miembros de la Trinidad, estas asociaciones también dan testimonio de la igualdad en deidad entre cada uno de ellos. No se puede sustituir el nombre de un ser humano supuestamente notable, mucho menos el de una falsa deidad, sin crear una obstrucción trascendental de la simetría que se quiere. Y esto no es simplemente una cuestión de convención, hábito o tradición cristiana; es un método intencional que muestra la deidad en cada uno de los casos, en particular el del Espíritu Santo. Rechazar la deidad del Espíritu Santo es repudiar la autoridad de las Escrituras sobre la teología.

LA DEIDAD DEL ESPÍRITU SANTO

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