LA EPÍSTOLA A LOS ROMANOS [57dc]

LA EPÍSTOLA A LOS ROMANOS
Tabla de contenidos

La Epístola a los Romanos: Pablo, el Amanuense y el Mensaje Divino

El Rol de Tercio en la Epístola a los Romanos: Colaboración Divina

Introducción:

La Epístola a los Romanos es una de las obras más influyentes y profundas en el cristianismo, escrita por el apóstol Pablo. 

Sin embargo, detrás de esta carta se encuentra una historia fascinante de colaboración divina. 

En este artículo, exploraremos el papel de Tercio, el amanuense mencionado en Romanos 16:22, y cómo su labor desempeñó un papel esencial en la transmisión de este mensaje inspirado.

Sumérgete en los detalles de esta carta y descubre cómo la mano de Dios guió tanto al autor como a su escriba en la creación de esta epístola fundamental.

Posiblemente Pablo le escribió esta carta a la iglesia en Roma a mediados de la década del 50 d.C. desde Corinto en Grecia. Rom 1:1 menciona a Pablo como el autor de Romanos. No obstante, es importante observar que Pablo se valió de un amanuense (un escriba o secretario) para escribir la carta (Tercio, a quien se menciona en Rom 16:22).

La responsabilidad del amanuense iba desde registrar lo dictado hasta componer el contenido mismo, el cual luego el autor revisaba y aprobaba.

Fecha

Pablo escribió Romanos alrededor del final de su tercer viaje misionero, posiblemente alrededor del 57 d.C.. En esta carta afirma que ha llenado del evangelio de Cristo desde Jerusalén hasta Ilírico (Rom 15:19) de tal manera que ya no había trabajo para él en esa región (Rom 15:23). 

El territorio entre Jerusalén e Ilírico abarca todos los lugares que Pablo visitó en sus viajes misioneros. Esto encaja con su deseo de ir a España en el lejano occidente, donde aún no se había predicado sobre Cristo (Rom 15:20, 24).

La exhortación de Pablo a la iglesia de Roma a pagar los impuestos (Rom 13:6–7) parece ajustarse a la controversia sobre los impuestos en Roma a fines de la década del 50 d.C. Tal vez la implicancia más significativa de la fecha de esta carta es que se escribió durante el “punto culminante de la obra misionera de Pablo”.

Lugar

Probablemente Pablo escribió Romanos desde Corinto en Grecia. En su carta dice que iba camino a Jerusalén antes de dirigirse a España (Rom 15:25). Esto concuerda con el escenario que se describe en Hech 20:2–3 y Hech 16 en donde Pablo pasó tres meses en Grecia cuando regresaba a Jerusalén. 

Probablemente escribió Romanos durante su última visita a la iglesia de Corinto (ver 1 Cor 16:6; 2 Cor 13:1, 10). En Rom 16:1, Pablo elogia a Febe quien era de Cencrea, un puerto de Corinto. 

Gayo, a quien se menciona en Rom 16:23, es posible que haya sido el residente de Corinto bautizado por Pablo (1 Cor 1:14). Erasto, el tesorero de la ciudad (Rom 16:23), probablemente era el comisionado de Corinto a quien se menciona en una inscripción que se encontró allí . 

Manuscritos posteriores de Romanos incluyen una suscripción que afirma que se escribió desde Corinto y que Febe la entregó.

Receptores

La iglesia de Roma fue la audiencia original de esta carta. La omisión de la dirección de la iglesia en Roma (Rom 1:7; ver también Rom 1:15) en algunos manuscritos es probable que se deba a un deseo de destacar la aplicación universal de la carta a todos los cristianos.

La fundación de la iglesia en Roma. No está claro cómo se desarrolló la iglesia en Roma. Fuentes extrabíblicas indican que la comunidad judía de la Roma del primer siglo era del orden de decenas de miles (ver Jewett, Romans, 19, 55, 61–62). Esto se debe a que Pompeyo deportó a muchos judíos a Roma en el 62 a.C. Después que fueron liberados, los judíos crecieron en número e influencia.

Ambrosiaster escribió que la iglesia en Roma no se desarrolló a partir del ministerio apostólico. Es posible que los judíos romanos de la diáspora se hubieran convertido al cristianismo por el sermón de Pedro en Pentecostés (Hech 2:5, 10) y que luego llevaran el mensaje a Roma. Suetonio dice que Claudio expulsó a los judíos de Roma por la “incitación de Crestus” (probablemente un error de ortografía del griego Χριστος, Christos, “Cristo”) entre la comunidad judía de Roma. Priscila y Aquila fueron expulsados de Roma con el resto de los judíos y se trasladaron a Corinto (Hech 18:2), posiblemente alrededor del 40 d.C. (Moo, Romans 1–8, 5).

Alrededor del 180 d.C., Ireneo escribió: “Pedro y Pablo predicaron en Roma y establecieron las bases de la iglesia” (Haer. 3.1.1). Es posible que esto se refiera al ministerio de Pablo a la iglesia de Roma después que ya se había formado y que había crecido a partir de los judíos romanos que se habían convertido en Pentecostés (ver Hech 28:16, 30–31). 

Como los ministerios de Pedro y Pablo son apostólicos, todavía se considerarían “fundacionales” (ver Efe 2:20). 

No obstante, si esta es una referencia al establecimiento inicial de la iglesia de Roma, entonces es incorrecta; Pablo dice que no había visitado la iglesia allí y que ya estaba establecida (Rom 1:10, 13; 15:14, 22; 16:5).

El Catalogus Liberianus (354 d.C.) dice que Pedro fue el único fundador de la iglesia de Roma. Sin embargo, la comunidad cristiana de Roma parece haber comenzado en el 35 d.C., haciendo muy difícil que Pedro hubiera estado allí en esa época como para ser su fundador.

Composición étnica. La comunidad a la que Pablo le escribió era un grupo mixto de cristianos judíos y gentiles. En Rom 11:13, Pablo se refiere a su audiencia directamente como “a vosotros hablo, gentiles”. Se refiere a su ministerio a τοις εθνεσιν (tois ethnesin), “las naciones” o “los gentiles” (Rom 1:5). También reconoce la presencia judía. Saluda a Priscila y Aquila, quienes eran judíos cristianos (Rom 16:3; comparar Hech 18:2); Andrónico, Junias, y Herodión se nombran como “parientes” de Pablo (Rom 16:7, 11). Se refiere a sus lectores como aquellos que ya no están bajo la ley (Rom 6:14–15; 7:4) y como quienes conocen la ley (Rom 7:1). También, se refiere a Abraham como “nuestro” antepasado “según la carne” (Rom 4:1).

Aunque hubiera habido prosélitos gentiles entre las congregaciones judías, es probable que la comunidad cristiana en Roma haya comenzado con una mayoría judía. Esto cambiaría luego a causa de la expulsión de los judíos por Claudio la cual se menciona arriba. Es probable que entre los judíos expulsados hubiera líderes judíos de la comunidad cristiana como Priscila y Aquila (Hech 18:2). Estos exiliados regresaron luego de la muerte de Claudio, cuando se canceló la expulsión. En su ausencia, la iglesia siguió creciendo, pero con una mayoría y un liderazgo gentil. Para cuando Pablo les escribió a los romanos, los judíos ya habrían retornado a Roma y se habrían reintegrado a la comunidad cristiana allí (ver Rom 16:3).

Es posible que en su carta, Pablo haya estado abordando los conflictos que resultaron de este cambio, como las prácticas alimenticias o la observancia de los días santos.

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Propósito

En la carta de Pablo no hay ninguna afirmación explícita que explique su propósito en general. En Rom 15:15 Pablo hace la afirmación general de que ha escrito “como para haceros recordar”. Las teorías en relación con el propósito de Romanos se pueden agrupar en cinco enfoques básicos.

Propósito instructivo. Romanos se ha considerado como un tratado teológico general o como lo expresó Melanchton, como un compendio de doctrina cristiana. Varios manuscritos omiten que se dirige a la iglesia de Roma (Rom 1:7, 15) y los últimos dos capítulos de Romanos, los cuales contienen saludos personales. En función de eso se sostiene que Romanos fue originalmente una carta general que carecía de un destino específico, la cual tenía el propósito de ser una afirmación atemporal de la teología de Pablo.

Sin embargo, hay muchos aspectos de Romanos que demuestran que es más que teología atemporal, e indican que tenía un contexto específico. Estos incluyen:

• El deseo de Pablo de visitar la iglesia de Roma (Rom 1:10–13—estos versículos no se omiten en ningún manuscrito; Rom 15:22–24, 32)
• El viaje de Pablo a Jerusalén (Rom 15:25)
• Los planes de Pablo de iniciar el ministerio en España (Rom 15:24, 28).
• El carácter específico de los capítulos Rom 14:1–15:13, los cuales parecen dirigirse a una situación en particular.

Aunque los defensores de la teoría del “tratado teológico” sugieren que Pablo envió la carta a Roma porque era la ciudad más importante del mundo del primer siglo, no hay ninguna indicación en la carta que Pablo tuviera eso en mente. Además, la evidencia del manuscrito posiblemente apunta a que la iglesia de Roma era la destinataria original en Rom 1:7 y Rom 15, lo mismo que los saludos en el capítulo 16.

Propósito apologético. Manson, Boornkamm, y Stuhlmacher sostienen que la carta de Pablo a los Romanos surgió por los conflictos de Pablo con los judaizantes en Corinto y en Galacia los cuales se describen en Hech 18, 2 Cor 11, y Gálatas.

Es probable que Pablo haya tenido un propósito apologético en mente cuando escribió Romanos (Rom 3:8; 6:1; 7:7). El viaje de Pablo a Jerusalén (Rom 15:25–26, 31) posiblemente fue la ocasión de la carta. Este enfoque considera a Romanos como el contenido de lo que Pablo tenía intención de decir en Jerusalén cuando trajo la colecta para la iglesia de allí. Sin embargo, un propósito puramente apologético no explica por qué Pablo le envía esta carta a la iglesia de Roma.

Propósito misionero.

La carta de Pablo se pudo haber escrito con propósitos misioneros. Se presentaron dos teorías:

1. Pablo habría escrito la carta porque pensaba viajar a España. Los defensores de este enfoque sostienen que Pablo quería hacer una presentación completa de su evangelio demostrando su ortodoxia para que la iglesia de Roma lo respaldara. Pablo claramente manifiesta intenciones en esa línea en Rom 15:24, 28. La palabra προπέμπω (propempō) en Rom 15:24 significa “asistir a alguien en un viaje, enviar a alguien con comida, dinero para el camino, disponer de acompañante, medios de transporte, etc.”.

2. Klein sugiere que el propósito misionero de Pablo era darle un fundamento apostólico a la iglesia de Roma del cual vio que carecía. Sin embargo, Jewett dice que esta postura minimiza Rom 1:12, donde Pablo escribe sobre su deseo de ser “mutuamente” confortados, y Rom 15:14, donde Pablo expresa confianza en la habilidad de los romanos para enseñarse unos a otros.

Propósito pastoral. Donfried sostiene que Pablo habría escrito Romanos para arreglar la relación judío-gentil en la iglesia de Roma. Rom 14:1–15:13 se ve como el tema dominante de toda la carta, el cual expresa la unidad entre judíos y gentiles como pueblo de Dios. La presentación del evangelio en los capítulos anteriores se considera como la base para esta conclusión central.

No obstante es posible que este no haya sido el propósito principal, ya que “mucho de lo que dice Pablo en los capítulos 1–11 no puede servir de base para las exhortaciones de Rom 14:1–15:13”. Además, esto no considera la intención del viaje misionero de Pablo a España como parte del propósito de la carta.

Propósito complejo. Sin embargo, ninguno de estos propósitos singulares puede explicar completamente todos los temas que aparecen en la carta. Todos los propósitos anteriores se apoyan en el contenido de la carta y se ajustan a la situación de Pablo y de la iglesia de Roma, pero ninguno de ellos por sí mismo explica adecuadamente el conjunto de temas que aparecen en la carta. Por lo tanto, los propósitos anteriores no se deben enfrentar entre sí. Aunque el deseo de Pablo de expandir su ministerio a España en el lejano occidente le dio ocasión para escribirle a la iglesia de Roma buscando su respaldo, también fue una oportunidad para escribirles sobre algunos puntos en los que requerían instrucción. La defensa de Pablo del evangelio contra los judaizantes habría agudizado su presentación del evangelio y lo habría ayudado en su ministerio a la iglesia de Roma, la cual enfrentaba situaciones similares.

El argumento de Romanos

El mensaje de Pablo tiene que ver con la justicia de Dios revelada en el evangelio, que es el poder de Dios para salvación de los que creen (Rom 1:16–17). Muestra la necesidad de la justicia de Dios debido a nuestra condenación (Rom 1:18–3:20). También muestra la provisión de la justicia de Dios en la justificación (Rom 3:21–5:21) y el resultado de la justicia de Dios en la santificación (Rom 6:1–8:39). Pablo explica quién recibe la justicia de Dios al aclarar lo que constituye el verdadero pueblo de Dios (Rom 9–11). Finalmente expone la respuesta adecuada del creyente a la justicia de Dios (Rom 12:1–15:13). Finaliza con saludos y doxología (Rom 15:13–16:27).

Introducción—Rom 1:1–17.

Entre los elementos introductorios comunes de Rom 1:1–7, Pablo inserta un largo paréntesis en los versículos 2–6 que destaca el sentido principal de toda la carta: El evangelio de Jesucristo. Después de la oración de agradecimiento y saludos de los versículos 8–15, Pablo expresa la tesis de la carta (Rom 1:16–17): El evangelio es poder de Dios para salvación porque revela la justicia de Dios y el poder para salvar a todos—tanto judíos como gentiles—por medio de la fe.

Condenación: La necesidad de la justicia de Dios—Rom 1:18–3:20.

Pablo comienza su exposición del evangelio explicando por qué es necesaria la justicia de Dios y por qué debe ser solamente por fe. Es necesaria porque todos están sujetos a la ira de Dios por su falta de justicia. Es también debido a esta falta de justicia que la salvación se obtiene por medio de la fe y no por obras. Todos han fallado en cuanto a cumplir la ley de Dios. La opción de obtener el favor de Dios por medio de la obediencia ya se ha descartado por causa del pecado. Pablo usa esto para establecer su punto en Rom 3:21–22 de que toda persona necesita ser justificada por la fe en Cristo.

La pecaminosidad de los gentiles—Rom 1:18–32.

Pablo comienza describiendo lo que los judíos posiblemente consideran como pecados “gentiles” de idolatría e inmoralidad sexual. Estos versículos describen a los que rechazan abiertamente a Dios, el Creador (Rom 1:21) y a quienes no sólo desobedecen conscientemente su voluntad, sino que aprueban esa desobediencia en otros (Rom 1:32). Una de las formas en que Dios juzga esta conducta es dejándolos librados a sus deseos pecaminosos (Rom 1:26).

Críticos moralizantes injustos—Rom 2:1–16.

Aquí Pablo va más allá de aquellos que claramente se ven como pecadores y lo manifiestan en su vida. Pareciera que Pablo no se dirige a los judíos específicamente por el momento, sino que se dirige a un grupo más general: Los que se ven como moralmente rectos (Stott, The Message, 80). Señala que son tan culpables como los que ellos consideran moralmente corruptos (Rom 2:3). El carácter imparcial de la ley de Dios es que la obediencia lleva a la bendición y la desobediencia al juicio. Eso se aplica a todos por igual (Rom 2:6, 11, 13–15).

La pecaminosidad de los judíos—Rom 2:17–3:8.

Aquí Pablo se dirige explícitamente a los judíos (Rom 2:17) y dice que incluso ellos están sujetos a la misma naturaleza pecadora y por lo tanto también están bajo la ira de Dios. Dios requiere obediencia independientemente de nuestra herencia étnica. De hecho, la obediencia sin la circuncisión se considera como “circuncisión” mientras que la circuncisión sin obediencia se considera “incircuncisión” (Rom 2:25–26; comparar Fil 3:3). Habiendo puesto a judíos y gentiles bajo las mismas reglas de juego, Pablo se anticipa a ciertas objeciones. Matiza sus afirmaciones diciendo que no se trata de que los judíos no recibieran alguna bendición especial. Ciertamente lo hicieron (Rom 3:1–2). Además, el hecho de que los judíos también están bajo la ley y que serán juzgados conforme a la ley si no obedecen, no anula la fidelidad de Dios hacia el pueblo judío, sino que en realidad, demuestra la justicia de Dios al juzgar el pecado. Pablo también se anticipa a la objeción: “Si la justicia de Dios se muestra al juzgar a los malvados, ¿por qué no seguir pecando para que la justicia de Dios se muestre todavía más?” (Rom 3:8. Pablo encara la misma objeción, pero desde la perspectiva de la gracia, en Rom 6:1).

La humanidad injusta—Rom 3:9–20.

Las bendiciones especiales experimentadas por los judíos no cambian el requerimiento de Dios de una justicia perfecta. Pablo expone las implicancias de lo que ha venido diciendo desde 1:18 hasta ahora. Es decir, todos somos condenados por la ley, ya sea la ley mosaica o la ley de la que da testimonio la conciencia de toda persona (Rom 2:12–15). Por lo tanto, en definitiva, el judío no sale mejor parado que el gentil. Pablo cita varios pasajes del Antiguo Testamento en relación con la desobediencia de Israel, mayormente de Isaías y diversos salmos, para destacar la condenación de toda la humanidad bajo el poder del pecado (Rom 3:9).

La justificación: La provisión de la justicia de Dios—Rom 3:21–5:21.

Contra el trasfondo de la pecaminosidad humana, que ha generado el juicio de Dios, Pablo reformula la tesis de la carta en (Rom 1:16–17) y expone cual es la solución: La expiación sacrificial de Cristo, la cual reveló la justicia de Dios para los que confían en Cristo. Pablo defiende esta buena noticia con los ejemplos de Abraham y David, quienes también fueron considerados justos por su fe, independientemente de las obras. Pablo explica cómo las personas pueden obtener la justificación al presentar a Cristo como el segundo Adán. Cristo representa a los que están en él. Pero, a diferencia del primer Adán, Cristo fue perfectamente obediente hasta la muerte. Por lo tanto su obra no resultó en condenación. Más bien, su acto de justicia hizo posible la salvación para todos.

Los medios de la justicia de Dios—Rom 3:21–31.

Después de demostrar que nadie—ni el judío con la ley ni el gentil sin ella—es justo porque todos hemos pecado, y la ley sólo nos trae condenación, Pablo pasa a dar las buenas noticias: La justicia de Dios se ha revelado fuera de la ley. Está disponible gracias a la muerte expiatoria de Cristo y su fiel obediencia a la ley, y está a disposición de todo el que confíe en él.

El perdón y la justificación de los que creen no es un acto arbitrario de Dios. Más bien, dice Pablo, la obra perfecta de Cristo—su vida, su muerte, su resurrección, su ascenso y entronización—fueron necesarios para demostrar el carácter justo de Dios y su fidelidad. Es por medio de la obra de Cristo que Dios pudo actuar con justicia, castigando el pecado y al mismo tiempo declarando justos ante él a los pecadores por la fe en Cristo, independientemente de la ley.

Como la salvación es solamente por gracia, y por fe, únicamente por medio de Cristo, debe ser solamente para la gloria de Dios. Esto excluye la posibilidad de jactarnos de nuestra parte. Hace que la salvación esté abierta para judíos y gentiles. Esto no minimiza los requerimientos de la ley. En realidad ratifica la ley porque es el cumplimiento de lo que la ley prometía pero no podía cumplir: La justicia por fe. La obra de Cristo satisface el requerimiento de la ley y demuestra que Dios es justo.

El ejemplo de la justicia de Dios—Rom 4:1–25.

Después de exponer las afirmaciones del evangelio, Pablo pasa al ejemplo de Abraham, quien fue justificado y declarado justo por medio de la fe independientemente de la ley. Aquí Pablo hace una de las afirmaciones más sorprendentes de las Escrituras, especialmente para los judíos. Al referirse a Abraham como alguien quien confió en Dios, quien justifica al “impío” Pablo llama implícitamente “impío” a Abraham (Rom 4:5). El punto de Pablo es mostrar que la misma Escritura (Rom 4:3) afirma que la justicia viene por la sola fe (Gén 15:6). Por lo tanto, incluso Abraham y David (Rom 4:6–8) no tuvieron nada de qué gloriarse delante de Dios. Ambos reconocieron que la justicia es un don de gracia (Rom 4:4).

Pablo sigue adelante preguntando si la justificación está solamente a disposición de los judíos o también de los gentiles (Rom 4:9). Scott observa que “Esta pregunta motiva otra, relacionada con las circunstancias en que fue justificado Abraham” (Stott, The Message, 128). Si Abraham fue declarado justo por medio de la fe antes de su circuncisión, entonces los gentiles también pueden serlo (Rom 4:11–12). No somos hijos de Abraham y herederos de las promesas hechas a Abraham y su descendencia por medio de las obras o por ascendencia biológica. Ya seamos judíos o gentiles, somos hijos y herederos de Abraham por medio de la fe, independientemente de la ley.

Las bendiciones de la justicia de Dios—Rom 5:1–11.

“Habiendo expuesto la necesidad de justificación (Rom 1:18–3:20) y el camino de la justificación (Rom 3:21–4:25), el apóstol pasa a describir sus frutos o “dichosas consecuencias” . Pablo acumula palabras cada vez más intensas de bendición para describir la condición del creyente justificado: Paz, entrada, gracia, gozo, gloria (Rom 5:1–3). La justificación lleva al creyente a tener gozo incluso frente al sufrimiento porque está seguro de su salvación por el don del Espíritu. Efectivamente, si la gracia les fue dada siendo impíos, con mayor razón los salvará de la ira de Dios y los reconciliará con él.

La explicación de la justicia de Dios—Rom 5:12–21.

Pablo explica cómo la obra de Cristo da como resultado que seamos declarados justos. Cuando Adán desobedeció a Dios en el jardín del Edén, cayó bajo la ira de Dios. Como era el representante de toda la humanidad, todos heredan el pecado de Adán y la corrupción resultante de la naturaleza humana. Por lo tanto toda la humanidad está bajo pena de muerte (Rom 5:12–14). En contraste, Jesús es cabeza de una nueva y mejor humanidad. Obedeció perfectamente al Padre, trae justicia y vida a todos los que están en él (Rom 5:17). Gracias al sacrificio de Cristo, los que creen ya no están bajo la ira de Dios. Se los considera justos (Rom 5:19) y por lo tanto herederos de la vida eterna (Rom 5:21).

El resultado de la justicia de Dios—Rom 6:1–8:39.

En esta sección Pablo procura advertirles a sus lectores sobre las falsas inferencias que algunos ya han hecho de su enseñanza. Algunas personas llegaron a la conclusión equivocada de que un evangelio de pura gracia estimula la vida de pecado, al ser innecesario el cumplimiento de la ley. Pablo combate esa idea señalando que a la justificación sigue necesariamente la santificación. En efecto, no estar bajo la ley le quita poder al pecado (Rom 6:14) ya que el pecado se vale de la ley para tentar (Rom 7:5). Aunque la ley despierta al pecado, eso no significa que la ley en sí sea mala. Pero por buena que sea la ley, carece de poder para santificar (Rom 7:14–25). Pablo combate por una parte al antinomianismo (Rom 6:1–7:13) y por otra al legalismo (Rom 7:14–25). El agente de la santificación es el don del Espíritu escatológico y dador de la vida (Rom 8:1–13), quien es el anticipo y la garantía de la gloria para el creyente (Rom 8:14–39).

El “ya” de la santificación—Rom 6:1–7:6.

Aquí el énfasis se pone en el paso del creyente de estar bajo el pecado y la ley a estar bajo Cristo y la gracia. En unión con Cristo, el creyente ya experimenta la liberación de la esclavitud del pecado (comparar Col 1:13). Aunque es importante no caer en el error de pensar que los cristianos pueden lograr cualquier nivel de perfección en esta vida y todavía más importante no confundir santificación con justificación, en el sentido descrito arriba, las palabras de Pablo pueden entenderse refiriéndose al “ya” de la santificación, el equivalente inmediato de la justificación.

Pablo encara la objeción de que el evangelio de la sola gracia vuelve superflua la rectitud personal o—lo que es peor—estimula el pecado. Esta objeción es fundamentalmente la misma que la de Rom 3:8: “¿Es que este evangelio estimula el pecado?” En Rom 3:8, Pablo enfrenta esta objeción desde la perspectiva del juicio. Ahora lo encara desde la perspectiva de la gracia (Rom 6:1, 15). Así como las personas pecadoras tienden a convertir la doctrina del juicio justo de Dios en oportunidad para pecar, tienen la misma tendencia cuando se trata de la doctrina de la gracia.

Pablo explica que la doctrina de la sola y libre gracia no estimula el pecado porque:

1. El creyente ha muerto al pecado y ha resucitado a una nueva vida en Cristo, representada y sellada en el bautismo (Rom 6:1–14).
2. El creyente ya no es esclavo del pecado, sino esclavo de Dios y la justicia (Rom 6:15–23).

3. Así como una viuda es libre para casarse con otro hombre, los creyentes han sido librados de los requerimientos de la ley al participar de la muerte de Cristo (Rom 7:1–6). Así como Cristo resucitó a una nueva vida escatológica, también el creyente experimenta esa nueva vida en el presente aunque no de forma consumada (Rom 8:10, 23; comparar Efe 2:5–6). Esto da por resultado una regla de justicia en la vida del creyente.

La idea de que la ley despierta el pecado genera otra pregunta: “¿La ley es pecado?” (Rom 7:7). Pablo responde a esta falsa conclusión explicando que lo pecaminoso no es la ley misma. Más bien, la naturaleza del pecado es que desea transgredir la ley. Por lo tanto, donde se presenta la ley, la pecaminosidad de la persona naturalmente querrá transgredirla. No es culpa de la ley. La culpa es de la carne pecaminosa. Además, la ley en realidad sirve para señalar el pecado y mostrarle a la humanidad pecadora su necesidad de perdón en Cristo.

Se han planteado muchas preguntas acerca de Rom 7:7–25. ¿Se está refiriendo Pablo a sí mismo o a la gente en general? ¿Se refiere a un estado anterior a la conversión o a la lucha de todo creyente? De cualquier manera, el enfoque del pasaje es la experiencia del individuo con la ley antes de Cristo, la cual es propia de toda persona, ya sean los gentiles con su conciencia o los judíos con su conciencia y con la ley mosaica. 

Pablo parece estar diciendo que “él”—ya sea Pablo o el creyente genérico—estaba vivo en el sentido de que en un tiempo se veía a sí mismo como recto y como una persona básicamente buena. Por lo tanto, en su propia opinión, estaba “vivo”. Sin embargo, cuando vino el mandamiento, se reveló su pecado e incluso se vio incentivado. De esa manera “murió”. La ley promete vida a quienes la cumplen (Rom 7:10). Pero a causa de la pecaminosidad de la humanidad, termina condenando a todos a la muerte. Eso no significa, sin embargo, que la ley sea mala. Aun cuando el pecado se valió de la ley para tentar, la ley también sirvió para derribar la propia estima de superioridad moral (Rom 7:12–13; comparar Fil 3:4–9). No obstante, esta función condenatoria de la ley carece del poder para salvar y transformar. Es el mensaje del evangelio que se recibe por fe lo que lleva a la persona a Cristo y trae como resultado la liberación de la ley, y desactiva el poder del pecado.

El “todavía no” de la santificación—Rom 7:14–25.

En Rom 7:14–25 Pablo describe la lucha del creyente con el pecado, como alguien que aunque es libre de la ley, por momentos sigue luchando para recordar que ya no está bajo la ley sino que tiene el poder del Espíritu para servir a Dios. Las anomalías aparentes en este pasaje que hacen difícil saber si Pablo está hablando de un creyente o un no creyente (especialmente en Rom 7:14) parecen ser el resultado del énfasis de Pablo en “la tensión escatológica de estar atrapado entre dos épocas, de Adán y de Cristo” (Dunn, Romans 1–8, 396). Este es el “todavía no” de la escatología del “ya, y del todavía no” de Pablo. “En tanto que la resurrección todavía no es, el “yo” de la vieja época sigue vivo, todavía es un factor en la experiencia del creyente en este cuerpo”.

Por lo tanto, los versículos 14–24 parecen referirse a los creyentes que luchan por reconocerse muertos a la ley y que ya no están sometidos a la misma. A causa de esta lucha, por momentos los creyentes sienten el peso aplastante de la ley que no pueden cumplir (Rom 7:24). En esta lucha la solución es mirar a Cristo (Rom 7:25), quien cumplió la ley en nuestro lugar y con quien hemos muerto a la ley de tal manera que ya no hay condenación (Rom 8:1). Por medio de él se nos resucitó a una nueva vida por medio de la cual podemos servir a Dios, porque él, a través de su Espíritu está obrando en nosotros para que anhelemos y cumplamos su voluntad.

El agente de la santificación—Rom 8:1–13.

Habiendo demostrado la incapacidad de la ley para dar vida, Pablo ahora presenta al Espíritu como el agente de la santificación por medio del cual los creyentes son progresivamente renovados en esta nueva vida. Sin el Espíritu, los que están en la carne están en un estado impotente de enemistad con Dios. Por el Espíritu, quienes confían en Cristo ya no están en la carne ni bajo la ley sino que viven en el Espíritu y bajo la gracia. Por medio del Espíritu los creyentes en la actualidad experimentan un cierto grado de vida escatológica (Rom 8:10). Sin embargo, los creyentes también anticipan su futura glorificación en la cual las bendiciones de la salvación alcanzarán su plenitud.

El anticipo de la glorificación—Rom 8:14–39.

Pablo continúa explicando que este don escatológico del Espíritu es la “primicia”, la garantía, el anticipo de lo que recibirán los creyentes en su glorificación como hijos y herederos de Dios (Rom 8:23; ver también 2 Cor 1:22; 5:5; Efe 1:13–14). El don del Espíritu no es solamente una garantía de nuestra glorificación sino también de la renovación cósmica de toda la creación. Hay una cadena de oro irrompible de salvación que se extiende desde la predestinación a la eternidad en el pasado hasta la glorificación en el futuro (Rom 8:30). Los creyentes pueden estar totalmente seguros en esa cadena porque nadie puede levantar una acusación contra ellos, y efectivamente, nada puede separarlos del amor de Dios en Cristo (Rom 8:38–39).

Aclaración: ¿Qué hay del llamado de Dios a Israel?—Rom 9:1–11:36.

Pablo ha expuesto la gran esperanza de salvación desde Rom 1:18–8:39. Ahora termina con una prosa elevada que destaca la garantía y la seguridad de la salvación en Cristo. Pero anticipa una gran objeción al evangelio que ha presentado hasta este punto—“¿Qué hay de Israel? Su relación con Dios no parece haber sido tan segura. ¿Es que Dios rechazó a su pueblo?” Pablo responde a esta objeción potencial aclarando lo que significa ser parte del verdadero pueblo de Dios. Una vez contestada esa pregunta queda claro que Dios no ha rechazado en absoluto a su pueblo al cual conocía de antemano (Rom 11:2).

La misericordia y la elección de Dios—Rom 9:1–29.

Pablo anticipa la objeción de que el rechazo de Dios a Israel debilita su fidelidad. Pablo responde siguiendo con el argumento que ya había comenzado a construir en Rom 2:13–16, 25–29 y Rom 4:11–12, 16–17. Pablo sostiene que debemos recuperar la adecuada comprensión de lo que significa la expresión “pueblo de Dios”. Pablo refuta la idea de que “pueblo de Dios” se refiere únicamente a los descendientes biológicos de Abraham: “No todos los que descienden de Israel son israelitas” (Rom 9:6–7). El verdadero pueblo de Dios son y siempre han sido aquellos a quienes Dios ha llamado de entre judíos y gentiles (Rom 9:24). El resto—aunque puedan experimentar las bendiciones de la membresía externa del pacto (Rom 9:4–5)—nunca fueron el verdadero pueblo de Dios ni miembros del pacto en un sentido interno.

Que Dios haya cortado a aquellos que fueron miembros de la comunidad del pacto externo, no disminuye la fidelidad de Dios porque la elección siempre ha sido la base de la gracia inmerecida de Dios (Rom 9:16–18). Aquellos que han sido justificados por la fe son los elegidos a quienes Dios ha escogido independientemente de todo lo que hayan hecho. (Rom 9:11, 16, 18). El trato de Dios con Jacob y Esaú (Rom 9:10–13; comparar Gén 25:23; Mal 1:2–3) lo mismo que con el faraón (Rom 9:17; comparar Éxo 33:19) confirma la única base para la elección y la esperanza de salvación de la humanidad: La gracia inmerecida de Dios.

El rechazo de la auto justificación de Israel—Rom 9:30–10:21.

Pablo toma las verdades que ha expuesto en Rom 9:1–29 y las aplica a la situación de Israel para explicar el rechazo de Israel a Dios y de Dios a Israel. El rechazo de Dios a quienes en Israel buscan su propia justificación y rechazan la justicia de Cristo no disminuye la garantía de la salvación en Cristo para los elegidos. Con esa actitud demuestran que no son verdaderos hijos de Abraham y por lo tanto no han sido hechos verdaderamente justos por Dios (Rom 9:30–33; ver también Rom 4:11–12). Los verdaderos hijos de Abraham y el pueblo de Dios (Rom 10:12–13) son los que invocan el nombre del Señor, ya sean judíos o gentiles. Ellos obtienen la justicia de Dios la cual buscan únicamente por medio de la fe (Rom 9:30–32).

El remanente de Israel—Rom 11:1–36.

En Rom 11, Pablo termina con el punto hacia el que ha venido dirigiéndose a lo largo de Rom 9–10: “No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció” (Rom 11:2). En Rom 11:7 Pablo afirma que Israel no ha obtenido lo que buscaba, mientras que sí lo han hecho los elegidos. Pablo se está refiriendo, por supuesto, a la justicia. Aquellos que procuran su propia justicia no la pueden obtener. Quienes ponen su fe en Cristo reciben la justicia de Dios sólo por gracia, únicamente por medio de la fe.

Pablo anticipa la posibilidad de que sus lectores lleven demasiado lejos lo que está diciendo y caigan en la actitud mental de pensar que Dios ha rechazado a los judíos étnicos y que ha dado por terminado su propósito de salvarlos. Pablo quería asegurarse de que los gentiles de su audiencia no cayeran en el mismo error de aquellos judíos que se veían a sí mismos como intrínsecamente merecedores del favor de Dios (Rom 11:17–24). Deja en claro que Dios estaba efectivamente llevando a los judíos étnicos a la salvación según su propio tiempo (Rom 11:1, 5, 13–14, 31), y que continuaría haciéndolo (Rom 11:5, 23). Efectivamente, en la plenitud del tiempo, cada miembro del verdadero pueblo de Dios será salvo con toda seguridad (Rom 11:25–26).

Rom 11:33–36 sirve como el clímax doxológico de esta presentación incomparable del evangelio, “las misericordias de Dios” (Rom 12:1).

Aplicación: La respuesta del creyente a la justicia de Dios—Rom 12:1–15:13.

Después de exponer en detalle los indicativos del evangelio en Rom 1:16–8:39 y de explicar en Rom 9–11 los propósitos soberanos de Dios en cuanto a la elección y a Israel, Pablo ahora encara los imperativos del evangelio, la respuesta adecuada del creyente a los actos salvíficos de Dios en Cristo por medio del Espíritu.

La conducta del creyente hacia el cuerpo de Cristo y hacia los otros—Rom 12:1–21.

En Rom 12:1–15:13, Pablo le informa a la iglesia de Roma la forma de vida que corresponde a la salvación que Cristo ha asegurado para aquellos que confían en él. En Rom 12:1, Pablo dice, “Hermanos, os ruego por las misericordias de Dios”. Le dice a su audiencia cómo deben usar sus dones espirituales para ministrar en el cuerpo de Cristo.

La conducta del creyente hacia los funcionarios públicos—Rom 13:1–14.

Pablo continúa su exhortación a los creyentes romanos hablando sobre cómo deben vivir como pueblo redimido por Dios. Encara el asunto de cómo deberían actuar los cristianos con las autoridades gobernantes (Rom 13:1–7). La exhortación de Pablo sobre no dejar de pagar los impuestos lo lleva a la exhortación en la segunda mitad del capítulo, la de no deberle nada a nadie, salvo el amarse los unos a los otros (Rom 13:8–14).

La conducta del creyente hacia el más fuerte y el más débil—Rom 14:1–15:13.

Pareciera que a esta parte de la carta la ocasionaron las facciones judías de la comunidad cristiana en Roma, a quienes la conciencia los mantenía atados a las prácticas de las leyes de kashrut y a observar ciertos días santos, posiblemente eran los “hermanos débiles” de la carta. Este grupo no estaba restringido a personas de etnia judía, sino que también incluía gentiles temerosos de Dios y prosélitos quienes todavía sentían la obligación de cumplir algunos puntos de la práctica judía. Incluso después de adherirse al evangelio, muchos parecían tener dificultad en abandonar esas prácticas significativas. Era inevitable entonces que surgieran conflictos entre quienes reconocían que esas prácticas habían quedado obsoletas con la venida de Cristo (los “fuertes)” y aquellos que no estaban preparados para abandonarlas (los “débiles”).
Pablo instruye a ambos grupos a actuar con amor hacia los otros. Los débiles no deben juzgar a los fuertes por ejercer su libertad, y los fuertes no deben juzgar a los débiles por no ejercer su libertad.

Los hermanos más débiles que seguían practicando esas costumbres judías no las veían como obras meritorias que pudieran hacerlos justos delante de Dios (aunque ese era verdaderamente un peligro). Pablo se hubiera opuesto enérgicamente a eso. Más bien, se refiere a aquellos que confían solamente en Cristo para su salvación pero se sienten atados por la conciencia a ciertas prácticas que ven como adecuada devoción. No se les debe juzgar por sus convicciones.

Es más, Pablo dice que incluso con esas consideraciones en mente, hay ocasiones en que el fuerte debe renunciar a su libertad por el bien del débil, para no arrastrarlo a hacer algo de lo que su conciencia le pide abstenerse (ej., comer ciertos alimentos). De lo contrario estarían tirándose abajo los unos a los otros en lugar de edificarse los unos a los otros como Pablo les había instruido (Rom 15:2). No obstante, Pablo también escribe en contra de la posibilidad que el débil juzgue al fuerte (Rom 14:3–4, 10). Pablo no desea que los débiles permanezcan en esa condición y con ello afecten la libertad de los fuertes. Desea que todos sean fuertes a nivel de conciencia (Rom 14:22–23). Pablo termina su exhortación señalando el ejemplo de servicio a los otros con sacrificio de sí mismo que mostró Cristo, quien renunció a sus libertades hasta lo máximo en bien de su pueblo. Este es el modelo que deberían seguir los creyentes en su interacción con los demás (Rom 15:3–13).

Conclusión y saludos finales—Rom 15:14–16:27.

Ahora, al final de la carta, Pablo termina donde comenzó: Su amor por la iglesia y su pasión por predicar el evangelio. Cierra con una afirmación del ministerio apostólico a los gentiles (Rom 15:14–21). Les informa a los cristianos de Roma sobre su plan de extender el evangelio a la región no alcanzada de España y les pide su apoyo para esa obra, les pide que sean el punto de lanzamiento al nuevo campo misionero (Rom 15:22–24, 28). También les pide sus oraciones por su viaje a Jerusalén.

El capítulo final contiene su elogio a Febe quien parece haber sido la portadora de la carta a la iglesia de Roma y posiblemente la patrocinadora de su posible misión a España (Jewett, Romans, 89–91). Rom 16:3–27 termina la carta con saludos, una advertencia contra los maestros falsos y una doxología.

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