¡Es urgente predicar el evangelio a quienes amamos!
Predicar el evangelio surge como una prioridad en experiencias que nos sacuden hasta lo más profundo del corazón, momentos que nos enfrentan a preguntas sobre la eternidad, la vida y la muerte. Perder a un ser querido es una de esas experiencias.
La ausencia de quien amamos deja un vacío que parece imposible de llenar. En medio de ese dolor, muchas veces surge una pregunta: ¿Dónde estará ahora? ¿Conoció a Cristo como su Salvador?
La Palabra de Dios nos habla de la eternidad como un destino inevitable para todos: cielo o infierno.
“Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto, el juicio” (Hebreos 9:27).
Este versículo nos recuerda que nuestra vida aquí es temporal y que cada uno debe enfrentar el momento de rendir cuentas ante Dios.
El Dolor de la Pérdida y la Urgencia del Evangelio
Cuando perdemos a alguien, nos damos cuenta de lo efímera que es la vida. Cada respiro, cada latido, es un regalo inmerecido de Dios. Si esa persona que hemos perdido no conoció a Cristo, el peso de esa realidad puede ser abrumador. En esos momentos, el dolor puede convertirse en una llamada a la acción.
¡Es urgente predicar el evangelio a quienes amamos! No porque podamos cambiar el destino de los que ya partieron, sino para asegurar que aquellos que aún están con nosotros tengan la oportunidad de escuchar y aceptar el mensaje de salvación.
Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6).
Este versículo no deja lugar a dudas: no hay otro camino al cielo que no sea por medio de Cristo. Si callamos, ¿quién hablará? ¿Cómo creerán si no les predicamos? (Romanos 10:14).
La Eternidad es Real
La Biblia describe el cielo como un lugar de gozo eterno, donde no hay llanto, ni dolor, ni muerte (Apocalipsis 21:4). Pero también habla del infierno como un lugar de tormento, separado para siempre de la presencia de Dios.
“El que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:15).
Estas realidades deben impulsarnos a actuar. Cada persona que encontramos está destinada a uno de esos dos lugares. Si hemos conocido la verdad, ¿cómo podríamos permanecer en silencio?
No debemos caer en el error de creer, como algunas religiones o incluso como los incrédulos, que tras la muerte hay una segunda oportunidad en un lugar de espera, un limbo del que puedan ser liberados mediante nuestras acciones. La Biblia nos deja claro que el destino eterno se decide en vida.
Recordemos la historia del rico y Lázaro (Lucas 16:19-31): mientras Lázaro fue llevado al seno de Abraham, el rico sufrió tormentos en el infierno, rogando por una gota de agua para aliviar su angustia. Además, el rico suplicó que se enviara a alguien a advertir a sus hermanos, pero Abraham respondió:
“A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos” (Lucas 16:29).
Esto subraya la importancia de escuchar y creer en la Palabra de Dios mientras estamos vivos.
La Esperanza en el Dolor
Perder a un ser querido también puede acercarnos más a Dios. En medio de nuestra tristeza, Dios nos ofrece consuelo.
“El Señor está cerca de los quebrantados de corazón” (Salmos 34:18).
Pero este consuelo no está destinado solo para nosotros; debemos compartir la esperanza que hemos recibido. Esa esperanza tiene un nombre: Jesús.
El apóstol Pablo dijo:
“Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21).
Quienes tenemos la seguridad de la salvación en Cristo sabemos que la muerte no es el final, sino el comienzo de una eternidad con Él.
Pero esa misma certeza nos impulsa a llevar este mensaje a otros, para que también tengan la oportunidad de recibir este regalo.
Prediquemos con Urgencia
Cada día que pasa es una oportunidad perdida para aquellos que no han conocido a Cristo.
“Hoy es el día de salvación” (2 Corintios 6:2).
No sabemos cuánto tiempo tenemos ni cuánto tiempo tienen las personas que amamos. Este doloroso recordatorio debe motivarnos a hablarles del evangelio con amor y valentía.
No esperemos a que sea demasiado tarde.
“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).
Esta no es solo una sugerencia; es un mandato directo de nuestro Señor.
La urgencia de predicar el evangelio no solo es una responsabilidad del creyente, sino un mandato claro en las Escrituras. En el libro de Mateo, encontramos la Gran Comisión, un llamado directo no solo a predicar el evangelio según Mateo, sino el mismo evangelio de salvación que transforma vidas, dirigido a todas las naciones (Mateo 28:19-20).
Este mandato nos recuerda que el evangelio no es solo una buena noticia para guardar, sino un mensaje de vida que debe ser compartido con urgencia y fidelidad.
Cuando reflexionamos sobre el testimonio final de Pablo para Timoteo, notamos un profundo sentido de compromiso. Pablo, al reconocer la cercanía de su partida, exhorta a Timoteo a leer y predicar el evangelio con valentía, incluso en medio de dificultades (2 Timoteo 4:2).
En este testimonio final de Pablo, destaca la importancia de perseverar en la fe y la doctrina, sabiendo que el mensaje de salvación es vital para la transformación de vidas. Este llamado resuena hoy, ya que enfrentamos tiempos de confusión y alejamiento de la verdad.
El final de Pablo para Timoteo no solo es un mensaje para un joven pastor, sino para todos los creyentes que hemos sido alcanzados por la gracia de Dios. Es un recordatorio de que nuestra misión no termina mientras haya quienes necesiten escuchar. Predicar el evangelio no solo es un acto de obediencia, sino una muestra de amor hacia Dios y hacia los demás.
Hoy más que nunca, el mundo necesita que vivamos y proclamemos con pasión el mensaje de Cristo, tal como Pablo lo hizo hasta el último momento de su vida. La urgencia de predicar no solo transforma al oyente, sino que también fortalece y enriquece la fe del mensajero.
Prediquemos en cada oportunidad que tengamos, con palabras y con nuestras vidas. Recordemos que no somos responsables de la respuesta, pero sí de compartir el mensaje.
La Salvación es para Todos
El evangelio es inclusivo.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Esta promesa es para todos: para nuestros amigos, nuestros familiares, nuestros vecinos. La salvación está disponible, pero alguien debe llevarles el mensaje.
Perder a alguien que amamos es un recordatorio doloroso de que nuestra vida en la tierra es breve. Pero también es una llamada a la acción: compartir el evangelio con urgencia y amor.
No permitamos que el legado de quienes hemos perdido sea solo tristeza; hagamos que su partida nos impulse a llevar la esperanza de salvación a otros.
Oración:
Señor, ayúdanos a recordar la urgencia de predicar tu evangelio. Que el dolor que sentimos por la pérdida de nuestros seres queridos sea una motivación para hablar a otros de tu amor y de la salvación que solo tú ofreces. Dános valentía para proclamar tu verdad y corazones sensibles para amar a las almas que aún no te conocen. Amén.