DE MUERTE A VIDA [Colo 2:13]

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¿Cómo hemos pasado de muerte a vida?

 Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, …

Colosenses 2:13

MUERTE ESPIRITUAL (2:13)

Acabamos de ver que el creyente ha resucitado juntamente con Cristo. Es decir, habiendo sido ajusticiado y muerto en la persona de su sustituto, Jesucristo, ha sido sepultado simbólicamente con él por medio del bautismo y ha recibido el don de una nueva vida en el Espíritu Santo. Ahora, Pablo nos explica en qué consiste esta resurrección.

Empieza de una manera enfática. Literalmente, la primera frase del versículo reza: Y a vosotros, muertos en los pecados … (cf. 1:21). Muchos comentaristas suponen que Pablo quiere decir: vosotros, los creyentes gentiles de Colosas, en contraste con nosotros, los creyentes judíos. Esto puede ser cierto, porque:

1 La mayoría de los creyentes colosenses eran de origen gentil (cf. 1:21–22, 27; 3:5–7).
2 El texto paralelo de Efesios 2:1–3 comienza con el mismo «a vosotros» enfático. Allí se refiere claramente a los creyentes gentiles, porque Pablo procede más adelante a hablar de «también todos nosotros», incluyendo a los judíos además de los gentiles. 

Llama la atención que el apóstol hace una distinción entre los diferentes grados de perdición de los gentiles (esclavizados por el mundo y el diablo, además de por las pasiones de la carne) y de los judíos (igualmente sujetos a la debilidad de la carne, pero no tan influenciados por el mundo y el diablo). 

En términos relativos, los judíos, «hijos de creyentes», no han caído tan bajo como los gentiles, pero todos están bajo la misma condenación y necesitan igualmente el don de la nueva vida en Cristo.

3 En Colosenses 2:13–14, Pablo sigue el mismo patrón: empieza hablando de «vosotros» y enseguida pasa a hablar de «nosotros». Al describir la profundidad de la perdición de los colosenses, emplea la segunda persona; pero, al hablar de la salvación de Dios, emplea la primera.

Antes de creer en Cristo, pues, los colosenses estaban muertos en sus delitos.

Esta frase es idéntica a la que encontramos en Efesios 2:1 y 5. Allí, Pablo expone en detalle lo que esta muerte significa: el ser humano es esclavo del mundo, de la carne y del diablo y, por tanto, está bajo la ira de Dios, a la espera de la condenación eterna. 

Su «muerte» se manifiesta en el presente en una vivencia carnal sin esperanza y sin Dios (Efesios 2:12) y se manifestará definitivamente en el día de la ira de Dios en una eternidad igualmente sin esperanza y sin Dios. Es decir, el concepto de estar «muertos en delitos» incluye las ideas siguientes:

• Dios había decretado desde el principio que el alma que peque, ésa morirá (Ezequiel 18:4, 20; cf. Génesis 2:17). Puesto que todos hemos pecado (Romanos 3:12, 23), todos estamos bajo sentencia de muerte, con una horrenda expectación de juicio, ira, condenación y muerte eterna (Hebreos 10:27).
• De hecho, el mismo principio de la muerte se introduce en el ser humano juntamente con el pecado. El mismo día en que el hombre cayó en pecado, se interpuso entre él y Dios una terrible barrera psicológica y moral. El hombre siente vergüenza a causa de su pecado y se esconde de la presencia de Dios, empezando a vivir alejado de él. Dios le ratifica en esta separación, expulsándole de aquel huerto en el cual disfrutaba de la comunión divina.
• Desde entonces, el hombre experimenta esta triste realidad: Vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados le han hecho esconder su rostro de vosotros (Isaías 59:2). El hombre no conoce a Dios. Para él, Dios, si existe, es un ser remoto y distante. Ha muerto ya en cuanto a la comunión con él.
• Además se vuelve moralmente insensible. Se cauteriza su conciencia y se endurece su personalidad. En vez de tener un corazón vivo de carne, adquiere un corazón muerto de piedra. Se vuelve egoísta, incapaz de sostener sanas relaciones con los demás. Se vuelve inhumano, un mero «muerto viviente». Cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte (Santiago 1:15).
• Además, se vuelve espiritualmente insensible. Las cosas de Dios son locura para él, motivo de sarcasmo y burla (1 Corintios 2:14). Está ciego ante el mundo invisible y ante las cosas que no se ven (2 Corintios 4:4, 18). No percibe la gloria de Dios a pesar de las abundantes evidencias de su majestad (Romanos 1:19–21). Más aún, sigue estando ciego aun cuando esa gloria se hace visible en Cristo. Hundido en sus tinieblas, no quiere venir a la luz (Juan 3:19–20).
• Y, encima, es tan incapaz de solucionar su condición como lo es un cadáver. No puede deshacer sus pecados, ni concederse vida a sí mismo, ni reconciliarse con Dios, ni salvarse a sí mismo.

Así pues, la condición del hombre sin Cristo es absolutamente alarmante y desesperanzados. Ya está moral y espiritualmente muerto y va encaminado hacia la muerte eterna.

Aquí en Colosenses, sin embargo, Pablo no da mayores explicaciones acerca del significado de esta muerte; pero sí añade una frase para enlazar el tema de la muerte y resurrección con el tema anterior de la circuncisión: estabais muertos … en la incircuncisión de vuestra carne. 

La «incircuncisión» física de los gentiles era símbolo de su exclusión de las promesas de Dios. De igual manera, su incircuncisión espiritual indicaba que estaban bajo condenación eterna; pues la única esperanza de vida eterna es ser circuncidado con la «circuncisión de Cristo».
O sea, de la misma manera que, bajo el antiguo pacto, los gentiles incircuncisos no pertenecían al pueblo de Dios, sino que estaban lejos de la salvación y ajenos al pacto y a las promesas (Efesios 2:11–12), ahora, bajo el nuevo pacto, los «incircuncisos de carne» (es decir, los que no han conocido la erradicación jurídica de su naturaleza pecaminosa por la fe en Jesucristo) no disfrutan de la vida de Dios, sino que están separados de la fuente de la vida verdadera y abundante.

NUEVA VIDA EN CRISTO (2:13)

                     muerte

A los que estaban muertos, Dios os dio vida juntamente con [Cristo]; o, como reza literalmente, os convivificó a vosotros con él.
Nuevamente vemos cierto énfasis sobre la palabra «vosotros», como si Pablo dijera: «¡Es asombroso! La nueva vida en Cristo ha sido concedido nada menos que a vosotros.» Muchos de los colosenses, como muchos de nosotros, procedían de las filas de personas que habían militado en diversas religiones paganas y habían practicado diferentes formas de inmoralidad. Se podría entender que Dios quisiera vivificar a personas relativamente justas, buenas y santas. Lo casi increíble es que Dios se digne a vivificar a personas como nosotros:

Es como si Pablo estuviese diciendo: ¡Reflexionad en esto! Y continuad meditando en que Dios derramó tan grande gracia sobre vosotros, sí, aun sobre vosotros que estabais tan profundamente caídos, tan perdidos sin ninguna esperanza, tan completamente corrompidos en estado y condición.

Pero lo cierto es que el don de la nueva vida en el Espíritu es concedido no a los que en principio habían sido invitados a las bodas del rey, sino a los mendigos, marginados y delincuentes (Mateo 23:2–10); es decir, a todos los que aceptan la invitación, reciben el evangelio y creen en el Señor Jesucristo.

Y notemos bien las palabras del apóstol. Contienen un doble énfasis sobre la palabra «con» (os con-vivificó con Cristo) que indica que la nueva vida que Dios nos concede es tan inseparable de la resurrección de Cristo como nuestra justificación es inseparable de su muerte. Porque él resucitó, los que estamos en él recibimos nueva vida. Porque él vive, nosotros vivimos.

En otras palabras, la calidad de la nueva vida de resurrección es la de la vida del Cristo resucitado. Él resucitó como primicias de una nueva humanidad. La vieja humanidad en Adán debe morir y morirá irremisiblemente. La única esperanza de salvación es renacer en la nueva humanidad en Cristo. Puesto que resucitamos «con Cristo» y «en él», no es solamente que Dios nos da una nueva oportunidad para vivir rectamente, sino que nos concede también la dinámica y el poder de la vida resucitada de Cristo. No caminamos solos. El Espíritu de Dios nos fortalece, nos capacita y nos transforma.

Pero quizás, al llegar a este punto, empecemos a preguntarnos: «¿Habré yo recibido verdaderamente esta nueva vida en Cristo? He creído en Cristo y le he pedido que él me salve. Sin embargo, sigo cayendo en pecados y delitos. No veo en mí mucha evidencia del poder de esta nueva vida en Cristo.» Haremos bien, pues, en detenernos un momento para considerar en qué consiste la vida de resurrección. ¿Cómo se manifiesta? ¿Cuáles son sus características?

Ya hemos enumerado algunos de los síntomas de la muerte espiritual. Por tanto, será relativamente fácil distinguir las marcas de la vida espiritual, porque serán justo las contrarias de aquéllos:

• Si la muerte espiritual es la separación de Dios, la vida espiritual tiene que significar la reconciliación con él. El hombre carnal no conoce a Dios, sino que vive en oscuridad, lejos de él. En cambio, el hombre regenerado tiene acceso a Dios; se sabe aceptado por él; le llama: Abba, Padre; disfruta de la comunión con él y crece en el conocimiento de Dios. Así pues, si oras a Dios como Padre, si tienes comunión con él, si eres consciente de su presencia a tu lado, si aspiras a conocerle cada vez más … todas estas cosas evidencian que tienes nueva vida en Cristo.
• Si el hombre carnal, aun sin saberlo, está bajo sentencia de muerte, sin esperanza alguna de cara al más allá, el hombre regenerado tiene una viva esperanza de vida eterna en Cristo. Así pues, si esperas y amas el retorno de Cristo y si confías en que Dios te resucitará en el día final y estarás siempre con el Señor, esto también es evidencia de nueva vida en Cristo.
• Si el hombre pecador conoce los efectos devastadores de la muerte que actúa en él, el hombre vivificado empieza a conocer la sanidad divina de su vida interior. Las taras, los complejos y la alienación que antes le caracterizaban ceden ante la nueva humanidad de Cristo. Adquiere la nueva dignidad de los hijos de Dios. Al saberse aceptado por Dios, recibe una sana autoestima.
• Si antes tenía cauterizada la conciencia y endurecido el corazón, ahora el Espíritu de Cristo obra en él despertando su conciencia y ablandando su corazón. Tanto es así que el creyente puede pensar que es más pecador después de su conversión que antes, cuando en realidad esta percepción se debe a la nueva sensibilidad moral que tiene en Cristo. Antes, cuando pecaba, su conciencia no decía nada; ahora protesta. Se siente sucio y anhela tener la rectitud moral de Cristo.
• Antes no tenía sensibilidad espiritual. Pasaba de Dios. Ahora tiene hambre y sed de Dios. Se alimenta de la Palabra.

Si, pues, amas y temes a Dios, vas creciendo en tu conocimiento de él, esperas el retorno de Jesucristo, deseas ser completamente transformado a su imagen, sabes que Dios te acepta por hijo suyo, te has vuelto sensible al pecado y meditas en la Palabra de Dios, es del todo probable que la vida de resurrección esté en ti; porque ninguna de estas cosas es característica del hombre carnal.

PERDÓN DE PECADOS (2:13)

Así pues, nuestra antigua condición ante Dios era que «estábamos muertos», mientras que nuestra nueva posición en Cristo es que hemos resucitado con él, recibiendo de Dios una nueva vida. Es decir, hemos pasado de muerte a vida, habiendo recibido vida eterna y estando ahora exentos de condenación (Juan 5:24). El Padre nos mira ahora como aquel padre miraba a su hijo pródigo y dice: Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado (Lucas 15:24, 32).

¿Pero cómo se hace esto? Por supuesto, el Dios que dio origen a toda vida es poderoso para levantar aun de entre los muertos (Hebreos 11:19). Da vida eterna a quien quiere (Juan 17:2). Eso es verdad. Pero no es toda la verdad. Hay ciertas cosas que deben intervenir antes de que alguien pueda resucitar. Dios no vivifica a nadie sin solucionar antes el problema de su antigua vida pecaminosa. Antes de dar vida a los muertos, los delitos que causan la muerte tienen que ser resueltos. Antes de la regeneración tiene que haber justificación. Antes de visitar el lavacro de la vida renovada (Tito 3:5) se tiene que visitar el altar de la expiación. Antes de Pentecostés viene el Calvario; antes de la resurrección, la muerte; antes de la nueva vida en Cristo, el perdón de pecados.

Notemos bien, pues, el tiempo de la última frase de este versículo. Pablo no dice que Dios nos da vida y luego perdona nuestros pecados. Dice que Dios nos da vida habiéndonos perdonado todos los delitos. Es decir, el perdón de pecados antecede a la concesión de vida nueva.
En realidad, una lectura cuidadosa de estos versículos establece que el orden de la obra salvadora de Dios es:

1 Dios nos ve en nuestra condición miserable de muerte espiritual (2:13a).
2 Nos perdona los pecados en virtud de la muerte expiatoria de Cristo (2:13c).
3 Así cancela el documento de las acusaciones contra nosotros (2:14).
4 Y desarma a los poderes invisibles que nos tenían esclavizados, despojándolos de su autoridad (2:15).
5 Entonces nos da vida nueva de resurrección (2:13b).

Si el pecado es la causa de nuestra muerte, no puede haber vida mientras no se solucione el problema del pecado. No hay resurrección de la muerte causada por los delitos sin perdón de los delitos. Por tanto, nuestra salvación empieza cuando Dios interviene para quitar la culpa de nuestros pecados y declararnos justos ante sus ojos.

Ahora bien, algunos hablan como si Dios nos perdonara porque sí. Suponen que, siendo Dios un Dios de amor y misericordia, casi es su oficio y deber perdonarnos sin más. Se olvidan de que él es también un Dios de justicia, juicio e ira que exige el pago de nuestras deudas. Es cierto que él mismo se encarnó en la persona de Jesucristo con el fin expreso de pagar nuestras deudas él mismo; pero, en todo caso, la deuda tiene que ser pagada. Dios no perdona porque sí, sino sólo en virtud del pago de la cruz. Aunque el perdón es gratuito en el sentido de que nosotros mismos no podemos hacer nada para merecerlo, en sí es altamente costoso, tan costoso que sólo Dios mismo podía pagar el precio. Esto es lo que Pablo está a punto de decir en el 2:14 (aunque empleando otros términos).

De momento, pues, celebremos este gran hecho: los que hemos creído en Jesucristo hemos recibido el perdón de nuestros pecados. Y lo grande es que este perdón cubre no solamente los pecados del pasado, sino todos los delitos. Ya estamos definitivamente libres de toda condenación.

Y notemos bien la transición, ya señalada, entre vosotros y nosotros. Pablo ha empleado la segunda persona al describir la miserable condición de los colosenses antes de su conversión, pero ahora, al describir cómo Dios lleva a cabo su obra salvadora, se incluye a sí mismo:

Si es cierto que «todos [judíos y gentiles] han pecado y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23, RV60), entonces todos por igual necesitan ser perdonados. Y puesto que Pablo se tenía por «el primero de todos los pecadores» (1 Timoteo 1:15), le era imposible escribir acerca de un tema como éste sin ser conmovido profundamente en su propia alma, ya que había experimentado lo que Dios había hecho por él al rescatarlo de una perdición inevitable.

DE MUERTE A VIDA

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