LOS SOLDADOS EN LA MUERTE DEL SEÑOR JESUCRISTO [Mateo 27:31]

LOS SOLDADOS EN LA MUERTE DEL SEÑOR JESUCRISTO
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Si el protagonista de aquel primer “viernes santo” fue Jesús de Nazaret, el Señor Jesucristo, los principales “actores secundarios” fueron, sin duda, los soldados romanos. Podemos leerlo en cualquiera de los cuatro Evangelios y ver cuánto espacio se dedica al papel de los soldados. A Simón de Cirene, ninguno de los cuatro Evangelistas le dedica más de un solo versículo. De aquellas “hijas de Jerusalén” solamente habla Lucas. ¡Pero de los soldados se habla casi tanto o más que del mismo Señor! Por ejemplo, en Mateo 27, desde el versículo 27 hasta el versículo 38 —son doce versículos—, los sujetos de casi todos los verbos son los soldados.

¿Qué hicieron los soldados? ¿Qué debemos pensar de ellos y del papel tan importante que desempeñaron? ¿Y cuáles son las lecciones que debemos aprender de todo ello?

¿Qué hicieron los soldados?

Comparando los cuatro relatos de los cuatro Evangelios, podemos reconstruir el papel que desempeñaron los soldados en la muerte del Señor Jesucristo. Ese papel se puede dividir en diez momentos o “movimientos” que describen diez cosas que hicieron los soldados:

Se llevaron al Señor (Mateo 27:27–31; etc.)

Antes de llevarlo al lugar de ejecución, los soldados lo llevaron al pretorio (el cuartel general de los soldados del gobernador), donde se entretuvieron burlándose de Él y torturándole. Lo desnudaron, echaron sobre Él un manto de escarlata, pusieron sobre su cabeza una corona de espinas, etc., y estuvieron arrodillándose delante de Él, jugando así con lo que habían oído de Él: que pretendía ser el rey de los judíos. Luego le escupieron y le golpearon en la cabeza.

Llevaron al Señor al lugar de ejecución (Mateo 27:31 y siguientes; etc.)

La tortura continuó. Los condenados a muerte, después de ser azotados y maltratados por los soldados, tenían que ir andando hasta el lugar designado (cuesta arriba), llevando ellos mismos su propia cruz. Sabemos que el Señor no pudo llevar la suya muy lejos, ya que cerca de la puerta de la ciudad los soldados tuvieron que obligar a otro —Simón de Cirene— a llevar la Cruz del Señor. Y así, la triste procesión siguió hasta llegar al Lugar de la Calavera.

Le ofrecieron al Señor vinagre mezclado con hiel (Mateo 27:34; etc.)

Parece que esto era una especie de primitiva anestesia que a veces se ofrecía al condenado antes de proceder a la crucifixión. En este caso, los soldados se la ofrecieron al Señor; pero Él, después de probarla, la rechazó: “No quiso beberlo” (Mateo 27:34). No quiso evitar nada del sufrimiento que había venido al mundo a soportar.

Crucificaron al Señor (Mateo 27:35a; etc.)

Este hecho central —la causa física de la muerte del Señor— lo mencionan los cuatro Evangelistas; pero se debe advertir que ninguno de los cuatro da “pelos y señales”: se limitan a decir sin más que los soldados le crucificaron. A mí me parece que hay en ello cierta reserva apropiada. No era necesario decir con todo lujo de detalles (como haría cualquier medio de comunicación hoy día) lo terrible que era ser crucificado.

Repartieron entre ellos la ropa del Señor (Mateo 27:35b; etc.)

Esta debía de ser la práctica común en aquel entonces. Puesto que los condenados a muerte eran crucificados desnudos, ¿por qué desperdiciar ropa que después se podía vender? Pero también era el cumplimiento de una profecía mesiánica, tal como apunta Juan en su Evangelio (cf. Juan 19:23–24).

Pusieron “el título” sobre la Cruz del Señor (Mateo 27:37; etc.)

No se nos dice explícitamente en qué orden se hizo cada cosa, pero Mateo da a entender que primero los soldados clavaron al Señor a su Cruz, luego clavaron encima de su cabeza el título —o el motivo de su ejecución— y después procedieron a crucificar a los otros dos (cf. Mateo 27:35–38). Puesto que a los soldados les interesaría hacerlo todo de la manera más fácil posible, parece lógico que fijasen el título a la Cruz del Señor mientras esta aún estaba tumbada.

Crucificaron también a los dos ladrones (Mateo 27:38; etc.)

Al Señor, que era “la estrella” en aquella ocasión, le crucificaron primero, y después a los dos ladrones: “uno a la derecha, y otro a la izquierda”.

Volvieron a burlarse del Señor (Lucas 23:36–37)

Según el relato de Lucas, hubo un momento cuando, estando los tres hombres en sus respectivas cruces ya, los soldados, pese a que ya se habían desahogado en el pretorio, renovaron sus crueles burlas hacia el Señor animados a ello, sin duda, por el ejemplo de espectadores tan ilustres como los mismos gobernantes de los judíos (cf. Lucas 23:35–36).

Guardaron al Señor (Mateo 27:36)

¡No era muy probable que una persona crucificada de repente se librase de los clavos, saltase al suelo y saliese corriendo!, pero siempre cabía la posibilidad de un intento de rescate por parte de algunos amigos o compañeros suyos. Todo soldado romano sabía lo que le podía costar el dejar escapar a cualquier preso (cf. Hechos de los Apóstoles 12:1–19).

Comprobaron que el Señor estaba muerto (Juan 19:32–34)

Solo Juan menciona el incidente de que los soldados rompieron las piernas a los dos ladrones y comprobaron que el Señor ya estaba muerto abriéndole el costado con una lanza (cf. Juan 19:31 y siguientes). No se nos dice qué soldados hicieron eso; Juan se limita a decir que fueron “los soldados” (Juan 19:32), y parece razonable pensar que eran los mismos soldados que le habían crucificado.

 

                                                LOS SOLDADOS EN LA MUERTE DEL SEÑOR JESUCRISTO

¿Qué se puede decir acerca de todo esto?

Los soldados romanos serían hombres endurecidos. Eran tiempos cuando la vida de un ser humano no valía mucho. No sé cuál sería el promedio de vida de un soldado romano en aquel entonces; pero, entre las causas normales de muerte —toda clase de enfermedades y de accidentes— y las causas adicionales por ser soldado —la muerte en el campo de batalla, la muerte por asesinato por parte de algún preso, la muerte por ejecución por incumplimiento de algún deber, la muerte como consecuencia de marchas de miles de kilómetros en condiciones pésimas—, cada día podía ser el último. ¡No podemos esperar, por tanto, que los hombres que crucificaron al Señor actuasen con delicadeza!
Además estaban cumpliendo órdenes. No les correspondía a ellos cuestionar esas órdenes ni romperse la cabeza haciendo un examen ético de los casos que pasaban por sus manos.
Es muy probable que no tuviesen nada personal contra el Señor. No le conocerían personalmente; habrían oído algunos comentarios acerca de Él y cualquier caso diferente les aliviaba del aburrimiento de la rutina de siempre.
Sin embargo, dicho todo esto, hay que decir que fueron especialmente crueles con el Señor. Hicieron con Él cosas que no eran necesarias y que no parece que hiciesen con los dos ladrones. Fueron mucho más lejos de lo que era, estrictamente hablando, su deber.
Y estuvieron ciegos a toda la evidencia de que uno de sus presos era diferente, alguien especial: los comentarios de la gente, el comportamiento del Señor, las palabras del Señor, el cambio que hubo en uno de los ladrones, la oscuridad sobrenatural que acompañó a la muerte del Señor, etc. Pudieron estar más cerca que nadie del Hijo de Dios encarnado y más cerca que nadie de la Cruz, pero de poco les sirvió: ¡Les interesaba más su ropa que Él mismo!
Para los soldados que crucificaron al Señor, solo fue otro día de trabajo.

¿Qué podemos aprender de los soldados?

Sugiero cuatro lecciones, cuatro advertencias:

El peligro de la ceguera espiritual

Como hemos visto, los soldados no vieron nada especial en el Señor; no porque no hubiera nada especial que ver, sino por su propia ceguera espiritual. Y es que por naturaleza todos somos ciegos espirituales. No es que alguien haya apagado la luz, ¡es que no vemos! Leemos la Biblia y no vemos su mensaje. ¿Dónde está el problema: en la Biblia o en nosotros? ¿Qué debemos hacer? ¡Aceptar el hecho de que somos ciegos y clamar al Señor para que Él nos abra los ojos!

El peligro de crucificar al Señor

¿Cómo podemos nosotros, tantos siglos después de los acontecimientos de aquel día tan decisivo en la Historia del mundo, crucificar al Señor? Pues hay una frase en Hebreos que dice: “Crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios […]” (Hebreos 6:6). Eso ocurre cuando alguien rechaza de manera definitiva el mensaje del Evangelio; es como si, espiritualmente hablando, la persona efectuase su propia crucifixión del Señor. Es hacer espiritualmente lo que los soldados hicieron físicamente.

El peligro de estar tan cerca, y a la vez tan lejos

¿Quién estuvo más cerca del Señor, y de la Cruz, que aquellos soldados? ¡Tan cerca, pero tan lejos! Como el rey Herodes, que durante un tiempo protegió a Juan el Bautista y le escuchaba “de buena gana” (Marcos 6:20), pero luego ordenó su decapitación. Como Judas Iscariote, que durante tres años fue uno más de los doce Apóstoles, pero al final salió a la luz su amor al dinero y fue a su propio lugar (cf. Hechos de los Apóstoles 1:25), siendo “el hijo de perdición” (Juan 17:12). Como el rey Agripa, que le dijo al apóstol Pablo: “Por poco me persuades a ser cristiano” (Hechos de los Apóstoles 26:28). ¡Tan cerca, pero tan lejos! ¿De qué nos sirve estar cerca del Reino de Dios (cf. Marcos 12:34) si al final no entramos en Él (cf. Juan 3:3, 5)?

El peligro de la indiferencia espiritual

¿Te lo imaginas? ¡El Hijo de Dios encarnado está efectuando el acto más trascendental de toda la Historia habida y por haber, y a dos pasos de Él hay un puñado de soldados que están echando suertes para ver quién se queda con la túnica del Señor! ¿Qué imagen más vívida que esta podría haber de la indiferencia espiritual? ¡“Pasaban” de Él! Habían tenido su momento de diversión; ¡lo que importaba ahora era aquella túnica! ¿Somos tan diferentes de ellos? Se puede comprender que la gente reaccione ante el Señor con amor o con odio, ¿pero con indiferencia? ¿Pero qué dice tu vida, o tu conversación, acerca de tu actitud hacia Jesús de Nazaret? ¿“Pasas” de Él?
Cuando leemos la historia de la crucifixión del Señor es muy fácil criticar a los soldados. No quiero quitarle importancia a lo que hicieron: maltrataron al Señor, se burlaron de Él, le torturaron tanto física como psicológicamente, le trataron de la manera más blasfema y cruel.
¿Pero hasta qué punto somos nosotros mejores que ellos? Como hemos visto, podemos caer en los mismos peligros que ellos, aunque —eso sí— con una diferencia muy importante: ¡Nosotros sabemos mucho más que ellos y, por tanto, nuestros pecados son mucho menos excusables!
¡Que el Señor nos guarde de la ceguera espiritual, de volver a crucificar al Señor, de estar tan cerca de la Cruz pero a la vez tan lejos, y de la indiferencia espiritual!

LA MUERTE DEL SEÑOR JESUCRISTO

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