LA DOCTRINA DE LA TRINIDAD [Rv60]

EL DIOS TRINO
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¿Cómo puede Dios ser tres personas y sin embargo un solo Dios?

Sin duda alguna, la Trinidad es el misterio más grande de la fe cristiana.  La palabra misma es una contracción de las palabras ‘tri’ y ‘unidad’, y se refieren al hecho de que Dios es tanto tres como uno: En la unidad de esta Deidad hay tres personas; una en sustancia, poder y eternidad, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo.

Es importante recordar la doctrina de la Trinidad en conexión con el estudio de los atributos de Dios. Cuando pensamos de Dios como eterno, omnipresente, omnipotente, etcétera, podemos tener la tendencia a pensar sólo en Dios Padre en conexión con esos atributos.

Pero la enseñanza bíblica sobre la Trinidad nos dice que todos los atributos de Dios son verdad de las tres personas, porque cada una es plenamente Dios. Por tanto, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo son también eternos, omnipresentes, omnipotentes, infinitamente sabios, infinitamente santos, infinitamente amor, omniscientes, y todo lo demás.

La doctrina de la Trinidad es una de las doctrinas más importantes de la fe cristiana. El estudio de las enseñanzas bíblicas sobre la Trinidad nos da una noción más profunda del asunto que es el centro de toda nuestra búsqueda de Dios: ¿cómo es Dios en sí mismo? Aquí aprendemos que en sí mismo, en su propio ser, Dios existe en las personas de Padre, Hijo y Espíritu Santo, y sin embargo es un solo Dios.

EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA

Podemos definir la doctrina de la Trinidad como sigue: Dios existe eternamente como tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y cada persona es plenamente Dios, y hay sólo un Dios.

La doctrina de la Trinidad se revela progresivamente en la Biblia

Revelación parcial en el Antiguo Testamento.

La palabra Trinidad nunca se halla en la Biblia, aunque la idea que denota la palabra se enseña en muchos lugares. La palabra Trinidad quiere decir «tri-unidad» o «tres en uno». Se usa para resumir la enseñanza bíblica de que Dios es tres personas y sin embargo un solo Dios.

A veces algunos piensan que la doctrina de la Trinidad se halla sólo en el Nuevo Testamento, y no en el Antiguo. Si Dios ha existido eternamente como tres personas, sería sorprendente no hallar indicaciones de eso en el Antiguo Testamento. Aunque la doctrina de la Trinidad no se halla explícitamente en el Antiguo Testamento, varios pasajes sugieren o incluso implican que Dios existe como más de una persona.

Por ejemplo, según Génesis 1:26, Dios dijo: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza». ¿Qué significa el verbo en plural («hagamos») y el pronombre plural («nuestra»)? Algunos han sugerido que son plurales de majestad, una forma de hablar que el rey solía usar para decir, por ejemplo: «Nos complace concederte tu petición». Sin embargo, en el hebreo del Antiguo Testamento no hay otros ejemplos de que un monarca use verbos plurales o pronombres plurales para referirse a sí mismo con un «plural de majestad», así que esta opinión no tiene evidencia que la respalde. Otra opinión es que Dios aquí está hablándole a los ángeles. Pero los ángeles no participaron la creación del hombre, ni tampoco el hombre fue creado a imagen y semejanza de los ángeles, así que esta idea no es convincente. La mejor explicación es que ya en el primer capítulo de Génesis tenemos una indicación de una pluralidad de personas en Dios mismo. No se nos dice cuántas personas, y no tenemos nada que se acerque a una doctrina completa de la Trinidad, pero se implica que interviene más de una persona.

Lo mismo se puede decir de Génesis 3:22 («El ser humano ha llegado a ser como uno de nosotros, pues tiene conocimiento del bien y del mal»), Génesis 11:7 («Será mejor que bajemos a confundir su idioma, para que ya no se entiendan entre ellos mismos»), e Isaías 6:8 («¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?»). (Note la combinación de singular y plural en la misma oración del último pasaje).

Es más, hay pasajes en donde a una persona se le llama «Dios» o «el Señor», y se distingue de otra persona de quien también se dice que es Dios. En Salmo 45:6–7 el salmista dice: «Tu trono, oh Dios, permanece para siempre; … Tú amas la justicia y odias la maldad; por eso Dios te escogió a ti y no a tus compañeros, ¡tu Dios te ungió con perfume de alegría!» Aquí el Salmo va más allá de describir algo que pudiera ser cierto de un rey terrenal y llama al rey «Dios» (v. 6), cuyo trono durará «para siempre». Pero luego, hablando a la persona que llama «Dios», el autor dice que «por eso Dios te escogió a ti y no a tus compañeros» (v. 7). Así que a dos personas separadas se les llama «Dios» (heb. Elojim). En el Nuevo Testamento, el autor de Hebreos cita este pasaje y lo aplica a Cristo: «Tu trono, oh Dios, permanece por los siglos de los siglos» (Heb 1:8).

De modo similar en el Salmo 110:1 David dice: «Así dijo el Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies». Jesús apropiadamente entiende que David se refiere a dos personas separadas como «Señor» (Mt 22:41–46), pero ¿quién es el «Señor» de David si no Dios mismo? ¿Y quién podría decirle a Dios: «Siéntate a mi derecha» excepto alguien que sea también completamente Dios? Desde la perspectiva del Nuevo Testamento podemos parafrasear este versículo: «Dios Padre le dijo a Dios Hijo: “Siéntate a mi derecha”».

Pero incluso sin la enseñanza del Nuevo Testamento sobre la Trinidad, parece claro que David estaba consciente de una pluralidad de personas en un solo Dios. Jesús, por supuesto, entendía esto, pero cuando les pidió a los fariseos una explicación de este pasaje, «nadie pudo responderle ni una sola palabra, y desde ese día ninguno se atrevía a hacerle más preguntas» (Mt 22:46). A menos que estén dispuestos a reconocer una pluralidad de personas en un solo Dios, los intérpretes judíos de la Biblia hasta este día no tienen una explicación más satisfactoria del Salmo 110:1 (o de Gn 1:26, o de los demás pasajes que acabamos de considerar) que la que tuvieron en el día de Jesús.

Isaías 63:10 dice del pueblo de Dios que «se rebelaron y afligieron a su santo Espíritu», al parecer sugiriendo que el Espíritu Santo es otra persona distinta de Dios mismo (es «su santo Espíritu»), y que a este Espíritu santo lo «afligieron», lo que sugiere característica de capacidades emocionales de una persona distinta. (Is 61:1 también distingue «El Espíritu del Señor omnipotente» de «del Señor», aunque en ese versículo no se le atribuye ninguna cualidad personal al Espíritu del Señor).

Evidencia similar se halla en Malaquías, en donde el Señor dice: «El Señor Todopoderoso responde: «Yo estoy por enviar a mi mensajero para que prepare el camino delante de mí. De pronto vendrá a su templo el Señor a quien ustedes buscan; vendrá el mensajero del pacto, en quien ustedes se complacen» (Mal 3:1–2). Aquí, de nuevo, el que habla («el Señor Todopoderoso») se distingue a sí mismo del «Señor a quien ustedes buscan», lo que sugiere dos personas separadas, a ambas de las cuales se les llama «Señor».

En Oseas 1:7 el Señor está hablando, y dice de la casa de Judá: «la salvaré … por medio del Señor su Dios», de nuevo sugiriendo que a más de una persona se le puede llamar «Señor» (heb. Yahvé y «Dios» (Elojim).

Y en Isaías 48:16 el que habla (evidentemente el siervo del Señor) dice: «Y ahora el Señor omnipotente me ha enviado con su Espíritu». Aquí el Espíritu del Señor, como el siervo del Señor, ha sido «enviado» por el Señor Dios en una misión en particular. El paralelo entre los dos objetos del envío («a mí» y «a su espíritu») encajaría con el concepto de ver a ambos como personas distintas; parece significar más que simplemente «el Señor me ha enviado a mí y a su poder». De hecho, desde una perspectiva completa del Nuevo Testamento (que reconoce a Jesús el Mesías como el verdadero siervo del Señor que predicen las profecías de Isaías), Isaías 48:16 tiene implicaciones trinitarias: «Y ahora el Señor omnipotente me ha enviado con su Espíritu», si las dice Jesús el Hijo de Dios, se refiere a las tres personas de la Trinidad.

Todavía más, varios pasajes del Antiguo Testamento que hablan del «ángel del Señor» sugieren una pluralidad de personas en Dios. La palabra que se traduce «ángel» (heb. malak) significa simplemente «mensajero». Si el ángel del Señor es un «mensajero» del Señor, él es distinto del Señor mismo. Sin embargo, en algún momento al ángel del Señor se le llama «Dios» o «el Señor» (vea Gn 16:13; Éx 3:2–6; 23:20–22 [note «mi nombre está en él» en v. 21, RVR 1960]; Nm 22:35 con 38; Jue 2:1–2; 6:11 con 14). En otros puntos en el Antiguo Testamento «el ángel del Señor» simplemente se refiere a un ángel creado, pero por lo menos en estos pasajes del ángel especial (o «mensajero») del Señor parece ser una persona distinta que es plenamente divina.

Uno de los pasajes más disputados del Antiguo Testamento que podría mostrar personalidad distinta para más de una persona es Proverbios 8:22–31. Aunque en la parte anterior del capítulo se podría entender solo como una personificación de la «sabiduría» para efecto literario, que muestra a la sabiduría llamando al sencillo e invitándole a aprender, vv. 21–31, uno podría argüir, dice cosas en cuanto a la «sabiduría» que parecen ir más allá de la mera personificación. Hablando del tiempo cuando Dios creó la tierra, la «sabiduría» dice: «Allí estaba yo, afirmando su obra. Día tras día me llenaba yo de alegría, siempre disfrutaba de estar en su presencia; me regocijaba en el mundo que él creó; ¡en el género humano me deleitaba!» (Pr 8:30–31).

Su obrar como un «artesano» al lado de Dios en la creación sugiere la idea de una personalidad distinta, y las frases que siguen pudieran parecer incluso más convincentes, porque sólo una persona puede decir «Día tras día me llenaba yo de alegría», y puede regocijarse en el mundo y deleitarse en la humanidad.

Pero si decidimos que «sabiduría» aquí se refiere al Hijo de Dios antes de que encarnara, hay una dificultad. Los versículos 22–25 (VP) parecen hablar de la creación de esta persona a la que se le llama «sabiduría»:

El Señor me creó al principio de su obra,

antes de que él comenzara a crearlo todo.

Me formó en el principio del tiempo,

antes de que creara la tierra.

Me engendró antes de que existieran los grandes mares,

antes de que brotaran los ríos y los manantiales.

Antes de afirmar los cerros y los montes,

el Señor ya me había engendrado.

¿No indica esto que esta «sabiduría» fue creada?

En realidad, no. La palabra hebrea que comúnmente quiere decir «crear» (bará) no se usa en el versículo 22. La palabra que usa es kaná, que aparece ochenta y cuatro veces en el Antiguo Testamento y casi siempre significa «conseguir, adquirir». La LBLA es más clara aquí: «El Señor me poseyó al principio de su camino» (de modo similar RVR 1960). (Note este sentido de la palabra en Gn 39:1; Éx 21:2; Pr 4:5, 7; 23:23; Ec 2:7; Is 1:3 [“dueño”]).

Este es un sentido legítimo y, si se entiende la sabiduría como una persona real, significaría sólo que Dios Padre empezó a dirigir y hacer uso de la poderosa obra creadora de Dios Hijo en el tiempo en que empezó la creación; el Padre convocó al Hijo para que trabajara con él en la actividad de la creación. La expresión «me engendró» en los versículos 24 y 25 es un término diferente, pero podría llevar un significado similar; el Padre empezó a dirigir y hacer uso de la obra poderosa creadora del Hijo en la creación del universo.

Revelación más completa de la Trinidad en el Nuevo Testamento.

Cuando empieza el Nuevo Testamento, entramos en la historia de la venida del Hijo de Dios a la tierra. Era de esperarse que este gran suceso estuviera acompañado de enseñanza más explícita en cuanto a la naturaleza trinitaria de Dios, y eso es en efecto lo que hallamos. Antes de mirar esto en detalle, podemos simplemente mencionar varios pasajes en donde se mencionan juntas a las tres personas de la Trinidad.

Cuando Jesús se bautizó, «en ese momento se abrió el cielo, y él vio al Espíritu de Dios bajar como una paloma y posarse sobre él. Y una voz del cielo decía: “Éste es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él”» (Mt 3:16–17). Aquí, en un mismo momento, tenemos a los tres miembros de la Trinidad desempeñando tres actividades distintas. Dios Padre habla desde el cielo; Dios Hijo está siendo bautizado y el Padre le habla desde el cielo; y Dios Espíritu Santo desciende del cielo para posarse y capacitar a Jesús para su ministerio.

Al final de su ministerio terrenal, Jesús dice a sus discípulos que «vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28:19). Los mismos nombres «Padre» e «Hijo», tomados de la familia, la más familiar de las instituciones humanas, indican muy fuertemente que el Padre y el Hijo son personas distintas. Cuando se pone al «Espíritu Santo» en la misma expresión y en el mismo nivel de las otras dos personas, es difícil evadir la conclusión de que al Espíritu Santo también se le ve como una persona de igual posición que el Padre y el Hijo.

Cuando nos damos cuenta de que los autores del Nuevo Testamento generalmente usan el nombre «Dios» (gr. Teos) para referirse a Dios Padre y el nombre «Señor» (gr. kurios), para referirse a Dios Hijo, es claro que hay otra expresión trinitaria en 1 Corintios 12:4–6: «Ahora bien, hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. Hay diversas maneras de servir, pero un mismo Señor. Hay diversas funciones, pero es un mismo Dios el que hace todas las cosas en todos».

De modo similar, el último versículo de 2 Corintios es una expresión trinitaria: «Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes» (2 Co 13:14). Vemos a las tres personas mencionadas separadamente en Efesios 4:4–6 igualmente: «Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fueron llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos».

A todas las tres personas de la Trinidad se las mencionan juntas en la frase de apertura de 1 Pedro: «Según la previsión de Dios el Padre, mediante la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser redimidos por su sangre» (1 P 1:2). Y en Judas 20–21 leemos: «Ustedes, en cambio, queridos hermanos, manténganse en el amor de Dios, edificándose sobre la base de su santísima fe y orando en el Espíritu Santo, mientras esperan que nuestro Señor Jesucristo, en su misericordia, les conceda vida eterna».

Sin embargo, la traducción de la RVR 1960 de 1 Jn 5:7 no se debe usar en esta conexión. Dice: «Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno».

El problema con esta traducción es que se basa en un número muy pequeño de manuscritos griegos no confiables, el más antiguo de los cuales procede del siglo XIV d.C. Ninguna traducción moderna en inglés incluye esta traducción, y todas la omiten, como también la mayoría de los manuscritos griegos de las principales tradiciones del texto, incluyendo varios manuscritos muy confiables del IV y V siglo d.C., y también citas incluidas por los padres tales como Ireneo (ca. 202 d.C.), Clemente de Alejandría (ca. 212 d.C.), Tertuliano (murió después del 220 d.C.), y el gran defensor de la Trinidad, Atanasio (373 d.C.).

Tres declaraciones resumen la enseñanza bíblica

En un sentido la doctrina de la Trinidad es un misterio que jamás podremos entender por completo. Sin embargo, podemos entender algo de su verdad resumiendo las enseñanzas de la Biblia en tres afirmaciones:

  1. Dios es tres personas
  2. Cada persona es plenamente Dios
  3. Hay sólo un Dios

La siguiente sección desarrollará en más detalle cada una de estas afirmaciones.

Dios es tres personas.

El hecho de que Dios es tres personas quiere decir que el Padre no es el Hijo; son personas distintas. También quiere decir que el Padre no es el Espíritu Santo, sino que son personas distintas. Y quiere decir que el Hijo no es el Espíritu Santo. Estas distinciones se ven en varios de los pasajes citados en la sección anterior tanto como en muchos otros pasajes adicionales del Nuevo Testamento.

Juan 1:1–2 nos dice: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios». El hecho de que el «Verbo» (que en los vv. 9–18 se ve que es Cristo) está «con» Dios muestra distinción entre él y Dios Padre. En Juan 17:24 Jesús habla a Dios Padre acerca de «mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo», mostrando de este modo distinción de personas que participan de la gloria, y en una relación de amor entre Padre e Hijo antes de que el mundo fuera creado.

Se nos dice que Jesús continúa como nuestro Sumo Sacerdote y Abogado ante Dios Padre: «Si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo» (1 Jn 2:1). Cristo es el que «también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos» (Heb 7:25). Sin embargo, a fin de interceder por nosotros ante Dios Padre, es necesario que Cristo sea una persona distinta del Padre.

Es más, el Padre no es el Espíritu Santo, y el Hijo no es el Espíritu Santo. Se les distingue en varios versículos. Jesús dijo: «Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho» (Jn 14:26). El Espíritu Santo también ora o «intercede» por nosotros (Ro 8:27), lo que indica una distinción entre el Espíritu Santo y Dios Padre ante quien se hace la intercesión.

Finalmente, el hecho de que el Hijo no es el Espíritu Santo también se indica en los varios pasajes trinitarios mencionados antes, tales como la gran comisión (Mt 28:19), y en los pasajes que indican que Cristo volvió al cielo y luego envió al Espíritu Santo a la iglesia. Jesús dijo: «Les conviene que me vaya porque, si no lo hago, el Consolador no vendrá a ustedes; en cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes» (Jn 16:7).

Algunos han cuestionado si el Espíritu Santo en verdad es una persona distinta, antes que simplemente el «poder» o «fuerza» de Dios en acción en el mundo. Pero el Nuevo Testamento es muy claro y fuerte. Primero están los varios versículos mencionados anteriormente, en donde se pone al Espíritu Santo en una relación de coordinación con el Padre y el Hijo (Mt 28:19; 1 Co 12:4–6; 2 Co 13:14; Ef. 4:4–6; 1 P 1:2); puesto que el Padre y el Hijo son personas, la expresión coordinada intima fuertemente que el Espíritu Santo también es una persona. Luego hay lugares donde el pronombre masculino él (gr. ekeinos) se le aplica al Espíritu Santo (Jn 14:26; 15:26; 16:13–14), lo que uno no esperaría de las reglas de la gramática griega, porque el sustantivo «espíritu» (gr. pneuma) es neutro, no masculino, y ordinariamente se le añadiría el pronombre neutro ekeino. Es más, el nombre Consejero o Consolador (gr. parakletos) es un término que comúnmente se usa para hablar de una persona que ayuda o da consuelo o consejo a otra persona o personas, pero se usa para referirse al Espíritu Santo en el Evangelio de Juan (14:16, 26; 15:26; 16:7).

También al Espíritu Santo se le adscriben otras actividades personales, tales como enseñar (Jn 14:26), dar testimonio (Jn 15:26; Ro 8:16), interceder u orar a favor de otros (Ro 8:26–27), escudriñar las profundidades de Dios (1 Co 2:10), conocer los pensamientos de Dios (1 Co 2:11), decidir repartir algunos dones a algunos y otros dones a otros (1 Co 12:11), prohibir o no permitir ciertas actividades (Hch 16:6–7), hablar (Hch 8:29; 13:2; y muchas veces en el Antiguo y Nuevo Testamentos), evaluar y aprobar un curso sabio de acción (Hch 15:28), y entristecerse por el pecado en la vida de los creyentes (Ef 4:30).

Finalmente, si se entiende que el Espíritu Santo es simplemente el poder de Dios, antes que una persona distinta, entonces toda una serie de pasajes no tendrían sentido, porque en ellos el Espíritu Santo y su poder o el poder de Dios se mencionan juntos. Por ejemplo, Lucas 4:14: «Jesús regresó a Galilea en el poder del Espíritu» estaría diciendo: «Jesús regresó a Galilea en el poder del poder». En Hechos 10:38: «Me refiero a Jesús de Nazaret: cómo lo ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder», significaría: «Me refiero a Jesús de Nazaret: cómo lo ungió Dios con el poder de Dios y con poder» (vea también Ro 15:13; 1 Co 2:4).

Aunque tantos pasajes claramente distinguen al Espíritu Santo de los otros miembros de la Trinidad, un versículo difícil ha sido 2 Corintios 3:17: «Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad». Los intérpretes a menudo han dado por sentado que «el Señor» aquí significa Cristo, porque Pablo frecuentemente usa «el Señor» para referirse a Cristo. Pero probablemente ese no es el caso aquí, porque se pudiera elaborar un buen argumento partiendo de la gramática y del contexto para decir que este versículo se traduce mejor con el Espíritu Santo como sujeto: «Ahora bien, el Espíritu es el Señor …». En este caso, Pablo estaría diciendo que el Espíritu Santo es también «Yahvé» (o «Jehová»), el Señor del Antiguo Testamento (note el claro trasfondo del Antiguo Testamento en este contexto, empezando en el v. 7). Teológicamente esto sería muy aceptable, porque se podría decir con verdad que, así como Dios Padre es «Señor» y Dios Hijo es «Señor» (en el pleno sentido del Antiguo Testamento de «Señor» como nombre de Dios), también el Espíritu Santo es aquel a quien se llama «Señor» en el Antiguo Testamento; y es el Espíritu Santo el que nos manifiesta especialmente la presencia del Señor en esta era del nuevo pacto.

Cada persona es plenamente Dios.

Además del hecho de que las tres personas son distintas, el testimonio abundante de la Biblia es que cada persona es también plenamente Dios.

Primero, Dios Padre es claramente Dios. Esto es evidente del primer versículo de la Biblia, en donde Dios creó los cielos y la tierra. Es evidente por todo el Antiguo y Nuevo Testamentos, en donde a Dios Padre claramente se le ve como Señor soberano sobre todo y en donde Jesús ora al Padre celestial.

Luego, el Hijo es plenamente Dios. Aunque este punto se desarrollará con mayor detalle en el capítulo 26, «La persona de Cristo», en este punto podemos brevemente notar varios pasajes explícitos. Juan 1:1–4 claramente afirma la plena deidad de Cristo:

En el principio ya existía el Verbo,

y el Verbo estaba con Dios,

y el Verbo era Dios.

Él estaba con Dios en el principio.

Por medio de él todas las cosas fueron creadas;

sin él, nada de lo creado llegó a existir.

En él estaba la vida,

y la vida era la luz de la humanidad.

Aquí a Cristo se le menciona como «el Verbo», y Juan dice tanto que él estaba «con Dios» y que él «era Dios». El texto griego hace eco de las palabras de apertura de Génesis 1:1: («En el principio …») y nos recuerda que Juan está hablando de algo que fue cierto antes de que el mundo fuera hecho. Dios Hijo siempre fue plenamente Dios.

Los Testigos de Jehová han cuestionado la traducción «el Verbo era Dios», y lo traducen como «la Palabra era un Dios» implicando que el Verbo era simplemente un ser celestial pero no plenamente divino. Justifican su traducción señalando el hecho de que el artículo definido (gr. jo, «el») no aparece antes de la palabra griega Teos («Dios»). Dicen que, por consiguiente, Teos se debe traducir «un Dios».

Sin embargo, ningún erudito griego reconocido ha seguido tal interpretación, porque es de conocimiento común que la oración sigue una regla general de la gramática griega, y la ausencia del artículo definido solo indica que «Dios» es el predicado antes que el sujeto de la oración. (Una publicación reciente de los Testigos de Jehová ahora reconocen la regla gramatical pertinente, pero continúan afirmando de todas maneras su posición en cuanto a Juan 1:1).

La irregularidad de la posición de los Testigos de Jehová se puede ver además en su traducción del resto del capítulo. Por varias otras razones gramaticales, la palabra Teos también carece de artículo definido en otros lugares de este capítulo, tales como el versículo 6 («Vino un hombre llamado Juan. Dios lo envió»), versículo 12 («les dio el derecho de ser hijos de Dios»), versículo 13 («sino que nacen de Dios»), y versículo 18 («A Dios nadie lo ha visto nunca»). Si los Testigos de Jehová fueran consistentes en su argumentación en cuanto a la ausencia del artículo definido, deberían haber traducido todos estos casos con la frase «un dios», pero en cada uno de estos casos traducen «Dios».

Juan 20:28 en su contexto también es una fuerte prueba de la deidad de Cristo. Tomás había dudado de los informes de los otros discípulos de que habían visto a Jesús resucitado de los muertos, y dijo que no creería a menos que pudiera ver las huellas de los clavos en las manos de Jesús y poner su mano en su costado herido (Jn 20:25). Después Jesús se apareció a los discípulos cuando Tomás estaba con ellos. Le dijo a Tomás: «Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe» (Jn 20:27).

En respuesta a esto, leemos que Tomás exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20:28). Aquí Tomás llamó a Jesús «Dios mío». La narración muestra que tanto Juan al escribir su Evangelio y Jesús mismo aprobó lo que Tomás había dicho y alentó a todos los que oyeron a Tomás a creer lo mismo que Tomás. Jesús de inmediato le responde a Tomás: «Porque me has visto, has creído … dichosos los que no han visto y sin embargo creen» (Jn 20:29). En lo que a Juan atañe, este es el dramático punto cumbre del evangelio, porque inmediatamente le dice al lector, y en el mismo siguiente versículo, que esta es la razón por la que escribió:

Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida (Jn 20:30–31).

Jesús habla de los que no le verán y sin embargo creerán, y Juan de inmediato les dice a los lectores que ha incluido los acontecimientos escritos en su Evangelio para que ellos puedan creer también de esta manera, imitando a Tomás en su confesión de fe. En otras palabras, todo el evangelio fue escrito para persuadir a las personas a imitar a Tomás, que sinceramente llamó a Jesús: «Señor mío y Dios mío». Debido a que Juan presenta esto como el propósito de su evangelio, la oración cobra fuerza adicional.

Otros pasajes que hablan de Jesús como plenamente divino incluyen Hebreos 1, en donde el autor dice que Cristo es la «fiel imagen» (v. 3, gr. karákter, «duplicado exacto») de la naturaleza o ser (gr. jupostasis) de Dios; lo que quiere decir que Dios Hijo duplica exactamente el ser o la naturaleza de Dios Padre en todo detalle; cualquier atributo o poder que Dios Padre tiene, Dios Hijo lo tiene por igual. El autor pasa a referirse al Hijo como «Dios» en el versículo 8 («Pero con respecto al Hijo dice: «Tu trono, oh Dios, permanece por los siglos de los siglos»), y le atribuye a Cristo la creación de los cielos cuando dice de él: «En el principio, oh Señor, tú afirmaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos» (Heb 1:10, citando Sal 102:25). Tito 2:13 se refiere a «nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo», y 2 Pedro 1:1 habla de «la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo». Romanos 9:5, hablando del pueblo judío, dice: «De ellos son los patriarcas, y de ellos, según la naturaleza humana, nació Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas. !¡Alabado sea por siempre! Amén».

En el Antiguo Testamento, Isaías 9:6 predice:

Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo;

la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres:

Consejero admirable, Dios fuerte.

Al aplicarse esta profecía a Cristo, se refiere a él como «Dios fuerte». Note la aplicación similar de los títulos «Señor» y «Dios» en la profecía de la venida del Mesías en Isaías 40:3: «Preparen en el desierto un camino para el Señor; enderecen en la estepa un sendero para nuestro Dios», citada por Juan el Bautista en preparación para la venida de Cristo en Mateo 3:3.

En el capítulo 26, abajo, se considerarán muchos otros pasajes, pero estos deberían ser suficientes para demostrar que el Nuevo Testamento claramente se refiere a Cristo como plenamente Dios. Como Pablo dice en Colosenses 2:9: «Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo».

Luego, el Espíritu Santo también es plenamente Dios. Una vez que entendemos que Dios Padre y Dios Hijo son plenamente Dios, las expresiones trinitarias en versículos como Mateo 28:19 («bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo») cobran significación para la doctrina del Espíritu Santo, porque muestran que al Espíritu Santo se le clasifica en un nivel igual con el Padre y el Hijo.

Esto se puede ver si reconocemos lo inimaginable de que Jesús hubiera dicho algo como: «Bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo y del arcángel Miguel»; esto le habría dado a un ser creado una posición enteramente inapropiada incluso para un arcángel. Los creyentes en todos los siglos pueden ser bautizados solamente en el nombre (y por consiguiente en una toma de carácter) de Dios mismo. (Note también los otros pasajes trinitarios mencionados arriba: 1 Co 12:4–6; 2 Co 13:14; Ef 4:4–6; 1 P 1:2; Jud 20–21).

En Hechos 5:3–4 Pedro le pregunta a Ananías: «¿Cómo es posible que Satanás haya llenado tu corazón para que le mintieras al Espíritu Santo … ¡No has mentido a los hombres sino a Dios!». De acuerdo a las palabras de Pedro, mentirle al Espíritu Santo es mentirle a Dios. Pablo dice en 1 Corintios 3:16: «¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?» El templo de Dios es el lugar donde Dios mismo mora, lo que Pablo explica por el hecho de que «el Espíritu de Dios» mora allí, de este modo evidentemente igualando al Espíritu de Dios con Dios mismo.

David pregunta en Salmo 139:7–8: «¿Adónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿Adónde podría huir de tu presencia? Si subiera al cielo, allí estás tú». Este pasaje atribuye al Espíritu Santo la característica divina de omnipresencia, algo que no se aplica a ninguna de las criaturas de Dios. Parece que David está igualando al Espíritu de Dios con la presencia de Dios. Huir del Espíritu de Dios es huir de su presencia, pero si no hay ningún lugar a donde David pueda huir del Espíritu de Dios, entonces él sabe que donde quiera que vaya también tendrá que decir: «Tú estás allí».

Pablo le atribuye al Espíritu Santo la característica divina de omnisciencia en 1 Corintios 2:10–11: «El Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿quién conoce los pensamientos del ser humano sino su propio espíritu que está en él? Así mismo, nadie conoce los pensamientos de Dios [gr. literalmente «las cosas de Dios»] sino el Espíritu de Dios».

Es más, la actividad de dar el nuevo nacimiento a toda persona que nace de nuevo es obra del Espíritu Santo. Jesús dijo: «Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu. No te sorprendas de que te haya dicho: “Tienen que nacer de nuevo”» (Jn 3:5–7). Pero la obra de dar vida nueva espiritual a los seres humanos cuando se convierten es algo que sólo Dios puede hacer (cf. 1 Jn 3:9: «nacido de Dios»). Este pasaje, por consiguiente, da otra indicación de que el Espíritu Santo es plenamente Dios.

Hasta este punto tenemos dos conclusiones, y ambas se enseñan por profusamente toda la Biblia:

  1. Dios es tres personas
  2. Cada persona es plenamente Dios.

Si la Biblia enseñara sólo estos dos hechos, no habría problema lógico por ningún lado en hacerlos encajar uno con otro, porque la solución obvia sería que hay tres dioses. El Padre es plenamente Dios, el Hijo es plenamente Dios, y el Espíritu Santo es plenamente Dios. Tendríamos un sistema en donde hay tres seres igualmente divinos. Tal sistema de creencias se llamaría politeísmo; o, más específicamente, «triteísmo», o la creencia en tres dioses. Pero eso dista mucho de lo que la Biblia enseña.

Hay sólo un Dios.

La Biblia dice claramente que hay un Dios y sólo uno. Las tres personas diferentes de la Trinidad son una no sólo en propósito y en acuerdo en lo que piensan, sino que son una en esencia, una en su naturaleza esencial. En otras palabras, Dios es sólo un ser. No hay tres dioses. Hay sólo un Dios.

Uno de los pasajes más conocidos del Antiguo Testamento es Deuteronomio 6:4–5: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas».

Cuando Moisés canta en (Éx 15:11):

¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses?

¿Quién como tú, magnífico en santidad,

Terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?

la respuesta obviamente es: «nadie». Dios es único, y no hay nadie como él y no puede haber nadie como él. De hecho, Salomón ora: «Así todos los pueblos de la tierra sabrán que el Señor es Dios, y que no hay otro» (1 R 8:60).

Cuando Dios habla, repetidamente dice sin dejar duda que él es el único Dios verdadero; la idea de que hay tres dioses para adorar antes que uno sería impensable a la luz de estas afirmaciones extremadamente fuertes. Sólo Dios es el único Dios verdadero y no hay nadie como él. Cuando habla, sólo él habla; no está hablando como un Dios de tres que deben ser adorados. Él dice:

Yo soy el Señor, y no hay otro;

fuera de mí no hay ningún Dios.

Aunque tú no me conoces, te fortaleceré,

para que sepan de oriente a occidente

que no hay ningún otro fuera de mí.

Yo soy el Señor, y no hay ningún otro. (Is 45:5–6)

De modo similar, llama a todos en la tierra a que se vuelvan a él:

Fuera de mí no hay otro Dios;

Dios justo y Salvador,

no hay ningún otro fuera de mí.

Vuelvan a mí y sean salvos,

todos los confines de la tierra,

porque yo soy Dios, y no hay ningún otro.

(Is 45:21–22; cf. 44:6–8).

El Nuevo Testamento también afirma que hay sólo un Dios. Pablo escribe: «Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Ti 2:5). Pablo afirma que «no hay más que un solo Dios» (Ro 3:30), y que «no hay más que un solo Dios» (1 Co 8:6). Finalmente, Santiago reconoce que incluso los demonios reconocen que hay sólo un Dios, aunque su asentimiento intelectual al hecho no es suficiente para salvarlos: «¿Tú crees que hay un solo Dios? ¡Magnífico! También los demonios lo creen, y tiemblan» (Stg 2:19). Pero claramente Santiago afirma que uno «hace bien» en creer que «Dios es uno».

Todas las soluciones simplistas deben negar una hebra de la enseñanza bíblica.

Ahora tenemos tres declaraciones, todas las cuales se enseñan en la Biblia.

  1. Dios es tres personas
  2. Cada persona es plenamente Dios.
  3. Hay sólo un Dios.

En toda la historia de la iglesia ha habido esfuerzos por concebir una solución sencilla a la doctrina de la Trinidad negando una u otra de estas afirmaciones. Si alguien niega la primera afirmación, nos deja con el hecho de que cada una de las personas que se mencionan en la Biblia (Padre, Hijo y Espíritu Santo) es Dios, y que hay sólo un Dios. Pero si no tenemos que decir que son tres personas distintas, hay una solución fácil: son simplemente nombres diferentes de una persona que actúa diferente en diferentes ocasiones. A veces esta persona se llama a sí mismo Padre, a veces se llama Hijo, y a veces se llama Espíritu. No tenemos dificultad en entender eso, porque en nuestra propia experiencia la misma persona puede actuar en un momento como abogado (por ejemplo), en otro momento como padre de sus propios hijos, y en otro momento como hijo respecto a sus padres; el mismo individuo es un abogado, padre e hijo. Pero tal solución negaría el hecho de que las tres personas son individuos distintos, que Dios Padre envía a Dios Hijo al mundo, y que el Hijo ora al Padre, y que el Espíritu Santo intercede por nosotros ante el Padre.

Otra solución sencilla se hallaría al negar la segunda afirmación, es decir, al negar que alguna de las personas que la Biblia menciona realmente es Dios plenamente. Si simplemente sostenemos que Dios es tres personas, y que hay sólo un Dios, tal vez podríamos vernos tentados a decir que alguna de las «personas» en este un Dios no es plenamente Dios, sino que es una parte subordinada o creada de Dios. Esta solución la tomarían, por ejemplo, los que niegan la plena deidad del Hijo (y del Espíritu Santo). Pero, como vimos arriba, esta solución tendría que negar una categoría entera de la enseñanza bíblica.

Finalmente, como se anotó arriba, una solución sencilla surgiría al negar que hay sólo un Dios. Pero esto resultaría en una creencia en tres dioses, algo claramente contrario a la Biblia.

Aunque el tercer error no ha sido común, como veremos más abajo, cada uno de los primeros dos errores ha aparecido en un tiempo u otro en la historia de la iglesia y todavía persiste en algunos grupos de hoy.

Toda analogía tiene sus limitaciones.

Si no podemos adoptar ninguna de estas soluciones sencillas, ¿cómo podríamos unir estas tres verdades de la Biblia y mantener la doctrina de la Trinidad? A veces algunos han usado varias analogías derivadas de la naturaleza o de la experiencia humana intentando explicar esta doctrina.

Aunque estas analogías son útiles a un nivel elemental de entendimiento, todas resultan inadecuadas o equívocas bajo mayor reflexión. Decir, por ejemplo, que Dios es como un trébol, que tiene tres partes y sin embargo sigue siendo un trébol, falla porque cada hoja es sólo una parte del trébol, y no se puede decir de una hoja que sea todo el trébol. Pero en la Trinidad cada una de las personas no es simplemente una parte separada de Dios, sino que cada una es plenamente Dios. Es más, la hoja de un trébol es impersonal y no tiene personalidad distinta y compleja de la manera que la tiene cada persona de la Trinidad.

Otros han usado la analogía del árbol con tres partes: raíz, tronco y ramas, y todas constituyen un solo árbol. Pero surge un problema similar, porque estas son sólo partes de un árbol, y de ninguna de ellas se puede decir que sea todo el árbol. Es más, en esta analogía las partes tienen propiedades diferentes, a diferencia de las personas de la Trinidad, todas las cuales poseen todos los atributos de Dios en igual medida. Y la falta de personalidad en cada parte es igualmente una deficiencia.

La analogía de las tres formas del agua (vapor, agua y hielo) es también inadecuada porque (a) ninguna parte del agua jamás es las tres cosas a la vez, (b) tienen diferentes propiedades o características, (c) la analogía no tiene algo que corresponda al hecho de que hay sólo un Dios (no hay tal cosa como «un agua» o «toda el agua en el universo»), y (d) falta el elemento de la personalidad inteligente.

Se han derivado otras analogías de la experiencia humana. Se pudiera decir que la Trinidad es como el hombre que a la vez que es agricultor, alcalde de la ciudad y anciano en la iglesia. Funciona en papeles diferentes en ocasiones diferentes, pero es un solo hombre. Sin embargo, esta analogía es muy deficiente porque hay sólo un individuo haciendo estas tres actividades en tiempos diferentes, y la analogía no puede explicar la interacción personal entre los miembros de la Trinidad. (De hecho, esta analogía simplemente enseña la herejía llamada modalismo, que se considera más abajo).

Otra analogía tomada de la vida humana es la unión del intelecto, las emociones y la voluntad en un solo ser humano. Aunque estas son partes de la personalidad, sin embargo, ningún factor constituye la persona entera; y las partes no son idénticas en características, sino que tienen capacidades diferentes.

Así que, ¿qué analogía debemos usar para enseñar la Trinidad? Aunque la Biblia usa muchas analogías de la naturaleza y la vida para enseñarnos varios aspectos del carácter de Dios (Dios es como una roca en su fidelidad, es como un pastor en su cuidado, etc.), es interesante que en ninguna parte la Biblia usa analogía alguna para enseñar la doctrina de la Trinidad.

Lo más cercano que tenemos a una analogía se halla en los mismos títulos «Padre» e «Hijo»; títulos que claramente hablan de personas distintas y de la estrecha relación que existe entre ellos en una familia humana. Pero a nivel humano, por supuesto, tenemos dos seres humanos enteramente separados, y no un ser compuesto de tres personas distintas. Es mejor concluir que ninguna analogía expresa adecuadamente lo que es la Trinidad, y todas desorientan de maneras significativas.

Dios existe eterna y necesariamente como la Trinidad.

Cuando fue creado el universo, Dios Padre habló las palabras creadoras poderosas que lo hicieron existir, Dios Hijo fue el agente divino que realizó estas palabras (Jn 1:3; 1 Co 8:6; Col 1:16; Heb 1:2), y Dios Espíritu Santo estaba activo «iba y venía sobre la superficie de las aguas» (Gn 1:2). Así que es como esperaríamos: si los tres miembros de la Trinidad son igual y plenamente divinos, los tres han existido por toda la eternidad, y Dios ha existido eternamente como Trinidad (cf. también Jn 17:5, 24). Es más, Dios no puede ser otro que el que es, porque es inmutable (vea capítulo 11 arriba). Por consiguiente, parece apropiado concluir que Dios necesariamente existe como Trinidad; no puede ser otra cosa que lo que él es.

Han surgido errores al negar alguna de estas tres afirmaciones que resumen la enseñanza bíblica

En la sección anterior vimos cómo la Biblia exige que expresemos las siguientes tres afirmaciones:

  1. Dios es tres personas
  2. Cada persona es plenamente Dios.
  3. Hay sólo un Dios.

Antes de examinar más las diferencias entre Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la manera en que se relacionan entre sí, es importante considerar algunos de los errores doctrinales en cuanto a la Trinidad que han surgido en la historia de la iglesia.

En esta revisión histórica veremos algunos de los errores que debemos evadir en cualquier pensamiento ulterior en cuanto a esta doctrina. De hecho, los principales errores trinitarios que han surgido, han resultado debido a una negación de una u otra de estas tres afirmaciones primordiales.

El modalismo aduce que hay sólo una persona que se nos presenta en tres formas (o «modos») diferentes.

En varias ocasiones algunos han enseñado que Dios no es en realidad tres personas distintas, sino una sola persona que se aparece a los seres humanos en diferentes «modos» en ocasiones diferentes. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento Dios aparece como «Padre». En los Evangelios, esta misma persona divina apareció como «el Hijo» como se ve en la vida humana y ministerio de Jesús. Después de Pentecostés, esta misma persona entonces se nos reveló como el «Espíritu» activo en la iglesia.

A esta enseñanza también se hace referencia con dos otros nombres. A veces se le llamas sabelianismo, por un maestro llamado Sabelio que vivió en Roma a principios del siglo III d.C. Otro nombre que se le da al modalismo es «monarquismo-modalista», debido a que esta enseñanza no sólo dice que Dios se nos reveló en «modos» diferentes sino también dice que hay sólo un supremo gobernador («monarca») en el universo y que es Dios mismo, que consiste de sólo una persona.

El modalismo obtiene su atractivo del deseo de recalcar claramente el hecho de que sólo hay un Dios. Puede aducir respaldo no sólo de pasajes que hablan de un solo Dios, sino también de pasajes como Jn 10:30 («El Padre y yo somos uno») y Jn 14:9 («El que me ha visto a mí, ha visto al Padre»).

Sin embargo, el último pasaje puede simplemente significar que Jesús revela plenamente el carácter de Dios Padre, y el pasaje anterior (Jn 10:30), en un contexto en el que Jesús afirma que realizará todo lo que el Padre le ha dado que haga y salvará a todos los que el Padre le ha dado, parece querer decir que Jesús y el Padre son uno en propósito (aunque también pudiera implicar unidad de esencia).

La debilidad fatal del modalismo es el hecho de que debe negar las relaciones personales dentro de la Trinidad que aparecen en tantos lugares de la Biblia (o debe afirmar que estas fueron simplemente una ilusión, no algo real). Por tanto, debe negar que hubo tres personas separadas en el bautismo de Jesús, donde el Padre habla desde el cielo, y el Espíritu desciende sobre Jesús como una paloma. Debe decir que todas esas instancias en donde Jesús ora al Padre son una ilusión o una charada. La idea del Hijo o el Espíritu Santo intercediendo por nosotros ante Dios Padre se pierde.

Finalmente, el modalismo en última instancia pierde la esencia de la doctrina de la expiación; es decir, la idea de que Dios envió a su Hijo como sacrificio sustitutivo, y que el Hijo llevó la ira de Dios en nuestro lugar, y que el Padre, representando los intereses de la Trinidad, vio el sufrimiento de Cristo y quedó satisfecho (Is 53:11).

Es más, el modalismo niega la independencia de Dios, porque si Dios es sólo una persona, no tiene capacidad de amar o comunicarse sin otras personas en su creación. Por consiguiente, fue necesario que creara al mundo, y Dios ya no sería independiente de la creación (vea capítulo 12 sobre la independencia de Dios).

Una presente denominación dentro del protestantismo (definida ampliamente), la Iglesia Pentecostal Unida, es modalista en su posición doctrinal.

El arrianismo niega la plena deidad del Hijo y del Espíritu Santo

  1. La controversia arriana.

El término arrianismo se deriva de Arrio, obispo de Alejandría, cuyos puntos de vista fueron condenados en el Concilio de Nicea en el 325 d.C., y que murió en el 336 d.C. Arrio enseñaba que Dios Padre en cierto momento creó al Hijo, y que antes de ese tiempo el Hijo no existía, ni tampoco el Espíritu Santo, sino sólo el Padre. Por tanto, aunque el Hijo es un ser celestial que existía antes que el resto de la creación y que es mucho mayor que todo el resto de la creación, con todo no es igual al Padre en todos sus atributos; se puede incluso decir que es «como el Padre» o «similar al Padre» en su naturaleza, pero no se puede decir que sea «de la misma naturaleza» como el Padre.

Los arrianos dependen fuertemente en pasajes que llaman a Cristo el Hijo «unigénito» de Dios (Jn 1:14; 3:16, 18; 1 Jn 4:9). Si Cristo fue «engendrado» por Dios Padre, razonaban, eso debe querer decir que Dios Padre le dio la existencia (porque la palabra «engendrar» en la experiencia humana se refiere al papel del padre en la concepción del hijo).

En Colosenses 1:15 hay respaldo adicional para el concepto arriano: «Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación». ¿Acaso la expresión «primogénito» aquí no implica que el Hijo fue en un punto traído a existencia por el Padre? Y si esto es verdad del Hijo, necesariamente debe ser cierto del Espíritu Santo también.

Pero estos pasajes no nos exigen creer la posición arriana. Colosenses 1:15, que llama a Cristo «el primogénito de toda creación», se entiende mejor si se dice que quiere decir que Cristo tiene los derechos o privilegios del «primogénito»; es decir, de acuerdo al uso y costumbre bíblicos, el derecho de liderazgo o autoridad en la familia de la generación de uno. (Note Heb 12:16 en donde se dice de Esaú que vendió su «primogenitura»; la palabra griega prototokia es cognada del término prototokos «primogénito» en Col 1:15). Así que, Colosenses 1:15 significa que Cristo tiene los privilegios de autoridad y gobierno, privilegios que le pertenecen como «primogénito», pero con respecto a toda la creación. La NIV en inglés traduce esto en forma útil: «el primogénito sobre toda creación».

En cuanto a los pasajes que dicen que Cristo fue el «Hijo unigénito» de Dios, la iglesia primitiva sintió tan fuertemente la fuerza de muchos otros pasajes que mostraban que Cristo era plena y completamente Dios, que concluyeron que, lo que sea que «unigénito» significara, no significaba «creado». Por consiguiente el credo niceno en 325 afirmó que Cristo era «engendrado, no hecho»:

Creemos en un Dios, Padre Todopoderoso, Hacedor de todas las cosas visibles e invisibles, y en un Señor Jesucristo, Hijo de Dios, engendrado del Padre, el unigénito; es decir, de la esencia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, el mismo Dios del mismo Dios, engendrado, no hecho, pues es de una sustancia (jomoousion) con el Padre …

Esta misma frase la reafirmó el concilio de Constantinopla en 381. Además, la frase «antes de todos los siglos» se añadió después de «engendrado del Padre», para mostrar que ese «engendrado» fue eterno. Nunca empezó a suceder, sino que es algo que había sido eternamente verdad de las relaciones entre el Padre y el Hijo. Sin embargo, la naturaleza de ese «engendrado» nunca se ha definido muy claramente, aparte de decir que tiene que ver con las relaciones entre el Padre y el Hijo, y que en algún sentido el Padre ha tenido eternamente primacía en esa relación.

En repudio adicional a la enseñanza de Arrio, el credo niceno insistía que Cristo era «de la misma sustancia que el Padre». La disputa con Arrio tenía que ver con dos palabras que se hicieron famosas en la historia de la doctrina cristiana, homoousios («de la misma naturaleza») y homoiousios («de naturaleza similar»).

 

La diferencia depende del significado diferente de dos prefijos griegos: homo- que quiere decir «mismo», y homoi- que quiere decir «similar». Arrio se contentaba con decir que Cristo era un ser celestial sobrenatural y que fue creado por Dios antes de la creación del resto del universo, e incluso que era «similar» a Dios en su naturaleza.

Por tanto, Arrio aceptaba la palabra homoiousios. Pero el concilio de Nicea en 325 y el concilio de Constantinopla en 381 se dieron cuenta de que esto no era suficiente, porque si Cristo no era exactamente de la misma naturaleza del Padre, no es plenamente Dios. Así que ambos concilios insistieron en que los creyentes ortodoxos confiesen que Jesús es homoousios de la misma naturaleza de Dios Padre. La diferencia entre las dos palabras era sólo una letra, la letra griega iota, y algunos han criticado a la iglesia por permitir que una disputa doctrinal sobre una sola letra consuma tanta atención durante la mayor parte del siglo IV d.C. Algunos se han preguntado: «¿Podría algo ser más necio que discutir por una sola letra en una palabra?» Pero la diferencia entre las dos palabras era profunda, y la presencia o ausencia de la iota realmente marcaba la diferencia entre el cristianismo bíblico, con una doctrina verdadera de la Trinidad, y una herejía que no aceptaba la plena deidad de Cristo, y por consiguiente no era trinitaria y a la larga destructiva para toda la fe cristiana.

  1.  

Al afirmar que el Hijo era de la misma naturaleza que el Padre, la iglesia primitiva también excluyó una doctrina falsa relacionada, es decir, el subordinacionismo. En tanto que el arrianismo sostenía que el Hijo fue creado y no era divino, el subordinacionismo sostenía que el Hijo era eterno (no creado) y divino, pero con todo no igual al Padre en ser o atributos; el Hijo era inferior o «subordinado» en ser a Dios Padre.

El padre de la iglesia primitiva Orígenes (ca. 185–254 d.C.) abogaba una forma de subordinacionismo que sostenía que el Hijo era inferior al Padre en ser, y que el Hijo eternamente deriva su ser del Padre. Orígenes intentaba proteger la distinción de personas y escribía antes de que la doctrina de la Trinidad fuera claramente formulada en la iglesia. El resto de la iglesia no le siguió, sino que en el concilio de Nicea claramente rechazó su enseñanza.

Aunque muchos de los dirigentes de la iglesia primitiva contribuyeron a la formulación gradual de una doctrina correcta de la Trinidad, el más influyente de todos fue Atanasio. Tenía sólo veintinueve años cuando llegó al concilio de Nicea en 325 d.C., todavía no como miembro oficial sino como secretario de Alejandro, obispo de Alejandría. Sin embargo, su mente aguda y capacidad de escribir le permitió tener una influencia importante en el resultado del concilio, y él mismo llegó a ser obispo de Alejandría en 328.

Aunque en Nicea fueron condenados, los arrianos rehusaron dejar de enseñar sus puntos de vista y usaron su considerable poder político en toda la iglesia para prolongar la controversia por la mayor parte del resto del siglo IV. Atanasio llegó a ser el punto focal del ataque arriano, y dedicó toda su vida a escribir y enseñar en contra de la herejía arriana. «Lo persiguieron con cinco exilios que abarcaron diecisiete años de huir y esconderse», pero, por sus incansables esfuerzos, «casi por sí solo Atanasio salvó a la iglesia del intelectualismo pagano».

El «credo atanasiano» que lleva su nombre no se piensa hoy que proceda de Atanasio mismo, pero es una afirmación muy clara de la doctrina trinitaria que ganó uso creciente en la iglesia desde alrededor del 400 d.C. y en adelante y todavía se usa en las iglesias católica y protestante hoy. (Vea apéndice 1).

  1.  

Antes de dejar la discusión del arrianismo, hay que mencionar una enseñanza falsa relacionada. El «adopcionismo» es el concepto de que Jesús vivió como un hombre ordinario hasta su bautismo, pero que Dios «adoptó» a Jesús como su «Hijo» y le confirió poderes sobrenaturales. Los adopcionistas no sostienen que Cristo existió antes de que naciera como hombre; por consiguiente, no piensan que Cristo fue eterno, ni piensan que es el ser exaltado y sobrenatural creado por Dios que sostienen los arrianos. Los adopcionistas piensan que incluso después de que Jesús fue «adoptado» por Dios como el «Hijo», no fue divino en su naturaleza, sino solamente un hombre exaltado a quien Dios llamó su «Hijo» en un sentido único.

El adopcionismo nunca logró la fuerza de un movimiento como el arrianismo, pero hubo algunos que sostuvieron ideas adopcionistas de tiempo en tiempo en la iglesia primitiva, aunque sus puntos de vista nunca se aceptaron como ortodoxos. Muchos en tiempos modernos que piensan que Jesús fue un gran hombre, alguien a quien Dios concedió poderes de manera especial, pero que no era realmente divino, caerían en la categoría de adopcionistas. La hemos colocado aquí en relación con el arrianismo porque esta noción también, niega la deidad del Hijo (y, de modo similar, la deidad del Espíritu Santo).

La controversia sobre el arrianismo llegó a su cierre en el concilio de Constantinopla en el 381 d.C. El concilio reafirmó las declaraciones nicenas y añadió una declaración de la deidad del Espíritu Santo, que había caído bajo ataque en el período desde Nicea. Después de la frase «y el Espíritu Santo», Constantinopla añadió: «el Señor y Dador de la vida; que procede del Padre, que con el Padre e Hijo juntos es adorado y glorificado; de quien hablaron los profetas». La versión del credo que incluye las adiciones de Constantinopla es lo que comúnmente se conoce hoy como el credo niceno (vea en la p. 1232 el texto del Credo Niceno).

  1. La cláusula filioqué.

En conexión con el credo niceno, hay que mencionar brevemente un desdichado capítulo en la historia de la iglesia, y se trata de la controversia sobre la inserción de la cláusula filioqué en el credo niceno, inserción que con el tiempo llevaría a la división entre el cristianismo occidental (católico romano) y el cristianismo oriental (que consiste hoy de las varias ramas del cristianismo ortodoxo oriental, tales como la iglesia griega ortodoxa, la iglesia rusa ortodoxa, etc.) en el 1054 d.C.

La palabra filioqué es un término latino que quiere decir «y del Hijo». No se incluyó en el credo niceno ni en la primera versión del 325 d.C. ni en la segunda versión del 381 d.C. Esas versiones simplemente decían que el Espíritu Santo «procede del Padre». Pero en el año 589 d.C., en un concilio regional de la iglesia en Toledo (en lo que ahora es España), se añadió la frase «y del Hijo», de modo que el credo entonces decía que el Espíritu Santo «procede del Padre y del Hijo (filioqué)».

A la luz de Jn 15:26 y 16:7, en donde Jesús dijo que enviaría al Espíritu Santo al mundo, parecía que no podía haber objeción a tal afirmación si se refería que el Espíritu Santo procedía del Padre y del Hijo en un punto en el tiempo (particularmente en Pentecostés). Pero esta fue una declaración en cuanto a la naturaleza de la Trinidad, y se entendió que la frase hablaba de las relaciones eternas entre el Espíritu Santo y el Hijo, algo que la Biblia nunca considera explícitamente.

La forma del Credo Niceno que tenía esta frase adicional gradualmente ganó en uso general y obtuvo endoso oficial en el 1017 d.C. La controversia entera se complicó por políticas eclesiásticas y luchas por el poder, y esto que parecía ser un punto doctrinal muy insignificante fue la principal cuestión doctrinal en la división entre el cristianismo oriental y occidental en el 1054 d.C. (La cuestión política subyacente, sin embargo, fue la relación de la iglesia oriental a la autoridad del papa). La controversia doctrinal y la división entre las dos ramas del cristianismo no se han resuelto hasta el día de hoy.

¿Hay alguna posición correcta en este asunto? El peso de la evidencia (por tenue que parezca) parece favorecer claramente a la iglesia occidental. A pesar del hecho de que Jn 15:26 dice que el Espíritu de verdad «procede del Padre», esto no niega que proceda también del Hijo (tal como Jn 14:26 dice que el Padre enviaría al Espíritu Santo, pero Jn 16:7 dice que el Hijo enviaría al Espíritu Santo). De hecho, en la misma oración en Jn 15:26 Jesús habla del Espíritu Santo como el que «yo les enviaré de parte del Padre». Y si el Hijo junto con el Padre envía al Espíritu Santo al mundo, por analogía parecería apropiado decir que esto refleja el orden eterno de sus relaciones. Esto no es algo en lo que podemos insistir claramente basados en un versículo específico, pero mucho de nuestra comprensión de las relaciones eternas entre el Padre, Hijo y Espíritu Santo vienen por analogía de lo que la Biblia nos dice en cuanto a la manera en que se relacionan a la creación en tiempo».

Es más, la formulación oriental corre el peligro de sugerir una distancia innatural entre el Hijo y el Espíritu Santo, lo que conduce a la posibilidad de que incluso en la adoración personal un énfasis en una experiencia más mística, inspirada por el Espíritu, se pudiera buscar a costa del descuido de una adoración racionalmente entendible de Cristo como Señor.

No obstante, la controversia fue en última instancia sobre un punto de doctrina tan oscuro (esencialmente, las relaciones entre el Hijo y el Espíritu antes de la creación) que ciertamente no merecía una división en la iglesia.

  1. La importancia de la doctrina de la Trinidad.

¿Por qué la iglesia se preocupó tanto por la doctrina de la Trinidad? ¿Es realmente esencial sostener la plena deidad del Hijo y del Espíritu Santo? Sí, lo es; porque esta enseñanza tiene implicaciones para la médula misma de la fe cristiana.

Primero, la expiación está en juego. Si Jesús es solo un ser creado, y no plenamente Dios, es difícil ver cómo él, una criatura, pudo aguantar la total ira de Dios contra todos nuestros pecados. ¿Podría alguna criatura, por grande que sea, de veras salvarnos?

Segundo, la justificación por la fe sola queda amenazada si negamos la plena deidad del Hijo. (Esto se ve hoy en la enseñanza de los Testigos de Jehová, que no creen en la justificación por la fe sola).

Si Jesús no es plenamente Dios, tendríamos razón para dudar si en realidad podemos confiar en que él nos salve completamente. ¿Podríamos realmente depender plenamente en alguna criatura en cuanto a nuestra salvación?

Tercero, si Jesús no es un Dios infinito, ¿deberíamos orar a él o adorarle? ¿Quién sino un Dios infinito y omnisciente podría oír y responder a todas las oraciones de todo el pueblo de Dios? ¿Y quién sino Dios mismo es digno de adoración? En verdad, si Jesús no es más que una criatura, por grande que sea, sería idolatría adorarlo; y sin embargo el Nuevo Testamento nos ordena hacerlo (Flp 2:9–11; Ap 5:12–14).

Cuarto, si alguien enseña que Cristo fue un ser creado, pero con todo el que nos salva, esta enseñanza erróneamente empieza a atribuir crédito por la salvación a una criatura y no a Dios mismo. Pero esto exalta erróneamente a la criatura antes que, al Creador, algo que la Biblia jamás nos permite hacer.

Quinto, la independencia y naturaleza personal de Dios está en juego; si no hay Trinidad, no hubo relaciones interpersonales dentro del ser de Dios antes de la creación, y, sin relaciones personales, es difícil ver cómo Dios pudiera ser genuinamente personal sin la necesidad de una creación con la cual relacionarse. Sexto, la unidad del universo está en juego; si no hay una pluralidad perfecta y perfecta unidad en Dios mismo, no tenemos base para pensar que puede haber alguna unidad última entre los diversos elementos del universo.

Claramente, en la doctrina de la Trinidad está en juego la esencia misma de la fe cristiana. Herman Bavinck dice que «Atanasio entendió mejor que cualquiera de sus contemporáneos que el cristianismo se levanta o cae con la confesión de la deidad de Cristo y la Trinidad».

Luego añade: «En la confesión de la Trinidad palpita el corazón de la religión cristiana; todo error resulta o se remonta a una reflexión más profunda, a una percepción equivocada de esta doctrina».

El triteísmo niega que haya sólo un Dios.

Una manera posible final de intentar una reconciliación fácil de la enseñanza bíblica en cuanto a la Trinidad sería negar que hay sólo un Dios. El resultado sería decir que Dios es tres personas y cada persona es plenamente Dios. Por consiguiente, hay tres dioses. Técnicamente este concepto se llamaría «triteísmo».

Pocos han sostenido este concepto en la historia de la iglesia. Tiene similitudes a muchas religiones paganas antiguas que sostenían una multiplicidad de dioses. Esta percepción resultaría en confusión en la mente de los creyentes. No habría adoración, ni lealtad, ni devoción absoluta a un solo Dios verdadero. Nos preguntaríamos a cuál Dios deberíamos darle nuestra lealtad máxima. Y, en un nivel más hondo, esta noción destruiría todo sentido de unidad última en el universo; incluso en el mismo ser de Dios habría pluralidad, pero no unidad.

Aunque ningún grupo moderno aboga por el triteísmo, tal vez muchos evangélicos hoy sin intención tienden a una noción triteísta de la Trinidad, reconociendo la personalidad distinta del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pero rara vez dándose cuenta de la unidad de Dios como un ser indiviso.

¿Cuáles son las distinciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo?

Después de haber hecho este estudio somero de los errores respecto a la Trinidad, ahora podemos pasar a preguntar si algo más se puede decir en cuanto a las distinciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Si decimos que cada miembro de la Trinidad es plenamente Dios, y que cada persona participa plenamente de todos los atributos de Dios, ¿hay alguna diferencia entre las personas? No podemos decir, por ejemplo, que el Padre es más poderoso o más sabio que el Hijo, ni que el Padre y el Hijo son más sabios que el Espíritu Santo, ni que el Padre existía antes del Hijo o el Espíritu Santo, porque decir algo así sería negar la plena deidad de los tres miembros de la Trinidad. Pero, ¿cuáles son, entonces, las distinciones entre las personas?

Las personas de la Trinidad tienen funciones primarias diferentes al relacionarse con el mundo.

Cuando la Biblia habla de la manera en que Dios se relaciona con el mundo, tanto en la creación como en la redención, se dice que las personas de la Trinidad tienen funciones diferentes o actividades primarias diferentes. A veces a esto se le ha llamado la «economía de la Trinidad», usando economía en el sentido antiguo que quiere decir «ordenamiento de actividades». (En este sentido, la gente solía hablar de la «economía de la familia» o «economía doméstica», refiriéndose no solo a los asuntos financieros de una familia, sino a todo el «ordenamiento de actividades» dentro de la familia). «Economía de la Trinidad» quiere decir las diferentes maneras en que las tres personas actúan al relacionarse con el mundo y (como veremos en la próxima sección) uno con el otro por toda la eternidad.

Vemos estas funciones diferentes en la obra de la creación. Dios Padre habló las palabras creativas para hacer que el universo existiera. Pero fue Dios Hijo, el Verbo eterno de Dios, el que realizó estos decretos creativos. «Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir» (Jn 1:3). Es más, «por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él» (Col 1:16; vea también Sal 33:6, 9; 1 Co 8:6; Heb 1:2). El Espíritu Santo estaba activo igualmente de una manera diferente, porque «iba y venía» sobre la faz de las aguas (Gn 1:2), aparentemente sosteniendo y manifestando la presencia inmediata de Dios en la creación (cf. Sal 33:6, en donde «soplo» tal vez se debería traducir «Espíritu»; vea también Sal 139:7).

En la obra de la redención también hay funciones distintas. Dios Padre planeó la redención y envió al Hijo al mundo (Jn 3:16; Gá 4:4; Ef 1:9–10). El Hijo obedeció al Padre y realizó la redención para nosotros (Jn 6:38; Heb 10:5–7; et al.). Dios el Padre no vino y murió por nuestros pecados, ni tampoco Dios el Espíritu Santo. Ese fue la obra particular del Hijo. Entonces, después que Jesús ascendió de nuevo al cielo, el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu Santo para aplicarnos la redención.

Jesús habla del «Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre» (Jn 14:26), pero también dice que él mismo enviará al Espíritu Santo, porque dice: «Si me voy, se lo enviaré a ustedes» (Jn 16:7), y habla de un tiempo «Cuando venga el Consolador, que yo les enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre» (Jn 15:26). Es especialmente el papel del Espíritu Santo darnos regeneración o vida nueva espiritual (Jn 3:5–8), santificarnos (Ro 8:13; 15:16; 1 P 1:2), y empoderarnos para el servicio (Hch 1:8; 1 Co 12:7–11). En general, la obra del Espíritu Santo parece ser llevar a su término la obra que ha sido planeada por Dios Padre y empezada por Dios Hijo (vea capítulo 30, sobre la obra del Espíritu Santo).

Así que podemos decir que el papel del Padre en la creación y redención ha sido planear, dirigir y enviar al Hijo y al Espíritu Santo. Esto no es sorpresa, porque muestra que el Padre y el Hijo se relacionan uno a otro como un padre e hijo se relacionan entre sí en una familia humana; el padre dirige y tiene autoridad sobre el hijo, y el hijo obedece y responde a las direcciones del padre. El Espíritu Santo es obediente a las directivas tanto del Padre como del Hijo.

De este modo, en tanto que las personas de la Trinidad son iguales en todos sus atributos, con todo difieren en sus relaciones a la creación. El Hijo y el Espíritu Santo son iguales en deidad a Dios Padre, pero son subordinados en sus funciones.

Es más, estas diferencias en función no son temporales, sino que durarán para siempre; Pablo nos dice que incluso después del juicio final, cuando el «último enemigo», es decir, la muerte, sea destruido y cuando todas las cosas sean puestas bajo los pies de Cristo, «el Hijo mismo se someterá a aquel que le sometió todo, para que Dios sea todo en todos» (1 Co 15:28).

Las personas de la Trinidad existieron eternamente como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Pero, ¿por qué las personas de la Trinidad toman estos papeles diferentes al relacionarse a la creación? ¿Fue esto accidental o arbitrario? ¿Podría Dios Padre haber venido en vez de Dios Hijo para morir por nuestros pecados? ¿Podría el Espíritu Santo haber enviado a Dios Padre para que muera por nuestros pecados, y luego enviar a Dios Hijo para que nos aplique la redención?

No, no parece que estas cosas pudieran haber sucedido, porque el papel de ordenar, dirigir y enviar es apropiado a la posición del Padre, por el cual se modela toda la paternidad humana (Ef 3:14–15). Y el papel de obedecer, e ir según el Padre envía, y revelarnos a Dios, es apropiado para el papel del Hijo, a quien también se le llama el Verbo de Dios (cf. Jn 1:1–5, 14, 18; 17:4; Flp 2:5–11).

Estos papeles no se pudieran haber invertido, ni el Padre habría dejado de ser el Padre ni el Hijo habría dejado de ser Hijo. Por analogía de esa relación, podemos concluir que el papel del Espíritu Santo es también el que era apropiado a las relaciones que tenía con el Padre y el Hijo antes de que el mundo fuera creado.

Segundo, antes de que el Hijo viniera a la tierra, e incluso antes de que el mundo fuera creado, por toda la eternidad el Padre ha sido el Padre, el Hijo ha sido el Hijo, y el Espíritu Santo ha sido el Espíritu Santo. Estas relaciones son eternas, y no algo que ocurrió sólo en el tiempo.

Podemos concluir esto, primero, de la inmutabilidad de Dios; si Dios existe como Padre, Hijo y Espíritu Santo, siempre ha existido como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Podemos también concluir que las relaciones son eternas partiendo de otros versículos de la Biblia que hablan de las relaciones que los miembros de la Trinidad tenían entre sí antes de la creación del mundo.

Por ejemplo, cuando la Biblia habla de la obra de Dios en la elección antes de la creación del mundo, habla del Padre escogiéndonos «en» el Hijo: «Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, … Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él» (Ef 1:3–4). El acto iniciador de escoger se atribuye a Dios Padre, que nos considera unidos a Cristo o «en Cristo» antes de que siquiera existiéramos. De modo similar, de Dios Padre se dice que «a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo» (Ro 8:29).

También leemos del «preconocimiento de Dios Padre» a distinción de las funciones particulares de los otros dos miembros de la Trinidad (1 P 1:2, LBLA; cf. 1:20).

 

Incluso el hecho de que el Padre «dio a su Hijo unigénito» (Jn 3:16) y «envió a su Hijo al mundo» (Jn 3:17) indican que hubo una relación entre Padre e Hijo antes de que Cristo viniera al mundo. El Hijo no llegó a ser el Hijo cuando el Padre lo envió al mundo. Más bien, el gran amor de Dios se muestra en el hecho de que uno que siempre fue el Padre dio al que siempre fue su Hijo unigénito: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito …» (Jn 3:16). «Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo» (Gá 4:4).

Cuando la Biblia habla de la creación, de nuevo habla del Padre creando por el Hijo, lo que indica una relación anterior a cuando empezó la creación (vea Jn 1:3; 1 Co 8:6; Heb 1:12, también Pr 8:22–31). Pero en ninguna parte dice que el Hijo o el Espíritu Santo crearon a través del Padre. Estos pasajes de nuevo implican que hubo una relación del Padre (como originador) y del Hijo (como agente activo) antes de la creación, y que esta relación hizo apropiado que diferentes personas de la Trinidad cumplieran los papeles que cumplieron.

Por consiguiente, las diferentes funciones que vemos que realizan el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son simplemente resultado de una relación eterna entre las tres personas que siempre ha existido y existirá por la eternidad. Dios siempre ha existido como tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Estas distinciones son esenciales en la misma naturaleza de Dios, y no podría ser de otra manera.

Finalmente, se pudiera decir que no hay diferencia en deidad, atributos o naturaleza esencial entre el Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada persona es plenamente Dios y tiene todos los atributos de Dios. Las únicas distinciones entre los miembros de la Trinidad son la manera en que se relacionan unos con otros y con la creación. En esas relaciones desempeñan papeles que son apropiados para cada persona.

Esta verdad en cuanto a la Trinidad a veces se ha resumido en la frase «igualdad ontológica, pero subordinación económica», en donde la palabra ontológica quiere decir «ser».

Otra manera de expresar esto más simplemente sería decir «iguales en ser pero subordinados en función». Ambas partes de esta frase son necesarias para una doctrina verdadera de la Trinidad; si no tenemos igualdad ontológica, no todas las personas son plenamente Dios. Pero si no tenemos subordinación económica, no hay diferencia inherente en la manera en que las tres personas se relacionan entre sí, y consecuentemente no tenemos las tres personas distintas existiendo como Padre, Hijo y Espíritu Santo por toda la eternidad. Por ejemplo, si el Hijo no es eternamente subordinado al Padre en función, el Padre no es eternamente «Padre» y el Hijo no es eternamente «Hijo». Esto querría decir que la Trinidad no ha existido eternamente.

Por esto la idea de igualdad eterna en ser, pero subordinación en función ha sido esencial para la doctrina de la Trinidad en la iglesia desde que fuera aceptada en el credo niceno, donde dice que el Hijo fue «engendrado del Padre antes de los siglos» y que el Espíritu Santo «procede del Padre y del Hijo». Sorprendentemente, algunos escritos evangélicos recientes han negado la subordinación eterna en función entre los miembros de la Trinidad, pero ella ha sido claramente parte de la doctrina de la Trinidad en la iglesia (en sus expresiones católica romana, protestante y ortodoxa), por lo menos desde Nicea (325 d.C.). Por eso, Charles Hodge dice:

La doctrina nicena incluye (1) el principio de la subordinación del Hijo al Padre, y del Espíritu al Padre y al Hijo. Pero esta subordinación no implica inferioridad.… La subordinación que se propone es solamente en lo que concierne al modo de subsistencia y operación.…

Los credos no son nada más que un arreglo bien ordenado de las verdades de la Biblia que conciernen a la doctrina de la Trinidad. Defienden la personalidad distinta del Padre, Hijo y Espíritu … y su perfecta igualdad consecuente; y la subordinación del Hijo al Padre, y del Espíritu al Padre y al Hijo, en cuanto a modo de subsistencia y operación. Estas son verdades bíblicas, a las cuales los credos en cuestión no añaden nada; y es en este sentido que han sido aceptadas por la iglesia universal.

De modo similar, A. H. Strong dice:

Padre, Hijo y Espíritu Santo, si bien iguales en esencia y dignidad, se distinguen uno y otro en orden de personalidad, oficio y operación.…

La subordinación de la persona del Hijo a la persona del Padre, o en otras palabras un orden de personalidad, oficio y operación que permite que el Padre sea oficialmente primero, el Hijo segundo y el Espíritu tercero, es perfectamente congruente con igualdad. La prioridad no necesariamente es superioridad.… Francamente reconocemos una subordinación eterna de Cristo al Padre, pero mantenemos al mismo tiempo que esta subordinación es una subordinación de orden, oficio y operación, y no una subordinación de esencia.

¿Cuál es la relación entre las tres personas y el ser de Dios?

Después de la explicación precedente, la pregunta que queda sin resolverse es: ¿cuál es la diferencia entre «persona» y «ser» en esta consideración? ¿Cómo podemos decir que Dios es un ser indiviso, y sin embargo en este ser hay tres personas?

Primero, es importante afirmar que cada persona es completa y plenamente Dios; es decir, que cada persona tiene la plenitud completa del ser de Dios en sí mismo. El Hijo no es parcialmente Dios, ni tampoco un tercio de Dios, sino que el Hijo es total y plenamente Dios, y lo mismo el Padre y el Espíritu Santo. Por tanto, no sería apropiado pensar en la Trinidad según la figura 14.1, en la que cada persona representa sólo un tercio del ser de Dios.

Más bien, debemos decir que la persona del Padre posee todo el ser de Dios en sí mismo. Asimismo, el Hijo posee todo el ser de Dios en sí mismo, y el Espíritu Santo posee todo el ser de Dios en sí mismo. Cuando hablamos de Padre, Hijo y Espíritu Santo juntos no estamos hablando de ningún ser mayor que cuando hablamos solo del Padre, solo del Hijo o solo del Espíritu Santo. El Padre es todo del ser de Dios. El hijo también es todo del ser de Dios; y el Espíritu Santo es todo del ser de Dios.

EL SER DE DIOS NO ESTÁ DIVIDIDO EN TRES PARTES IGUALES QUE CONSTITUYEN LOS TRES MIEMBROS DE LA TRINIDAD

Esto es lo que el credo atanasiano afirmó en las siguientes oraciones:

Y la fe católica es esta: que adoramos a un Dios en Trinidad, y Trinidad en unidad; no confundiendo las personas, ni dividiendo la sustancia [esencia]. Porque hay una persona del Padre; otra del Hijo; y otra del Espíritu Santo. Pero la deidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es toda una; igual la gloria, coeterna la majestad. Tal como el Padre es, tal es el Hijo y tal el Espíritu Santo.… Y así como estamos obligados por la verdad cristiana a reconocer a cada persona por sí misma como Dios y Señor, la religión católica nos prohíbe decir que hay tres Dioses, o tres Señores.

Pero si cada persona es plenamente Dios y tiene todo el ser de Dios, tampoco debemos pensar que las distinciones personales son atributos adicionales añadidos al ser de Dios.

Las distinciones personales en la Trinidad no son algo añadido al ser real de Dios

Más bien, cada persona de la Trinidad tiene todos los atributos de Dios, y ninguna persona tiene atributos que las otras no posean.

Por otro lado, debemos decir que son realmente personas y que no son simplemente diferentes maneras de ver el ser de Dios. (Esto sería modalismo o sabelianismo, según se explicó arriba).

Las personas de la Trinidad no son simplemente tres maneras diferentes de mirar al ser de Dios

Más bien, nuestro concepto de la Trinidad debe ser tal que la realidad de las tres personas se mantenga, y se vea a cada persona relacionada con las otras como un «yo» (una primera persona) y un «tú» (una segunda persona) y un «él» (una tercera persona).

La única manera que esto parece posible es decir que la distinción entre las personas no es una diferencia en «ser» sino una diferencia en «relaciones». Esto es algo muy distante de nuestra experiencia humana, en donde toda «persona» humana diferente es diferente también en ser. De alguna manera el ser de Dios es tanto mucho más grande que el nuestro que dentro de su ser indiviso puede haber un desdoblar de relaciones interpersonales, para que pueda haber tres personas distintas.

¿Cuáles son, entonces, las diferencias entre Padre, Hijo y Espíritu Santo? No hay ninguna diferencia en atributos. La única diferencia entre ellos es la manera en que se relacionan uno con otro y con la creación. La cualidad singular del Padre es la manera en que se relaciona como Padre con el Hijo y con el Espíritu Santo. La cualidad singular del Hijo es la manera en que este se relaciona como Hijo; y la cualidad singular del Espíritu Santo es la manera en que este se relaciona como Espíritu.

Aunque los tres diagramas que acabamos de dar representan ideas erróneas que hay que evitar, el siguiente diagrama puede ser útil al pensar en la existencia de tres personas en un solo ser indiviso de Dios.

Hay tres personas distintas, y el ser de cada persona es igual a todo el ser de Dios

Así que hay tres personas distintas, pero cada persona es plena y totalmente Dios.

Nuestras personalidades humanas proveen otra analogía tenue que puede ayudar a pensar en cuanto a la Trinidad. Un hombre puede pensar en diferentes objetos fuera de sí mismo; cuando hace esto, él es el sujeto que piensa. También puede pensar en sí mismo, y entonces él es el objeto de quien se está pensando; así que es a la vez sujeto y objeto. Es más, puede reflexionar en sus ideas en cuanto a sí mismo como una tercera cosa, ni sujeto ni objeto, sino pensamientos que él tiene como sujeto en cuanto a sí mismo como objeto.

Cuando esto sucede, el sujeto, el objeto y los pensamientos son tres cosas distintas. Sin embargo, cada cosa de cierta manera incluye todo su ser; el hombre en su totalidad es el sujeto, y el hombre en su totalidad es el objeto, y los pensamientos (aunque en un sentido menor) son pensamientos la totalidad de sí mismo como persona.

Pero si el desdoblamiento de la personalidad humana permite esta clase de complejidad, el desdoblamiento de la personalidad de Dios debe permitir mucha mayor complejidad que esto. Dentro del ser de Dios, el «desdoblamiento» de personalidades debe permitir la existencia de tres personas distintas, mientras cada persona sigue teniendo la totalidad de Dios en sí misma.

La diferencia en personas debe ser de relación, no de ser, y sin embargo cada persona debe tener verdadera existencia. Esta forma tripersonal de ser está más allá de nuestra capacidad de entenderlo. Es una clase de existencia muy diferente de cualquier cosa que hayamos experimentado y muy diferente de todo lo demás en el universo.

Debido a que la existencia de tres personas en un solo Dios es algo que está más allá de nuestra comprensión, la teología cristiana ha llegado a usar la palabra persona para hablar de estas diferencias en relaciones, no debido a que entendamos completamente lo que se quiere decir con la palabra persona al referirse a la Trinidad, sino más bien para que podamos decir algo en lugar de no decir nada.

¿Podemos entender la doctrina de la Trinidad?

Debemos estar advertidos por los errores que se han cometido en el pasado. Todos son el resultado de intentos de simplificar la doctrina de la Trinidad y hacerla completamente comprensible, eliminando todo su misterio.

Esto jamás se podrá lograr. Sin embargo, no es correcto decir que no podemos entender nada de la doctrina de la Trinidad. Ciertamente podemos entender y saber que Dios es tres personas, y que cada persona es plenamente Dios, y que hay sólo un Dios. Podemos saber estas cosas porque la Biblia las enseña. Es más, podemos saber algunas cosas en cuanto a la manera en que las personas se relacionan entre sí (vea la sección anterior).

Pero lo que no podemos entender completamente es cómo encajan todas esas enseñanzas bíblicas distintas. Nos preguntamos cómo puede haber tres personas distintas, y cada persona tener todo el ser de Dios en sí misma, y sin embargo Dios es sólo un ser indiviso. Esto somos incapaz de entender. Es más, es saludable espiritualmente para nosotros reconocer abiertamente que el ser de Dios es mucho más de lo que jamás podremos comprender. Esto nos hace humildes ante Dios y nos lleva a adorarle sin reserva.

Pero también se debe decir que la Biblia no nos pide que creamos una contradicción. Una contradicción sería: «Hay un Dios y no hay un Dios», o «Dios es tres personas y Dios no es tres personas», o incluso (que sería similar a la afirmación previa) «Dios es tres personas y Dios es una persona». Pero decir que «Dios es tres personas y hay sólo un Dios» no es una contradicción. Es algo que no entendemos, y por consiguiente es un misterio o una paradoja, pero no debería ser problema para nosotros siempre que la Biblia enseñe claramente los diferentes aspectos del misterio, porque en tanto que nosotros somos criaturas finitas y no deidad omnisciente, siempre habrá (por toda la eternidad) cosas que no entenderemos completamente. Louis Berkhof sabiamente dice:

La Trinidad es un misterio … el hombre no puede comprenderla ni hacerla inteligible. Es inteligible en algunas de sus relaciones y modos de manifestación, pero ininteligible en su naturaleza esencial.… La dificultad real está en las relaciones en que las personas de la deidad tienen que ver con la esencia divina y una con otra; y esta es una dificultad que la iglesia no puede eliminar, sino sólo tratar de reducir a su proporción apropiada mediante una definición apropiada de términos. Jamás ha tratado de explicar el misterio de la Trinidad, sino solamente formular la doctrina de la Trinidad de tal manera que se eviten los errores que la ponen en peligro.

Berkhof también dice: «Es especialmente cuando reflexionamos en las relaciones de las tres personas con la esencia divina que todas las analogías nos fallan, y llegamos a estar profundamente conscientes del hecho de que la Trinidad es un misterio mucho más allá de nuestra comprensión. Es la gloria incomprensible de la Deidad».

Aplicación

Debido a que Dios en sí mismo tiene unidad y diversidad, no es sorprendente que la unidad y la diversidad también se reflejen en las relaciones humanas que él ha establecido. Vemos esto primero en el matrimonio. Cuando Dios creó el hombre a su imagen, no creó solo individuos aislados, sino que la Biblia nos dice que «Hombre y mujer los creó» (Gn 1:27). Y en la unidad del matrimonio (vea Gn 2:24) vemos, no una triunidad como Dios, pero por lo menos una asombrosa unidad de dos personas, personas que siguen siendo individuos distintos y sin embargo llegan a ser un cuerpo, mente y espíritu (1 Co 6:16–20; Ef 5:31).

De hecho, en las relaciones entre el hombre y la mujer en el matrimonio también vemos un cuadro de las relaciones entre el Padre y el Hijo en la Trinidad. Pablo dice: «Ahora bien, quiero que entiendan que Cristo es cabeza de todo hombre, mientras que el hombre es cabeza de la mujer y Dios es cabeza de Cristo» (1 Co 11:3). Aquí, así como el Padre tiene autoridad sobre el Hijo en la Trinidad, el esposo tiene autoridad sobre la esposa en el matrimonio. El papel del esposo es paralelo al de Dios Padre. y el de la esposa es paralelo al de Dios Hijo. Es más, así como Padre e Hijo son iguales en deidad, importancia y personalidad, el esposo y la esposa son iguales en humanidad, importancia y personalidad. Y, aunque no se lo menciona explícitamente en la Biblia, el don de los hijos dentro del matrimonio, que resultan del padre y de la madre, y están sujetos a la autoridad del padre y de la madre, es análogo a las relaciones del Espíritu Santo al Padre y al Hijo en la Trinidad.

Pero la familia humana no es la única manera en que Dios ha ordenado que haya diversidad y unidad en el mundo que refleja algo de su propia excelencia. En la iglesia tenemos «muchos miembros» y sin embargo «un cuerpo» (1 Co 12:12). Pablo reflexiona en la gran diversidad entre los miembros del cuerpo humano (1 Co 12:14–26) y dice que la iglesia es de esta manera: tenemos muchos miembros diferentes en nuestras iglesias, con diferentes dones e intereses, y dependemos y nos ayudamos unos a otros, demostrando de esta manera gran diversidad y gran unidad al mismo tiempo. Cuando vemos a personas diferentes haciendo muchas cosas diferentes en la vida de una iglesia. debemos agradecerle a Dios que esto nos permite glorificarle al reflejar algo de la unidad y diversidad de la Trinidad.

También debemos notar que el propósito de Dios en la historia del universo frecuentemente ha sido exhibir unidad en la diversidad, y de esta manera exhibir su gloria. Vemos esto no sólo en la diversidad de dones en la iglesia (1 Co 12:12–26), sino también en la unidad de judíos y gentiles, de modo que todas las razas, diversas como son, están unidas en Cristo (Ef 2:16; 3:8–10; vea también Ap 7:9).

Pablo se asombra de que los planes de Dios para la historia de la redención hayan sido como una gran sinfonía de modo que su sabiduría está más allá de nuestra comprensión (Ro 11:33–36). Incluso en la misteriosa unidad entre Cristo y la iglesia, en la cual se nos llama la esposa de Cristo (Ef 5:31), vemos unidad más allá de lo que jamás podríamos haber imaginado, unidad con el mismo hijo de Dios. Sin embargo, en todo esto nunca perdemos nuestra identidad individual, sino que seguimos siendo personas distintas siempre capaces de adorar y servir a Dios como individuos únicos.

A la larga el universo entero participará de esta unidad de propósito, con toda parte diversa contribuyendo a la adoración de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, porque un día ante el nombre de Jesús se doblará toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Flp 2:10–11).

En un nivel un poco más cotidiano, hay muchas actividades que podemos desempeñar como seres humanos (en la fuerza laboral, en organizaciones sociales, en presentaciones musicales, y en equipos atléticos, por ejemplo) en las cuales muchos individuos distintos contribuyen a una unidad de propósito o actividad.

Al ver en estas actividades un reflejo de la sabiduría de Dios al permitirnos tanto unidad como diversidad, podemos ver un tenue reflejo de la gloria de Dios en su existencia trinitaria. Aunque nunca lograremos captar plenamente el misterio de la Trinidad, podemos adorar a Dios por lo que él es en nuestros cantos de alabanza, y en nuestras palabras y acciones que reflejan algo de su carácter excelente.

PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL

  1. ¿Por qué Dios se agrada cuando las personas exhiben fidelidad, amor y armonía dentro de una familia? ¿Cuáles son algunas maneras en que los miembros de su familia reflejan la diversidad que se halla en los miembros de la Trinidad? ¿De qué forma su familia refleja la unidad que se halla entre los miembros de la Trinidad? ¿Cuáles son algunas maneras en que las relaciones en su familia pudieran reflejar más plenamente la unidad de la Trinidad? ¿Cómo pudiera la diversidad de las personas de la Trinidad animar los padres a permitir que sus hijos desarrollen diferentes intereses entre sí, y de los de los padres, sin pensar que la unidad de la familia sufrirá daño?
  2. ¿Ha pensado usted alguna vez que si su iglesia permitiera que surgieran nuevas y diferentes clases de ministerios, que eso podría estorbar la unidad de la iglesia? ¿O ha pensado usted que animar a las personas a usar otros dones para el ministerio que los que se han usado en el pasado podría ser divisivo en la iglesia? ¿Cómo podía el hecho de unidad y diversidad en la Trinidad ayudarle a enfocar esos asuntos?
  3. ¿Piensa usted que la naturaleza trinitaria de Dios se refleja más plenamente en una iglesia en la que todos los miembros tienen el mismo trasfondo racial, o una en la que los miembros vienen de muchas razas diferentes (vea Ef 3:1–10)?
  4. Además de nuestras relaciones dentro de nuestras familias, todos existimos en otras relaciones con la autoridad humana en el gobierno, en el trabajo, en sociedades voluntarias, en instituciones educativas y en el atletismo, por ejemplo. A veces tenemos autoridad sobre otros, y a veces estamos sujetos a la autoridad de otros. Sea en la familia o uno de estos otros aspectos, dé un ejemplo de una manera en la que su uso de autoridad o su respuesta a la autoridad pudiera ser más como el patrón de relaciones dentro de la Trinidad.
  5. Si vemos la existencia trinitaria de Dios como la base fundamental de todas las combinaciones de unidad y diversidad en el universo, ¿cuáles son otras partes de la creación que muestran unidad y diversidad (por ejemplo: la interdependencia de sistemas ambientales de la tierra, o la fascinante actividad de las abejas en una colmena, ¿o el trabajo armonioso de las varias partes del cuerpo humano)? ¿Piensa usted que Dios nos ha hecho para que podamos deleitarnos espontáneamente en las demostraciones de unidad en la diversidad, tal como una composición musical que manifiesta gran unidad y a la vez gran diversidad de las varias partes al mismo tiempo, o en la diestra ejecución de alguna estrategia unida planeada por miembros de un equipo atlético?
  6. En el ser de Dios tenemos una unidad infinita combinada con la preservación de personalidades distintas que pertenecen a los miembros de la Trinidad. ¿Cómo puede este hecho tranquilizarnos si alguna vez empezamos a temer que llegar a ser más unidos a Cristo al crecer en la vida cristiana (o llegar a ser más unidos unos a otros en la iglesia) pudiera tender a obliterar nuestras personalidades individuales? En el cielo, a su modo de pensar, ¿será usted exactamente igual a todos los demás, o tendrá una personalidad que será distinta y propia? ¿De qué modo las religiones orientales (tales como el budismo) difieren del cristianismo en este respecto?

PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR

Mateo 3:16–17: Tan pronto como Jesús fue bautizado, subió del agua. En ese momento se abrió el cielo, y él vio al Espíritu de Dios bajar como una paloma y posarse sobre él. Y una voz del cielo decía: «Éste es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él».

HIMNO

«Santo, Santo, Santo»

¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! Señor omnipotente,

Siempre el labio mío loores te dará;

¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! Te adoro reverente,

Dios en tres personas, bendita Trinidad.

¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! en numeroso coro,

Santos escogidos te adoran sin cesar,

De alegría llenos, y sus coronas de oro

Rinden ante el trono y el cristalino mar.

¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! La inmensa muchedumbre

De ángeles que cumplen tu santa voluntad

Ante ti se postra bañada de tu lumbre,

Ante ti que has sido, que eres y serás.

¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! Por más que estés velado

E imposible sea tu gloria contemplar;

Santo Tu eres solo, y nada hay a tu lado

En poder perfecto, pureza y caridad.

¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! la gloria de tu nombre,

Vemos en tus obras en cielo, tierra y mar.

¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! te adora todo hombre,

Dios en tres personas, bendita Trinidad

AUTOR: Reginal Heber, trad. j. b. cabrera (tomado del himnario bautista, #1

¿Cuál es el significado de la Santísima Trinidad?

La doctrina de trinidad

Afirmamos que aun cuando esta doctrina es superior a la razón, no la contradice —aunque requiere fe para creer en ella. Al respecto, hay un dicho que reza:

Donde es demasiado hondo para andar, la fe puede nadar.

Con seguridad, en varias partes de este artículo, tendremos que nadar. Sin más ni menos, demos comienzo al asunto.

Primero, busquemos una definición.

León el Grande dio una de las más resumidas al definir a la Santa Trinidad así:

Un Dios sin división en una trinidad de personas, y tres personas inconfundibles en una unidad de esencia.

Esa breve frase de León nos da a entender lo complicado que es la paradoja. Veremos que es una excelente definición porque contiene los elementos básicos de lo que es Dios. Pero, ¿cómo entenderla y qué es lo que comprende? Trataremos de ilustrarla a la vez que la explicamos.

Para explicar el concepto de la Trinidad, el problema que enfrentamos es que no hay nada en nuestro entendimiento que se acerque a lo que es Dios.

Esfuerzos por ilustrar la Trinidad

Al hablar de la Santa Trinidad es común empezar dando ilustraciones de figuras trinitarias. Hallaremos muchas, pero ninguna con lo que llamaremos una «triple personalidad» —si pudiera emplearse este término—, que sea de la misma substancia como la que tiene Dios. Advertimos que toda analogía queda corta en cuanto a su objetivo. Para saber quién y cómo es el Trino Dios dependemos totalmente de la revelación bíblica. Igualmente, al ilustrar una que otra trinidad, establecemos que creer en un Dios Trino no es algo irrazonable ni absurdo, pues existen varios casos de trinidades.

Las más antiguas ilustraciones nos vienen de los Padres de la Iglesia del segundo siglo. Extrayéndolas de la Biblia, señalaron, por ejemplo, que el número tres es muy prominente; que el universo se divide en cielo, tierra y la región debajo de la tierra; que la humanidad se divide en tres grupos raciales que provienen de los tres hijos de Noé; que el tabernáculo tiene tres divisiones. Además, que hay tres grandes fiestas judías; que el ministerio de Jesucristo fue solo de tres años; que tres son las grandes virtudes y que hay tres tipos de concupiscencias; y, para nombrar una última, son tres las personas mencionadas en la bendición apostólica: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Otros siervos de Dios de antaño también sacaron ilustraciones trinitarias de la naturaleza.

Justino Mártir (100–165 d.C.), por ejemplo, hablaba de que una llama de fuego enciende a otra, y que esta a su vez puede prender a otra, y siempre sigue siendo la misma llama.

Tertuliano (160–225 d.C.) hablaba de un manantial que formaba un arroyo, y luego se convertía en río.

Más adelante, los teólogos medievales buscaron sistemas trinitarios en cosas parecidas. Por ejemplo, San Agustín (354–430 d.C.) decía que «todo lo que existe tiene esencia, unidad y medida. Pero esa existencia difiere de otras cosas, ya que posee su propia identidad y fácilmente puede distinguirse de otras especies.

Sin embargo, aquello que tiene forma común con otros objetos, pero que se puede distinguir de los demás, es porque retiene un elemento de relación, de correspondencia y de unidad». ¿Ven hasta qué grado de complejidad llegaban los argumentos y las ilustraciones?

En nuestros días son más simples, aunque, como ya mencionamos, ninguna contiene una «triplepersonalidad» cual la de Dios. Por eso es que todas las ilustraciones fallan. Sin embargo, lo valioso de ellas es que nos hacen pensar en términos trinitarios. Además, son interesantes:

Todas las ilustraciones fallan

 Una torta:

Podemos dividirla en tres partes iguales, de modo que cada una represente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. El problema es que el Padre no es una tercera parte de Dios, ni tampoco lo es el Hijo, ni el Espíritu Santo. Él es un Dios sin división.

 El agua:

Puede presentarse en sus tres estados: líquido, sólido o gaseoso, pero solo de una manera a la vez; mientras que el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo son cada una, personas independientes, a la vez que son exactamente de la misma esencia, y todo exhibido a la misma vez —un Dios en una unidad de esencia.

El árbol:

Es constituido por raíz, tallo y ramas. El tallo procede de la raíz, y las ramas del tallo y las raíces. Es un tipo de trinidad, pero también nos deja insatisfechos, ya que una raíz puede existir por un tiempo sin el tallo y sin los gajos, pero Dios nunca existió sin el Hijo y sin el Espíritu Santo: Él es el eterno Dios sin división en una trinidad de personas.

Se dice que nuestras ilustraciones de la Trinidad podrán muy bien satisfacer parcialmente el entendimiento de los hombres, pero nunca explicarán de manera precisa la naturaleza de Dios.

El Dr. Nathan Wood, que fuera presidente de Gordon College en Boston, EE.UU., ve varias trinidades en la naturaleza cuyo valor es hacernos conscientes de la gran importancia de ellas. Para ello las explica presentándolas en:

fórmulas sencillas

La trinidad explicada

 Universo = espacio, tiempo, materia.

Quítese un solo elemento y ya no hay «universo». Los tres elementos son los que forman al universo y son igualmente esenciales.

 Espacio = largo, ancho y alto.

Elimínese un elemento y el «espacio» deja de ser. Cada parte es de igual importancia para que el espacio exista.

 Tiempo = pasado, presente y futuro.

Cada parte es de igual y esencial valor. (Luego de usar estas ilustraciones, el Dr. Wood afirmaba la necesaria existencia de Dios en forma trinitaria y la consecuente interdependencia que tiene que haber entre las tres personas —al omitir una persona ya no se trata de Dios.)

 Dios = Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Aquí se ve la particularidad de cada Persona y la indispensable interdependencia en la Trinidad:

«El Padre no se ve excepto cuando se hace visible en el Hijo. El Hijo es lo que vemos, oímos y conocemos [1 Timoteo 1:15–19; Hebreos 1:1–3]. Siempre personifica al Padre, día tras día, hora tras hora, momento tras momento [Juan 14:9]. Siempre revela al Padre que, de otra manera, sería invisible [Juan 1:18]. El Padre lógicamente es primero, pero no en el aspecto cronológico. Porque el Hijo existe desde que el Padre existe, ya que estaba con el Padre en toda la eternidad pasada. El Espíritu a su vez procede del Padre y del Hijo. Él no encarna al Hijo, más bien procede silenciosa, eternal e invisiblemente de Él, haciendo efectiva su obra de redención».

Nuestro Dios UNO es

La trinidad en el antiguo testamento

La Biblia no usa el término trinidad. Este surge de nuestro vocabulario para indicar el concepto de «tres elementos en uno», cosa que vemos en el proceso de la revelación progresiva de la Biblia. En el Antiguo Testamento tenemos solo una prefiguración de esta doctrina; más adelante, en el Nuevo, se despliega claramente.

Por ejemplo, el «Logos» de Dios (Juan 1:1) es personificado en pasajes del Antiguo Testamento que hablan de Dios en términos de «Palabra» o de «Sabiduría» (Salmos 33:6, 9; Job 28:23, 28; Proverbios 8:22, etc.). También están los textos que tratan del «Espíritu de Dios» (Génesis 1:2; Salmos 139:7; Job 26:13; 33:4; Isaías 63:10, etc.).

Otros pasajes claramente indican que hay más de una Persona en Dios (Salmos 33:6; Isaías 61:1; 63:9–12; Hageo 2:5, 6). Además, hay textos que indican que hay distinciones dentro del ser divino (Génesis 19:24; Salmos 45:7; 110:1; Oseas 1:7).

En Números tenemos el texto que repite la palabra «Jehová» tres veces, de lo que se infiere la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:

Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz.

Es así que a través de la historia bíblica del Antiguo Testamento se va aclarando el dicho de León el Grande, que tenemos «un Dios sin división en una trinidad de personas, y tres personas inconfundibles en una unidad de esencia.

Podríamos preguntar, ¿por qué este proceso? A lo que respondemos: ¿Quién conoce la mente de Dios? Al mismo tiempo, ciertas conclusiones parecen apropiadas. Dios quiso que esta revelación se nos presentara en cuatro pasos progresivos, al menos:

El hombre necesita reconocer que existe un Dios verdadero:

Porque lo que de Dios se conoce es evidente entre ellos [toda la humanidad], pues Dios hizo que fuese evidente. Porque lo invisible de Él —su eterno poder y deidad— se deja ver desde la Creación del mundo, siendo entendido en las cosas creadas (Romanos 1:19).

El hombre necesita saber que Dios es Uno. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo la enseñanza es clara. Se afirma en Deuteronomio 6:4: Escucha, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Igualmente se declara en Marcos 12:29: Jesús le respondió: El primero es: Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios, el Señor uno es (véanse textos afines como Deuteronomio 4:35, 39; 1 Reyes 8:60; Isaías 45:5, 6; Zacarías 14:9; Marcos 12:29–32; Juan 17:3; 1 Corintios 8:4–6; 1 Timoteo 2:5).

La naturaleza divina no está dividida ni es divisible. Repetimos, la idea trinitaria, aunque no se expone con claridad, fluye a través de todo el Antiguo Testamento. En Génesis vemos a Dios como Creador, pero se nos presenta el «Espíritu de Dios» moviéndose sobre la faz de las aguas.

Al crear al hombre dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen», usándose la forma plural al tratarse de Dios. Otra vez en Génesis 6 se nos dice: «No contenderá para siempre mi Espíritu con el hombre». El Salmo 2 afirma que Dios tiene un Hijo: «Jehová me ha dicho: Tú eres mi Hijo; yo te engendré hoy» (Véanse Isaías 9:6; Miqueas 5:2; Números 27:18; Salmos 51:11; Isaías 40:13; 48:16).

El hombre necesita conocer los atributos y el carácter de Dios tal como lo revela la Biblia. Dios es bondad, amor, santidad, justicia y verdad. En las páginas del Antiguo Testamento vemos sus grandiosos atributos a través del trato de Dios con la humanidad, además se ven en su ley y en todos sus juicios. Dios es incomparable en su carácter: Jehová, Jehová, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia (Éxodo 34:6).

El hombre necesita conocer la esencia, es decir, la composición de nuestro Dios. Él es un Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, «tres personas inconfundibles en una unidad de esencia». Dios esperó hasta la encarnación de su Hijo para aclarar esta revelación trinitaria. Para que pudiéramos entenderla, primero tuvo que manifestarse en su Hijo (Juan 14:8–11), enseñanza que se asume en todo el Nuevo Testamento.

Vemos también a un Dios en tres personas en el bautismo de Jesús (la voz del Padre, el Espíritu que desciende como una paloma y el Hijo que es bautizado). Después del Aposento Alto, en las explicaciones que da a los discípulos, Jesús claramente habla del Padre y del Espíritu Santo. Además, se ven los tres juntos en la conocida fórmula bautismal (Véanse Mateo 3:16–17; Romanos 8:9; 1 Corintios 12:3–6; 2 Corintios 13:14; Efesios 4:4–6; 1 Pedro 1:2; Judas 20–21; Apocalipsis 1:4–5). Todo el Nuevo Testamento revela «un Dios sin división en una trinidad de personas, y tres personas inconfundibles en una unidad de esencia».

«Lo glorioso de esta doctrina de la Trinidad —dice Herman Bavinck— consiste en que esta unidad absoluta no excluye, sino que demanda diversidad. Dios como ser no es una unidad ni una idea abstracta, sino una plenitud [en tres personas] de esencia, una infinita abundancia de vida, cuya diversidad se contempla en esa magnífica unión».

Por la grandeza de cada una de las tres Personas y por las distinciones gloriosas que poseen, debemos considerar a cada una de ellas independientemente.

Padre, Hijo y Espíritu Santo en la Biblia

Dios el Padre

La búsqueda del conocimiento de Dios trae tremenda satisfacción.

«Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado (Juan 17:3).

No es una búsqueda infructuosa, que nos deja abrumados y desilusionados, como la que sintieron los exploradores españoles que salieron de España en busca de El Dorado.

Como nos indica Jorge Orlando Melo en su Historia de Colombia, los exploradores Juan de la Cosa y Américo Vespucio cruzaron el Atlántico, de Sevilla a lo que ahora es Colombia, en busca de ricos tesoros. Uno muy codiciado era llamado El Dorado. Grande fue su desengaño, pero no fue solo de ellos sino de muchos otros marineros que en vano lo buscaron, pues ese tesoro aparentemente era una leyenda de los indígenas.

Dios, al contrario, no es un mito. Ni es una leyenda. No es un invento de la imaginación humana. Ni es simplemente una idea que el hombre ha creado sencillamente porque necesita creer en algo más grande que él, para así poder explicar los fenómenos de la vida. En realidad, todo lo que existe requiere de un Dios. Solo el necio dice en su corazón: No hay Dios (Salmo 14:1).

Los cielos cuentan Su gloria, dan evidencia de que existe un hábil y sagaz Creador. Por tanto, nos entusiasma el hecho de que podemos explorar la Biblia, donde Él se revela, para descubrir sus grandes virtudes.

Leemos que Dios el Padre es el Supremo Creador, el Padre, el Gobernador de todo, y el justo Juez de todos los hombres. La Biblia nos lleva a afirmar que es infinitamente santo y bueno, que es perfecto en amor, que es el Señor del cielo y de la tierra. Reconociendo verdades como esas, proclamamos:

Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas (Apocalipsis 4:11).

Además, hemos aprendido que Dios es el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén (1 Timoteo 6:15–16).

El punto más importante acerca de Dios nos lo da su Hijo Jesucristo al enseñarnos que Dios es nuestro «Padre». Esta es una insigne revelación, verdad que nos da inmensa satisfacción, gozo y seguridad. Es a cuenta de esa realidad que podemos levantar nuestra vista al cielo y decir con confianza y seguridad:

Padre nuestro que estás en los cielos

Pero, ¿en qué sentidos es Dios «Padre»?

En primer lugar, podemos entenderlo en términos de su relación con la creación: Él es «Dios de los espíritus de toda carne» (Números 16:22). También, como les señala el apóstol Pablo a los atenienses, Él es Padre de todos los seres humanos: Porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos (Hechos 17:28). Es, además, llamado el Padre de Israel: ¿No es Él tu padre que te creó? Él te hizo y te estableció (Deuteronomio 32:6). Para nosotros que hemos sido adoptados por Cristo, Dios en forma muy especial es nuestro Padre amante. Por mediación de su Hijo nos ha hecho parte de su familia en una relación eterna.

Hay otro punto de interés al tratar el tema del Padre.

En toda la Biblia Él ocupa el puesto de preeminencia. Por ejemplo, el Padre toma la iniciativa en los actos creativos:

  • Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca (Salmos 33:6).
  • En Él está la autoridad y el poder: Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos (Juan 6:13).
  • San Pablo añade: Las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo (Romanos 1:20).
  • El que toma la iniciativa en cuanto a nuestra redención es el Padre: De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida eterna (Juan 3:16).
  • Es a Él que se le atribuyen los gloriosos atributos de justicia (véanse Génesis 18:25; Deuteronomio 32:4; Juan 17:25; Romanos 3:26; 2 Timoteo 4:8), perfección, sabiduría, inmortalidad, y luz inaccesible (Mateo 19:17; Romanos 16:27; 1 Timoteo 6:16).

Dice el gran teólogo holandés, Herman Bavinck:

«Dondequiera [en la Biblia] que al Padre se le da el nombre de Dios, en términos de economía divina, indica que Él es el primero. Es como un título oficial, que indica su posición y su rango; algo parecido a las distinciones que hay entre los hombres en cuanto al orden social y el honor que reciben, aun cuando todos pertenecen a la misma raza humana».

Aunque tales verdades acerca del Padre nos maravillan, Dios nos hace saber otra que es aún más sublime. Por sobre toda otra relación, Dios es el Padre de Jesucristo, la Segunda Persona de la Trinidad.

  • El apóstol Pablo afirma en Romanos 15:6: Para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
  • En 2 Corintios 1:3 leemos: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
  • Igualmente, en Gálatas 1:1 y en Efesios 1:3. Es a cuenta de esta relación tan especial con su único Hijo que llegamos a conocer a Dios como Padre.
  • Jesús explica esa relación: Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Mateo 11:27; véanse también Lucas 22:29; Juan 2:16; 5:17; 20:17).

Esta enseñanza realza la respuesta de Jesús a Felipe en Juan 14:6–13:

Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: ¿Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, Él hace las obras. Solo conocemos al Padre a través del Hijo.

Esta relación de Hijo-Padre no comenzó cuando Jesús vino al mundo, en realidad trasciende lo temporal, es eterna y de propiedad sumamente personal:

Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese (Juan 17:5).

Más tarde dice: Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo (Juan 17:24).

No podemos enfatizar esta relación demasiado. Es tan íntima, inseparable, tan amorosa y activa, que nos da la llave para entender la unidad tan absoluta y perfecta que existe en la Trinidad.

A pesar de la grandeza de Dios el Padre, las Escrituras nunca dicen que Él es el único Dios. En ninguna parte se crea una antítesis entre el Padre, por un lado, el Hijo y el Espíritu Santo por el otro. Debemos, pues, indagar en cuanto a las otras dos personas que también son Dios.

Jesucristo el Hijo es Dios

Cada año celebramos el aniversario del nacimiento de Jesús. ¿Acaso tendrá solo 2000 años de edad? Recordemos cuando el ángel Gabriel fue enviado por Dios a María para darle la nueva de que tendría un hijo. Confundida por la noticia, la virgen preguntó:

¿Cómo será esto? pues no conozco varón. La respuesta de Gabriel es importantísima para la doctrina de Dios: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo [del Padre] te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios (Lucas 1:34 y 35).

«¡Hijo de Dios!», ¿qué quiere decir la Biblia con ese nombre tan especial? Esta fue la gran controversia que ocupó a la iglesia y a los teólogos del siglo cuarto.

En cierto sentido, no es el nombre dado a un descendiente del rey David que a su tiempo llegó a ser adoptado como Hijo de Dios; tampoco es «Hijo de Dios» por la manera maravillosa en que nació de la virgen; de ningún modo es, como suelen algunos decir, el «Hijo de Dios» solo en un sentido ético; ni tampoco llegó a ser —como afirmaba Arrio (250–336 d.C.), y hoy afirman los Testigos de Jehová —el «Hijo de Dios» como resultado de una declaración del Padre a consecuencia de su vida meritoria. Al contrario, el nombre afirma una relación eterna y única con el Padre.

San Agustín decía: «Él es el Hijo de Dios por naturaleza y desde toda la eternidad». Aclara que no fue a causa de su condición de Deidad que llamó a Jesús el «Hijo de Dios», sino por una identificación Padre-Hijo, una relación literal, particular y eterna. Conocemos esa relación porque fue revelada por el mismo Dios Padre. Es de esa relación de igualdad que Atanasio hablaba: Declaraba que por ser de la misma esencia y de la misma substancia del Padre, Cristo era verdadero Dios de verdadero Dios.

Así lo anunció el profeta Miqueas (5:2) cuando profetizó acerca de Belén Efrata:

 De ti saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad. Igual lo afirma el escritor a los Hebreos: [Dios el Padre] constituyó [a su Hijo] como heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual [es] el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su substancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas (Hebreos 1:2–3).

No solo se establece que Jesús es el eterno Hijo de Dios, además leemos que Él es:

  • El Hijo amado en el cual el Padre tiene complacencia (Mateo 3:17; 17:5; Marcos 1:11; 9:7; Lucas 3:22; 9:35).
  • El unigénito Hijo de Dios (Juan 1:18; 3:16; 1 Juan 4:9).
  • El Hijo de Dios exaltado por encima de los ángeles y profetas (Mateo 13:32; 21:27; 22:2).
  • El Hijo que tiene una relación única con su Padre (Mateo 11:7).
  • El Hijo de Dios sobre toda otra cosa (Romanos 8:32).
  • El eterno Hijo de Dios (Juan 17:5, 24; Hechos 1:5; 5:5).

Vemos también que es igual al Padre en su conocimiento (Mateo 11:27); en su honor (Juan 5:23); en su poder creativo y redentor (Juan 1:3; 5:21, 27); en sus obras (Juan 10:30); en su dominio (Mateo 11:27; Lucas 10:22; 22:29; Juan 16:15) y en su eternidad (Isaías 9:6). Todas estas declaraciones claramente indican que Él no es un ser inferior, creado, sino igual a Dios el Padre.

Además de ser «Hijo de Dios», Jesucristo también es llamado el «Logos». Palabra, razón, discurso o comunicación son los significados que se le dan a la palabra logos. Es Juan el apóstol quien más usa Logos como el nombre de Jesucristo. Lo observamos en los primeros versículos de su evangelio:

En el principio era el Verbo [Logos], y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho … Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.

Es por medio del Logos que el Padre se expresa. Dice el escritor a los Hebreos que el Padre nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su substancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder (Hebreos 1:2–3).

Vemos al Logos de Dios principalmente en las obras de la creación, la providencia y en la bendita obra redentora. Por la «palabra» de su boca todo es creado (Juan 1:3; Efesios 1:9–10). Por el poder de su «palabra» todo lo creado es preservado (Colosenses 1:17). Por el poder de su «palabra» nos viene toda bendición celestial (Efesios 1:3). Por el poder de su «palabra», gobierna la creación (Colosenses 1:16). Por el poder de su «palabra», un glorioso día nos llevará a una tierra nueva y a un cielo nuevo (Apocalipsis 21:1). ¡Qué maravilloso nombre, el Logos de Dios!

Ya que también tiene que ver con el Hijo en su relación con el Padre, hay otro nombre que debemos mencionar: al Hijo también se le llama la «Imagen de Dios». Esto es lo que implica la respuesta de Jesús a Felipe: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? (Juan 14:6–13).

San Pablo escribiendo a los Colosenses les dice que Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación (1:15). También lo repite en 2 Corintios 4:4: Cristo, el cual es la imagen de Dios. La misma expresión la encontramos en Hebreos 1:3: [Cristo Jesús] el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su substancia (Hebreos 1:3).

Del Padre leemos que es el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad … habita en luz inaccesible. Se nos enseña que ninguno de los hombres [lo] ha visto ni puede ver (1 Timoteo 6:15–16). Por tanto, si hemos de conocer a Dios, solo será al ver a Cristo, ya que Él es la imagen de Dios. En otras palabras, el Hijo porta la imagen del Padre. Concluimos, entonces, que solo por medio de Jesucristo es que conocemos al trino Dios.

¿Es al reunir toda esta información bíblica que descubrimos la interacción entre el Padre y el Hijo? ¿Y qué en cuanto al Espíritu Santo? San Pablo señala: Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2 Corintios 3:18).

No solo debemos comprender el misterio de la relación del Hijo con el Padre, para poder entenderlo necesitamos la mediación del Espíritu Santo. ¿Cómo es Él, entonces, la tercera persona de la Trinidad?

El Espíritu Santo es Dios

El nombre «Espíritu Santo» se origina por el modo de subsistencia que obviamente tiene la tercera persona de la Trinidad. Procede del Padre a la vez que procede también del Hijo, por lo cual su esencia es intrínsecamente divina. Por eso se le llama el Espíritu de Dios y también el Espíritu de Cristo. Este Espíritu, a su vez, tiene su propia identidad e individualidad como Persona divina. El nombre significa viento o aliento. Él es el aliento del Todopoderoso (Job 33:4; Salmos 33:6). Él es el principio inmanente de toda vida en todo lo creado.

Jesús, hablando del Espíritu Santo, enfatiza esa verdad: El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; más ni sabes de dónde viene, ni a dónde va. Él no es el espíritu de un hombre, ni de ninguna otra criatura, sino que singularmente es el Espíritu de Dios (Salmos 51:12; Isaías 63:10–11). Así como exhalamos aliento por nuestra boca, de forma parecida el Espíritu Santo procede del respiro de Dios y con ese aliento preserva todo lo que existe.

Es en este sentido que la tercera Persona de la Trinidad es llamada Espíritu de Dios, Espíritu del Padre o Espíritu del Señor (Génesis 1:2; Isaías 11:2; Mateo 10:20); como también Espíritu de Cristo o Espíritu del Hijo (Romanos 8:2, 9; 1 Corintios 2:6, 2 Corintios 3:17, 18; Filipenses 1:19; Gálatas 3:2, etc.).

Es a causa de estas declaraciones que los padres de la iglesia, particularmente en el cuarto siglo, hablan de la «procesión del Espíritu». Él procede del Padre o del Hijo. Es decir, la Biblia habla normalmente de que el Espíritu es dado, enviado, soplado o derramado por el Padre o por el Hijo (Números 11:29; Nehemías 9:20; Isaías 42:1; Juan 3:34; 14:26; 15:26; 16:7; Gálatas 4:6; Juan 20:22; Isaías 32:15; Hechos 2:17, 18). En otras palabras, Él no obra independientemente. Lo que Él hace, es como respuesta a la voluntad del Padre y del Hijo.

De nuevo vemos que ninguna de las personas de la Trinidad obra aislada o independientemente. Siempre es «un Dios trino» en acción. Cuando pensamos que el Espíritu obra por sí mismo, entramos a una doctrina falsa que se llama modalismo. Cuando el Espíritu obra, la acción es coordinada con el Padre y el Hijo. Por ejemplo, leemos: En el principio creó Dios los cielos y la tierra… y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de la tierra (Génesis 1:1–2). Cuando el Padre obra o cuando obra el Hijo, igualmente obra el Espíritu Santo.

La Biblia muestra al Espíritu como persona, dándole atributos personales. Por eso se usa el pronombre personal al hablar de Él (Juan 15:26; 16:13, 14). Él es santo; lo llaman el «Paracleto» (Juan 15:26; 1 Juan 2:1). Al Espíritu Santo se le atribuyen acciones personales: escudriña (1 Corintios 2:10); enjuicia (Hechos 15:28); escucha (Juan 16:13); habla (Hechos 13:2); enseña (Juan 14:26); intercede (Romanos 8:27); testifica (Juan 15:26).

Otro factor interesante de su obra en nosotros es que también es autor de toda oración efectiva:

El espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas [el Padre] que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos (Romanos 8:26–27, véase también Zacarías 12:10).

La Biblia, además, afirma que el Espíritu Santo es divino. Los grandes atributos de Dios el Padre y el Hijo son igualmente atribuidos al Santo Espíritu:

  • eternidad (Hebreos 9:14)
  • omnipotencia (1 Corintios 12:4–6)
  • omnipresencia (Salmos 139:7)
  • y omnisciencia (1 Corintios 2:10).

Esto destaca que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son de la misma esencia. Aunque el Padre, el Hijo y el Espíritu tienen identificación independiente, la obra que hace el Espíritu es igual a la obra del Padre y la del Hijo en nosotros. El Espíritu nos habla y habita en nosotros, pero también podemos resistirlo y entristecerlo. La obra del Espíritu es, pues, indistinta a la de Dios, mostrando nuevamente que Él es uno con Dios.

Al tratarse de los dones que son impartidos a los hombres, se nos dice:

Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor [Jesucristo] es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios [el Padre], el que hace todas las cosas en todos, es el mismo (1 Corintios 12:4–6).

De nuevo se afirma que, aun en el caso de impartir los dones, el Espíritu obra en coordinación con el Padre y el Hijo, y no de forma independiente. La misma obra tripartita se observa en el bautismo de los que creen: Se hace en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28:19). También en la bendición recibida de lo alto: La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén (2 Corintios 13:13). Por tanto, la obra del Espíritu es también la del Padre y del Hijo.

Otro aspecto interesante es que, igual que el Hijo no tiene nada, ni obra, ni habla por sí mismo, sino que todo lo recibe del Padre (Juan 5:26, 30; 16:15), el Espíritu recibe todo de Cristo (Juan 16:13, 14). Como el Hijo glorifica al Padre (Juan 1:18; 17:4, 6), también el Espíritu glorifica al Hijo (Juan 15:26; 16:14). Así como nadie viene al Padre sino por el Hijo (Mateo 11:27; Juan 14:6), nadie puede decir que Cristo es el Señor sin el Espíritu (1 Corintios 12:3). Vemos en estas aclaraciones lo entretejido que cada persona de la Trinidad está con las otras. La razón es que Dios es uno, aunque en tres personas.

El bendito Espíritu de Dios, en coordinación con el Padre y con el Hijo, es la fuente de toda bendición (Mateo 28:19; 1 Corintios 12:4–6; 2 Corintios 13:13; Apocalipsis 1:4). Toda vida, toda fuerza, toda bendición emana de Él. El Espíritu Santo es el autor de nuestras oraciones (Romanos 8:26). Es por ser tan bondadoso dador de todo de lo que viene del Padre y del Hijo que se nos pide no entristecerlo (Isaías 63:10; Efesios 4:30) y se nos advierte en cuanto a la blasfemia imperdonable en contra de Él (Mateo 12:31–32).

Vistos ya varios aspectos acerca de cada una de las tres personas divinas, surge la pregunta lógica: ¿Cómo pueden los tres ser uno?

Tres personas inconfundibles en una unidad de esencia

La Santa Trinidad —un Dios en tres personas— es un misterio que no podemos entender plenamente, a no ser por lo que la Biblia nos revela. No obstante, con los grandes maestros de la Biblia, podemos penetrar —hasta cierto punto— algo de ese misterio, puesto que Dios lo reveló.

Bavinck, por ejemplo, afirma: «Las tres personas no son meramente modos de expresión, sino individualidades autosuficientes e independientes … En Dios, las tres personas no son tres individuos juntos y a la vez separados, más bien son la triple auto distinción dentro del ser divino, ya que son la manifestación de la naturaleza divina en personalidades que causan el carácter tripersonal».

Luego de leer esa declaración de Bavink tres o cuatro veces, entendemos que las tres personas participan de la misma esencia. Cada una tiene los mismos atributos. Cada una es Dios. Lo que se expresa con el término «persona» es que ese glorioso ser divino, el Trino Dios, se manifiesta en una triple existencia. «Es una unidad dentro de la cual se deriva una Trinidad», decía Agustín. Y advertía: «No hay tema más riesgoso para errar ni más difícil de estudiar que este, pero al mismo tiempo no hay otro cuyo descubrimiento sea más provechoso».

San Agustín explica que, aun cuando las tres Personas son una en ser y esencia, difieren en su modo de existencia. Aunque son una en su pensar, difieren en sus actividades. Cada Persona es idéntica a Dios, el ser completo, e igual a cada una de las otras dos; las tres operan en conjunto. Lo que se dice de Dios en cuanto a su persona se puede decir individualmente de cada una de las tres Personas.

Aunque cada una se puede distinguir de la otra, en esencia son una: ¡un Dios! Debido a ello las declaraciones bíblicas referentes a Dios son, en cierto sentido, monoteístas. A la vez —y esto es lo que nos confunde— separadamente se le atribuye una naturaleza divina y sus perfecciones al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

¿Cuál tiene que ser nuestra conclusión? El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son distintos objetos en una sola esencia divina. ¡Los tres son un Dios! Por eso podemos sostener que el modo trinitario de la divina existencia pertenece, o es intrínseco, a la esencia misma de Dios.

Como decíamos al principio: Donde es demasiado hondo para andar, la fe puede nadar. La materia es profunda. Su explicación complicada. Pero esta verdad trinitaria, como se expresa en la Biblia, es irrefutable.

Herejías contrarias al concepto de la Trinidad

Estas verdades acerca de la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo no han sido aceptadas unánimemente. Varias agrupaciones las han rebatido con fuerza. El eje de la contienda yace en el concepto de un Dios en tres Personas. Todos los que se oponen a la doctrina de la Trinidad establecen como punto de partida que hay un solo Dios. Reconocen la importancia de Jesús y del Espíritu Santo, pero rechazan la idea de su coigualdad con el Padre. Su planteamiento es que hay un solo Dios, indivisible. Creen que es imposible que haya tres personas que son Dios, pues esto da pie a pensar en tres dioses. Ese rechazo produce un efecto que resulta en

Cinco herejías clásicas.

La primera surge entre los llamados «subordinacionistas».

 Esta agrupación data de fines del primer siglo. Entre quienes la sostenían estaban Justino Mártir, Tertuliano, Clemente y Orígenes. Enseñaban que Jesús era inferior al Padre, por tanto, subordinado a este, ya que solo el Padre es Dios. Estos padres de la Iglesia escribieron profundos tratados; en particular, acerca del Padre y Jesucristo, pero debido a sus conclusiones colocaron al Hijo y al Espíritu Santo en un plano inferior al Padre.

Es importante recordar el crecimiento del cristianismo en el tercero y cuarto siglos. El poderoso general Constantino se convierte al evangelio tras una visión de la cruz —símbolo cristiano— en el año 312. Ya como emperador del imperio ordena plena libertad de culto. Pocos años después, con el emperador Teodosio (380 d.C.), emite el Edicto de Tesalónica declarando «la religión de Pedro» como el credo oficial del Imperio Romano —¡el mundo había sido conquistado por los pacíficos cristianos! Pero por popular que llegue a ser el cristianismo, esto no lo aísla de los falsos maestros y sus herejías.

La segunda herejía nace en Alejandría, Egipto, en el año 318.

Surge una fuerte disensión entre un predicador llamado Arrio (280–336 d.C.) y un pastor, nombrado Alejando, con su asistente Atanasio. Estos últimos convocan a un grupo de iglesias (sínodo) y excomulgan a Arrio por sus falsas enseñanzas. Pronto se formaron dos bandos, uno que respaldaba a Arrio y otro que se unió a Alejandro y Atanasio. Arrio y sus colegas llevaron las ideas de los subordicionistas a un nivel más grave. Toda la contienda gira alrededor de la persona de Jesucristo. Arrio negaba que Jesús es de la misma substancia o esencia del Padre. Aceptaba que el llamado Hijo de Dios era más que un mero hombre; pero enseñaba que este fue creado por el Padre y que ocupaba un lugar intermedio entre Dios y el hombre. Afirmaba que no hay una Trinidad como tal, y acusaba a los que sostenían esas doctrinas de proclamar la existencia de tres dioses. Claramente declaraba que el Hijo no es eterno, sino solo preexistente, y que llegó a ser divino por una declaración de Dios. (Los llamados Testigos de Jehová son los que hoy día afirman estas enseñanzas.)

El socinianismo del siglo dieciséis es la tercera herejía.

Para sus seguidores, el Espíritu Santo es meramente una energía divina, sin personalidad, y Jesucristo es un simple hombre. Santo, pero creado por Dios en María mediante una concepción milagrosa. Sostenían que Él no era preexistente, más bien fue creado para proclamar a la humanidad una nueva ley. Al completar esa tarea, fue llevado al cielo donde se convirtió en partícipe de una gracia divina especial. Estas ideas nacieron con teólogos de Polonia en el cuarto siglo y de ahí fueron difundidas por Alemania y Europa.

El salto del socianismo al unitarianismo de los siglos dieciséis y diecisiete fue corto. Entonces se proyectó a Jesús solo como un simple hombre, quitándole toda su divinidad, aunque se aceptaba que era un gran ejemplo de virtud y piedad. Eliminaron la enseñanza de Jesús como Hijo de Dios de sus doctrinas cristianas. (Los liberales de nuestros días siguen ese mismo camino, y están en busca del «verdadero Cristo histórico», pues no aceptan el testimonio bíblico.) Esas conclusiones racionalistas acerca de Jesús y su relación con el Padre acabaron con la necesidad de la gracia divina para el hombre pecador. Por lo mismo, tampoco necesitan del Espíritu Santo.

Es interesante observar que las herejías requieren un tiempo de formación para adoptar apariencia de doctrina y, además perduran por siglos. Antes del arrianismo nació, a principios del tercer siglo, el sabelianismo (también llamado modalismo o patripasianismo). Con esta falsa doctrina surge otra rama herética. Igual que los arrianos, niegan la doctrina de la Trinidad, pero difieren con ellos en cuanto a sus conclusiones acerca del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Mientras que los arrianos niegan la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo, los sabelianos la aceptan. Su error consiste en concluir que el único y solo Dios se revela en la historia en tres modalidades: primero como Padre (al crear los cielos, la tierra y todo lo que en ellos hay); luego como Hijo (para salvar al hombre caído); y ahora como Espíritu Santo (para dirigir a su Iglesia). En otras palabras, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son simplemente tres nombres para el mismo ser.

Ya que procede de nuestro mundo hispano —España— debemos mencionar a un médico español llamado Miguel Servet (1511–1553). Este vivió en los tiempos de la Reforma y sus enseñanzas fueron rebatidas fuertemente por Juan Calvino. Servet fue un serio seguidor de los sabelianos. Analizó, estudió y razonó las conclusiones de esa doctrina, y vilipendió las relativas a la Trinidad, llamándolas triteístas, y ateas. Acusó a los trinitarios de producir «un monstruo con tres cabezas», y «un Dios dividido en tres partes».

La tesis de Servet era que Dios no puede ser dividido, y que para mantener la divinidad de Cristo y del Espíritu Santo uno nunca debe hablar de «personas», sino de «disposiciones», de «manifestaciones» o de «modos divinos», ya que el único que es verdaderamente divino es el Padre. Dios es uno, proclamaba Servet, pero en Cristo se revela como Padre, Hijo y Espíritu. Ellos se relacionan entre sí en una manera similar a como se hace con el cuerpo y el alma y la actividad que estas dos producen.

Es interesante observar que esta teología de Servet sirvió como canal para las modernas teorías filosóficas trinitarias. Por ejemplo, la de Emanuel Kant, que decía que la verdadera religión es esa fe en Dios que le acepta como el santo Dador de la Ley, como el buen Gobernador del mundo, y como el justo Juez de la tierra (aunque reconocía que el Padre, en su trinidad sustituía otras cosas en lugar del Hijo y del Espíritu Santo).

Como podemos imaginarnos, estas enseñanzas antagónicas a la doctrina bíblica sobre el Dios Trino llevaron a los teólogos ortodoxos a profundizar en la Palabra de Dios, buscando lo que ella realmente revela. Sabemos que la Biblia no nos declara una doctrina sobre la Trinidad claramente formulada. Nos da, sin embargo, todos los elementos necesarios para establecer con firmeza que Dios es un Dios en tres personas.

Atanasio entregó su vida por defender la divinidad de Cristo. A él se unieron Basil, Gregorio de Nicea, Gregorio Naziense. Asimismo, Agustín, con incomparable profundidad, expuso la enseñanza bíblica acerca de la Trinidad en una exposición que abarca 15 tomos titulados De Trinitate, (descargar PDF) y que constituye la obra definitiva de la Iglesia Cristiana sobre el tema de la Santa Trinidad. Hasta hoy nadie iguala ese escrito en profundidad, extensión, argumentación y comprensión. Por ello la cristiandad aceptó que la esencia de Dios mora igualmente en cada una de las tres personas de la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Y una nota importante acerca de la historia de la Iglesia Cristiana: Alejandro, Atanasio y sus colegas (en el Concilio de Trento, en 325) en vez de usar argumentos salidos de la razón o de la imaginación, afirmaron la verdad acerca de la divinidad de Cristo el Hijo de Dios apegándose a citas y pasajes de la Biblia, aclarando el sentido de las palabras usadas en el texto bíblico.

Estos postulados, conocidos como el Credo de Atanasio, fueron aceptados por el Concilio como las verdades enseñadas de la Biblia acerca de Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo. Posteriormente, en el Concilio de Calcedonia (378–454), la Iglesia las recibió como enseñanzas bíblicas claras y definitivas. Los arrianos, aunque siguieron protestando, tuvieron que aceptar que eran herejes.

Así fue como se reconoció en la temprana historia del cristianismo que la Iglesia fiel a la Palabra de Dios se levanta o se cae según la aceptación o el rechazo de la deidad de Cristo y del Espíritu Santo, formando junto con el Padre, la Santísima Trinidad. Desde entonces, así como no se puede concebir al sol independientemente de la luz, la iglesia cristiana no puede concebir al Padre sin el Hijo ni sin el Espíritu Santo.

Importancia de esta doctrina

¿Por qué le damos tanta importancia a esta doctrina de la Trinidad? Veamos algunas razones. Si Dios se revela como Trino, es porque quiere que así le conozcamos. Ese deseo se debe a su gran amor por nosotros, su creación. ¡Parece paradójico! Pensar que el santo, puro, inescrutable Dios —Padre, Hijo y Espíritu Santo— nos ama a nosotros, seres pecadores, débiles, imperfectos, llenos de problemas y de necesidades es algo grandioso. Además, ese amor es inquebrantable (Romanos 8:35). Para poder responder a esa clase de amor, por supuesto, es indispensable que procuremos conocer a cada una de las tres Personas, tal como se revelan en las Escrituras.

Es más, para entender con claridad el plan de redención es esencial que Dios sea Trino. Si no lo fuera, ¿cómo explicaríamos la encarnación, la muerte y la resurrección de Jesucristo? ¿Cómo entenderíamos a Cristo, ahora sentado a la diestra del Padre? ¿Cómo apreciaríamos la obra terrenal del Espíritu Santo como nuestra guía y Consolador? Porque de tal manera amó Dios [el Padre] al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito [la segunda persona de la Trinidad], para que todo aquel que en Él cree [por la obra soberana del divino y Santo Espíritu] no se pierda, mas tenga vida eterna.

Esta doctrina también nos ayuda a conocernos a nosotros mismos. Juan Calvino explicó que, sin conocer a Dios, el Creador, es imposible conocernos a nosotros mismos. Cuando nos consideramos tal como somos, necesariamente tenemos que mirar a quien nos hizo, al que está detrás, delante, encima y debajo de nosotros (Salmos 139:7–12).

Por tanto, si somos hechos a su imagen, ¿cómo entenderemos nuestra humanidad y espiritualidad sin conocer al que nos hizo, especialmente por el simple hecho de que se ha revelado a nosotros y quiere que le conozcamos?

Además, el Trino Dios mora en los que hemos respondido a su bendito llamado de salvación. Ahora somos templo de Dios (1 Corintios 3:16). Insólita verdad esta, que ¡el Trino Dios mora en sus hijos!

Por lo cual estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida … ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro (Romanos 8:38–39).

Finalmente, esta sublime verdad nos hace anhelar el cielo. Pues ahora, al comprender limitadamente al Padre que tanto nos amó, anhelamos ir a ese glorioso lugar eterno que nos espera. Allí llegaremos a conocerle completa e íntimamente.

Si ahora Dios es grandioso, ¿cómo será cuando estemos en su presencia celestial? Ahora lo conocemos, aunque sea a través de un velo oscuro. Pero vendrá el día en que el velo presente que lo esconde será quitado. En verdad, si aquí en la tierra, pese a nuestra condición de pecado e imperfección, podemos disfrutar gloriosamente del Trino Dios, ¿cómo será en el cielo?

Conclusión

Al llegar a la conclusión de este breve estudio sobre la Trinidad espero que entendamos mejor la definición de León el Grande: Nuestro Dios es un Dios sin división en una Trinidad de personas, y tres personas inconfundibles en una unidad de esencia.

Como hemos visto, León nos dio una buena definición, pero ni con un estudio como este es posible entender claramente todos los aspectos de la gloriosa majestad y magnificencia de nuestro Dios. Como Moisés tendremos que quedar satisfechos con solo «ver» sus gloriosas «espaldas» (aunque más que Moisés, tenemos los beneficios adicionales de todo lo que nos reveló Jesucristo y lo que por medio de fieles maestros de la Biblia se nos ha regalado a través de la historia de la Iglesia). A la vez, ¡todo lo poco que conocemos es mucho!

Si aquel vistazo de Dios que tuvo Moisés en su escondite entre las peñas del Sinaí satisfizo su anhelo de conocer la gloria del Todopoderoso, cuanto más debe ser el gozo nuestro por todo lo que hoy tenemos al alcance para estudiar y conocer a nuestro glorioso Dios. Tenemos su Palabra. Tenemos el extenso testimonio de su Hijo amado.

Tenemos a grandes maestros que se han dedicado a ayudarnos a entender algo de este misterioso e incomparable Dios. Tenemos excelentes escritores que procuran resumir estas doctrinas en términos que podamos entender. Nos toca, pues, ponernos a trabajar, a leer, a escudriñar la Palabra, a escalar nuestro propio santo monte en busca de su majestuosa gloria.

¿Habrá más importante tarea que esa? ¿Habrá mejor deleite? ¿Habrá mayor satisfacción?

La trinidad en la biblia reina valera 1960

DIOS

¡Señor, en el murmullo lejano de los mares

vibrar oí tu acento con noble majestad;

oílo susurrando del monte en los pinares;

oílo en el desierto cual ronca tempestad.

Tú diste a la esperanza la forma de un hada;

Purísima inocencia le diste a la niñez;

Si diste sed al hombre, le diste la cascada;

Si hambre, dulces frutos de grata madurez.

Y diste al hombre acentos para cantar tu Hosanna

Cuando la negra noche le pide oración;

Mas calla el hombre entonces; por eso en la montaña

Los pájaros te ofrecen universal canción.

«¡Jehová!», dicen las brisas; «¡Jehová!», dice el torrente;

«¡Jehová!», dicen los Andes, y el huracán, «¡Jehová!»

Y todas las criaturas te llevan en su mente,

Porque doquier impreso tu santo nombre está.

Abigail Lozano

(venezolano, 1821–1866— estrofas escogidas)

Preguntas frecuentes

  • ¿QUÉ PARTE DE LA BIBLIA HABLA DEL PADRE HIJO Y ESPÍRITU SANTO?
  • ¿QUÉ DICE EN GÉNESIS 1:26?
  • ¿QUÉ DICEN LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ DE LA TRINIDAD?
  • ¿CUÁL ES EL SIGNIFICADO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD?

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